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Conversaciones9

Marta Cwielong: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

Marta Cwielong nació el 28 de enero de 1952 en Longchamps, provincia de Buenos Aires, la Argentina, y reside en Temperley, ciudad de la misma provincia. Participó en festivales de poesía nacionales y extranjeros. Ha sido traducida parcialmente al polaco, italiano, francés y catalán. Fue incluida, entre otras, en las antologías “Poetas argentinos de hoy”, compilada por Julio Bepré y Adalberto Polti, en 1991, “Poetas argentinas 1940-1960”, compilada por Irene Gruss, en 2006, y en “Poetas del tercer mundo”, compilada por Alejandra Méndez, en 2008. En 2006 aparece su antología personal “Morada”. Publicó los poemarios “Razones para huir” (Fundación Argentina para la Poesía, 1991), “De nadie” (Ediciones Libros de Alejandría, 1997), “jadeo animal” (Ediciones Libros de Alejandría, 2003), “pleno de ánimas” (Ediciones La Guacha, 2008), “La orilla” (Ediciones del Dock, 2016).

 

1 — Cwielong. ¿Apellido de ascendencia polaca?

 

          MC — En realidad, no he podido comprobar que sea de tal ascendencia. Sí hay muchas familias con ese apellido en Polonia, pero no es de raíz tradicional polaca. Cuando visité ese país mis parientes me informaron que procede de la Baja Silesia y venía de Estrasburgo. Es así. Y soy la primera de mi familia en nacer en la Argentina. Tengo madre italiana, hermano italiano, hermana alemana y padre polaco. Soy, lo que se dice, de posguerra. Crecí escuchando los domingos la hora suiza en la radio, y canzonetas napolitanas, aunque mi madre es del norte de Italia, sobre el Adriático. Significa que me educaron con aires de superioridad. Mientras no teníamos ni para comer. Si bien mi padre era polígloto, trabajaba de albañil; luego, con los años, supe que era un refugiado, pero recién en la adolescencia, cuando comencé a estudiar y compartir mi mundo con otros que tenían formación y pensamiento diferente.

          No hubo en mi pequeña familia un incentivo al estudio, sólo correspondía trabajar, tener una casa; fue así que a los catorce años ya lo hacía. Y mis estudios secundarios los cursé después de los veinte, en un colegio nocturno, el Instituto Lomas de Zamora, Cooperativa de Enseñanza: por supuesto, un lugar de izquierdas: me abrió la cabeza en tantas partes que fue alucinante. Ahí tuve mi primer amor con la literatura, el profesor Gerardo Whethengel (con hermano desaparecido), concertista de piano que nos hizo leer el Quijote. Era un alemán rubio, con dedos larguísimos, flaco, de hablar balbuceante, pero cuando se trataba de poesía se encendía y su voz adquiría seguridad, tono, color! Otro profesor, éste de Historia, H. Marrese, un militante de la vida, de los derechos; con él fuimos a las primeras marchas, nos mostró qué era la dignidad.

          En mi casa no había libros: sólo los de mi madre, las novelitas de Corín Tellado que ella consumía mientras viajaba en tren todos los días para ir a trabajar. Mi hermano y yo nos ocupábamos de la limpieza además de ir a la escuela y cuidarnos. Mientras esperaba a mi madre yo leía a escondidas a la Tellado e imaginaba un amor precioso. Solía leer las hojas de los diarios con los que envolvían los huevos que comprábamos en el almacén. Por entonces no pensaba en escribir, y menos poesía; fue mucho después, cuando no atinaba a encontrar el sitio donde estar, cuando no hallaba la manera de que me entendieran.

 

2 — “Sitio donde estar”, decís, enfocando en tu infancia.

 

          MC — Por ejemplo, entre los seis y los once años debí convivir con mi abuela materna en los campos de un coronel, gobernador de la provincia de Buenos Aires, forjador del peronismo: el Coronel Domingo Mercante; con lo cual, dentro de la pobreza, estaba rodeada de los lujos del poder, y la ignorancia de la peonada. Por lo que a mis diez años fui alfabetizadora de los trece hijos del tambero. Y como me obligaban a ir a la iglesia, fui catequista. Luego abandoné religión, enseñanza. En simultánea, la escuela primaria la cursé en Uruguay y en Buenos Aires: me confundía entre José Gervasio Artigas y José de San Martín, entre el 18 de julio y el 9 de julio. Vivir cruzando el Río de la Plata me dio el vértigo de las orillas, la fascinación por el borde. Vivir sin la familia, por lapsos, sin escuela en la niñez, me llevó al mundo de la lectura; de pronto, una edición de cuentos para niños de Hans Christian Andersen llega a tus manos, le faltan algunas hojas, pero comenzás a reemplazarlas, a imaginar qué hubiera dicho, de qué manera. Como se dice ahora, debí estar escolarizada a determinada edad, pero… no siempre había escuelas disponibles a las que concurrir. Y así, recuerdo a unas monjas franciscanas con sus sotanas levantadas, pedaleando las calles de tierra, acercándose a nosotros, aquellos chicos y chicas, para enseñarnos a leer; atesoro esos rostros vivaces rodeados de niños debajo de un árbol cantando la palabra aprendida.

          El idioma en mi casa era el italiano; quizás por eso se produjo mi inclinación por Eugenio Montale, Cesare Pavese, Giuseppe Ungaretti, Federico Fellini, “Ladrón de bicicletas”, “Roma, città aperta”, la Loren, Marcello Mastroianni, el hablar fuerte de los italianos, la expresividad de las manos.

 

3 — Retornemos a tu adolescencia, a la juventud.

 

          MC — Entonces, Ray Bradbury y “Las doradas manzanas del sol”, los poetas que me iniciaron en el uso de la tijera que me ayudara a podar de liviandad aquello que escribía: Enrique Puccia, Edgar Bayley, Beatriz Piedras y su gran conocimiento del hayku, Rubén Chihade, y todos los poemarios que me hicieron leer, y a partir de ellos, debatir. La Facultad quedó en el camino: formé una familia. Eran los ‘70 y el terror estaba instalado. La realidad me llevo a leer empecinadamente y buscar las raíces de la familia. Mi adolescencia no es la típica de la pequeña burguesía: trabajé desde los catorce años, cuidé un padre enfermo hasta su muerte en un hospital, y a los diecinueve años estudié, de noche, el bachillerato. A los veintiuno ya tenía un hijo. Entre la dictadura, los amigos que desaparecían, los que había que esconder o sacar del  país, el miedo, el coraje de seguir, de pronto ya se había escapado entre las manos la hermosa adolescencia.

 

4 — Apuntando a nuestros lectores geográficamente más lejanos: Longchamps, Temperley, localidades cuyos nombres remiten a Francia y a Inglaterra, respectivamente: ¿siempre residiste en la zona sur del Conurbano Bonaerense? ¿Qué nos trasmitirías de ella en lo social, urbanístico y cultural?

 

          MC — La mayor parte de mi vida transcurrió en Temperley. En la adolescencia, en un barrio obrero, de inmigrantes. Hoy, cerca del Barrio Inglés, en una casa que data de 1907, en el Barrio Santa Rosa. Los ingleses tuvieron mucha influencia, se puede advertir en sus calles empedradas y en los chalets. Tenemos, además del cementerio tradicional, el de los "disidentes". Y la Universidad Nacional de Lomas de Zamora, fundada en 1972. El poeta Roberto Juarroz fue uno de nuestros vecinos ilustres. Pertenecemos al partido de Lomas de Zamora, junto con Banfield, donde residieron el cantante Sandro, y mucho antes Julio Cortázar, cuya casa lamentablemente ya no existe: “Banfield es el tipo de barrio que tantas veces encuentras en las letras de los tangos. Recuerdo que tenía una pésima iluminación que favorecía al amor y a la delincuencia, en partes iguales. Y que hizo que mi infancia fuera cautelosa y temerosa por el clima inquietante que hacía que las madres se preocuparan cuando salías. Pero al mismo tiempo era para un niño un paraíso, porque mi jardín daba a otro jardín. Era mi reino”.

          Cerca está Adrogué y el famoso hotel "Las Delicias", devoción de Borges —“En cualquier parte del mundo en que me encuentre, cuando siento el olor de los eucaliptos, estoy en Adrogué”—, y que albergara, por ejemplo, a dos presidentes de nuestro país: Domingo Faustino Sarmiento y Carlos Pellegrini.

          No formo parte del quehacer cultural de mi zona, ya que mi vida laboral se desarrolla en tu ciudad. Sólo duermo, se puede decir, en mi casa de Temperley. Tantos largos viajes durante quince años, contribuyeron a mi condición, más bien, de solitaria.

 

5 — Te involucraste en la organización de ciclos y presentaciones.

 

         MC  —De 1989 a 1998, por ejemplo, en el Círculo Médico de Quilmes, Miguel Ángel Morelli, Beatriz Piedras, Liliana Guaragno y yo coordinamos unas jornadas de homenaje a Jorge Luis Borges a lo largo de cuatro semanas. Participaron María Esther de Miguel, Ricardo Wullischer (presentamos su film documental “Borges para millones”), María Esther Vázquez y María Kodama. En la ciudad de Quilmes organizamos las Conversaciones con Olga Orozco, con Cristina Piña, con el recientemente fallecido Luis Thonis. (Y como creíamos en utopías, Morelli, Piedras y varios que no recuerdo, armamos la Sociedad Argentina de Escritores, seccional Quilmes; luego, como no respondíamos a los lineamientos de la SADE Central, por supuesto, nos fuimos.)

          Con Enrique Puccia armé en 1994 un ciclo de debate en “Foro 2000”: fueron de la partida, entre otros, el pintor y escultor Pablo Suárez [1937-2006] y los escritores Graciela Maturo y Raúl Santana: artistas plásticos y poetas: se debatía sobre el ser y el pensar. Dos años después integré con Puccia, Leonardo Martínez, María Cristina Santiago, Stella Vergara y Paulina Vinderman, el comité  responsable de la “Antología Oral de la Poesía Argentina”, en el Centro Cultural General San Martín: los sábados y domingos, mesas de lectura de cuatro poetas, procurando equilibrar el número de mujeres y varones y siempre atentos a la inclusión de representantes de las provincias, sin ceder en el afán por conocernos, juntarnos, intercambiar. Por esas lecturas pasaron más de 360 poetas. Lástima que no obtuvimos los fondos suficientes para poder grabarlos. Y en 1999 organicé en Espacio Giesso, en el barrio de San Telmo, un encuentro con poetas de Rosario: Malena Cirasa, Reynaldo Sietecase y Concepción Bertone.

 

6 — En el mismo año en que aparece tu primer poemario incursionaste en radio.

 

         MC — “El Sur También Existe” se llamó. Fue en Radio Cooperativa de Lomas de Zamora, con el periodista Aníbal Kesselman. El perfil del programa era político, de crítica, todas las mañanas de lunes a viernes; teníamos un micro de literatura y música un día a la semana, con Ricardo Echezuri, gran entusiasta del jazz y melómano. Llevábamos invitados, por ejemplo a Liliana Lukin y Raquel Saporiti. Kesselman es un analista ácido, con una ironía cortante, de esos tipos jugados, con pensamiento genuino. Pero luego, como siempre en la vida están los peros...: una mujer con cuatro hijos debe saber dónde poner su tiempo, y no siempre puede elegir el lugar del placer.

 

7 — Diez años después, otra incursión: esta vez dictando un taller para músicos: Rock y Poesía.

 

          MC — Mis hijos varones son músicos. Uno de ellos se quejaba de que los que concurrían a su sala de ensayo escribían tan feas letras para él, que un día los amenazó: “Los enviaré con mi madre”. Los letristas aceptaron, y así comenzó ese extraño y bello periplo…: que leyeran, leyeran y leyeran. Claro está, he cosechado dedicatorias, temas, recitales. Algunos continúan como músicos; otros claudicaron, pero siguen siendo lectores.

 

8 — No sólo participaste en festivales nacionales.

 

         MC — He estado en Colombia en dos oportunidades: para el Festival PoeMaRio de Barranquilla (que dirigen Tallulah Flores Prieto y Miguel Iriarte), y de paso por Medellín, estando en casa de mis amigos poetas Tallulah y Gabriel Jaime Franco, en el Festival de Medellín. Colombia es un país donde respiré lo real maravilloso por la calle, en un saludo, una conversación. Regreso en este mes a Barranquilla y en noviembre estaré en el Encuentro Internacional de Mujeres de Cereté, invitada por Irina Henríquez Vergara.

          En Uruguay fui parte de la Bienal de Poesía de San José, experiencia única de todo un pueblo volcado a las actividades de la Feria del Libro, y con el poeta Rafael Courtoisie como anfitrión.

          En Cuba estuve en 1996, en el primer Festival Internacional de Poesía de la Habana, y volví en mayo a festejar los veinte años de dicho Festival. Allí me esperaban mis amigos Pierre Bernet Ferrand y Alex Pausidex.

 

9 — ¿Cuál fue tu participación en el volumen “Venecia negra” de Javier Cófreces y Alberto Muñoz?

 

         MC — “Venecia negra” consta de 14 capítulos, uno de los cuales es una antología de autores que hayan escrito sobre Venecia. Sucedió que cenando en un restaurante de la avenida Corrientes, en una mesa con más de treinta poetas (no recuerdo porqué motivo o qué festejábamos, pero era una época donde perdíamos el tiempo de esa manera), me senté justo enfrente de Javier, y la conversación giraba sobre ese futuro libro y estaban recopilando textos. Yo, recién llegada de Venecia le cuento mis impresiones y Cófreces me invita a sumarme. Todavía estaba impresionada por la calle della Pietà, donde había en un edificio (supongo que iglesia o convento), y allí una canastita donde dejaban a los recién nacidos, tocaban la campana para avisar y se iban. Pues mi poema habla de aquello.

 

10 — Libros de Alejandría fue un sello que te tuvo también como responsable.

 

         MC — Lo fundó Enrique Puccia, lo continuó María Cristina Santiago. Editamos 23 títulos entre los años 1996 y 2003. Publicaron allí, entre otros, Cristina Domenech, Ana Guillot, Alejandro Pidello, Ana Sebastián, Hebe Solves, Zulma Liliana Sosa, Máximo Simpson, Malena Cirasa, Inés Malinow, Sergio Leonardo, Silvia Tocco, Paulina Vinderman. Fui socia de Puccia en cuanto emprendimiento me propuso; hacíamos buena dupla y nos unía el amor por la poesía, la amistad, la lealtad y la vida. Fue mi gran compañero. La editorial propendía a la excelencia poética, tapas de pintores, un mismo formato. Luego vino la muerte temprana de Enrique. Con María Cristina Santiago intentamos seguir, pero no pudimos. Era un compromiso moral que teníamos con él, pero la realidad siempre pega, y nos hace repensar qué podemos y qué no, hacer.

 

11 — Un apunte sobre tu antología personal.

 

         MC — “Morada” pertenece a la colección de plaquettes "La Diligencia", de la Biblioteca "Associació Cultural Bertolt Brecht" de Mislata, Valencia, España, editada de forma artesanal, en castellano, en la celebración del 21 de Marzo, Día Mundial de la Poesía, proclamada por la Unesco en 1999. Los curadores fueron Pere Bessó y Salvador García. Ellos me pidieron que eligiera poemas y sobre esa base efectuaron su selección.

 

12 — Estás abocada junto a la poeta Marlene Zertuche, de México, a una investigación.

 

         MC — De poetas latinoamericanas nacidas entre 1920 y 1950. Ya hemos publicado una plaquette. El título donde las reunimos es “Las vírgenes terrestres”, tomado de Enriqueta Ochoa. Es el pensamiento de dos poetas de diferentes generaciones, diferentes países, con la misma problemática. Somos mujeres de tiempo completo que tenemos familia y responsabilidades, así como la pasión por la poesía y por saber de dónde venimos, quiénes lucharon antes, quiénes abrieron el camino. Porqué hablamos de lo que hablamos al escribir, cómo tenemos similares dolores, alegrías, amores, traiciones, guerras, desapariciones, decepciones, proyectos, vida, futuro. Aspiramos a editar tres plaquettes por año. Decidimos con qué exponentes de qué países comenzar a socializar la investigación, analizando lo que une a las autoras. Debemos resolver de qué modo, por dónde, obtendremos los fondos para solventar la iniciativa.

 

13 — ¿Poemarios inéditos?...

 

         MC — “Memorias del hambre”, donde procuro eludir la brevedad, emerger del silencio, y que el trazo cuente un poco más que la pincelada inicial.

         “Racontos”, con varios años asentándose, es de una época en que viajaba mucho. Comencé a escribirlo en los aeropuertos: la serie se inició a partir de observar a una familia menonita completa en medio de un sinfín de ejecutivos esperando un vuelo demorado, y ellos, con sus ropas tradicionales abrieron sus bolsas, extrajeron su comida y sin mirar a nadie almorzaron, cuando los demás estábamos fastidiados o rabiosos.

“No esperes que me anuncie”, concebido en conjunto con el español Pere Bessó, y que se editará bilingüe, castellano y catalán. Ya está pronto a editarse: poemas de Bessó y míos casi como en respuesta uno de otro, con la lejanía y el océano de por medio. Son años de conversaciones, traducciones y pensamientos de ambos conformando una isla en el mundo. Te doy a conocer como adelanto un tramo del prólogo del escritor uruguayo Rafael Courtoisie: “…surge como una construcción de intimidad poética dialógica, como un poemario a cuatro manos cuya musicalidad y giros originales, extraña y bellamente concatenados, van envolviendo al lector, van seduciendo al lector, lo conducen a una dimensión que no es la del clásico y decimonónico “epistolario” sino la de una poesía de dos, colectiva y a su vez única, actual pero que trasciende la cibernética, creada en la distancia y en la anulación de la distancia, creada desde la maravilla de comunicación de los medios pero dejando de lado la novelería superficial de la híperconexión vaciada de sentido.”

 

14 — Vayamos a “La orilla” y a esos poetas que a ella te acompañan con sus epígrafes: Enrique Molina, Miguel Ángel Morelli, Idea Vilariño, Gabriel Jaime Franco Uribe, Guillermo Ibáñez, Ana Ajmátova y hasta Alberto Caeiro.

 

          MC — “La orilla” forma parte de ese borde que transito; fueron seis años de escritura y corrección. De 186 poemas, quedaron 82: me demandó más de un año poder darles lugar en cada página. Y a los poetas que me acompañaron los necesité, los uní.

 

15 — Y en “pleno de ánimas”, además de los poetas argentinos Olga Orozco, Jorge Boccanera, Graciela Zanini y Hugo Mujica, te acompaña la poeta polaca Anna Swir (o Swirszczynska (1909-1984)).

 

         MC — ¡Si!, tuve un pequeño libro de ella en mis manos en Rosario; era una traducción de Mirta Rosenberg y Daniel Samoilovich pero desde el inglés, o sea... polaco/inglés/castellano... y fue mágica la lectura.

 

 

IGUAL POR DENTRO

 

Mientras iba a tu casa para un banquete de amor

vi en una esquina

a una vieja mendiga.

 

Tomé su mano,

besé su mejilla delicada,

hablamos, ella era

por dentro igual a mí,

de la misma especie,

lo sentí instantáneamente,

como un perro reconoce por el olor

a otro perro.

 

Le di dinero,

no podía separarme de ella.

Después de todo, una necesita

la proximidad de alguien semejante.

 

Y entonces ya no supe

por qué estaba yendo a tu casa.

 

 

          Nunca olvidé ese poema de Anna Swir: mientras recorría algunos pueblos polacos, se me aparecían sus poemas convertidos en imágenes, como una película en blanco y negro y en cámara lenta.

 

16 — En tu próxima vida, Marta: ¿Un piso alto en un barrio caro de una gran capital, una casa sencilla y confortable en los alrededores de una pequeña ciudad o una cabaña en el monte impenetrable?...

 

          MC — Una casa sencilla y confortable en los alrededores de una pequeña ciudad, y si tuviera un río/arroyo o curso de agua cerca, se acercaría a la perfección.

 

17 — ¿A qué narradores continuás volviendo, a qué ensayistas y poetas?

 

          MC — Cesare Pavese, Javier Aduriz, María Zambrano, Alberto Girri, Silvia Plath, Felisberto Hernández, Jacobo Fijman. A Pavese por esos relatos suyos que como, por ejemplo, ahora me sucede con Giorgio Bassani y su “La novela de Ferrara”, de un modo inefable me instalan en aquella Italia: el cuadro pueblerino del bar, las voces por lo bajo, la otra parte de la guerra. La sencillez me clarifica. ¿Girri?: me insta a corregir, a plantearme qué sirve de lo escrito. Con el uruguayo Felisberto Hernández accedí al aprendizaje de otro idioma, loco y sutil. Con Zambrano nunca terminaré de aprender. Plath, Fijman, ocupan lugares límites de la orilla, me dejan suspendida. Hannah Arendt también: es como una obligación volver a leer “La banalización del mal”. Adúriz: el verso libre y el futuro.

 

18 — ¿Preferís los animales a la gente? ¿Tuviste amigos decepcionantes?

 

         MC — Sigo prefiriendo a la gente. No, cada uno de mis amigos ha sido o es significativo. No puedo hablar de decepciones ya que soy una solitaria con muchos amigos. ¿Cómo se entiende?   Hace algunos años comencé el camino de la conciliación, dejé de hablar para escuchar. La decepción proviene de aquello que depositamos en el otro sin mirar que estábamos esperando algo en el lugar equivocado. No se debe pedir donde no pueden dar.

 

19 — ¿Cómo te parece que fue evolucionando tu práctica de la poesía a lo largo del tiempo y tu manera de vivir junto con eso?

 

          MC — Mi manera de sobrevivir fue gracias a la poesía, a mis lecturas, a las horas dedicadas a la corrección. La evolución es lo aprendido e internalizado procurando denotarlo en los nuevos poemas, la crítica de los colegas, su trasmisión, y esa manera de traducir que es traicionar al mismo tiempo. Entre la idea y lo que escribimos de la idea está la traducción: por ende, la traición instantánea. Traduttore /traditore.

 

20 — Afirma el estadounidense Stanley Kunitz (1905-2006) en su artículo “Arte y Orden”: “Una de las actitudes características del poeta moderno es la contemplación, no de su propio ombligo, sino de su mente en funciones. (...) Con los escritores jóvenes me convierto en una molestia al hablarles acerca del orden, por la buena razón de que el orden es susceptible de enseñarse; pero sé en mi interior que sólo los espíritus inquietos, entre ellos, los que reconocen el desorden fuera y dentro, tienen oportunidad de llegar a ser poetas, pues sólo ellos son capaces de producir una galería del lenguaje con las contradicciones de lo real. (...) Biblioteca y páramo, orden y desorden, razón y locura, técnica e imaginación: el poeta, para ser completo, debe polarizar las contradicciones.” ¿Qué agregarías o relativizarías o refutarías?...

 

CW — Que somos exploradores de la intuición creadora, que nos es preciso un desorden soportable; y cito a Leopoldo María Panero:

 

Pasé una noche a ti pegado como a un árbol de vida
porque eras suave como el peligro,
como el peligro de vivir de nuevo.

 

          Y cito a Jacobo Fijman:

 

Me hago la señal de la cruz a pesar de ser judío.

¿A quién llamar?

¿A quién llamar desde el camino

tan alto y tan desierto?

 

 

          Y cito a la italiana Alda Merini (1931-2009):

 

Violenta como una bandera,

un abismo de fuego,

y así me compongo

letra a letra a lo infinito

para que alguien me lea

pero que nadie aprenda nada                                                                                                      

porque la vida es un sorbo, y sorbo

de vida las hojas blancas

desmesura del alma.

 


          En esas contradicciones de orden y desorden no atino a relativizar lo dicho por el poeta Kunitz, pero sí añadiré que no podría ser maestra de jóvenes: el orden ayuda, pero el desorden nos lleva a ordenar las palabras para ejercerlas y no perdernos en el mundo.

