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 Conversaciones8

Silvia Mazar - Oscar Steimberg - 

Raúl Artola - Claudio F. Portiglia -

Luis Bacigalupo - Nilda Barba - 

Silvia Mazar: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

Silvia Mazar nació el 2 de abril de 1937 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, la Argentina. En 1957 se recibió de Técnica en Fonoaudiología por la Universidad de Buenos Aires. Colaboró, entre otros medios gráficos, con el diario “La Capital” de Rosario, Santa Fe, en su país, y en las revistas “La Espada Rota” de Venezuela y “Norte” de México. A partir de 1982 ha sido incluida en antologías de poesía y de narrativa: “Hojas nuevas”, “Cuentos encogidos” (I y II), “Antología del taller literario de la Casa de la Poesía” (I y II), “Rojas de vergüenza”, “Antología del empedrado” (I y II), “La poesía entra en casa”, “El amor en todas sus formas”, etc. En 1987 obtuvo el Primer Premio del Concurso de Microrrelatos organizado por la revista “Puro Cuento”. Además de una decena de plaquetas publicó los poemarios “Amuletos” (Ediciones Filofalsía, 1989), “Otras son de arena” (Libretas del Rojas, 1990) y el volumen de narrativa “Cuentos del loco amor” (2008).

 

1 — Naciste en un barrio ubicado más o menos en el centro geográfico de nuestra ciudad.

 

          SM — Tal cual. En Caballito. Residíamos en una bellísima casa que había construido mi padre, arquitecto, en un refinado estilo art déco. En su enorme jardín yo desplegaba toda mi imaginación de niña solitaria. Allí observaba, además de las plantas, a las hormigas, el accionar de los insectos, y los relacionaba con la conducta de los adultos y las similitudes en algunas de sus reacciones. Me encantaba leer los cuentos clásicos y mirar mil veces los libros de pintura de papá: conocía detalle por detalle cada cuadro de Goya. A mis nueve años, vendida esa casa, nos mudamos a un departamento en el barrio Recoleta. Allí mi trascurrir se tornó aún más solitario, extrañaba el jardín. Aunque era un piso enorme no tenía recovecos donde esconderme. Me marcó profundamente ser hija de un matrimonio mixto: mamá era católica y papá judío. Yo era la única nena del grado que no iba a misa y no había tomado la comunión: comportamiento inusual, residiendo en un barrio de clase alta y en los años ‘40. Antes de terminar la escuela primaria empecé a escribir: poemas y pequeñas historias que guardaba en libretas y anotadores.

          Después llegó el secundario, en el Liceo de Señoritas Nº 1. Allí aterricé sin conocer a nadie y bastante perdida. Algo habrán visto en mí desde el primer día un grupo de tres chicas, compañeras de la primaria: me sentaron con ellas y me adoptaron. Una era —y llegó a ser, notable poeta— Susana Thénon. Siempre juntas las cuatro, divirtiéndonos en nuestras diferencias y estudiando poco. En el Liceo había muchas chicas judías, se separaban las materias Moral y Religión. La madre de Susana era judía y su padre católico. Tuvimos gran afinidad, porque escribíamos poesía y, sobre todo, por el humor: disparatado, paródico y burlón con el que satirizábamos el universo escolar; ella poniendo el cuerpo y todo su histrionismo; yo, en cambio, discreta y de bajo perfil. Y así seguimos hasta que falleció, recordarás, en 1991.

 

2 — Discreta y de bajo perfil aunque escribiendo.

 

          SM — De un modo más dramático, más comprometido. Y al tiempo que llegó mi primer novio, que luego sería el primer marido. Tuve una actuación muy breve en mi profesión: abandoné a los veintitrés años para dedicarme a mi primer bebé. Profesión la mía que, aunque no me diera cuenta, también estaba ligada a la palabra. Tuve dos hijos más, el primer divorcio, un segundo marido, la muerte de mis padres y la literatura siempre, cobijándome, amparándome, dando a mi existencia el sentido poético del que carecía. En marzo de 1982 empezó todo: en serio, de verdad. Me inscribo en mi primer taller literario con Jorge Hacker, director de teatro y traductor. Él supo revelarme. Hacia fin de año organicé una publicación con los textos producidos por el grupo. Hacker confió tanto en mí que me propuso participar en una muestra suya encarnando a Yerma en una escena del drama homónimo de Federico García Lorca. Con esta representación mi entusiasmo creció al punto de inscribirme en 1983 en la escuela del uruguayo Villanueva Cosse, pero… no era lo mío: fracaso total. No obstante, el profesor que tuve, Néstor Romero (sí, quién dirigiera la pieza teatral de Harold Pinter en la que vos debutaste como actor), advirtió que yo tenía aptitudes para armar los textos de las improvisaciones y ahí me fui afirmando. Llegó la democracia, y esas enormes puertas que se abrieron para el país también se abrieron para mí. El Centro Cultural General San Martín promovió cursos y talleres por doquier y mi vida dio una vuelta de 180 grados. Accedí a la felicidad. Cursé con Silvia Plager, Rodolfo Alonso, Orfilia Polemann, Nicolás Bratosevich, Elsa Osorio, Ignacio Xurxo, Jorge Santiago Perednik y Roberto Cignoni. Con estos dos últimos poetas y ensayistas pasé luego al Centro Cultural Ricardo Rojas, donde perduré en poesía escrita y vivida por más de una década.

          Son más de treinta años de integrar grupos de estudio, de creación, de aprendizaje; si tuviera que elegir uno en el que me haya sentido más feliz, sería sin dudarlo el de Roberto Cignoni; he conocido pocas personas con la calidad humana que él irradia, y como poeta y maestro acompaña suavemente a los que se acercan a él. Lo conocí en el CCGSM haciendo una suplencia en el taller de Perednik. Durante los meses que duró la suplencia consolidamos una amistad honda y divertida, la que prolongábamos en cafés y pizzerías. Fue tan firme el lazo que establecimos, que junto a otros compañeros, al regresar Perednik, continuamos con Roberto el taller en mi casa.  Cuando con Norma Fumero, Gladis Márquez y Norma Soccol formamos el grupo “Rojas de Vergüenza”, nos apoyó, estuvo cerca con su proverbial ternura y buen humor. Hicimos una performance, dirigida por él, en el Centro Cultural Ricardo Rojas, que consistía en responder con un poema improvisado a las preguntas que nos iban formulando las personas del público a cada una de nosotras. Fue algo inolvidable; el mejor recuerdo que atesoro de la gran cantidad de presentaciones en las que intervine. Creo también que la apertura que obtuve en mi poesía, la libertad y el desapego a toda forma preestablecida que adquirí, se lo debo a esa etapa de mi vida y a la profunda reflexión. Mucho de ese espíritu tuve la suerte de poder aplicarlo en los dieciséis años que llevo coordinando “Gente de Lunes”, a partir de que el director de la Casa de la Poesía, Daniel García Helder, me lo propusiera. Se trata de un grupo abierto que pierde unos integrantes y se enriquece con otros en forma constante.

