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Conversaciones 6

Elizabeth Molver - Adrián Sánchez - Marina Kohon - Victoria Lovell - Orlando Van Bredam - Ricardo Costa - Hugo Toscadaray - 

Elizabeth Molver: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

Elizabeth Molver nació el 7 de octubre de 1969 en Haedo, provincia de Buenos Aires, la Argentina, y reside en otra localidad de esa provincia: Ramos Mejía. Es Asistente Materno-Infantil, Profesora de Educación Especial, Bibliotecaria Escolar y Bibliotecóloga. A partir de 1998 concurrió a talleres literarios y cursó seminarios coordinados o dictados por Norma Ferrari, Liliana Leiva, Irene Gruss, Eduardo Dalter, Jorge Boccanera, Nora Dottri, Mirta Acucia. Poemas suyos se incluyen, por ejemplo, en la revista “Juglaría” y en la antología “Las voces de las mariposas” (de México). Publicó los poemarios “Según los ojos” (Ediciones La Carta de Oliver, 2004), “Postales personales” (Macedonia Ediciones, 2008), “Mujeres en un cuaderno borrador” (Macedonia Ediciones, 2011).

 

1 — ¿Siempre has residido en el oeste del conurbano bonaerense?

 

          EM —Casi. Nací en La Tablada, partido de La Matanza. Crecí allí hasta los quince años (con cambio de casa en el medio y cambio de estado: de hija única de familia en posible crecimiento… a hija de padres separados, pero con abuelos, tías y primos). Luego mi mamá y yo nos mudamos a Haedo, partido de Morón. Allí vivimos durante cinco años. Luegocon mi mamá casada en segundas nupciasvolvimos a La Matanza, en Ramos Mejía. Al poquito tiempo yo me casé y me mudé: a un departamento en Liniers, el barrio de la Capital Federal lindante con el conurbano. Después de dos años nos trasladamos de nuevo a Ramos Mejía, donde resido desde hace veintiún años. Allí creció mi hija que ahora tiene veintidós y nació mi hijo que tiene diecisiete. Y seguirá siendo mi lugar. Hasta que algún día podamos concretar con mi esposo el sueño de una casa en alguna provincia como San Luis o Córdoba.

 

2 — En más de un rol y en diversos ámbitos te has ido desempeñando. Te propongo que te refieras a los que ya no cumplís, y a lo que en la actualidad estás abocada.

 

          EM —Fui docente en jardín y en educación especial, lo que me posibilitó aprender, estudiar, preguntarme, enojarme, pero por sobre todo disfrutar. Estar con chicos, pequeños o no tanto, es algo que siempre hice. De niña no sabía bien qué, pero sabía que alguna carrera relacionada con chicos quería estudiar.

 Soy Profesora de educación especial. Trabajé trece años como maestra de grupo. Esto me dio la posibilidad de conocer a los chicos, sus familias, advertir sus avances. Trabajar en equipo con compañeras/os psicólogos, asistentes educacionales, otros maestros, profesores de materias como educación física, plástica, música, fonoaudiología, me generó la necesidad de compartir la mirada y pensar juntos abordajes con los niños. 

Sigo trabajando en escuelas, pero no como maestra sino como Bibliotecaria, por lo que mi tarea es acompañar, guiar, armar proyectos con otras personas. Y una de las funciones que más me complace es “dar de leer”; lo escuché en una capacitación una vez y me parece maravilloso: dar de leer, tratar de contagiar el placer de leer, de escuchar, de sentirse fascinado por un poema, un cuento. Que los que escuchan se queden atentos, reflexionando y con ganas de más. Este año, luego de un taller con mamás que hice en la Biblioteca, una de ellas me dijo:“Yo me preguntaba para qué nos reuníamos a leer, a escuchar y después me di cuenta: es una excusa para que también nos den ganas de leer.”Esta mamá se llevó un libro para leer ella en el verano y participó en una obra de teatro que creamos entre las madres y los alumnos más grandes. De esto se trata, de sembrar. Siento que en estos últimos tiempos he contagiado a más de uno con la poesía, participando en eventos como “Palabra en el Mundo”, donde yo solita convoqué y cada año se suma más y más gente. Éste será el cuarto año donde saldremos para mayo con la poesía y la música a la calle, con las dos escuelas.

Además, hace cuatro años que coordino un taller literario para chicos: “Palabrapan”. Comencé en mi casa y luego proseguí en bibliotecas públicas de mi barrio. Es uno de los roles que más me complace. Estimular a descubrir el potencial de los concurrentes, no sólo a los efectos de la creación, sino para leer entrelíneas, conocer autores, elegir.Apreciar cómo va cambiando su escritura, cómo logran ser críticos de sus escritos o de textos de los demás. Han expuesto sus poemas en varios eventos artísticos y repartido sus poemarios, con entusiasmo y buen recibimiento del público.

 

3 — Participaste en encuentros culturales.

 

          EM —Si. En 2006 durante tres días en el Encuentro “Venado Poesía” en la ciudad de Venado Tuerto, provincia de Santa Fe. Concurrí con la poeta Patricia Verón, con quien coordinaba un taller en La Matanza. Allí estuvimos, junto a Eduardo Dalter, en casa de Mónica Muñoz, la poeta organizadora. Conocí a otros escritores, hermosas personas, como Daniel Tevini, Alejandro Schmidt, Emilce Strucchi, Roberto Malatesta. Y presentamos la revista “Alas de Gaviota”, en la que habíamos colaborado.

 

En 2011 fui invitada por el organizador Emilio Fuego —es el día de hoy que no he logrado explicarme cómo llegó mi nombre hasta él— al “XIX Encuentro Internacional de Mujeres Poetas en el País de las Nubes”, en Oaxaca, México. Todo fue emocionante. Era la primera vez que salía de Argentina, que hacía un viaje en avión tan largo, sola. Estar ocho días con mujeres poetas de otros países latinos y hasta una española, me produjo una energía increíble. Sintiéndome en la piel de esas poéticas, de esas mujeres todas y cada una tan diferentes y tan parecidas, los modos, las palabras, las comidas, el hablar tan distintas y tan iguales.

 

En 2012, Martha Elena Hoyos, poeta y cantautora de Colombia, organizó en su país, en el departamento de Quindío, una réplica de aquel encuentro. Y allí fui, esta vez con el viaje subsidiado por la Cancillería Argentina. Con algunas voces me reencontré: Dina Luz Pardo Olaya y Athena Ramírez, que habían estado en México. Conocí a otras tantas mujeres bellas, con las que hicimos lazos inmediatamente, como Marta Quiñonez, Gloria María Bustamante, Amparo Loaiza Andrade (colombianas), a una joven cantante mendocina, Paula Neder, con la cual sigo conectada y a la que he ido a escuchar más de una vez en Buenos Aires, o la poeta y chamana Margarita Rosa Tirado Mejía, a la que he visto en su reciente visita a nuestro país.

A partir de esos Encuentros en el exterior, concebí unos poemas que conforman la plaqueta “De mujeres en las nubes”, la que con un amigo músico, Fabián Juárez, presentamos en 2014 en un espectáculo, “Poemando Canciones Viajes”.

 

4 — Merecen apartados especiales tu incorporación al Grupo Autores de La Matanza y al de Artistas de Tapiales.

 

          EM —En 2011 me entero de la existencia del Grupo Autores de La Matanza, fundado en 2008. Fui a la Feria del Libro de La Matanza a leer en un encuentro de micrófono abierto. Así, empecé a conocer al grupo y a participar en cafés literarios, en las actividades del Galpón Cultural de Tapiales. Con una reunión itinerante mensual (Biblioteca Pública “Almafuerte” de Ramos Mejía, Biblioteca Popular de San Justo, Biblioteca de Isidro Casanova, etc.), ya que no disponemos de un lugar físico que nos aloje. Es un grupo heterogéneo de autores de diversos géneros, algunos de los cuales ya han publicado libros. En todos está el ánimo de reunirse, leer y mostrar a los demás las producciones, receptivos a quienes quieran sumarse. Participamos en las Ferias del Libro de Virrey del Pino, La Matanza, Moreno. Realizamos caminatas literarias con “Todos por el Bosque”, agrupación de Ciudad Evita. Estuvimos por segundo año consecutivo en la Feria del Libro de Buenos Aires, con lecturas en stand del Municipio de La Matanza, y en 2013 en la Biblioteca Nacional llevando a cabo un encuentro de escritores. Desde 2012 participamos del Festival “Palabra en el Mundo”: Poesía a las plazas, yendo a escuelas y bibliotecas a efectuar lecturas, talleres, presentaciones de libros. Desde 2011 el Municipio nos edita una antología anual contextos de cada integrante.

Mi inclusión en el Grupo Tapial Es Arte devino como consecuencia del otro. El Galpón Cultural de Tapiales tiene una década de labor consecutiva. Recuperaron un Galpón, llevaron música y poesía a ese lugar, donde los vecinos aportaban lo que sabían hacer. Luego, por cuestiones de intereses políticos, les sacaron ese espacio físico, pero no las ganas. Siguieron funcionando en bares de la zona, en la plaza, en la Sociedad de Fomento. Y desde hace cinco años organizan un Festival que empezó concebido para una semana y a partir de 2015, dura ¡UN MES! Los viernes, sábados y domingos de noviembre hay actividades en diversas zonas de Tapiales, escuelas, plazas, salón de eventos, Sociedad de Fomento, bares. Todas gratuitas. Se ofrecen muestra de coros, música y danzas folklóricas, tango, melódica, rock, jornada de plástica y fotografía, feria de libros independientes, talleres literarios para chicos y adultos, lecturas. 

Es desde 2012 que con Fabián Juárez jugamos a buscarle la conexión a sus canciones y mis poemas en el espectáculo “Poemando Canciones”. En una tarde de 2014 conduje una réplica del taller literario “Palabrapan” en la Plaza de Tapiales, con niños que espontáneamente se acercarony luego las expusieron leyendo sus producciones.

 

6 — Integrás el Colectivo Cultural Malapalabra.

 

          EM —Ya con un año de existencia. Lo integramos las poetas y docentes Alba Murúa y María Sueldo Muller, el docente, historiador y cineasta Martín Biaggini, el poeta José Paredero, el diseñador, escritor y artista plástico Alberto Oris, el historiador y poeta Carlos Boragno y yo. La idea primaria fue la de reunirnos a compartir nuestros escritos, leer a otros, debatir. Hasta que nos centramos en publicar sobre un tema, cada mes, un cuaderno de cultura. Propiciamos una impronta nuestra, de La Matanza, con nuestras vivencias locales y cada uno desde su óptica: desde la poesía, la historia, la plástica, la fotografía. También contamos con dos o tres invitados por número. El cuaderno es financiado por nosotros mismos; lo vendemos, aunque a veces terminamos regalándolo. Tenemos una página en Facebook y allí reproducimos algunos escritos.

Hemos efectuado una presentación en octubre de 2015 en “Arte en Vivo”, en la Plaza Mitre de Ramos Mejía. Eventos que organizamos desde hace cuatro años, coordinados por el músico y docente Juan Carlos Freire, el docente y locutor Lucas Asensio y por mí; reunimos todas las artes en un día: bandas de música, poetas, exposición de fotografía y plástica, grafiteros, la orquesta sinfónica de la escuela Leopoldo Marechal, cuentos narrados y en cada ocasión sumamos alguna disciplina. También hicimos una participación especial en el espectáculo poético-musical “La Besana de los Sueños”.

 

6 — ¿Libros sin editar?

 

EM —Dispongo de un número suficiente de poemas con la particularidad de que en cada uno se halla la palabra “entonces” y que quieren reunirse en un libro. Me ha ocurrido con los anteriores que llega una instancia de introspección, de creación; cuando una todavía no sabe qué será de ellos. Luego viene otra, cuando percibo que deben socializarse, porque ya queman y hay que hacerlos rodar y que prosigan su camino en libro. No tengo un título aún ni la editorial, pero sé que estoy en esa última etapa del proceso.

          Permanecen inéditos un volumen para niños: “Y entonces el verde se mezcla con el amarillo” (poemas de mi autoría y dibujos de Analía Boccella) y un poemario con poemas y fotografías tomadas por mí: “El oro del monte de San Francisco” (que hacen referencia a una ciudad de la provincia de San Luis a la que suelo ir de vacaciones).

 

7 — ¿Y recuerdos de la infancia y de la adolescencia?

 

          EM —Creo que, como la mayoría de la gente tengo muchos borrosos y algunos muy presentes. Con imágenes intactas. Como por ejemplo los que me llevan a las tardes de domingos en casa de mis abuelos maternos en La Tablada. Después de almorzar, los hombres de la familia: tíos, abuelo y papá se iban al comedor a jugar a las cartas, y la abuela, tías, primos y mamá nos quedábamos en la cocina, haciendo tortas fritas, cantando con mi tía que tocaba la guitarra o jugando a las radionovelas inventando historias que sonorizábamos. Ahora que lo rememoro, advierto la creatividad existente en esos encuentros. Y de la adolescencia, la imagen más vívida es de cuando me quedaba a dormir en la casa de una amiga y escuchábamos durante buena parte de la noche los casetes de Silvio Rodríguez. Sin mediar palabra, sólo escuchar y mi amiga daba vuelta el casete o ponía otro. Estas dos estampas mucho tienen que ver con mi relación actual con las palabras.

 

8 — ¿Te desenvolvés bien en la cocina o preferís que otros se pongan el delantal?

 

          EM —Digamos que me desenvuelvo. No sé si demasiado bien. Pero en casa quien cocina soy yo. Disfruto mucho de hacer pizzas caseras y el momento de compartirla con mi familia o amigos. También me encanta cuando mi esposo hace un rico asado o pollos a la parrilla y yo sólo me encargo de lavar y cortar la ensalada. Todo esto sin delantal. La única que usaba delantal en mi familia era mi abuela.

 

9 — De un texto de Abelardo Castillo, transcribo: “…fueron un cuento y una novela de Hermann Hesse, cuyo sentido nunca llegué a comprender del todo en mi adolescencia, los que me entregaron, como hipnotizado a la literatura. Vale decir, al intento de justificar con palabras la existencia.” ¿Tenés detectado, Elizabeth, qué te volcó a la literatura?

 

          EM —En mi infancia y adolescencia me gustaba escribir: cartitas, tarjetas, frases copiadas o letras de canciones. No era excesivamente lectora. Luego hubo un impasse. Más tarde, estudiando un post-grado de “Estimulación temprana”, una de las profesoras leyó un cuento de Ángeles Mastreta que me atrapó. Averigüé el título del libro que lo incluía, el nombre de la autora y me lo compré. Ese texto instaló mi fascinación con la literatura. Cómo esas palabras, esa historia de dos carillas podía ser tan real y tan poética, cómo me pude imaginar la situación, cómo me emocionó el final. Son inquietudes que no tienen resolución exacta, ya que para cada persona puede significar algo distinto y ésa es la magia.

          Con la poesía me pasó algo similar, años después. En una capacitación docente, la profesora y escritora Lidia Blanco leyó poemas de Juan Gelman y Gioconda Belli. Rememoro la maravilla que me produjo escuchar y luego leer esas palabras hilvanadas con imágenes, atravesadas de dolor. Ese golpe de realidad tan dura, simple y a la vez bellamente escrita. Si bien ya estaba volcándome a leer y a escribir, estos episodios son los disparadores de mi relación definitiva con la literatura.

 

10 — ¿Qué textos considerás fundamentales en tu “educación poética” o qué autores te han marcado más?

 

          EM —Como ya nombré, los primeros: Juan Gelman (el poema “Cerezas”), Ángeles Mastreta (“Mujeres de ojos grandes”). Mientras leía las últimas páginas de la novela “La mujer habitada” (de Gioconda Belli) y mi corazón latía como si lo estuviese viendo en una película. Eso me sorprende, me enamora de los relatos. La manera en que están escritos, que me sitúen en ese espacio-tiempo: creerlo. Por más absurdo que sea, si me lo creo: funciona. Como Cortázar y sus cuentos (“Casa tomada”, “Carta a una señorita en París”), Gabriel García Márquez, Franz Kafka, Isabel Allende. En esa línea he comprado libros de autores poco divulgados. También me apasioné con Abelardo Castillo y los primeros cuentos de Dalmiro Sáenz, bastante más realistas. Me falta todavía amigarme con Borges, me tengo que volver a acercar. Una cuenta pendiente.

En poesía, Alejandra Pizarnik, Diana Bellesi, Jorge Boccanera, Olga Orozco, Mario Benedetti, Irene Gruss, Javier Adúriz, Jorge Paolantonio. Y entre los más cercanos, los poetas compañeros como Eduardo Dalter, Carlos Dariel, Patricia Verón, David Birenbaum, con los que he compartido mesas de lectura, ciclos literarios y reflexiones acerca de la poesía propia.

Y en la mal llamada literatura infantil (porque como decía Graciela Cabal, la literatura es una) soy fanática de María Cristina Ramos, Graciela Montes, Gustavo Roldán, Laura Devetach, Graciela Cabal (mi hada madrina, inspiradora de mis primeros escritos), Luis María Pescetti y la inigualable María Elena Walsh.

 

11 — ¿Sos de prestar libros? ¿Le hacés saber al que demora en devolverte el ejemplar que ya es hora de que retorne a tu biblioteca?

 

          EM —Sí, suelo prestar libros. A veces, los anoto. Pero siempre a gente que sé que ama los libros como yo. Cuando un libro me sedujo, quiero compartirlo. Y pienso a quién le puede gustar, a quién le puede llegar como a mí. Pero si no me lo devuelven no tengo vergüenza de pedirlo. Lo reclamo, hasta que algún día regrese. Puede ser que alguno se haya quedado a vivir en otra biblioteca.

A mis libros les pongo mi nombre. Antes, cuando venía escrito el precio en la primera hoja, me encantaba hacer eso de borrar la cifra para asentar mi nombre.

 

12 — ¿De qué escritores te atraen más sus avatares que la obra?

 

          EM —Pocos. Alfonsina Storni, de quien me impacta más lo que sé de sus vicisitudes, su lucha para hacerse un lugar como poeta, que sus poemas en sí. Pero en general, amo a los escritores y sus vidas. Los tengo que querer por algo. Los leo porque los quiero y al revés. Igual me sucede con artistas plásticos o de cine o de televisión, de ésta o de épocas pasadas. Pepe Biondi, Niní Marshall, Marta Minujín, Antonio Berni, Frida Kahlo, Mercedes Sosa…y una lista interminable. Los admiro como artistas y sé que sus trayectorias están cargadas de encuentros, búsquedas, de recorrer los caminos más sinuosos para llegar hasta donde llegaron.

 

 

Elizabeth Molver selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

 

 

Isabel  de las cerezas

Basado en el poema de

Juan  Gelman: “Cerezas”

y en los ojos de mi abuela

 

 

Porque vivía pensando

            en los pies de los otros

                                            que pisen blandito y seguro /

         que no sientan hambre ni frío                                          

tenía

         cerezas en los ojos

dos cerezas brillantes que ilusionaban

olor

       a cereza creciendo

                   con ramitas y todo

 

quien la miraba quedaba atrapado /

guardaba toda su vida en los ojos

 

su cuerpo

            se disfrazaba de pequeñez

            para no inquietar

 

con sus brazos

           rodeaba la casa entera

           desde la rosas del porche

                   hasta el limonero del patio /

 

—necesito tocar las arrugas de tu codo

para aliviarme /

prestarte mis piernas y que corras sola

    adonde quieras ir /

que me retes cuando agarro el dulce

a cucharadas /

verte otra vez lavándote el pelo

pileta del patio   jabón blanco

y tus manos haciendo el milagro /

tengo tu santo y no le doy perejil

¿será por eso que nadie consigue trabajo? /

¿cómo hacía el reloj para caminar a tu paso? /

¿por que siempre había una fruta  preparada

para los chicos que pedían ?—

 

ahí andabas, Isabel,

poniendo alfombras para otros

curando heridas con tu mirada

secreteando

 

¡ay, Isabel siempre andabas !

 masitas de crema

 el mate a toda hora

 cerezas en los ojos                                                                  

 

Se me antojan ángeles que caminan por la avenida

a paso lento con  arrugas como verdades

o apurados por llegar a ningún sitio

ángeles en bicicleta / en colectivo

un tren lleno de ángeles

ángeles enredados en sus enredos

en enredos ajenos

con cicatrices como única certeza

ángeles sin voz / sin oídos

sin ojos ni espejo donde mirarse

metidos en su mundosolo

ángeles que buscan su día en una bolsa mugrienta

despojos de los otros

empujados a la nada   sin nada

hartos de tanto no

ángeles sin cara de ángeles

alborotan /  trastornan  /  molestan

gritan su silencio

nadie sabe que son ángeles 

                                                                                    de “Según los ojos”

 

 

 

Basuritas

1

 

Entró sin que me diera cuenta

sin previo aviso

sin grandes protocolos

sin gestos exagerados.

Hasta aquí podría estar hablando

del amor, la vergüenza, la alegría, el miedo.

Hablo de una basurita en el ojo,

nada más

nada menos.

 

2

 

Ayer me entró una basurita en el ojo

menos mal

podría haber sido un vidrio,

un cuchillo, una bala

una mentira, un adiós y hasta nunca

un rayo, una pena inconmensurable

un taladro, una gota de ácido

una visión incestuosa,

la misma muerte.

Ayer me entró una basurita en el ojo

menos mal.

 

Como si Cromañón fuera nada más que un hombre primitivo,

como si no hubiésemos abollado las tapas de las ollas,

como si los atentados nunca,

como si Malvinas fueran sólo un par de islas,

como si las madres y sus pañuelos no,

estamos,

como si.

                                                                                              de “Postales personales”

 

 

*

 

Ella con su rostro enorme

sus rasgos angulosos y marcados

sus remeras escotadas

la minifalda al día 

la silla en la vereda

sola o con otras

tomando mate o mirando

los colectivos, los autos,

espera un trabajo, su pan

que ese amor vuelva

cambiar algunos muebles

arreglar la casa

ayudar a la hermana

cuidar a la vieja

ella

en ese cuerpo equivocado

                                                                                               de “Mujeres en un cuaderno borrador”

 

 

 

de mujer

 

lo conoce desde cuando las miradas intimidaban

y le daba vergüenza pensarse a solas con él

desde ahí para adelante   todo

sabe por qué cosas moriría

sabe a quién mató o matará

estuvo ahí cuando el mundo lo vio llegar

estuvo ahí cuando el mundo lo vio caer

ella a su lado y las hijas

y todos en contra

y ella ahí

lo recostó en su cama

lo arropó

le acarició la frente la espalda

las benditas piernas

le eligió las más perfumadas verduras

le hizo un caldo tibio

buscó las más dulces frutas

para que las bebiera de a una

lo ayudó a sentarse

a hacerse fuerte de nuevo

a ponerse de pie

después dijo —hasta aquí

dicen que él también lo dijo

                                                                                               de “Mujeres en un cuaderno borrador”

 

 

señora de

 

no sabe bien explicar el trabajo de su marido

sus reuniones interminables y a oscuras y en secreto

nunca supo si era bueno o malo decirlo

a veces su pecho quema y su garganta quisiera gritar

siempre vuelve a esa noche

él, tan nervioso

el uniforme manchado

su cara de esto es grave

se siente querida no amada

se siente señora de

sabe que siempre será así

no habrá posibilidad de cambio

de ninguna toalla ubicada en otro estante

ni una comida salada o quemada

no hay ni habrá errores

en esta vida prolija como un cuartel

                                                                                            de “Mujeres en un cuaderno borrador”

 

 

*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Ramos Mejía y Buenos Aires, distantes entre sí unos 17 kilómetros, marzo 2016.

http://www.revagliatti.com.ar/041018.html

http://www.revagliatti.com.ar/languila.html

 

 

Adrián Sánchez: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

 

Adrián Sánchez nació el 22 de enero de 1970 en Buenos Aires, ciudad donde reside, la Argentina. Egresó en 1994 de la carrera de Periodismo General en TEA (Taller Escuela Agencia). Obtuvo, entre otras distinciones, el Primer Premio del Concurso de Poesía “Valle del Elqui”, organizado por el Centro Cultural Chileno “Gabriela Mistral” en 2004. Publicó los poemarios “La condena del mudo” (Primera Mención Honorífica del Fondo Nacional de las Artes, edición 1998; Ediciones Botella al Mar, 2000) y “Mi padre cavaba un pozo” (Tercer Premio del FNA, edición 2012; Ediciones del Dock, 2013).

 

1 — Nacés en el mes en la que también “nace” nuestracargadísima década del setenta.

 

          AS — Alas 02.40 del veintidós de enero de 1970 en la ciudad por entonces denominada Capital Federal. Único varón entre los once o doce nacimientos: algo así como una noche récord para el Hospital Rivadavia. Ante la abundancia de parturientas y escasez de médicos y enfermeras, mi madre hizo sola el trabajo de parto. Además de las dificultades propias de la situación, yo trataba de subir dentro de su cuerpo en lugar de bajar. Recién cuando caí de la camilla y ella gritó, llegó la ayuda.
Fui sólo un día al jardín de infantes. Se llamaba "Los Enanitos" y quedaba a una cuadra de mi casa. Conservo la imagen de estar sentado sobre una mesa mientras los otros niños hacían cola para jugar con un payaso articulado de cartón. Me resultó tan aburrido que cuando volví a casa le aseguré a mi madre que no quería volver porque "los enanitos" me habían robado mis galletitas. Por lo que sea, la triquiñuela funcionó.
A los seis años empecé el primer grado, y ahí no tuve reparos. Me sentía cómodo, me divertía y las maestras me adoraban. Recuerdo a dosde ellas peleándose por colocarme la pechera del General San Martín, antes de subir al escenario durante el acto celebratorio del 17 de agosto. La primaria transcurrió en calma. Quería a mis compañeros y era querido. En tercer grado fui elegido mejor compañero, y recibí como regalo "David Copperfield" de Charles Dickens. Y gracias a eso empezó mi amor por los libros, por las historias. Y por Dickens. De todas maneras, las "malas notas" por conducta eran semanales. Como en mi casa la comprensión no era lo que reinaba, trataba de zafar como podía. Llegué al extremo de agujerear el cuaderno de comunicaciones donde correspondía que firmara mi madre; después recorté su firma de otro lado, la pegué sobre el papel agujereado y declaré a la maestra que mi mamá se había equivocado al firmar, que al borrar había agujereado el papel y que entonces firmó en otro lado y pegó la firma al pie de la mala nota. Una vez más, la triquiñuela funcionó.
Experiencia aterradora: en 1979 (cuarto grado), a la escuela se le ocurrió trasladarnos en excursión a la Comisaría de Olivos, en nuestro barrio. Armas, calabozos, detenidos esposados (dios mío, quién sabe por qué), y la sana amenaza de que eso nos esperaba si llegábamos a meternos en "cosas raras". Y otra más: simulacros de bombardeo, por la eventualidad de algún conflicto, acaso con Chile: escondernos debajo de los bancos a una señal de la maestra. 

 

2 — Y ya por ahí estabas en los ochenta.


AS — Finalizando la escuela primaria: suavizada por mis primeros besos con una dama un año mayor. Muchos besos. Después hubo otros por supuesto, pero supongo que nunca son como los primeros. Posteriormente, ya en el secundario, recreaba exactamente el gusto y el olor de la boca de la piba, exhalando mi aliento, aproximado al banco de madera, y haciendo una cerca con mis manos para que no se diluyera. El secundario fue más hostil. Chico de escasos recursos económicos, becado en un colegio privado en La Lucila. En segundo año me quitaron la beca por mal comportamiento. No me portaba peor que el resto de mis compañeros, pero por ser pobre y becado debía demostrar mi agradecimiento mediante la obediencia y la sumisión. Esa beca me la había ofrecido la directora de la escuela primaria, cuando estaba por terminar séptimo grado. No sé por qué no lo habló con mi madre sino conmigo. Me dijo que lo pensara, y que en una semana le respondiera. Yo quería ir al Nacional de San Isidro, pero en vez de rechazar la propuesta, cometí el error de comentarlo con mi madre y mi hermana, y terminé en el privado. Cuando me sacaron la beca, hubo que hacer malabares para pagar la cuota de un colegio de mediocre para abajo. Pero algo esencial para mi futuro aconteció por haber concurrido allí. Dos cosas, en realidad. Conocer a mi profesor de Literatura, Daniel Arias, que fue quien definitivamente me llevó a escribir. Y un libro que me recomendó leer y que se transformó en mi favorito. Tenía catorce años: lo leí cada dos hasta ahora, que tengo cuarenta y seis. Se llama "Cuentos de hadas en Nueva York" y es de James Patrick Donleavy. Cada vez que termino de leerlo me digo: "Un día voy a regalar todos mis libros y me voy a quedar sólo con éste". Ese mismo año murió mi padre. No fue especialmente duro para mí (a un nivel consciente, en ese momento, quiero decir). Nunca había estado mucho en nuestra vida. No digo simbólicamente. De hecho no estaba, porque estaba en otro lado, nunca supe dónde. No fui a su entierro. Ni siquiera sé si lo velaron. Lo que sí fue significativo para mí de todo eso (tanto que treinta años después dio vida a mi segundo libro, "Mi padre cavaba un pozo"), fueron los largos meses que pasó muriéndose en mi habitación, en mi cama, mientras yo fui desplazado a dormir al comedor. Su última frase para mí (la única en todo ese período, si no recuerdo mal) fue: "Te voy a matar".
Por suerte, tuve amigos durante la secundaria, que hicieron mi adolescencia entre niños ricos un poco más amable. Uno de ellos muy importante, con el que descubrimos mucha música, que me acompañó y me acompaña todavía. La mayoría de esos amigos perduraron lo que duró la escuela, pero dejaron huella en algunos aspectos. Y afianzaron el apodo que había empezado en la primaria más tímidamente: mono. Para mi profesor de literatura, que todavía veo, y para uno o dos más que sobreviven a aquella época, todavía soy el mono. El apodo viene de que desde chiquito, donde podía me trepaba. Y donde no podía, también. Las costuras en la cabeza y los moretones en partes diversas de mi cuerpo eran los trofeos. Como extras no vinculados a las "monerías" pero sí a mi culo inquieto, fui atropellado cuatro veces (quizá la última no cuente porque fue a mis treinta y cinco años), una de ellas en bicicleta. 
Terminando el quinto año, fue el sorteo para el Servicio Militar Obligatorio, en una de sus últimas ediciones. Entré de cabeza con el número 938. Decidido a no hacerlo, me dispuse a bajar de peso. Con mi altura, debajo de cincuenta kilos quedaba fuera del Ejército. Al momento del sorteo, en octubre del 87, pesaba sesenta y dos kilos. Un año después, llegué a la revisación médica en el Distrito Militar de San Martín pesando cuarenta y ocho. Un éxito. Eso sí, apenas logré recuperar la mitad de los kilos perdidos. Recién hace dos años, a mis 44, volví a mi peso original.  
El verano previo, en el sur, había conocido a quien sería me primera compañeraformal. Ya trabajaba. Eso, junto con la decisión de evitar la colimba, y dejar el hogar familiar, marcaron el comienzo de lo que llamo "mi vida". Para mí, significa algo así como el límite a partir del cuál uno (yo) deja de culpar a otros por sus padecimientos, resultados, limitaciones, etc.

          De paso: el albergue transitorio que frecuentaba con este primer amor, ubicado para más datos frente al hospital donde nací, es ahora un hogar de ancianos. Espero que se trate de uno de esos casos en los que un cigarro es sólo un cigarro.

 

3 — Pisando los noventa, entonces, te vas a vivir solo.