          Los poetas citados, en su desorden mental, crearon los más bellos poemas, pero en el bello y doloroso desorden se perdieron, nos enseñaron; como dice William Butler Yeats: “Hacemos poesía de nuestras disputas con nosotros mismos.Debemos contemplar para expresar, debemos tener el páramo para traducirlo.”

 

Marta Cwielong selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

 

te digo cuerpo

pero no quiero decirlo con la palabra

en este caso nombrar no dice nada

 

digo cuerpo con el borde de mi boca

al límite del labio

en la vorágine del remolino

 

como adolescente

recién iniciada

                                                                                                 (de “La orilla”)

 

*

 

si canto no  te beso

preferible besar

no encuentro el tono para el canto

                                                                                            (de “La orilla”)

 

*

 

“cada noche cuando te desvestías

la sombra de tu cuerpo desnudo crecía sobre los muros”

Enrique Molina

 

la ausencia

el desnudo cuerpo mío contra la puerta

el recuerdo de mi cuerpo contra la puerta

puede entrar en el olvido?

hay labios

que se devoran

cuando se miran

hay labios que lloran

tiemblan

por otra boca

                                                                                            (de “La orilla”)

 

*

 

la nada

es un lugar cercano

al corazón

                                                                                            (de “La orilla”)

 

 

rada tilly

subo al mirador, a pesar del viento
me paro
ahí exactamente
que el océano me pueda
que arranque llanto

extiendo el ojo

saberse nada en la nada

darse vuelta y mirar
y ver lo mismo

halcones volando
ser la presa
que me tome en vuelo rasante
se eleve
y cuando la altura sea apropiada
me suelte

estrellarme así
                                                                                             (de “pleno de  ánimas”)
 

*

 

Los perros son otros
pero aparecen / cada tanto,
fragmento de alguna historia.
Extraño, no creí pertenecer a alguna. Los días fueron
sucediendo/
como las nubes.
Todavía no entiendo qué hice con las horas.
Hasta cuándo hay inocencia?

No puedo recordar mi infancia.
Quién era mi padre?

borracho por las noches,
refugiado,
el nazi,
un polaco,
un
alemán
el que salvó a la niña del campo minado
quien amaba a mi madre
quien amaba a madre de mi hermana
quien castigaba a mi hermano

el ateo

el nazi
el que hace que no tenga memoria?

                                                                                           (de “pleno de  ánimas”)


 

*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Temperley y Buenos Aires, distantes entre sí unos 25 kilómetros, Marta Cwielong y Rolando Revagliatti, 2016.

http://www.revagliatti.com.ar/991021.html

http://www.revagliatti.com.ar/991021_cwielong.html  -http://www.revagliatti.com.ar/040426.html

 

 

Marta Cwielong - Carlos Cúccaro - 

Luciana Mellado - Inés Legarreta - Antonia B. Taleti - Patricia Coto - 

Marta Cwielong en 1998 con Jorgelina Paladini, Roberto Aguirre Molina, Enrique Diego Gallegos y Laura Yasan

 con Rafael Courtoisie y Basilio Belliard en 2015

 con Olga Orozco

 con Norma Etcheverry y Gustavo Tisocco

con Miguel Ángel Morelli

con Marta Miranda en 2005

Marta_Cwielong con Mario Trejo, Stella Vergara y María Cristina Santiago

con el poeta Pere Bessó en Barcelona, España

con Graciela Perosio

 con Claudio LoMenzo y Reynaldo Sietecase

con Concepción Bertone, Claudio LoMenzo y Carlos Pereiro en 2014

con César Bisso, Manuel Ruano y Reynaldo Sietecase

con César Bisso, Andrés Morales, Sergio Badilla y José Leite

con Alberto Luis Ponzo, Manuel Bendersky, Alicia Grinbank y María Cristina Santiago en 1996

Carlos Cúccaro: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

Carlos Cúccaro nació el 8 de julio de 1968 en Azul, ciudad en la que reside, provincia de Buenos Aires, la Argentina. Fue Secretario General y luego Presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, filial Azul, entre 2002 y 2006. Ha sido premiado, por ejemplo, por la Dirección de Cultura de la Municipalidad de Luján de Cuyo, provincia de Mendoza, y por los municipios bonaerenses de las ciudades de Olavarría, Las Flores, Azul, Ramallo y Tapalqué. Desde 1995 coordina talleres literarios e integra jurados a nivel nacional. Ha sido traducido parcialmente al alemán y portugués. Fue incluido en las antologías “Poetas argentinos del interior” (1994) y “Poesía hacia el nuevo milenio” (2000). Además de la plaqueta “Los suburbios del fuego” (1998), publicó los poemarios “Ultrasenderos” (1993), “Libro de Babilonia” (1996), “Los latidos oscuros del silencio” (2001), “Blues” (2007), “Luciflor o la sangre” (2008), “Tharsis” (2011) y “Los árboles del abismo” (2015).

 

1 — Sos de venir intermitentemente a mi ciudad.

 

          CC — Mi esposa, Virginia Zaccaría, con la que estoy casado desde 2001 y con quien tenemos una hija de ocho años, Noelia, es porteña: me incentivó la pasión por el barrio de San Telmo y la penumbra de sus anticuarios; por el Parque Lezama, en el verano; por el Jardín Botánico; por la plaza San Martín bajo la lluvia; por la avenida Corrientes y varios bares del barrio de Boedo, el ajetreo matinal de algunas de sus calles, con sus mercados y pizzerías. Todo eso tiene, como escribiera Jorge Luis Borges, “el sabor de lo perdido / de lo perdido y lo recuperado”.

 

2 — ¿Y el sabor de tu paso por la “bellas” artes?

 

          CC —Aludís a mi magisterio inconcluso en la Escuela de Bellas Artes “Luciano Fortabat”, de Azul. Aconteció entre fines de los ochenta y principios de los noventa. Me sentía cómodo, en mi elemento, en un ambiente que aunaba juventud, inquietudes intelectuales, creatividad. El “ambiente”, eso es lo que más me atrajo. No me recibí de maestro pero moldeé un espíritu de artista, lo que ha sido un punto alto de formación personal, de mayor trascendencia que un título que seguramente no hubiese utilizado. Años, aquellos, que evoco con indulgencia. Aún latía la reciente recuperación —otra vez “lo recuperado”— de la democracia y la libertad, y eso se reflejaba en nuestro derredor, era un arrastre que procedía de los primeros años post dictadura y se prolongó hasta 1991/92, cuando la “convertibilidad” del menemismo nos volvió a cambiar el perfil de país y los debates de la sociedad pasaron a ser otros. Fui, durante mi juventud, de izquierda; luego me entusiasmó el kirchnerismo, hasta que hacia 2010/2011 comencé a decepcionarme, percibiendo cierta cristalización de sus estructuras. Asumí que, en realidad, yo, que creía que era socialista, era un libertario, un ácrata contemplativo, y más cerca de la aridez de lo spenceriano que de ninguna otra cosa. Cumplí con ese postulado que asevera que no ser de izquierda en la juventud es una contradicción biológica y seguir siéndolo en la madurez, también lo es. Hoy me advierto cada vez más cómodo con la moderación y el equilibrio. El Estado se me antoja acentuándose como un monstruo kafkiano que dicta sus sentencias inapelables y herméticas.

 

3 — ¿Y tu infancia?

 

          CC — La califico de feliz, signada por la lectura. Aprendí a leer y a escribir en las baldosas rojas de la cocina de mi casa: con tiza, mi madre me enseñaba. Empecé la escuela primaria sabiendo ya leer y escribir. Mientras en segundo grado mis compañeros todavía deletreaban, yo me involucraba con “Robinson Crusoe” y obras de Julio Verne y Emilio Salgari, diarios y revistas, el “Martín Fierro”, cancioneros de folklore de mi padre, diccionarios, el “informatodo” de Selecciones del Reader’s Digest o alternativas “peores” como “La Biblia” o “La divina comedia” en una edición de Montaner y Simón ilustrada por Doré, o misales de mi abuela. Hasta mis doce o trece años tuve buenos amigos. A partir de allí me torné un adolescente taciturno y apático, con sus consecuencias previsibles: el rechazo que provocaba. La educación estatal, bastante estúpida en la escuela secundaria, preparaba “gente práctica” (apuntando a la contaduría, a la ingeniería…); lejos de incentivarme en la vena de la creación literaria, propendía a “avergonzarme”.

 

4 — ¿Hiciste el servicio militar obligatorio?

 

          CC — En 1987. En la “colimba” aprendí algunas cosas que no estaba en condiciones de apreciar y que en la perspectiva del tiempo evalúo que me sirvieron: un cierto estoicismo, capacidad de adaptación a los dolores y a la mortificación del cuerpo… Fue un bautismo nietzscheano. Luego mi personalidad, poco a poco, volvió a cambiar y enseguida encontré al escritor: comenzaron los “buenos años”. Visto desde la autenticidad, no exagero si afirmo que los “buenos años” se extienden —pese a todo— hasta el día de hoy. Aunque no lo parezca, soy, a mi manera, optimista; un optimista sólido, porque mi optimismo parte de la crítica de los sucesos y no muere en ella. Juega también la experiencia de vida y el anhelo de reclamar la felicidad como un derecho. No estoy, Rolando, exponiendo una biografía “lineal”, sino que he encarado una crónica, casi periodística, desde lo medular y prosiguiendo con los detalles que lo apuntalan, como apostillas. Mi transcurrir no ha sido extraordinario. Si algún lector de nuestro diálogo esperara toparse con un poeta maldito, o un aventurero a lo Hemingway o un millonario a lo Stephen King o un militante como el último Julio Cortázar, se desilusionaría. Soy un hombre común, que trabaja como gestor y empleado administrativo en la misma oficina (una firma jurídica) desde 1989 y que seguramente se jubilará de eso. Padre de familia, con matrimonio consolidado, llevo una vida “normal”, tengo casa y un indispensable sueldo y pertenezco a la vapuleada clase media argentina. Quizás, por eso escribo. Sira Guedes de Pérez, mi maestra de tercer grado, en 1977, tras leer mis “composiciones” vaticinó: “Carlos Cúccaro va a ser escritor”. Fue la primera vez que oí mi nombre asociado a un oficio. Tuve una profesora de literatura en el secundario, Florángel Turón, que fue la única docente en esa etapa que me incentivó el placer por la lectura. Además de ser una erudita respecto de la obra de José Hernández, puntualmente de los dos tomos del Martín Fierro y autora, entre otros, de un libro sobre el tema, fuera de programa nos leía cuentos de Edgar Allan Poe. Yo me fui imbuyendo de lo que proporcionaba “Humor”, aquella revista que abrió mentes en tiempos de la dictadura: por ella accedí a Mario Benedetti, Cortázar, Gabriel García Márquez, Tomás Eloy Martínez, Ricardo Piglia, Osvaldo Soriano. Mientras, yo incursionaba con mis primeros ejercicios de estilo, en la redacción de artículos sobre discos del rock nacional. La elección plena de la poesía como canal expresivo data de 1988, en forma paralela al estudio de los movimientos vanguardistas, particularmente con la exploración de la obra de los pintores y poetas surrealistas, el descubrimiento de Antonin Artaud, André Bretón, Tristan Tzara, nuestro Aldo Pellegrini… Y proseguí acentuando e intensificando la direccionalidad de mis búsquedas: Jean-Paul Sartre, Albert Camus, “los clásicos, que en los clásicos está todo” (como me dijo una vez alguien), Luis de Góngora, Francisco de Quevedo, Shakespeare, Cervantes, Voltaire, Descartes, Ernesto Sábato, los rusos, Roberto Arlt, Kafka, Leopoldo Marechal, Marx, los escritores del “boom”, T. S. Eliot, Pablo Neruda, Ernesto Cardenal, Rafael Alberti, Ezra Pound, los franceses, la generación española del ’27, H. P. Lovecraft, Henry Miller…

 

5 — ¿Y tus libros?

 

          CC — Procuran entablar un intercambio con el subconsciente del lector. Es probable que, a partir del segundo, cada poemario opere como síntesis de los anteriores, diversificándose aunque sosteniendo un mismo pulso. Por alguna suerte de organización dialéctica que se va reinventando a sí misma, las primeras preguntas están contenidas en las posteriores. “Los árboles del abismo”, por ejemplo, analizando ciertas sincronicidades, delata mucho de “Blues”. Quizás, el denominador común de mis poemarios recientes sea el de ir un poco a contrapelo de ciertas estéticas imperantes, al partir siempre desde la subjetividad en un “hacia” constante rumbo a lo exterior, en una conexión necesaria como una forma de delinear su propia estética, una especie de post-objetivismo, en el sentido en que la contradicción entre lo real y la mente se resuelve en símbolos propios, donde en ocasiones se trata de subvertir la imagen, para conceptualizarla y trastocarla. “La poesía se escribe siempre / vivir se vive siempre”, ha señalado Roberto Juarroz, una de las grandes voces de las últimas décadas de la poesía argentina (con Hugo Mujica, con Joaquín Giannuzzi, con Alberto Girri).

 

6 — Empezaste a colaborar con publicaciones periódicas un poco antes de que vos y yo nos contactáramos a través del correo postal.

 

          CC — Es posible. En 1989 asoman mis textos en el diario “El Tiempo”, de mi ciudad. Que es cuando trabo relación con tres escritores locales de la generación anterior: Gladys Barbosa Ehraije, con quien hice taller durante unos años, Roberto Glorioso y Dante Bustos, el que por entonces se hallaba al frente de la filial Azul de la SADE y del Círculo Literario Mitre, que editaba una revista de circulación nacional. A partir de estos estímulos fui colaborando en otros medios periódicos que a su vez me vincularon con Alberto Luis Ponzo, el primer poeta y ensayista que divulgó algún abordaje a mi obra incipiente, Alba Correa Escandell, Mario G. Linares, Alicia Gallegos, Ricardo Rubio, Susana Cattaneo, Antonio Aliberti, Graciela Susana Puente, Horacio Preler, Ana Emilia Lahitte, y algo más tarde, Hugo Mujica. De aquellos intercambios con colegas y maestros, recuerdo la vivencia intransferible de haber escuchado a Jorge Smerling recitando su poesía. Con el también azuleño Héctor Javier Belecco y otros jóvenes de mi edad, nos mantuvimos ligados al movimiento de revistas literarias a través de la publicación que él dirigía: “Lluvia de Vidrio”. Más tarde co-dirigimos “Dioses del Sótano”: tres números, la vida media de tantas de estas publicaciones. Es después de mi tercer poemario, en franca crisis del 2001, cuando percibiéndome con mayor madurez creativa, opté por armar una pequeña estructura independiente: Callvú Leovu Ediciones, desde la que fueron socializándose los tres libros siguientes. El último, prologado por Ricardo Rubio, apareció en su sello, La Luna Que. Mi octavo poemario, “Desnudos”, aparecerá a través de Editorial Azul.

 

7 — ¿Y tus otros intereses?

 

          CC — Me considero un melómano fervoroso del tango, el rock, la música clásica, el jazz… Y entusiasta de las artes plásticas y el cine. En “Los árboles del abismo” hay un poema inspirado en Thelonious Monk; en “Luciflor o la sangre”, una serie de textos concebidos a partir de libros y cuadros de contemporáneos. Soy futbolero: sanlorencista por herencia de mi padre, de pibe simpaticé con el River Plate de Ángel Labruna, en los setenta (todos somos hinchas de un segundo club…, al menos si nos apasiona el fútbol como arte). Soy también espectador de boxeo. Mi único vicio que ha quedado en pie es el del tabaco en pipa. Utilizo bastante las redes sociales, no reniego de la tecnología, aunque mi mejor compañía han sido y seguirán siendo los libros. Mi paso por el periodismo y los medios de comunicación se desarrolló más o menos así: entre 1988 y 1989 fui redactor de informativos en Radio Azul. A mediados de los noventa retorné en varias FM conduciendo micros de crítica literaria. En 2004/2005 llevé adelante el programa “Café de las Artes”, por FM Del Pueblo, que obtuvo su repercusión: allí intenté poner en práctica recursos de los innovadores de la radiofonía, como el manejo del “tempo”, los énfasis y los silencios a la manera del peruano Hugo Guerrero Marthineitz. Acerté menos en esta pretensión que en los contenidos del programa. Y en simultánea difundí innumerables artículos en diarios y revistas.

 

8 — Azul es…

 

          CC — …una ciudad rara por sus características de “ciudad culta”, pese a su reducida densidad demográfica. Posee la más importante colección de ediciones del Quijote fuera de España, en la Casa Ronco, que perteneciera a un mecenas bibliófilo: el Dr. Bartolomé J. Ronco; la preservación de este patrimonio le valió la designación de “Ciudad Cervantina de la Argentina” por parte de la Unesco y la realización del   Festival Cervantino anual. Azul tuvo su filial de SADE (la que debería restablecerse), es centro administrativo, cabecera de departamento judicial y centro productor esencialmente agrícola-ganadero, con carreras universitarias y considerable clase media, parte de la cual conforma un público numeroso para las expresiones artísticas. Como contrapartida, una larga historia de oportunidades desaprovechadas de desarrollo y apertura en todos los ámbitos. Por mi parte, a la manera de un heterónimo de Pessoa, encuentro en su rutinaria tranquilidad, en sus fácilmente observables crepúsculos sobre casas bajas y arboledas, un sitio pacífico para las perplejidades del pensamiento, que luego, a veces, se trasforman en creación literaria.

 

9 — ¿Escribiste cuentos, relatos?

 

          CC —Tengo una carpeta entera llena de cuentos guardada en mi escritorio. La mayoría es de larga data. En ellos abundan seres atormentados, demasiado parecidos al Meursault de “El extranjero” de Camus. En los últimos años accedí esporádicamente al género. Me he prometido sentarme algún día a leerlos y ver si este “corpus” de obra narrativa no envejeció mal y si, junto con algunos de los trabajos más recientes, tiene, en consecuencia, el perfil necesario como para vertebrar un libro. Con la prosa me llevo bien, tan bien como con una dama digna de respeto. Cordiales relaciones donde no falta alguna aviesa mirada equívoca. Pero con la prosa (particularmente con la ficción) me comporto como un caballero y me niego a perderle el respeto. Alguna vez me han señalado como “un buen crítico”. De hecho, he escrito comentarios de libros para revistas y diarios (“Tráfico Cultural”, “Maná Azul”, “Dioses del Sótano”,“El Tiempo”…), y algún prólogo. La crítica literaria me interesa, aunque para abordar, por ejemplo, una obra de largo aliento, debería encontrar un objeto de análisis lo suficientemente motivador.

El tema con la narrativa ficcional es que consiste en “conducir” al lector a su rol específico de una manera distinta que en la poesía. Hay que apuntar, de alguna manera, un poco más a su costado analítico. El lenguaje narrativo denota y no connota, por lo que es necesario estructurar conscientemente una construcción donde lo que se comunica sea precisamente lo que se quiere decir, como base de una historia determinada, y a partir de ahí diagramar el resto del juego. Admiro en esto al mal llamado “genero policial” que inauguró el gran Edgar Allan Poe con su C. Auguste Dupin en“Los crímenes de la calle Morgue”, y que explotaran tan bien Sir Arthur Conan Doyle, G. K. Chesterton y nuestra dupla Borges-Bioy Casares.

 

10 — ¿Qué desnudan, a quiénes, tu próximo poemario? ¿Qué tipo de “prendas” retiran?

 

          CC —“Desnudos” es un título para jugar con su doble acepción, en tanto que sustantivo y adjetivo. Los “desnudos” pictóricos de Paul Gauguin, por ejemplo y la “desnudez” del poema en su despojamiento, y el “te enterraré desnuda” de Roque Dalton. En la “desnudez” como metáfora busco una dualidad pulsional, una dualidad Eros–Tánatos, la velada comprensión de la desnudez primordial que acecha en el nacimiento, en el orgasmo, en la muerte.Es un libro de primordialidades, a contraviento de una época de atavío, de fetichismo del adorno y de la máscara.Es necesaria la desnudez.Recuerdo unos versos de “Los árboles del abismo”:

 

“Es necesaria

la desnudez.

 

La desnudez más roja.

 

La desnudez y el crimen.

 

Sólo así

valdrá la pena

haberle robado palabras

a

la incertidumbre.”

 

Con su artificio y pese a su ropaje entre surrealista y —hasta a veces— con toques de exteriorismo, creo que mi poesía nunca va a poder deshacerse de esa metafísica de lo elemental, de hablar sobre cuatro o cinco instancias capitales de la existencia. No escribo desde lo alegórico o desde lo coloquial o anecdótico…, no soy yo en ese terreno.

 

11 — ¿Qué opinión te merecen las poéticas del indio Rabindranath Tagore (1861-1941), la española Rosalía de Castro (1837-1885) y el salvadoreño, ya por vos mencionado, Roque Dalton (1935-1975)?

 

          CC —La pregunta, Rolando, parece conectar con el eclecticismo de mis lecturas. Soy un lector omnívoro. Lo aparentemente disímil suele tener un sutil vaso comunicante en el universo del arte. La de Tagore es inmensa, oceánicamente espiritual. Me produce cierto vértigo esta característica de su poética, algo parecido me sucede con Whitman. Es algo maravilloso que yo no sabría hacer: hilar largamente un texto en base al decurso de un sentimiento, por ejemplo el amor imposible o la nostalgia de la infancia. Comparando a los tres, si tuviera que elegir, presiento que envejeceré acercándome cada vez más a los ecos de Rosalía, a su poética que vino a engendrar parte de la moderna poesía española de fines del siglo XIX proyectándose hacia principios del XX(más allá de llevar ese estandarte de la belleza de la lengua gallega). Símbolo y “saudade” hay en Rosalía de Castro, en ese canto a la tierra, en el eco pueblerino de su carnadura, en la alegoría velada de  sus rumores de mar y de sus lutos. Roque Dalton, por su parte, es la justa medida de su tiempo. Hoy nadie podría escribir como él sin sonar a hueco o falso donde él sonaba admirablemente: y esos tañires nerudianos…; hace un rato hablé de “Desnuda” (texto inevitablemente evocado en mis “Desnudos”), quizás uno de los poemas más bellos de su obra.

 

12 — Hablemos de la poesía que irrumpe y se va estableciendo en el siglo actual. ¿Qué es lo que ves, qué autores te seducen y a cuáles resistís?

 

          CC —En mi etapa formativa el neobarroco era una especie de evangelio canónico, hoy superado por las nuevas generaciones. Se ven cada vez más poetas jóvenes que redescubren el objetivismo, la posibilidad de dotar de contenido poético a la realidad más prosaica y externa. Claro que esta suerte de “varita mágica” del poema no siempre funciona bien ni siempre sus resultados son óptimos. Advierto poetas jóvenes que escriben cosas interesantes aunque demasiado parecidas entre sí, cuesta encontrar una voz destacada y única. Es posible que las nuevas poéticas, desde el discurso, tengan que ajustar su postura acerca del posmodernismo como realidad que atraviesa la época, si se escribe “desde” o “contra” la muerte del significado. Hasta ahí mis resistencias. En cuanto a autores nuevos que me seduzcan, me voy a limitar a nombrar a alguien que, aunque muerto, es el más contemporáneo de todos y que podría considerar como el “padre literario” de los poetas de la generación posterior a la mía: el chileno Roberto Bolaño. Aunque falta perspectiva temporal en estas afirmaciones.

 

13 — ¿De qué modo no te das por vencido con un poema que no termina de conformarte? ¿Recordás en este sentido alguna curiosidad que te haya ocurrido?

 

          CC —Soy un obsesivo de la reescritura. Para mí un poema está en constante proceso de ser reescrito.El punto final de un texto es una decisión que termina por mostrar un estadio de la obra, que se torna así fluctuante, maleable, quizás peligrosamente maleable. Trato, consciente o inconscientemente, de aplicar criterios de composición sistemática, tomados prestados a la plástica en mi poesía, que tienen que ver con el equilibrio de “tonos” y la necesidad de que “el ojo” —en este caso— del que lee, recorra toda la composición para ir a desaguar precisamente en ese punto de conjunción del poema. Esa culminación conceptual —enmascarada o no— que todo poema tiene.Hay, claro, previsibles anécdotas acerca de textos interminables, por ejemplo haberme presentado a retirar un premio con una versión totalmente disímil de la premiada ya que el proceso de corrección había avanzado incontrolablemente. Leo en cualquier sitio, pero no escribo en otro sitio que en mi casa, no me inspiran los hoteles, los trenes o los bares. Amo el silencio como complemento necesario para que fluya lo que hay que decir.