 

3 — Tenés una anécdota que has contado infinidad de veces.

 

          SM — De los noventa. Modificó la forma de plantarme en el mundo. En una excursión a la ciudad de La Plata, veo en el ómnibus al narrador y periodista Ignacio Xurxo. Cuando llegamos, me acerco a saludarlo y él confiesa: “No sé quién sos”, pero cuando le digo cómo me llamo pegó un grito de alegría y emoción. Pocas personas entendieron el significado de esa respuesta, de esa reacción: no recordaba mi rostro: recordaba mi obra. Luego fuimos a almorzar y hablaba de mí con los compañeros de excursión como si fuéramos colegas. No volví a verlo y él nunca supo que esa actitud suya me dio el espaldarazo que yo no encontraba.

 

4 — Xurxo murió a fines de 2010, a los ochenta años.

 

          SM — Y no es el único de mis maestros que ha fallecido. También he tenido grandes pérdidas de seres queridos en mi familia, grandes ganancias de amigos, alumnos, compañeros de la vida y dos nietos: un muchacho de catorce años con el que comparto cuentos de Osvaldo Soriano, además de haikus y algún juego en Red. Y una hermosa chilena de veintiséis que reside en Isla de Pascua, es Licenciada en Educación Física y campeona de fútbol femenino, a la que un día le expresé: “No sólo sos mi nieta amada: sos la mujer que más admiro, por tu libertad. Sos la mujer que yo hubiera querido ser.”

 

5 — Susana Thénon. Te has mantenido en contacto con ella durante cuatro décadas.

 

          SM —Como yo me casé muy joven pasamos a vernos poco: de vez en cuando en casa de alguna amiga, alejadas ambas de aquella complicidad inicial. Fue recién en 1979, con motivo de celebrar los veinticinco años de egresadas, que organicé un encuentro con las compañeras; la llamé por teléfono a su casa de siempre y hablamos por más de una hora como si nos hubiéramos visto el día anterior. Desde ese momento no nos separamos más. Se hizo amiga de mi segundo marido, trató a mis hijos, ya adolescentes, y leíamos juntas, con frecuencia, nuestros poemas. No sólo he admirado su obra poética, de una fuerza, una profundidad y una osadía únicas: también su obra fotográfica, en la que se alternaban el humor desopilante con la sutil delicadeza de las imágenes.

 

6 — Llama la atención que tus dos poemarios hayan aparecido hace más de veinticinco años.

 

          SM —“Amuletos” es fruto del entusiasmo; Daniel Rubén Mourelle había publicado poemas míos en su revista “Clepsidra”. Ya llevaba tantos años escribiendo, contaba con la aprobación de los amigos y pensé que era el momento. El libro, quizá, es algo caótico; yo no sabía muy bien que era preciso sostener una coherencia temática; eso me lo hizo notar Jorge Santiago Perednik en una charla que mantuvimos después de publicado. Aduje que no se lo había dado a leer para no ponerlo en el compromiso de no cobrarme, a lo que me respondió que él me hubiera cobrado sin problemas y el poemario habría quedado mejor. “Otras son de arena” se lo pasé antes de entregarlo a la imprenta de la Universidad de Buenos Aires: lo leyó, “sin cargo”, lo aprobó y así fue editado. ¿Si hay diferencias notables entre ambos?: no lo sé, no lo advierto. Lo que sí sé es que publicar no es mi anhelo. Tengo un libro listo, corregido, numerado, muy querido: son cincuenta poemas y su título es “Hilos de entonces”. No lo publicaré, me da infinidad de alegrías cada vez que los leo en encuentros, en ciclos a los que me invitan, en programas de radio. Eso es más que suficiente.

 

7 — A casi seis lustros de aquel primer premio que te concediera la prestigiosa revista que dirigiera Mempo Giardinelli, podrías evocar algo del concurso de “Puro Cuento”.

 

          SM —Cuando realizaba talleres literarios en el CCGSM me enteré de que se abría un concurso en esa revista. Yo era muy amiga de dos compañeros del taller de Silvia Plager: Alejandro Manrique (alias Paco) y José Losada: éramos inseparables. Una tarde, en un café de la avenida 9 de Julio, tras haber estado observando las grandes tiendas de los alrededores, José me desafió a que escribiera un cuento que se titulara “Las tiendas”. Cuando llegué a casa lo escribí de una sentada. A los pocos días lo mandé al concurso. Eso fue en el mes de diciembre; a fines de enero me llegó una carta de la redacción, comunicándome que había obtenido el primer premio, me felicitaban, me llenaban de elogios y medecían que había ganado $ 25. El cuento se publicaría en el número de marzo. Yo, como siempre, exageradamente discreta, llamé a la redacción el 1º de marzo; la persona que atendió el teléfono pegó un grito: “¡Mempo, por fin apareció la mujer que ganó el premio!”: creían que yo no existía...

Fue muy emocionante; con los $25 me compré un chal para envolverme en mi gloria y todavía lo uso. Además de publicar mi texto en la revista, lo leyeron por radio en el programa del poeta Horacio Salas, y unos chicos guitarristas le pusieron música y lo interpretaron en el mítico bar Oliverio.

 

8 — Sigamos con tu narrativa.

 

          SM —Tengo cerca de setenta cuentos inéditos que me gustan y que me dio placer escribir, y una nouvelle, “La mitad de arriba”, cuya protagonista se llama Mechita Cohen y es mi alter ego, aunque absolutamente ficcionado. La leyó una sola persona: Oscar Tacca; él me alentó a publicarlo, pero no, como diría Idea Vilariño: YA NO.

 

9 — Con el escritor Oscar Tacca, creo, estuviste casada.

 

SM —No en la forma tradicional. En la primavera de 2001 me inscribí en un taller de expresión corporal. En una oportunidad, a mi lado se sentó un señor de voz pausada y ojos grises; nos tocó efectuar juntos todos los ejercicios. A la salida reveló que no tenía ninguna intención de hacer esa actividad, pero como en un folleto de propaganda invitaban a “concurrir con ropa cómoda” para una clase sin cargo, entró sin inscribirse. Era Oscar Tacca. A partir de entonces fuimos, por muchos años, una feliz pareja de personas mayores. Ambos veníamos de dos matrimonios anteriores, nunca se nos ocurrió casarnos, pero compartíamos la mitad de los días de la semana en su casa. A Oscar le habían concedido el Premio Nacional de Ensayo por su obra “Las voces de la novela”, fue profesor de Teoría Literaria y luego decano de la Universidad Nacional del Nordeste, y miembro de número de la Academia Argentina de Letras. Su prosa es notable. En 2008 leyó una cantidad de relatos míos y juntos seleccionamos veintitrés, los que conforman “Cuentos del loco amor”, para publicarlos a pedido suyo; acepté con la condición de que él socializara una años a novela inédita que yo había disfrutado: así se hizo. Con el título de “Crónica de Santibana” fue impresa, luciendo en su primera página la conmovedora dedicatoria de A Silvia.