 

          AS — Fui el primero de mi grupo de amigos en llevarlo a cabo, con lo cual mi casa era la de todos. Y más de los que tenían chicas. Casi todos mis amigos contaban con un juego de llaves. La única condición era la de no ir sin avisar. Pero años después, no muchos, pasé de generoso anfitrión a no abrir la puerta a quienes venían de visita sin antes haberlo concertado. Y de eso, a no recibir visitas, directamente.
Por la época de mi emancipación se acrecentó la intención de encarar con rigor la escritura. Empecé a asistir al taller de quien había sido mi profesor de literatura. Duré un par de años. En un momento él me echó, quizá con razón, por no cumplir las consignas, plazos y demás. Por trabajar poco, básicamente. Pero ese taller, el único al que concurrí, me enseñó lo primordial: darle hacha a todo lo que no sea esencial. No siempre se logra, pero hay que intentarlo. Y muchos de los textos laburados en ese taller, fueron el esqueleto de mi primer libro, "La condena del mudo".
Poco después, en viaje por Bolivia, el colectivo en el que iba efectuó una parada saliendo de Sucre, en una especie de almacén que había junto a la ruta. Cuando me asomé por la ventanilla, observé a una chica, adolescente supongo. Jamás había visto a alguien tan sucio. Era como si hubiera pasado un lustro revolcándose en el barro y la basura, hasta que el barro y la basura parecían crecer de ella. Pero tampoco había visto nunca a alguien tan hermoso. Aun a través de esa coraza de barro y mugre, las formas de su cuerpo y los rasgos de su cara impactaban. De repente se inclinó hacia la derecha, levantó apenas su vestido, y se rascó el muslo. Esa experiencia fue la confirmación física de algo que ya intuía: no procurar extraer poesía de mundos inexistentes. La poesía se me mostraba a mano y a la vista, de mí y de quien la quisiera advertir. Considero que la realidad es lo suficientemente poética para quien sabe capturarla y transmitirlo con palabras justas (sencillas) y de manera reconocible. En todo caso, el oficio está en saber captarla y describirla. 
Intercalo cuatro frases que tengo pegadas junto a mi mesa de trabajo:  

 

"Yo veo algo y lo describo tal como lo veo. Al hacerlo, me abstengo de comentarlo. Si he hecho algo que me conmueve —si he retratado bien ese objeto—, alguien más se conmoverá, aunque también habrá otro que diga: ‘qué carajos es esto?’ Y tal vez ambos tengan razón." (Charles Reznikoff)
"Si quieres expresar con exactitud esta circunstancia: ‘desde el río soplaba un viento frío’,no hay en lengua humana más palabras que las apuntadas para expresarla." (Horacio Quiroga)
"Admiro a quienes hacen poesía sin necesidad de crear un mundo que los demás no puedan tocar." (Sean Penn)
"Escribir es mágico. Es, en la misma medida que cualquier otra arte de la creación, el agua de la vida.Y el agua es gratis. Así que bebe. Bebe y sacia tu sed."(Stephen King)


Me interesa lograr (trabajar en lograr) ese equilibrio, ese camino bien finito que existe entre la poesía y la narrativa. Llegar a lo básico, pero a la vez no tener miedo de narrar. Relatos, pero con un ritmo y sonido e imágenes que como narraciones plenas no tendrían. Mi ritmo creativo es lento. Entre la publicación de mi primer libro y el segundo pasaron trece años. En el medio sólo escribí el que dentro de poco estaré publicando como tercero. Espero que esos plazos se vayan achicando. Tiene que ver con la confianza, supongo. En estar seguro de lo que uno hace, pero no en el sentido de que es maravilloso, sino de que uno se esmera para hacer siempre lo mejor. En mi caso, y seguramente para muchos otros sea así también, aunque obtuve algunos premios y reconocimientos, nunca me percibí más orgulloso que al saber que había hecho lo mejor que estaba a mi alcance elaborando un poema, un libro entero, sobre todo con el ordenamiento, o lo que sea.Por otra parte, en ese sentido, a veces pienso que ésa puede ser la diferencia entre un oficiante de poeta y un gran poeta: uno llega hasta sus máximas posibilidades, y el otro también, pero una vez que llega ahí, se pregunta cómo lo puede mejorar.

 

4 — Nos ubicamos en el 2000. Desde el 2000.

 

          AS —Mi primer libro. Frecuentaba los ciclos literarios, en parte por las invitaciones que recibía, y en parte porque, bueno, era lo que correspondía. Incluso llegué a co-coordinar alguno, “La Dama de Bollini”, con el poeta Daniel Grad. No duró mucho la faena: apenas la segunda mitad del 2004. Pero tanto de un lado como del otro, esas ceremonias fueron perdiendo interés. Que quede claro, no las critico, sólo que no me dan placer.
En 2004 fui invitado a Chile al Primer Encuentro de Poesía “Voces para el Desierto”, realizado en Copiapó, capital de la Región de Atacama. Por nuestro país participó también Diego Muzzio, y por Chile Eugenia Brito, Gonzalo Millán, Nadia Prado, Juan Cameron y Mauricio Redolés. Quien organizó todo no era de allí. Había llegado de Santiago apenas meses antes. Formó un mínimo equipo, de gente que casi tampoco conocía, y obtuvo un festival de tres días en distintas sedes, incluida la plaza, al que asistió tanta gente como no se había visto jamás reunida en Copiapó. Y aunque lo monetario nunca es lo esencial, consiguió también hospedaje, comida y pasajes de avión para los poetas invitados del resto de Chile y Argentina.Todos para escuchar poesía. Y gracias a una persona que ama la poesía (en todas sus formas) y no consideró que hubiera ningún impedimento válido para mostrar a otros eso que amaba. Repito, en una ciudad que no conocía. Hoy me enorgullece decir que es una de mis amigas más queridas. Se llama Aída Inés Osses Herrera, y por si fuera poco, es Jueza.

 

5 — ¿Y el periodismo?

 

          AS — Después de dos años en la carrera de Ciencias de la Comunicación Social de la Universidad de Buenos Aires, me cambié a TEA, en procura de conocimientos más prácticos que teóricos sobre Periodismo. Se me daba bien la confección de artísticas radiales, sobre todo por cierto toque humorístico. En algunas de las materias que concernían con la escritura en sí, con el estilo sobre todo, mis intenciones poéticas se hicieron notar. En algunos casos en mi contra, con profesores que aseveraban que esa tendencia poética me jugaría en contra; otros a favor, en la creencia de que justamente eso marcaría la diferencia sobre lo establecido. Egresé, habiendo perdido poco antes (por no estar al tanto de una noticia) un trabajo ofrecido por uno de los directores de la Escuela. Al margen de haberme desempeñado en el área de prensa de algunas empresas, la labor intrínsecamente periodística que realicé, fue durante varios años en una ONG de defensa de la libertad de expresión: PERIODISTAS Asociación para la Defensa del Periodismo Independiente, mediante la detección, denuncia, seguimiento e intento de solución de los conflictos. Nunca laborales o gremiales, sino puramente de libertad de expresión. Fue una gratificante incursión. Pero después de eso, me volví librero. Nunca registré el interés y la pasión que imagino que se debe sentir para el ejercicio del periodismo (cierto tipo, al menos), en cualquiera de sus formas. Pasión no sólo para realizarlo meritoriamente, sino también, para obtener la fortaleza para no ser consumido.
Durante muchos años fantaseé con no hablar más, y que no me hablaran, por supuesto. Comunicar apenas con lo que el cuerpo lograra transmitir. Quizá por eso me atrajo siempre también el lenguaje de manos.


6 — En la solapa de “Mi padre cavaba un pozo” consta que mantenés inéditos al menos dos libros: “El ángulo” y “Nunca supe bailar”. ¿Son poemarios? ¿Y en narrativa?...

 

          AS —Sí, se trata de dos poemarios. “El ángulo” ya estáterminado. Sólo queda definir su publicación. En este caso, a diferencia de los dos volúmenes anteriores, que se publicaron gracias a menciones o premios en concursos, decidí gestionar su impresión por mi cuenta. Supongo que posteriormente me ocuparé también de la distribución. En realidad, éste es un libro de composición anteriora “Mi padre cavaba un pozo”. Pero algo pasó en su momento, algo personal, que me marcó que era mejor dar cabida antes a “Mi padre…”. Y la verdad es que a partir de la publicación de este título, me fue mucho más fácil pulir y terminar “El ángulo”.

En el caso de “Nunca supe bailar”, no está cerrado, pero sí lo suficientemente encaminado. No hay dudas sobre su “sentido”, su hilo conductor. Tener claro eso, para mí, es tan importante como la labor de escritura misma. Más todavía: sin eso, difícilmente pueda componer los poemas.

La narrativa me ha esquivado siempre. Es decir, aunque se trata del género que más leo, nunca logré apresarla en cuanto a su confección. Al final de“La condena del mudo”, hay una especie de narración para niños, un tanto siniestra según opinaron algunos amigos con hijos. Sí, por lo que decía antes sobre mi estilo, logré incorporarla a mi manera de “contar” mis poemas. Cuando elaboro uno, necesito saber que estoy contando algo. Si no, ese texto va a quedar irremediablemente descartado.

 

7 — ¿Nos referirías alguna “curiosidad” literaria personal que te haya ocurrido?

 

          AS —No se si esto califique como respuesta a tu pregunta, pero es lo más cercano que se me ocurre. En el 2004 o 2005 fui invitado por el poeta Eduardo Dalter a un ciclo de lectura en el Hospital Borda [Hospital Interdisciplinario Psicoasistencial “José Tiburcio Borda”], no recuerdo si organizado por la radio “La Colifata”. Sólo acepté una vez que supe que una amiga muy queridame acompañaría. Al entrar al enorme Hospital nos perdimos. Recorrimos patios y jardines sin encontrar a Dalter o a la gente de la Radio. En un momento, advertimos una ventana en un paredón. La golpeamos, y cuando nos atendieron supimos que era parte de un edificio del Servicio Penitenciario. Esto fue demasiado para mí, porque mis dos temores históricos, diría que desde pibe, son volverme loco, o quedar preso. Creo que de ninguna de las dos cosas nadie está a salvo. Finalmente dimos con los organizadores, la mesa de lectura, el micrófono y demás. Pero yo fui débil. No pude soportar la visión de algunos internos que participaban, y tuve que irme sin concretar mi lectura.

 

8 — ¿El mundo fue, es y será una porquería, como aproximadamente así lo afirmara Enrique Santos Discépolo en su tango “Cambalache”?

 

          AS —No comparto por completo el parecer de don Discépolo. El mundo, y toda cosa que en él existe, desde que ya no hubo un solo humano sino dos, es porquería sólo una mitad, pudiéndose decir de la otra mitad, que el mundo fue y será una maravilla.

 

9 — Un artículo de David Torres aparecido en el nº 70, febrero 2016, de “Agitadoras”, de España, nos recuerda que “Quevedo pisó la cárcel por irse de la lengua, San Juan de la Cruz por diferencias de opinión con la orden de los carmelitas, Fray Luis de León por traducir el “Cantar de los Cantares” sin permiso oficial y Cervantes fue acusado de malversación por una irregularidad en las cuentas”. ¿Qué añadirías?

 

          AS —Añadiría que si alguna vez se diga de mí que fui preso en tanto poeta, sumándome a estos casos ilustres, seguramente será por atacar con violencia a algún colega de los que suelen leer o publicar en sus libros epígrafes en otros idiomas sin traducirlos, asumiendo que todos los lectores dominan, por ejemplo, el turco.

 

10 — ¿Gacela, ardilla, puma, albatros o jirafa?

 

          AS —Puma, sin duda. Nada más admirable para mí que un felino. Si en la lista figurara también “caballo”, ahí estaría en problemas para elegir.

 

11 — ¿A qué personajes de la historia universal te hubiera gustado parecerte?

 

          AS —Supongo que tu pregunta apunta a personajes políticos, religiosos, militares, científicos, etc. (no artistas, quiero decir). La verdad es que no estoy familiarizado con la Historia Universal y sus figuras. Como en otros casos en los que sé que no sé de qué se habla, prefiero no dar un ejemplo sin saber, forzado.

 

12 — ¿Tus planes a corto y medio plazo?

 

          AS —A corto plazo, de acá a mitad de año digamos, publicar “El ángulo”. Después, abocarme a continuar “Nunca supe bailar”. Me agrada mucho sacar fotos, sobre todo que involucren personas en situaciones, una vez más, narrativas, en las que cualquiera pueda ver una historia, y leerla. Yendo un poco más lejos, imagino que el libro posterior a “Nunca…”, será un poemario basado en algunas de esas fotos.

 

13 — Manuel García Verdecia le formuló en cierta ocasión un interrogante a la poeta Paulina Vinderman. Citada la fuente, te la formulo: A diferencia de los asuntos de sangre, en la poesía, todo poeta es responsable de su genealogía literaria. ¿Cuál es el linaje del que te sentís heredero?

 

          AS —Ésa es para mí una de las preguntas más difíciles de responder, porque uno va modificando el linaje. Justamente porque ese mismo linaje lo va modificando a uno. Por supuesto, con el paso del tiempo, con el aprendizaje, se incorporan autores. Pero por lo mismo, también se van.

Obviamente sin pretender ponerme a su altura, por dios, hablamos básicamente de influencias, hoy diría que me siento heredero del linaje poético de Cesare Pavese, de Emily Dickinson, de Jorge Teillier, de Charles Bukowski, de Raymond Carver, de Jaime Sabines. También de Charles Dickens, mi primera lectura, que no escribió poesía, pero sí fue poeta.Y también entonces, cantautores como Gabo Ferro, cineastas como Charles Chaplin, fotógrafos cómo Elliott Erwitt, pintores como Edward Hopper.En fin, a todos los que me enseñaron lo que es la poesía, aun sin escribir poesía, los considero mi linaje poético. Y les agradezco, porque son los que realmente me educaron.

 

14 — Imagino que además de Elliott Erwitt tendrás tus otros fotógrafos famosos preferidos.

 

          AS — No son muchos. Más bien pocos, en realidad. El húngaro Robert Capa (1913-1954) y el francés Henri Cartier-Bresson (1908-2004), por ejemplo, ambos reporteros de guerra y fundadores en 1947 de la Agencia Magnum. Magnum fue una iniciativa que dio control a los autores miembros sobre la elección de los temas a documentar, su edición y su publicación, procesos que en el caso de fotógrafos contratados por diarios y revistas quedaba en poder de los medios de prensa. También el suizo Robert Frank y el francés Robert Doisneau (1912-1994). Lo que me atrae de ellos es justamente eso que mencionaba al hablar de mis fotos. En sus trabajos siempre hay, o siempre veo, al menos, una historia. Y sea un desembarco de soldados, un beso en una calle de París o el salto de un perro.

Para Cartier-Bresson lo esencial era la oportunidad: “Para mí lo importante es el tiempo, todo es inestable, nada permanece para siempre, todo cambia en todo momento”. Y para Capa: “Si una foto no es suficientemente buena es porque no estabas suficientemente cerca”. Esta idea tiene una interpretación física, más obvia, pero también moral, en el sentido de que uno debe comulgar con lo que está fotografiando. Para eso hay que estar presente, aunque ese momento dure una milésima de segundo, como dice Cartier-Bresson. Por su parte, Erwitt sostiene que no se puede enseñar el talento visual, y coincido. Ningún virtuosismo técnico superará jamás a una sensible manera de mirar, y de elegir lo que es digno de mirar y de mostrar. En una foto suya, tomada en Cuba en 1964, Ernesto “Che” Guevara mira a su izquierda, y sonríe. Seguramente también hizo tomas de frente, mirando a cámara. Pero la elección de mostrarlo mirando fuera de campo, cuenta una historia más interesante.

 

15 — ¿Hasta dónde te dejarías llevar por vocablos como éstos: “panacea”, “cofrade”, “dulcificar”, “implosión”, “deletéreo”?

 

          AS —Me dejaría llevar hasta quedar ciego para dejar de leerlas, o sordo para dejar de escucharlas.

 

16 — ¿Acordarías, o algo así, con que es, efectivamente,“El amor, asimétrico por naturaleza”, tal como leemos en el poema “Cielito lindo” de Luisa Futoransky?

 

          AS —Uno acuerda o no con algo según su propia lectura, ¿no? Y una vez que entra, esa lectura propia distorsiona eso con lo que se acuerda o no, lo modifica. Dicho esto, en base a mi lectura de “El amor, asimétrico por naturaleza”, diría que no acuerdo. Asimétricos (que no puede ser cortado por un eje cualquiera de tal manera que las dos mitades resultantes sean idénticas entre sí)son los vínculos. Las personas, ya que estamos. El amor, no. Tampoco es que sea simétrico, pudiendo cortárselo por un eje de tal forma que sus dos mitades sí resulten idénticas entre sí. Sea lo que sea, es una unidad indivisible.

 

17 — ¿Qué libros que te hayan fascinado, al paso del tiempo se te han vuelto insoportables?

 

          AS —Me ha ocurrido una sola vez. Apenas terminada la escuela secundaria leí “Sobre héroes y tumbas”, de Ernesto Sábato. Por circunstancias personales de entonces quizás, me pareció maravilloso. Pasé un par de años recomendando ese libro a quien fuera que se me cruzara. Con posterioridad, intenté releerlo un par de veces. En ambos casos me resultó, tomando el adjetivo mismo de la pregunta, insoportable. Sólo como referencia, “El túnel”, obra supuestamente “menor” del mismo autor, que había leído incluso antes, en la escuela, me sigue fascinando hasta hoy.

 

18 — Dos años antes de que falleciera tuviste ocasión durante tres días de tratar personalmente al poeta y artista plástico Gonzalo Millán (1947-2006). ¿Conversaste con él? ¿Cómo lo recordás?

 

          AS —Uno no va a conocer a alguien en tres días, pero me dio la sensación de ser una persona sincera, y eso implica a veces cierta parquedad o introspección que también lo acompañaban. Por mí está bien, me gusta eso. Nunca iba a buscar charla, pero si yo le preguntaba o comentaba algo, era muy amable. Uno de los días me “retó” en público. Durante el encuentro en Atacama compartí la mesa de lectura con él. Cuando al concluir se habilitó un espacio para las preguntas del público, alguien soltó el clásico y temible “qué es para usted la poesía”, y yo trasmití la misma situación que mencioné sobre esa señorita que observé desde el micro en Bolivia. Cuando le tocó a Millán, afirmó algo así como: “Esa pregunta no tiene sentido. Y éste (refiriéndose a mí), que dice que vio a una vieja sucia desde el ómnibus y que eso es la poesía, tampoco sabe”. Pero al decirlo, no enojaba, sino que hacía reír.

          Me apenó cuando supe de su muerte. Muchas veces vuelvo al comienzo de su gran poema “La ciudad”: “Amanece. / Se abre el poema. / Las aves abren las alas. / Las aves abren el pico. / Cantan los gallos. / Se abren las flores. / Se abren los ojos. / Los oídos se abren. / La ciudad despierta. / La ciudad se levanta. / Se abren llaves. / El agua corre. / Se abren navajas tijeras. / Corren pestillos cortinas. / Se abren puertas cartas. / Se abren diarios. / La herida se abre.”

 

 

Adrián Sánchez selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

 

Algunos apuñalan su corazón

hasta tres veces.

 

Otros abren sus venas

para vaciarse

se arrojan ante un tren

o saltan desde un puente.

 

Hay quienes se ahorcan

para morir bailando.

 

Dicen que el método elegido

surge de los motivos

que llevan a tomar la decisión.

 

Mi padre se metió en la cama.

                                                                     (de “Mi padre cavaba un pozo”)

 

*

 

 

Mi madre me miraba incrédula

correr por el jardín

mientras de mi cabeza agujereada

escapaba la sangre de su sangre.

 

Eras como un globo

me contó después.

No podías parar

porque tu sangre era como el aire

y al escapar

te impulsaba hacia delante.

 

Me imaginé en una plaza dijo

mirando para arriba

llorando con otras nenas.

                                                                     (de “Mi padre cavaba un pozo”)

 

*

 

 

Espero acostado

que Laura se duerma

y entonces bajo a nadar.

 

Ella no puede mojarse.

Algo dentro de su cuerpo

necesita estar seco

por cinco días.

 

Nado despacio para no despertarla.

Pero también

para que el fondo no se agite

y el agua se enturbie.

 

A veces dejo de bracear

y flotando en la oscuridad

me pregunto qué sería de mí.

 

Si tantas cosas.

Qué sería de mí.

                                                                           (de “El ángulo”, inédito)

 

*

 

 

Una tarde corrí

entre gallinas espantadas

con mi primer amor

desnuda sobre mis hombros.

 

Ella reía nerviosa

porque nos habían descubierto

y pronto sentí su pis

cayendo por mi espalda.

 

Cuando ya no pudimos escapar

me puse en cuatro patas

para que pudiera desmontarme.

 

Recuerdo la presión

de sus muslos en mi cuello

como una despedida.

 

Después los talones

blanquísimos en el barro.

 

El vaivén del pelo y los brazos

mientras seguía a la abuela.

 

Se iba.

                                                                         (de “El ángulo”, inédito)

 

*

 

Aunque es otoño

el calor no se va.

 

Al borde de la pileta

miro el fondo

cubrirse de verde.

 

Podría limpiar el agua.

Nadar unos días más.

 

Hojeo un libro de Carver.

Una foto suya junto a un río

mirando la corriente.

 

El agua que yo veo no fluye.

 

No enriquece otro caudal.

No desemboca nunca.

 

Chinches rondan los escalones 
donde apoyo mis pies.
 

El verano pasó.

Corresponde que este agua se pudra.

                                                                                              (de “El ángulo”, inédito)

 

 

*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Adrián Sánchez y Rolando Revagliatti, marzo 2016.

 

http://www.revagliatti.com.ar/010815.html

http://www.revagliatti.com.ar/020600.html

http://www.revagliatti.com.ar/act0509/Huasi_sanchez.htm

foto tomada por el entrevistado

foto tomada por el entrevistado

foto tomada por el entrevistado

Adrián con su madre

Adrián con su gata Nina

Marina Kohon: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

Marina Kohon nació el 8 de junio de 1965 en la ciudad de Mar del Plata, provincia de Buenos Aires, Argentina. Reside en la misma provincia, en la ciudad de Bahía Blanca. Es profesora de inglés. Se perfeccionó en Alexandria, Virginia y en San Diego State University, California, Estados Unidos. Dirige un instituto de enseñanza de idioma inglés donde también prepara alumnos para rendir exámenes internacionales. Como traductora de poesía colabora con los blogs Otra Iglesia es Imposible, La Biblioteca de Marcelo Leites y El Poeta Ocasional. Administra Ogham: Arte Celta Irlandés, Traducciones y Otros Hallazgos: http://oghamirlanda.blogspot.com.ar - Fue invitada al Festival de las Letras de Rosario en 2011 y 2012, al Festival Internacional de Poesía de San Nicolás 2011, a la gira con poetas galeses “Forgetting Chatwin” en 2013, a Diálogo de Provincias en el  marco de la 41º Feria Internacional del Libro de Buenos Aires 2015 y a la Feria Internacional del Libro de La Habana 2016. Publicó los poemarios: “La ruta del marfil”, Alción Editora, 2012, y “Banshee”, Hemisferio Derecho Ediciones, 2013, así como la plaqueta “De la chacra al cielo”, Colectivo Semilla, 2014.

 

1 — Confluencia es un departamento en la provincia de Neuquén. El río Limay es un curso de agua que sumando afluentes se encuentra con el río Neuquén. En Neuquén has crecido. Y un poema tuyo lleva por título “La chacra en Confluencia”.

 

MK — Tuve una infancia privilegiada por el lugar en el que me tocó crecer. Era una chacra de frutales, todo un entorno mágico, y aunque bastante solitario, ya que eran pocas las personas que recibíamos, no me pesaba porque aprendí a disfrutar los juegos con las plantas, con el paisaje, en la hamaca, explorando el entorno. Y el poema que nombrás es el que más representa esos años, los de la primera infancia, porque habla del lugar, del río, de las excursiones hasta tocar el agua transparente, el lecho de piedras, todo era parte de una experiencia que rozaba lo místico. De lo que se veía y de lo que permanecía oculto. La visión de la nena que recién cuando se transforma en adulta puede mirar en la distancia y comprender:


La chacra en Confluencia

 

La casa rodeada

por el camino de piedras,

piedras que chasqueaban

anunciando unas pocas

llegadas y partidas.

Un balcón estirándose

hasta tocar el Limay,

de telón barda rebelde,

un jardín,

la chacra era un jardín, toda

un pino

artífice de los rituales de navidad,

una farola-partenaire de danzas.

Una calesita y una hamaca.

Más allá

la acequia,

las ranas

besándose en la orilla,

el bajo

(sacrílegos los pasos

que osaban internarse)

los rayos de sol

filtrándose en ocres

entre las hojas caídas.

Una mesa de troncos,

un banco,

lugar de reunión de los peones.

Después, los frutales y las vides.

Por encima, el ojo de una nena

comprendiendo la abstracción de lo lejano.

 

 

2 — ¿En qué consistió el Club de Lectura Irlandesa que coordinaste entre 2010 y 2013?

 

          MK — Nació de la necesidad de compartir mis lecturas y búsquedas de autores irlandeses con otras personas. En esa época integraba la Comisión de la Asociación Argentino Irlandesa en Bahía Blanca, y se nos ocurrió durante una reunión organizar un Club de Lectura para acercar la riqueza de la literatura irlandesa a los miembros que estuvieran interesados; luego se abrió a la comunidad toda, mediante avisos que publiqué en facebook y afiches que dejé en el pub irlandés en el que nos reuníamos. Fue una experiencia muy positiva ya que quienes concurrían leían, participaban, aportaban sus opiniones y críticas también.

 

3 — Se impone que te pregunte de dónde procede tu acendrado interés por la cultura irlandesa, galesa, escocesa… Imagino, además, que habrás visitado Irlanda.

 

          MK — ¡No he visitado Irlanda aún! Espero poder hacerlo pronto. Hace un poco más de veinte años abrí mi instituto de enseñanza de idioma inglés y lo primero que colgué en el aula fue un mapa de Irlanda de una revista National Geographic que había comprado por casualidad. No sé por qué, pero ese mapa me intrigaba. Años después una amiga descendiente de irlandeses me adentró en la cultura, en sus costumbres, que encontré fascinantes. Eso me movió a leer su historia y su literatura. No tengo antepasados irlandeses, no que yo sepa. Pero de la misma forma que siento mucha pasión por la cultura ucraniana (mi abuela paterna nació en Odesa, era rusa-judía), que hasta me llevó en su momento a estudiar idioma ruso, siento también mucha atracción por lo celta. Recientemente encontré un artículo en una revista irlandesa que habla sobre la posibilidad de que una de las tribus perdidas de Israel sea la de los Tuatha de Danaan, quienes fueron uno de los pueblos fundadores de la actual Irlanda. Algunos investigadores basados en el libro de Josué, sostienen que la tribu perdida de Dan que huyó expulsada por los asirios puede haber huido hacia tierras nórdicas. Quizá. Y quizá eso explique mi gran interés por lo celta.

 

4 — ¿Cuáles serían en tu ranking los diez poetas irlandeses, de todos los tiempos, fundamentales, y los cinco contemporáneos que más te atraen?

 

MK — Yeats, Yeats, Yeats, por sobre todos. Y luego Seamus Heaney, Patrick Kavanagh, Austin Clarke, Eiléan Ni Chuilleanáin, Eamon Grennan, Ciaran Carson, Thomas Moore, Eavan Boland, Paul Muldoon, Peter Sirr, Moya Canon, Paula Meehan, Macdara Woods, Nuala Ni Dhomhnaill, sólo por nombrar poetas que me gusta leer. Varios de ellos son contemporáneos. Y nombraré cinco poetas jóvenes que me parecen muy promisorios: Caitriona O’Reilly, Stephen Connolly, Noel Duffy, Medbh Mc Guckian, Ciaran Berry.

 

5 — ¿Podrías trasmitirnos cuánto y cómo te involucra, atrae o fascina, en tanto especialista, el alfabeto Ogham, la escritura oghamica?

 

          MK — No soy especialista en absoluto en ese tema. Me atraen como símbolos de una escritura que encierra muchísimos misterios. Se cree que puede derivar del griego, hay estudiosos que suponen existe una conexión semita con alguno de los alfabetos ogham. Lo cierto es que mensajes en este lenguaje fueron siempre considerados algo muy reservado, se usaban a fin de poder comunicarse secretamente. Además, el nombre de cada letra tiene una correspondencia con un árbol; los cuales tenían carácter de sagrado para la tradición druida que llevaba a cabo sus ceremonias en los bosques.

Robert Graves creía que el poema gaélico que describe la famosa batalla de Cad Goddeu o la Batalla de los Árboles, que forma parte del libro de Taliesin, contenía secretos de una religión matriarcal celta más antigua que fue censurada por las autoridades cristianas. Graves sugería que la batalla quizá no fue física sino ideológica e intelectual y otros investigadores como Francesco Bennozo, sostienen que el poema representa los antiguos miedos del hombre hacia el bosque y sus poderes mágicos. Es un alfabeto fascinante, del cual a ciencia cierta, sabemos poco.

 

6 — ¿Prevés algún volumen que reúna traducciones tuyas al castellano?

 

          MK — Estoy trabajando en tres proyectos: uno que publicará Sirga Ediciones en su Colección Perro en Bote, “Siete sonetos para una muerta” de Marguerite Yourcenar, traducciones del  francés al castellano, y en dos más, del inglés al castellano, que prefiero mantener en secreto para que sean una sorpresa.

 

7 — Tu segundo poemario está conformado por textos inspirados en leyendas celtas. ¿Qué rasgos predominan en las leyendas celtas, en general, y cuáles en tus poemas sobre las leyendas elegidas?

 

          MK — Lo mágico sin ninguna duda, que es un rasgo que me atrae, y en mi poemario, además,  los temas como la necesidad, el hambre y la lucha por la independencia del pueblo irlandés.

 

8 — ¿Será en el curso de este año que aparecerá tu tercer poemario?

 

          MK — Espero que sí, aunque aún estoy definiendo algunos detalles. Hasta ahora no he pagado para editar mis libros, lo cual hace que la publicación sea un hecho que tiene mucho de fortuito, como se dice en inglés, publico “once in a blue moon”, muy de vez en cuando. De hecho, mi primer poemario apareció a partir de una beca del Fondo de las Artes de Bahía Blanca, y el segundo por una editorial independiente de mi ciudad, la misma por la que daré a conocer el tercero.

 

9 — ¿Te referirías a tu tiempo libre?

 

          MK — Tengo múltiples intereses y no mucho tiempo libre que trato de distribuir de la mejor manera. En ese abanico cultivo un jardín de rosas, jazmines y frutales porque necesito mantener la conexión con la tierra que tuve en mi infancia. Vivir al compás del milagro de los ciclos me ayuda a comprender el mundo. Y además porque como decía Cicerón: “Si tienes una biblioteca y un jardín, lo tienes todo.” Son tareas complementarias, la primera requiere esfuerzo intelectual, la segunda físico, y ambas son pródigas en satisfacciones.

 

10 — Estás casi recién llegada de La Habana.

 

          MK —Sí, fue una experiencia que me enseñó muchísimo y que aún estoy procesando porque me impactó el pueblo cubano y su grandeza, su generosidad y optimismo. Y el paisaje. Es simplemente maravilloso, es como en esas fotos que una piensa que son irreales porque están “photoshopeadas”. El festival tuvo lugar entre el 11 y el 21 de febrero de este año, así que recién volví a Argentina a fin de ese mes. Traté de vivir entre ellos no como turista, sino compartiendo algunas de sus costumbres. Me alojé en una casa de familia, iba al mercado a hacer las compras para cocinar, tomé “la guagua” (colectivo), “la máquina” (taxi compartido). Un día fui a hacer cola a la empresa de comunicaciones para comprar una tarjeta de internet. Después de treinta y cinco minutos de esperar, por fin era mi turno. Un par de hombres se acercaron y me dijeron que estaban ellos antes que yo. ¿Cómo era eso posible? Porque en Cuba hacer la fila no tiene ningún valor, se canta el último, ellos habían cantado el último y se habían ido a sentar. Hubo una  discusión que para mi gusto lindaba con lo enardecido, en la que argumenté que si todos nos íbamos a sentar era imposible mantener el lugar. Y pasaron los hombres primero porque mis argumentos no hicieron mella. Pero al salir saludaron con amabilidad. Me di cuenta que se discutía “a lo cubano”, acaloradamente, pero que a los cinco minutos ya nadie se acordaba del entredicho.