 

14 — ¿Qué da a conocer el arte? ¿Cómo acceder a lo desconocido? ¿Qué escritores te iluminan —acaso hoy, más que ayer— en esa dirección?

 

          CC —La primera pregunta está íntimamente ligada con la segunda. El arte nos pasea por senderos desconocidos, por otras dimensiones de lo humano. Por obsesiones, miedos y profundidades de lo innominado. Trato de leer autores que hayan atravesado los rigores de este proceso y hayan logrado superar la barrera de la incomunicación que acecha siempre en todo objeto artístico. Y si no lo lograron, analizar las causas posibles. Me iluminan los de siempre. Quizás hoy más que ayer los de siempre: los clásicos. Los probados en la ardua tarea de plasmarse en la obra. No soy de leer mucho las “novedades” literarias ni a los autores de moda. Si estás angustiado por no poder comunicar, siempre es bueno volver, como si se tratara de un oasis, a Miguel de Cervantes, o a Jorge Luis Borges, o a Shakespeare: releerlos y volver a nutrirse en ellos, sin que haya otros secretos.

 

15 — ¿Cómo te llevás con la niebla o la bruma, y cómo con los relámpagos y los rayos? ¿Cómo con las heladas, la canícula, el viento huracanado?

 

          CC —La bruma y la niebla me dan una inexplicable sensación de pertenencia, que asocio, claro está, con inviernos a los que se resiste por medio de la lumbre, el humo del tabaco, el vino… La poesía y la música se oyen mejor en un entorno de niebla y de bruma. Los relámpagos y los rayos no tienen tal virtud pero suelen ser necesarios para equilibrar y limpiar. Las heladas, tanto como la bruma, son para vivirlas en los refugios, al igual que el viento huracanado. La canícula suele desatar mi lado hedonista, no sufro el calor y lo percibo siempre como una atmósfera de liberación de las represiones de la gente, las chicas con la desnudez a flor de piel, la sombra refrescante y el sol en un vitalista diálogo de intensidades…; en verano todo es más frívolo, más deliciosamente mundano.

 

16 — ¿Con cuáles de las siguientes consideraciones te sentís más próximo?: 1) Umberto Eco: “Yo definiría el efecto poético como la capacidad que exhibe un texto para continuar generando lecturas diferentes, sin ser consumido nunca por completo.”2) Kato Molinari: “La poesía es un estado impreciso, intenso y sobre todo propicio.” 3) Hugo Gola: “En un instante de inspiración o gracia, o como quiera llamársele, que viene más allá del lenguaje y que no tiene que ver con él, las palabras comienzan a ordenarse, a organizarse para crear una forma. El poema es esa forma.”

 

          CC —De las tres, la de Eco, sin duda. Tal como te dije recién, la obra no termina de escribirse nunca. Ese concepto de “apertura” de la obra me induce a recrearla y profundizarla como un todo cambiante, proceso que va direccionado hacia el gran actor: el lector. El lector que “es” porque lee, retomando una idea de Ricardo Piglia sobre Robinson Crusoe leyendo la Biblia en un ensayo imperdible: “El último lector”. Con respecto a la “inspiración” no la concibo tanto como un “estado de gracia” sino más bien como un instante de ruptura entre lo consciente y lo inconsciente. Tendríamos entonces que la inspiración no sería tal, sino que se trataría de un proceso auto exploratorio del autor que podría, inclusive, sistematizarse a fondo en caso de considerarlo necesario (y me acuerdo de los juegos “paranoico-críticos” de Salvador Dalí).Hay veces en que el mensaje poético se encuentra distante, muy distante, de la forma, que se resiste, y el poeta está llamado a vencer esa resistencia y a crear los atajos necesarios. En los pliegues de todo ese proceso subyace el acto de la creación.

 

17 — ¿Tenés, has tenido sobrenombres, apodos, hipocorísticos…? ¿Te agradan, te agradaban?¿Les has puesto sobrenombres a algunas personas?

 

          CC —Siempre me han llamado por mi nombre de pila; mi primer nombre es Carlos y mi segundo nombre, Juan. Mi padre se llamaba Juan Carlos y supongo que me bautizó con el orden de los nombres a la inversa para darme cierta identidad propia. Él era empleado público y un “peronista de Perón” sin nada de fanatismo, de aquellos cuyas infancias transcurrieron durante el primer peronismo, y que para muchos de ellos no meterse en política y ser peronista era casi lo mismo. Sé que Carlos es por Gardel y Juan por Perón. Volviendo a los sobrenombres, estimo que no he sido considerado un sujeto interesante para bautizarme con ellos, y menos con aquellos derivados de animales, juegos cacofónicos, características físicas…Recuerdo que hace poco leí un artículo atractivo sobre los apodos de los presidentes argentinos. Convengamos que tenemos un pueblo con un talento especial para esto. Otra cosa no se puede decir del ingenio colectivo que bautizó a José Félix Uriburu, nuestro primer presidente de facto, como “Las ocho y veinte”, por el dibujo que en su rostro trazaban sus bigotes…: creatividad popular en estado puro. No soy de colocar sobrenombres. Me encantan, eso sí, algunos nombres ficcionales como “Juntacadáveres” o “El Rufián Melancólico”, por ejemplo.

 

18 — Rodolfo Walsh supo aludir a sus “perplejidades íntimas”. Las habrás advertido, detectado. ¿Compartirás alguna con nosotros?

 

          CC —En ese sentido yo hablaría de la finitud, la íntima angustia, unamuniana, de que en algún momento este conglomerado de recuerdos, sentimientos, ideas, apetitos, goces, miedos y tantas otras cosas que constituyen mi conciencia, ese todo, algún día dejará de ser, para diluir mi “yo” y dispersarse en la nada. Quizás se la pueda catalogar de “íntima” puesto que casi no hablo de esto, pero juego con insistencia en torno a especulaciones cercanas al“dato capital de la muerte” (como escribiera Macedonio Fernández) y sus conjeturas de inexistencia y existencia. Esa sería una de mis “perplejidades íntimas”, o como diría yo —un poco bromeando—, mi “dasein” poético. Una problemática a la que no me refiero específicamente pero que sí aludo de manera constante en mi cotidianidad y —fundamentalmente— en mi obra. No sé si, en el fondo, mi obra trata sobre otra cosa.

 

19 — ¿Hay postres, guisos, sopas, comidas de tu niñez o adolescencia que te encantaban y que sin embargo, por alguna buena o inexistente razón, no hayas vuelto a comer?

 

          CC —Me gusta cocinar y cada tanto trato de hacer un “revival” de ciertas salsas que mi madre me preparaba en la niñez. No obstante, en mi adolescencia y primera juventud maltraté bastante el cuerpo, así que ahora cuido mi función hepática y no pruebo casi el alcohol, por ejemplo, salvo en circunstancias excepcionales; como dije antes, el tabaco es el único “inocente” vicio que me queda. De vez en cuando, por una cuestión de herencia, practico con alguna buena salsa italiana (una “putanesca”, con anchoas y especias, una “scarparo”). No he vuelto a probar algunas joyas de la cocina materna como el pescado al horno gratinado, que a mí nunca me saldría con ese justo equilibrio de sabores.

 

20 — Fuera del área de lo artístico, ¿a quiénes admirás?

 

          CC —Podríamos decir que la admiración es ese sentimiento de acercarse, a través de algo o de alguien, a lo inefable. Por debajo del amor y por encima del afecto (aunque muchas veces complementaria con ellos), la admiración es la comprensión de que se puede franquear lo que el mundo tiene de mediocre, y encarnar la idea de trascendencia en una persona, en una obra, en un ideario, en un estilo. Ya hace tiempo que dejé de admirar a personajes históricos o referentes ideológicos de los cuales sólo queda en pie, para mi punto de vista, su analizable costado humano, contradictorio y (obviamente) literario.Fuera de lo artístico quizás admire a un puñado de seres que también son artistas en lo suyo: algunos anónimos laburantes, a mi hija en lo lúdico de su inocencia, a mi mujer por apuntalar consecuentemente a lo largo de estos años a un tipo difícil como yo.

 

Carlos Cúccaro selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

 

No estamos

solos.

 

Está

esa insidiosa luz

que

se cuela

entre

los dedos.

 

No estamos

ni olvidados

ni

ocultos.

 

Está

el ansia.

 

Esa incertidumbre

que acecha

como

una araña

verde.

 

Y que

nos hace imaginar

que somos libres,

mientras

los ojos

se

nos secan.

                                                                                 (de “Blues”)

 

*

 

Telekinesis

del

caos.

 

No hay puntos fijos

para

no caer.

 

Ni canciones nuevas.

 

Ni relojes.

 

Comprensión

de la duda.

 

La belleza

y

el odio

son

una

misma

torre.

                                                                                      (de “Luciflor o la sangre”)

 

*

Circo carnal.

 

Eso es lo turbio

y lo quemante.

 

Circo carnal.

 

Deslinde peligroso

de

este juego

de luna y de cerveza.

 

Soy tu cuerpo.

Soy la mano carmesí.

Soy la daga-lobo.

Soy la miel en tu boca.

 

La soledad de todos

ha llegado al límite.

                                                                                                                   (de “Tharsis”)

 

*

 

Paisaje en llamas

 

Herido de inexistencia,

Dios

colgando

en el abismo

como

una orquídea de fuego.

 

La tarde calurosa

muriendo

en ecos

de música negra.

 

Los cuerpos desnudos y terribles

cayendo

entrelazados

en el túnel

de la ferocidad sin nombre.

 

Cámara lenta

que muestra

formas

danzantes

y furtivas.

 

Todo se desencadena

absurdamente

en la Gran Ciudad,

donde

vos y yo

permanecemos boca sobre boca,

perdidos

en

la sombra vertical

que nos oculta.

 

Sembradío de luces.

 

Vómito de estrellas.

                                                                                                  (de “Los árboles del abismo”)

 

*

 

Sobre la ruta,

el sonido

de la realidad,

como

un arco iris venenoso.

 

El poema en el aire.

 

Flotando,

entre

la horizontal planicie de tus ojos

y tu sombrero

de princesa.

 

El poema perdido.

 

El que no diré nunca.

                                                                                                (de “Los árboles del abismo”)

 

 

*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Azul y Buenos Aires, distantes entre sí unos 300 kilómetros, Carlos Cúccaro y Rolando Revagliatti,2016.

 

http://www.revagliatti.com.ar/030331.html

http://www.revagliatti.com.ar/070713_cuccaro.html

http://www.revagliatti.com.ar/000600.html

con Graciela Susana Puente

con Héctor J. Belecco

con Gladys Cepeda

con Ema Fernanda Vilches

Gladys Barbosa Ehraije y Horacio Preler

con Jorge Luis Estrella y Patricia Ortiz

Luciana A. Mellado: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

 

Luciana Mellado nació el 3 de marzo de 1975 en Buenos Aires, capital de la República Argentina, y reside en la ciudad de Comodoro Rivadavia, provincia de Chubut. Es Profesora y Licenciada en Letras, por la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, así como Magister en Literaturas Española y Latinoamericana, por la Universidad de Buenos Aires. Es investigadora y profesora en la carrera de Letras de la UNPSJB, en la sede de su ciudad. Colaboró con artículos en publicaciones universitarias arbitradas de Argentina, España, Nueva Zelanda, Chile y Alemania. Además de obtener numerosos premios y becas, participó como expositora y como poeta en congresos nacionales e internacionales. Es la compiladora de dos antologías editadas en soporte electrónico: “Máquina sur. Poesía actual de la Patagonia” (2013) y “Patagonia se dice en plural” (2015). En el género ensayo, en 2010 la UNPSJB editó su conferencia “La Patagonia y su literatura: unidad y diversidad multiforme” y en 2015 apareció su libro “Cartografías literarias de la Patagonia en la narrativa argentina de los noventa”. Poemarios publicados entre 2006 y 2014: “Las niñas del espejo”, “Crujir el habla”, “Aquí no vive nadie”, “El agua que tiembla” y “Animales pequeños”.

 

1 — De “La gran aldea”, al decir de Lucio Vicente López, a la ciudad más populosa de la provincia del Chubut.

 

          LM — Mi madre me llevó a la Patagonia, donde ella y toda mi familia materna residían, unos meses antes de cumplir el año. Desde entonces, salvo por viajes de estudio o trabajo, vivo en Comodoro Rivadavia. Y en el mismo barrio de mi infancia, que ha cambiado bastante y a la vez permanece igual en muchos aspectos. Cuando tenía siete u ocho años comencé a estudiar piano. Hasta que cumplí los quince. En ese lapso aprendí muchísimo, aprendí de todo menos a tocar el piano. Aprendí a leer notas, a reconocer ritmos, acentos, armonía. Creo que también en parte por mi dificultad para la ejecución y aquel misterio que es para mí “tocar de oído”, ejercité de un modo muy desarrollado la memoria. Ahora, puedo recordar con precisión fragmentos de textos literarios o teóricos. Por algún motivo, siempre que tengo algún interés, claro, repito mentalmente pasajes bibliográficos y los sigo repitiendo y van quedando, así, fijados a un ritmo antes que a unas palabras.

          En esa misma época comencé patín artístico. Amaba patinar. Fui a patín por dos o tres años en un club de mi barrio. Lo que más disfrutaba era la sensación de libertad cuando tomaba velocidad, relativa porque no era un lugar lo bastante grande desde mis ojos de adulta. El aire frío entrando por la nariz y golpeándote la cara.

          Como ves, en ninguna de las actividades preferidas de mi niñez, la palabra tenía un papel central; sí lo tenían la música, en la que porfiadamente insistí, y la expresión corporal, de la que tempranamente me desprendí. En 1984 falleció de forma trágica mi abuelo materno, mi abuelo Vito, el sol de mi infancia. Y entonces mi familia se apagó un poco. No fui más a patín, pero seguí con piano. Él no alcanzó a escucharme tocar el piano porque no teníamos piano en casa, y fue unos años después que mi madre logró comprarlo en Buenos Aires, en un importante comercio que se llamaba Casa América (¿seguirá existiendo?). Cuando el piano llegó a casa fue un acontecimiento. Una amiguita del barrio insistía en no creerme, no podía ser que tuviéramos un piano. En el medio empecé a leer los libros que mi mamá me regalaba y los que había en casa, que no eran muchos pero me resultaban atractivos por las imágenes que traían. Uno se titulaba “Las maravillas del mundo”, y sí que era asombroso mirar esos paisajes tan remotos para mí. Algunos eran de la Colección Billiken, tapas duras donde predominaba el color rojo: “Mujercitas”, “Papaíto piernas largas”, “Las mujercitas se casan”, “Corazón”. Estas lecturas, ahora que lo pienso, echaron distintas semillas en mi corazón, no sé si todas florecieron. Luego vino el colegio secundario, y allí se fue fortaleciendo mi vínculo con la literatura y sobre todo con la poesía.

 

          Una vez, Valeria Cervero, una poeta amiga, me consultó sobre mi primer escrito literario. Ella estaba compilando una producción de poesía para niños, me invitó a participar con unos textos y necesitaba este dato para la presentación. Recordé que en un cuaderno rojo, también de tapas duras, en tercer o cuarto grado escribí un cuento sobre una nube. Le había agregado el dibujo de una nube que sonreía. Nada más. Y también recordé que la maestra me escribió algunas palabras lindas, una felicitación supongo ahora.

          Mi secundaria la cursé en un colegio universitario que está ubicado en el mismo edificio donde ahora me desempeño como profesora en la carrera de Letras. Me impacta la distinta percepción del espacio que guardo de los lugares según pasan los años.

 

2 — Luego, tus carreras de grado.

 

          LM — Sí, en mi ciudad. Al principio de mi formación, durante un año y medio cursé en simultánea dos carreras: el Profesorado de Teatro, en el Instituto Superior de Formación Docente Artística, más comúnmente nombrado como Escuela de Arte, y el Profesorado en Letras. No me daba el cuerpo ni la cabeza para continuar con ambas, así que elegí, y elegí la literatura. Tempranamente ingresé a un equipo de investigación y desde entonces le dedico un espacio central a esta actividad. Tenía mucha curiosidad por el discurso del arte y una necesidad de practicar y encauzar mi expresividad; por eso sumé a estas dos actividades mi participación en un taller de escritura creativa, también por un lapso similar.

          Apenas concluí mi carrera, gané una beca de la Agencia de Cooperación Internacional Española para realizar una pasantía en una universidad de Tarragona. Allí estuve unos dos o tres meses colaborando en el dictado de dos cátedras, una de narrativa latinoamericana y otra de poesía argentina. Fue una hermosa experiencia, la primera vez que cruzaba el charco. Como el padre de mi abuela materna fue uno de los que vino buscando una mejor vida a principios del siglo XX a la Argentina, y fue a parar como peón de campo a la provincia de Santa Cruz, donde nació mi abuela, sin poder jamás regresar, recuerdo mucho mi llegada a España, el cielo anaranjado que me recibió y mi emoción por sentir de algún modo que era él quien volvía en mi mirada. Atesoro esa escena, y algunas clases, y los paisajes de Cataluña.

 

3 — Y regresaste.

 

          LM — Al volver me dediqué con intensidad a mi trabajo, y a la vez resguardé disponibilidad para la escritura, hasta que publiqué mi primer poemario en 2006; desde allí y cada dos años he publicado un libro de poemas. Cada uno responde a distintos juegos expresivos y comunicativos, y a la vez son hijos de una misma necesidad que no puedo verbalizar completamente. Si tuviera que darle un lugar diferenciado a las prácticas ligadas a la literatura, diría que el primer lugar en mi preferencia lo tiene la lectura, luego la escritura y luego la socialización de textos.

          He participado en diversos encuentros de poesía. Uno de los primeros, en 2009, fue el Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires. En una de las actividades, algunos de los poetas fuimos a la cárcel de mujeres de Ezeiza. Me resultó impactante. Recuerdo a Cecilia Perna, Aldo Novelli, Osías Stutman, Nicolás Rojo y Antonio Miranda. Sólo con Cecilia seguimos viéndonos con cierta frecuencia. Nos hicimos rápidamente amigas. Hubo quienes recitaron sus textos en esa ocasión. Yo no pude. Quedé muda. Me impactó ver a las mujeres, con sus hijos pequeños (varios, siendo amamantados), ahí encerradas, minúsculas en ese edificio gigante. Se me apagaron las palabras. Una de ellas compartió un poema que hablaba del disparo con que había matado a su marido. Ese poema fue esclarecedor para mí. Juro que escuché la descarga del arma. Después, en general, desprecio la endogamia literaria que se cultiva en muchos festivales. Me da sopor. Me gustan los encuentros donde se celebran los “cien colores del alma”, en palabras de José María Arguedas, y se desacraliza el asunto. Vivir en el sur de Argentina, una región periferizada (y no periférica), me viene bien, me aleja bastante de ciertas retóricas de moda y del influjo de las celebridades sacralizadas de las metrópolis. Vivir en la Patagonia me juega a favor, creo, porque no siento apuro ni obligación por leer los best seller del mercado o la crítica. El poeta fueguino Julio José Leite me explicó clarito este asunto: en el sur los poetas veíamos el mundo desde un embudo, y nosotros mirábamos por la parte inferior, por ese orificio, y por eso nuestra mirada del mundo siempre tendía a ampliarse, a ser universal. Es linda la imagen, y me parece una hipótesis atendible.

  

4 — Un año antes comenzaste a participar de un proyecto colectivo.

 

          LM — Ese proyecto se llama “Peces del Desierto”. Lo dirijo con Jorge Andrés Maldonado, mi compañero. Él también es poeta y docente. Como trabaja con adolescentes, en clases de literatura y talleres de derechos humanos, su experiencia ayudó a pensar, de partida, en la integración del sentido estético con el sentido formativo. Pensamos la belleza como derecho. La mayoría de los integrantes es además de artista, docente en ejercicio, por eso el grupo suma a las actividades de edición, otras de enseñanza y socialización. Nuestro lema es “poesía, agüita para tanta sed”. Es simple, varios artistas del sur argentino nos juntamos para crear y compartir prácticas en torno a la poesía. Hemos presentado decenas de libros, plaquetas literarias ilustradas, fanzines, performances, entrevistas audiovisuales a poetas y lecturas. El grupo nació en 2008 con el propósito de impulsar la participación e intervención cultural en el espacio público. El Proyecto recibió, entre otros reconocimientos, la Mención en el Concurso Nacional de Nuevas Revistas Culturales, organizado por la Secretaría de Cultura de la Nación (2010) y la Beca del Fondo Nacional de las Artes como Proyecto Grupal (2011). “Peces del Desierto” tiene además avales académicos de la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco, y desde este espacio generamos planes de formación y extensión en educación por el arte y gestión cultural. También participamos en actividades de educación formal e informal. En 2013, por ejemplo, fuimos invitados a presentar el proyecto a Valdivia, Chile, en el “V Congreso Internacional de Estudiantes de Posgrado”, que tenía un subtítulo genial: “Conocimientos y saberes, ¿para quién?”. Esa pregunta siempre movilizó a este grupo, desde su formación. De algún modo su nacimiento fue reactivo, reaccionamos a una respuesta restringida a esa pregunta. Poesía, ¿para quién? Arte, ¿para quién? Creímos y creemos que es importante ampliar la destinación del hecho artístico, de naturaleza social además de estética. Ahora estamos en la organización de las “II Jornadas Binacionales de Estudios de Culturas y Literaturas de la Patagonia”, que se realizarán en septiembre de este año 2016 en Comodoro Rivadavia. De la primera actividad que realizamos guardo una imagen que no vi sino que me contaron unas amigas a los pocos días: en la parada de colectivos, unos jóvenes casi niños, sentados en la vereda de una calle céntrica, leían un tríptico de poesía. El sol caía, el viento soplaba, y ellos no movían más que los ojos. Estaban leyendo la primera plaqueta de poesía de “Peces del Desierto”, plaqueta de distribución gratuita. 

 

5 — Trasladémonos un poco más lejos: a Alemania.

 

          LM — He leído mi poesía en el Festival “Cinco Sentidos” de Jena, en noviembre de 2015. Apenas volví a mi casa pensé en escribir la experiencia no sólo de esto sino de todo el viaje de varios meses, que fue magnífico; pero no lo hice. Leímos, junto con Jorge, en una torre medieval, cuyo nombre no recuerdo ni podría pronunciar, en el centro de la ciudad. Allí, esa noche, o tarde porque era el invierno allá, había personas que hablaban el castellano porque estudiaban en la Universidad en esta lengua. Unos colegas tradujeron al alemán algunos poemas y los proyectaban en una de las paredes del lugar. No tengo idea qué se entendió pero tampoco tengo idea nunca, más allá de la lengua, de qué entienden los otros que escuchan o leen mis textos. Y eso está bien porque la ilusión del control y de la interpretación plena es muy dañina. La poesía es escenario de libertad, el lenguaje es, como ya se dijo tantas veces, una cárcel; así que creo que jugamos, más allá de los códigos, a la libertad ese día, en las tierras donde predicó Lutero. Canté unas coplas, nada que ver, no soy cantante ni tengo buena voz, pero a veces me desubico con alguna cosa en mis lecturas, algo que viene del corazón empuja y sale; quizás es el pudor el que me empuja a ser impúdica en algunas ocasiones.

          De ese viaje me traje un amigo, David Foitzick, sureño como yo, pero de Chile; y el sabor riquísimo de las cervezas de trigo y la experiencia de un taller de poesía que dicté en la Universidad. De ese taller recuerdo, por ejemplo, a Sofía Lavista, científica argentina especializada en microbiología, y en el estudio del olfato de las moscas, que asistió religiosamente al taller, con un entusiasmo contagioso. Entrerriana, cómo no va a sentirse convocada por la poesía, con tanto río, verde y juanes eles  —le escribí hace poco. Ella me regaló una fruta que nunca había comido, parecía un pomelo, amarillo, cítrico, pero como si se reunieran tres o incluso cuatro pomelos en una misma esfera. Alemania me llenó los ojos hasta desbordarlos.