 

10 — ¿Cómo encarás la corrección de textos?

 

          SM —En narrativa procuro que el texto tenga fluidez, que vaya deslizándose junto a lo que cuenta con suavidad y con firmeza; privilegio el “cómo” se dice por sobre el “qué” se dice. En poesía es diferente porque el poema surge de un lugar del cuerpo que desconocemos, entonces lo dejo que viva por sí mismo; allí la corrección es meramente estética, que no sobre ni falte nada y que la disposición de los versos también hable.

Cuando corrijo a mis alumnos es complicado, pues hay que llevarlos de la mano por un camino que sólo ellos conocen, hacerles ver con objetividad lo que es perfectible, pero sin alterar la propia voz.

 

11 — ¿Qué es lo que más apreciás en un narrador y qué en un poeta?

 

          SM —En un narrador, el buen momento que me hace pasar por medio de una trama inquietante o de un humor sutil. En un poeta, en cambio, la emoción, la sinceridad, el despojamiento y el que no trate de seducirme con malas artes.

 

12 — ¿Has escrito poemas o cuentos inspirados en anécdotas que otros te contaran?

 

          SM —No, nunca, con mi imaginación y todo lo visto y vivido me alcanza. Considero que los relatos no surgen de una anécdota, sino de la piel estremecida en un momento que, en mi caso, es mucho más rico imaginarla.

 

13 — Cito a Arnaldo Calveyra: “Cosas que me pasaron durante la infancia me están sucediendo recién ahora.” ¿Dirías que te han pasado durante la infancia cosas que te estén sucediendo recién ahora?...

 

          SM —Lo que yo diría sin dudarlo es que me suceden ahora las cosas que hubiera querido que me sucedieran en la infancia, como ser: jugar con otros, tener amigos afines, compartir momentos de risa, de canto, de no temer, de gozar con frescura de ciertas instancias.

 

14 — Animales legendarios: ¿centauro, minotauro, unicornio, ave Fénix o esfinge?

 

          SM —El ave Fénix, siempre; incluso es el mote que me han puesto varias personas que conocen mi vida. Me niego al golpe bajo, pero sé de qué estoy hablando: por eso el ave que, calcinada, vuelve a renacer con un plumaje nuevo.

 

15 — El escritor argentino Héctor Germán Oesterheld, a sus microficciones las denominaba simplemente “supercortos”. A las tuyas, Silvia, ¿cómo las denominás? ¿Qué microficcionista está en lo más alto de tu podio?

 

SM —Se las llama microficciones, mini relatos, no sé, para mí es el formato casi ideal y lo practico desde mucho antes de que sepusiera “de moda”, por intuición o porque soy de aliento corto.Shakespeare dice: “La brevedad es el alma del ingenio”. Bueno, vuelvo, yo los llamo textos breves, porque no siempre relatan algo y también pueden ficcionar una realidad. El texto breve tiene el encanto de la pincelada. Hace varios años se me ocurrió reunir una serie de textos brevísimos bajo el título de “Escritos para ojo izquierdo”; se la mostré a Perednik y le gustó mucho, incluso me instó a que la publicara. Ahí está, en una de las decenas de carpetas que guardo. Comparto con vos y los lectores el más breve de todos, conhechura de diálogo teatral:

 

Niño: ―¿A qué jugamos?

Niña: ―A nada,

Niño: ―Entonces preparo todo.

 

Son tantos los autores que, en algún momento, han incursionado en el género. Mi podio estaría encabezado por el guatemalteco Augusto Monterroso.

 

16 — ¿Has fantaseado alguna vez con la organización de un café literario? ¿Qué aspectos mejorarías?

 

          SM —No, no me interesó nunca. Incluso en dos oportunidades me ofrecieron coordinar en conjunto. A los cafés literarios que he asistido y a los que sigo asistiendo, muy pocos hoy, les mejoraría el tema del micrófono abierto; hay poco rigor en la extensión de lo que se lee y eso los torna aburridos. Los encuentros con sólo escritores invitados son más llevaderos, cuidando el nivel de los convocados. Agregar música siempre es atractivo y matiza.

 

17 — ¿Temas musicales maravillosos y temas musicales que detestás? ¿Libros que valorás pero que no te hayan entusiasmado?

 

          SM —La música es para mí insoslayable. El Concierto n° 1 para piano y orquesta de Tchaikovski lo escucho con la misma emoción desde los seis años. Luego, mis preferencias van por Joan Manuel Serrat, el gran Astor Piazzola, Chico Buarque, Ney Matogrosso, las sonatas de Beethoven, más de un bolero, Frank Sinatra, la Sinfonía inconclusa de Franz Schubert, el Chango Spasiuk, Charles Aznavour, los Beatles…

No llego a detestar ninguna música; lo que no me gusta es el rock pesado —creo que se llama heavy metal—, esa música no.

Lo de los libros es difícil, porque cuando alguno no me atrapa lo dejo y no me da tiempo a efectuar una valoración; casi siempre se trata de una novela. Lo que sí admito es que Jorge Luis Borges (quién se atrevería a discutirlo) en varios de sus cuentos no logra engancharme.

 

18 — ¿Cuáles son tus géneros y autores favoritos?

 

          SM —Mi géneros favoritos siempre han sido el cuento y la poesía. Aunque con lo que voy a decir pareciera contradecirme: leí los siete tomos de “En busca del tiempo perdido” y desde hace ocho años integro un grupo de lectura —reuniéndonos una vez por mes— de Marcel Proust. Pero Proust no es clasificable: es el ser humano, es la vida, es todo. Uno puede releerlo y siempre le estará diciendo algo nuevo; me produce una sensación que va más allá de la literatura. Proust para mí es como entrar en una habitación, cerrar la puerta y quedar a solas con él.

Siguiendo con los autores, yo soy muy de releer, me enamoro de ellos y los sigo a través de los años. Mis preferidos son el uruguayo Felisberto Hernández, Julio Cortázar, Clarice Lispector, el gran John Cheever, al que vuelvo y vuelvo, lo mismo que a “Dublineses” de James Joyce.