          La otra gran experiencia fue la Feria del Libro, donde tuve la oportunidad de conocer a varios escritores, compartir charlas y lecturas. Pero también volví con la sensación de haberme perdido bastante, porque la feria es enorme y está muy atomizada. Hay eventos simultáneos en los distintos extremos geográficos de la ciudad, por lo que es imposible aprovechar todo lo que ofrece.

 

11 — ¿Tenés algún verso “que te persiga”?...

 

          MK — No, no tengo un verso que me persiga, sí corrijo mucho, y eso tiene como contrapartida que le quita espontaneidad a la escritura. Como dijo Baldomero Fernández Moreno: “El poeta, como el cazador pobre, a lo que salga” y después a trabajarlo, trabajarlo.

 

12 — ¿Cómo te llevás con “las utopías”?

 

          MK — Una parte de mí sigue creyendo en las utopías como una forma de aspiración a la trascendencia del ser humano. La otra parte convive con las desilusiones cotidianas.

 

13 — ¿Acordarías con el poeta, y como vos, también traductor, Esteban Moore, en que de las corrientes poéticas del siglo XX, las más interesantes son “el imaginismo y las vertientes coloquiales”?

 

          MK — A eso le agregaría el surrealismo; la asociación libre de las imágenes, la exploración del mundo de los sueños; las conexiones con la religión y la mitología aportaron mucho vuelo a la poesía, y una mirada hasta ese momento única.

 

14 — ¿La humildad conduce a alguna parte?...

 

          MK —No sé si a alguna parte. Tampoco veo a la humildad como virtud; preferiría tener una visión de mí misma que condiga con la realidad, que prevaleciera en mí el sentido común.

 

15 — ¿Qué narradores irlandeses considerás excelentes? ¿Y en cuanto a la música?

 

MK — Me gustan mucho John Banville, Claire Keegan, Iris Murdoch, Colm Tóibín, y por supuesto los enormes Jonathan Swift, George Bernard Shaw, Samuel Beckett, James Joyce y Oscar Wilde. Es increíble que un país de sólo 84.000 kilómetros cuadrados pueda generar literatura tan rica y variada; quizá la raíz se encuentre en la batalla idiomática que el país tuvo que enfrentar. Con respecto a la música, tiene bandas emblemáticas como U2, The Cranberries, The Dubliners, The Corrs, Lúnasa, The Pogues, Clannad, The Chiftains; cantantes como Enya, Sinead O’Connor, Van Morrison, Bob Geldof, Rory Gallagher, por nombrar algunos. El arte prospera en Irlanda.

 

16 — En un breve texto titulado “La lengua materna”, Roland Barthes afirma: “…pesimismo constante respecto a las traducciones, desasosiego ante las preguntas de los traductores que con tanta frecuencia parecen ignorar lo que yo considero el sentido mismo de una palabra: la connotación.” ¿Qué te promueven estas líneas?

 

          MK —Traducir para mí es una experiencia más ligada al placer que a la insatisfacción o al desasosiego. Es cierto que en algunos poemas el traductor se encuentra con imposibilidades, como la de traducir palabras con “double meanings”, significados dobles que sólo se presentan en el idioma original y fuerzan al traductor a elegir un camino y sólo uno, perdiendo una de las representaciones y por ende una connotación de la línea o poema. Pero una buena traducción, aunque debiera tener como meta la perfección, nunca podrá alcanzarla. No obstante, el traductor oficia como puente en la Babel de los idiomas, como nexo entre culturas, lo que hace que el mero intento de acercarse a la excelencia anhelada tenga valor en sí mismo.

 

17 — Consta en tu presentación una gira denominada “Forgetting Chatwin”. (¿Cuál sería su traducción en castellano?)

 

          MK —Forgetting Chatwin, u Olvidando a Chatwin, tomó su nombre a raíz de un libro que escribió el escritor inglés Bruce Chatwin: “En la Patagonia”. Este libro fue muy controvertido debido a que el autor ficcionalizó anécdotas y personajes del lugar.  La gira con los escritores Tiffany Atkinson, Richard Gwyn, Karen Owen y Mererid Hopwood, todos residentes en Gales, tuvo por objeto presentar su obra en Buenos Aires, Puerto Madryn, Trelew, Gaiman, Trevelín, San Carlos de Bariloche y Valdivia, en compañía de los escritores argentinos Jorge Fondebrider, Jorge Aulicino y yo, y de la poeta chilena Verónica Zondek. Se compartieron lecturas en inglés, galés y castellano, se sumaron en algunas localidades los escritores del lugar, y se dieron conferencias sobre la cultura galesa. En Buenos Aires participaron la narradora Inés Garland y la poeta Silvia Camerotto. Yo me sumé en el tramo Madryn, Trelew y Gaiman: fue un disfrute en el plano humano, y por supuesto por la poesía, el intercambio cultural y específicamente la oportunidad para discutir sobre los trabajos de traducción. Además descubrí que en el sur hay todo un mundo que parece sacado de la saga de “El señor de los anillos”: gente que habla entre sí un idioma gutural (el galés), muy apegados a sus costumbres y tradiciones.

 

18 — Martin Opitz von Borerfeld (1597-1639) definió así a “la tragedia”: “Golpes mortales, desesperaciones, infanticidios y parricidios, el fuego, el incesto, la guerra, las insurrecciones, el gemir, el aullar y el suspirar.” ¿Falta algo…?

 

          MK —La traición y la mentira contrapuestos, por supuesto, al amor, la lealtad y la verdad. En la tragedia siempre hay un héroe o heroína.

 

19 — “Baladronada”, “crecida”, “homofonía”, “vilipendio”, “esquirla”, ¿a dónde te conducen?...

 

          MK —Baladronada y vilipendio, quizá a alguna lectura del siglo XIX para atrás. A esquirla y crecida podría encontrarlas en cualquier poema actual. A homofonía  no me la imagino en un poema. Hay palabras que me remiten a otras épocas, expresiones que encuentro en desuso. Es una contradicción para los escritores, porque en general nos dejamos atrapar por el halo misterioso de las palabras, son límites entonces muy personales, muy tenues.

 

20 — ¿Cómo te caen los grafitis, qué te producen?

 

          MK —Me encantan los grafitis, me sorprenden, son una forma de que la gente se adueñe del espacio público. Algunos son muy ocurrentes, sumamente creativos. Hay un poeta español, que se hace llamar Neorrabioso, que hace grafitis en las calles de Madrid con versos de poetas. Hace un tiempo tuve en mi muro de una red social el siguiente que es de su autoría:

 

Liberqué

Igualiquién

Fraternicuándo

 

Me parece genial. También admiro al gran Bansky, el artista inglés que usa además varias técnicas, entre ellas el estarcido de figuras y las artes plásticas en general. Sus mensajes siempre tienen críticas al sistema, como: “Disculpe, el estilo de vida que usted ha encargado no está disponible en este momento.”

Es la forma que tiene también la gente común para expresarse, los que no tienen acceso a otros medios. Además me divierte ir caminando y encontrarme con estas frases y/o dibujos. Le ponen color a las poblaciones.

 

21 — ¿Acordás con que “…todo poeta tiene su biblioteca secreta”, tal como sostiene Santiago Espel en su “Notas sobre poesía”?

 

          MK —¡Absolutamente! Yo la tengo y por nada del mundo la revelaría.

 

22 — ¿Cómo se fueron definiendo tus ideas respecto de la poesía?

 

          MK —Con las lecturas, indudablemente. Mucho más que con los recitales de poesía, en los que quizá no preste tanta atención a las palabras sino a la forma de decir, los gestos, los tonos de voz. Es definitivamente el encuentro a solas con el poema escrito el que me da la oportunidad de volver, releer, y en oportunidades, sentirme trascendida, modificada por la lectura. No se vuelve de la misma forma de los poemas que nos impactan.

 

 

Marina Kohon selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

 

Canto I

I

 

Llegaron para detener al silencio.

Los pájaros congelaron sus alas.

Hubo ausencia de aire yen mi vientre un tajo.

De la carne se desprendieron dos luces, y un arroyo puro

que manchó los salitrales.

Eran dos las luces. Era la carne una.

 

Yo pensé en las aguas del Nilo teñidas

y en las siete profecías

también en cuál era el pecado

por el que un hijo puede hacerse río rojo.

 

II

 

Los días abandonaron la línea

y se volvieron círculos

los tres quedamos encerrados dentro.

Quisimos hundirnos en la arena

igual que la espuma abandonada por la marea.

Quisimos hundirnos juntos en los nombres

hasta que el abrazo de una luz mayor

nos devolvió el llanto.

 

III

 

Permanecimos formando una tríada

estrecha en el respiro,

ellos prendidos de mi pecho

alimentados con mi leche, un marfil de luna

sorprendidos al vernos

en el reflejo del otro.

 

Alrededor volaban toda clase de criaturas

unas danzas incomprensibles, de rituales.

Nos sosteníamos.

 

IV

 

Recuerdo cantar una canción

un amuleto para que la sal no nos tragara.

La canción tenía una única palabra

que yo les susurraba en los oídos.

 

V

 

Me aferré a los vaticinios que cayeron

de los oros en la herencia. Los apreté fuerte

y me salvé los ojos.

Todo esto duró hasta que Dios

sentenció la ausencia de pecado

y nos devolvió a la vida.

                                                                                                   (de “La ruta del marfil”)

 

 

de las Ipomeas …

 

hacia el sol

en su alto cenit

la mujer

despliega sus tallos

de filigranas voraces

 

—no hay súplica—

 

 sólo un hambre de cielo y nube

—igual al mío—

 

un corsé de hojas

en profusión de flores

que entre los resquicios

se siente soplo

 

un armazón que vuela

en complicidad de rayos

 

espíritu azul que se esfuma

en el letargo del frío.

                                                                                                    (de “La ruta del marfil”)

 

 

*                                                                                

 

Madre

éramos la tierra

y la cruz

éramos carne de tu carne

hasta que nos ataron las manos

los pies y las lenguas

Madre

una gran boca oscura hablaba

                                    por nosotros

nos atravesaba los centros los hijos

y nos arrojaba a la agonía

pero nosotros Madre

entreveíamos tu rostro

                           envuelto en el manto

y con las uñas hurgábamos

más y más abajo

buscábamos

en los bosques

en los susurros de los árboles

en el claro donde confluye el rayo

buscábamos Madre

en los fragmentos de las voces

                                         dormidas

hasta hallarnos Madre:

somos esta nada

que con esfuerzo

arrastra sus raíces.

                                                                                                             (de “Banshee”)

 

 

Dublín

 

Todo es volver al límite

                                de nieblas

de una ciudad donde se brota

                                 y se muere

a la abrumadora belleza

                                 de sus faros

a su gesto como incendio

                                 de tréboles

a tu voz que no encuentra un lugar

                                 para escurrirse

tu mirada  que mantiene el orden de todo

                                 lo visible e invisible

el círculo en el que estoy  encerrada

                                   en sus claves

todo abona el mismo oxímoron  de lo lejano

                                    dentro mío.

                                                                                                                   (de “Banshee”)

 

 

Leyenda irlandesa

 

Quizás

me pierda como Condla

si me ofreces

la manzana de Avallon,

me suba a tu barca de cristal

cruce estrellas, galaxias, infinitos.

 

Quizás

me rehúse luego

a probar otro alimento

está bien sabido que estos frutos de ambrosía

curan heridas, penas, cicatrices.

 

Quizás

no haya conjuro posible

al que el druida Corán

pueda acudir para apartarme de tu lado

y se desmayen las horas, los minutos, los instantes.

 

Quizás

te vuelvas omnipresente espejismo

de mis miradas

y ya no pueda ser la misma.

 

Ten cuidado, nadie ha vuelto de la Isla de los Manzanos.

                                                                                                                                                             (de “Banshee”)

 

 

*

 

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Bahía Blanca y Buenos Aires, distantes entre sí unos 600 kilómetros, Marina Kohon y Rolando Revagliatti, abril 2016.

www.revagliatti.com.ar

Marina con su padre

Victoria Lovell: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

 

Victoria Lovell nació el 6 de febrero de 1956 en la ciudad de Rosario (donde reside), provincia de Santa Fe, la Argentina. Es profesora en Castellano, Literatura y Latín, egresada en 1979 del Instituto Nacional Superior del Profesorado de su ciudad. Ejerce la docencia desde 1988 en instituciones públicas y privadas. Ha sido directora de proyectos y coordinadora de áreas vinculadas a la literatura, propiciados por organismos de la Municipalidad de Rosario. Fue jurado en diversos concursos promovidos en su provincia, así como panelista en Ferias del Libro y Festivales de Poesía. Dictó conferencias, participó en Congresos, prologó, presentó y efectuó reseñas de libros. Fue traducida al francés y al inglés. Es miembro fundador de “Cooperart” (primera cooperativa de arte de la Provincia de Santa Fe, 1986) y del comité editorial del sello “Papeles de Boulevard”. Además de integrar ediciones conjuntas —“Poemas por América” (1986), “Poemas por el hombre” (1989)— y ser incluida en antologías —“Poetry Ireland Review” Nº 73, “Las 40. Poetas santafesinas 1922-1981”, compilada por Concepción Bertone, el volumen “Un siglo de literatura santafesina. Poetas y narradores de la provincia 1900-1995” de Eugenio Castelli— su quehacer se ha divulgado en propuestas electrónicas y en revistas de soporte papel —“Casa Tomada”, “Juglaría”, “Los Lanzallamas”, “Poesía de Rosario”, “Boga”, “El Centón”, “Apofántica”, “La Pecera”, “La Guacha” y otras de su país, y en “Dierese” de Francia, traducida al francés, desde 2000 a 2005—. Publicó entre 1981 y 2012 los poemarios “De cobre y barro”, “Máscaras de familia”, “Jardines cerrados al público”, “Desde el hastío” y “Los noctiluca”.

 

1 — Me valgo de un dato, Victoria: tu madre es Profesora en Letras. ¿Armamos la constelación?

 

          VL —Es así, mi madre, Ana María Calatroni, obtuvo su título en la primera promoción de la Facultad de Filosofía y Letras, la que en la actualidad se denomina de Humanidades y Artes. Mi padre, Filiberto Lovell, era ingeniero. Y tengo un hermano tres años menor, Ricardo. Mi abuelo, el doctor Alfredo Lovell, nacido en Marbella y de ascendencia inglesa, llegó a la Argentina en 1911. Junto con el doctor Juan Álvarez organizaron la actual Biblioteca Argentina. Y allí, donde mi abuelo fue el primer bibliotecario, por azar, estoy dictando un taller. La hermana de papá, Gloria Lovell, fue una de las primeras pediatras que hizo de la medicina un trabajo social. Fue la primera mujer directora del Hospital de Niños, y yo, su paciente. En la familia de mi padre había ciertos principios inclaudicables: mi abuelo servía un té en la Biblioteca a las cinco de la tarde para que pudieran concurrir obreros y estudiantes; mi padre hizo barrios obreros. Por vía materna, mi abuelo, a quien no conocí, Ricardo Calatroni, fue doctor en química y violinista, y mi abuela, Ana Caviglia de Calatroni, rebautizada por mí como Yayi, era pintora, y en un sentido profundo, mi alma mater. Como verás, varias figuras fuertes.

 

2 — ¿Por dónde, cómo circulaste en tu educación?

 

          VL —Cursé el primario y el secundario en un colegio católico, Adoratrices, por decisión materna, ya que mi familia paterna era anti-monárquica y atea, gracias a Dios, según el decir de mi tía pediatra. Desde muy chica gocé de la libertad de poseer una biblioteca que me permitiera tener acceso a los libros que quisiera, aunque esa libertad tenía su restricción: debía comportarme de acuerdo a ciertos cánones sociales. Algo evidentemente no funcionaba y me encargué de averiguarlo. Recuerdo casi de memoria el comienzo de “Demian” de Hermann Hesse: “¿Por qué todo aquello que tendía a fluir libremente de mí habría de serme tan difícil?” Estaba ya cursando el profesorado de Letras cuando en 1976 se produjo el levantamiento de las Fuerzas Armadas, la dictadura militar. Siento que pertenezco a una generación perdida porque gran parte fueron desaparecidos o su militancia política fue en la cárcel.

 

3 — Y te recibiste.

 

          VL —Me recibí, publiqué mi primer libro. Un año antes, en 1980 me casé con Reynaldo Uribe, arquitecto, imprentero y poeta. Él estaba separado (recordarás que el divorcio en la Argentina fue posterior). Comenzamos a convivir de a tres, ya que su hija Carolina tenía a su mamá exiliada. Tuvimos tres hijos: Nicolás, Imanol y Federico. Y además sostuvimos proyectos culturales en común: Cooperart, la creación de los talleres La Escuelita (cuando Reynaldo era Director del Centro Cultural Bernardino Rivadavia —1990-1995—, en la actualidad Centro Cultural Roberto Fontanarrosa), revistas que él dirigía y en las que yo colaboraba (“Juglaría”, “Casa Tomada”, etc.). El taller que coordino es la continuación de aquella experiencia. En 1996 nos separamos y continué escribiendo, trabajando, estudiando para la licenciatura en Letras, en Humanidades y Artes, y criando a mis hijos. Y ahora construyendo otra pareja, con Oscar de Sanctis, doctor en Física, en fin, viviendo.

 

4 — Ignoraba que hubieras estado casada con Reynaldo Uribe (1951-2014). Nunca nos vimos él y yo, pero me ha publicado poemas en “Juglaría”. ¿Podría ser que nos hicieras una semblanza de él? ¿Te referirías a su poética?

 

          VL —Cuando lo conocí a Vasco, él ya dirigía “Juglaría”; es más, nos conocimos en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia, y había publicado en su revista uno de mis primeros poemas; imaginate mi emoción. Ahora pienso: qué casual ese encuentro; ya que después fue el director del Centro Cultural. Un notable gestor. Uno de sus objetivos había sido la participación activa de los jóvenes, que se apropiaran de un espacio, hasta ese momento distante, y lo habitaran. Lo hizo posible gracias a un proyecto que entendía la cultura como una construcción participativa plural. Implementó la dinámica de talleres y cursos en diferentes áreas y el conjunto de los mismos fue llamado, primero en forma privada y después pública, La Escuelita, que tenía su propia publicación periódica. Fue un período de gran entusiasmo y aprendizaje para todos los que formamos parte. 

          En cuanto a su poética, por supuesto, cada lector elige sus páginas. A mí uno de los libros que más me interesó fue “Resistencia”, prologado por mí en 1986; en 2007 fue incluido dentro de un corpus mayor, “Los elegidos”, una antología personal. A modo de reseña de este volumen escribí:

 

“Él elige la materia con la que trabaja, observa, prueba, descarta, selecciona. Este proceso de composición se establece a partir de una fuerza ordenadora. La primera parte de este nuevo libro es “Resistencia”, su tercera reedición, las anteriores datan de 1984 y 1986. Ahora reaparece formando parte de un texto mayor subdividido en cuatro partes: Resistencia, Vulneración del misterio, Los elegidos, Ruinas circulares.

El gesto y el acto poético raramente se corresponden; pero en “Resistencia” pareciera ser que sí, hay dos fechas: 1976-1983; ningún lector puede desconocer esa etapa de la vida constitucional de nuestro país y cabe preguntarse cómo se escribía y cómo se difundía durante la represión; debe sostenerse la interrogación, no apurarnos en reseñar, en etiquetar modos de producción poética que hoy ya forman parte  de la historia de la literatura. Sí cabe señalar que algunos de los poemas de “Resistencia” tuvieron una circulación por fuera del formato libro; a comienzos de los 80 aparecieron pintadas callejeras con textos de Felipe Aldana, Paco Urondo y Reynaldo Uribe, entre otros, firmadas por “El poeta manco”.

El lector de poesía intuye con cierta rapidez cuando se enfrenta a una obra como totalidad o a la yuxtaposición de los poemarios que la conforman. En “Los elegidos”, Reynaldo Uribe recupera y afianza el tono de sus mejores poemas. Poesía breve, nominal, a veces epigramática: “Cuando todo estuvo creado,/ el hombre/ se permitió ser niño. ”Lo nombrado regresa y en esa iteración puede leerse paradójicamente la crítica a los modelos de la globalización; pero también el fracaso de la propia resistencia; no hay regreso a un mundo primigenio.

“Alguien quiere” el lugar de este sujeto indefinido, es el de la mirada ubicua del poder que permite diferentes combinatorias: “que en límites/ negros y lejanos/ encontremos nuestras huellas” o “que el amor/ sea una rata/ que camine/ por las entrañas.” A veces se sustituye por quién: “quién podrá/ quién/ será capaz/ de sepultar/ la memoria:”

¿Quién elige a los elegidos, el autor en su antología o Ella? Quién escoge, selecciona sus flores, que el movimiento de las lenguas permite  recoger del griego? “Antología”, anthos, flor y lego, escoger; y también la derivación etimológica en la palabra latina lectus-us, lectura, que proviene de la misma raíz griega lego. El oxímoron, como figura retórica privilegiada de la paradoja, permite otorgar una nueva significación a los opuestos: “Ella vaga/ enamorada de la vida”; pero ella es la muerte.

En el prólogo, quien firma como Autor dice: “Morir de muerte natural o conspirando”, “Ella buscará a los elegidos…”Y Reynaldo Uribe, nuevamente desafiará a sus lectores.”

 

5 — ¿Dedicamos un espacio a Papeles de Boulevard? ¿Quiénes la fundaron, qué autores difundieron?

 

          VL —En 2007 surgió Papeles de Boulevard con la publicación y presentación conjunta de cinco títulos de poesía pertenecientes a sus editores: Nora Hall, Alejandro Pidello, Armando Raúl Santillán, Mercedes Yafar y yo. El gesto de apertura editorial fue muy bien recibido por los escritores y, si se realiza una lectura conjunta de estos libros, se verá que responden a líneas estéticas diversas. Tanto el nombre como el logo editorial hacen referencia a Boulevard Oroño (una arteria tan importante en mi ciudad que hasta tiene su propia entrada en Wikipedia), donde la mayoría de nosotros vivimos.

Propusimos a los autores ediciones asequibles, con una estética cuidada (volúmenes de formato pequeño) y retomar un diálogo con los artistas plásticos, incorporando su obra a nuestras tapas. Contamos con dos colecciones: Papeles de Boulevard (poesía) y Papeles de Ocasión (lecturas ensayísticas). Aclaro que muchos de nuestros autores no son de Rosario. Tal es el caso de Inés Manzano, recientemente fallecida, quien publicó su primer y último poemario con nosotros, “Si es puñal que me mate”. Hasta el momento tenemos publicados veintisiete libros, el último es “Malade” de Marcela Armengod.

Nuestro sitio web es www.papelesdeboulevard.com.ar.

 

6 — Has abierto un canal en YouTube. Ya hay algún videopoema. ¿Prevés realizar otros?

 

          VL —Sí, en 2014 editamos junto con mi amiga, la artista plástica Patricia Frey, una serie de videos poemas denominados “Las Proyectalunes”. La intención fue trabajar con obras de ambas, respetando los soportes papel y lienzo. Como habrás visto, la estética es minimalista, tienen una duración aproximada de un minuto y medio y no hay efectos por fuera; sólo algunos ruiditos significantes. Fue bastante experimental y la idea es continuar. Veremos cómo.

 

7 — En 1983, la prestigiosa revista “Koeyú Latinoamericano” de Caracas, Venezuela, publicó un trabajo tuyo titulado “Vamos a hablar de Javier Heraud”. Dos décadas después de ser acribillado —a sus veintiún años, ese poeta guerrillero del Movimiento de Izquierda Revolucionaria—, por la Guardia Republicana del gobierno militar que había usurpado el poder en Perú.

 

VL — Ese artículo fue publicado hace más de treinta años; estuvo influido y motivado por las circunstancias históricas y políticas del momento. Estábamos viviendo el comienzo de las salidas de las dictaduras en Latinoamérica; por lo tanto, creo que hoy habría que abordar la gran poesía de Javier Heraud desde otra mirada.

 

8 — Numerosos han sido los cursos de postgrado y de perfeccionamiento que has realizado desde 1976. ¿De cuáles te ha quedado la mayor valoración?

 

          VL — A lo largo de mi vida siempre estudié lo mismo. Ahora pienso que en esa repetición está la diferencia. Cuando me recibí en el profesorado de Letras todavía estábamos bajo la dictadura militar. Cuando comenzó la democracia me anoté en la Facultad de Humanidades y Artes para cursar la licenciatura porque me interesaba muchísimo continuar con mi formación; así que rendí aquellas materias y seminarios que no estaban homologados con mi título de profesora.

Una experiencia enriquecedora fue cursar el seminario de Metadiscurso con María Isabel Gianni, dedicado a Ezequiel Martínez Estrada. Una vez finalizada la instancia formal nos dedicamos a investigar juntas ciertos aspectos de su obra y participamos en el Primer Congreso Internacional sobre la vida y la obra de Martínez Estrada, en la ciudad de Bahía Blanca, en 1993.

Mi ensayo, “Martínez Estrada ante Kafka” (publicado en las Actas del Primer Congreso), abordada la lectura que Martínez Estrada a lo largo de su vida realizó de Franz Kafka. Martínez Estrada en "Muerte y transfiguración de Martín Fierro" revela la imposibilidad de continuar con una tradición literaria después de leer a Kafka. Esa revelación es altamente significativa en un escritor como Martínez Estrada, cuya obra se aparta de todo intento taxonómico, "un escritor incómodo" para los historiadores de la literatura. Esa "incomodidad" podría relacionarse con el cambio de "género" y tener como fecha inicial 1933, cuando se publica "Radiografía de la pampa".

Otra experiencia imborrable fueron las clases dictadas por Nicolás Rosa en Análisis y Crítica II. Y otro aprendizaje que rescato fue la participación asidua como invitada en “El Malestar en la Cultura”, ciclo organizado por dos psicoanalistas: Laura Capella y Jorge Fernández.

 

9 — Porque has producido teoría a partir de Felipe Aldana (1922-1970) es que me parece interesante que te refieras a él.

 

          VL — Cuando leí por primera vez la obra reunida de Felipe Aldana en Ediciones I.E.N. (Instituto de Estudios Nacionales), 1977, quedé fascinada. Sobre todo frente a “Poema materialista”, escrito en 1948, porque en este texto están presentes todos los hallazgos de la vanguardia: el lenguaje coloquial, la irrupción de lo cotidiano, la transcripción de una melodía de la Séptima Sinfonía de Beethoven, con el uso de la didascalia (para silbar) como elemento integrador del extenso poema dividido en dos secciones: Parte Primera y Segundo Nacimiento. En esta aclaración, para silbar, hay una acción performativa que estuvo presente en otras intervenciones del poeta.

Te cuento una anécdota: cuando dio una conferencia sobre la poesía popular, en ARICANA (Asociación Rosarina de Intercambio Cultural Argentino Norteamericano), se despidió diciendo: “Y ahora me voy a la esquina que es donde se cruzan las calles y es donde nace la poesía popular”. Y se fue silbando un tango. (El público de esa  época no estaba preparado para ese final tan poco formal).

Realicé un trabajo de investigación sobre su obra, que inauguró una sección, “Los Olvidados de la Literatura Argentina”, en la revista “Juglaría” Nº 3 de 1981. En simultánea di conferencias sobre su poética, y el taller que dicté en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia, no solo lo bauticé “Felipe Aldana”, sino que en la puerta podía leerse: “Para escribir un solo poema/ hay que estar loco de belleza. ”Este poema fue uno de los elegidos por El Poeta Manco (un grupo cultural que realizó acciones urbanas durante el período que abarcó el fin de la dictadura y el comienzo de la democracia). Pintaban en las paredes textos y los militantes políticos los respetaban e interactuaban con las consignas del momento. Mi ensayo fue replicado en otras publicaciones, como “Al Sur del Cielo”, en 1985.

Por suerte, hoy el Premio Municipal de Poesía de mi ciudad lleva su nombre. Su poética sigue interpelando al lector actual. No quiero dejar de mencionar otra de sus obras, “Los poemas del gran río”, compuesta por cuarenta y seis piezas breves; síntesis, contemplación del paisaje local que evoca el misticismo oriental, y se hermana con la poesía de Juan L. Ortiz y de su amiga Beatriz Vallejos. Transcribo de ese poemario: “Bajo la luna/ el sauce/ con las barbas en el agua/ es un monje budista/ meditando sobre la apariencia/ mientras su imagen sumergida/ medita sobre la verdad.” Bello, ¿no?

 

10 — En 2001 participaste en “Chile y la poesía hispanoamericana en América y Europa”, realizado en la ciudad de Valdivia. ¿Podrías pormenorizar sobre aquella experiencia?

 

          VL — Fue un congreso organizado por un grupo de intelectuales chilenos exiliados durante la dictadura de Pinochet. Nos conocíamos porque había participado previamente en otro congreso, en la Universidad de Oregón, en Eugene, Estados Unidos. Participé como poeta y expositora con una ponencia sobre los ensayos de César Vallejo: “El cuerpo rozado apenas del poema”.

Indagué sobre el concepto del poema como intraducible, que él presenta en su ensayo “Electrones en la obra de arte”. También sobre su posición des-centrada con respecto a las vanguardias. La experiencia cosmopolita de Vallejo debe ser comprendida desde una perspectiva más amplia, que incluya a varias generaciones de intelectuales y artistas latinoamericanos que se vieron en la necesidad de abrir o de forzar las fronteras de sus propias culturas para transformar sus realidades histórico-sociales. Es desde Europa donde el americano recupera su propia mirada. Desde esta mirada, Vallejo asumirá su condición americanista; mirada especular que le hará decir en defensa de Rubén Darío, como respuesta a la opinión del uruguayo José Enrique Rodó (1871-1917) que: “La indigenización es acto de sensibilidad indígena y no de voluntad indigenista”. Aceptar su destino como americano fue en César Vallejo una condición ineludible, donde lo estético y ético se fusionan de tal manera que cuando rozamos el cuerpo del poema no podemos dejar de rozar el cuerpo del hombre, César Vallejo: su carnadura existencial. Siempre son enriquecedores los intercambios y hubo un interés genuino y una recepción abierta tanto para mi poesía como para mi ponencia.

En ese mismo viaje visité Isla Negra y escribí “César Vallejo en Isla Negra”, un poema irónico sobre la suerte que tuvieron Pablo Neruda y él. Como verás, los abordajes que realizo sobre distintos autores me acompañan en un plano existencial. Cada vez estoy más convencida de que somos lo que leemos, o dicho de otro modo, la pregunta por lo autobiográfico es la pregunta sobre la experiencia de la propia lectura.

 

11 — ¿Y retornando a tu actualidad?

 

VL — El año pasado se conmemoraron los veinticinco años del taller que coordino, dependiente de la Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad de Rosario. Aunque había interés en algunos sectores educativos para que yo publicara un libro sobre talleres, preferí incluirme en la creación de una novela plural junto con mi grupo, en calidad de coordinadora de “Perdón, ¿usted vio a mi gato?”, Editorial Reloj de Arena, y cuyos autores son Rosana Alcobé, Julia Caravaca, Luján Enorad, Pamela Gaido, Pablo Giangreco, Pablo Padial y María Emilia Padinger. Su concepción demandó dos años de sostenido y valioso aprendizaje. La novela fue presentada en diciembre en la Biblioteca Argentina, y gracias a la gran convocatoria que tuvimos, efectuamos una reedición.

          Y en lo estrictamente personal, estoy escribiendo desde 2014 un largo poema, “Memorias de un olvidante”. En ese oxímoron me defino. El término surgió a partir de una conversación entre amigos: yo había afirmado que no era olvidadiza sino olvidante. Uno de ellos amenazó: “Te robo el término”, y yo pensé que tenía que escribir desde ese lugar donde el sujeto con plena consciencia decide olvidarse.Así comienza mi work in progress:

 

Memorias de un olvidante

 

Olvido y  regreso en ese instante al olvido

hurto su mercancía o la abandono

al abandono que no demanda.