 

6 — Redes temáticas: participás de dos; una de ellas, internacional.

 

          LM — Precisamente en Jena, Alemania: la Thematisches Netzwerk de la Universidad Friedrich Schiller, centrada en el estudio de la Patagonia desde la interdisciplinariedad; y la otra, la nacional, es la Red Interuniversitaria de Estudios de Literaturas de la Argentina (RELA), focalizada en promover una perspectiva federal y pluralizar los mapas de la literatura nacional. Me siento muy feliz colaborando en ambas redes. Ingresé primero a la RELA, en 2013, cuando conocí a su coordinadora de ese entonces, la Dra. Alejandra Nallim, quien me invitó a Jujuy a dictar un taller sobre la poesía del sur, y me enseñó que la lejanía es una versión de la distancia que puede revertirse y subvertirse. Jujuy, aproximadamente a 2.900 kilómetros de mi casa, empezó a estar cerca. La Dra. Claudia Hammerschmid es la coordinadora de la red con sede central en Alemania, a la que ingresé en el año 2015. Claudia es alemana, pero habla perfecto el castellano, incluso podría decirse que habla perfecto el argentino/porteño. Huidobro advirtió que “el adjetivo, cuando no da vida, mata”, y juro que soy respetuosa de esta advertencia, pero de ambas, de Claudia y de Alejandra, críticas e investigadoras de fuste, debo decir que son generosas, humildes, respetuosas y cálidas. Y no exagero. Esta semejanza no es coincidencia, sino que pareciera ser el perfil de las personas que apuestan al trabajo en red, que propende a la horizontalidad, a la fraternidad y al respeto por la diversidad. Hago hincapié en estas dos mujeres basándome también en una preferencia, la de la recuperación de los nombres propios por sobre las abstracciones.

 

7 — Tenés tu experiencia como entrevistadora de poetas.

 

          LM — Se han difundido en tres ediciones de la Revista “Argus-a Artes & Humanidades”. La primera se la realicé al escritor Raúl Artola, y se publicó en noviembre de 2013 con el título “La literatura patagónica: esta lenta construcción de un nosotros”. La segunda, a la poeta Graciela Cros, y se editó en abril de 2014 con el título “El iceberg de Hemingway: lo no dicho que todo lo sostiene”. La tercera, titulada “Diálogo con la poeta Concha García”, y publicada en octubre de 2014, fue realizada a esta poeta y crítica española. No fui una buena entrevistadora pero los tres fueron excelentes entrevistados. Se dio la compensación. A los tres los conozco y respeto, y los tres dieron respuestas que me hicieron repensar mis propias prácticas discursivas. Tardé mucho en editar porque me propuse hacer dialogar las respuestas con textos poéticos de cada uno de ellos. Fue un berretín, pero me hizo tomar una productiva distancia. Uso las entrevistas como material en mis talleres y clases. Los tres dan respuestas incómodas en varios momentos, piedritas en los zapatos para caminar con conciencia de la propia caminata, conciencia crítica diría Edward Said. Los tres juegan con los silencios y las preguntas, y ese juego del lenguaje siempre es necesario. 

 

8 — Para todos, pero acaso especialmente para quienes no dispongan de información suficiente sobre la Patagonia: ¿por qué la Patagonia se dice en plural…?

 

          LM — Por causas complejas de resumir, pero que se retrotraen a los relatos de los primeros viajeros extranjeros que pisaron el territorio que hoy llamamos Patagonia; nuestro espacio se ha diseñado como una geografía imaginaria uniforme, estereotipada como un paisaje de grandes distancias, vacío y soledad.  En el “Primer viaje en torno del globo”, Antonio Pigafetta narra por vez primera la llegada de los europeos a la región, en 1520, con la expedición de Fernando de Magallanes, que hace puerto en la costa patagónica. Con este texto se inaugura e inmortaliza la idea del gigantismo de los indígenas patagónicos, asociados para siempre tanto al nombre como a las extensiones del lugar que de allí en adelante llevará la marca de la exageración. Esa exageración a su vez se liga a la dificultad para dominar el territorio que preocupó tanto a los proyectos coloniales como posteriormente a los nacionales. Quienes vivimos en la Patagonia, y aquí tenemos nuestro lugar de enunciación, sabemos, sentimos y experimentamos la irrealidad de las definiciones del sur como “terra incognita” o “res nullius”. El sur es mi domicilio existencial, por eso mismo nunca podrá ser una obligación temática. Escribir de la Patagonia es prescindible. Pienso, al igual que varios de los escritores que recordé en esta entrevista, que la patria es la infancia, y que para un escritor la patria es la lengua y ese territorio nunca es geométrico ni inalterable.

 

9 — Es a la docente en Literatura Latinoamericana a quien le requiero que nos trasmita a qué escritores de la Patria Grande más valora y de quiénes más disfruta.

 

          LM — Uno puede valorar según su conocimiento, y no conozco esas literaturas por igual. Aun así tengo preferencias y me temo que seré muy tradicional en mis respuestas. Por ejemplo, de Chile, a Vicente Huidobro, Pablo Neruda y María Luisa Bombal; de Bolivia, a Jaime Sáenz y a Adela Zamudio; de Perú, a César Vallejo y José María Arguedas; de Colombia, a José Eustasio Rivera; de El Salvador, a Roque Dalton; de Nicaragua, a Rubén Darío; de México, a Sor Juana Inés de la Cruz y Octavio Paz. Coinciden los nombres de quienes más valoro con el de quienes más disfruto como lectora en todos los casos. Igualmente quiero aclarar que esta lista que hoy formulo está bajo el estricto y variable influjo de mi propio presente, por lo que no es improbable su modificación.

 

10 — “Fuegia” de Eduardo Belgrano Rawson es una novela notable. Acaso opines como yo, puesto que uno de tus ensayos parte de ella.

 

          LM — Sí, es una novela excepcional. Belgrano Rawson cuestiona la versión dominante de la Patagonia fueguina que instalaron las narrativas fundacionales, tanto coloniales como nacionales, y recuerda la estructura de violencia sobre la que se construyó como geografía imaginaria. En esta novela, el autor deja de lado el verosímil realista y juega con la ambigüedad, la multiplicidad y la fragmentación como principios constructivos. El texto muestra los efectos económicos y sociales del eurocapitalismo en la Patagonia. Desde el título, la propuesta narrativa es original. Fuegia, la niña yámana secuestrada por Robert Fitz Roy, nunca es mencionada en el interior de la novela. Él intenta, dice en una entrevista, y lo logra, sacarse de encima la historia. El libro realiza un doble movimiento de revisión histórica y de indagación literaria. Problematiza la legibilidad histórica del espacio de la Patagonia como referencia monovalente y estable de lo real.

          En la novela, los personajes perciben y describen la Patagonia desde un constante desplazamiento; sus movimientos trazan un mapa de la región, centrado en la experiencia como núcleo de sentido y en los vínculos diferenciales con el espacio. La Patagonia se pluraliza por la polifonía del relato y la multiplicidad de personajes de las historias. Hay voces adheridas al valor testimonial de la referencia histórica, mixturadas con otras provenientes de la invención, voces que ejemplifican una heteroglosia emparejada por la lengua mayor y nacional en que se las recuerda, y en voces de distintos grupos sociales que se disputan la hegemonía por el sentido histórico de los espacios del sur. Esto que vengo diciendo hace que esta novela sea, desde mi punto de vista, riquísima y admirable. 

 

11 — ¿Y tu experiencia como bloguera?

 

          LM — Tengo un blog, http://enlapiznegro.blogspot.com.ar/, desde principios de 2007. Utilizo este espacio para difundir textos propios, de otros poetas, gacetillas de actividades literarias y culturales e información que considero interesante. Lo creé por varios motivos. Por una parte, me atrajo ampliar mis comunicaciones respecto del ejercicio literario, participar de una interacción más dinámica, incluso poder tener acceso a lo que otras personas (escritores o no) publican en sus blogs. Por otra parte, quería desacralizar el asunto de la escritura y darle lugar a lo intempestivo e inconcluso. El nombre del blog informa de este sentido. Comparto escritos “en lápiz negro”, es decir, textos en su estado larval, borrador, provisorio. Algunos después son poemas o relatos, otros quedan así nomás y el blog, con su “archivo” histórico me recuerda esto. En los últimos dos años ha sido menos frecuente mi intervención por ese medio.

 

12 — Así comienza el décimo capítulo de “El ojo del grillo”, novela del estadounidense James Sallis: “En una época, ciertas palabras se zambullían en mi conciencia, negándose a que las desalojara. Una vez fue (…); otra (…)” ¿Recordás algunas que “se te zambulleran y se negaran a ser desalojadas”?

 

          LM — Un  montón. Cuerpo y palabra creo que son las dos más insistentes. Son verdaderas okupas en el nido de mi conciencia.

 

13 — ¿Libros a los que regresás intermitentemente?

 

          LM — “Poeta en Nueva York” de Federico García Lorca, “Poesía no completa” de Wislawa Szymborska, “Los ríos profundos” de José María Arguedas, “Historias de cronopios y de famas” de Julio Cortázar. Después vuelvo a textos sueltos, por ejemplo, siempre, por una cosa u otra, algún poema de Adrienne Rich, José Watanabe o Juan Gelman andan entre mis lecturas.

 

14 — ¿Cuánta  (de qué modos) autobiografía hay en lo que escribís?

 

          LM — No sé muy bien qué responder. La experiencia personal siempre está, sólo que a veces no es tematizada o recuperada explícitamente como símbolo o materia poética. En ocasiones escribo “yo” con la manifiesta intención de advertir la arbitrariedad del signo lingüístico que me nombra. Hay libros donde lo biográfico tiene más presencia y otros donde mi experiencia es una sombra liviana. Creo que no me planteo el tema de las fronteras o los paisajes de lo autobiográfico al escribir. Sí, casi siempre, es alguna cuestión de mi propia vida lo que me entusiasma o me obliga a escribir. Tengo desde adolescente diarios personales, así que mi escritura más catártica, intimista y emotiva va por otros cauces, que seguramente no agotan las imágenes discursivas que de mi propia vida elaboro.   

 

15 — ¿Acordarías con el escritor Luis Benítez en que de las corrientes poéticas consagradas del siglo XX, las más interesantes son “el imaginismo anglosajón y el hermetismo y el neorrealismo italiano”?

 

          LM — No. No acuerdo con esta afirmación en particular ni con ninguna que esté formulada en términos tajantes y restrictivos, además de eurocentrados. Conozco, con desigual profundidad, ambas corrientes, y las aprecio, como valoro otras. En este tipo de aseveraciones hay que ponerle la lupa a los adjetivos. Es decir, “consagradas” e “interesantes” permiten e incluso demandan preguntas del tipo: ¿para quién?, ¿desde qué lugar?, ¿según qué parámetros? No conozco el contexto de enunciación de esta cita, y quizás ése sea el motivo de mi distancia. Te cuento, a riesgo de ser aún más parcial en la respuesta, que para mi formación como lectora fueron más importantes el modernismo latinoamericano (que si bien fue finisecular ingresó a la primera década del siglo XX) y la generación del ‘27 española.

 

16 — Hablemos de lo que no elejiste: el Profesorado de Teatro.

 

          LM — Me gusta el teatro, leerlo, asistir a las puestas en escena, comentarlo incluso. Fantaseé de adolescente con la actuación, pero jamás me imaginé como docente en esta área. En mi recuerdo, que puede ser un lente deforme, para cursar un par de materias de actuación, debía soportar media docena de materias teóricas sobre pedagogía, didáctica y otras ligadas a la tarea docente y a los futuros alumnos. No soporté el aburrimiento.

 

17 — Pianistas: ¿El polaco Arthur Rubinstein (1887-1982), la colombiana Teresita Gómez (1943), el norteamericano Chick Corea (1941), la argentina Martha Argerich (1941) o el chileno Claudio Arrau (1903-1991)?

 

          LM — De esta lista conozco y he escuchado sólo a dos, a Corea y a Martha Argerich, a quien prefiero porque sí. Dice George Steiner que “cuando habla de música, el lenguaje cojea”, y yo le hago caso y no agrego nada.

 

18 — ¿Podrías establecer qué autores te han tornado mejor lectora o escritora?

 

          LM — No sé si colaboran en que sea mejor escritora, pero sí sé que son fundamentales en relación con mi trabajo con el lenguaje, las personas de la vida real más que los libros. El modo en que habla mi abuela, cómo relata sus recuerdos o los acontecimientos domésticos, es mi fuente de constante aprendizaje. También las formas en que mi mamá dice con silencios, por poner otro ejemplo. Así, dentro del hogar pero también fuera. Me impactan cómo hablan las personas, sus ritmos, sus latiguillos, sus pausas, sus modos de paladear o de tragar el aire y los sonidos de las palabras. Ahora, pensando estrictamente en literatura escrita, los autores son muchos pero siempre cultivan la poesía. El cuidado que los poetas tienen por el lenguaje y sus pliegues es raro de encontrar en autores de otros géneros; no es imposible pero es infrecuente. 

 

19 — “El agua que tiembla” concluye con tres escenas y ¿siete? son los personajes.

 

          LM — Son tres hermanos y una voz femenina al final. Quizás te parecieron siete porque duplicaste las imágenes de Cecilio, Lauro y Julien, los piratas de los que hablo alegóricamente. Me encantó escribir ese libro. Fue un juego que me divirtió y me dejó satisfecha. La clave de su propósito está en su epígrafe, de Pompeyo Magno, “Navegar es necesario, vivir no”. Ese viaje es un desplazamiento por muchas profundidades y capas de sentidos, pero fundamentalmente por la propia escritura. Es quizás el libro más hermético para mí misma, que ahora, interrogada por su naturaleza, me quedo corta de palabras, naufrago también, y sobrevivo.

 

20 — ¿Que reflexiones te provocan la evolución de tu escritura poética y ensayística, las constantes y los momentos de inflexión? ¿En qué estás trabajando actualmente?

 

          LM — Estas dos escrituras, muchas veces, comparten intensidades. Ambas formulan preguntas todo el tiempo, tocan oscuridades, balbucean. Reconozco las diferencias, pero no se me hacen incompatibles. La ensayística tiene más sociabilidad previa; suelo publicar en revistas académicas versiones progresivas de alguna investigación. Así, voy realizando correcciones y los últimos escritos me dejan más conforme. Con la poesía no pasa esto. La corrección, que siempre está, es puertas adentro. No publico hasta que estoy conforme, pero aun así, después puede surgir el deseo de modificar algún aspecto, casi siempre rítmico.

          En este momento estoy trabajando con dos libros, uno de ensayo y otro de poesía. No puedo adelantar más porque son frutas inmaduras todavía, casi verdes.

 

21 — Tu último viaje a Europa fue en 2016.

 

          LM — Sí, fue un viaje de un mes, muy grato. A principios de julio presenté una conferencia, “Las aldeas y los mundos en la poesía contemporánea de la Patagonia”, en la ciudad de Barcelona, gracias a la invitación de la poeta española Concha García, y en los días finales de ese mes participé de un congreso de Literatura Latinoamericana en la ciudad de Jena. Y esta vez con dos grandes poetas del sur argentino y chileno, Jorge Spíndola y Sergio Mansilla Torres. Me siento cómoda en Alemania, aunque apenas sepa decir un puñado de palabras en la lengua de Schiller y de Goethe. Sé agradecer, pedir disculpas y más cerveza, y esas tres cosas son pocas pero importantes. 

 

Luciana A. Mellado selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

VII

 

¿Ve aquel mundo de al lado

que huele a tomillo y laurel?

 

Lo ve. Mírelo.

 

Usted también.

 

¿Ve a la mujer de trenza larga

como hondura de cielo?

 

¿La ve?

 

Está sentada en un banquito

torciéndose las manos

con lanas y con hilos.

 

¿Y a la mujer callada

que curte cueros

para hacer quillangos?

 

¿La ve?

 

De zorro son, sí,

y de caracul.

 

¿Y a la niña muerta

con ojos de eclipse?

 

¿La ve?

 

Es tan bella y pequeña

como una mariposa azul.

 

¿Y aquella calle que atraviesa

la puerta, la ve?

 

Por esa calle se fue mi hija,

la mayor.

                                                                                                   (de “Aquí no vive nadie”)

 

 

XIII

 

La vida trastumbada la suspiro entre palomas
que florecen en la infancia
cuando el palomar era en el patio
sobre el galpón de chapa
un agujero y un hombre
que no vuelve todavía
de la muerte.

Después
la hospitalidad me abrió las piernas
y dejé pasar a peregrinos,
viajeros, indigentes y fugados
que dejaron la puerta de mi casa
llena de cadáveres.

                                                                                                   (de “Aquí no vive nadie”)

 

XXIII

 

Como un nido de barro

era mi casa

con paredes y cal

en blanco y rosa.

 

Eran lindos colores,

sí eran lindos.

 

La cal eran las piedras

de un pozo hondo.

 

¡Qué fuerte brillaba el sol

desde allá abajo!

 

En el pozo había pájaros

y sombras

pichones que caían

de los nidos.

 

Mi pueblo era pequeño

hija

como todos los pueblos.

                                                                                                   (de “Aquí no vive nadie”)

 

 

El método formal

 

Cuánta oscuridad viaja

en la sangre.

 

Todo se duplica desde el ojo:

el miedo a la guerra, a estar viva de nuevo,

el diario de Tolstoi diciéndome

no recuerdo si limpié el desván.

 

Hoy empecé a ver doble

nuevamente:

 

el cuerpo habla

si lo dejan. 

                                                                                                    (de “Animales pequeños”)

 

 

La siesta

                                           para Andy, cada vez

 

Crece el silencio

adentro
de las cosas.

La siesta te abraza.

Nadie prende velas
bajo una luz rabiosa.

El único que importa
está durmiendo

lejos de esta boca
que quiere hablar
está durmiendo.

Bajo el sol excesivo
me falta
que despiertes.

                                                                                                    (de “Animales pequeños”)

 

 

lengua afuera de la perra adentro
 

tu aliento, creación de madera 
busca pocos alimentos
 

esa trampa nunca te hará libre
por más que insistas en belleza
 

tu hambre viene de lejos
de otro frío
de otra noche
 

¿podrías jurar que sentís tristeza?
¿alegría?
 

ahora mismo podés ser la perra afuera
no metafóricamente
la perra afuera
 

el universo te cabe en una mano
plegado como un origami puede pasar
debajo de todas las puertas
 

¿estás triste todavía?

¿estás adolorida?
 

son los ovarios
la sangre que hablan
pero no duelen los ovarios
dicen
y si no duelen

no existen

 

podés ser la perra ahora mismo 
afuera
 

escuchar el frío podés
escuchar los ojos que miran con otra lengua
otras leyes y sanciones

 

¿Kafka se lavaría las manos

con jabón blanco?
 

la higiene es importante
 

pero el goce no aprecia la limpieza
y sus fríos
 

la limpieza amansa el cuerpo real
porque le teme
 

hay que lavar las impudicias
la sangre que no se note
la sangre que no se note
 

y esos perros olfateando

la entrepierna
siempre
animales
 

la sangre se escapa porque la perra

es cachorra todavía
no la necesita
 

la perra está adentro
 

con un cuerpo dicho
desmejorado
sangra
 

el juego de la belleza

no tiene apuro
 

una palabra para decir quiénes somos

no es posible
porque una lengua no se tiene
porque un cuerpo no se tiene
 

lo que se tiene son cosas
y solo las cosas pueden ser dichas 
 

la sangre es un aliento rojo
que está afuera y adentro
y no sabe
no espera
no explica
no necesita nada
no está pensando en el cumpleaños de su madre
doliéndose los ovarios
 

esto es una silla
esto es una letra
esto es un suspiro entre tanta asfixia
legislativa y policial
 

serás feliz
serás algo
serás alguien
serás normal
serás mujer
bandera
 

serás el patio de un colegio
 

y amarilleando crece en la memoria
la noche orinada en un ladrillo
por qué mamá mis riñones no andan
tu padre
el cuerpo de tu padre y de sus padres 
y sus padres y padres
vienen con mal riñón
 

vengo de ese riñón y el tiempo sigue picoteando
 

tengo miedo mamá
el ladrillo está caliente
y la noche fría
 

afuera la perra que soy está callada
y adentro
ladra

ladra

ladra

 

                                                                                                    (de “Animales pequeños”)

 

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Comodoro Rivadavia y Buenos Aires, distantes entre sí unos 1700 kilómetros, Luciana A. Mellado y Rolando Revagliatti.

www.revagliatti.com.ar

Luciana Mellado con Rafael Urretabizkaya

 con Graciela Cros

con Fernanda Maciorowski, Cover Flopa Remix, Graciela Cros y Tomás Watkins

con Graciela Cros, Liliana Ancalao y  María José Abeijón

con Florencia Luchetti, Jorge Maldonado, Sandra Escobar Ginés,  Marisa Negri,  Javier Galarza y Valeria Cervero

con Dante Sepúlveda

Inés Legarreta: sus respuestas, prosas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

 

Inés Legarreta nació el 30 de junio de 1951 en Chivilcoy, ciudad en la que reside, provincia de Buenos Aires, Argentina. Es Profesora de Castellano, Literatura y Latín. Su quehacer literario se ha difundido en numerosos medios gráficos y digitales. Cuentos y relatos suyos han sido traducidos al inglés, italiano y alemán. Entre otras, fue incluida en las siguientes antologías: “Los cuentos de la granja” (España, 1995), “Antología de poetas y narradores chivilcoyanos” (1993), “Metáfora plural” (1991), “Pasacalles” (1999), “Cuentos sin permiso” (con selección y prólogo de Angélica Gorodischer, 1999), “Brujas” (2000), “Cuentos históricos argentinos” (2000), “Nachts bin ich dein pferd. Erotische geschichten aus argentienien” (Suiza, 2000). Ha obtenido primeros premios y reconocimientos por su trayectoria otorgados por instituciones y organismos gubernamentales y privados. Publicó en narrativa breve “En el bosque y otros cuentos” (1990), “Su segundo deseo” (1997), “La dama habló y otras páginas” (2004), “La turbulencia del aire” (2012), “La imprecisa voz que me sueña” (2014), y dos nouvelles: “El abrazo que se va” (2008) y “Tristeza de verse lejos” (2010). Acaba de aparecer su primer poemario: “La puntada invisible”(Ediciones en Danza).

 

1 — ¿Recordamos?...

 

          IL — Recordarnos y seleccionarnos. Recordamos y recortamos. Recordamos y creamos. En esto de mirar hacia atrás para vernos, siempre haremos un cuento, una nouvelle, una novela, hasta una saga, si nos da el aliento. Y en el caso de que hubiéramos llegado a cierta excelsitud, un solo poema. No es mi caso. De manera que, para ordenarme, pensaré en capítulos con títulos incorporados, los cuales (capítulos y títulos), por supuesto, se disgregarán al escribir, se esfumarán en lo real de la vida vivida. Pero soy escritora, así que, como dijo el maestro Juan Rulfo, mentiré lo más que pueda, lo mejor que pueda, para decir la verdad.