Con los poetas me pasa lo mismo:Federico García Lorca es el más grande; Raúl González Tuñón, Juan Gelman, Olga Orozco, e. e. cummings, Marosa di Giorgio, sólo por citar los más entrañables.

 

19 — ¿Qué es lo que principalmente te escandaliza? ¿Sobre cuál “personaje inolvidable” escribirías?

 

          SM —Me escandaliza el mal gusto. La falta de discreción. El creerse superior. El no respetar las propias limitaciones. Esto me hace sonrojar verdaderamente.

          Nunca se me hubiera ocurrido escribir sobre un personaje que admire. Para eso se necesita una capacidad que yo no tengo. Mi personaje “inolvidable” es Sor Juana Inés de la Cruz. Sé de ella, por ejemplo, a través de la película “Yo, la peor de todas”, dirigida por Maria Luisa Bemberg, basada en el ensayo “Sor Juana o las trampas de la fe”, de Octavio Paz; me conmueve, sobre todo, por su libertad, conseguida aun a costa de su paradojal pérdida, y por cómo defendió su amor por la belleza del saber. Si se me ocurriera escribir sobre ella, cosa más que dudosa, elegiría narrar un día entero de su vida desde los ojos de ¿quizá? la persona que limpia su habitación.

 

 

Silvia Mazar selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

 

Los ojos (glaucos diría mi madre)

serán heredados de abuelos y los pasaremos

como bolitas a otros hijos de hijos que

encontrarán este poema en este cuaderno

un día

Estaremos ahí, en cajones de cómodas, en

cajones de cedro bajo la tierra húmeda

Habremos dejado un dibujo junto al anotador

delteléfono que nos diera alguna noticia

habrá rombos cruzados con trapecios (porque

nos gustaba la geometría, pero sólo en estos casos)

Nuestro aire suspirado será el aire de los otros

el quejido suave del suspiro

nos lo habremos llevado

                                                                                                                       (de“Otras son de arena”)

 

 

*

 

Hay algo dentro mío sin terminar

que levanta unas lágrimas marrones

cuando la risa

me deja descalza frente a la ventana

Hay unos apuntes sin ordenar que

bajan los aleros de aquella casa

hasta el patio dormido en uvas

en canciones desarmadas

que muestran sus dientes blancos

de tal dulzura

que da miedo

por aquellos con quienes volamos distintos cielos

y no recordamos

a pesar de sus alas

                                                                                                                       (de “Otras son de arena”)

 

*

 

Jaula oscura de palabras

pieza de un ajedrez jugado con el diablo

sentada de este lado de la mesa

pienso

cómo mover la reina, el peón, el caballo

para no perder una vezmás la partida

 

Quisiera irme más lejos de lo lejos

quizá eso sea morirse

no hay lejos intermedio

la vida atenaza con sus horas

sin rampa de emergencia

 

Bob Dylan me susurró al oído

no te afanes

hasta los pájaros están encadenados al cielo

                                                                                                                   (Inédito)

 

*

 

El cielo es de cerezas

en el aire se tiñeron todas

de su jugo de vida

cayeron del árbol hasta nosotros

y es de cerezas

el cuerpo tibio de la melancolía

Juntadas en las manos

como un cuenco

rojas de labios

atardecer derramado en los sentidos

Ramas cuajadas y las risas abajo

caían, se pisaban, se perdían

 

Hoy vuelven a mí

y casi nada importa

sólo es un cielo todo lo vivido

un cielo de cerezas

en medio de la vida

                                                                                                                 (Inédito)

 

 

*

 

Olas verdes como una leche ingenua

colmando la memoria

que se fija en los muslos salpicados

y se entretiene en el irse yvolver

por los arpegios de todo lo perdido

 

Olas tiernas de caracoles

infladas en su fuerza descarnada

se arrojan y nos llevan

para después abandonarnos

 

La orilla ha quedado sin tiempo

el sol acompaña la música celeste

 

Somos un niño en presencia de la furia

                                                                                                                 (Inédito)

 

*

 

Animales de bostezo oscuro

pastan con su rebaño a orillas del deseo

sumiel antigua me roza

desde la punta del puro pie hasta la nuca

No he presentido

he visto instantes transparentes

he bebido

ese vino que me dio algunas verdades

y me apoltrono en medio de esta noche incandescente

con su risa tronando en al azogue

Nohay dos días iguales en mis días

animales oscuros

a orillas del deseo

                                                                                                                 (Inédito)

 

 

 

*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Silvia Mazar y Rolando Revagliatti, septiembre 2016.

 

http://www.revagliatti.com.ar/040315.html

con el poeta Luis Raúl Calvo

Oscar Steimberg: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti


 

Oscar Steimberg nació el 20 de diciembre de 1936 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, República Argentina. Es director de Posgrado en el Área Transdepartamental de Crítica de Artes de la Universidad Nacional de las Artes y forma parte de la Comisión Evaluadora en Filología y Lingüística del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas), así como de la Comisión Asesora de Ciencias Sociales de la CONEAU (Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria). Nombrado profesor emérito por el Consejo Superior de la Universidad de Buenos Aires en 2012, integra la Comisión de Profesores Eméritos, Consultos y Honorarios de la UBA, Facultad de Ciencias Sociales, en la que integra la comisión de postdoctorado. Es ex presidente de la Asociación Argentina de Semiótica y fue vicepresidente de la Asociación Internacional de Semiótica Visual (1996-2001). Sus trabajos de investigación sobre lenguajes artísticos y mediáticos han sido publicados a partir de 1968 en libros, revistas y series fasciculares por editoriales de la Argentina, Brasil, México, Estados Unidos, España, Bélgica, Francia, Italia y Alemania. Algunas de sus obras en el género ensayo son “Estilo de época y comunicación mediática” (en colaboración con Oscar Traversa), “El volver de las imágenes” (con Oscar Traversa y Marita Soto), “Semióticas: Las semióticas de los géneros, de los estilos, de la transposición”, “Leyendo historietas: Textos sobre relatos visuales y humor gráfico” y “El pretexto del sueño” (2005; en el mismo año publicado en idioma italiano). Su único libro de relatos, “Cuerpo sin armazón”, apareció en 1970 y con segunda edición en 2000. Sus poemarios son “Majestad, etc.” (1980 y 2007), “Gardel y la zarina” (1995), “Figuración de Gabino Betinotti” (1999; con segunda edición castellano-francés en 2015), “Posible patria y otros versos” (2007). Entre otras antologías ha sido incluido en “200 años de poesía argentina”, con selección y prólogo de Jorge Monteleone (2010).


1 — Disfrutar de lo único que conozco de “Posible patria y otros versos”, tu prólogo, me permite saber que “Posible patria” es el título de un poema de tu adolescencia, etapa en la que tuviste ocasión de visitar en su casa al escritor Ricardo Rojas (1882-1957).