 

Abono el olvido con hormonas líquidas

cuando en los equinoccios

la naturaleza entra en su propio sopor

o se inflama de sí misma.

 

Desmalezo el olvido

que no se infecte de babosas

adheridas a los órganos blandos.

Sembrar con sal lo no pronunciado

los gestos de pasiones equívocas;

sembrar con sal los sueños ajenos

donde posamos tan desnudos sin permiso.

 

Tan sin siempre es abundancia

que alimenta el olvido.

 

Nadie está obligado a poseer

un amante que en el desacomodo

prohíja constelaciones

retrotrae el tiempo al primer milenio

cubiertos con ásperas capas

para escapar de la peste

pero la peste es un convite

que halaga las retinas

el veneno vertido en el oído

la serpiente en el jardín.

 

No hay escurridizos en este olvido.

Sujeto a la amarra sopesa el olvidante

la dirección del viento

el brillo atemperado del oro ido en lo ido.

El olvidante recupera

los movimientos no la sinfonía

sin instrumentos el viento

sacude la amarra, arremolina y desarticula

toda secuencia lógica.

 

Atonalismo que revierte toda sospecha de creencia

en el leit motiv de la melodía.

El olvidante sabe de la hipocresía del souvenir

de las ronroneantes sílabas del espejismo

ignora todo resabio de idolatría

ya no lee al otro

ya no se olvida en el otro, el olvidante.

 

 

Victoria Lovell selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

 

Jardines cerrados al público

 

A quién contemplas ahora

(meciéndote mayo)

quizás aquella

traspasada por cuchillo

voz o sollozo más íntimo

de esas órbitas girando

de la nada a la nada

o de esa boquita que

por las noches sigue

berreando y son tantos,

ay los gemidos del olvido.

Debes pedir por favor

A los gatos que maúllen en celo

como niñitos jamás nacidos.

                                                                                       (de “Jardines cerrados al público”)

 

 

Ceremonial

 

Náusea, la acción de los dedos en la garganta, convulsiones.

Ritual nocturno, esclusa que se abre a medianoche

cuando la otra ha sido tapiada. Todos pierden el olfato

en esta casa nadie sabe reconocer un cadáver.

 

Constelaciones del cadáver. Descomposición de las figuras.

Restos de epidermis. En el fondo del wáter atisba

el mismo rostro que acecha en los bordes.

                                                                                                           (de “Jardines cerrados al público”)

 

 

César Vallejo en Isla Negra

 

Con el trago quality beer

salobre espuma trago

en la isla

donde asoma en crepusculario

aquel otro aparecido

que no ha dejado —como el maderamen—

ni un día jueves de morir

porque no está presto el mascarón

para esa distancia

esa en la que lava tu lavandera

sus venas otilinas.

 

Ambos huérfanos en el curso de otra rosa

otro soplo sobre los velámenes

esa prosa del morir.

                                                                                                              (de “Desde el hastío”)

 

 

Una línea de Kavafis en dos movimientos

Primer movimiento

 

Recuerda cuerpo el pulso exacto de la lira,

en el epitalamio yaces exhalando el aroma

que supo abrirse ante el roce de los labios.

Libando del  gemido te adentras

en la pulpa del tiempo

que otrora fue de los amantes.

 

Segundo movimiento

 

Al cuarto círculo ascienden los obstinados.

Antesala de azulejos ¿suma de colores?

Dos puertas simétricas a la hora señalada

imaginería hospitalaria en gama de grises.

Tubos que se ramifican en tubos que

descienden en sondas y ese estertor

no me pertenece ni la piel ajada

que resta después de una convulsión atroz

que dispara al sentido;

reconozco mis pulsaciones

en esa otra mano tan frágil como la mía

sobre un Ford 37 el recuerdo se petrifica

abrazado por tu padre estabas.

Me sostengo en una línea de Kavafis

recuerda cuerpo no sólo cuánto

profano rezo el mío

recuerda cuerpo fuiste amado

no reconozco a ese cuerpo arrojado sobre las sábanas

ni a este otro.

No es Madame La Mort, demasiado espacio

ocupa la elegida, no es la muerte ni mors

es la A de ausencia

es el sutil devenir de la descomposición

la perversa lentitud con que el tiempo

nos apresa.

                                                                                                             (de “Desde el hastío”)

 

 

*

 

De espaldas un kimono de seda blanca

hace girar un abanico negro

conjura a los espíritus

en el centro del recinto

donde mi padre ateo

trazó un templo sintoísta

diciendo que era un garaje.

                                                                                                           (de “Los noctiluca”)

 

 

 

*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Rosario y Buenos Aires, distantes entre sí unos 300 kilómetros, Victoria Lovell y Rolando Revagliatti, mayo 2016.

 

www.revagliatti.com.ar

Orlando Van Bredam: sus respuestas, poemas y minificciones

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

 

Orlando Van Bredam nació el 23 de agosto de 1952 en Villa San Marcial, provincia de Entre Ríos, la Argentina, y reside desde 1975 en la ciudad de El Colorado, provincia de Formosa. Es Profesor en Castellano, Literatura y Latín y Licenciado en Gestión Educativa por la Universidad Nacional de Formosa, así como Magister en la Enseñanza de la Lengua y la Literatura por la Universidad Nacional de Rosario. Es profesor titular de Teoría y Crítica Literaria y Literatura Iberoamericana en la Facultad de Humanidades de la UNaF. Ha participado en numerosos congresos, jornadas, paneles, seminarios y mesas redondas de carácter artístico o cultural. Su quehacer en distintos géneros ha sido difundido en revistas y diarios, en soporte gráfico y digital, de su país y del extranjero. Ha obtenido no menos de doce primeros premios y otras distinciones. Se ha desempeñado como jurado en múltiples ocasiones, en varias provincias argentinas. Textos narrativos y poéticos de su autoría han sido traducidos al francés, al flamenco, al portugués y al alemán. Entre otras, ha sido incluido en las antologías de narrativa breve “La otra realidad. Cuentistas de todos los rincones del país” (selección y prólogo de Mempo Giardinelli, 1994), “El límite de la palabra. Antología del microrrelato argentino contemporáneo” (Palencia, España, 2007), “El mundo de papel” (microficciones infantiles, selección de Mónica Cazón, 2014); también, entre otras, ha sido incluido en las antologías de poesía “El soneto hispanoamericano” (1984) y “Patria de luz” (2000), y en el volumen ensayístico “Homero Manzi, poesía nacional en vigencia” (de Eulogio Ireneo Argüello, 2008). Publicó las novelas “Colgado de los tobillos” (2001), “Nada bueno bajo el sol” (2003), “Teoría del desamparo” (Editorial Emecé, 2007), “La música en que flotamos” (finalista del Premio Clarín Alfaguara 2007, editada en la provincia de Chaco en 2009), “Rincón Bomba, lectura de una matanza” (2009), “Mientras el mundo se achica” (2014), los libros de cuentos “Fabulaciones” (1989), “Simulacros” (1991), “La vida te cambia los planes” (minificciones, 1994), “Las armas que carga el diablo” (minificciones, 1996), “Música de entonces” (2004), “Las tumbas aéreas” (2012), “La mujer sin ombligo” (2015) y los poemarios “La hoguera inefable” (1981), “Los cielos diferentes”  (Premio “Fray Mocho” del Gobierno de Entre Ríos, 1983), “Asombros y condenas” (Primer Premio del Concurso “Rosalina Fernández de Peirotén” de la Asociación Santafesina de Escritores, 1987), “De mi legajo” (Primer Premio Nacional de Poesía “Homenaje a José Pedroni”, 1999), “Clausurado por nostalgia” (2004), “Lista de espera” (2010), “Migración de tristezas” (2010). En 2015 apareció su antología personal de narrativa “No mirés nunca debajo de mi cama”.

 

 

1 — ¿Algo… a propósito de vos?

 

          OVB — Y…, este paquete de genes nació en el invierno de 1952, exactamente a las ocho de la noche del 23 de agosto, hacía frío, muchísimo frío dice mi madre, tanto frío que si mi abuela materna no me abrigaba con su cuerpo y me daba calor humano, no hubiera existido más que unas pocas horas. Nací en un pueblo, Villa San Marcial, que por aquel entonces no tenía más de doscientas almas, un pequeño lugar incestuoso porque todos eran parientes pero seguían reproduciéndose con euforia. De ahí vengo, del patio de la casa de esa abuela donde sólo había una mora, latas y botellas vacías que mi imaginación  de niño pobre convertía en soldados y trenes. Mi  padre era un comerciante empecinado, siempre le iba mal, entonces cambiaba de pueblo y de rubro. En 1956 nos fuimos a vivir a Basavilbaso y en 1960 a Concepción del Uruguay, como sabés, otras localidades de la provincia de Entre Ríos, lo que me permitió hacer primero el secundario y después el profesorado en castellano, literatura y latín.

          Mi amor por la escritura se despertó una tarde en que leí, en una traducción española llena de arcaísmos, “La isla del tesoro” de Robert Stevenson. Tenía nueve años y en secreto, decidí ser escritor hasta que me descubrieran. Fue mi madre la que me descubrió. Un día, después de escribir un cuento, abandoné el cuaderno en el comedor y me fui a jugar al fútbol en el potrero de al lado de mi casa. Mi madre leyó el cuento y lo recordó toda su vida; yo no. Dice que era la historia de un payaso de circo que estaba perdidamente enamorado de una trapecista, un amor imposible. Es probable que yo estuviera enamorado de la maestra o de alguna compañerita lejana. En fin, siempre ha sido así en mi vida, no sólo en la infancia.

          En la adolescencia me olvidé, seguramente porque había sido descubierto, de aquella tentativa escritural; la recuperé recién a los veintidós años, cuando después de recibirme de profesor me vine a vivir a El Colorado. Aquí, lejos de todas las comodidades de mi casa paterna, reinicié la conversación  con “el hombre que siempre va conmigo”, como dijo Antonio Machado; aquí se dio el silencio y la soledad propicia para que la poesía se presentara desnuda y deseable en mi piecita de soltero. Entonces no dudé, la música de Albinoni, de Mozart, de Piazzola, de Serrat y los poemarios de Luis Alberto Ruiz, Juanele Ortiz, Manuel Castilla, Ricardo Molinari, Carlos Mastronardi, Alfredo Veiravé, Miguel Hernández, Oliverio Girondo y siempre, siempre Neruda crearon el clima para que ella, la inefable poesía, quisiera estar conmigo, acostarse sobre la página en blanco y permitir que una vieja Remington la besara desde los pies hasta la frente.

 

 2 — ¿Y la narrativa?

 

          OVB — En 1989 apareció el cuento, género con el que yo había iniciado mis desvelos y poco después las minificciones que reuní en dos libros hoy inhallables. La novela fue siempre una presa mayor, un objetivo de alta cacería. Después de varias novelas no concluidas por dispersión de la trama o por puro aburrimiento del autor, en 2000 escribí la nouvelle “Colgado de los tobillos, la historia del Gauchito Gil” que publiqué por mi cuenta en 2001. Este texto me gratifica, tanto por sus múltiples ediciones como por ser uno de los pocos que siempre releo y nunca me decepciona. En 2007 toqué el cielo con mis palabras, cuando un jurado integrado por Abelardo Castillo, Andrés Rivera y Vlady Kociancich me otorgó el Premio Emecé por mi novela “Teoría del desamparo”. Ese mismo año, “La música en que flotamos”, una novela invadida por mi nostalgia setentista, fue finalista del Premio Clarín Alfaguara y lo que es más importante: me había leído mi admirado José Saramago, ese descomunal pensador. No me dio el premio pero no importa. O tal vez sí, importa.

 

3 — Importa.

 

          OVB — Tengo hoy sesenta y tres años, estoy lleno de proyectos y de dudas, reviso todo el tiempo mis propias ideas sobre la vida, la política y la literatura, amo el relativismo de nuestra aporreada posmodernidad, no creo en dogmas ni en preceptivas, considero que un escritor puede acatar todas las leyes pero en su corazón o en su inconsciente es un francotirador, un anarquista decepcionado con el mundo que con su escritura trata de repararlo o al menos, de embellecer el horror. En mi caso, ya no trato de reparar nada, sólo estoy convencido de la necesidad casi fisiológica de escribir como cuando nos despertamos en medio de la noche para ir al baño. La escritura en mi caso, es hija de una necesidad incomprendida. Nunca viví de ella y no está en mi naturaleza que así sea. No obstante, soy muy feliz cuando la gente compra y lee mis libros porque sin el público no hay escritor ni escritura posible.

 

4 — Así que el correntino Antonio Mamerto Gil Núñez, en tanto Gauchito Gil, te afirmó como narrador de largo (o mediano) aliento. Y no mucho después, una matanza acontecida unos treinta años antes de nuestra última dictadura cívico-militar, en lo que se denominaba Territorio Nacional de Formosa, te promueve la concepción de una novela con una estructura peculiar.

 

          OVB — Desde 1992, en que entré accidentalmente en contacto con el universo mítico de Antonio Mamerto Gil, el gauchito correntino, injustamente asesinado por quienes se decían representar la ley de entonces, he seguido de cerca este fenómeno de evidente devoción religiosa con mucha curiosidad y asombro. He visto a lo largo de estos veinticuatro años no sólo el acelerado crecimiento de simpatizantes sino también los cambios en los pedidos de favores que se le hacen. Cuando todavía esta forma de religiosidad popular no estaba tan expandida, era posible ir al santuario de Mercedes un 8 de enero y asistir con comodidad a esa gran fiesta pagana donde los rezos, los intercambios de objetos, las velas y cintas rojas, los agradecimientos cargados de emotividad se mezclaban con la música, el baile y el reencuentro con amigos. Hoy, en cambio, desde hace ya dos lustros, son miles y miles de personas que esperan pacientemente bajo temperaturas que rondan los cuarenta grados o bajo la lluvia, el momento de acariciar la cruz del santo y rendirle después, como se hizo siempre, una liturgia personal, íntima, un rito que sólo conoce el que lo lleva a cabo. Es la misma devoción multiplicada por cientos de miles y muchísimos más si agregamos todos los santuarios repartidos por todo el país y también más allá de nuestras fronteras.

          ¿Qué lectura podríamos hacer de esta autoconvocatoria masiva, espontánea, para agradecer a un santo, sin que haya detrás un dogma, una religión instituida como tal o un predicador? ¿A qué necesidades espirituales no satisfechas por los viejos sistemas de creencia responde el Gauchito Gil? Dejo estos interrogantes pero apunto una última observación: al gauchito se le piden “favores” como a un amigo cercano y no “milagros”, se le va a agradecer por lo dado, más que a implorar. Tal vez aquí se encuentre en parte la explicación de este hecho absolutamente visible que atraviesa a todas las clases sociales y a todas las edades.

          En el caso de la masacre de “Rincón Bomba” ocurrida en 1947, cuando un escuadrón de gendarmería rodeó a un grupo de ochocientos pilagás, hombres, mujeres, niños y viejos desarmados, famélicos y enfermos y decidió exterminarlos para permitir que el caudillo salteño Patrón Costas se quedara con sus tierras, vuelve a aparecer el crimen de los inocentes como ocurrió con Antonio Gil y eso, en mi caso, produce un estado de ánimo especial que desemboca al cabo de algún tiempo en la escritura, mi  único territorio de justicia posible. Son historias que me han marcado no sólo como narrador, sino como sujeto que mira con mucha indignación los estragos del poder y construye una idea cada vez más escéptica respecto del destino de la humanidad. Muchas veces pienso que no somos más que un puñado de mamíferos desesperados sin ninguna grandeza.

 

5 — Has realizado cursos de posgrado con un intelectual de “voz única”, el de la “ficción crítica”, Nicolás Rosa (1934-2006).

 

          OVB — A Nicolás Rosa lo conocí a través de dos seminarios que hice con él durante el cursado de la maestría en enseñanza de la lengua y la literatura, en sus últimos años de vida, y conservo todavía una impresión tan fuerte de su histrionismo, de su facilidad para fascinar que desde entonces estoy convencido que la literatura no se debe enseñar, sino hacer lo que él hacía: inculcar un entusiasmo transformador. Eso hizo Nicolás con nosotros, los veinte alumnos que lo escuchábamos embelesados. Celebro esa capacidad suya de construir un discurso literario lleno de voces y gestos  que durante su travesía podía absorber todo lo que encontraba. Recuerdo haber aprobado su Didáctica de la Literatura I con una monografía en la que me atrevía a discutir el canon porteño que él había ayudado a consagrar, oponiendo escritores del interior, particularmente del NEA (Nordeste Argentino). Fui muy osado y provocativo. Supuse que me desaprobaría. Sin embargo, tuvo un gesto de grandeza que nunca olvido a la hora de evaluar a mis alumnos. Me escribió al final del trabajo: “No coincido en nada con sus criterios y elecciones pero su argumentación es brillante”. Me aprobó con un 10.

 

6 — ¿Compaginarías un volumen con tus textos ensayísticos que más valores? “La educación sentimental de los varones” es uno que leíste en el XII Foro Internacional por el Fomento de la Lectura y el Libro, en Resistencia, la capital de la provincia de Chaco.

 

          OVB — No lo he pensado pero no lo descarto. La mayoría de ellos, sobre todo a partir de 2006, están ligados a mis preocupaciones acerca de la enseñanza de la literatura y también sobre la recuperación de la lectura literaria, ya que fuimos un país de lectores y las diversas políticas estatales, sobre todo de la última dictadura y el menemismo, nos hicieron retroceder muchísimo, nos quitaron el libro primero y el deseo de leer después. “La educación sentimental de  los varones”, justamente, tiene que ver con mis lecturas de niño y adolescente en las décadas del cincuenta y el sesenta y cómo esos textos literarios forjaron mi gusto por la literatura y desataron el impulso de escribir. Se ha hecho mucho en los últimos años para volver a instalar la lectura en el aula y en la familia, pero no es suficiente. El foro de Mempo Giardinelli, al que asisto todos los años, es pionero en este sentido, se viene haciendo en Resistencia desde 1996 y asisten escritores, editores y académicos de todo el mundo, ya que esta preocupación por la lectura no es sólo de los argentinos. También, en los últimos foros, se ha tratado con interés la lectura digital y los nuevos comportamientos lectores a partir de Internet.

 

 7 — Se han representado a partir de 1994 varias piezas teatrales de tu autoría (“Si el trabajo es salud…”, “El jefe espera”,“Trozo de luna”, “Aullidos”, “Música de siempre”, “Las cercanas lejanías”, “En este lugar sagrado…”, etc.). ¿Las reunirás en algún tomo?

 

          OVB — Es una tarea que me reservo para más adelante, ya que antes de reunirlas y publicarlas debo dedicar un tiempo importante a corregirlas y sobre todo a sopesar su valor teatral o literario. Surgieron como textos para grupos teatrales de la región; algunos fueron escritos con urgencia para el proyecto “Cien ciudades cuentan su historia”, auspiciado por el recientemente creado Instituto Nacional del Teatro. No he vuelto a releerlas pero lo haré.

 

 8 — Sólo en el “Breve diccionario biográfico de autores argentinos desde 1940” de la bibliotecóloga Silvana Castro (Ediciones Atril, 1999), tu apellido figura en la Be larga: Bredam, Orlando van. ¿Tu apellido es de origen holandés?

 

          OVB — Sí, es de origen holandés, pero mis bisabuelos vinieron de Bélgica. Siempre escribí Van, así con mayúscula, y en cualquier nómina alfabética, excepto la que mencionás, aparecí en el lugar de la Ve corta. Lo de la ve minúscula aparece más para el von alemán, y es una partícula que presupone un linaje de noble. En mi caso, no: es una preposición que significa “de tal lugar”, es decir, “de la ciudad de Breda” (Holanda); lo de la eme que sobra supongo que es parte de un genitivo o gentilicio o algo así.

 

 9 — En 2011 se exhibe el cortometraje “Cómo decírselo”, de Aldo Cristanchi —el primer unitario televisivo formoseño—, concebido a partir del cuento homónimo de tu autoría. Y al año siguiente se estrena otro cortometraje, dirigido por Guillermo Elordi, adaptado de tu “Cuento de horror”. ¿Cómo (te) resultaron esas experiencias?

 

          OVB — “Cómo decírselo” es un cuento que escribí a los diecisiete años, cuando todavía vivía en Entre Ríos, y había obtenido una mención en un concurso local, el primer reconocimiento que obtuve con mi obra literaria. A los pocos años de vivir en Formosa, lo envié al diario “La Mañana” y lo publicaron en el suplemento dominical. Aldo Cristanchi, que ya era un poeta conocido, lo leyó y lo conservó durante más de treinta años con la intención de  llevarlo al cine. Aldo le hizo algunos cambios que me parecieron necesarios para la versión televisiva, reunió los dos o tres actores que pedía el texto y produjo con su solo esfuerzo un unitario que fue muy bien recibido por los televidentes de Lapacho, Canal 11, un canal de aire que llega a toda la provincia y al Paraguay. Me sentí muy halagado por la elección de ese cuento y más allá de los defectos propios que provoca el trabajar casi en soledad, como hizo Aldo para abaratar costos, considero que fue una buena experiencia.

          “Cuento de horror” es una microficción del libro “Las armas que carga el diablo” y es el germen de mi novela “Teoría del desamparo”. Guillermo Elordi supo captar en el corto el suspenso, el misterio y el sentido de esa pequeña historia, además de contar con un excelente actor chaqueño, Pedro Monzón, que con su gestualidad contribuyó a dar el clima preciso. Desde luego, un escritor nunca queda del todo satisfecho: me parece que el remate que propuso Elordi no es el que yo hubiera elegido al descartar el final poco cinematográfico de la microficción.

 

10 — ¿Seguís, desde el 2005, conduciendo el ciclo de minificciones por cable “Taller de Zonceras”?

 

          OVB — Sí, continúo y cada vez me gusta más. En el 2005, el cable de El Colorado, el único que tenemos, me preguntó en una entrevista qué se podía hacer para que la gente leyera más. Fue entonces que les propuse hacer un micro, al final del noticiero, en el que yo iba a leer un texto muy breve: un poema, una minificción, una reflexión o el comentario de un libro. Les gustó y así empezamos. Los primeros años, sólo leía, más tarde introduje comentarios sobre lo leído, y este año, 2016, me propuse comentar a los clásicos, hacer una reseña lo más pintoresca posible de aquellos libros que la humanidad ha acogido como modelos literarios.

 

11 — Es al dramaturgo que algún día revisará, pulirá sus piezas teatrales y las editará probablemente, a quien le pregunto por estos otros dramaturgos argentinos: ¿Armando Discépolo (1887-1971), Agustín Cuzzani (1924-1987), Osvaldo Dragún (1929-1999) o Roberto Cossa (1934)?

 

          OVB — Desde luego, son maestros, modelos a seguir, a los que podría agregar hoy otros nombres como Eduardo Pavlovsky y Mauricio Kartum. Con este último hice un inolvidable curso de dramaturgia en 2002 que no sólo me sirvió para escribir teatro sino para adquirir técnicas que permitieran abordar todos los géneros literarios.

          Armando Discépolo fue mi primer deslumbramiento, tanto que hice una monografía sobre su particular estética para Literatura Argentina cuando cursaba el profesorado y ese fue mi primer “libro”, porque el consejo de redacción de la revista “Ser” de esa  institución educativa, decidió publicarlo como separata. Fue emocionante recibir los cincuenta ejemplares de ese opúsculo que yo visualizaba como primer hijo literario.

          De Agustín Cuzzani, uno de los más injustos olvidos, tomé en los ochenta “El centroforward murió al amanecer” y lo incluí en mis cátedras de nivel terciario; hay pocos textos tan esclarecedores acerca de esa mercancía envilecida que es el jugador de fútbol en la actualidad.

          A Osvaldo Dragún lo conocí personalmente en Concepción del Uruguay en 1973, cuando llevó su obra “Nuevas historias para ser contadas”; tuve la oportunidad de conversar con él con un café de por medio, era un hombre humilde y sabio, el Bertolt Brecht argentino, el gran innovador de la escena nacional a fines de la década del cincuenta; más tarde llevé a escena como director sus piezas más conocidas, como son “Historias para ser contadas” y “Los de la mesa diez”.

          A Roberto Cossa lo encontré primero en Villaguay, Entre Ríos, en 1970, yo era un jovencito que recién se iniciaba en el teatro y a raíz de un encuentro nacional celebrado en esa ciudad pude escucharlo, leerlo, verlo representado y admirarlo para siempre. Muchos años después volví a encontrarlo en Resistencia, en el Foro Internacional de Lectura. Aquel hombre retraído en permanente meditación que yo había visto en mi adolescencia, era ahora un célebre anciano divertido, lleno de humor e ironía, un personaje más de sus eternos grotescos.

 

12 — ¿En los diversos géneros, a qué escritores de las provincias que integran el NEA juzgás más innovadores, más sólidos?

 

          OVB — La narrativa del nordeste argentino se inicia con Horacio Quiroga; de alguna manera, su maestría en el cuento impone no sólo una preceptiva de este subgénero, sino también una mirada trágica y fatalista que recién es rota alrededor de 1980 por Mempo Giardinelli, que aporta el humor y la superación del pintoresquismo a partir de su novela “La revolución en bicicleta”. En esta línea tenemos desde entonces a Olga Zamboni (Misiones), José Gabriel Ceballos (Corrientes), Humberto Hauff (Formosa) y Miguel Ángel Molfino (Chaco). Entre los más jóvenes me gustan Sandro Centurión (Formosa) y Mariano Quirós (Chaco); este último ha obtenido importantes distinciones por su narrativa dentro y fuera del país.

          La poesía del nordeste tiene ya autores canónicos como Alfredo Veiravé, chaqueño por adopción, y los correntinos Francisco Madariaga y David Martínez; entre los más jóvenes, actualmente en plena construcción de su obra poética, destaco a los chaqueños Claudia Masin y Mario Caparra por su osadía, su actitud irreverente sin salirse del contexto de producción de sus textos. Se escribe poco teatro y no es interesante, me parece complaciente y poco audaz en sus formas.

 

13 — Te has referido ya a los pilagás. Y en la Revista “Ñ” del diario Clarín publicaron un artículo tuyo cuyo título es “Las historias que narran los wichís”.

 

          OVB — Sí, en 2004 conocí durante el dictado a mi cargo de una cátedra de la Licenciatura de nivel inicial a Karina Contreras, una maestra que se desempeñaba en el oeste formoseño en una escuela con alumnos wichís. Cuando le propuse hacer una monografía sobre literatura infantil, ella se decidió por contar las historias que las abuelas wichís narran a sus nietos. Fue hermoso su trabajo. Durante un año entrevistó a las ancianas de esa etnia y logró que le contaran fábulas y leyendas absolutamente desconocidas por la población blanca. Accedimos a un imaginario puro, original y bello. Quedé muy impresionado y en ese artículo de Clarín menciono a la maestra, a sus informantes, y transcribo algunas de esas versiones orales que revelan una cosmovisión particular y que provocan el mismo asombro de las narraciones orales que heredamos de Europa. Lo mágico, lo impuro, el mal y el bien, el horror y el placer aparecen como elementos constantes, tal como Vladimir Propp descubrió en los relatos maravillosos del folclore ruso y que son comunes a todas las culturas del mundo.

 

14 — En 2005, a través de la Fundación OSDE, se edita en tu provincia adoptiva el volumen de cuentos “Cuatro versiones sospechosas”, en colaboración con Héctor Rey Leyes, Luis Rubén Tula y Humberto Hauff. ¿Cuatro narradores y sus respectivas versiones de ciertos episodios…?

 

          OVB — No es exactamente así; fue un título que se le ocurrió a Tula y simplemente nos gustó sin buscarle algún sentido vinculado a los cuentos allí reunidos. Sin embargo, ahora que reviso el libro encuentro lugares comunes respecto de lo que los cuatro pensamos acerca de hacer narrativa desde Formosa, y tiene que ver con la necesidad de abandonar la temática rural, sobre todo esa mirada bucólica y piadosa que ha confundido el folclore con la literatura. En estos cuentos aparece una mujer y un hombre de pequeña ciudad del interior con sus impurezas y sobresaltos no tan distintos a los de otros lugares del mundo. Necesitábamos, como suelo decir, una mirada arltiana (de Roberto Arlt) de estas ciudades ya desangeladas. 

 

15 — ¿Vicios, propensiones fastidiosas u odiosas?...

 

          OVB — No tengo vicios, soy metódico y bastante organizado pero mi mayor defecto es la propensión a exagerarlo todo, a buscar siempre los extremos en la conversación o discusión cotidiana. Me considero un sujeto exageradamente apasionado pero a la vez capaz de revisar todo el tiempo mis propias ideas y renegar de mis iras a las que vuelvo indefectiblemente.

 

16 — ¿Hiciste fichas, apuntes para la organización de tu novela “Nada bueno bajo el sol”? ¿Enmendaste mucho? ¿Más, menos que para la organización de tus otras novelas?

 

          OVB — “Nada bueno bajo el sol” tiene varios borradores pero ningún plan de trabajo, es la trama más caprichosa que he podido armar. La primera versión de 1994 es manuscrita y ocupa un cuaderno de doscientas hojas; la segunda, que recupera y agranda la anterior es dactilografiada y fue escrita entre 1995 y 1998; la tercera y última, con muchas correcciones, fue digitalizada en 2002, un año antes de su publicación. Es una novela que hubiera seguido corrigiendo indefinidamente si un amigo no me hubiera propuesto editarla. La versión publicada de 2012 por el sello Viceversa (Chaco-Córdoba), elimina varios relatos interpolados en el relato central.

Todas las demás novelas que escribí obedecieron casi siempre a un plan inicial y a una investigación previa, pero en este caso fui todo el tiempo el lector sorprendido de la disparatada travesía del personaje protagonista.

 

17 — ¿Qué anécdota hay detrás del cuento que da título al volumen “La mujer sin ombligo”?

 

          OVB — Está basado en la historia real de mis suegros, es un homenaje a esa curiosa relación de amor y odio que los sostuvo durante más de cincuenta años. Cuando ella murió, todos pensamos que al fin él alcanzaría el sosiego necesario como para vivir mejor sus últimos años. Estaba sano y feliz al principio, pero seis meses después se dejó morir de tristeza, no podía aceptar la vida sin ella. Este es un tema que me gusta mucho y que estoy indagando en mi última novela que está todavía en proceso de escritura.

 

18 — Daniel Chirom, en un reportaje que le hiciera a Francisco Madariaga en 1985 le pregunta: ¿Usted se considera un poeta correntino? Y a continuación inquiere: ¿A usted le molesta que lo vean como un representante de Corrientes? Imito a Chirom y te pregunto, Orlando: ¿Te considerás un poeta entrerriano? ¿Te molesta que te vean como un poeta de Formosa?

 

          OVB — En principio, me cuesta “considerarme” un poeta, siempre me pienso como un apasionado lector y docente de literatura, actividades que me satisfacen todo el tiempo y de alguna manera me enorgullecen; por otro lado, si los entrerrianos me perciben como un poeta de su provincia o los formoseños de la suya, no deja de halagarme, son gestos de cariño y yo no voy a impugnarlos de ninguna manera. En el fondo, recuerdo aquella frase de Juan L. Ortiz: “El poeta sólo habita el lenguaje”. Creo que en mi caso es así, cuando me invade el deseo de escribir poesía o algo parecido, la única región posible es ese “granero de palabras que llevamos con nosotros”, como dijo Pablo Neruda; por otra parte, no me interesa el color local ni los modismos de un lugar o de otro, creo que la poesía debe aspirar a algo más profundo que a esas formas locales del habla; la misión del poeta es la de revelar la espiritualidad del mundo sensible, como pedía Jacques Maritain, de modo que Paul Eluard no sea leído como un poeta “francés” sino como un poeta universal aunque esté escribiendo sobre Francia.