 

Infancia y adolescencia. Recuerdo dos casas. Una antigua, alquilada, en donde vivíamos hasta que mi padre construyó la definitiva. La entrada tenía dos escalones de mármol y un zaguán que daba a la sala de recibimiento, lugar en donde esperaban los pacientes de mi padre, que era médico. A la derecha de esa sala había una puerta que comunicaba con el consultorio propiamente dicho; de ese lugar tengo un recuerdo confuso, oscuro, siempre como en la bruma, porque yo era muy chica entonces y no nos dejaban entrar al consultorio de papá. Luego venían las habitaciones, una detrás de la otra, un baño principal y el recorte de un gran comedor que quedaba en el medio de la casa, entre los dos patios, el de adelante y el de atrás; el de atrás tenía una parte embaldosada adornada con canteros y macetas y otra, de tierra, con algunas plantas: a este patio daban la cocina, la despensa, la sala de planchar y la habitación y baño de servicio. Un verano, en el segundo patio, nos pusieron una enorme pileta de lona y fue maravilloso: zambullirnos después de las cuatro de la tarde, nosotros tres: mi hermano mayor y mi hermana (yo era la del medio) y los vecinitos de al lado: un chico y una chica que cuando nos mudamos dejamos de ver porque al tiempo se fueron a Buenos Aires. Otra tarde, a la hora de la siesta, hicimos una guerra con pelotitas de barro: además de nosotros, una de las paredes quedó repleta de municiones y estallidos marrones: habían pintado hacía muy poco, así que cuando papá se levantó, a mi hermano y a mí (a mi hermana menor, no) nos puso en penitencia mirando la pared durante una o dos horas. Al final, terminé llorando y me levantó la penitencia antes de que se cumpliera el plazo. Mi hermano la sufrió entera. Fue algo que se repitió casi siempre: las mujeres nos salvábamos llorando. Mientras viví en esa casa todavía no iba a la escuela; empecé directamente en primer grado, sin haber pasado por el jardín de infantes, el año que nos mudamos a la casa definitiva. El primer recuerdo es éste: una escuela imponente, de piedra gris, que ocupaba toda una manzana (la misma de hoy), con un patio inmenso y yo atravesándolo de la mano de mamá. La señorita nos recibe, mamá me da un beso y se va. Y me pareció que se me abría la inmensidad. Entramos al aula después de hacer fila y tomar distancia con el brazo extendido. La señorita nos dice: “Saquen el cuadernito y hagan un dibujo, cualquiera, lo que les guste”. Dibujé una bandera argentina con un mástil alto, alto, de línea temblorosa. Estaba muerta de susto. Pero enseguida se me pasó: la escuela no me resultó difícil, aprender a escribir me gustaba, leer también. Siempre levantaba la mano para pasar a leer. Sería porque mi primera lectura parada al frente de la clase, sosteniendo el libro con una sola mano, fue vergonzante: no había practicado lo suficiente y dije de corrido la primera oración, después fue un silabeo titubeante hasta que la señorita me hizo sentar, entonces, creo, decidí que “eso” no me pasaría más. En tercer grado escribí una composición que dio la vuelta el patio y llegó hasta el Director de Primaria y Secundaria (en el Normal estaban los dos niveles de enseñanza); parece que llamaron a mis padres para felicitarlos, pero no me enteré: me enteré muchos años después, en un viaje en tren, cuando casualmente (ya estaba estudiando en tu ciudad el profesorado de Literatura) me senté al lado de una de mis maestras de primaria. Ella me lo contó. Me dijo: “Pero claro, cómo no vas a estudiar literatura si a los ocho años ya eras escritora”. Pero en esa época no me consideraba escritora, ni soñaba con serlo. Tampoco después. Ni en la secundaria ni durante el profesorado. Nunca pensé que sería escritora: fue algo tardío, inesperado, muy parecido a la locura, que se me impuso. Algo que no pude eludir y que estalló —como los misiles de barro en la pared de la primera casa— después de los años de horror, después de un tiempo de exilio, cuando ya estaba casada y tenía a mis tres hijos. Creo que mi vida literaria se basa en la negación. Primero y por mucho tiempo dije y digo no. Después el sí se impone por venganza, con la fuerza propia de lo negado. Pero el sí tiene que hacer un largo y dificultoso camino para convencerme, seguramente por mi fuerte ascendencia vasca. Años de análisis no han logrado borrar ese punto inicial de negativa. Es cierto que, ahora, después de siete libros publicados de narrativa, le digo sí a la poesía. Ya no puedo resistirme a su ligereza profunda, a su transparencia, su fugacidad; la manera de entronizar el instante para después huir, desaparecer dejando una estela, algo en el aire parecido a un perfume raro. Ya no puedo negarme a ella, está en mis manos y en mi boca y es tan natural escribirla como caminar. Me parece necesario aclarar que siempre pero siempre consideré a la poesía como el género matriz, la última y la primera letra, el Bien: de ahí también el respeto, casi reverencial que siento por ella. De ahí que aunque no escribiera poesía siempre leí a los grandes poetas a la par de los grandes narradores y, por lo mismo, creo, cuando le di salida a los versos, no me resultó extraña. A partir de la publicación del libro de relatos oníricos “La imprecisa voz que me sueña”, la poesía empezó a ocupar el lugar que tiene ahora: todo el tiempo, todas las lecturas, casi lo único que me interesa.

 

2 — Qué habrá marcado tu escritura.

 

          IL — La segunda y definitiva casa la marcó. Una casa de dos plantas, construida a gusto de mis padres, que ocupaba una esquina y se alargaba hacia las dos calles laterales, un estilizado chalet californiano con paredes de ladrillo visto, ventanas guillotina inglesas y puertas pintadas de blanco, con un porche de acceso a la entrada principal y otra entrada secundaria en una de las calles laterales; ahí estaba el consultorio de papá y luego el garaje con portón vidriado.

          Fue concebida con todos los adelantos de la época: nosotros (mi familia, mis hermanos y yo) gozamos del privilegio de la calefacción central cuando en el pueblo por muchos años, décadas en realidad, la mayoría se calentaba con estufas a kerosén o a gas; la casa era innovadora, además, por la cantidad de baños y toilettes, los detalles de confort en las habitaciones, por los ambientes muy amplios, cuarto de estudio, terrazas y sótano que funcionó como bodega-cava de mi padre. En la planta baja estaban la cocina, la antecocina, el living enorme con una gran chimenea y bar incorporado, el consultorio con su biblioteca empotrada y la sala de espera. Se llegaba a la planta alta por la escalera que nacía en el medio del living, arriba, después del rellano, estaban los dormitorios y baños principales; pero también desde la cocina nacía otra escalera que iba a la parte de servicio: lavadero y dependencias.

          En mi adolescencia transformamos la habitación de servicio en cuarto de estudio: quizás el lugar que más disfruté de la casa: ahí charlábamos incontables horas con mis amigas, estudiábamos, fumábamos, escuchábamos long-plays en el winco; ahí escribí frenéticamente: llené hojas y hojas de cuadernos con apuntes, poemas, notas, reflexiones, relatos, cuentos, ideas: todo esto finalmente, lo perdí. Los cuadernos desaparecieron. Lo advertí mucho tiempo después, cuando ya estaba estudiando en Buenos Aires; un día quise releerlos y no los encontré, los busqué por toda la casa y no estaban. No tengo dudas de que mi madre con su manía de orden y limpieza los tiró; yo tenía una letra imposible y era muy desprolija; al abrir los cuadernos, las tachaduras y correcciones saltaban a la vista y dejaban ver el mapa furibundo de una adolescente inquisitiva: no era lo que mi madre esperaba de mí. Supongo. Pero no sé quién otro pudo animarse a tirarlos sin decirme una palabra.

La casa tenía dos terrazas: la interna, pegada al lavadero, en donde se tendía la ropa a secar y otra externa, en la planta alta, a la que se accedía desde el dormitorio de mis padres y ocupaba toda la esquina: cuando la casa estaba en construcción, yo pensaba que usaríamos esa terraza para tomar aire en verano, para sentarnos con algo fresco a disfrutar de la vista, que sería un lugar social, de reunión con amigos, pero eso sucedió muy pocas veces; nos asomamos a la baranda de madera algún día de carnaval cuando el corso llegaba justo hasta la esquina o en algún cumpleaños o festejo familiar. Se usó muy poco.

¿Por qué hablo tanto de la casa? Porque la escuché antes de que la construyeran en la voz de mi padre y después la vi erguirse como una montaña, porque la escalé de su mano a través de una escalerita endeble que los obreros usaban para llevar lo necesario al gran espacio abierto que sería la planta alta, porque él me indicó “allá estará tu habitación”, “acá estaremos tu mamá y yo”, “allá será la habitación de tu hermano”… y todo esto en medio del cielo, casi tocando las nubes. Y también porque esa casa soñada fue el lugar de encierro de mi madre. Esa casa única en su edificación, hito urbano en el pueblo, lugar del deseo para los que la mirabaal pasar, sin embargo, escondía a alguien. “¿Entra la luz en tu casa?” “¿Por qué siempre los postigos cerrados?” Con los años, se transformó en un castillo inexpugnable, una fortaleza, el caparazón de un alma que se mantuvo silente ahí adentro, protegida del mundo: mi madre.

Pero la casa le dio, sin embargo, a mi madre (y en consecuencia también a mí) una salida: la lectura, la biblioteca. En realidad, las bibliotecas. La del escritorio de mi padre, conformada principalmente por libros de historia argentina y universal, política, ensayos y colecciones de autores que admiraba; por ejemplo, la colección completa de la obras de Domingo F. Sarmiento, la cual, en su ancianidad, decidió donar a la escuela rural en donde había cursado los primeros años de la primaria: entonces vivía con su familia en un campo a pocas leguas de la ciudad y siempre recordó los viajes a caballo para llegar a la escuelita.

Y la biblioteca que adornaba el living y era “propiedad” de mi madre: novelas de autores argentinos, ingleses, franceses, libros de viajes, de cuentos, libros de arte, diccionarios enciclopédicos, libros y revistas en francés (mi madre era profesora de francés, pero nunca ejerció) y todo lo que la Editorial Sur editó mientras Victoria Ocampo estuvo viva, y también todo lo que se siguió editando en la Editorial Sur después del fallecimiento de Victoria, porque una prima hermana de mamá —María René Cura (Miné)— fue amiga dilecta y colaboradora de la célebre escritora hasta sus últimos días. Entre éstas, las bibliotecas de mi casa, la de la escuela Normal a la que asistí en la primaria y secundaria, y la de la Biblioteca Popular “Antonio Novaro” de Chivilcoy, transcurrieron mis pasos en pos de incansables y casi inagotables búsquedas literarias: leí de todo, sin orden, sin consultar, sin juicio previo, sin seleccionar entre alto o bajo, sagrado, consagrado o popular, entendiendo y no entendiendo, mezclando como dice el tango “la Biblia con el calefón”. Nunca volví a leer (la poesía me ha acercado a ese desorden sistemático) con tal ferocidad, con tanto hambre. Me quedaba hasta altas horas de la noche con la luz prendida hasta que mamá venía y me la apagaba: “Mañana tenés escuela y no hay quién te despierte”.

Sonará raro pero no lo es en realidad: aunque he escrito mucho sobre la casa, sus habitantes y los fantasmas, hasta ahora casi todo permanece inédito. Como si todavía no hubiese llegado el tiempo de sacar a la luz un mundo que ya no está. La casa paterna fue vendida, ya no nos pertenece. Las personas, los objetos, las escenas no están. Paso caminando, la miro desde afuera, está habitada por otros y la extrañeza me invade. ¿Quién era, quién es la que habitó en esa casa? ¿Qué pasó? Debo seguir indagando…

 

3 — Sí, indagando.

 

          IL — Todo lo que he contado, sin embargo, es apenas la base, el sustento sobre el cual se fue forjando mi vocación por los libros; pero la escritura propiamente dicha viene —lo creo firmemente— de los increíbles relatos que mi abuela materna nos hacía a mi hermana y a mí cuando nos quedábamos a dormir en su casa. También de una manera de comunicarme a través de cartitas, notas, páginas, que me resultaba absolutamente natural y simple: antes que hablar, escribir.Si tenía algún problema, escribía. Si quería decir algo especial, si quería expresarme libremente, si estaba disgustada, escribía. Como si la primera forma de comunicación no hubiese sido oral sino escrita. Así que creo que se juntaron, principal y puntualmente, los relatos de mi abuela materna y una tendencia innata hacia la forma de expresión escrita para hacer de mí lo que soy.

Mi abuela había nacido, se había criado y vivido hasta después de su casamiento y nacimiento de sus tres hijos (mi madre era la del medio) en una quinta-boliche de campo llamada “El Recreo”, que todavía sigue estando en Chivilcoy —ahora como Casa familiar-Museo— . En 1881, en el predio que recibiera su mujer como regalo de casamiento, mi bisabuelo, un genovés culto y progresista, levantó la casa y el boliche, y, un poco más tarde, utilizó parte del espacio para agregar además de cancha de bochas y otros juegos, un bellísimo jardín que fue diseñado por un conocido paisajista de Buenos Aires: paseo arbolado, con canteros simétricos y laberintos de arbustos, y con las más variadas y exóticas flores y plantas que le brindaban al paseante sensaciones, colores y aromas diferentes. Se convirtió en un lugar de “recreo” para la clase acomodada del pueblo (nota: Chivilcoy tiene, aproximadamente, 70.000 habitantes. Por lo tanto es una ciudad. Hago esta aclaración porque yo siempre lo nombro “pueblo”; esto es por la forma cercana de las relaciones entre vecinos y conocidos que, por lo menos mi generación y las anteriores, tuvimos) y hasta de familias de Buenos Aires vinculadas con Chivilcoy. De ahí el nombre (“El Recreo”) y de ahí que el inventario anecdótico de mi abuela oscilara entre sabrosas y picantes escenas de amor, fuga o desencuentros entre conspicuos personajes de la época —algunas francamente lanzadas, otras misteriosas o desopilantes para los oídos de unas niñas como nosotras—,  a los entuertos y lances de cuchilleros, borrachos y parroquianos de toda laya (diría el Maestro Borges) que acudían diariamente al boliche. Nunca me cansaba de escucharla, le pedía una y otra vez que me las contara. “Pero si ya las sabés de memoria”, me decía la abuela. “No importa, contame la de la mujer en bata de seda, con el monito tití en el hombro, que se escapó con el hermano del marido.” “Y era morfinómano”, decía la abuela. “¿Qué es morfinómano?” Suspiraba: “Tomaba algo para vivir mejor.”“Ahhhhh, bueno, contame.” ¡Qué maravilla! Nunca le terminaré de agradecer a mi abuela Clorinda su desparpajo, su humor, su falta de prejuicios. Mamá se enojaba.

 

4 — Ya que aludiste a un paisajista, hablemos del paisaje.

 

          IL — Así como los relatos de mi abuela fueron inaugurales, también hay un paisaje que es el mío. El campo, la llanura, los bichos, los animales, los árboles, el viento. El sol del atardecer, la luz del amanecer. Cierta brusquedad de algunos olores, la irrupción del canto de los pájaros, el ruido del viento entre las hojas, el cielo por todos lados, arriba y abajo, según se lo mire. Y una manera de respirar del que está acostumbrado a los grandes espacios que se transmite a la escritura. Luego, en lo cotidiano, el patio, la cocina, las campanadas de la iglesia, el  ruido de la calle, los canteros con flores, el sauce del fondo de mi casa.

Aunque vivo en dos lugares, mi paisaje es uno.

 

5 — ¿Lecturas?...

 

          IL — No voy  hacer el listado de nombres de mis lecturas infantiles porque considero que se parece al de cualquier niño ávido que tiene a mano lo que quiere: sólo rescataré la colección completa del escritor brasileño Monteiro Lobato, tesoro facilitado por la prima hermana de mi madre (Miné), quien se ocupó de encauzar, en cierta forma, mis lecturas. Mucho  tiempo después encontré, en un cuento de la maravillosa Clarice Lispector, algo parecido a lo que me sucedió a mí: en “Felicidad clandestina” describe el placer inconmensurable que le provocaba leer la serie “Naricitas” de Monteiro Lobato y las maniobras —perversas— que debía soportar de una amiga gorda y fea, pero poseedora de esos tesoros, para poder disfrutarlos.

De mi adolescencia, rescataré del fárrago profuso, dos momentos: “La náusea” de Jean-Paul Sartre (horas y horas y noches y noches leyendo lo que no terminaba de entender pero que me fascinaba) y el golpe a la estructura de lo literario escolar formal que fue “Rayuela” y los cuentos de Julio Cortázar. Dicho sea de paso, Miné fue alumna predilecta de Cortázar en los años que estuvo dando clases en la Escuela Normal de Chivilcoy (donde yo estudié), sostuvo con él una nutrida correspondencia y lo trató a posteriori al entrar en el círculo de Victoria Ocampo y su editorial.

Los poetas de la adolescencia fueron Pablo Neruda a partir de sus “Veinte poemas de amor y una canción desesperada” y Alfonsina Storni, con su voz de mujer y la manera de hacerse un lugar en un mundo de hombres.

 

6 — ¿Y después de la secundaria?

 

          IL — Me instalé en Buenos Aires para estudiar Literatura en el Profesorado Nacional “Joaquín V. González” de Avenida de Mayo y Lima (en aquel entonces). Antes de sufrir aquellos años oscurísimos, debo decir que para mí Buenos Aires fue una fiesta. La secundaria en Chivilcoy no fue más que el paso necesario para irme a vivir a la capital: no sentí ninguna nostalgia ni añoranza porque dejaba el pueblo; no lloré en la fiesta de despedida, como la mayoría de mis compañeros, porque terminaba un ciclo: yo quería irme. Un mundo lleno de posibilidades, encuentros, eventos, experiencias vitales y sociales se abrió ante mí y lo gocé con la libertad entre comunitaria, de compromiso y hippie de aquellos famosos años 70 que terminaron con el baño de sangre que todos conocemos. Los famosos 70. Al principio viví en un pensionado de monjas (con reglamentos que transgredíamos sin mayor problema); al fin del segundo año me casé con mi actual marido, Enrique, y nos instalamos en su departamento, en donde, al tiempo, nació mi primer hijo: Nicolás. Enrique militaba en la Juventud Peronista y yo también hasta que quedé embarazada; de ahí que vivimos el Proceso como casi todos los jóvenes de esa época: viendo de qué manera la violencia y las persecuciones se volvían procedimientos habituales y cotidianos. Seguí estudiando hasta que nos volvimos a Chivilcoy, porque las cosas se habían puesto muy difíciles, pensamos que estaríamos mejor, pero nos equivocamos: después del secuestro y muerte de un amigo, un grupo no identificado nos fue a buscar al departamento de Buenos Aires, lo cual nos obligó a salir del país por un tiempo. Estuvimos en Uruguay con la idea de ir a España, pero, finalmente, después de algunos meses, volvimos a Argentina. Entonces nació mi segundo hijo, Juan Enrique: casi al mismo tiempo terminé el Profesorado de Letras en la ciudad de Mercedes, distante a una hora de Chivilcoy. Enseguida, creo que como una afirmación de la vida, nació mi tercer hijo: la única mujer, Josefina.

En todo este tiempo no escribí NADA. Cuando entré en el “Joaquín V. González”, de gran nivel formativo por los excelentes profesores y la trayectoria de la institución, ocurrió, sin embargo, que tuve la mala suerte de tener en primer año la excepción que confirma la regla: una señora que dictaba clases de Retórica desde unas fichas amarillas y polvorientas que había que memorizar; ella nos dijo: “Olvídense de escribir, acá no vienen a ser escritores, vienen a ser profesores”. También nos dijo que nos olvidáramos de Cortázar (que era profesor) porque era un caso extraordinario (tenía razón) y ninguno de nosotros lo era ni lo sería. Lápida a mis escritos, que acepté mansamente. Quizás también porque había demasiada vida, demasiado movimiento y efervescencia como para ponerse a escribir en soledad. Lo cierto es que se inicia un largo, muy largo período en donde no escribo nada. Y cuando digo nada es nada. Fueron casi quince años. Esa nada literaria, ese desierto, ese descampado, se extendió desde los diecinueve, veinte años hasta pasados los treinta, en realidad, hasta los treinta y tres (la edad de Cristo) cuando, con mis hijos bastante crecidos, pensé que me estaba volviendo—literalmente— loca. Era exactamente lo que sentía: que algo parecido a la locura me venía ganando las horas, no tenía paz ni tranquilidad, no había cosa o lugar en donde estuviera completa, no sabía por qué estaba donde estaba a pesar de que mi entorno y vida familiar eran “normales”; vivía atravesada por un inmenso desorden. La imagen que tengo es la de un collar de perlas rompiéndose en el aire, las perlas cayendo y dispersándose por el piso, perdiéndose debajo de los muebles, entre las pelusas y la mugre, en la oscuridad y yo mirando.

          Hasta que una tarde, sentada a la sombra de un árbol, en la hora de la siesta (estábamos en el campo de un amigo), tomé birome y papel y me puse a escribir. A la noche leí a mis amigos un cuento con vampiros. Ese fue el principio de la sanidad, o al menos, el escape de la locura. Volver a escribir. Escribir. Escribir. Respirar. El desierto quedó atrás.

 

7 — Retomaste, obviamente, el camino.

 

          IL — E inicié la rutina de los viajes semanales desde Chivilcoy a Buenos Aires, costumbre que nunca más abandoné; de hecho, puedo decir que vivo mitad y mitad, y a la manera de Sarmiento soy provinciana en Buenos Aires y porteña en Chivilcoy. No puedo prescindir de ninguno de los dos lugares: mi vida es un eterno ida y vuelta.

Como había empezado a escribir cuentos busqué maestros por el lado de ese género riguroso, difícil, exacto: el primero fue Isidoro Blaisten; el segundo Juan José Hernández y el tercero Santiago Kovadloff. Asistí, a lo largo de los años, a sus talleres y cada uno de ellos jugó un rol decisivo en mi desarrollo (aparte de lo formal que ya traía por el profesorado): les estoy profundamente agradecida porque se brindaron con generosidad y sin complacencias, me acompañaron en las publicaciones de mis primeros libros y, con el paso del tiempo, se convirtieron en muy buenos amigos. Isidoro y Juan José ya no están pero siguen presentes, sigo respetando muchos de sus consejos y recomendaciones literarias. Grandes Maestros que tuve el privilegio y el honor de disfrutar, además de conocer en sus clases a varios de los amigos escritores con quienes en el presente intercambiamos experiencias, lecturas, charlas, encuentros, congresos. Sólo por nombrar algunos: Ana María Torres, Adela Sorrentino, Mabel Pagano, Beatriz Isoldi, Laura Nicastro, Rebeca Fraga, Ana Caballero, Lía Rosa Gálvez, Lucía Gálvez, Françoise Toledano…y si mal no recuerdo, con vos, Rolando, nos cruzamos en un taller del queridísimo Juan José Hernández. ¿Estoy equivocada?

 

8 — Compartimos, Inés, exactamente un encuentro de taller grupal coordinado por Juan José. Seguí con él pero en clases individuales. Y vos fundarías poco después tu propio taller literario en Chivilcoy.

 

          IL — En 1983. Con un grupo de alumnos que, años más tarde, tendrían sus propios talleres. Lo mantuve durante doce años, al cabo de los cuales, di por terminada esa tarea. Después organicé cafés literarios, lecturas y otras actividades en Chivilcoy, al tiempo que hacía más o menos lo mismo en Buenos Aires; en 1990 había publicado mi primer libro de cuentos y eso trajo lo que todos conocemos: nuevas relaciones y la entrada a un medio escurridizo y difícil al que uno se va acostumbrando. Luego vinieron los demás libros y, con ellos, la continuidad de una vida laboral intensa que sigue hasta ahora. Por suerte. No sabría hacer otra cosa. 

En 2005 creamos la revista literaria “Fledermaus” (digital e impresa) junto a Hernán Ronsino, Zulma Zubillaga, Griselda Marenda (en el primer número estuvo también Raúl Barbalace): lo resalto porque fue una muy buena experiencia que duró siete años, casi un récord para una revista pensada, diseñada y editada en Chivilcoy, aunque con colaboraciones de escritores contemporáneos argentinos y textos de autores universales.

Chivilcoy tiene una larga tradición en revistas y diarios literarios, casi desde su fundación: el hecho de que muchos de sus primeros habitantes fueran chacareros extranjeros venidos a estas tierras gracias al impulso inmigratorio de Sarmiento, marca una línea que sigue hasta nuestros días. Leían y escribían, gustaban de la música y de las expresiones artísticas. (Nota familiar: en “El Recreo” mi bisabuelo pasaba óperas en su gramófono una vez por semana: sentados en el gran patio los vecinos de las quintas y los gauchos escuchaban a los grandes tenores de la época.) Se destacan momentos como las intervenciones del poeta Carlos Ortiz, muy vinculado al modernismo, y claro está, la época de Cortázar en Chivilcoy (revista “Oeste”), pero hubo diversas publicaciones, algunas de las cuales, salieron durante varios años, como las de Miguel Torres, Diego Rositto, Raúl Barbalece, Carlos Costanzo, etc.