 

OS — Agradezco, Rolando, esta conversación, y también la selección de ese episodio...; cada uno tiene sus vueltas infantoadolescentes a pegotear con las de adulto. La del encuentro con Ricardo Rojas creo que fue la última de esas pruebas de ingreso a una escena deseada por imposible (última entre las de la infantoadolescencia!). Si te parece después la traemos, pero la primera de las de mi infancia fue a los siete años: mi maestra de Primero Superior llevó una “composición” mía, acerca de un dibujo en que aparecía un pastorcito con sus ovejas, por varias otras aulas, después de llenarla de elogios, para que la conocieran los alumnos más grandes, y las maestras ¡de quinto! ¡de sexto! les decían a sus alumnos cosas como “¡A ver cuándo ustedes van a escribir así, como ese chico!”

 

Yo había metido en la composición todo lo que había podido sacar de lecturas sobre ovejitas y pastorcitos (era entonces un tema central en los libros y revistas para los más chicos) y había entregado el papel con miedo, pensando que la maestra se podía dar cuenta del robo de frasecitas. Pero ella seguía entusiasmada y cuando volvimos al grado me dio una hoja de carpeta para que pasara la composición en limpio. Yo mojé la pluma, la acerqué a la  hoja y cayó un manchón. Y me levanté y le mostré el problema. Ella me dio otra hoja y se puso a leer algo. Yo mojé otra vez la pluma y otro manchón. Ella le dijo a un alumno bueno, prolijo, que se sentara al lado mío, a ver si yo me comportaba. Y yo mojé la pluma, etc. Cuando me levantaba otra vez para llevar la hoja manchada, el compañero me gritó bajito: “¡No se la muestres!”Pero yo le llevé a la maestra la tercera hoja y ella, con una velocidad que me sorprendió, hizo un bollo con el papel y lo embocó, de una, en un canasto de papeles alejado de su escritorio, mientras me decía: “¡Basta! ¡Ya me has quitado la buena impresión que tenía de tu composición!”

Y me ocurrió después recordar ese episodio con cierta insistencia. Y pensar que temas sobre los que iba leyendo, como el de la articulación entre el momento de la producción del discurso y el de su circulación, debían ser tomados en cuenta, por ejemplo, para describir el estilo de cada uno, de inicio siempre remoto e inmodificable.

Lo de Ricardo Rojas fue mucho después (tenía quince años) y hubo allí una invitación a charlar en su casa (¡la que imita a la Casa de Tucumán!) como respuesta a una consulta sobre poemas que le había enviado por correo. Y fui y me dijo que los poemas estaban bien pero que siempre lo importante era otra cosa, y pasó a la política, con una aclaración inicial: que lo importante en política es lo que se hace, no adónde se llega. Esa parte es como que gusta ¿no? Pero después siguió: “porque llegar, sólo llegan los velocistas o los farsantes, como Fangio, Perón o Gálvez”. Y me dijo algo así como que tratara de ver lo que estaba haciendo el (entonces opositor) radicalismo, porque ahí podía estar la salida. Era en el ‘53, tiempos de peronismos y antiperonismos absolutos. Le pregunté: “¿y el socialismo, doctor?” La cuestión, para el que era yo por entonces, debía ser dotar también al momento de la conversación de los adecuados cortes y desenganches. Porque mi interés por el socialismo era casi tan leve como el que sentía por el radicalismo (por entonces estaba ensayando también pensarme de izquierda dura). La cuestión debía ser, para mí, encontrar un modo de no interlocutar con sencillez. Siempre puede haber una manera (diría ahora: ¡compleja!) de seguir tirando tinta o separándose de palabra del de enfrente. Siempre vuelven los momentos en que lo que nos interesa son esos cortes, porque no se quiere que si uno habla o escribe, algún libreto siga mandando allí, haciendo que lo que se diga siga dando vueltas por lugares previsibles. Que será mejor que se siga encontrando un lugar borroso como el de la escritura de los que no están: lo escrito podrá mostrar una insistencia como la de esa letra...(siendo parte de cualquier género —habría que tratar de que quede bien decirlo así— que pase por delante…).

Bueno, aunque reconociendo que esas anécdotas pueden anticipar aspectos de lo que vino después, pero nada más que eso.

 

2 — Fuiste discípulo de Oscar Massota (1930-1979), quien introdujo la enseñanza y la práctica de Jacques Lacan al idioma castellano. Tu libro de relatos cuenta con un prólogo de él. Y él, organizador en el Instituto Di Tella de la Primera Bienal Mundial de la Historieta, te invitó a participar en ella.

 

         OS —Sí. Ese prólogo, por ejemplo, me dio alegría. Antes de eso ya Masotta nos había dado su palabra a los que tratábamos de decir (o por lo menos de decirnos) poesía, o arte, o política, siempre, tal vez, a partir del reconocimiento de que la función poética está allí para formar parte de todo intento de discurso (junto con los contenidos de la palabra, o a veces antes que ellos…). Desplegaba siempre un intento de registro de la condición cambiante de los textos del momento, y yo pensé que mi libro se me hacía más entendible también a mí, que no había podido dejar de cambiar de lenguaje y de género cuando escribía eso que en principio era un libro de cuentos y terminó incluyendo poesía, historia, crónica, en ese momento en que aceptar lo imprevisible del escribir ya empezaba a ser más (oscuramente) importante que construir relatos o conceptos. Y Masotta estaba ahí para avisarle a uno que lo que hacía era eso, que no sólo eso se podría leer sino también comentar y discutir, cosa que para los todavía jóvenes de la época era ya tan importante como ser leído. Masotta, un poco antes, había algo así como refrendado una revista de poesía de un solo número, “Veinte y Medio”, que publicaban poetas jóvenes inseguros de serlo pero seguros, sí, de que la poesía debía venir acompañada. Una entrevista a Masotta en el inicio me aseguró algo, la condición firmemente imprecisable de mis elecciones de oficio.

 

Y lo de trabajar con Masotta tenía eso aunque se cambiara de tema. Daba gusto, cuando se estaba preparando la Bienal Mundial de la Historieta (había que tener coraje ¿no? para llamar Bienal Mundial a un encuentro sobre ese tema, aunque ya hubiera habido, con éxito y sorpresa en el público, otras novedosas exposiciones de historieta, como la del Louvre…), descubrir esas variaciones en las vueltas del color, del estilo de letra, del dibujo o el diseño de página que daba el detenerse en esas revistitas baratas, y más todavía cuando se ampliaban las páginas para una muestra de galería y se veía el punteo mecánico de la impresión, cosa que ya habían  descubierto los pop pero que acá venía cargada con historia propia… Y estaba también la relectura del relato o la historia, la historia en el sentido más general y político, cosa que entonces sorprendía que ocurriera en una exposición de historietas…

Cuando se estaba por imprimir el catálogo hubo preocupación porque un artículo mío hablaba de lo derechoso de Patoruzú y no lo incluyeron en el catálogo. Algunos pensaban que a Dante Quinterno, su creador, no se le podía hacer eso (que después de todo era tomarlo en serio, aunque fuera desde la vereda de enfrente…), y entonces Masotta me lo hizo leer como conferencia, con toda la promoción que daba hablar en el Di Tella, fue como si me recibiera de historietólogo: podría decir que los reportajes no pararon hasta hoy.