 

19 — El prestigioso ensayista Guillermo Ara (1917-1995) afirmó en 1981: “El verso de Van Bredam es una sostenida metáfora. Es más metáfora que verso porque sus símbolos, a fuerza de entrañar poderes y juegos de la tierra, furores del cielo y vendavales del aire ha creado una eufórica mitología en la que se sumerge como un fauno joven y ardiente.” ¿Te reconocés en esa definición?

 

          OVB — Guillermo Ara hizo el prólogo de mi primer libro de poesías titulado “La hoguera inefable” (1981), que reúne los trabajos míos escritos entre 1974 y 1981, yo tenía entonces menos de treinta años y mis versos, como lo explica el maestro, dilapidaban recursos retóricos, había más hojarasca que conceptos. En ese mismo prólogo, Ara anticipa a los lectores que “ya llegará el tiempo de la poda”. Tuvo razón, mi poética evolucionó hasta quitar toda esa grasa y dejar aparecer el hueso. Desde entonces busco un equilibrio entre lo conceptual, lo sensorial y lo emotivo, que según Carlos Bousoño son los estratos del poema.

 

20 — ¿Libros inéditos?...

 

          OVB — Hay dos o tres novelas inéditas que no pienso publicar por el momento porque considero que no están logradas, que se merecen muchas correcciones y que tal vez de ahí, no quede nada. No importa, no vivo de la literatura y eso me permite ser paciente y esperar a que surja algo que realmente me satisfaga. No obstante, el 4 de octubre de 2015 me embarqué en una nueva novela que aspira a elaborar fundamentalmente el tono y la sintaxis, una novela a la que concurran las estrategias del discurso poético pero que a su vez, cuente una historia con una o varias intrigas. En fin, en eso estoy, y escribir sin ponerme límites de tiempo ni horarios de producción, son para mí lo más placentero de todo el proceso, mucho más que publicar un libro.

 

 

 

Orlando Van Bredam selecciona poemas de su autoría

y microficciones para acompañar esta entrevista:

 

 

 

De mi legajo

                                  

“asoma mi niñez sobre las tapias,/ a quién le pido un canto en la hora espléndida”                     

Carlos Mastronardi

 

Aquí nací,

establecí en los ojos

la novedad de la luz y los contornos

de lo querido y lo rechazado.

Entre asombros y condenas

fui lamiendo

la índole triste de las pobres cosas:

llevé a mi boca tierra prometida,

legalicé el sabor de las raíces,

desbaraté ciudades fundadas por hormigas

y adquirí el ritmo tenaz de los metales.

En esa ausencia larga de juguetes

me ejercité en metáforas y símbolos,

hice mi código de tarros y botellas

y fui aviador

soldado

marinero

y maquinista de trenes lejanísimos.

Pero, también, es cierto:

tejí miedos

que quedaron en mí como lunares,

como manchas de una piel desasombrada,

contaminada de verdad terrestre.

Aquí nací,

mi corazón no puede precisar otro niño que el que inventan

la nostalgia feroz y esta desdicha

de saber que en su alma ya crecían

mi soledad desértica, mis ecos,

mi carcelaria intimidad,

mi resonancia.

                                                                                                   (de “De mi legajo”)

 

 

 

Ruta con liebres

                                                                                                                     “he sido, tal vez, una rama de árbol,

                                            una sombra de pájaro,

                                            el reflejo de un río…”

                                                                                                                              Juan L. Ortiz

 

 

El auto es la nave en que avanzamos en medio de la noche

como si fuéramos los únicos habitantes del universo

que se deshace

detrás de la luz de nuestros faros

y se rearma una y otra vez

con la misma celeridad de las liebres.

Así vamos y venimos

por esta ruta llena de pozos y cráteres

y el tiempo inclina el silbido de las lechuzas

y a veces (como una ampolla en el asfalto)

hemos visto brotar el último oso hormiguero,

el recuerdo instantáneo de un tapir

que se empecina en ser. Vamos

como quien va a tientas con un bisturí

en una sala de operaciones

y sabe que la bala

puede deslizarse más allá de sus cálculos optimistas.

 

La vida cruje a nuestro alrededor

y siembra también anillos de silencio

que podemos escuchar

como una música escandalosa

                                     en plena noche.

 

2

 

Ahora han salido las liebres,

primero dudan en el umbral de la ruta

y después se cruzan decididas,

embrujadas por esa luz extraterrestre,

por esos retazos de fosforescencia

que incendian el lugar

y desaparecen con la velocidad de los fantasmas

(que cuelgan sus rotosas vestiduras

en un puente blanco)

 

3

 

La luz inventa la ruta

y los caballos que pastan ahí cerca,

inventa los hormigueros gigantes

y desde luego,

también inventa este planeta, esta estepa sideral

(la ternura del rocío

que se desliza sobre el capot,

la música de una FM que pregunta

en medio de la noche

si dudamos sobre la existencia de Dios

y nos invita a dar un aleluya)

 

4

 

El auto sigue su marcha.

Ya no sabemos si vamos o venimos,

de dónde y hacia dónde,

ya no reconocemos origen ni destino,

sólo somos nuestro propio viaje,

condenados a una huida quieta

mientras el auto y las liebres se deslizan

por el agujero del tiempo.

 

                                                                                                                                 Ruta 81, año 2002

                                                                                                                                                             (de “Lista de espera”)

 

 

Adán, el terrible

 

          “No es bueno que el hombre esté solo” dijo Jehová e hizo caer un sueño profundo sobre Adán. Mientras éste dormía, tomó una de sus costillas y con ella hizo a la mujer.

          Deslumbrado por la belleza de Eva, Adán jamás echó de menos la pérdida de su costilla. Es más: con los años, y ya expulsados del Paraíso, cada vez que discutía con Eva o la encontraba avejentada o ella fingía un dolor de cabeza, Adán se arrodillaba y entre ruegos le confiaba al viejo Jehová que se sentía muy solo y aún le quedaban muchas costillas innecesarias.

 

                                                                                                                                                         (de “Las armas que carga el diablo”)

 

Baile

 

          El odio, a diferencia del amor, siempre es recíproco. El bailarín de tangos y la bailarina se despreciaban con la misma tenacidad con que alguna vez se quisieron. Sólo los unían la fama y contratos envidiables. Cada baile era un desafío a los mecanismos más profundos del rencor. Se deleitaban en esa humillación mutua más cercana a la perversidad que al oficio. Cuanto más se odiaban, más los aplaudían. Ella incorporó al vestuario inconsulto, dos largas trenzas criollas, vivaces y relampagueantes bajo la luz de los reflectores. Las agitaba como cadenas, como látigos, como sables. El soñaba con quebrarla sobre sus rodillas como una caña hueca. Se miraban siempre a los ojos, no dejaban de mirarse nunca en esa guerra bailada, en ese combate florido.

          La noche que más los aplaudieron fue la última, cuando ella, después de tantos ensayos, logró enredar sus trenzas en el cuello del bailarín y siguió girando y girando hasta el último compás.

 

                                                                                                                                                            (de “No mirés nunca debajo de mi cama”)

 

 

Convivencia

 

—Es difícil vivir con una mujer conflictiva, que hace problemas por todo— dijo Juan.

—Cierto. O aquella que dice estar enferma. Siempre le duele algo— dijo Pedro.

—Así era mi mujer.

—¿Hipocondríaca?

—Eso. Hipocondríaca. Cuando no le dolía la cabeza, le dolían los ovarios o el vientre o el hígado.

—Es difícil vivir así.

—Cansa. Harta. Jode. Uno llega contento y ella saca a relucir sus dolores.

Largo silencio de Juan y Pedro.

 —¿Te separaste?

 —No —dijo Juan—, se murió.

 

                                                                                                                                                                    (de “La vida te cambia los planes”)

 

 

*

 

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de El Colorado y Buenos Aires, distantes entre sí unos 1000 kilómetros, Orlando Van Bredam y Rolando Revagliatti, mayo 2016.

www.revagliatti.com.ar

Ricardo Costa: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

Ricardo Costa nació el 2 de diciembre de 1958 en la ciudad de Buenos Aires, República Argentina, y reside en la ciudad de Neuquén, capital de la provincia homónima. Cursó la carrera de Letras en la Universidad Nacional del Comahue. Fue Director del Instituto de Formación Docente Nº 9, “Paulo Freire”, de la ciudad de Centenario, Neuquén, en el lapso 2001-2013. Entre otros reconocimientos, obtuvo el Primer Premio Fondo Nacional de las Artes 1998, el Primer Premio II Concurso Nacional de Poesía “Javier Adúriz” 2012, el Premio Internacional de Poesía “Macedonio Palomino” para obra publicada por su “Mundo crudo: Patagonia satori”, en México, 2008. Fue incluido, por ejemplo, en las antologías “Poesía neuquina de los 90” (1996), “Poetas 2” (1999), “Abrazo austral. Poesía del sur de Argentina y Chile” (2000), “InSURgentes” (2005), “Poesía en tierra” (2005), “Antología de poesía de la Patagonia” (Málaga, España, 2006), “Poesía de pensamiento” (Madrid, España, 2015). En 2007 editó el ensayo “Un referente fundacional”, y en 2011 la novela “Fauna terca”, ambos libros a través del sello El Suri Porfiado. Publicó los poemarios “Casa mordaza” (1990), “Homo dixit” (1993), “Teatro teorema” (1996), “Danza curva” (1999), “Veda negra” (2001; Tercer Premio Concurso Iberoamericano de Poesía Neruda, en Temuco, Chile, 2000), “Mundo crudo: Patagonia satori” (2005) y “Fenómeno natural” (2012). Por último, y con prólogo de Sergio De Matteo, aparece “Crónica menor (antología mezquina)” en 2015.

 

1 — Te propongo algunos trazos de tu “fundación” en Buenos Aires.

 

          RC — De ascendencia italiana (calabresa y genovesa), nací en el límite entre los sureños barrios de Pompeya y Boedo, a ocho cuadras del histórico y ya desaparecido estadio de fútbol San Lorenzo de Almagro. Pero a los catorce años conocí el que más tarde sería mi lugar en el mundo: Neuquén. Por lo tanto, soy porteño de nacimiento y patagónico por adopción. A comienzos de los ’70, un amigo-hermano de mi viejo emigró hacia aquellas latitudes, empujado más por una opción de vida que por las posibilidades laborales que ofrecía aquella provincia. Desde entonces, los viajes a la Patagonia se hicieron frecuentes. Como consecuencia de ello, mi adolescencia fue felizmente invadida por el pulso utópico que generaba esa geografía y, desde luego, por el placer que provocaba el hecho de descubrir un mundo, otro, a través de la literatura. Vale decir que el universo que giraba en mi imaginario estaba signado por el paisaje patagónico y por los destellos de una poética reveladora.

          De todos modos, lo que decodificó en palabra escrita el lenguaje contenido en ese universo fue la experiencia amorosa. Cartas de amor y poemas rimados (cursis, muy cursis) fueron sucediéndose unos a otros; lo que motivó la búsqueda frenética de nuevos autores y de lecturas que fueran cómplices de lo que procuraba alcanzar. Luego, el golpe militar de 1976, más la traumática experiencia de padecer el servicio militar durante los años 1977 y 1978, fue lo que me decidió a dejar Buenos Aires y radicarme en la Patagonia. Tenía que huir —y debía hacerlo— del acechante terror que imperaba a manos de la junta militar. De todos modos, no pude hasta 1982, luego de la guerra de Malvinas.

 

2 — Y ahora, entonces, unos trazos de ese después.

 

          RC — En aquellos años de reconstrucción identitaria, fundamentalmente durante la primavera democrática de los ’80, la movida cultural que fue dándose en Neuquén —mediante la conformación de grupos artísticos— ayudó a enriquecer la propia experiencia poética y a socializar lo que la palabra iba gestando en cada uno de nosotros. Hablo del grupo “Poesía en Trámite”; colectivo conformado por poetas provenientes de diversas provincias y de inmigrantes de países limítrofes, que, además de realizar recitales abiertos, funcionaba como una suerte de grupo de autoaprendizaje, debate y actualización poética. De manera que, y estimulado por un vivificante reverdecer expresivo, quise ir más allá de las posibilidades materiales que limitaba el contexto. Así, en agosto de 1988, tuve la fortuna de conocer a esa maravilla de persona que fue José Luis Mangieri, editor del legendario sello La Rosa Blindada y del también pujante Libros de Tierra Firme; ser excepcional que supo darme el estímulo final para que me consagrara al fervor por la escritura. Sucedió en el marco de un encuentro nacional que tenía por objeto celebrar la vuelta de Juan Gelman —por sólo unos días— a la Argentina. Además, el acontecimiento en cuestión permitió entablar contacto con grupos y poetas de todo el país. De allí en adelante, la comunicación con estos nuevos compañeros de ruta, los viajes y las primeras publicaciones en revistas de la época, bosquejaron los bordes de un horizonte de vida que fue afianzándose día a día. En 1990, y gracias a un premio regional, publiqué “Casa mordaza” (Libros de Tierra Firme). A éste le siguieron, en la misma editorial, “Homo dixit” y “Teatro teorema” (Premio Fundación Antorchas). Pero es con “Danza curva” que fundo los primeros registros de una voz poética propia. Como resultado de este reconocimiento, cumplo el sueño de viajar a Italia y conocer Giffone (pueblo natal de mi abuelo) y Polistena, ciudad calabresa donde en la actualidad residen tíos, primos y sobrinos. Es decir que el oculto misterio de la poesía desencadenó aquel “mito del eterno retorno”; el que, en este caso, completó a través de mi persona esa vuelta que quedó trunca en los deseos de mi abuelo.

          No obstante la ruta poética que va trazando el compromiso literario, también voy abocándome con especial atención a la formación de lectores y a la difusión del lenguaje poético en el aula. Por lo tanto, la enseñanza, la capacitación docente y el rigor de la escritura van conviviendo en una creciente labor por llevar la creación literaria a todos los ámbitos posibles. Claro que la pasión por la escritura domina las riendas de la voluntad. De hecho, lo producido va tomando identidad a través nuevas obras.

          Digo que vivo “entre la enseñanza y el aprendizaje” porque es esta fórmula la que permite embriagarme en la luz poética que ofrece el mundo. Tomarla es poder ver el comienzo de un camino que conduce al horizonte anhelado. Por ello, desde hace diez años coordino y llevo adelante el proyecto “Formar Escritores para Formar Lectores” (Taller marginal de creación literaria para docentes); placer y pasión por la enseñanza que no pierde ni un gramo de entrega motivacional, respecto de mi compromiso con la palabra. Desconozco qué nuevos desvíos o contratiempos depararán ambos horizontes, pero se trata de un camino al fin, y eso es lo que importa por el momento: intuir la primera línea de un poema para desear el resto.

 

3 — El prologuista de tu antología personal destaca tu preferencia de utilizar dos palabras en los títulos de tus libros (y los títulos de los poemas que has incluido allí de tus dos últimos poemarios, también constan de dos palabras).

 

          RC — Sucede que siento la conjunción sustantivo-adjetivo como la fórmula ideal para interpretar una síntesis poética. Tal vez el hecho de articular dos elementos tan significativos como los elegidos, y no más de dos, sea suficiente para prestarle armonía al título de un libro. Recuerdo el impacto que me provocó “Tabla rasa”, una de las obras más bellas que creó ese exquisito poeta que fue Jorge García Sabal. Desde el título hasta cada uno de sus poemas, aquel libro gozaba de contundencia, de perfecto equilibrio. Hago mención de ello porque es la primera imagen que me viene a la mente. Pero, resumiendo, me hallo gratamente tentado a sostener ese equilibrio. Es más, acabo de terminar un nuevo poemario que lleva por título “Golpe manco”.

 

4 — ¿De qué trata “Un referente fundacional”? ¿Hay algún otro libro de ensayo que preveas publicar?

 

          RC — “Un referente…” surge como resultado de un trabajo de investigación. En él recojo lo acontecido con las Letras neuquinas entre 1981 y 2005, debido a que, hasta ese entonces, esos veinticinco años representaban el período más fértil y productivo de la literatura local. Allí se da una transformación socio-cultural impresionante, la que devino como efecto del detonante demográfico de principios de los ‘80 y de la traumática degradación social que provocó la crisis del nuevo siglo (en particular, la tristemente recordada de 2001-2002). Durante esa etapa se manifestó, no sólo en Neuquén, sino en todas las provincias patagónicas, un vertiginoso desarrollo del capital literario, abonado en sus comienzos por un imaginario colectivo de marcada orientación utópica y fundacional, pero esencialmente motivado por un espíritu “cimarrón”; término acuñado por el poeta y periodista Gerardo Burton. Lamentablemente, ese dinámico capital literario: grupos auto gestionados, recitales abiertos, difusión radial, narradores, dramaturgos, poetas, publicaciones, nuevos sellos editoriales, espacios académicos dedicados a la producción literaria regional, gestión de encuentros y festivales, etc., no se ha transferido al campo educativo. Es decir que el eje planteado por este ensayo focaliza no sólo el despegue y crecimiento del capital literario, sino que apunta al déficit que existe en el espacio áulico, respecto de la obra producida por escritores locales.

En cuanto a la segunda parte de tu pregunta, la respuesta es afirmativa, ya que finalicé un nuevo trabajo de investigación, el cual responde a la temática que vengo desarrollando en el plano de capacitación docente. Doy por hecho que el título es más que elocuente: “Formar escritores para formar lectores. El lenguaje poético en el aula”.

 

5 — ¿Y “Fauna terca”? ¿Cómo está estructurada? ¿Hay alguna otra novela que preveas publicar? ¿Escribiste, escribís cuentos y relatos?

 

          RC —Si tuviese que elegir uno de los momentos más tortuosos y terribles de mi vida, a excepción de aquellos que tienen que ver con pérdidas de seres queridos, sin duda pongo de relieve el servicio militar. Padecí ese infierno entre los años 1977 y 1978. Los peores del régimen dictatorial. Una experiencia traumática, denigrante y de violencia macabra. Siempre supe que algún día escribiría sobre ello. Pero sólo pude hacerlo treinta años después; una vez que elaboré los duelos debidos y edifiqué  defensas suficientes como para poder volcar en palabras lo vivido. “Fauna terca” ofrece una mirada cruda sobre la dictadura, pero enfocada desde el interior profundo de la Patagonia. La trama concatena cincuenta años (1958-2008) de historia argentina, relatada mediante la polifonía de personajes que habitan San Agustín, el pueblo precordillerano donde transcurre la novela. Si bien no es un testimonio biográfico, sí carga con un potencial ficcional que se atiene a hechos literales de aquellos años de plomo. Una experiencia ardua, para nada libre y epifánica como podría ser la creación de un poema. Pero, con todo, la narrativa cuenta con otros tiempos y otras estrategias que también maravillan al momento de componer mundos posibles.

Siguiendo con tu pregunta, sí, terminé la saga de esta novela, la cual lleva por título “Todos tus huesos apuntan al cielo”.Una forma de dar protagonismo a personajes secundarios de “Fauna terca”, que cargan con un potencial de vida que no podía dejar de lado y que articulan pasado y presente a través de una mirada alternativa, a la distancia de lo sucedido en los ‘70.

Respecto de la cuentística y el relato, no, no he experimentado esos géneros. Pero no descarto nada. Habrá que ver qué cartas juega el destino. O, simplemente, la necesidad de poetizar el mundo mediante otras formas.

 

6 — Hace unos diez años, en una estancia —“Los Talas”— de la provincia de Buenos Aires, establecida en 1824, en cuya biblioteca se conservan, por ejemplo, códices medievales del siglo XIII, participaste con otros poetas de un encuentro informal de lecturas.

 

          RC — Es así. Compartimos juntos aquella jornada, Eugenio Mandrini, Leonardo Gherner, Horacio Marino, Laura Yasán, Samuel Bossini, Jorge Boccanera, Pablo Anadón, Alejandro Archain, Emilce Strucchi, Carlos Juárez Aldazábal, Carlos Surghi, el ya fallecido poeta y periodista Roberto Díaz… Fue una experiencia riquísima, la cual espero poder repetir en un nuevo espacio rural. La complicidad que otorgan las voces, la naturaleza, la historia, las joyas bibliográficas y la sana complicidad entre poetas logra un clima y una atmósfera de comunión incomparable. Me gusta pensar que es allí donde se revela el verdadero espíritu poético. No tanto en la palabra impresa o en la lectura misma, sino en esa constelación de energía que se entrecruza entre los elementos convocados y que, al final del día, nos devuelve más luminosos, un poco más sabios y en armonía con nosotros mismos.

 

7 — A la hora de escribir, ¿de qué proclividad o tendencia te cuidás mas?

 

          RC — Si tu pregunta refiere a la rigurosidad con que encaro la escritura, obviamente, trato de no repetirme, de no contaminarme con cadencias o giros falsos, de no caer en lugares comunes, de no adjetivar por demás y, sobre todo, de no hacerlo al margen de la sensibilidad.

 

8 — ¿Coincidís con Nicanor Parra cuando afirma que Rubén Darío “fue un poeta alienado dentro de una sociedad alienada. Darío ofrecía un estupefaciente al lector. El antipoeta le arroja un balde de agua fría.”?

 

          RC — ¿Qué difícil es batirse con un antipoeta, no? Como tal, existe sólo uno y no hay forma de discutir principios si no es con sus mismas armas. Pero como don Nicanor es un ejemplar único, magnífico e inimitable, sería una falta de respeto arrogarse semejante atrevimiento. Perderíamos la batalla sin atenuantes. Pero claro que sí, que un oportuno baldazo de agua fría no le viene mal a ningún lector. Hasta me atrevería a decir que es una estrategia pedagógica recomendada, en ese caso, claro. Ahora, Darío también fue único y revolucionó el lenguaje poético desde un lugar del mundo impensado para la época. Dentro del contexto alienado que alude Parra, la poesía dariana fue esencial para que, luego, las vanguardias latinoamericanas rompieran con ese encorsetado romántico y abonaran un terreno que logró maravillas para la literatura hispanoamericana. Desde Vallejo hasta Oliverio Girondo, pasando por el “negro” Celedonio Flores o el mismo Vicente Huidobro, necesitaron que dicho precedente hiciera lo suyo para que los sucesores alcanzaran la altura que hoy bien se merecen. Vale la pena capitalizar lo saludable que se registra entre el estupefaciente y el baldazo de agua fría. Y digo que vale porque todo suma al final del viaje.

 

9 — ¿Cuáles advertís que han sido los poetas clásicos y modernos que te marcaron?

 

          RC — Sin duda ni temor a equivocarme, César Vallejo es el primero y con letras doradas que me marcó a fuego. Junto con él, y sin compartir el género, acompañan Juan Rulfo y Dostoievsky. Y pegadito a éstos, enormes poetas como Quevedo, Rimbaud, Raúl González Tuñón, Gelman, Alejandra Pizarnik, Idea Vilariño, Gonzalo Rojas, Juan Carlos Bustriazo Ortíz, muchos, muchísimos de los que ya no están físicamente y siguen vivos en relecturas. Respecto de los contemporáneos/as y compañeros/as de ruta, me excuso de mencionarlos porque, seguramente, me olvidaría de alguno/a, y ello no sería justo. Sin embargo, quiero nombrar a dos que valoro sobremanera. Uno es el italiano Valerio Magrelli, y el otro, el ecuatoriano Edwin Madrid, a quienes leo con profundo placer y no dejan de embellecer su obra cada vez que abro sus libros.

 

10 — ¿Cómo te llevás con la lluvia y cómo con las tormentas? ¿Cómo con la sangre, con la velocidad, con las contrariedades?

 

          RC — De maravillas con todos los fenómenos climáticos. Más aún cuando acontecen sin previo aviso. Como el hecho de despertarse y advertir que el cielo estrellado de la noche anterior es, al día siguiente, un paisaje que se cubre bajo una nevada mágica. El espasmódico centelleo de una tormenta eléctrica de verano. La plenitud del mediodía estival sobre un lago. Un lenguaje que revela el humor del mundo. La excepción la marcaría el viento. No hay cómo combatirlo. Afecta el ánimo. Apaga las voces. No me gusta. Es un castigador que raspa la alegría.

          La sangre, metaforizada en un verso, ofrece visiones sorprendentes en el imaginario. En los hechos traumáticos de la vida, la soporto, supero su impertinencia. Pero me remite de inmediato a los años de la dictadura. No logro evitar esa asociación.

La velocidad, como un excelente contendiente de la desidia y de la indiferencia. Me sumo a ella.

Las contrariedades…Bueno, es una constante que obliga a no dar nada por seguro hasta que sucede.

 

11 — ¿Cómo ha sido el proceso de escritura del texto que da título al libro “Fenómeno natural”?

 

          RC — Tengo la sensación de que siempre estoy escribiendo el mismo libro y un único poema; pausado por los años y por el trastocamiento de valores y afectos. Ahora, lo particular de cada uno es que, generalmente, uno de los poemas es el que dispara el título del libro. En el caso de “Fenómeno natural”, el texto surge de una experiencia… climática, vamos a decir. Una tarde de octubre, mes por demás ventoso en la Patagonia, tuve que dictar un taller en una escuela primaria, ubicada en un barrio marginal de la ciudad de Neuquén. Típico vecindario con calles de tierra, descampados, y recostado contra la barda (suerte de meseta árida). Ese día preferí tomar un camino alternativo, casi una huella que bordea por lo alto. Y en un punto del camino, hacia abajo, en un cañadón desértico, observé una casita construida por maderas y chapas, aguantando el ventarrón de frío y tierra que se abatía contra las cuatro paredes. Casi que se me antojaba pronosticar que tal chaperío, pronto, sería descuartizado por una ráfaga. De pronto, la puerta se abre y una nenita sale al temporal, apenas para rescatar a un pollito y guarecerse con él por detrás de la casa, debajo del piletón de lavar. Imagen por demás suficiente para que el poema tome forma por sí solo y procure, a pesar de la violencia del mal tiempo, componer una experiencia amorosa.

 

12 — Releo las palabras que acompañan la dedicatoria de “Veda negra” y me conmuevo. Los destinatarios son Paula, Sabina, Lucio y Alejo.

 

          RC — Se trata de mis hijos. A ellos va dedicado ese libro. Cuando escribí “Veda negra” atravesaba un momento de mucha confusión; afectiva, profesional y existencial. Estaba realmente triste y frustrado en muchos aspectos. De manera que lo que volqué en cada página llevaba parte de mi encarnadura, de las lágrimas, temores, angustias, y también fuertes pasiones que me sacudían mal. Por entonces, mis chicos eran pequeños. Pero sabía que el paso del tiempo se encargaría de brindarles la luz necesaria para que, llegado el momento, esa voz fuera suya y pudieran escuchar las palabras de ese padre que se parapetaba tras el poeta. Un libro escrito para el futuro. Un mensaje de vida en clave de poesía. Veremos si estoy en pie para cuando llegue el momento.

 

13 — ¿Acordarías con el poeta Juano Villafañe en que “Todas las vanguardias del siglo XX han sido determinantes en la transformación poética por diversos motivos” y que “Quizás el surrealismo sea el movimiento que más ha impactado en la historia de la poesía”?

 

RC —Acuerdo con ambas posturas, desde luego. El hecho de asumir una actitud vanguardista significa avanzar por sobre toda convención prescriptiva y, fundamentalmente, experimentar a partir de lo que va descomponiendo ese mismo movimiento. Pero no sólo la ruptura es lo que prevalece, sino que, valiéndose de esa desfragmentación, la idea es re-construir y re-configurar la realidad a través de nuevos lenguajes. Ahora bien, ¿cabría discutir el concepto estético en este caso, o sólo el atrevimiento de irrumpir lo estructurado para lograr una forma nueva es la esencia de la vanguardia? Basta poner de relieve lo que significó el surrealismo (como merecido cachetazo cultural a la postguerra), para dar a luz una mirada revolucionaria, en favor del lenguaje poético.

 

14 — Un sueño cumplido: viajaste a Italia. ¿Y otros a cumplir…?

 

RC —Respecto de lo que rumorea la pasión por la palabra escrita, me gustaría alcanzar las orillas del próximo libro y que, como hasta el momento, sea la piedra de toque que me permita seguir viajando. No solo fronteras afuera. Todo viaje es bienvenido y aleccionador por sobre cualquier otra enseñanza. Los libros, además del capital cultural que ellos mismos representan, me han servido como excusa para recorrer una buena distancia geográfica. Pero los sueños más anhelados van más allá de mí. Se despegan y abrazan  los deseos que impulso en favor de quienes amo. Mis hijos y mis hijas, por sobre todas las cosas. Parece una frase hecha o impostada si digo que los siento como una proyección de éste mortal que encarno. Pero es así con todo el peso que ello significa. Los siento como una proyección mía; deseando que superen todo “lo poco de lo mucho” que desee para este que soy.

 

15 — ¿Tortuga gigante, oruga, anguila eléctrica, rinoceronte o tigre de Bengala blanco?...

 

RC —EL imaginario bengalí me puede por sobre las otras opciones. Un tigre, desde luego.

 

16 — ¿Los recuerdos de la infancia son engañosos? ¿Los tuyos lo son?

 

          RC —Para nada. Bueno, no en mi caso. Guardo recuerdos infantiles que gozan de envidiable salud. Poseo memoria fotográfica y diacrónica. Por sobre todas las cosas, plenas de felicidad. Hasta los doce años viví en una antigua casa de Almagro. De esas con zaguán, puerta cancel, pasillo con piezas que daban al patio y macetones con malvones. Música de tango —siempre— y tranvía pasando por la calle Medrano. Mis viejos, abuelos y tíos, ya que todos compartíamos la misma vivienda, la peleaban día a día para traer un mango a la casa. No nos sobraba nada. Pero tampoco nos faltaba nada. El tinenti, el fútbol callejero, las comilonas de los domingos, todo el folklore barrial era una fiesta. Bello y fiestero pasado que destaco como una fortaleza que aún empuja para no dejar de mirar al frente.

 

17 — En lo que concierne a la crítica literaria, ¿cuáles —y no apunto solamente a los actuales— son aquellos ensayistas que más valorás?

 

          RC —Si comienzo por Aristóteles y su “Poética”, y continúo hasta el presente, la nómina sería demasiado extensa. Pero si me permitís tomar como punto de partida el siglo pasado, los latinoamericanos coparían la parada. Así, “sobre el pucho”, pienso en Jorge Luis Borges, en Américo Ferrari, en Juan José Saer, en Noe Jitrik, en José María Arguedas, en Hugo Verani, en Ángel Rama, en Octavio Paz, en Josefina Ludmer, en Alicia Genovese, en mi maestra: Irma Cuña, y muchos más. Variopinta la selección, ¿no? Pero también quiero poner énfasis en algunos congeneracionales que bien merecen ser sumados a la partida. Jorge Boccanera, por ejemplo: grandísimo poeta, al que destaco como prolífico ensayista. Ser humano que admiro por sobre el artista. Principalmente por el vasto y meticuloso conocimiento que tiene del universo poético latinoamericano. Al margen del notable trabajo que ha llevado a cabo con la obra de Juan Gelman, sus publicaciones nos permiten conocer autores que, tal vez, en los escritos de otros estudiosos no los hallaríamos.

A la par de Boccanera, otro de mis predilectos es Sergio De Matteo: escritor e intelectual brillante. Uno de los ensayistas y conocedores del panorama poético argentino más apasionados que conozco. Talentoso y perseverante en la materia. Jugado y quirúrgico a la hora de aplicar una mirada crítica (¡ojo!, digo crítica, no criticona), cuando de análisis literario se trata. Disfruto mucho al leerlo porque además de contagiar entusiasmo aporta esa cuota de conocimiento que ayuda a ver más allá de lo que el discurso trama. Y como para triangular el conjunto, no quiero olvidarme de Osvaldo Picardo. Fino, finísimo estudioso del tema. Un esmerado especialista que aporta, en cada una de sus intervenciones, un caudal teórico de alta factura. Chapeau a todos ellos.