“Fledermaus” se destacó por la cuidadísima edición, la selección de material literario y gráfico, la calidad del papel y una línea editorial que mantuvo determinados valores ligados a la seriedad conceptual en el tratamiento de lo que sabemos es la materia básica del escritor: la lengua. Nosotros la pensábamos, buscábamos el material, nos conectábamos con importantes autores para pedirles textos que —debo decirlo—siempre se brindaron, sin pedir un peso y con la mayor disponibilidad. Estoy hablando,por ejemplo, de María Granata, Jorge Ariel Madrazo, Ángela Pradelli, Leonardo Martínez, Jorge Paolantonio, Luisa Peluffo, Laura Fava, Luis Tedesco, Ricardo Mariño, Hebe Uhart, Juan José Delaney, Juan Carlos Bustriazo Ortiz (a través de Cristian Aliaga), Javier Villafañe, etc. La lista es larga y prestigiosa porque, como ya dije, “Fledermaus” salió al ritmo de tres números (marzo-julio-noviembre) por año durante siete años. Algunas tapas fueron obras cedidas de la misma generosa manera por artistas contemporáneos argentinos como Miguel Ronsino, Inés Vega, Marcelo Mosqueira y el fotógrafo Daniel Muchiut; otras veces elegíamos obras clásicas universales. Hicimos también entrevistas a Andrés Rivera, Marcelo Cohen, Luis Pescetti, María Granata y otros. En algunos números adjuntábamos un dossier específico, tal el caso del dedicado a la literatura infantil o al teatro argentino contemporáneo. Creo que fue un buen intento, del que estábamos —todos los integrantes del staff permanente— y estamos hasta el día de la fecha muy orgullosos. Nos ganó, al final, el desaliento por la poca repercusión de lectores y la merma acentuada de ventas aún en ambientes que se suponían “propicios”…; en fin, ahí está en la Biblioteca Popular “Antonio Novaro” la colección completa de la revista.

 

9 — ¿Y ahora?

 

          IL — Sigo casada con Enrique. Mis tres hijos se casaron y tengo cuatro nietos, pronto llegará el quinto. Mantengo los amigos de siempre, he hecho otros, nuevos y valiosos, que me ayudan a vivir mejor. La familia y los amigos han ocupado y ocupan un lugar muy importante en mi vida.Sigo escribiendo, leyendo, pensando. La poesía me ha ganado por completo. Leo y mezclo autores con la misma ferocidad de aquella  adolescente que fui; esto me gusta, sentir que un género tan “serio”, tan “sagrado” y respetado me haya metido de nuevo y de lleno en una especie de revuelta juvenil. Inmensidad de la belleza. Borges tenía razón: hay que leer por placer, el mundo está lleno de libros y autores que nos esperan. Los poetas son infinitos y yo voy detrás de ellos…Salto de un autor a otro, de una escuela a otra, de sensibilidad en sensibilidad. Baldomero Fernández Moreno, Aldo Oliva, Susana Thénon, Constantino Cavafis, Salvatore Quasimodo, Wislawa Szymborska, Joaquín Giannuzzi, Luis Tedesco, Olga Orozco, Jorge Leonidas Escudero, Hugo Padeletti, Idea Vilariño, Juanele Ortiz, Ezra Pound, Emily Dickinson, Paul Eluard, Alejandro Schmidt, Pier Paolo Pasolini, Wallace Stevens, Marosa di Giorgio, Vicente Huidobro, César Vallejo, Nazim Hikmet, Eugenio Montale…

Siempre he tratado de mantener cierto equilibrio entre la vida social que se impone en este medio y la necesaria  soledad del escritor: hay épocas de mayor exposición y otras, de recogimiento. Me sirve mucho el hecho de vivir —o de intercambiar— en dos lugares: si estoy en Chivilcoy, en general, hago una vida más metida para adentro. Tengo mi taller-estudio en el fondo de la casa, está separado de la edificación central por un patio y un pequeño muro, de manera que me voy a “atrás” y ahí me aíslo. (Claro que con las “nets”, uno puede escribir en cualquier lugar, si es necesario).

Aunque no lo parezca soy una persona solitaria. Me gusta el silencio. De ahí, del aire, de la ausencia de palabra, viene la poesía. Hay que estar atento porque enseguida se va. No es como la narrativa que se queda. La poesía se va rápido, los distraídos no son poetas.

 

10 — Victoria Ocampo (1890-1979). Te habrás imbuido de su prosa con toda esa… densidadfamiliar. ¿Y de Silvina Ocampo (1903-1993)?...

 

          IL —Con Victoria Ocampo tuve una relación de amor-odio: estaba tan presente en la vida familiar, era casi como una comensal más a la mesa (quizás exagero un poco) que, pasada la infancia, empecé a distanciarme deliberadamente de todo lo que era y representaba: un Tótem, algo intocable, una especie de señora inmarcesible a la que había que rendirse…; ahí la descubrí a Silvina, con su desparpajo e irreverencia y me vino genial. Además el tándem Bioy Casares – Silvina – Borges, ¡era imbatible! En principio, me intrigó el por qué de la tirria entre las hermanas (en casa sólo se conocía y repetía la versión Victoria), y después, realmente, me di cuenta de la enorme escritora que era Silvina, siempre entre colosos, como si no brillara con luz propia. Y su literatura tan fuera del canon, inusual, algo perversa, con una lucidez… Me encantan también muchos de sus poemas.

Pero, para poner las cosas en su lugar, no dejo de reconocer —ahora que ya he crecido (sic)— la prosa clara y elegante de Victoria en sus “Testimonios”. Y claro está, la extraordinaria labor de difusión, a través de Sur, de autores norteamericanos, ingleses, franceses, filósofos y pensadores modernos, autores noveles argentinos como Cortázar, a quien le publicaron el famoso cuento “Casa tomada”; es decir, una trayectoria que grandes de la literatura latinoamericana como los mexicanos Carlos Fuentes y Octavio Paz han reconocido sin empacho. 

Así, creo, cada hermana ocupa el lugar que merece en mi biblioteca.

 

11 — Has escrito cuentos japoneses.

 

          IL —Siempre me sentí atraída por el arte oriental, especialmente, el japonés. Las geishas, su vestimenta y peinados, la manera de caminar deslizándose, la finura en la ceremonia del té, la destreza en el uso del abanico, los bailes, el canto y la música en esos ambientes austeros de puertas corredizas y lámparas de papel, con muy pocos —aunque exquisitos— elementos de decoración, me generaron desde chica el deseo de acercarme a ese mundo extraordinario, lejano y tan diferente al nuestro en todo. Luego, se acrecentó aquel deseo ingenuo, con la admiración de los grandes maestros del dibujo, la pintura y el grabado, sobre todo, a los del famoso período conocido como del “Ukiyo- e” o “Del mundo flotante”, es decir, la vida de las cortesanas y su entorno en el momento de mayor esplendor de la ciudad de Edo: color, sutileza de la línea, costumbrismo en las estampas y dibujos de Hokusai, Utamaro, Hiroshige, Kunishoshi, Eishi, Hasuiy tantos otros, quienes componen un conjunto artístico que no deja de maravillar a artistas occidentales, como le sucedió a Claude Monet y a Paul Cézanne. A esto, obviamente, hay que agregar las lecturas de “El libro de la almohada” de la cortesana imperial Sei Shonagon, y los “Cuentos de Ise” de Ariwara No Nahiro (dos libros que corresponden a la Edad Media), además de las novelas y cuentos de los grandes maestros de la literatura japonesa contemporánea: Yasunari Kawabata, Kazuhiko Mishima, Kenzaburo Oe, Harubi Murakami, Akutagawa Ryunosuke…;

tampoco puedo dejar de mencionar la cinematografía del genial Akira Kurosawa. Casi todos los autores que mencioné trabajaron la gran tradición japonesa junto con las formas que propuso la literatura occidental, fundamentalmente a través de William Faulkner, James Joyce, Virginia Woolf (por nombrar algunos), de manera que incorporaron y mezclaron lo nuevo con lo viejo: el resultado fue un impulso que cambió la literatura japonesa y la llevó a ser lo que es.

¡Y me olvidaba de los haikus! ¡Ese género poético de la sutileza del instante! Con el gran maestro Matsuo Basho. En fin, a vuelo de pájaro, he tratado de mostrar que, a pesar de no saber japonés y de no haber hecho estudios sistemáticos, algo del clima inherente a su cultura, los elementos y posicionamientos básicos de esa sociedad —hoy súper industrializada y a la cabeza de la modernización capitalista—me llegaron a través de lo que en forma escueta he mencionado. 

Ahora voy al grano. Escribí el primer cuento de “La turbulencia del aire” a partir de una estampa de Hasui: una mujer, solitaria, luchando por caminar bajo una tormenta de nieve. El viento le da vuelta la sombrilla, está sola en la calle. Es la imagen misma de la desolación. Imaginé que era una geisha vieja, que había perdido todo su prestigio y posición social, que el camino hacia el barrio alejado donde vivía era como caminar hacia la muerte… Después vino otra imagen y otra y otra: me di cuenta de que tenía que seguir escribiendo y así llegué a formar un libro en donde también aparecen las contradicciones del Japón actual. Se lo di a leer a unos amigos argentinos de ascendencia japonesa por parte de padre y madre, que hablan japonés fluidamente y mantienen los vínculos con los familiares de “allá”. Me hicieron una devolución con la cortesía que los caracteriza: estaban muy agradecidos porque yo, una “gaijin” (extranjera), me hubiera interesado en su cultura, escribía como “gaijin”; es cierto, pero había llegado a captar lo japonés en la no linealidad, la forma indirecta y leve en la expresión, decir algo de manera que el interlocutor lo interprete; el discurso directo en Japón es sinónimo de mala educación y hasta de brutalidad, puntualizaron. También lo había logrado en la marcación del cambio de las estaciones, el lugar de los ancianos en la sociedad, la importancia de los detalles. Y veían en el libro respeto sin snobismo. Me quedé tranquila porque mientras lo escribía —muchas veces— había pensado que estaba cometiendo un sacrilegio. Para muchos fue un libro raro. No para mí. En todo caso, tan raro como todo lo que escribo, todo lo que me aparece como deseo y sigo.  

 

12 — Los títulos de tus dos novelas breves remiten al alejarse, a la distancia. Comentarios bibliográficos me enteran de que el tango las une.

 

          IL —“El abrazo que se va” y “Tristeza de verse lejos” son nouvelles independientes, pero, claro, las une el tango y los protagonistas. Y pueden ser leídas como un díptico. Hay como una contradicción o un juego de opuestos entre lejanía y tango bailado porque si algo determina al baile de tango es el cuerpo, la proximidad y sintonía de dos cuerpos que en el abrazo funcionan como uno. Así que hablar de distancia, de alejarse en el brazo, es tratar de crear otro espacio, quizás, en el plano de la espiritualidad. O como alguien dijo: “En el abrazo hay lugar para un tercero, en el medio está el otro”. Los protagonistas, en las dos nouvelles, son una mujer que ha dejado atrás la juventud, una escritora que está atravesando un período de sequía literaria y un joven bailarín de tango, sin demasiada formación cultural: entre ellos pasarán y no pasarán cosas (el deseo en sus distintas formas),mientras que aparecen los temas fundamentales: escribir-bailar/ cuerpo-espíritu/ movimiento-quietud/ juventud-vejez/ comunicación-incomunicación. La estructura de “El abrazo que se va” se basa en capítulos breves con títulos que anuncian lo que vendrá: por ejemplo “El abrazo”, “Elegancia”, “Las manos”, “El salto”; algunos brevísimos pueden ser leídos como microficciones. En cambio, “Tristeza de verse lejos” está dividida en cuatro capítulos más extensos que los de “El abrazo…”; no forcé en nada estas estructuras, cada nouvelle vino con su “forma” de entrada y lo remarco porque las escribí con enorme placer (aún con la tristeza y angustia existencial de la segunda): fue como bailar mientras escribía. Porque para escribirlo aprendí —o traté de aprender— a bailar tango. El tango me puso en un lugar desconocido de la argentinidad, me transportó a las milongas con sus códigos y particularidades, a la noche y al día de los milongueros, a las historias de mujeres solas, a una poesía diferente: un mundo fascinante que parece detenido en un tiempo sin tiempo.

 

13 — Te visibilizás plenamente como poeta con “La puntada invisible”.

 

IL —Sí. Tengo una sensación de primeriza, de principiante, que me gusta. Se acomoda muy bien con el apetito de lectora desordenada y voraz que me ha devuelto la poesía. Algunos de los poemas del libro fueron seleccionados por la Fundación Victoria Ocampo para integrar la “Antología de Poesía 2016” (correspondiente a los Segundos Premios); al verlos en las pruebas de galera tuve la sensación agradable de que, desgajados del todo, estaban en el aire, pero se sostenían y pensé que eso es la poesía: algo que se sostiene en el aire no se sabe porqué.

Escribir poesía ocupa casi todo mi tiempo ahora, es la forma en que me surge lo que  necesito decir; con la misma naturalidad con que estuvo ausente durante muchos años, ahora aparece y se impone. Misterios de la creación. Bienvenidos sean.

La base de mi poesía —creo— es la casa. La palabra casa respondiendo a su origen latino: Domus/i: casa, familia, patria. Sí, me parece que los poemas de “La puntada invisible” giran alrededor de ese núcleo fundante. Y no sé qué más decir salvo que estoy a la expectativa.

 

14 — El escritor Germán Cáceres asocia tu impronta en “La imprecisa voz que me sueña” con el film “Adiós al lenguaje” de Jean-Luc Godard (uno editado y otro filmado, en 2014).

 

           IL —Cuando salió la crítica de Germán Cáceres sobre “La imprecisa voz que me sueña” se había estrenado hacía muy poco “Adiós al lenguaje”: me pareció un gran halago, un regalo inesperado que encontrara alguna conexión entre mi libro con la película del ¡Maestro Godard! No la vi (ni entonces ni ahora) pero leí críticas y notas posteriores; con más de ochenta años, Godard sigue experimentando y desestructurando lo que se supone es un film: no hay secuencias continuas, se escuchan parlamentos literarios, mezcla los géneros, los personajes hablan inconexamente, la comunicación a través del lenguaje es nula…; lo que se da en los sueños es muy parecido a esto, no descubro nada, ya los surrealistas encontraban en lo onírico el material básico de sus poemas, en las formas inconscientes, en lo que aparecía sin la tutela de la razón residía algo de la verdad que había que exponer o al menos vislumbrar. Yo, lo único que hice fue seguir mis sueños y tratar de reproducirlos sin importarme todo lo que quedaría sin explicación, escribirlos sin hacer ninguna “clasificación” ni análisis psicológico, ni reflexivo: cuando me despertaba, a la mañana, o en medio de la noche, anotaba lo que recordaba del sueño. A veces eran aventuras casi homéricas, otras veces, apenas leves trazos o colores era lo que quedaba flotando del sueño: así se fue construyendo “la imprecisa voz…” porque era mi voz, y sin embargo, imprecisa, venida de otro espacio y tiempo, lo que registraba la escritura. Ahí, claramente, apareció, sin haberla buscado, la poesía: sólo los versos podían expresar determinadas sensaciones, fugacidades. Fue apasionante. Puedo decir sin mentir que, en esa época, vivía para soñar. La vida diaria, cotidiana, me parecía aburridísima, plana, sin ningún estímulo; la vida nocturna, los sueños, eran un dechado de imaginación. Me dormía como una enamorada que espera al príncipe azul. El de los sueños. Acuñé el nombre Inesdurmiente. Pero a la Inesdurmiente la escribiente le puso fecha de caducidad porque se dio cuenta de que podía seguir así toda la vida. Me dije: escribo hasta tal fecha y lo cumplí. En el último sueño aparecimos yo y yo: la escribiente y la soñadora unidas. Los versos me volvieron una.

 

Inés Legarreta selecciona prosas de su autoría y poemas de “La puntada invisible” para acompañar esta entrevista:

 

 

El pie

 

El Maestro no dijo no. Dijo que debía primero mirar largamente el ciruelo. Cuánto tiempo, preguntó Fujio, y se dio cuenta de que era una pregunta inoportuna. Desde la sala en donde el Maestro los iniciaba en el arte del dibujo miró el ciruelo del jardín. El árbol era pequeño, pero estaba en un promontorio verde y a un costado había un banco que todos llamaban “de la alegría”. Sentarse allí y empezar a sentir cierto bienestar, eso es lo que debía ocurrir, y también recorrer lo demás con una sonrisa. Pronto, muy pronto el ciruelo florecería. Mientras tanto, Fujio dibujaría las ramas con los botones y las yemas a punto de abrirse; el color marrón y el verde allí, en el brote, y las tonalidades perdiéndose cuando las ramas ascendían hacia el cielo. El Maestro lo estimuló en la observación de los detalles. El ciruelo, a todo esto, se había adornado en su totalidad y alegraba el jardín. Una flor, le dijo el Maestro, dibuja una flor. Fujio se detuvo en la corola, en cada pétalo, en los pistilos y en los estambres, en la coloración y la suavidad del cáliz y luego, sí, en la flor completa, mirándola cada día desde un ángulo diferente, rodeándola con amorosa paciencia. Después se dedicó al árbol y siguió su forma y movimiento, lo hizo como quien sigue un camino que no sabe adónde lo lleva. Al cabo de un tiempo, parecía haber en las láminas no uno sino varios ciruelos y el Maestro y los otros discípulos le estaban agradecidos porque sentían su respetuosa dedicación a la belleza. Para entonces Fujio se había olvidado del impulso original: no dibujó el pie de una geisha, pero de haberlo hecho, hubiera sido una obra maestra.

 

(de “La turbulencia del aire”, Grupo Editor Latinoamericano Nuevo Hacer)

 

 

 

El abrazo

 

¿El abrazo o un abrazo?, lo interroga ella. Un abrazo, el abrazo, los abrazos, recalca él. Entonces ella le pide que le explique, que le diga por qué y el bailarín hace lo que es: empieza a hablar con el cuerpo. Se incorpora apenas —estaba sentado en una butaca contra la pared— y con los dos brazos marca un círculo —tiene la cabeza levemente adelantada y le cae un mechón de pelo sobre la frente— y, de pronto, allí, entre sus brazos, en ese espacio íntimo hecho sólo de cercanía y respiración, hay una forma de mujer que permanece en la transparencia del aire hasta que él la deshace y se recuesta otra vez con parsimonia contra la pared. Por un instante ella tuvo la sensación de que el mundo se había detenido: la tarde, el ruido de la tarde, la luz. De manera que se quedó callada mirando el reflejo del sol a través de la vidriera. El bailarín le preguntó si necesitaba alguna otra explicación. No, le respondió. Ella había entendido. El tango es el abrazo. El abrazo que en el aire había dibujado él.

 

(de “El abrazo que se va”, Grupo Editor Latinoamericano Nuevo Hacer)

 

 

Nosotros

 

De tanto en tanto, aparecía la palabra nosotros. La pronunciaban indistintamente y en diferentes momentos, pero ella no reparó en ese uso particular de la primera persona del plural hasta una tarde de lluvia cuando se estaban despidiendo; entonces pensó —con razón—, que nosotros decía algo de ellos. ¿Adónde era el nosotros?

En una frase de él, por ejemplo. Porque no había vez que no la dijera, la repitió a lo largo de los años en el avance del amor, en el después del amor, en la quietud: “Oh, tu cara, si vieras tu cara ahora”, y no importó que pasaran décadas, lo siguió diciendo con la misma voz entorpecida por la fatiga del deseo y la misma sensación de descubrimiento. “Oh, tu cara, si la vieras, si pudieras mirarte ahora” y ella pensaba qué espejo mostraría, que se vería allí, en su cara, distinto de antes o igual a lo de siempre, para hacerle repetir la frase —a pesar de la crudeza de la luz, a pesar de la intemperancia del cuerpo—, como un mantra. ¿Estaba encantado ese espejo?

En cuanto a ella, las manos. No acuñó una frase o leitmotiv como él, pero las manos, sí. La manera en que se desprendían de lo conocido —ya fuera en la tela o en la piel— y buscaban un ritmo, el anhelo en la respiración para añadirse al continuo de lo que en los ojos y en la boca aparecía; así, las manos, nunca interrumpidas por la duda, aunque su deslizarse fuera, al principio, ciertamente cauteloso, hablaban; de allí, del inicio tímido a la suma desordenada del cuerpo y a la fusión del después no terció nada —en todos los después que hubo— porque era inevitable, un destino: las manos de ella, él; el pelo, el bigote, el vello del pecho, las piernas, los brazos, el sexo de él, todo, no sólo las manos, todo en ellos se solazaba. ¿Qué otra cosa dijeron que no fuera nosotros?

Los besos, siempre. Desde el primero al último, un beso inacabado que continúa hasta que uno traga otro y el otro se vuelva en uno y son nosotros uno en uno nosotros uno nosotros en uno nosotros uno.

Y nada más, confirmaron ella y él. Es todo. Y se despidieron con el saludo breve del apuro por irse cada uno por su lado. Cruzaron la calle, ella adelantándose para tomar un taxi que venía haciendo luces. “Chau”. Seguiría lloviendo aunque en calma.

 

(Inédito)

 

I

 

Abro la puerta de casa para que el aire de campo

se vaya 

y quede   la sensación

de haber sido respirado                        

pasto/ tierra/sol

un alambrado maltrecho

los cardos violetas/ qué luz contra los eucaliptos

esta mañana.

 

III

 

El olor triste de unos sillones

me deja pensando

en mamá/ y en mí/

como dos mundos que no tuvieran más que sol o niebla

y se entregaran al abandono/ o la quietud/

los colores perdidos

los escalones/ los vidrios limpios

de las ventanas y las puertas

igual que en los sueños

una y otra vez.

Había tantos cuartos y habitaciones/

y una escalera deslumbrante para las niñas de la casa/

allá arriba/ cerca del cielo/

entre nubes  la rueca y el telar

donde pincharse el dedo para dormir cien años

en el musgo mullido del bosque/ de un hombre/ de cuento/

parecido a la muerte.

Pero tropezamos con la alfombra mal puesta 

del tiempo

y caímos/ 

analfabetas   en otra historia

de terror.

 

IV

 

no me visita la gracia

ni la belleza

quizás no sea posible

la súbita iluminación el grito o el aullido

porque los versos dependen más que de cualquier otra cosa

de mis manos

van por el papel dejando constancia de la carne

y el olor de todos los días

la cocina la ropa usada la tierra removida por la lluvia

cuántas sábanas

a veces se quedan con un perfume

y sonríen por el rastro de los cuerpos en la noche o en la madrugada

o a la mañana al despertar

entra el sol

las manos escriben

y el anillo de piedra tiene

la marca del agua, la sal

que se deposita en silencio

como en los cuerpos las arrugas y los dobleces y el ruido del tiempo

apaciguado por nosotros

con palabras

 

 

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Chivilcoy y Buenos Aires, distantes entre sí unos 160 kilómetros, Inés Legarreta y Rolando Revagliatti, septiembre 2016.

www.about.me/rrevagliatti

con Silvia Miguens

con Rubén Reches, María Chapp y   Raquel Jaduszliwer

con Hernán Ronsino

con Beatriz Isoldi y Susana Aguad

con Estela Legarreta, Clelia Bercovich y Gloria Arcuschin

Inés con su marido, Enrique.

con María Granata e Irma Verolín

con Graciela Cros y Norma Osnajanski

con Adriana Fernández, Mercedes Güiraldes, Raúl Barbalace y Bonifacio del 

Carril (h)

Postales de Chivilcoy

Antonia B. Taleti: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

 

Antonia Taleti nació el 1 de septiembre de 1941 en Rosario, ciudad en la que reside, provincia de Santa Fe, República Argentina. Es Profesora en Letras por la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario y Licenciada en Español como Lengua Extranjera por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Universidad Nacional del Litoral. Ejerció la docencia en instituciones de Enseñanza Media y en la UNR. Fue Miembro de la Comisión que elaboró el Plan de Estudios de la Carrera de Letras en la FHyA, donde tuvo a su cargo las cátedras de Análisis de Texto y Literatura Europea. Fue también miembro fundador del Centro de Estudios Orientales de la UNR y del grupo de gestión cultural “Cuando el río suena”. Participó en coloquios y congresos realizados en su país así como en Brasil, Cuba, México, Puerto Rico, Suecia e Italia. Fue incluida, entre otras, en las antologías “Poetas del Tercer Mundo” (2008), “Italiani D’Altrove” (con epílogo y traducción de Milton Fernández, Italia, 2010), “Cuentos batidos” (compilación de Fabricio Simeoni y Federico Tinivella, 2012) y “Rapsodia obertura” (2015). Publicó el volumen ensayístico “Itinerarios de lectura. La narrativa de María Elvira Zagarzazu”, en colaboración con Graciela Aletta de Sylvas (2003) y los poemarios “La voz que nunca alcanzo” (2004), “Río de paso” (2007) y “Cómplice en la mirada” (2014).