 

Después llegó el momento en que Masotta se convirtió en el hombre que enseñaba Lacan, y yo lo seguí, como otros, y llegué a colaborar  en los comienzos, en el número 1 de los “Cuadernos Sigmund Freud”. Pero sólo en los comienzos; no podía ya abandonar los que eran, seguirían siendo mis objetos de escritura… Le dije a Masotta que me iba a trabajar con Eliseo Verón, que seguía con los medios como preocupación central. Igual con Masotta seguimos siendo amigos hasta su ida (más o menos, amigos, con la confrontación como parte de la amistad…; ojalá entonces me hubiera dado cuenta).

 

3 — Conociste a uno de los guionistas argentinos de historietas de más intensa trayectoria: Héctor Germán Oesterheld (1919, secuestrado por la dictadura en 1977 y presuntamente asesinado en 1978).

 

OS — No era fácil tratar con Oesterheld. Uno se encontraba con que podía ser posible que alguien eligiera poner en la historieta el reconocimiento de que los géneros de la tira de aventuras eran algo serio y necesario para mucha gente, y para gente de todo tipo. Y que se podía aceptar esa posibilidad de seriedad metiendo en el relato temas filosóficos y políticos de la historia vivida, sin dudar de lo que sería la propia construcción de autor en el mensaje. En la conversación, Oesterheld era un señor tranquilo: recordaba, comparaba, preguntaba, concluía. Y tomaba el contexto y los condicionamientos psicosociales de cada uno como datos de una realidad en la que podían asumirse todas las responsabilidades y riesgos, aun aceptando que esos condicionamientos podían seguir insistiendo siempre, aunque se hicieran cosas que no se había pensado hacer en la vida. Estaban los roles, que se asumían como deberes sociales desde las particularidades de cada cual. Después de su ida en tiempos de la dictadura criminal cuesta mucho hablar de esto. Pero la memoria está, y es grato recordar a Oesterheld hablando de los deberes sociales como si se hablara de los roles en un trabajo cualquiera; con ese humor medio british que él tenía, podía decir por ejemplo que la relación entre guionista y dibujante en la producción de historietas era como la que suele pensarse entre lo masculino y lo femenino, algo así como las pretensiones ordenadoras del guión frente a la catarata de descubrimientos o matices de la imagen. Me hubiera gustado saber qué pensaría Alberto Breccia de eso. En fin, con esos personajes era como si la historieta fuera una infinita serie de apuestas, reconociéndose que cada uno nunca sabe si es del todo el apostador, o apuestan el texto o la letra…

Siempre vacilé ante la narrativa de Oesterheld, estaba esa seriedad pero también esa facundia, y esa aceptación del otro como creador paralelo y diferente. Trabajó con muchos (más que buenos…), pero ese dúo era el más increíble: Oesterheld el anciano fino y Breccia el muchacho reo (y tenían la misma edad).

 

4 — ¿Se entrecruzan en “El pretexto del sueño” la poética y la ensayística? ¿Cómo fue que en el mismo año se publica en la Argentina y en Italia?

         

OS —Siempre pensé (no digo que siempre lo creí, pero sí que siempre lo pensé) que no hay poesía más entrañable que la que se hace con cualquier cosa. Ahí el trabajo, el juego poético se hace dueño del mundo (de su mundo, pero ¿para la poesía qué otro cuenta?).

 

Pero también hay un modo de disfrutar de ese juego sin trabajar, sin esperar, sin probar: es el del relato del sueño cuando se trata de aceptar que no llegue a ser relato, que se deje a sí mismo como pretexto para la continuidad de esos inicios de un contar sin voluntad de sentido, que entonces es como si dejaran ser a todos los sentidos del tiempo. Y para asumirlo (a veces uno hasta lo cree) sólo habría que quedarse en la dicción del que da cuenta de lo visto para que, si es que quiere, piense el otro; algo que ni siquiera haría falta, bastaría que el que cuenta hiciera el pequeñísimo esfuerzo de mantenerse en el borde de ese decir, ese en el que la sucesión de palabras y de imágenes se muestra como tocando y abandonando en cada paso unas posibilidades de relato que se disuelven. Y que habían comenzado por anunciar esa existencia, digamos, más previsible; porque el relato del sueño puede también terminar de constituirse como eso, cerrar sentidos que permitan retornos compartidos y fundamentados aún a flânerie que se ha terminado de comprender. A veces, hace falta; pero nunca hizo falta pasar definitivamente a esa vereda de enfrente.

Ya lo han dicho mucho: en  la escritura del ensayo (aunque se trate del que nace con preocupación “científica”) hay una poética que lo impulsa, tanto como la producción conceptual. Se quiere pensar y fundamentar tanto como se quiere escribir y nombrar y poetizar. En las ciencias sociales se reconoció en las últimas décadas la presencia de esa búsqueda de la expresión junto a la de conocimiento en sus diferentes entradas y recorridos y replanteos de final.

Y el sueño invita a ambas búsquedas y a ambas poéticas, la del ensayo y la de la expansión de la expresión sin privilegios iniciales ni cierres para el concepto ni para el juego.

 

Sobre esa edición italiana: la poeta Rosalba Campra compartió lo que se decía acerca de esto, que confluía con algunas de sus inquietudes, en los capítulos de “El pretexto del sueño”, por entonces (2005) todavía no publicado (tampoco en castellano), y organizó en Italia, en la Universidad de Bérgamo, un simposio y la edición de un libro con ensayistas y especialistas de distintas zonas de las ciencias sociales y los estudios literarios, acerca de “Il genere dei sogni”. Allí se incluyeron en traducción al italiano quince ¿capítulos? ¿poemas? de mi libro por aparecer (había uno de una sola línea, como ensayo hubiera sido realmente novedoso).

Y cuando se presentó la edición argentina en Buenos Aires se desplegaron diversidades parecidas: vivía aún León Rozitchner, que comentó el texto en su dimensión ensayística; un poeta, Hugo Savino, consideró los mismos textos en tanto poemas, y un psicoanalista que sabe invadir espacios literarios, Jorge Baños Orellana, tomó el material en los dos sentidos. Yo pensé: a veces, uno tiene suerte.