 

18 — A la luz de tu experiencia como lector y como narrador: ¿de qué características o ingredientes o circunstancias no debe carecer una novela? ¿Hay novelas (¿cuáles?) que valores aunque te hayan dejado indiferente?

 

          RC —Lo que pasa es que cuando leo no puedo sustraerme al potencial poético que promete el libro que tengo entre manos. Parto de ese principio para ponerme en situación. Pero en el caso de la narrativa, tomo muy en cuenta la alteración sintáctica que plantea la trama; el juego cómplice que invita al lector a formar parte de ese complot. Como también lo que no se “dice” literalmente en la historia. Me gusta la sutileza, lo que se sugiere entre líneas pero no se muestra en el discurso. Y al mismo tiempo, la espontaneidad de lo mínimo e indispensable, de lo frontal, pero sin toques retóricos recargados. Cité con anterioridad a Juan Rulfo, un ENORME poeta de la novelística latinoamericana. Pero también Antonio Di Benedetto, Juan Carlos Onetti, Alejo Carpentier, Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez. Las grandes plumas de la Patria Grande abonan esa manera de volver maravilloso lo que disimula la cotidianeidad. Y ahí está la poética del asunto. No descubro nada con lo que digo, pero me gusta detenerme en estos aspectos cuando pienso en los “ingredientes” que no deben faltar en una novela.

¿Libros que valoro aunque me hayan dejado indiferente?... Sí, “En busca del tiempo perdido”, de Marcel Proust, es uno de ellos. Una obra mo-nu-men-tal pero que no llegó a conmoverme. Algo parecido me pasó con André Gide. Reitero y tomo lo que formulás en tu pregunta: son obras de alta factura pero que, en mi caso, no generaron impacto emocional.

 

19 — “Es muy probable que los premios literarios hayan sido creados por algún demiurgo sarcástico para subrayar la carcajada con que el tiempo se venga de las certidumbres. En todo caso, los premios sirven para otear desde ellos el panorama, y, avergonzado, uno se pregunta cómo es posible que, lo que hoy parece tan evidente, ayer pudo parecer siquiera dudoso.” Así comienza el prólogo que el chileno José Donoso concibiera para la novela “El astillero” del uruguayo Juan Carlos Onetti. ¿Qué te generan esas líneas introductorias?...

 

          RC —Los intríngulisy suspicacias que arremeten desde las sombras de los premios literarios existieron, existen y existirán siempre. Pero como bien traés a colación a través de las palabras de Donoso, el tiempo —ese inefable juez todopoderoso— es quien determina a la larga qué obra trasciende por su legítimo valor literario y no por un circunstancial acuerdo de jurados. Tomemos en cuenta que los libros más reconocidos de la literatura universal trascendieron más allá de los premios. Por ejemplo el “Martín Fierro”, sin ir más lejos. O “Don Quijote de la Mancha”. O la poesía barroca de Luis de Góngora, revalorizada trecientos años después gracias a la generación del ‘27. Los premios, cuando son lanzados con el afán de descubrir valores y promover obras dignas de difusión, son saludables y bienvenidos. De hecho, cientos, miles de escritores y escritoras han alcanzado sus primeras ediciones gracias a esta posibilidad; más aún en nuestro país, donde una publicación de corto tiraje y diseño austero cuesta una fortuna. No cabe duda que los concursos literarios son un estímulo para quien lo logra. Pero creo que la respuesta final va implícita en tu pregunta y en la cita de Donoso: algunos premios podrán disimular la carcajada de algún demiurgo sarcástico, pero, en definitiva, el que  manda es el Tiempo.

 

 

Ricardo Costa selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

 

Mundo terrible la geometría.

Todo lo que resta es un círculo,

una línea volviendo a su origen,

una figura creada para sabernos

sobre un espacio seguro.

 

Todos contemplamos la redondez

de esa línea, pero festejamos el vacío,

no la línea.

 

Así nosotros: un punto sobre otro.

 

Imprudente ciencia, dicen, y alguien

olvida la luz; ama la sombra que borra.

 

Entonces la geometría estalla.

                                                                                                       (de “Teatro teorema”)

 

 

 

FÍSICA BÁSICA

 

El lanzamiento de una piedra

acaba con la vida de una distancia

determinada.

Un poema cumple con el mismo objetivo:

acabar con la vida de un tiempo

determinado.

La piedra, una vez detenida, ignora

el significado de la distancia.

Una vez en vuelo, el poema es una curva

que se cierra sobre sí misma.

                                                                                                       (de “Danza curva”)

 

 

PUNTOS DE VISTA

 

La forma más sencilla de celebrar una fundación

es marcar un punto junto al vacío.

Un punto es una partícula del todo imponiéndose

sobre la nada.

Un punto establece el origen de todas las formas

que caben en el universo, y el universo se mueve

sobre una sucesión de puntos encadenados

en el espacio.

Sobre uno de estos puntos estamos nosotros,

abrazándonos y girando en un vacío que nos mantiene

flotando sobre un silencio absoluto.

Pero lo mejor de esto no es el silencio ni lo absoluto.

Lo mejor de esto es que nadie sabe que flotamos

porque obedecemos una ley fundamental.

Creo que ese es el punto: flotar abrazados a la idea de la nada

mientras los cuerpos se mueven y la fundación se convierte

en un  acto de amor junto al vacío.

                                                                                                                                                         (de “Veda negra”)

 

 

UNA NARANJA

 

El cuchillo recorta circularmente la naranja

bajo su cáscara.

Hace correr el jugo entre el filo y la pulpa,

marcando el cauce de un camino líquido

que rodea a la fruta para venirse a tu mano.

Viéndote ejecutar esa maniobra, pienso que

algo terrible ocurriría con mi corazón

si tu apetito cayera en desgracia.

Ese movimiento giratorio, ese descascarar

en crudo para llegar al brillo de la pulpa,

daría con la parte más débil de un hombre

y la desnudez de su sangre brotaría hasta

manchar sus ojos de la manera más vergonzosa.

La diferencia la marcaría el ángel que mueve

tus manos.

Porque la fruta gira entre tus dedos para que

su carne se abra por entero a la luz.

En cambio, un corazón se pudre si no se lo corta

en el momento preciso.

Queda dudando lejos, cavado en una ruina oscura,

a treinta y cinco centímetros por debajo

de la boca.

                                                                                                                               (de “Mundo crudo”)

 

 

BUENA SALUD

 

Mi abuelo decía que cuando fuera grande, lo que dejara en el plato

se me volvería flacura en los huesos.

Ahora tengo hambre y hace cuatro días que no me afeito,

seis que no paso por la panadería y diez que he dejado de correr

el colectivo para llegar a tiempo a tu casa.

Cuando me quedaba con el abuelo siempre descartaba el puré,

la acelga y el zapallo hervido.

Porquerías que a los chicos nos amargaban la vida.

Claro que se extraña la dura mirada del abuelo. Y también la tuya,

la que no pedía que me alimentara, sino que comprendiera

que el deseo perfecto es aquel que nos mantiene pendientes

del apetito del otro.

Junto al teléfono quedó una galletita magra y medio vaso de yogur.

Vale decir que no hay motivo para el sacrificio, ya que nadie fallece

por arrepentimiento tardío.

No conozco un solo caso de muerte por desobediencia al abuelo.

Pero me preocupa lo que podría destruir el dolor cuando ya

no queden fuerzas para llevarse nada a la boca.

Parece que sí, que la tristeza es un hueso que nunca se dejará comer,

que siempre estará allí, en un plato con restos del almuerzo

y a la espera de tu llamado.

                                                                                                                                          (de “Fenómeno natural”)

 

 

FENÓMENO NATURAL

 

En esta parte del mundo el viento entristece la luz.

Cada vez que sopla contra la casa, nada parece merecer

la más mínima contemplación.

Yo pensaba que una familia entera estaría abrazándose

ahora mismo bajo las cobijas, rogando por la clavadura

de las chapas contra el techo.

Ruedan botellas entre los yuyos y se desgaja la ropa colgada.

Un  pollo escapa y resiste bajo el piletón de lavar.

Todo el aliento muerto de la miseria se ahoga contra esas

cuatro paredes.

Sin embargo, en apoyo oblicuo contra el viento,

la hija sale de la casa, se acurruca junto al pollo

y comienza a cantarle suave.

A pesar del temporal, ella cree que el amor es un fenómeno natural

que habita en lo más pequeño de la estepa.

Por eso abraza al animal y se convence de que la brutalidad del aire

es un mundo vacío que va muriéndose de a poco.

                                                                                                                                      (de “Fenómeno natural”)

 

 

*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Neuquén y Buenos Aires, distantes entre sí unos 1.100 kilómetros, Ricardo Costa y Rolando Revagliatti, mayo 2016.

 

http://www.revagliatti.com.ar/040906_costarica.html

http://www.revagliatti.com.ar/040906.html

Con Tom Lupo.

Hugo Toscadaray: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

 

Hugo Toscadaray nació el 26 de agosto de 1957 en la ciudad de Buenos Aires, la Argentina, y alterna su residencia entre su ciudad natal y el pueblo de San Antonio de Areco, provincia de Buenos Aires. Integró los grupos literarios “El Taller del Sur – Resistencia Cultural”, “Tome y Traiga” y “La Sociedad de los Poetas Vivos”. Poemas suyos fueron incluidos, por ejemplo, en las antologías “Testigos de tormenta” (Colección Elefante en el Bazar, 1995), “Cuerpo de abismo” (Colección Elefante en el Bazar, 1999), “Poesía en tierra” (Editorial Fondo de Cultura Económica, 2004), “Canto a un prisionero (Antología de poetas americanos: Homenaje a los presos políticos en Turquía” (Editorial Poetas Antimperialistas, 2005). Obtuvo primeros premios en España y Brasil, y entre otras distinciones, la Mención de Honor del Premio Hispanoamericano del Diario “La Nación”, en 1998. Fue traducido al inglés y al italiano. Colaboró en las revistas argentinas “Amaru”, “La Carta de Oliver”, “El Aleph”; en “Babel” de Venezuela; en “Prometeo” de Colombia; en “El Lagarto Verde” de México, etc. Fue co-coordinador de dos cafés literarios en la década del noventa. Publicó los poemarios “Tangopoemas” (Editorial El Cañón Oxidado, 1989), “La isla de la sirena de las escamas de fuego” (Colección Elefante en el Bazar, 1995), “Naufragario” (Editorial Turkestán, 1997), “Amantes zodiacales” (Edición Premio Especial, 1999), “El nadador unánime” (Editorial Fondo de Cultura Económica, 2004), “La balada del pájaro tinto” (Ediciones del Viento, 2005), “Los pasajeros de Renca” (Ediciones del Viento, 2006), “Fuego negro” (Editorial Turkestán, 2011).

 

1 — ¿Cómo has ido (y venido)? ¿Cómo vas?...

 

HT — Cuando cumplí cincuenta años me miré en el espejo, entonces vi señales que antes no estaban. Pero me dije: El tiempo no existe. Luego recibí un llamado por el que supe que un amigo muy querido había muerto. Pero me dije: El tiempo no existe. Después llegó mi pequeña hija casi hecha mujer. Pero me dije: El tiempo no existe. Finalmente giré la cabeza y vi que el camino hacia atrás era mucho pero mucho más largo que el que tenía por delante. Pero ya no me importó porque lo que había detrás era tan fuerte, tan poderoso, como aquello que aún estaba por venir.

Como he manifestado en otras oportunidades, nací en el barrio de Villa Luro. Porteño por nacimiento y andanza, virginiano por naturaleza y cronopio por decantación mágica (o al menos es lo que me dijo Cortázar en el ‘84 tocándome el hombro).

Mi infancia (sus increíbles tesoros) y mi barrio son mi andamiaje, mi única patria y mi bandera.

          Soy un muchacho triste que siempre anda contento.

          He vivido en muchos barrios de mi ciudad natal pero he dormido en todos.

          También he vivido en el faldón del Cerro Uritorco entre hippies y alucinados. Y además en la ciudad capital de la provincia de San Luis donde conocí el insomnio y la desesperanza.

          He trabajado en el puerto de Buenos Aires muchos años junto a los barcos que alimentaron mi sed. Tengo un master en supervivencia y otro en soñar despierto. Fui publicista, vendedor de perfumes sofisticados, fundidor de iniciativas comerciales, burócrata y coordinador de talleres literarios, empezando por centros barriales, hasta la Universidad Nacional de San Luis. También ejerciendo el periodismo en diferentes espacios, como las llamadas, en su momento, FM Truchas o en la FM Universidad, y en distintas revistas y periódicos barriales. Hoy lo sigo haciendo en una radio cultural y en desperdigados impresos.

          Por definición callejera fui un atorrante desde la adolescencia, es decir, una especie de fauno que deambulaba por los bares en las noches de la gran ciudad, hasta que vino el fantasma del paso del tiempo y me anunció con su matraca el fin del recreo.

Amigo fervoroso, bohemio incorregible, dionisíaco en las mesas e intrépido en los funerales; simpático a veces, cabrón muchas y melancólico siempre hasta la pesadilla.

Olvidé cada fracaso para reincidir después en cada uno, tanto hasta lograr corporizar al dolor para que fuera mi amigo.

          Amo el rumor de los pájaros, la solemnidad de los escarabajos, la música del agua y los abrazos, la rebelión de los abrazos. Amo la lluvia, el perfume de las hojas quemadas en otoño y las tormentas. Amo la noche, los bodegones hundidos en la noche, los barcos y los puertos, las cocinas humeantes, las asambleas populares y el canto colectivo.

          No hablo del odio, el rostro aciago del amor, porque voto al amor y su faena; mas desprecio la injusticia y la violencia cotidiana de los poderosos sobre los que no tienen nada. Aborrezco además a los automóviles porque matan al hombre más que las fieras; a los teléfonos porque carecen de piel y de temblores y a los aviones porque despojaron del misterio a las enormes distancias.

          No creo en dios alguno pero parafraseando a Robert Desnós "Tengo un profundo sentido de lo infinito, lo que me hace tan religioso como cualquiera". Pienso, por otra parte, que sin misticismo no hay arte. Todo poeta es místico.

          Además de todo esto, voy enamorado.

 

2 — ¿Qué programas radiales estás conduciendo? ¿Qué te demanda cada uno en su producción?

 

HT — Cuatro son los programas a mi cargo en la FM Origen —Radio Cultural— 102.9: “Las Cosas y los Días”: periodístico de noticias, lunes a viernes de 11 a 13 horas; “Alrededor de la Medianoche”: dedicado al jazz, lunes, miércoles y viernes de 22 a 24 horas; “El Caballo en el Tejado”: dedicado a la poesía, martes de 22 a 24 horas;  “Casa de Náufragos”: sobre el hombre y su entorno, jueves de 22 a 24 horas.

          Con relación a la producción de cada uno —porque soy el productor de mis propios programas—, lo que me demandan es tiempo, concentración y —lo que más me exijo— el buen gusto. Hay programas como el de 11 a 13, que me ocupa toda la mañana ya que debo levantarme muy muy temprano, leer las noticias, elegir las que me parecen relevantes pero que además se ocultan en los grandes medios, masticarlas, reflexionar sobre cada una y a partir de allí armar el discurso comunicacional. A todo eso debo agregar la elección de la música para cada una de esas noticias.

          El caso del programa de jazz es bien diferente porque lo que hago es elegir uno o dos intérpretes, buscar el material biográfico sobre cada uno y luego la mejor parte: seleccionar la música. En el caso del de poesía, el modus operandi es similar: opto por la obra de un poeta, selecciono el material para dos horas de programa y le sumo un intérprete para la música, generalmente instrumental, que acompañará los textos.

          Finalmente “Casa de Náufragos”, que es el que más disfruto y —por los muchos y diversos comentarios que recibo— el que más disfrutan los oyentes. Es un programa de tono intimista, lo que se denomina “un programa de autor”. En él tomo un tema diferente en cada entrega, que van desde La Soledad o La Infancia hasta La Guerra o Los Medios de Comunicación, desde El Vino o El Tabaco hasta La Democracia o La Explotación. Siempre es un tema central desde el cual expongo mis sentires y mirares. También es el programa que mayor producción requiere, ya que cuenta con unos veinte textos para cada noche de jueves y la particularidad del eclecticismo en la música; nunca repito un mismo género en cada emisión: hay un tango, una cueca, un landó peruano, música gitana, jazz, fado, chansón, en fin, trato de acompañar cada texto con lo que emotivamente me lleva a una música y muchas veces a una región particular. Como verás, Rolando, podríamos decir que es insalubre pero eso sí: me mantiene despierto y muchas veces exultante.

 

3 — Siendo un veinteañero formaste parte de “El Taller del Sur — Resistencia Cultural”. ¿Con quiénes, cómo resistían en plena dictadura cívico-militar?

 

          HT — Yo militaba en una organización de izquierda (lo hice desde el 74, en la secundaria, hasta iniciado el nuevo siglo) y estaba de novio con la que fue mi primera pareja. Ella es pintora y vivía en Sarandí-Avellaneda. Nos movíamos en ese entorno de artistas y bohemios. En el 79 decidimos estar en la calle con lo que cada uno hacía, de ese modo tomábamos, por ejemplo, el Parque Domínico y montábamos la muestra de pintores y la lectura de poemas, habitualmente parados en los viejos bancos de mármol del parque. A veces alguien cantaba y otras, alguien bailaba. Esto lo hacíamos itinerante, mudábamos la muestra cada domingo. Cuando aparecían “caras extrañas”, nos íbamos. Te debo los nombres, alguien podría ofenderse con estos recuerdos, es gente que dejé de ver hace mil años.

Lo que podría agregar es que hacia el final de esta etapa y por contactos surgidos de ella, comencé a frecuentar las oficinas de la Editorial Botella al Mar. Allí conocí y confraternicé hasta su fallecimiento con Arturo Cuadrado; y con Francisco Madariaga, Élida Manselli, Alejandrina Devescovi, Irene Marks, Francisco Squeo Acuña, Carmen Bruna, Horacio Laitano, Eduardo Biravent, Carlos Giovanolla (quien publicó mi primer poemario en su Editorial El Cañón Oxidado), y otros cuyos nombres ahora se me escapan. El caso es que los jueves a la tarde/noche en la oficina de la calle Viamonte se armaban unas reuniones formidables en las que las conversaciones y la risa eran el centro.

 

4 — Pocos años después, durante el gobierno de Raúl Ricardo Alfonsín, integraste “Tome y Traiga”, el grupo multicultural dirigido por los poetas Armando Tejada Gómez (1929-1992), Héctor Negro (1934-2015) y Hamlet Lima Quintana (1923-2002). ¿Cómo eran ellos entonces, de quién te sentías más próximo, con qué palabras los evocarías?

 

HT — El “Tome y Traiga” duró poco, una pena, era un buen proyecto. Nos juntábamos al inicio en el sótano de “LiberArte” y al fin terminamos en el sótano de una pizzería en Villa Crespo, que se inundaba con las lluvias porque estaba a la altura del arroyo Maldonado, sobre la Avenida Juan B. Justo. Probablemente lo más significativo de esa experiencia para algunos de nosotros haya sido que funcionó como embrión de lo que muy poco después fue la conformación de La Sociedad de los Poetas Vivos. En el “Tome y Traiga” nunca sacamos la cuenta real del número de artistas y escritores pero éramos un montón. Había de todo, poetas, narradores, músicos, bailarines, plásticos. En fin, era una movida que iniciaron quienes nombrabas, tipos con un prestigio bien ganado como poetas pero también como militantes del campo popular.

Tanto Armando Tejada como Héctor Negro fueron siempre generosos y abiertos conmigo. Con Armando discutíamos bastante, “sin perder jamás la ternura”, pero bastante. Era habitual que reclamara de mí un “compromiso con la poesía popular”—cosa que invariablemente yo desestimaba— y enfatizaba, además: “dejá el surrealismo porque eso distrae”. Cuando terminaban esas pequeñas trifulcas, me abrazaba y me repetía que “a pesar de todo” le gustaban mis poemas. Discutíamos, sí, pero también nos reíamos mucho. Con Negro fortalecimos la relación con el paso del tiempo. Tuvimos encuentros con más frecuencia en los últimos años que al inicio. Con quien siempre me sentí más hermanado fue con Hamlet. Creo que tiene que ver con el simple hecho de que Hamlet andaba más por el centro, por los bares que yo frecuenté casi toda mi vida y era muy común, casi cotidiano juntarnos alrededor de una ginebra y quedarnos hasta el amanecer hablando de las cosas de la vida, como hacen los amigos. 

 

5 — Como Lima Quintana, Tejada Gómez y Héctor Negro, también poemas de tu autoría fueron musicalizados, en tu caso por Carlos Andreoli, por Moncho Mierez. ¿Nos contás sobre esta arista?

 

HT — Sí, y también por Hugo Pardo y por Juan Carlos Muñiz. Yo no soy letrista, siempre lo puntualizo, soy un poeta que algunas veces escribe un poema para ser cantado. Y eso es todo. No conozco las reglas de la letrística ni me desvela conocerlas. Desde la infancia he tenido una asombrosa facilidad para la rima. En mi casa natal se escuchaban canciones todo el día y deduzco que mi oreja se acostumbró a eso. Para mí escribir una letra es un recreo; lo lúdico, me distrae, y especialmente me saca de ese lugar fangoso del poema. Obviamente que este comentario no va en detrimento de los letristas entre quienes tengo amigos entrañables, ni debo aclararlo, pero escribir la letra de una canción no me quita el sueño. El poema sí me quita el sueño.

 

6 — Aunque probablemente no te has esmerado en difundirlos, tenés tu experiencia como bloguero: ¿cuántos blogs tuviste, tenés, con qué perfil cada uno?

 

HT — ¡Ah! Los blogs, claro, nunca lo menciono ni hago hincapié porque seguramente me resulta algo natural. Un blog para mí es como sentarme con amigos a beber algo y contarles qué poetas me gustan. Tengo uno de poesía contemporánea: El Naufragario. Otro de poesía argentina: Las Cosas y el Delirio. Otro de poesía del mundo: Infierno Alegre. Y otro en el que voy desde poemas más extensos hasta ensayos o crítica poética: La Nube Centrífuga. Pero hay más: uno con poemas míos que muy raramente expongo; otro con textos de mi programa radial: Casa de Náufragos; y otro muy querido: Andanzas y Abismos de Monsieur Saralegui, en el que aparece toda mi veta callejera, toda la cosa del barrio, en fin, el humor que me ha salvado la vida infinidad de veces.

 

7 — ¿Observaciones, anécdotas originadas en encuentros de poetas en los que hayas participado?

 

          HT — Concurrí a encuentros de poetas desde muy temprano. En Capilla del Monte, Chilecito, Monteros, Luján de Cuyo, Rosario, Gualeguay, Santa Fe, Mendoza, San Juan, Neuquén, distintas ciudades del interior de la provincia de Buenos Aires: desde hace más de treinta años que ando con la mochila llena de gente. En las anécdotas no voy a detenerme porque podría llenar un libro con ellas. Pero puedo contar una a modo de ejemplo: El primer encuentro nacional de poetas al que es invitada La Sociedad de los Poetas Vivos se realizó en Luján de Cuyo, provincia de Mendoza, en 1991. Hacia allí partimos Marcos Silber, Carlos Carbone, Jorge Propato y yo. Eugenio Mandrini, que es como decir “mi padre”, siempre reacio a viajar lejos, se quedó en Buenos Aires, y en Mendoza nos esperaba el otro integrante del grupo, Carlos Levy (años después, ya en este nuevo siglo, se sumó Santiago Espel). La cosa es que cuando el micro —en el que viajaban cuatro monjas y siete gendarmes, detalle que nos llevó a bromear todo el trayecto— efectuó la primera parada en Pergamino, pedimos papas fritas. Nos trajeron un paquete de papas saladas y no hubo modo de que el mozo entendiera que era otra cosa lo que habíamos pedido. En la segunda parada, en Villa María, sucedió exactamente lo mismo: un calco. Cuando llegamos a la terminal de Mendoza, ya desesperados por una fuente de papas fritas, nos metimos en el primer comedero que encontramos. Pedimos una fuente de papas fritas y nos trajeron un paquete de papas saladas. Fue una larga semana sin esas papas y nuestro deseo había cobrado ribetes de desproporciones, se convirtió en un tema central. El último día, parados frente a la combi que nos llevaría a Mendoza, nos llamó la atención que Marcos —el más puntual de nosotros— no apareciera. Minutos después hizo Marcos su entrada épica: portaba una enorme bolsa con papas fritas después de convencer al dueño de una rotisería que las hiciera cuando el hombre ya estaba cerrando su negocio. Nunca sabremos cuánto le costó esa fritanga.

Pienso que los encuentros sirven para eso, para encontrarse con seres con los que uno termina hermanado y también, vale decirlo, con desencuentros con otros seres. A mí personalmente (y eso que soy de Buenos Aires y uno erróneamente da por sentado que en Buenos Aires estamos todos) me ha servido para conocer en otros sitios gente maravillosa, a la que quisiera ver más seguido. En resumen, los encuentros sirven para escuchar y conocer otras voces, otros tonos bien diferentes al de uno y entre sí, pero fundamentalmente para entrelazar afectos que han de ser, muchas veces, indestructibles.

 

8 — Hay un Toscadaray dramaturgo. De refilón he sabido que una pieza tuya se titula “Paradero Singapur”. Contanos, Hugo, sobre ella, si se estrenó, de qué trata, y eventualmente sobre otras que pudieras haber escrito.

 

HT — ¡Uh, bueno! Durante mi residencia en el barrio de San Telmo (casi dos décadas) me relacioné con personas de teatro vinculadas al Teatro Escuela. Cuando supieron que escribía, uno me pidió un monólogo para presentar en clase. Ése gustó y llegó otro pedido. Y luego otro. Así es como empecé a escribir monólogos. Hasta que una muy querida amiga con un cargo en el Instituto Nacional de Cine y muy conectada con ese ambiente, me preguntó si me animaba a escribir una obra de teatro. Yo era joven e inconsciente y le dije que sí. La obra en cuestión se llamó “Paradero Singapur”. En el fondo no era otra cosa que un pariente de “Esperando a Godot”, pero estaba bien y le gustó al productor cuyo nombre —gracias a los dioses— he olvidado. El productor en cuestión un día desapareció con el original (era el único ejemplar, porque en esos tiempos era caro hacer cien fotocopias), y por más que con mi amiga lo buscamos, el tipo y la carpeta se hicieron humo. Es el motivo por el cual no quise escribir nunca más teatro. Seguramente el espíritu de Moliere debe estar muy agradecido. 

 

9 — Un domingo por la tarde, hace poco, mateando en mi casa con cuatro personas más, algo nos empezaste a contar sobre una novela que te gustaría escribir, sobre personajes de ella de los que te valés para expresar ciertas ideas y opiniones y aspiraciones. Ahora tenés todo el espacio para pormenorizar sobre esa novela y sus personajes.

 

          HT — Sí, recuerdo la charla. Aquí valdría una introducción. Tengo una teoría sobre mí mismo y es la siguiente: de pibe yo quería ser músico, mis padres me mandaron al conservatorio y era muy bueno en solfeo y teoría pero mis manitas no obedecían y aunque incursioné en alguna banda barrial de rocanrol, desistí. Derrotado por mi torpeza decidí que debía ser pintor, amo la pintura. Mi ex mujer es pintora y además nieta de Miguel Diomede, uno de los padres del impresionismo argentino, pero mi torpeza de nuevo me indicó que no me alcanzaba con los parentescos prestados y me decidí por la escritura. Comencé con la narrativa, relatos fantásticos y siempre breves. Algunos llegaron a publicarse en revistas literarias, de esas barriales. Pero si tenía que extender el relato lo dejaba a medio hacer. Me agotaba. Así descubrí que lo mío era la poesía. O como decía un narrador chileno amigo mío: la poesía es fácil porque hay que escribir poquito. Es decir: llegué a la poesía de la mano del puro fracaso, fue mi último recurso.

 

          Ahora en serio: creo que soy poeta porque pasé por todas esas disyuntivas sin las cuales no hubiera encontrado mi propia voz, pero fundamentalmente lo soy porque la palabra es lo que mejor me define.

          Lo de la novela —y lo anterior venía a cuento— es una idea de muchos años que nunca termino de comenzar por el esfuerzo que —descuento— me implicaría. Los personajes son los mismos que aparecen en uno de los blogs que ya mencioné: Andanzas y Abismos de Monsieur Saralegui. Y ellos son personajes que me acompañan desde hace décadas, personajes que he utilizado no sólo en la escritura de relatos, no sólo en las redes sociales, sino también en uno de mis programas de radio. Monsieur Saralegui, don Lupercio, Joe Cannabis, Nina Molotov, el viejo Torrejona o el ñato Partagás, entre otros, son personajes que se desenvuelven en un mundo de conversaciones bizantinas, divagaciones variadas y acciones bizarras. Tengo muchos capítulos por terminar y lo más importante: tengo el inicio, el nudo y el remate, es decir: una historia que contar. Pero por todo lo que enumero antes, me da fiaca. Quizá algún día pueda sentarme y terminarla. Ya que lo pedís, Rolando, y como muestra, dejo aquí uno de los breves diálogos que se dan entre capítulo y capítulo:

 

“¡Vamos a armar un poco de bardo, hablemos de arte! Dijo en alta voz Monsieur Saralegui mirando de reojo a don Lupercio y a Joe Cannabis que se apoderaban sin disimulo de unos bocadillos vascos rellenos de anchoas y se servían sin detención un borgoña bien grueso que estaban sobre el mostrador del bar Los Bizantinos, valiéndose de que el viejo Torrejona —agachado y sin poder verlos— acomodaba sus célebres almorranas. ¡Ojo, lo van a destronar, Saralegui! Gritó el japonés Brailowsky mientras aprovechando la distracción del adversario “repatriaba” en el tablero un alfil que le habían comido 5 minutos antes.

 

— Le cuento, don Lupercio, que en el locutorio de las hermanitas Molotov, Cannabis y yo escuchamos a uno diciendo que es poeta o algo así y el tipo gritaba en la cabina que no lo inviten a lecturas ni encuentros ni festivales de poesía porque “él está en el futuro”. Qué paparulo ¿no? ¡Si está en el futuro cómo lo van a invitar ahora! ¿Usted qué piensa?

 

—No le puedo decir nada, Saralegui, yo miro una botella estacionada y me da vértigo. ¿Quién era el poeta?

 

— No sé, no lo conocemos, don Lupercio. Usted sabe que yo me la paso leyendo y leo y leo tanto poeta minimalista, tanto fen shui, tanto sushi, tanto poema bambú y no me lo creo. Qué se yo, no sé si será amarretismo expresivo o pura moda o las dos cosas juntas. No hay extrañeza, no hay revelación, no hay impulso. Pienso en los poetas que me acercaron a la poesía y me entra una tristeza que ni le cuento. Y claro, a esta época le conviene que los poetas sean unos dormidos, no vaya que se les dé por romper algo. ¿Y usted qué me dice de este tópico, don Lupercio?

 

— Lo que yo puedo decirle es esto, Cannabis: la heladera Siam 90 fue lo más bendito que este país nos ha dado.

 

— Cambiando de tema, hace tiempo le quiero hacer una pregunta: ¿Usted alguna vez tuvo automóvil, don Lupercio?

 

— ¡Pero no, Saralegui, si yo siempre viví en Villa Luro!”

 

10 — ¿Qué es lo que más te ha importado —por así decir— y te importa de la poesía?

 

          HT — Lo que más me ha importado siempre es la poesía (quienes me conocen lo saben y algunos hasta lo han sufrido), pero la poesía en su estado vital, algo de ella que no se momifica en la escritura sino que se continúa y extiende: las impresiones, las emociones, los gestos, lo sutil y lo espeso, lo que flota o se arrastra. Lo que rechaza o abraza. Los datos, los números, lo probatorio de los objetos siempre han sido para mí un obstáculo o una prueba por demás insuficiente de lo inatrapable. Es decir, descarto, me quedo al fin con lo que más me interesa: la búsqueda de la trasparencia. 

 

11 — Rozás el tema de que no poseés ni un ejemplar de algunos libros de tu autoría.