 

1 — Cómo te habrá llegado la poesía.

 

          AT — El primer recuerdo que conecta con tu pregunta es una anécdota en la que aparezco ceceosa, a los cuatro años, recitando de memoria el “Romance del enamorado y la muerte”, que un familiar, estudiante secundario, repetía en voz alta cumpliendo una tarea escolar. De los siete años guardo la estampa y las sensaciones de un verano en un campo de la provincia de Córdoba, en el que cada atardecer la mamá de una amiga que me había invitado a pasar las vacaciones con ellos, nos leía a sus hijos y a mí “Tabaré”, del uruguayo Juan Zorrilla de San Martín. La poesía me llegó a través de la voz, del ritmo y de las imágenes que producían cierto encantamiento, un todo que no requería interpretación pragmática. La literatura está enlazada con mi vida desde el comienzo: mi padre era distribuidor de diarios, revistas y libros nacionales y extranjeros, y mi madre sigue siendo una voraz lectora. El acceso a material de lectura era cotidiano, y al día de hoy para mí un libro continúa siendo un objeto de deseo. Conservo los volúmenes de la Colección Robin Hood, Billiken, Editorial Molino, etc., con sus hojas amarronadas y algún lomo perdido. Me atrapó ese mundo, puerto de ingreso a todos los mundos posibles. Cursé la escuela primaria y hasta tercer año del secundario en el Colegio Dante Alighieri de mi ciudad, lo que me aportó el acercamiento a la cultura y la lengua italiana. Mi padre nació en Sicilia y mi madrina en Bologna; estas confluencias me instaron a sentir a Italia como mi patria de origen; así lo vivencié la primera vez que crucé el Estrecho de Messina: yo volvía a mi tierra. Me recibí de maestra en el Normal Nº 1; los dos años cursados en esa institución me acercaron a la pluralidad de voces, de ideologías, de elecciones, al significado de tomar una escuela, dormir allí a modo de protesta.

 

2 — ¿“Letras” te esperaba?...

 

          AT — Era de esperar que ese fuera el paso siguiente, pero no lo fue de inmediato. Algún criterio de matriz laboral y también de sueños de justicia me inclinó hacia Abogacía. Cursé un año, rendí alguna materia, pero en ese entonces, otra vez las palabras sostenidas por la voz, aunque también cargadas de sentido atravesando el cuerpo, me llevaron hacia otro espacio: el teatro. Durante dos años formé parte del grupo de jóvenes que dirigidos por Carlos Mathus, nos nucleamos bajo el nombre de Teatro Independiente del Magisterio (TIM). Interpreté cuentos de Leónidas Barletta en “Y la rueda sigue girando”, poemas de Alfonsina Storni en un espectáculo a ella dedicado, fui Catherine Creek en “El arpa de pasto” de Truman Capote y poco más. No supe resistir la oposición familiar y abandoné. Fue una etapa apasionada y entrañable. EUDEBA (Editorial Universitaria de Buenos Aires) y Proteatro acaban de publicar “TIM Teatro. El audaz magisterio”, escrito por Ana María Rozzi de Bergel, quien integró desde el inicio este grupo teatral de avanzada y participó del desarrollo estético, cuya culminación fue “La Lección de Anatomía”, obra en la que también se desempeñó como directora repositora. Me llega el libro, Rolando, coincidiendo con tu propuesta de reportaje. Dos situaciones que me llevan a la revisión de recorridos, de tramos que pudieron ser caminos y se quedaron en senderos. Desconozco la nostalgia, no pienso en lo que pudo haber sido y no fue, tampoco me detengo en el cálculo del posible mañana, prefiero el gorjeo que escucho en este instante.

Y llegó el momento de empezar a estudiar en la Facultad de Humanidades y Artes. Elegí la carrera porque me gustaba leer y escribir. Nuestro plan de estudios se basaba en la lectura de obras consagradas en el canon de los países centrales europeos, literatura argentina, alguna materia más abarcadora como Historia del Arte, las pedagógicas y griego y latín. Escritura, nada. Algunos seminarios completaban la propuesta. El primero que cursé lo dictó un poeta: nada menos que Hugo Padeletti. Todavía conservo fichas donde compruebo cómo nos enseñó desde enumerar los versos, contar las sílabas, hasta distinguir recursos. Nos acercó a la poesía con una actitud reflexiva, a leer después del impacto, el andamiaje que lo sostenía. Lo reencontré muchos años después, ya no personalmente sino a través de sus poemarios, y desde allí continuó su clase magistral: “…la difícil extracción del sentido /es simple: /el acto claro/en el momento claro /y pocas cosas /verde/ sobre blanco.”

Despojada, breve trazo, hendidura en el silencio, que me trae la resonancia de Juan Ramón Jiménez, su tránsito hasta alcanzar una poesía desnuda, no por rechazo a la vida sino por condensación en la palabra; la ilación natural me lleva a la “Generación del 27” con la vuelta a Luis de Góngora, que es adentrarse en el lenguaje mismo, en la exploración de sus límites, en la explosión de sus defensas. Y a la par está Antonio Machado desde “La plaza y los naranjos encendidos…”, la reescritura de proverbios y cantares populares hasta llegar a “El crimen fue en Granada”, porque desde la carne lacerada por la guerra la poesía también vocifera.

Así veo a la palabra inquieta, inquietante, que desacomoda, que a veces se adhiere a los talones del caminante y a veces es la “Flecha en la niebla. Identidad, palabra y hendidura” de Hugo Mugica, escucha de la voz que nunca alcanzo, o de “La pequeña voz del mundo” de Diana Bellessi, conexión con lo frágil, instantes de epifanía. En estos poetas me detengo, en su destreza para dar nombre a lo inasible.

Terminada la carrera de Letras comencé a trabajar en escuelas de nivel medio y posteriormente en el Profesorado “Nuestra Señora de Guadalupe”. En este tramo de mi vida me casé, tuve una hija y un hijo; al día de hoy mantengo el mismo estado, al que se suman tres nietos.

 

3 — Tramo como profesora y como alumna.

 

          AT — Entre el lugar del maestro y el del alumno, siempre me ubico en el asiento de quien tiene mucho que aprender. Nunca abandoné el lugar de estudiante, por lo tanto cursos, seminarios, grupos de estudio, son espacios frecuentes en mis elecciones. Durante los años del Proceso Militar, cuando la facultad entró en un período oscuro, tuve oportunidad de acrecentar mi formación bajo la dirección del doctor Nicolás Rosa, en los grupos que se formaban fuera de los claustros: un saber de post grado que no anhelaba títulos. De él un frío registro podría decir Doctor en Literatura Comparada (Canadá), Profesor de Teoría y Crítica Literaria, Profesor Consulto de la Universidad de Buenos Aires, pero nadie que haya pasado por sus clases se conformaría con este retazo. Escucharlo era una experiencia de aprendizaje, el desborde del saber y de la palabra, abría espacios, aportaba autores que modificaban paradigmas desde disciplinas que estaban en plena ebullición, lingüística, semiótica, los estudios lacanianos, acercaba la sólida crítica a la ficción, era un placer, un estímulo. Su trabajo en la Facultad de Humanidades y Artes de Rosario fue potente: discípulos, estudios, congresos, sostienen su marca. He sido afortunada, en la década del sesenta alcancé a tener profesores como Oreste Frattoni, que el primer día de clase en primer año empezó a leernos el relato de Franz Kafka “La construcción de la muralla china”; después de algunas oraciones se detuvo a la espera de nuestra interpretación, qué podíamos decir a partir de las primeras imágenes y afirmaciones, y se quedó esperando, sin apuro; entonces aprendí que leer no es andar galopando sobre las palabras, sino detenerse en los indicios. En las clases de Literatura Argentina con el profesor Adolfo Prieto, se nos presentó la conexión entre la obra y el contexto, que años más tarde pudimos apreciar en profundidad con la publicación de la Colección Capítulo (del Centro Editor de América Latina).

Estudio constante y experiencia en el dictado de clases me posibilitaron integrar el cuerpo docente de la Facultad cuando volvimos a la democracia. Congresos, Jornadas, Simposios fueron ocasiones para presentar trabajos críticos y también para graduarme de viajera. Por el país y fuera de él. Ya avanzada mi carrera docente comencé a coordinar talleres de lectura y escritura para adultos. Tarea que al día de hoy sostengo. No he soslayado tareas de gestión con el fin de divulgar autores y obras. Presentaciones de libros, organización de cursos, lecturas y conferencias me encontraron dispuesta a colaborar. La idea de pensar en puentes que permiten pasar de la orilla del no saber a la del conocimiento siempre me atrae. Por esto no dudé en sumarme a la propuesta de Florencia Lo Celso de organizar un espacio de gestión cultural que propiciara lecturas, cursos y presentaciones de libros,atenta a las características de nuestra ciudad río donde arte y literatura tienen tantas voces y requieren espacios de difusión. El grupo de escritoras reunidas en “Cuando el río suena” también produjo una antología de poesía editada por el sello Vinciguerra y una producción audiovisual con imágenes del Paraná rosarino de Damián Giandoménico con nuestras voces y poemas.

Siendo directora de la Escuela de Letras la profesora Sonia Yebara se creó el Centro de Estudios Orientales dentro del ámbito de la FHyA, del que fui miembro fundador, espacio de rico intercambio de saberes del vasto mundo que genéricamente denominamos Oriente, basado en la necesidad de conocer culturas que se nos presentan como lejanas o ajenas; en él organizamos congresos que contaron con la participación de académicos argentinos y extranjeros.

 

4 — Y llegó la poesía.

 

          AT — Salió a la superficie con forma de escritura. Primero es un modo de mirar, de percibir; a veces condensa en palabras y otras, se queda en pura vibración interior. Es la imagen, aroma, sonido, sabor, figura, contacto, que se resiste al olvido y que nos interroga; es un misterio de sentidos múltiples que procuramos develar poniéndole palabras, que nunca alcanzan. La poesía me acompañó siempre, como repetición primero, después como estudio, más adelante como búsqueda y finalmente, en la edad adulta tomó forma para ser compartida. Los años de estudio me habían dado a conocer a poetas en los libros, pero nada sabía de poetas que mi ciudad reconocía como propios. No existían para la currícula universitaria. En 1998 participé en el IV Congreso de Creación Femenina, organizado por la Universidad de Bayamón, en Puerto Rico. Allí la vi por primera vez, escuché su ponencia, supe que era poeta y rosarina: Concepción Bertone. Más tarde, leí en un diario que ella ofrecía un taller de poesía. Para ese entonces yo ya disponía de suficientes hojas acumuladas y sin destino, como para decidirme a llamarla. Su taller tenía algo de mágico y sagrado, todo confluía para que así fuera: se dictaba en una librería “de viejo”. Concepción mostraba a los integrantes del grupo —Marcelo Juan Valenti, Esmeralda Suhurt, Diego Tejedor y yo—lo mejor que un maestro puede exhibir: su pasión, su convicción por lo que hace. Atesoro el recuerdo de ese tiempo a partir del cual empecé a conocer a mis pares. Una pregunta de Marcelo Juan Valenti —“¿Qué esperás para publicar?”— me ayudó a reflexionar y tomar la decisión de exponerme: “La voz que nunca alcanzo” fue el título. Años después, cuando la poeta Diana Bellessi accedió a leer el borrador de mi segundo libro e hizo las observaciones que ella evaluó necesarias, en ese intercambio se recreó la magia, otra vez la palabra poética trazaba un círculo que encierra algo sagrado. Adentrarse en la palabra del otro, trabajar sus límites y potencialidades, requiere no solo sabiduría sino también delicadeza, porque se roza el misterio de algo íntimamente humano. Concepción y Diana saben lograrlo. Dos experiencias que recuerdo, cuando la duda acecha.

 

5 — Mencionaste ya a Puerto Rico. Contanos sobre tus participaciones en otros congresos.

 

          AT — Los congresos son instancias de encuentro a partir de problemáticas que nos interesan. Es el cara a cara con el semejante hasta ayer desconocido. Los congresos relacionados con Lengua y su espectro visualizan la extensa trama de personas que en Latinoamérica, por ejemplo, trabajan cotidianamente para que la palabra mantenga su rebeldía frente a la opresión, para que exprese identidades. En el sistema de intercambios que prevalece en nuestra sociedad, solo algunos nombres trascienden la frontera local y alcanzan circuitos más amplios de circulación. Los congresos dan la posibilidad de descubrimientos y difusión. Evoco con gratitud los Encuentros de Escritoras que en varias oportunidades organizó Angélica Gorodischer. Esa labor inmensa nos permitió conocer a tantas mujeres que provenían, en relación a nuestra ciudad, de sitios cercanos o remotos con una obra literaria consolidada en su haber, pero escasamente divulgada entre nosotros.Ya que mencionamos a Puerto Rico, destaco a la narradora Marta Aponte Alsina, y si pienso en México recuerdo el taller de Teoría y Crítica Literaria “Diana Morán”, y dentro de ese espacio a la académica argentina Ana Rosa Domenella (pero no creo que aquí se trate de establecer listados, que siempre resultan mezquinos).

Las ponencias con las que participé elegían como tema la escritura de mujeres, aunque no exclusivamente. Algunos ensayos fueron individuales y otros, en colaboración con la doctora Graciela Aletta de Sylvas.

 

6 — Fuiste asesora literaria de un programa radial.

 

          AT — “Desobedientes y descalzos” es un programa semanal creado y conducido por la actriz Mónica Alfonso; se difunde por Radio Universidad de Rosario. En el inicio colaboré en la selección de un corpus de cuentos y poemas que ella interpretaba en las audiciones.A la nómina de narradores reconocidos pude sumar nombres de valiosos escritores locales como Delia Crochet y Marta Ortiz, entre otros. En 2010-2011, una vez por mes, me integraba no solo eligiendo un relato sino también efectuando un análisis del mismo, una especie de taller literario al aire.

 

7 — En tanto en 1998 obtuviste una Primera Mención en el género cuento, en el cuento incursionaste.

 

          AT —Me sobran dedos de una mano para contar las veces que participé en concursos literarios. No tengo nada en contra de ellos, es más, recomiendo a mis alumnos que lo intenten. Personalmente carezco de esa ejercitación para concretar el trámite, no me informo, se me vencen las fechas, me olvido. Sin embargo, hace dieciocho años la Convocatoria del Centro de Estudios Interdisciplinarios sobre las Mujeres (FHyA)me encontró con un cuento que yo acababa de escribir, cuya temática conectaba con la propuesta; también el lugar donde debía llevarlo estaba dentro de mi recorrido habitual y allá fue “Buen día, Selmi”, que obtuvo la primera mención.

Escribo cuentos, a veces. En su mayoría, están inéditos. Tienen un tono muy distinto a la poesía, una resolución más ágil y llana; la poesía está más encriptada. He terminado en estos días un relato que tal vez tantee el arduo camino de la edición.

 

8 — Tengo conmigo mi ejemplar de “Italiani D’Altrove”. Allí, en tu presentación (en italiano), te referís a figuras y circunstancias significativas.

 

          AT —La invitación a participar en la antología “Italiani D´Altrove”, propuesta del escritor uruguayo Milton Fernández, donde vos y yo hemos compartido páginas, me llevó a reflexionar sobre mi relación con Italia y de allí a consolidarla. En la presentación establezco tres nexos que me unen con la península.

“La primera relación con Italia me llega a través de la figura de mi abuela, de las anécdotas que se contaban de esta mujer fuerte, que murió cuando yo era todavía muy chica y que me dejó en herencia su recuerdo y su nombre: Antonia.

(…)

El segundo nexo con Italia lo establezco a partir del estudio de la Lengua y la Literatura que me ofrecieron en el Instituto Dante Alighieri de Rosario, donde cursé la escuela primaria y parte de la escuela secundaria.

(…)

El último lazo lo debo a mi madrina, una agradable boloñesa interesada en el arte que amaba a los animales y a las plantas y que me enseñó canciones como ‘C´era un grillo nell campo di lino…’.”

 

9 — Es a la lectora más o menos habitual de literatura en idioma italiano a quien le pregunto qué novelistas, cuentistas, poetas italianos prefiere y porqué.

 

          AT —Luiggi Pirandello podría iniciar el recorrido, por su reflexión sobre el ser, la pregunta filosófica más allá del momento o el lugar donde surja. Uno, nessuno e centomilla.Los escritores que me interesan son aquellos que tienen un trabajo sobre el lenguaje y las estructuras y conectan con una mirada sobre lo social o individual. Es una combustión difícil, el encuentro de cómo escribir el tema irrenunciable para cada autor. En desorden, nombro a Antonio Tabucchi mientras pienso en “Sostiene Pereyra”, a Vincenzo Consolo en “La sonrisa del ignoto marinero”, a Leonardo Sciascia en “El día de la lechuza” y “El caso Moro”, a Andrea Camilleri no solo creador de la serie del comisario Montalbano, sino de historias como “La toma de Macalé”. Releo “Las ciudades invisibles” de Italo Calvino y desearía volver a “Si una noche de invierno un viajero” y a revisar su propuesta teórica. Actualmente, el desafío que propone la New Italian Epic me parece una evidencia de la vitalidad de la literatura italiana.

De los poetas italianos vuelvo a Giacomo Leopardi, Salvatore Quasimodo, Eugenio Montale, Giuseppe Ungaretti pero, preciso aclarar que soy lectora de poesías, no de poetas, lectora de textos, no de autores.

 

10 — Te transfiero, aunque con formato de preguntas, declaraciones del escritor Marcelo di Marco: ¿El arte tiene que molestar? ¿Ya no hay modelos en nuestra vida cotidiana?

 

          AT —Pienso en el arte como una experiencia de percepción que abre sentidos, que amplía el horizonte, que aporta puntos de vista desde los cuáles reflexionar, donde se sostiene un criterio estético. El arte es creación que no tiene que dejar indiferente, que tiene que movilizar, que desacomodar. Molestar, fastidiar, no es un objetivo, puede ser una consecuencia. La visión de mundo del sujeto creador deja su impronta en la obra.¿Modelos en la vida cotidiana?Sí que existen, hay modelos a seguir y otros, a destruir. Es la dinámica de las relaciones generacionales.

 

11 — ¿Algún pormenor respecto a cómo leés cuando algo te entusiasma?

 

          AT —Marco con resaltador amarillo los párrafos que me interesan, efectúo anotaciones en el mismo libro. Es un placer sentarme a leer como si me sentara a escribir.Nada original.

 

12 — Has publicado tres poemarios: ¿qué considerás común entre ellos?

 

          AT —Los títulos indician un recorrido. En común tienen la búsqueda de la palabra que exprese lo inefable, lo que va más allá de nuestros límites, esa presencia de algo sagrado o divino que a veces vislumbramos. Por eso siempre es intento, interrogación, tratar de escuchar “La voz que nunca alcanzo”. El segundo libro, “Río de paso”, agrega el oxímoron del instante para siempre; por último, la invitación a compartir, a encontrar a los pares en“Cómplice en la mirada”, que conlleva la idea de transgresión relacionada con el par escritura–lectura.

 

13— Dentro del género narrativo preferís...

 

          AT —...las novelas. Admiro la capacidad de crear un universo que tienen los novelistas, se asemejan a los directores de cine. Me los imagino por meses habitando en mundos paralelos. Los cuentos de Borges, Cortázar, sí, pero no leo cuentos confrecuencia. Y poesía porque me gusta y porque pretendo escribirla. ¿Podemos entreverla cantidad de libros publicados y fantasear en los que quedan relegados? ¿Lista de autores? Los ya mencionados y los que salen al cruce por recomendación de amigos, de críticos, de libreros. Encontrarse con libros para leer es una casualidad más.

 

14 — Uno de los personajes de la novela “El mundo deslumbrante” de Siri Hustvedt, declara: “…la simpatía no sólo está sobrevalorada sino que además resulta mucho menos atractiva de lo que suele afirmarse.” ¿Coincidís?

 

          AT —En la base etimológica de la palabra simpatía está la idea de coincidir en la experiencia, de ser solidario, un término positivo. Si lo llevamos a un gesto superficial, se devalúa, pierde solidez. Hay un vocablo que en estos tiempos ha perdido su sentido, y es amigo. El uso impuesto por las redes sociales cambió su significado. ¿Alguien puede creer que tiene 3.500 amigos porque así aparecen en Facebook? Lamento esa pérdida porque la amistad es una relación sutil, generosa,que incluye la simpatía y el conocimiento profundo del amigo, relación que hay que cuidar como todo lo valioso,para que perdure.

 

15 — ¿Advertís que algunos recuerdos han ido cambiando en vos a través del tiempo?

 

          AT —Creo que puede modificarse la valoración de algunos hechos del pasado. El recuerdo es un relato como la imagen de una foto, queda lo condensado y se desdibuja el original. No estoy pendiente del pasado, tenemos un presente alborotado que consume el tiempo. Mi memoria es arbitraria y desordenada, supongo que es la libertad de mi subconsciente de decir qué conserva y qué deja pasar. Lamento que de mis recuerdos preponderen las impresiones generales.

 

Antonia B. Taleti selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

 

A la intemperie

 

Estaba a la intemperie

cuando el pájaro picoteó

su alimento, toda

sangre, carne, huesos

mientras el río frotaba

las piedras ágilmente.

También pelos y uñas

rodeada por montañas.

A la intemperie

desnuda,

con los ojos abiertos,

tratando de escuchar

la voz que nunca alcanzo.

Alguien plantó el misterio y nos observa

en un juego de ciegos

oler, palpar, lamer

la presa equivocada.

                                                                                   (de “La voz que nunca alcanzo”)             

 

 

Infancia

 

Bordeaba el margen lluvioso

un charco de enero.

Era chica

supe que ese instante

se condenaba al vacío

si no lo aferraba.

Lo guardé... para alguna vez.

Poesía, memoria de charcos.

                                                                                   (de “La voz que nunca alcanzo”)      

 

 

 

Tendiste la niebla compacta y leve sobre el río

telones de gasa cubrieron el puente, las islas.

Desde allí llamabas sin manos y sin voz

solo un perfil alentando el secreto

en el ritual de un domingo de mañana.

Sin conocerte avanzo expuesta a esa luz blanda y húmeda

abandonada toda defensa busco tu imagen, tu palabra

y desde la orilla que me retiene ruego

que no sea cierto el perro lanudo, husmeante

los vidrios rotos

los desperdicios

ni siquiera el chasquido de las olas

ni la bandada de largos picos

que el hombre en medio de los charcos

no sabe, no puede nombrar.

Solo vos, entreabierto llamando.

​                                                                                              (de “Río de paso”)

 

 

 

Húmeda

pegada a las baldosas

de la vereda, la hojita

aferrada al instante se ofrecía

humilde y sabia.

En el umbral, estremecida

yo esperaba.