5 — Siguiendo con traducciones, detengámonos en “Gabino Betinotti, tango-oratorio suivi de Gardel & la tsarine”, traducido al francés por Didier Coste con tu colaboración y publicado (bilingüe) en diciembre de 2015. Detengámonos en la traducción y sus complicaciones, pero también demos cuenta de tu propuesta de fines de los ’90, “Figuración de Gabino Betinotti”, cuando Editorial Sudamericana edita el volumen con ilustraciones de Oscar Grillo. Y algo más todavía: “Cuerpo sin armazón” es un volumen constituido por cuatro relatos. ¿Ahí, en 1970, se interrumpió tu interés por la creación en el género de la narrativa?

 

OS —En “Cuerpo sin armazón” había un relato central haciéndose cargo de, digamos, la unidad del libro (los otros estaban ahí como sus pre o postexpansiones). La relación entre fragmentos era y no era narrativa, además de haber momentos de poesía y de prosa. Hay capítulos que consisten en un poema —como el que empieza “Venga, señora, y cantemos Pelusín:” y otros que son sólo citas poéticas, hasta con nombre de autor. Y la relación entre los distintos momentos narrativos del libro es entre perspectivas, referencias, modos de pasaje o motivos temáticos (antes que temas)…, como suele ocurrir con los que escriben pasando de la novela al ensayo, de la historieta a la poesía lírica, o de la pretensión de discurso científico a la autobiografía. Y desde cualquier lado (pasó siempre, pero ahora se deja ver) al discurso político. Tiendo a pensar (o a recordar) que las continuidades formales de un engendro de escritura pueden darse con tanta insistencia y tantos efectos como los que tendría una construcción de relato…

En “Figuración de Gabino Betinotti” yo me sentía impulsado a sintonizarme con esa instancia en la que desde un folklore fuerte se pasa a algo en lo que, opuestamente, no se desea abandonar un juego de escritura; en que se quiere insistir con ese juego para dejar que un gusto bailarín o musical o letrístico se anime a seguir probando más allá de los límites del género. Una parte de los orígenes del tango enlaza con la época en que los payadores todavía integraban un presente de la música criolla (por algo Carlos Gardel se disfrazaba de gaucho para cantar tangos en Francia), pero ahí fue empezando la costumbre de quedarse en un asunto que ocupa toda la escena, como si quisiera más jugar consigo mismo que decir algo… En “Figuración de Gabino Betinotti” yo probé a quedarme, en cada letra, en un solo motivo de tango, como el de la torpeza inicial del enamorado, o el de la eternidad de las imágenes barriales, o el de la culpa en el recuerdo de la madre o la novia; pero tratando de que eso fuera todo; de que no se completara ningún relato. Y ahí tuve, cuando hace mucho se editó, en el ‘99, un juego visual de refuerzo: los dibujos de Oscar Grillo, de los que Luis Chitarroni afirmaba en la contratapa que eran tan parecidos a los poemas que el libro podía anunciarse como un nacimiento de mellizos. Uno de esos parecidos de entonces (y habría un ¿parecido similar? entre aquella edición y esta de la que hablábamos ahora…) entre dibujos y textos estaba en el juego permanente con los motivos del tango en sus historias, lo serio del tango, como ocurre, considero, en toda poesía, es la permanencia de ese juego, esa permanencia que promueve que los contenidos de las letras, aparentemente previsibles y repetitivos, dependan en cada caso, en el cierre de sentido de cada letra, de un juego, secretamente abierto, de novedades y repeticiones, de timbres y ritmos, de intensidades y borramientos melódicos. En los dibujos de Grillo las imágenes del tango es como si hubieran sido puestas a bailar en sus detalles, en esos fragmentos que aparecen en la memoria visual de Buenos Aires como notas sueltas de una música que no se puede terminar de componer.

 

Y una década después, en 2009, tuvo gran edición musical, con música de Pablo Di Liscia y la voz de Brian Chambouleyron, después de que el CD obtuviera el Premio Fondo Nacional de las Artes para música de tango en 2008. Y en diciembre de 2015 llega, yo diría, otra puesta… con la traducción al francés en edición bilingüe, en Refflet de Lettres, que para mí tiene un valor múltiple… Bernardo Schiavetta, director y fundador de la editorial, así como de revistas como “Formules”, de poesía, podría decirse, en la que resplandece el juego con reglas de construcción, lo eligió para la traducción a Didier Coste, poeta y ensayistaque como traductor es como si nos recordara que traducir poesía nunca significó solamente informar sobre contenidos poéticos, y que cuando traduce puede quedarse el mismo tiempo que se emplea en traducir un poema analizando novedosamente la relación de ese poema con el libro que lo contiene o con el silencio del blanco de página.

Y el armado por Schiavetta y Coste de la edición bilingüe fue parte de una coincidencia en relación con ese lugar central del juego en cualquier creación poética.

En la edición se incluye también un libro algo anterior, “Gardel y la zarina”, del que ahora pienso que fue (es) como un prólogo de Gabino: la forma que ocupa la mayor parte de las páginas de “Gardel y la zarina” es la del haiku, y ya me parece que los intentos monotemáticos de los tangos de Figuración vienen de esas pruebas un poco anteriores con la brevedad o el silencio, que a mí me parecieron siempre presentes en las charlas eternas de Buenos Aires (esto es un divague, perdón, es por eso de la eternidad de la charla).

 

Aparte, siempre sobre la traducción: Estuve releyendo los diálogos entre Schiavetta y Coste que prologaron la segunda edición del “Texto de Penélope” de Schiavetta, y esas elecciones aparecen también como programa, por ejemplo, cuando Schiavetta dice que en distintos momentos la suya fue “una escritura que no acomoda la forma al sentido, sino que hace surgir el sentido de la creación de formas”. Condición que se deja percibir especialmente en instancias como la de la traducción, que “no puede restituir sino muy parcialmente la materialidad de las palabras, materialidad que constituye la base misma de la música del poema, pero que evoca también gran parte de sus connotaciones más esenciales”. Creo que, siguiendo, podría decirse que siempre hay un momento en que la traducción entra en un juego de continuidades retóricas que no pueden no convocarse como parte de las traducciones del sentido. Y que esto ha —afortunadamente— ocurrido en la traducción de Didier Coste, incluída en la colección creada y múltiplemente continuada por Bernardo Schiavetta.

 

6 — No seré original con mi formulación, pero no me privaré de ella: ¿cuál es el colmo de un semiólogo como Oscar Steimberg?: que viva en una calle(cita) que se llama Pasaje del Signo.