 

HT — Soy un tipo sumamente descuidado en estas cuestiones, y a tal punto lo soy que, en efecto, ni siquiera he guardado para mi biblioteca un ejemplar de cada uno de mis libros (ni qué hablar de revistas y artículos en diarios). Como ejemplo de esto creo que es significativo que jamás guardé ni diplomas ni objetos ni premios que fui desperdigando en las manos de las personas que quiero. Es decir, que hay libros míos que yo no tengo, con excepción de “Tangopoemas” y “Naufragario”, porque mis viejos conservaron un ejemplar de cada uno, y de “Fuego negro” porque es el más cercano en el tiempo y mezquiné los últimos ejemplares.

 

12 — ¿Thelonious Monk (1917-1982), Ella Fitzgerald (1917-1996), Django Reinhardt (1910-1953), Nina Simone (1933-2003), Enrique “Mono” Villegas (1913-1986) o Billie Holiday (1915-1959)?...

 

HT— Al “Mono” Villegas tuve la suerte de escucharlo muchas veces en vivo y el mejor de esos recuerdos fue durante un ciclo que hizo Manolo Juárez con diferentes pianistas. Una noche compartieron el escenario, la música y los chistes dos tipos geniales, uno era el “Mono”, el otro, el “Cuchi” Leguizamón. Aquello fue de antología.

Con respecto a las cantantes tengo una particular debilidad por el estilo desgarrado de Billie Holiday y gran admiración por la capacidad de la Fitzgerald —como de Sarah Vaughan—, especialmente cuando encaran el scat. Pero mi cantante de jazz preferida es Carmen McRae porque al escucharla a ella sola, las escucho a todas. De Django Reinhardt puedo decir que la mixtura entre su enorme talento y su historia personal, es decir: las dificultades que limitaban su expresión, lo convirtieron en un músico indispensable, aunque —debo ser sincero— el hot jazz no es de mi preferencia.

 

Ahora, si de todos los admirados músicos e intérpretes que mencionás debo elegir a uno para hablar de jazz, sin pestañear lo elijo a Monk. Porque Monk define el espíritu de lo que en mí sucede frente a la magia de la improvisación y especialmente en el bebop, que es —dentro de mi canal emotivo— el jazz por excelencia. Estos locos que un día inventaron una música para que los blancos no se la robaran como había sucedido con el swing, entraron en mi adolescencia con una coctelera de fuego. Bird, Dizzy, Monk, Bud Powell, Mingus y algunos otros me señalaron los caminos de la rebelión del espíritu, como lo hicieron casi al mismo tiempo los poetas surrealistas. Gracias a esa etapa entre los catorce y los diecisiete años aprendí que en el espacio entre mi cabeza y mi corazón cabía todo lo que podía imaginar y también lo que aún no había imaginado. Al fin y al cabo fue Monk quien dijo: "Hay luz porque siempre es de noche". Ahí está el poema.

 

13 — El vino y la ginebra son un par de bebidas alcohólicas que ya han sido nombradas. Y un poemario tuyo que permanece inédito se titula “El whisky desnudo”. ¿Nos contás de ese whisky, de esa desnudez? ¿Otros libros tenés ya cerrados y a la espera de difusión?

 

HT —Bueno, si vamos a tocar este punto antes debo decir que mi libro “Naufragario”, publicado en el ´97, es un largo trayecto no sólo por los puertos, no sólo por las diferentes partes del cuerpo femenino sino además, un largo recorrido por todas las bebidas alcohólicas que conozco. Ahora bien, “El whisky desnudo”, que no refiere ya a alcoholes sino a la condición humana, es una sucesión de poemas muy breves y forma parte de un libro aún inédito que consta de 6 poemarios.

Mientras espero de alguna editorial la absolución para este libro, sigo trabajando en otros dos flancos: uno es “Elogios”, al que estoy dejando escanciar ya que si la palabra es tirana conmigo, no lo soy menos con ella cuando dejo en un cajón poemas para que se aburran y entiendan que si quieren volver a salir al recreo tendrán que hacerlo con los bracitos abiertos.Y otro muy reciente que nace de una estadía durante el verano con mi compañera, la poeta Laura Ponce, en la selva misionera, en el llamado “corredor verde de la selva paranaense”. Una experiencia —para mí— de gran conmoción, en el medio de la nada o mejor dicho, justo en el centro del todo.

 

14 — ¿Cuáles son tus preferencias en el terreno de la narrativa en castellano y tus autores favoritos?

 

          HT —A ver. Nací en una casa en la cual mi padre leía el diario todos los días y mi madre coleccionaba recetarios de cocina, pero era una casa sin libros. Aprendí a leer de las revistas de historietas, cuando comencé la primaria lo hacia de corrido. Mis padres, por suerte, notaron por un lado que mi tempranísima verborragia respondía a alguna cosa extraña que me llevaba a degustar y repetir ciertas palabras como si fueran chocolates, y por el otro advirtieronmi avidez por encerrarme a leer. Fue así que compraron la colección Robin Hood y una enciclopedia en 3 tomos que devoré en el trascurso de esos primeros años. Y esos eran los únicos libros que había en mi casa. Al cumplir doce años recibí un regalo que me llevó a descubrir que había “otra” literatura, un libro de cuentos de Julio Cortázar:“Todos los fuego el fuego”, que leí y releí hasta que alguien se dio cuenta que debía ampliar mi biblioteca. Aquí me detengo y hago una observación: estamos hablando de la década del ´60, pleno auge de la literatura latinoamericana o el “Boom”, como se lo llamaba entonces. Esto significa que de Cortázar pasé a Gabriel García Márquez y de ahí a Alejo Carpentier, Manuel Scorza, Augusto Roa Bastos, y aquí me detengo para no seguir una lista de nombres esperables. Pero esos mismos nombres —su escritura—, como es de suponer, me llevaron al otro lado del océano, a otros mundos posibles y también hacia el propio territorio, hacia adentro. Y así me enamoré de la escritura de Leopoldo Marechal, quien también me llevó a otros territorios. Y Borges, el narrador, que llegó para quedarse. Luego aparecieron Haroldo Conti, Daniel Moyano, Juan José Saer. Más cerca en el tiempo, Andrés Rivera o Ricardo Piglia. En fin, diré una obviedad: quien ama leer tiene muchos súper héroes.

 

15 — ¿A dónde pudieran llevarte los vocablos “crudívoro”, “razonable”, “provecta”, “inercial” y “estaca”?

 

          HT —No necesariamente todas las palabras me llevan a un lugar en particular y cuando una palabra me traslada es desde el sonido, no desde el sentido. En más de una ocasión he planteado que las palabras no son otra cosa que artefactos, artefactos para alzar o derribar el poema. Elijo cada palabra por el sentido de lo que se quiere significar, pero no es eso lo que la sostiene dentro del poema sino su resonancia. La suma de palabras —sonidos— hacen al ritmo y el ritmo es primordial para que el poema cobre vuelo o se derrumbe. Si además agrego que la búsqueda de la transparencia es para mí sustancial en un poema, difícilmente tropiece con palabras que yo sienta que lo enlodan o al menos trato de evitarlo. Aquí agregaría que esos artefactos, las palabras, conllevan en algunos casos elementos que podría llamar cósmicos o directamente mágicos y que —por destino ya del mundo espiritual, ya del inconsciente, nunca sabré la procedencia—me disparan hacia territorios inesperados. Pero, insisto, eso ocurre con algunas palabras, no con todas y no siempre.

 

16 — ¿Causas perdidas?...: tuyas o no únicamente tuyas.         

 

          HT —¡Quienes me conocen bien sostienen que yo mismo soy una causa perdida! Ahora, en serio, hoy no visualizo causas perdidas en lo personal. Quizá en lo colectivo, seguramente, y digo quizá porque en algún punto no las siento perdidas sino en estado de permanente espera, en constante vigilia. Aquello a lo que algunos llaman utopía, eso que me sigue desvelando —hoy con menos energía en el cuerpo que ayer, pero con la misma convicción— y que continúa siendo para mí primordial, es decir, la búsqueda del camino hacia un porvenir humano verdaderamente justo, equitativo, libre, solidario.

 

17 — ¿Acordarías con la poeta Patricia Díaz Bialet en que de las corrientes poéticas del siglo XX, las más interesantes son “el creacionismo y el surrealismo”?

 

HT —Adhiero plenamente, claro. Son vanguardias, además, que estuvieron hermanadas en algún punto: de un lado el Creacionismo exponía la idea de una creación pura, producto de la invención y de alcanzar la belleza a través de la imagen. Del otro, el Surrealismo proponía por medio del azar o la escritura automática, lo onírico y el humor, privilegiando el lugar del inconsciente como disparador yalejado de lo racional, también alcanzar la belleza a través de la imagen. Pero el surrealismo hizo un aporte fundamental, fue más allá. En el surrealismo lo más importante, lo más vanguardista, no fueron sus “técnicas” o aquello que Bretón convirtió en “escuela”, sino el hecho de quitar la divinidad del centro y en su lugar poner al hombre. El surrealismo encarna “una concepción total del hombre y del universo”, como decía Enrique Molina. Y eso fue lo revolucionario.

 

18 — El silencio, la gravitación de los gestos, la oscuridad, las sorpresas, la desolación, el fervor, la intemperancia: ¿cómo te resultan? ¿Cómo reordenarías con algún criterio, orientación o sentido?

 

          HT —El silencio, como lo sorprendente, son aspectos cardinales, la combinación de ambos me impulsa a la escritura y refuerza lo místico que hay en mí. Hasta diría que no me imagino sin ellos. El fervor es una característica importante en mi poesía del mismo modo que lo es en mi forma de ver el mundo y de transitarlo. No la oscuridad, pero sí la penumbra es una vieja y querida compañera por la que me siento abrigado siempre. La gravitación de los gestos, para alguien tan detallista como lo soy, tienen un componente principal a la hora de conectarme tanto con la escritura como con el entorno. El sentimiento de desolación y del que soy totalmente consciente porque la vida me ha enseñado a reconocerlo bien, me arrastra a la tristeza, motivo por el cual trato de apartarlo aunque inútilmente muchas veces. En cuanto a la intemperancia, la dejo para el final porque me reconozco (y se me reconoce en el ámbito de lo íntimo) como una persona intolerante y lo soy, pero sólo frente a las cosas que —según mi visión— atentan contra lo humano. 

 

19 — ¿Qué significa para vos —y elijo aquel cuyo título me entusiasma— tu libro “El nadador unánime”?

 

HG —“El nadador unánime” es una serie de poemas breves, un recorrido por una parte sustancial de mi infancia y un homenaje a mis abuelos maternos. Mis abuelos vascos tenían un pequeño tambo en las afueras del pueblo y muy cerca del río en San Antonio de Areco, a 100 kilómetros de Buenos Aires. En las vacaciones de verano me quedaba con ellos, ya que mi padre atendía su negocio y mi madre y mi hermana regresaban con él a la capital. También las vacaciones de invierno y los fines de semana largo eran en Areco. Para un pibe urbano como yo, aquel era un mundo de fantasía. Esos altos montes, la vastedad de la llanura, los pájaros, los insectos (que me siguen maravillando), los animales de granja y los otros, ese río (en el que aprendí a nadar) y su paisaje; en fin, todo un concierto de asombros. Y ese mundo diferente que me rodeaba presidido por mis abuelos, mis dos más grandes y amados fantasmas. 

 

Antes de pasar a lo central de tu pregunta quisiera detenerme en otro asunto: No puedo hablar por todos, claro, sólo hablo de mí y de lo que a mí me pasa. La poesía siempre responde en primera instancia a una lógica de las emociones. Entre los pasos inevitables que me llevan finalmente al poema, es decir: la contemplación, la revelación y la aproximación, pasos en donde siempre está presente lo inasible de la belleza, es el niño que vive en mí —el niño como representación de lo instintivo o su rostro más salvaje— quien late, intuye y me empuja a la escritura. Luego el adulto es quién corrige, porque es el adulto el que sabe, el que razona, el que intelectualiza. Pero al poema lo hace el niño, siempre, porque es el niño, aún frente a las cosas más triviales de lo cotidiano, quien avista, se conmociona y traduce a través de la palabra hecha imagen.

 

          Volviendo a “El nadador unánime”, en un momento que no puedo precisar surgieron estos textos que conformaron el poemario. Fue una irrupción vertiginosa, como suele sucederme, escrito en unas pocas semanas en un estado de inquietud ensoñada que generalmente saca de sus casillas a mi entorno. Y también como suele sucederme, así como la escritura nace intempestivamente, la corrección fue de una lentitud embalsamante. En mi poesía la presencia de la naturaleza es una constante, un elemento permanente en mi discurso poético, pero no lo transcendental; en este poemario sí lo es y para responder en concreto a tu pregunta diría que “El nadador unánime” es para mí el intento de atrapar la felicidad de aquel mundo perdido. Aunque si lo pienso bien, esa persecución está en toda mi poesía porque, al fin y al cabo, como diría Molina —y lo sigo citando—,la poesía es “el demonio de la insatisfacción permanente".

 

20 — Santiago Espel, en su “Notas sobre la poesía” se formula las preguntas que ahora te transfiero: ¿Dónde refleja el poema su época? ¿En el tratamiento del lenguaje o en los temas que aborda?

 

HT —En ese sentido puedo pensar que el poema refleja su época en ambos planos, podemos encontrar muchas muestras de ello; pero creo que más allá de los sucesos que, parafraseando a Marx, son cíclicos, lo que definitivamente determina la época en el poema es el lenguaje. No obstante pienso que la buena poesía es atemporal. Voy a ese tipo de ejemplos antipáticos, extremos e inútiles: ¿Podemos imaginar la irrupción del movimiento piquetero del siglo XX descripto en el lenguaje de Quevedo o de Góngora? Al menos nos haría gracia. Trataré de dar otro ejemplo pero en la dirección que intento responder y para ello regreso a Enrique Molina, para mí quizá el mayor poeta que ha dado nuestro país. Creo y pienso y siento que la mejor poesía es lárica y es lírica. Lo lírico en Molina es claro, está dado por el uso de sus imágenes sorprendentes y la conmoción que de ellas se desprende. En cuanto a lo lárico, Molina no se detiene nunca en una geografía, su lugar es el mundo. ¿Y esto qué tiene que ver con la pregunta? Pues que en la poesía de Molina no hay temas que se vinculen con un tiempo en particular, con sucesos fidedignos, con aspectos de la realidad histórica. La época, el tiempo, para Molina es el de la poesía y lo que lo hace un contemporáneo es justamente su lenguaje.

 

 

Hugo Toscadaray selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

 

SOBRE LOS OBJETOS HALLADOS EN LA COSTA

 

he aquí el zapato negro del negro pájaro de Kansas.

 

en él se pueden oír:

  • el abrir y cerrar de los párpados del encantador de serpientes

  • el dedo del jardinero batiendo la casa de los escarabajos

  • la rodadura final en los durísimos labios de un viejo

y cansado trompetista

  • el jadeo de una vendedora de cosméticos en la mente

de un hombre desesperado

  • el roce de los dedos acariciando la copa en un pub

solitario de la calle 52

  • el mortal jaque de un blues clavándose en la ojera

del amante

  • el rugido de un cádillac de piernas afiladas demoliendo

la torre del bebop

 

hoy el zapato negro

es un animal delicado de cabellos de sal

flotando sobre la arena

con la arrogancia de una cama de bronce.

                                                                                                                                   (de “La isla de la sirena de las escamas de fuego”)

 

 

 

TRAMO CUARTO:

EL ÍNDICO MIRA CON SU OJO DE TRASATLÁNTICO

QUE SE DESLIZA POR UN SILENCIO DE ALGAS.

 

dice que debo lavar mis ojos en abu qutub

para poder tocar su cuerpo.

la sulamita dice estas y muchas otras cosas.

la sulamita es pequeña /

pequeña ante el desierto pero

es grande / grande la sombra que delatan sus axilas

y fresca y dulce

como duraznos bañados en negro vino grueso.

 

y su vientre /

su vientre es un oasis.

es abu qutub ella cuando hace alivio en mí

cuando hay su sombra en mí

cuando me moja.

                                                                                                                         (de “Naufragario”)

 

 

ADÁN Y EVA ENTRE EL CASTIGO Y EL ÉXTASIS

 

Con la palabra y su filosa piedra construí un hueco donde durmieran.

Con estrellas innumerables les fabriqué un techo para el amor.

Para que se soltaran puse al mar y su fragancia de sal y puse al viento.

Plantas y animales fueron para que ambos crecieran en los otros.

Y los dos así me pagan probando la esfera deleznable del deseo.

Así me han postergado por adorar a venus

después de prodigarme en ofrendarlos.

Sabiendo que jamás tocaré cuerpo de mujer ni hombre.

Sabiendo que jamás nadie ha de tocarme.

Burlándose de mí entre susurros.

Diciendo al señalarme:          

padre   dios    el eunuco.

                                                                                                                 (de “Amantes zodiacales”)

 

 

LOS DÍAS MUERTOS

 

Escribo que te amo mientras bebo el secreto licor del desvarío.

Escribo bajo el peso suspendido de tu ausencia

—escorpión alado y mudo—

Escribo que te amo en la noche anegada y afirmo:

                        Tengo corazón que tiembla y suda

como un caballo rojo.

 

¡Oh corazón mío!

¡Caballo palpitante y mojado!

¡Matungo de nubada enrojecida!

 

Le haré una pampa, con éste, tu silencio

escribiendo que te amo,

                        inclinado y solo,

                        semejante a un puño hundido en la noche anegada.

 

                                                                                                                                                                    (de “La balada del pájaro tinto”)

 

 

POEMA PRIMERO

 

Durante la estación de los pájaros que estallan, cuando la creciente sacuda la paz del río y el cielo, todo, brame como un animal herido o madera del monte astillada por el peso del viento que allí se detiene un breve instante. Cuando las flores silvestres y las plantas del trópico entrelazadas rocen a los colibríes machos y a las ranas bombinas de vientre de fuego. Digo, cuando todo esto ocurra: Allí me veréis, desnudo e intacto como un cazador olímpico.

 

                                                                                                                                                                   (de “Los pasajeros de Renca”)

 

 

PAGODAS

 

Yukio Mishima ingresó en el pabellón dorado

buscando la huella del samurái perdido.

 

Yukio Mishima solía decir que añoraba el pasado porque amaba el futuro.

Él sabía —o al menos presentía— que esa huella

lo llevaría hasta la barba misma de las tradiciones más puras

que su gente dolorosamente había olvidado.

 

Yukio Mishima comprendía o se esforzaba por imaginar

que con esa búsqueda su pueblo recobraría la felicidad.

 

Yukio Mishima —ahora el poeta Yukio Mishima—

ingresó en el pabellón dorado buscando la huella del samurái perdido

y encontró la rebelión y mudó en harakiri.

 

                                                                                                                                                            (de “Elogios” - Inédito)

 

 

 

*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de San Antonio de Areco y Buenos Aires, distantes entre sí unos 115 kilómetros, Hugo Toscadaray y Rolando Revagliatti, 2016.

 

http://www.revagliatti.com.ar/huasi.html

 

 

Hugo Toscadaray con Alicia Pastore

con Eugenio Polinsky

Hugo con Laura Andrea Ponce

con Víctor Heredia

con Marizel Estonllo

con Carlos Levy

con Raúl Feroglio y Daniel González 

Rebolledo

con Carlos Andreoli

con Marcelo Leites y Pablo Dumit

 con Leandro Alva y Norma Etcheverry

Juan Carlos Moisés: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

 

Juan Carlos Moisés nació el 4 de agosto de 1954 en la ciudad de Sarmiento, provincia de Chubut, la Argentina; desde 2015 reside momentáneamente en la ciudad de Buenos Aires. Entre 1978 y 1991 se desempeñó como Profesor de Educación Física en el Instituto Técnico Agropecuario “Juan XXIII” (actual Escuela 725). Fue Coordinador de la Semana de las Artes, en el Instituto Secundario Gobernador Fontana, desde 1998 hasta 2006. Durante 2004 ha ejercido como Profesor de Teatro en el Área Artística de la Escuela Superior Docente, y lo fue entre 1998 y 2006 en escuelas de Nivel Medio, en las que desde 1995 a enero de 2014 ha sido Profesor de Lengua y Literatura, y Culturas y Estéticas Contemporáneas. En 1984 y 1985 se desempeñó como Director de Cultura de la Provincia de Chubut. Sus dibujos han sido expuestos en muestras individuales y colectivas y se han difundido en libros, periódicos, revistas, programas de mano de espectáculos teatrales. Parte de su dramaturgia se socializó en volúmenes editados en los últimos años. Sus dos libros de cuentos se titulan “La velocidad de la infancia” (2010) y “Baile del artista rengo” (2012). Entre 1977 y 2015 publicó los poemarios “Poemas encontrados en un huevo”, “Ese otro buen poema”, “Querido mundo”, “Animal teórico”, “Museo de varias artes”, “Palabras en juego”, “Esta boca es nuestra” y “El jugador de fútbol” (además del cuadernillo —breve antología— “El ojo de mi caballo” en 2009). Entre otras, ha sido incluido en las antologías “Nacer en los 50” (selección de Hugo Fiorentino, España, 1985), “Poesía entre dos épocas” (selección de Fernando Kofman, 1985), “Abrazo austral (Poesía del Sur de Argentina y Chile)” (selección de María Eugenia Correas y Sergio Mansilla, 1999), “Signos vitales” (selección de Daniel Fara, 2001), “Una antología de poesía argentina” (selección de Jorge Fondebrider, Santiago, Chile, 2008), “Antología federal de poetas de la región patagónica”(2015). Colaboró con poemas, cuentos y microrrelatos en numerosas publicaciones periódicas de su país y del extranjero. Ha sido jurado en diversos certámenes y presentó ponencias en encuentros de escritores en Argentina y Chile.

 

1 — Has residido durante seis décadas en la ex Colonia Sarmiento. Te propongo que nos describas ahora, ya a 1941 kilómetros de aquella localidad de origen galés, paisajes, vida social y cultural, su evolución.

 

          JCM —La Colonia Sarmiento que me vio nacer era un pueblo pequeño, de 5.000 habitantes sumados el centro urbano y la zona de chacras. Está ubicado en un valle amplio, en medio de mesetas y sierras de la Patagonia Central, al sur de la provincia del Chubut. El río Senguer, que nace en la cordillera, da un rodeo al pueblo, como si lo abrazara, y forma dos lagos, el Musters y el Colhue Huapi. Durante muchas décadas fue un valle agrícola y ganadero, que se autoabastecía de alimentos. Creado por decreto nacional en 1897, no fue una colonia estrictamente galesa. Además de algunos habitantes originarios que estaban asentados en el lugar, en esos primeros años también llegaron polacos, italianos, lituanos, y otros. Las crónicas dicen que fue muy dura la vida del comienzo. Hoy, y desde hace ya algunos años, la actividad petrolera llegó para quedarse, transformó la economía, la conformación social y cultural, y se volvió directa e indirectamente en la principal fuente de ingresos de la población. Como dice un amigo, se parece a un barrio de Comodoro Rivadavia. El de hoy cuadruplicó sus habitantes, llegados de otras provincias y países vecinos. Como si fuera una nueva fundación, digamos. Lo que no está mal en sí mismo, salvo por el peligro de contaminación para el medio ambiente que significa la explotación petrolera, que es otra de las formas riesgosas, acaso criminales, de la minería. El suelo ya no es ni será el mismo. Las numerosas chacras, con animales y sembrados varios, que rodeaban al pueblo son barrios y loteos que cambiaron el paisaje urbano y rural. Ya no es el pueblo de mi infancia ni el de mi primera juventud, ni siquiera es el pueblo donde nacieron y se criaron mis hijos. Entonces había un cine y clubes sociales. Había un ferrocarril que unía la Colonia con Comodoro Rivadavia, cuando las rutas aún eran de pedregullo. Había chacras con vida a raudales porque vivían familias numerosas, había tambos, caballos para andar. Las calles eran de tierra que en invierno se congelaban durante tres meses, donde patinábamos como si fueran lagunas heladas, y los veranos duraban hasta marzo. Y sobre todo, había muchas canchitas de fútbol. Ese pueblo y esos años me constituyeron como poeta, como artista. Hoy, alejado desde hace dos años, lo traje conmigo y lo llevo adonde voy.

 

2 — De las ponencias que has presentado en foros y congresos me atrae por su título “Arte en las márgenes: centro y periferia” (el 8 de junio de 2007 en el II Encuentro Nacional de Escritores de La Plata).

 

          JCM —La ponencia fue propuesta por la organización del evento. Me interesó el tema. Siempre me consideré un artista periférico, sin connotaciones, sin renegar de la suerte, más bien todo lo contrario, aunque cualquier noción de periferia siempre supone un valor negativo. No fue así. A partir de los veinte años lo tomé como mi propio desafío, la vara alta, es decir la provocación que la realidad me puso en el camino. Digamos que esa periferia fue por partida doble: de la metrópolis que significaba Buenos Aires, por ejemplo, y de las ciudades de la Patagonia donde había una cierta actividad artística que no me incluía por motivos geográficos. De hecho, es la Patagonia, y la variedad de zonas y matices que hay en ella, el objeto de análisis. No me interesó particularmente el aspecto mítico ni los textos de viajeros, que ya los hay muchos y han sido y son difundidos en gran parte del mundo desde el siglo XIX, que es más o menos cuando se pone en marcha la acepción moderna de la voz “literatura” (según Terry Eagleton), sino el hacer artístico contemporáneo. Me explayé sobre el presente (esto es, las últimas décadas) y las posibles derivas que pudieran resultar o se pudieran intentar, con toda la libertad que supone el hecho creativo en particular y en general. La frase acuñada por el poeta y narrador Raúl Artola, “la periferia es nuestro centro”, creo que es un modo lúcido de acceder a esta problemática. Con todo, mi visión no contempla que me defina como “escritor patagónico”, aunque de hecho lo soy por haber nacido en un pueblo perdido del Chubut, pero sin ejercer ni proponer una “militancia” de carácter regional, y mucho menos una preceptiva. La Patagonia, una región amplísima y cambiante pero una más del planeta, me constituyó para hacer lo que hago y como lo hago. Aun así tiendo a ser de los que miran las cosas por el ojo de la cerradura. 

 

3 — ¿De qué modo te fuiste desarrollando y afianzando como dibujante? ¿No has pensado en abrir un blog y allí instalar tus trabajos de artista plástico?

 

          JCM —A los 16/17 años empecé a dibujar y escribir al mismo tiempo. Rudimentariamente, por cierto. No sabía ni podía saber entonces cuál de las dos actividades iba a tener prioridad. La primera exposición de dibujos (con plumín y tinta china) la realicé a los diecinueve años a instancias del artista de mi pueblo Guillermo Caroli Williams, de familia galesa, que fue mi primer maestro en el arte y amigo de toda la vida. Era 1973. Ese mismo año publiqué mis primeros textos (poemas, un cuento, un par de notas) en una revista literaria que hicimos en el pueblo con amigos. En el 81 me quedé sin trabajo y me ilusioné con el dibujo de humor. Hasta pensé, por necesidad, que podía recibir algún dinero a cambio. No fue así. El dibujo y la poesía siguieron siendo el centro de mi actividad hasta comienzos de los 90, cuando el teatro pasa a ser la tercera actividad en discordia. Ya para esos años, además de dibujar surgió la posibilidad de escribir guiones de historieta para el joven y talentoso dibujante Alejandro Aguado, de Comodoro Rivadavia, que comenzó a sacar una revista del género, “Duendes del Sur”, que después de una interrupción sigue saliendo como “La Duendes” y tiene inserción nacional e internacional. Aguado también dirigía un suplemento en el diario “Crónica”, de Comodoro, “El espejo”, donde todos los dibujantes, ilustradores e historietistas de la Patagonia tuvimos oportunidad de publicar. Fue el teatro, la escritura de obras y la dirección de un grupo independiente, que me absorbieron casi por completo. Ya a mediados y hacia fines de los 90 el dibujo y los guiones, e incluso la poesía y la narrativa, quedaron relegados, aunque seguí escribiendo y dibujando sin publicar nada, esperando un momento más propicio para poder trabajar en fino lo que iba saliendo. Entre el tercer libro de poemas, “Querido mundo” (1978), y el cuarto, “Animal teórico” (2004), pasaron dieciséis años. Exageré un poco, es cierto, pero fue inevitable. Ni dramaticé ni desesperé. Desde entonces, la escritura de poesía volvió a ocupar un lugar central. Pero el teatro había dejado su marca. Los temas y el tratamiento del poema se diversificaron, me pusieron ante nuevas problemáticas formales. En algún momento pensé en subir los dibujos a internet, pero mucho del material que dibujé lo obsequié a los amigos y no tuve el cuidado de dejar copia. De modo que ese proyecto, como me gustaría, sería casi imposible de realizar. Además, para hacer todas estas cosas se necesita tiempo, y yo no lo tuve en los últimos años, apremiado por los trabajos para sobrevivir y otros inconvenientes que la vida se ocupa de ponernos en el camino.

 

4 — Es al comenzar la atroz década de los noventa cuando comenzás a darte a conocer como dramaturgo y director teatral.

 

          JCM —Tal vez fue una coincidencia. Pero de ser un poeta inadvertido en mi pueblo pasé a escribir obras que hablaban de la realidad de aquellos días y a presentarlas, como dije antes, con el grupo que dirigía, “Los comedidos mediante”, creado con amigos del pueblo. La dramaturgia me dio la posibilidad de compartir con un público, en vivo, lo que no ocurría con la poesía. Todas las obras hablan de esos años. Los temas sociales, acuciantes y devastadores para el país, no faltaron. El proyecto de grupo fue simple pero muy trabajoso: escribir las obras, dirigirlas, hacer la puesta en escena, estrenarla en el pueblo y llevarla a donde fuera posible. Los actores fueron fundamentales para terminar de afinar los textos en los ensayos. Muchas veces necesitamos ayuda técnica sobre aspectos de actuación puntuales. Creo que con esa tarea difícil pero apasionante advertí el modo en que la plástica y la poesía se hacían presentes directa o indirectamente en el teatro. Tuvimos la posibilidad de ser reconocidos en la provincia y representarla en tres Fiestas Nacionales y en varios festivales. Viajamos a gran parte del país con nuestras obras. Luego de casi diez años, menos por deseo que por necesidad, dejé el grupo y comencé a dar clases a alumnos de nivel secundario, en cuyo colegio ya daba literatura. Pudimos hacer muchas obras creadas por los mismos alumnos, mostrarlas en el pueblo, dentro y fuera del colegio, y llevarlas a festivales juveniles de Comodoro Rivadavia. Hoy estoy jubilado de la docencia y todo eso es nostalgia y maravilla en mi memoria.

 

5 — En tres tomos (“La historia de Asemal y sus lectores”, 2000; “De la misma llama. III De plomo y poesía (1972-1979)”, 2006; “De la misma llama. VII La yapa. Primera parte (1990-2006)”, 2014) de una propuesta del poeta y sociólogo Darío Canton (editados por el sello Mondadori), se reproducen dibujos tuyos y correspondencia que mantuviste con él. Y también has sido incluido en el volumen “Correspondencia” del poeta y “mítico imprentero” Francisco Gandolfo (con prólogo de Osvaldo Aguirre, Ediciones en Danza, 2011).

 

          JCM —En el sur las cartas fueron mi modo de sobrevivencia cultural y algo más. En enero de 1973 un hecho casual que me ocurrió en Buenos Aires al conocer a Jaime Poniachik en una librería (“Leo Libros”) de la calle Pueyrredón en la que trabajaba, fue muy importante porque me dio la posibilidad de relacionarme por correspondencia con la familia Gandolfo, de Rosario. Bellas personas: Francisco, Elvio y Sergio, con quienes mantuve una amistad ininterrumpida. En 1974, cuando estudiaba en La Plata, hice un viaje para verlos. También, a la par, tuve y tengo, también en Rosario, un contacto fluido con el poeta Jorge Isaías. Fue precisamente este escritor nacido en Los Quirquinchos quien editó mi primer libro en enero de 1977 con el sello de La Cachimba. Se imprimió en la imprenta La Familia, de los Gandolfo. El segundo y el tercero salieron con el sello de El Lagrimal Trifurca, en la colección El Búho Encantado. En la década del 80 la correspondencia con Francisco fue bastante regular y tan divertida como jugosa.