                                                                                              (de “Río de paso”)

 

 

 

Del amor desconocido

me gustan las maneras

a qué budacristoalá

o como lo llamen

dar las gracias por

el árbol florecido

el solcito detrás del vidrio

el abrazo del compañero

la cerveza compartida.

                                                                                                             de “Cómplice en la mirada”

 

 

 

Intermitente gotea el lila

y reverbera en vida desde la vereda.

Es un haz intenso el que atravieso.

¿Quién mira este escenario donde juego

mi breve paso de comedia?

Es octubre azul en Rosario y puedo verlo.

                                                                                                             de “Cómplice en la mirada”

 

 

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Rosario y Buenos Aires, distantes entre sí unos 300 kilómetros, Antonia B. Taleti y Rolando Revagliatti, 2016.

www.revagliatti.com

Antonia Taleti con Alejandro Pidello, Héctor Berenguer, Mariana Vacs, Victoria Lovell, Any Lagos, Nora Hall y Marcela  Atienza

con M. Vacs, H. Berenguer, Ana Danich, Noemí Correa, F. Lo Celso, Marisa Chazarreta, B. Conde Narvaez Elia, J.   Paolantonio y J. Paladini

con Gloria Lenardón, Alejandra Méndez, Florencia Lo Celso, Mariana Vacs, Graciela Aletta, Marta Ortiz, Jorgelina  Paladini y Ana Russo

con Miguel Culaciati

Patricia Coto: sus respuestas y poemas

                   

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

Patricia Coto nació el 17 de junio de 1954 en La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires (donde reside), la Argentina. Es Profesora de Enseñanza Normal, Especial y Superior en Letras (1976), Licenciada en Letras (1983) y Doctora en Letras (2010) por la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata. Entre otras distinciones, obtuvo el Premio Nacional otorgado por el Fondo Nacional de las Artes en la categoría Ensayo, en 1986, por su libro “De narradores populares y cuentos folklóricos argentinos”, publicado en 1988 a través de Ediciones Filofalsía; en el mismo género se edita en 2013 “¿Qué dicen los migrantes cuando cuentan?” (Editorial de la UNLP, 2013). Fue incluida, por ejemplo, en las antologías

“Relatos para morir con los ojos abiertos” (1997) y “Poesía 36 autores” (1998). Publicó los poemarios “Libro del vigía” (1978), “Libro de la memoria” (1982), “Libro del espejo ardiente” (1985), “Libro de la frontera” (1992), “Libro de navegación” (2003), “Libro del humo” (2014).

 

1 — ¿Residís en la misma casa en que naciste?

 

          PC — En la misma casa umbrosa donde vivieron mi madre y mi abuela. Allí, desde muy chica, hubo más libros que otros objetos. Mantengo la imagen de mi madre, regresando de diligencias, con compras y uno o dos libros. Mi padre, que trabajaba frente a EUDEBA, en su vieja sede de la Avenida de Mayo, en Buenos Aires, volvía con el diario “La Razón” y un modesto tomito de esa editorial. Ninguno de esos libros se salvó de mi curiosidad. En ese caserón, las paredes estaban tapizadas de libros, al punto de que, en ocasión de un asalto, los policías que vinieron a relevar huellas, no podían creer que fuera una casa de familia: pensaban que era una biblioteca. Esa es mi sensación: haber nacido y vivir en una biblioteca donde los libros son bienes más valiosos que una caja fuerte. Por lo menos son cajas de otra fortaleza. Sin embargo, también de mis padres aprendí a prestar libros y, por una insólita magia, siempre volvieron. En la adolescencia, como todo el mundo (exagero), empecé a escribir para que maestras y profesoras me dijeran que todo era muy lindo y me hicieran leer en actos escolares. Lo que no fue útil ni formativo. Se necesita la crítica y, si es despiadada, mejor. Me presenté a concursos literarios y obtuve premios, pero yo prefería los comentarios que me permitieran crecer.

 

2 — Y habrá comenzado a suceder cuando en 1977 integraste el grupo literario “Latencia”.

 

          PC — Espléndida experiencia, porque era una cooperativa intelectual. Compartíamos lecturas de poetas contemporáneos y también nuestros textos, intercambiábamos pareceres con enorme libertad. Trato de repetirla en cada ámbito en el que me toca actuar. En aquel grupo estaban Abel Robino, que lo dirigía, Juan Carlos Gago, César Cantoni, Graciela Buzetta, Ricardo Klala Domián, Aníbal Amat, entre otros. Yo había estudiado Bachillerato en Letras y quise entrar en la Escuela de Periodismo, que fue clausurada en esa época. Lo que me llevó a inclinarme por Letras en la Facultad de Humanidades, sin que la docencia fuera mi principal objetivo. Sin embargo la carrera me gustó, sobre todo porque tuve muy buenos profesores que, además, eran excelentes poetas, como Rodolfo Modern [1922-2016]. Él nos leía poemas, propios y ajenos, y muchos nos quedábamos, después de la clase, para disfrutarlos. Fue para mí un ejemplo, porque, cuando nos explicaba las circunstancias de su escritura nos estaba transmitiendo lo más importante: la “cocina” de su escritura, sus dudas, su trabajo para transformar sus intuiciones en  palabras. Ese rigor en la tarea poética fue lo que más me impresionó.

 

3 — También en plena dictadura publicaste tu primer poemario.

 

          PC — Asesorada por Ernesto Girard, quien para todos fue un apoyo en los temas referentes a la gráfica de la poesía. Con él todos los poetas de la generación del ‘70 comprendimos la importancia del poema bien impreso. Ese aspecto debe ser un puente entre el autor y el lector, porque si la impresión no es clara, se nos cae el poema. Aprendimos a valorar el espacio en blanco, la disposición de dibujos, los márgenes. Fue como los copistas medievales, un maestro. Y así tomamos conciencia de que el libro es un objeto valioso en su totalidad, no sólo por su contenido.

 

4 — ¿En qué lapsos, con quiénes integraste los grupos literarios “Contrastes” y “Los Albañiles”?

 

          PC — “Contrastes” fue un grupo que trabajó mucho en torno a la década del ‘80. Recuerdo a Víctor Hugo Valledor y Susana Dakuyaku; a Hugo Insaurralde, que editó poco pero de muy buen nivel; a Rubén Ángel Gutiérrez, que falleció, dejando poemas y prosas que sería necesario releer; a Cristina Sathic, a Celia Álvarez, quien casi no ha publicado; a Martha Roggiero, que sigue escribiendo aunque difunde poco. “Los Albañiles” se constituyó después del ‘84, con, por ejemplo, Julián Axat, quien ha publicado varios poemarios y se halla muy comprometido con la defensa de los derechos humanos; Jorge Pineiro, que escribió poesía y cuento y, después de su muerte, permanece prácticamente inédito; Diego Vallejo, con prácticamente un único libro editado. Nuestras charlas eran interminables porque todos los temas derivaban hacia la poesía, hacia el valor de la palabra.  

          Los dos grupos eran muy distintos. “Contrastes”, como su nombre lo indica, estaba conformado por gente de distintas edades y trayectorias: Pedro B. Palacios (Almafuerte) se daba la mano con Oliverio Girondo. “Los Albañiles” opinábamos, leíamos y escribíamos, vivenciando la poesía como una construcción, algo de un orden colectivo. Lo que fui internalizando lo dispuse para mi tarea al frente de talleres literarios: comunidades libres, autogestionadas, respetuosas pero edificando diferencias. Tal vez no haya mayor poesía que esa “metapoesía”, la que surge del discurrir de lectores, escribidores, hablistas, palabristas.

 

5 — Tu veta de investigadora ya habría despuntado. Y prosiguió a lo largo de las décadas.

 

          PC — Despuntó respecto de la narrativa oral, casi una cenicienta de los estudios literarios. Durante mucho tiempo tomé ómnibus que me trasladaban a los suburbios semi-urbanos de La Plata y de Berisso, donde estaban arraigados residentes provincianos, que, después de rondas de mates, contaban sus anécdotas, cuentos, leyendas y fábulas. Con esos trabajos logré obtener mi licenciatura y mi doctorado. Mi tesis de doctorado, resumida, fue publicada por la Editorial de la Universidad Nacional de La Plata. Me centré especialmente en las narraciones orales de provincianos y, como grupo de contraste, los migrantes europeos, como los ucranianos y los lituanos. Es un mundo tan mágico como la poesía donde se unen la Telesita y un famoso mendigo: Sietesaco, y un no menos famoso delincuente: Caballo Loco.

 

6 — ¿Qué dicen los migrantes cuando cuentan?...

 

          PC — Precisamente ese es el título de la tesis porque, como se aclara en el prólogo, lo que deseo es transcribir sus narraciones; pero también mostrar su contexto. Los provincianos de Berisso y de Los Hornos pueden contar historias muy parecidas, pero sus vivencias son muy diferentes e influyen en la interpretación de sus narraciones. En el libro transcribo narraciones iguales en su contenido, pero el contexto les da otra significación social. Recuerdo algunas sobre milagros de curación, realizados por la advocación de María Rosa Mística. En Berisso, se centraban en problemáticas de salud; en Los Hornos, en la desocupación. Una conclusión posible sería que la falta de trabajo era vivida por una comunidad como una enfermedad.

 

7 — ¿Y en tu actualidad?...

 

           PC — Próxima a mi jubilación, no quiero renunciar a la docencia de la poesía y al estudio de la oralidad, como signo de identidad de un grupo. He comenzado a estudiar Antropología en la Facultad de Ciencias Naturales y a leer toda la poesía en prosa y en verso que pueda. Nací entre libros; espero envejecer y morir entre ellos. Son amigos silenciosos, que escuchan, preguntan y dan todo de sí.

 

8 — De las varias reseñas que te han difundido en la “Revista de Investigaciones Folklóricas”, una es sobre “Cuentos orales de adivinanzas” de Constantino Contreras, y otra sobre “Mesías y bandoleros pampeanos” de Hugo Mario.

 

          PC — Sí, Martha Blache, la directora de la publicación, me confiaba la realización de comentarios sobre libros concernientes a la narración oral. Siempre me pareció admirable que los antropólogos sociales se detuvieran en la intrahistoria, en la historia de la vida cotidiana que se manifestaba, con todos sus matices, alegrías y amarguras, en las breves expresiones de un narrador popular, de un testigo de los hechos. Escribir esos comentarios fue muy positivo porque me permitió pensar qué clase de investigaciones deseaba efectuar. No me atrae el planteo teórico puro. Quiero lo que muestran esos volúmenes comentados: la vida, la experiencia individual y colectiva que se convierte en patrimonio de todo un grupo y evoluciona con el tiempo. Tal vez esa sea la tradición oral. Especialmente pensar en cuentos que enmarcan poemas o adivinanzas me permitió una flexibilidad mental para las estructuras de los distintos textos, que no tenía. El volumen sobre mesías y bandoleros me incitó a reflexionar sobre los héroes populares, no quedándome en simples biografías, sino en su significación social. 

 

9 — Has ejercido la docencia en distintas facultades y en otras instituciones, y de varias materias —por ejemplo, de Oratoria—, además del dictado de cursos, talleres y seminarios.

 

          PC — Lo estimulante de la docencia, lo que a mí me conquistó, fue la posibilidad de transmitirles a los alumnos el valor de la palabra, la capacidad de la palabra para crear un mundo ficticio que, en la imaginación del lector, puede tener más vida que la vida misma. Al mismo tiempo, me interesó incluir en los programas de estudio, la lectura y el comentario de poetas contemporáneos. He disfrutado enormemente la fascinación de mis alumnos ante un poema bien escrito, que, tal vez, les costaba comprender totalmente y, luego, escuchar sus interpretaciones. Un adolescente puede ser el mejor de los lectores porque pone en juego un porcentaje muy alto de intuición.

          De la materia Oratoria he sido profesora (de 2002 hasta marzo de 2005, cuando fue suspendida en su dictado por cambio de programa) en el segundo año de la carrera de Locución, en el Instituto Superior de Enseñanza Radiotelevisiva. Un Locutor Nacional puede ser un gran difusor de poesía en un programa de radio. Nunca se sabe quién puede escuchar un poema y qué emociones provoca.

   

10 — Pedro Salinas. Obtuviste una beca de investigación y docencia en el Instituto de Cooperación Iberoamericana de Madrid por tu tesina “La preocupación estética en la poesía de Pedro Salinas”.

 

          PC — En 1980 asistí al XXIV Curso para Profesores de Lengua Española y escribí esa tesina porque la poética de Pedro Salinas me deslumbró. Escribía poesía, pero desarrolló una gran labor como ensayista, para analizar obras literarias y estudiar la relación del ser humano con el lenguaje. Mi asombro provino de esa capacidad para ser poeta, iluminando a otros poetas. Su obra poética es prácticamente ignorada. Asimismo sus ensayos sobre otros poetas y sobre la épica medieval son poco leídos. En la actualidad, hay una preferencia por formas muy estrictas de análisis de discurso (la semiótica, la pragmática); pero se pierde su valoración como testimonio de una cultura, de una época y de un modo de encarar e instrumentar el lenguaje. La reflexión debería asentarse en el lugar que ocupa un determinado poeta en su contexto y en qué cambios (no solamente literarios) generó con su obra.  

 

11 — Incursionaste en el periodismo cultural: gráfico y radial.

 

          PC — En radio, muy poco. Me sentí motivada a difundir poesía por ese medio no tan habitual. Mientras lo hice, trataba de imaginar un enfermo en un hospital o un sereno en una guardia y, entonces, me parecía que ese momento los reconfortaría.

 

12 — Vigía, memoria, espejo ardiente, frontera, navegación, humo. Nuestros lectores habrán advertido que los títulos de tus poemarios comienzan con la palabra “libro”.

 

          PC — Sí, enlaza con lo que conté sobre el protagonismo que los libros tuvieron y tienen en mi casa. Diría que son seres vivos, espejos vivos y no solamente se dejan leer, nos llenan de preguntas, nos inquietan, nos empujan a la vida, nos colman el espíritu y se desbordan. El libro es una de las creaciones más extraordinarias de la humanidad y dará permanente testimonio de lo que somos. En la actualidad, cuando veo a mi hijo leer un libro en la computadora y, cuando se entusiasma con un autor, comprar otros títulos, me convenzo de que el libro no morirá nunca. Se han diversificado las formas textuales, pero el libro perdurará. Pergaminos, códices, cuadernillos, pantallas, siempre habrá palabras sobre una superficie, para sembrar en las miradas.

 

13 — “Donde mueren las palabras” es el título de un filme de 1946, dirigido por Hugo Fregonese y protagonizado por Enrique Muiño. ¿Dónde mueren las palabras, Patricia?...

 

          PC — Las palabras mueren donde y cuando son usadas con insidia, con negligencia, con agresividad. Como yo creo en el poder de la palabra, siento que si es mal instrumentada, se la asesina. Felizmente para las palabras también hay modos de resurrección. Se reconstruyen, se resignifican, en el habla cotidiana, en la literatura, en el teatro, en el cine. No puedo olvidar el asombro que me provocó escuchar a un Ingeniero Agrónomo hablar de “la dormición de la hierba”. Supuse que era una frase personal; pero me aclaró que era un tecnicismo para definir el proceso de sequía del césped para resurgir en primavera. La misma sensación tuve un día, dando clase, cuando les pedí a mis alumnos que propusieran ejemplos de oraciones unimembres, como títulos de películas, por ejemplo. Era la época de la guerra en Yugoeslavia y uno de los chicos dijo: “El cielo de Kosovo”. Me quedé impresionada porque había captado un nivel de lenguaje que va más allá de la comunicación lineal.

 

14 — ¿Has intentado la narrativa? ¿A qué cuentistas latinoamericanos destacarías y porqué?

 

          PC — Sí, he realizado algunos intentos, pero tengo el inconveniente de que la prosa se me contagia de lirismo. La narración me queda como un puente inconcluso, que cuelga en el aire. Como narradores, me captura Julio Cortázar, con su juego aparentemente inocente con el lenguaje; Jorge Luis Borges, por supuesto, que desafía la inteligencia del lector; y destaco a Juan Carlos Onetti y a Juan Rulfo, por la capacidad para describir atmósferas emocionales y lugares, con sus seres humanos y sus problemáticas. También me impresiona Roberto Arlt. Fue el maestro de una literatura muy testimonial. Pudo mostrar vidas marginales, con un estilo excepcional. Además (sale mi veta docente) me parece cautivante el uruguayo Horacio Quiroga. Hay cuentos suyos a los que no les sobra una coma. Otro autor interesante es Manuel Mujica Láinez. Puede parecer un preciosista de la prosa; pero va más allá, cuando plasma travesías humanas sometidas al desencanto. Y hay narradoras magistrales como Silvina Ocampo.

 

15 — ¿Nutria, búho, oso, reno o foca?

 

          PC — No sé qué responder porque creo que todos los animales son una parte de este rompecabezas que constituye la vida. Me llama particularmente la atención el búho: pude ver uno, en casa de unos amigos, y observar cómo el animal, aparentemente imperturbable, participaba de las impresiones que nos provocaba. Durante todo el tiempo de nuestra visita, sentí que el ave nos analizaba pero con una mirada pacífica, no inquisitiva, como una mirada de estudio, de conocimiento. No debe ser casual que aparezca como símbolo de la sabiduría.

 

16 — ¿Acordarías con la poeta Irene Gruss en que de las corrientes poéticas del siglo XX, las más interesantes son “el surrealismo, el objetivismo y el neoclasicismo”?

 

          PC — Todas aportaron para lograr que la prosa y la poesía se revolucionaran. A partir del surrealismo se gestó una nueva manera de escribir y de leer, una manera de independizar a la literatura de la explicación lógica de la realidad. Después, el objetivismo y el neoclasicismo trataron de lograr un equilibrio, en medio de visiones tan caóticas. Lo importante es que no volvemos a acercarnos a la literatura como si fuera una manera natural de leer. Estamos más exigidos, como lectores, desafiados a no caer en interpretaciones fáciles o cómodas. Lo interesante también es que esta rigurosidad de la lectura y de la escritura se puede trasladar a otros planos, como los estudios sociológicos, políticos, económicos. Revolucionar la literatura ha servido para revolucionar el mundo y eso es impagable. 

 

17 — ¿Dos o tres lugares donde hubieras querido nacer y crecer?

 

          PC — Yo estoy muy contenta con haber nacido y crecido en La Plata, que me garantizó una vida bastante provinciana, a una hora de los grandes avances de la ciudad de Buenos Aires. Por afinidad de mi trabajo de campo, también me hubiera gustado nacer y crecer en la cercana Berisso. Es una ciudad de escasas dimensiones pero que reproduce una imagen del mundo: hay comunidades de distintos países y de nuestras provincias. Otra es Santiago de Compostela, por la tradición de los peregrinos que, a lo largo de siglos, han ido con su fe a un lugar que hasta hoy es un faro de cultura y de comunicación entre distintos grupos.

 

18 — ¿Qué poetas argentinos considerás que han sido cruciales en tu formación como lectora y como poeta y qué encontraste en sus obras de decisivo?

 

          PC — Ricardo Molinari, por su capacidad para describir con gran lirismo y hacerme sentir en el ámbito descripto; Hugo Mujica, por el carácter metafísico de su poesía. Me conmueve Roberto Juarroz: es como leer poemas-preguntas, poemas donde queda abierto un interrogante que no puede ser respondido. Olga Orozco, por su modo de delinear estados anímicos, con un vigor fortísimo. En la misma línea, Amelia Biagioni o Diana Bellesi. Y de mi ciudad, por su disciplina, por su rigor en el uso del lenguaje, destaco a César Cantoni.

 

19 — ¿Qué encuentros con escritores han ejercido en vos una influencia perdurable?

 

          PC — Recuerdo largas tertulias con Horacio Castillo, un poeta excepcional, que permanentemente promovía a los más jóvenes y toleraba nuestras inmadureces. Horacio Preler, quien nos inquietaba con sus dudas. Rafael Felipe Oteriño, explicándonos los procesos de creación de sus poemas. Y un escritor significativo, aun para disentir, es Víctor Redondo: gran reflexivo de la función del poeta en la sociedad.

 

20 — ¿Qué opinión te merecen las poéticas de estos tres europeos?: el inglés John Keats (1795-1821), el italiano Giacomo Leopardi (1798-1837) y el alemán Hermann Hesse (1920-1962).

        

          PC — Desgraciadamente a los tres los he leído en versiones al castellano y eso no me permite apreciar la fuerza de sus palabras. Sin embargo, John Keats me impresionó por su búsqueda de un nuevo lenguaje, que anticipa el Romanticismo. De Giacomo Leopardi me ha parecido excepcional su destreza descriptiva; he visto y sentido los paisajes. Hermann Hesse me ha interesado por su capacidad para mostrar el drama del existir humano, la desazón, el camino hacia un horizonte que siempre se aleja.

 

 

Patricia Coto selecciona poemas inéditos de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

I

 

Escribir otra vez.

Como si fuera fácil,

como si fuera un placer, un viaje,

inocente viaje en torno al día

que sacude las sienes, puebla la sangre

de otras sangres y deja un río abierto

en el corazón de la mañana.

Escribir y esperar mientras el poema clama,

mientras una tormenta se levanta de cada línea.

Escribir y todas las voces se alzan entre cenizas

cuando entre las palabras, surgen fogatas

de incansable amor, de siempreviva espera.

Escribir y que la mano quede sedienta,

sobre papeles que no dejan de arder.

Escribir para que el tiempo no se deshoje,

no ceda al dolor ni al desespero.

Escribir y que el poema alumbre.

 

                                        

II

 

A veces se escribe demasiado

y es preferible el desierto silencio,

la callada voz de las cosas

que claman por otra vida en la imaginación

y en las pieles del alma.

A veces es necesario cerrar las comisuras

de los poemas y de las hojas,

para que otra voluntad gane el día,

para que otra esperanza se abra

de par en par

y exija una curva del mundo

que no exista, que sea necesario crear.

 

A veces, el poema debe tener

más silencio que palabras,

más huecas páginas que ruidos briosos.                                                      

 

                                            

III 

 

¿Qué poema se puede escribir

cuando el sol, aunque brille,

está sin memoria y descalzo?

Mejor, dejar la página en blanco

y esperarlo todo, hasta lo inesperado.

Mejor cerrar los ojos y que el alma del alma

pueble con sus luces la luz del mundo.

 

Mejor no decir nada y quedarse

a solas con las palabras no dichas.

 

A solas, con las palabras no nacidas.

 

 

IV

 

A la poesía hay que entrar

con los pies desnudos y sin sombra.

Hay que tantear suavemente

las paredes ásperas del poema

que lucha entre las frondas y la luz.

A la poesía, hay que asegurarle las ventanas

para que el viento no derribe el fuego ni la aurora.

 

 

V

 

No escribas por hábito, por costumbre.

Escribir es algo más que una gimnasia de la mano.

Escribir es algo más que un juego de los ojos.

Escribir obliga al tremolar de las ideas,

de las emociones, de las nostalgias secretas,

de las amarguras eternas en el paladar del día.

 

Sin embargo, escribir es una hambruna del corazón.

 

Aunque no se escriba, hay poemas en hojas transparentadas

que giran en el viento de los haceres de la razón.

 

 

VI   

 

Cuando el alma se cansa de hablar en el desierto,

cuando la voz es arena y piedra partida,

¿tendremos que salir a buscar otras palabras?

Mientras en el mundo, todo parece caer,

¿podremos conservar altas voces?

Otras formas de clamar

que no sólo nombren nuestros días.

 

¿Será posible un nuevo mundo

cuando lo nombremos,

cuando de sólo nombrarlo

la boca sea un horno de pan,

un caldero perpetuo?

 

 

*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de La Plata y Buenos Aires, distantes entre sí unos sesenta kilómetros, Patricia Coto y Rolando Revagliatti, 2016.

www.revagliatti.com  

con Norma Adela Marchessi, Ana María  Bozzini y Silvia Cecilia Pastega.

con R. Dalceggio, Horacio Laitano, Abel  Robino, César Cantoni, Atilio Chiesa,_etc., en 1978

Patricia Coto con el poeta Carlos Barbarito.

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