En 1975, en mi casa paterna del sur, a donde había vuelto a residir luego de pasar por La Plata, recibí el N° 1 de la plaqueta “Asemal”, de Darío Canton. Coincidió que el año anterior había comprado en una librería de Buenos Aires su libro “Poamorio”, lo que promovió que le escribiera con agradecimiento y entusiasmo. Fue una relación epistolar intensísima. Duró hasta 1979, cuando agotó su proyecto de sacar en “Asemal” toda su poesía inédita. Fueron mis años de formación y él tuvo mucho que ver. Ya hacía un año que venía limpiando mi poesía de follaje innecesario. Y Canton es lo más despojado que hubo y hay en la poesía argentina. A todos mis amigos les he enviado mis dibujos, o apenas viñetas, acompañando las cartas. Canton tuvo la amabilidad de incluir algunos en su obra completa, atípica y monumental, que va sacando por tomos. Cuando hacía “mis palotes con la poesía”, como dice Charles Simic, fueron varios los poetas con los que mantuve una asidua correspondencia y que considero fundamentales en mi formación y en el sostenimiento de mi vocación de escritor: Además de los nombrados, Raúl Gustavo Aguirre, Alfredo Veiravé, Edgar Bayley, Francisco Madariaga, Rodolfo Alonso; de mi generación, Paulina Vinderman, Liliana Lukin, Carlos Vitale, Pablo Ingberg, Carlos Barbarito, Carlos Piccioni, Fernando Kofman, Santiago Espel, Alejandro Schmidt, Raúl Artola. Pero son muchos más. También, y particularmente, los narradores Donald Borsella, de Chubut, Ivo Marrochi, de Tucumán, y Carlos Roberto Morán, de Santa Fe.

 

6 — En 1988 entrevistaste a un director cinematográfico que yo admiro, Carlos Sorín, mientras filmaba en Chubut, y se reprodujo tu diálogo con él en el diario “El Patagónico” de Comodoro Rivadavia.

 

          JCM —Carlos Sorín filmó mucho en el sur y particularmente en mi pueblo. Había hecho el servicio militar en Comodoro Rivadavia y quedó impresionado para siempre con esa región de la Patagonia. Tanto es así que volvió a filmar comerciales, y luego “La película del Rey”, una joya de la época. En 1988 filmó parte de “Eterna sonrisa de Nueva Jersey”, que es una road movie a la vez que una especie de comedia disparatada y dramática. En el equipo de producción vino un amigo común de amigos del poeta Alfredo Veiravé, y también los actores Omar Tiberti, que conocía desde el 84, y Daniel Kargieman, hijo del poeta Simón Kargieman, con quien me escribía. De modo que tuve la posibilidad de compartir muchos días de filmación en las locaciones de los alrededores y también las horas de la cena y sobremesa, o los fines de semana que tenían libres. El protagónico lo hacía Daniel Day-Lewis, que venía de filmar “La insoportable levedad del ser”. Ya había hecho “Ropa limpia, negocios sucios” y “Un amor en Florencia”. Parece mentira que el tiempo haya pasado tan rápido y tan exitosamente para él, a quien describí, al mencionarlo, como “un joven actor británico”. Para no herir susceptibilidades que tenían que ver con la Guerra de las Malvinas, Sorín y su equipo decían que era un actor irlandés. Paradójicamente, en 1993 se nacionalizó irlandés. El reparto era increíble: Juan Manuel Tenuta, Miguel Dedovich (en “La película del Rey” interpreta al aventurero Orélie Antoine de Tounens [1825-1878], quien se proclamó Rey de la Araucanía y la Patagonia), Julio De Grazia, Gabriela Acher, Ignacio Quirós, Rubén Patagonia (de quien era amigo porque había residido varios años de su juventud en Sarmiento), Ana María Giunta, etc. La entrevista fue muy extensa; tuvo la amabilidad y espontaneidad de explayarse en temas que me interesaban de su cine y del cine en general. El resultado del film no fue el que esperaba Sorín. Era una coproducción argentino-británica, con algunos inconvenientes en el corte final. Creo que hizo mella en su relación con la industria. Demoró en volver a filmar, y lo hizo de nuevo en la Patagonia. Fue en 2002, con “Historias mínimas”, otra road movie de bajo presupuesto que le permitió ser valorado como uno de los directores argentinos más interesantes.

 

7 — Y ya que nos acercamos al cine: ¿qué filmes basados en novelas te han deslumbrado? ¿A qué actrices y actores “les creés todo”?

 

          JCM —Dejando de lado cualquier posibilidad de mirada profesional, que no tengo, puedo mencionar algunas que me agradaron/deslumbraron, tal vez por el momento en que tuve la oportunidad de verlas. “Al este del paraíso”, “Dr. Zhivago”, “El viejo y el mar” (con Spencer Tracy), “Por quién doblan las campanas”, “Rashomon”, “El gatopardo”, “2001: una odisea del espacio”, “El gran Gatsby”, “Los muertos” (de “Dublineses”), “La fiesta de Babette”, “Blade Runner”, la adaptación bastante libre que es “Apocalipsis Now”…

Son muchos a los que “les creo todo”: Audrey y Catharine Hepburn, Jeanne Moreau, Dirk Bogarde, Laurence Olivier, Jean Gabin, Anthony Quinn, Bibi Anderson, Liv Ullman, Marcello Mastroianni, Francisco Rabal, Toshiro Mifune, Dustin Hoffman, Al Pacino, Meryl Streep, Lena Olin, Daniel Day-Lewis, Carlos Carella, Ulises Dumont, y tantos más.

 

8 — Y vamos a personajes: ¿cuáles por su carisma, por su potencia, por su agudeza u otros atributos, te fascinan?

 

          JCM —Que ahora recuerde: Héctor, Edipo, El Quijote, Sancho, Cordelia, Hamlet, Ana Karenina, Leopold Bloom, Ahab, el hombre y la mujer de “El Ángelus” (de Jean F. Millet), Claus y Lucas (de la novela de Agota Kristof).

 

9 — “Se llamará o no se llamará poema” es el título de un ensayo de tu autoría incluido en el volumen “El verso libre” (Ediciones del Dock, 2010). ¿Qué tipo de textos, cabalmente, merecen que se los califique de poemas? ¿A cuáles no se los debiera denominar así?

 

          JCM —Poema y poesía no siempre coinciden, o no siempre están destinados a coincidir. Uno pertenece al mundo de los objetos, la otra es una manifestación ontológica con un grado mayor de pureza que los mismos poemas. Pero la verdad, no lo sé. Me gustaría saberlo pero no lo sé. Y es posible que en ese no saber consista la búsqueda de saber qué es un poema y qué es poesía. Ya la variedad es inmensamente grande en estos primeros años del siglo XXI y lo será cada vez más. Las épocas van definiendo esa calificación, pero creo que se toman sus necesarias libertades. Por ejemplo, de Héctor Viel Temperley a Darío Canton hay un abismo, y sin embargo nada nos hace pensar que uno escribe poemas y el otro no. Las artes en general van mutando hacia formas nuevas e impredecibles. En algunos decenios lo que hoy se puede definir como poema va a sentir el paso del tiempo. Por el momento sabemos que sigue vigente el verso o la prosa, con imagen, sonido, ritmo, como en pintura la pincelada. No hay más. Cada uno toca su propia música, con menor o mayor influencia del contexto.

 

10 — En 1993 y 1994, firmando con el seudónimo Indiana Proust, fueron publicándose tus columnas “Aventuras Estelares” en “Nuestro Sur”, periódico de tu provincia.

 

          JCM —Eran seudo crónicas sociales y culturales sobre la realidad de mi pueblo de esos días, con una pizca de poesía y mucho de ironía. No seguían un modelo. Creo que eran bastante personales.

 

 11 — Regresando a los personajes: sos el creador de uno de historieta unitaria, “Morocho Dargüin”, el que con dibujos de Alejandro Aguado se divulgó en el suplemento “El Espejo”, del diario “Crónica” de Comodoro Rivadavia. Contanos sobre él, y sobre otros, también de historieta, que hayas inventado.

 

          JCM —Mi amigo Alejandro Aguado llegó un día a mi casa de Sarmiento, me mostró el dibujo de un personaje estrafalario que acababa de terminar y me dijo que le gustaría hacer una historieta con él ambientada en la Patagonia. Me entusiasmó la idea, primero porque Alejandro es un muy buen dibujante, y luego porque era un desafío más para mi escritura. El nombre de ese personaje, Morocho Dargüin, me surgió, como se advierte, de dos conceptos opuestos. Charles Darwin era inglés y recorrió la Patagonia. Además de fonetizar ligeramente el apellido, el nombre, Morocho, me pareció que provocaba la tensión. Del mismo modo había surgido el seudónimo con que firmaba las “Aventuras Estelares” que mencionaste. El tema de la historieta era la Patagonia misma, vista a través de las experiencias de este antihéroe simpático, que tenía tanto de viajero como de poeta soñador. Después de salir semanalmente en “El Espejo”, se publicó, ya como tira, en un periódico de la región. Ahí tocaba temas relacionados con lo periodístico.

            En 1992, año del quinto centenario, en el periódico “Nuestro Sur”, que se editaba en el pueblo, publiqué una tira de humor que se llamó “El huevo de Colón”. El personaje era un huevo. Refería desde aspectos locales hasta tópicos del quinto centenario. Fue divertido hacerlo.

            En “El Espejo”, el suplemento que dirigía Alejandro, salieron muchos dibujos de humor que había hecho en años previos. El humor, la ironía, siempre estuvieron ahí para colorear lo que hacía, dibujo o escritura, y también, por qué no, para provocarme. De hecho, mis gustos poéticos por el desparpajo de Nicanor Parra y de algunos de los nombrados fueron inevitables, aunque debí tomar recaudos porque el humor en poesía puede ser letal si no se lo puede mantener a raya. A veces se puede, a veces no. Según el pulso y la vena del momento. Como variante del humor, la ironía, según Octavio Paz, siempre es crítica.

 

12 — Además de primeros premios y otras distinciones por algunas de tus obras, lo has sido también por tu trayectoria y en más de una ocasión. ¿Podrías discernir para nosotros, más allá de la imaginable satisfacción, algo de un orden recóndito, sutil?

 

          JCM —De lo primero no hay mucho para decir; a veces se tiene suerte y un jurado nos premia una obra. Literaria o teatral. No deberíamos tomarnos muy en serio un premio como no ser premiados, cosa que ocurre, esta última, las más de las veces, y uno igualmente sigue. Porque el mejor premio es poder seguir trabajando, produciendo, con o sin ese tipo de satisfacción. Nunca está de más recordar la famosa cita de Beckett: “Da igual. Prueba otra vez. Fracasa otra vez. Fracasa mejor.” Lo segundo: esos reconocimientos fueron mimos locales de parte de intendencias y del legislativo, entre otros. La sensación fue, en alguna medida, que siempre es bueno sentirse profeta en la tierra de uno, a pesar del dicho en contrario. Mi pueblo me dio demasiadas cosas buenas, dentro y fuera de la tarea artística.

 

13 — “Una lucha desigual con las palabras” es el título de tu primer libro en el género ensayo y se publicará este año. ¿Qué sería posible que nos adelantaras sobre él? Y complementariamente, ¿qué otros libros —¿intentaste la concepción de alguna novela?— estarían listos para ser editados?

 

          JCM — “Una lucha desigual con las palabras” es un libro de notas sobre poesía antes que de ensayos propiamente dichos, aunque el tono y la intención rozan lo ensayístico y también lo poético. Un libro inédito que sí es de ensayos, cuyo título es “En/sayos de literatura patagónica”, no tiene editor por el momento.

En 1992/93 escribí una novela pero fue un fracaso. De hecho trataba sobre un personaje, tomado en parte de la vida real, que fracasa en la vida y en sus deseos de ser un artista en la Patagonia. La novela no podía tener otro fin que el de su personaje, lo que ya sería en sí misma una idea de arte conceptual. Para escribir novela se requiere una técnica y tiempo y no tuve ni una cosa ni la otra.

 

14 — En tu pieza “Desesperando” (Inteatro, Editorial del Instituto Nacional del Teatro, 2008),  en “espera desesperada” los personajes mentan al “tío Samuel”, ése que “ha estudiado muy bien las consecuencias del movimiento inútil”. Y en tu pieza teatral “El tragaluz” (integrando un volumen con otras dos también de tu autoría, “Pintura viva” y “La oscuridad”, Ediciones La Carta de Oliver, 2013), uno de los dos únicos personajes se llama Samuel.

 

          JCM — Soy deudor del teatro y asimismo de la narrativa de Samuel Beckett. Lo leí, incluso su poesía, a partir de los años 80. Es el autor que tuvo mayor impacto en mi concepción teatral y algo más. Incluso, a su pesar, en relación con mi visión de la Patagonia. Mi último libro de poesía, “El jugador de fútbol”, se inicia con un epígrafe que pertenece a la obra “Catastrophe”, de Beckett, donde capciosamente, en relación a la forma y a la posibilidad de mirar, hace referencia a la Patagonia. Creí necesario incorporarlo como personaje en esas obras, en una de ellas en presencia, en la otra en ausencia, pero que tuviera su peso, como contrapunto primero y como una vara con la que se pudieran medir las acciones después. También es una especie de diálogo imposible con él. Me hubiera gustado conocerlo, oírlo hablar, oír su silencio, percibir su mirada en cualquier caso.

 

15 — “Los comedidomediante” obtuvieron primeros premios y se presentaron ante públicos de varias provincias argentinas y hasta en Puerto Montt, Chile. ¿Cómo fue dar a conocer “El tragaluz” en el casi centenario Teatro Nacional Cervantes, único con ese rango en nuestro país?

 

          JCM — Las funciones de “El tragaluz” en Chile las hizo el grupo “Sobretabla” de Mendoza, dirigido por Rubén González Mayo. La función en el Cervantes fue como consecuencia de haber sido premiados en la Fiesta Nacional de Teatro que ese año 1994 se hizo en Tucumán. Para nosotros, que partimos de la nada, hacer la obra en un teatro con tanta historia fue tocar el cielo con las manos. Nos fueron a buscar a Chubut, nos trajeron a Buenos Aires, nos alojaron, nos dieron de comer, y luego nos llevaron de regreso. Además nos pagaron una gira por todas las provincias patagónicas, desde Ushuaia hasta Santa Rosa, provincia de La Pampa, y con el premio en efectivo pudimos comprar un equipo de luces y otro de sonido, completos. Cosas del Instituto Nacional de Teatro, que agradecimos en su momento. La paradoja es que se dio en la década del ’90, de la que fuimos críticos en las propias obras. Debo decir también que Carlos Pacheco, periodista y ensayista teatral, tuvo mucho que ver en la difusión de nuestras obras a nivel nacional.

 

16 — En “Animal teórico” (Ediciones del Dock, 2004), el lector tiene la posibilidad de leer una carta que Groucho Marx escribe a Franz Kafka y la respuesta de éste al primero; así como también la carta que Gregorio Samsa le despacha a su creador y la que Groucho le envía a Gregorio. Y desde aquí, Juan Carlos, retornamos, por el camino de la creación, al marco de la Correspondencia. 

 

          JCM —Siempre, desde el primer momento, escribí cartas a escritores y mantuve, en la medida de lo posible, una correspondencia fluida que me ayudó particularmente en mis años de formación. El género epistolar me gusta y me interesa como arte. Sea poético o no lo sea. Hasta la aparición del e-mail la correspondencia como la conocíamos sólo había sufrido una variación en su inmediatez. Pero luego han cambiado y diversificado tanto los soportes que disponemos de la nueva versión del telegrama en su versión instantánea y virtual. La vida y las cosas cambian constantemente. No hay que vivir en el pasado, decía Raymond Carver. Hay que traerlo al presente, en todo caso.

 

17 — Como vos, chubutense, el narrador Donald Borsella (1926-1986) aparece mencionado en tu poema “El cerezo”, integrado a “El jugador de fútbol”; en el mismo poemario, otros dos narradores, David Aracena, fallecido en Comodoro Rivadavia en 1987, y Diego Angelino, quien reside en la provincia de Río Negro, son nombrados en tu poema “Hablar”; y también un poeta de Chubut, Néstor Milton Jones, en el poema “En la casa del galés”. ¿Compartirías con nosotros un esbozo de cada uno de estos escritores?

 

          JCM — Con ellos me unió la literatura y una profundísima amistad. Los admiro como escritores y los quiero. Donald Borsella nació en Esquel, fue maestro de escuela primaria en El Maitén y en Trelew, donde finalmente se radicó. En esa etapa lo conocí. Fue en 1973. En 1978 la editorial Galerna le publicó su primer libro de cuentos, “Las torres altas”. En 1981, en Trelew, dio a conocer su segundo libro de cuentos, “El Zorro Cifuentes”. En 1984 la Dirección de Cultura de Trelew publicó el ensayo “Alberdi y una novela patagónica”, al que hay que agregar no pocas intervenciones en el periodismo cultural de la zona. De manera póstuma, en 2007, la Secretaría de Cultura del Chubut, editó la novela inconclusa “El viaje”, que estaba escribiendo al momento de su muerte. El cuento “La avutarda”, que refiero en mi poema, salió en su momento en el suplemento cultural del diario “Clarín”. En el encuentro “Esquel Literario 2010” difundí la ponencia “Homenaje a Donald Borsella”, que se puede leer en el sitio: http://puertae.blogspot.com.ar/2010/05/esquel-literario-2010-difunden-las.html -

 

David Aracena, periodista cultural, poeta y narrador, pero antes que nada maestro de poetas, supo cultivar el don más preciado de la amistad. Se escribió con escritores de la talla de Pablo de Rokha, Victoria Ocampo, Rafael Alberti, Juan Ramón Jiménez, Ricardo Molinari. Como decimos en nuestra región, David “prefirió el diálogo y la correspondencia a la publicación.” En 1986, un grupo de amigos escritores de Comodoro Rivadavia le publicó su único libro de cuentos, “Papá botas altas”. En 2009, la editorial Espacio Hudson/El Extremo Sur publicó el libro “Las palabras y los días”, un compendio de sus columnas con cuyo título salían en el diario “El Patagónico”, de Comodoro Rivadavia, que firmaba con el seudónimo Juan de Punta Borjas, que tomó de la toponimia del lugar. A los dos, con obras relativamente breves y referidas siempre a la geografía y a la gente del sur, los seguimos leyendo y valorando, porque sus textos siguen vigentes. Que yo sepa, no hubo reediciones de sus libros, y esto de algún modo es indisculpable.

 

Diego Angelino nació en Entre Ríos y está radicado en la Patagonia desde los 20 años; primero en Comodoro Rivadavia y después, hasta ahora, en El Bolsón. Fue quien más se dio a conocer fuera del ámbito patagónico. Su primer libro de cuentos, “Con otro sol”, fue premiado por el diario “La Nación”, con un jurado que entre otros integraban Borges y Bioy Casares. Años después Nicolás Sarquís llevó al cine esas historias que ocurrían en el campo entrerriano. Sigue escribiendo con su técnica notable de siempre.

 

Néstor Milton Jones, descendiente de las primeras familias galesas llegadas a Chubut en 1865, nació en 1951 en Sarmiento, donde sigue viviendo. Somos amigos de toda la vida, viajamos juntos a la Universidad Nacional de La Plata. Comenzó a estudiar cine y continuó luego en Buenos Aires. Viajó un poco por el mundo y volvió para estudiar historia en la Universidad Nacional de la Patagonia, en Comodoro Rivadavia. Sigue escribiendo, de algún modo aislado. A veces la “periferia”, por distintos motivos, es implacable con los creadores. En la década del 80 salió en la editorial Sátura de Buenos Aires, dirigida por Fernando Kofman, su único libro de poemas editado, “Visitas”. 

 

18 — ¿Por qué será que mientras leía y me sorprendía con los textos de tu “Baile del artista rengo”, no dejaba de pensar en los procedimientos de “danza” de Tim Burton y Woody Allen en algunas de sus películas…?

 

          JCM — Aun con estéticas distintas, me gustan mucho ambos, Burton y Allen. Cómo juegan con la trama, con los personajes, y el modo en que realizan el montaje de sus películas. Pensando en tu comentario, será por los ingredientes del humor y de lo naif, que en dosis considerables se cuela en todo lo que hago. Creo que en los relatos puedo soltarme con el lenguaje un poco más que en los poemas.

 

 19 — ¿Les has leído cuentos a tus hijos o sos de esos padres que los ha ido inventando sobre la marcha?

 

          JCM — Ambas cosas. De noche, al momento de ir a dormir, siempre les leía o les contaba cuentos que se disparaban solos, según cómo se entusiasmaban o se predisponían a oírlos. Después les proponía que ellos escribieran lo que recordaban de esas historias (“Moby Dick” o “La isla del tesoro”, por ejemplo), que hacían con las libertades del caso, y yo se las pasaba a máquina (qué palabra, en este tiempo), recortaba las hojas y confeccionaba libritos ilustrados por ellos mismos. Conservo alguno en mi biblioteca, que lamentablemente no se encuentra en Buenos Aires.

 

20 — Porque pronto darás a conocer tu primer libro de notas sobre poesía, te propongo alguna reflexión partiendo de tres notas sobre escritura del barcelonés Eugenio Trías (1942-2013):

1: “La escritura no es nunca ‘reflejo’ de la realidad. O es reflejo de la única realidad: los nervios. La escritura es un reflejo nervioso.”

2: “El sentido de un escrito es el humor con que deja al que lo lee.”

3: “No se lee porque se teme.”

 

JCM — La primera está muy bien. Nunca se puede reproducir la realidad. En todo caso, se reproduce una visión (al decir de Saer) de la realidad, que puede ser, y a veces lo es, una realidad en sí misma. A eso le llamamos literatura.

Las dos últimas citas son parte de la experiencia de la lectura. Creo que también pueden ofrecer otras variantes de “sentido”, que “incompleten” (disculpas por el neologismo) indefinidamente la acción y reacción que provoca la lectura.

 

 

Juan Carlos Moisés selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

 

La laguna

 

caminaba por el mundo

que era una nuez

una pequeña bola de tierra y plantas

me sentía bien mientras caminaba

inadvertido

bordeando una laguna

y un campo de alfalfa

 

desde ese espacio envolvente

una bandada de patos

se voló haciendo ruido con el pico

avancé por el verdor

hacia su centro

y otra bandada se elevó

con las patitas mojadas

hubo un momento en que toda la laguna

quedó para mí

me desnudé y me zambullí

los patos tardaron en volver

se acercaron con miedo

y comenzaron a nadar a mi alrededor

no demostré violencia alguna

moví mis manos

agité naturalmente mis brazos

para imitarlos

para ser como ellos

para mirar el mundo desde la laguna

perdido aleteando en medio de las ramitas

donde el pato más grande y más feo era yo

                                                                                                                  (de “Querido mundo”, 1988)

 

 

 

Manuel Bandeira en el Sur

 

un álamo

ha crecido delante de la casa

en medio del jardín

entre pinos jóvenes y flores

un álamo que no plantamos

irrumpió un día y fue creciendo

desde su firme raíz hacia la luz

 

sin pensar demasiado lo llamé

por su nombre:

Manuel Bandeira

y el álamo me contestó

como seguramente me hubiera contestado

Manuel Bandeira

después persistió

en sus intenciones de hablar

 

desde entonces

lo escuchamos decir buenas tardes

buenas noches ser amable

saludar perro hormiga o mujer

es evidente:

Manuel Bandeira quiere darse

a conocer

entre los vecinos

 

y hay todavía un muy curioso agregado:

insulta a quien no le devuelve el saludo

el saludo es fundamental

dice uno de mis tíos

mientras que a Manuel Bandeira le tiemblan

las hojas las nervaduras las gotas de rocío

y en verdad su irreverencia

no desentona como hecho particular

o filosofía de vida

aunque me temo que su hermosa

existencia terminará con un hachazo

después lo haremos silla donde sentarán

al acusado

                                                                                                             (de “Querido mundo”, 1988)

 

 

Flamencos en la laguna

 

Esos flamencos todo

el día al sol sumergen

la cabeza movediza en el agua

apoyados en el firme equilibrio

de una de sus patas; están clavados

en la laguna, tallados en el aire.

Cada tanto rompen la monotonía,

curvan el fino pescuezo, el pico se levanta,

estiran la pata encogida y dan un paso largo

y lento que se hunde y se clava

como la pata anterior,

que ahora se pliega y espera

mientras bajan la cabeza a bucear.

Todo el interés está ahí, en la turbiedad

del fondo, en los pequeños hallazgos nutritivos.

 

Ninguno de esos actos minuciosos

me incluye, ni soy de la familia de esas aves;

tampoco soy lo que se dice trigo limpio

para acercarme a refrescar mis pies

sin que algo no deseado ocurra

en el plan trazado por los flamencos.

 

Y aunque no son mis ojos los que ven bajo esa agua

ni tengo plumas rosadas, no me aguanto: mordido

por las hormigas de la curiosidad

que siempre me empujan a donde no me llaman

me acerco a la orilla

todo lo que más puedo,

hasta que en el límite de la confianza

los flamencos levantan vuelo

con tres o cuatro aletazos,

las flacas patas colgando sobre la laguna.

 

Si yo fuera ellos

daría un rodeo largo y sin pausa

con la esperanza de que se fuera el entrometido

y entonces volvería lo más campante

con las alas desplegadas

a posarme otra vez en medio de la laguna,

una sola pata apoyada

en la turbiedad del fondo.

 

Pero se ve que esos flamencos

tienen otros planes para resolver el dilema,

y acribillados inútilmente

por la doble intención de mi mirada

siguen adelante y se pierden en el cielo

capaces como son de ver a lo lejos

adónde lleva el camino.

                                                                                                                      (de “Animal teórico”, 2004)

 

 

 

Un bar en el camino

 

Cuando entré a ese baño de bar

del camino y la puerta se trabó

sin explicación, creí encontrarme

en el mismo infierno; no advertí

que hubiera lo que estrictamente

se llama fuego, crepitaciones,

gritos de dolor, sólo unos pocos malos

olores que me envolvieron

y la lamparita que no prendió.

Para estar en medio de la pampa alta

y desmesurada ese baño era un lugar

demasiado pequeño, sucio, opresivo.

Ni las frases chistosas escritas

en la pared con letra despatarrada

fueron capaces de provocarme

la mueca de una risa.

 

En las manchas de humedad

del revoque descascarado

vi con horror la sombra del que soy,

vi rostros no amados,

vi todo lo que no se desea ver:

de mí, de los otros, de lo otro.

Dije es el fin, ahora sé cómo es

la última visión de una persona.

 

Mi única esperanza fue

el ventanuco; después de forcejear

en lo alto durante unos momentos,

el hierro viejo, debilitado, carcomido

por el óxido, cedió,

y cielo y nubes entraron

increíblemente a tiempo.

                                                                                                                    (de “Animal teórico”, 2004)

 

 

Hervidero parlante

 

Mándeme sus libros sin falta y con una dedicatoria. Pero no

ponga “estimada”; simplemente: “A Masha, que no recuerda

de dónde viene y que no sabe para qué vive en este mundo.”

Antón Chéjov

(Masha a Trigorin; “La gaviota”)

 

Cae una lluvia desapasionada.

No sé quién adormece a quién.

Parece que nada hubiera pasado en años

y sin embargo nada parece lo que es.

Algo se despierta en nosotros en este

amanecer en apariencia indoloro,

y un temblor oculto nos conduce

a la calle y la calle al trabajo

y nos deposita en la realidaddel día

que comienza para uno y todos.

Pasadas las horas, con la tarea cumplida,

esta lluvia ni alegra ni lastima,

y con sus variaciones sigue cayendo

más o menos lenta sobre nosotros.

 

Caminamos sin alarma. Por nuestros

ojos vemos pasar las cosas en forma

de imágenes distraídas que para ninguno

parecen estar necesitadas de explicación.

Pero las cosas siempre representan un desafío

reiterado, mientras el hervidero parlante

sigue ahí, detrás y a veces en las cosas

mismas, como siempre, como en estos

días o en los días inciertos que vendrán

con interpretaciones y argumentos a granel

que el cerebro recibe sin terapia anticonvulsiva

alguna (la psiquiatría la denomina TEC).

Bueno sería, de una vez, que las neuronas

saltarinas se defendieran solas. Una posible

sería que el cable con los electrodos invirtieran

los electroshocks para ser aplicados en la sien

a las distintas caras que presenta la realidad,

y por fin sepa quiénes somos y nos ayude

a saber “para qué estamos en este mundo”.

 

Pienso y no lo digo: que a cambio de aquella

alegre soberbia de la juventud para juzgar

al mundohoy tenemos esta triste modestia

de la edad madura para rebelarnos.

 

(a Jorge Fondebrider)

(de “El jugador de fútbol”, 2015)

 

 

La modelo y los jóvenes muertos

 

Algunas de las balas que no dieron

en el blanco buscado fueron a incrustarse

en varias partes del cuerpo de una modelo

que anunciaba un producto comercial

en un cartel de la publicidad callejera.

Las balas que dieron en el blanco derramaron

la sangre de los jóvenes que murieron

en la protesta. La sorpresa y la duda

nos surgieron en ese mismo momento,

porque aun ante la exagerada intervención

policial, y en el peor de los escenarios,

suponíamos que las cápsulas sólo debían

contener inofensivas municiones de goma.

Enfocados por las cámaras no había nadie

que no se mostrara indignado, sin dar un

paso atrás, dispuestos a resistir lo impensado,

mientras nosotros, arropados por los días

de invierno, mirábamos impresionados

en la comodidad del living de nuestra casa.

 

En los fragmentos que vimos en el televisor,

a dos mil kilómetros de los hechos, las escenas

eran desgarradoras, ahora que las desgracias

se transmiten en vivo y en directo al planeta.

No nos quedaban dudas, una vez más,

de la desesperada y trágica pasión argentina,

en la que todo vuelve a empezar como en la cabeza

de un paciente crónico sin memoria.

(¿Qué representaba la discusión intrascendente

que habíamos tenido con mi mujer esa mañana

sobre un tema que ya habíamos olvidado?)

Poco se podía hacer ante la pantalla inmutable

que seguía repitiendo en crudo lo sucedido

con un regodeo gratuito para el espectador,

porque a los manifestantes volvían a matarlos

como si una vez ni diez ni veinte bastaran.

Pero el ensañamiento virtual tenía su piedad,

cuando nos daban un respiro y mostraban,

desde otro ángulo y encuadre, las balas fallidas

—suponemos, por impericia del tirador—

que seguían impactando en el cuerpo indefenso

de la modelo de papel, que a pesar de la balacera

no dejaba de sonreír, como si no le importara

o no fuera verdad lo que estaba sucediendo

ante sus ojos delineados y los nuestros acongojados.

No daba signos de estar pensando que la belleza

no puede durar, ni que las decisiones de los hombres

corrompen con más apuro que la crueldad del paso

de los días. Juraría que ella habría confiado en las

personas antes que en la erosión natural del tiempo.

 

Cuando los jóvenes iban a morir una vez más,

abrí la puerta y salí al patio; nada se oía,

nada se movía en el aire tenso de la oscuridad.

Al pie del pino me quedé un momento sin

decisión. Luego hundí las manos en la masa

de nieve helada que había caído la noche anterior.

 

 

                                                                               (2002, de “El viento que hay allá afuera”, poemas inéditos 1977 / 2015)

 

 

 

*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Juan Carlos Moisés y Rolando Revagliatti, 2016.

http://www.revagliatti.com.ar/051006a.html

http://www.revagliatti.com.ar/051008b.html

 

 

 

 

Juan Carlos Moisés - 

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