 

OS —Cuando vimos con Marita, mi esposa, el departamento, yo le dije que mejor buscáramos otro, aunque éste parecía el más conveniente, porque los chistes iban a ser un poco interminables... Pero ganaron las virtudes que le encontrábamos en ese momento. O las ganas de que los chistes siguieran, bueno…

Por supuesto, me puse a buscar el origen del nombre: yo en principio había pensado que lo de “del Signo” debía vincularse con algún significado religioso, porque por ahí había (hay) mucha construcción religiosa relacionada con la Iglesia de Guadalupe: a la plaza, que se llama Güemes, se la suele llamar también Plaza Guadalupe. Aunque hubo además otros cambios de nombre: hasta hace algunos años, en que cambió parte de la edificación y de la población de la zona, a la plaza Güemes se la solía llamar también plaza Freud, por la cantidad de psicoanalistas con consultorio alrededor, y había un restaurante que se llamaba Sigi (apócope de Sigmund) y una librería de psicoanálisis que se llamaba “Diván el Terrible”, y así… Y sobre el nombre del pasaje hubo otras hipótesis: cuando vinimos al barrio vivía mi amigo Emilio Corbière, historiador, entre otras cuestiones, de la masonería, que me trasmitió que había llegado a fantasear que el nombre del Pasaje del Signo podía estar ahí porque el lugar podría haber sido “el corazón de la masonería de Palermo”!

Pero finalmente otro consultado, un tío de Oscar Traversa, Mario Faciano, que había reunido infinitos datos sobre las calles de Buenos Aires, después de oír con paciencia las hipótesis, me informó que Norberto Javier del Signo fue un cordobés que estuvo a punto de ser Director Supremo por los tiempos de Pueyrredón y Alvear, pero que había sido resistido en Buenos Aires por esos que ahora son nombres de grandes avenidas, contrastantes con el pasaje de una cuadra que se eligió para homenajear a la Figura del Interior...

 

7 — En 2010, decías, se editó el CD de la obra del compositor Pablo Di Liscia basada en “Figuración de Gabino Betinotti”. Y en 2013 se la puso en escena en el Centro Nacional de la Música, con dirección musical del compositor. ¿Nos precisarías el qué te pasó con ambas iniciativas?

 

    OS —La edición del CD fue, en relación con el tango, como una experiencia de reinicio… asistí a algunos de los ensayos, y pensé que es notable lo que unos músicos puestos a grabar unos tangos, milongas, etc., pueden demostrar saber, abarcando el conjunto de lo que viene haciendo… Pablo Di Liscia (con él veníamos probando búsquedas musicales para las letras desde hacía realmente mucho); reunió a unos ejecutantes que yo en parte conocía de oídas y que después supe que podría haber conocido más: Brian Chambouleyron en voz, Diego Schissi en piano, Santiago Segret en bandoneón, Juan Pablo Navarro en contrabajo, Mirta Wymerszberg en flauta, y él mismo en guitarra. Los ensayos mostraron lo que actualmente creo que tiende a pasar con frecuencia en una interpretación grupal: es como si los músicos discutierano desplegaran plurales posibilidades de la obra, y eso es notable, porque lo que se articula entonces es eso, pero con un momento de la música de cada género y de los avatares del uso contemporáneo de cada instrumento…; es como si la reflexión crítica sobre cada tramo musical o instrumental en general fuera un tema de conversación previo de los músicos.

 

Y la experiencia tuvo etapas. En el disco se informa también que participaron Darío Steimberg como compositor invitado (en la musicalización del “Vals de la Glosa”) y Oscar Steimberg en intervenciones de voz. Y esa información sobre mis “intervenciones de voz” es, bueno, generoso registro de lo que es la abarcatividad actual de las ediciones sonoras: en este caso, lo mío fue solamente la frase final de una “glosa IV” y la también final de una “glosa XVI”. Como si (y esto ahora está pasando mucho) todos los momentos de inicio, desarrollo, circulación, recuperación o pérdida de cada escritura pudieran meterse en esa instancia antes tan específica de la puesta en circulación y en esa otra antes tan inalcanzable como la de la recepción. Ahora tiende a ocurrir que estemos todos en cualquier lado, y yo no creo que a nosotros o a las letras o a las músicas nos venga mal!

 

La participación de Darío Steimberg (hijo del letrista presente) fue conocida por mí un poco antes que la de los otros, salvo la de Di Liscia, y me había permitido, como la de Di Liscia en relación con el conjunto del proyecto, un acceso puntual al tramo de la composición-experimentación de la puesta en música. Con la escritura de los poemas de base me había ocurrido, a lo largo de muchos años (siempre escribí lento y poco) tratar de adecuarme, en cada caso, a la melodía de tangos, milongas, etc. existentes, para que el fingimiento de la pertenencia de género fuera verosímil. También se escribe para mentir, ¿no? Cada letra había sido escrita sobre el molde rítmico de alguna música existente, de las del repertorio histórico de la “orquesta típica”: tango, milonga, candombe, vals. Y la que inicia la serie es ese “Vals de la Glosa” que habían construido a partir de acordes y cadencias de “Desde el Alma”.

Y están los recomienzos de las puestas en escena… En la puesta, fue como si los dibujos de Oscar Grillo, acompañados esta vez por los de la escenógrafa Gabriela Piepoch (con realización de imagen de Martina Mora), formaran parte de las glosas que acompañaron a las letras en la edición del libro; como si cumplieran también esa función. Y eso era lo que estaba pasando todo el tiempo con las ocupaciones siempre cambiantes de la escena por Brian Chambouleyron, cantante y regisseur. Como si tematizaran naturalmente la relación entre cancionero y puesta, acompañando las increíbles recuperaciones de estilo que Brian puede meter como por azar en cada interpretación.


8 — Se estrenó en septiembre en la sala de conciertos del Centro de Experimentación Musical del Teatro Colón de Buenos Aires, “La canción de Finnegan”, juego escénico sobre la canción popular irlandesa con música y dirección de Francisco Kröpfl y letra de tu autoría. ¿Cómo surgió la propuesta? ¿En qué consiste el “juego”?

 

    OS — Con Francisco tengo una relación de colaboración especial, puesta a prueba a lo largo de los tiempos en proyectos, o apuestas de proyectos, que se interrumpieron y se retomaron muchas veces. Se pusieron en escena dos obras, dos “juegos escénicos” ideados ambos por él a partir del trabajo sobre relatos populares: un cuento tradicional italiano de la región de Friuli y una canción popular irlandesa, la que inspirara y diera título al “Finnegan’s Wake “de Joyce. En ambas, mi rol fue el de co-guionista (para la letra de diálogos y canciones).

Conocí a Francisco cuando él dirigía el Laboratorio de Música Electrónica del Instituto Di Tella, y a lo largo de los años fui testigo de sus notables juegos de borde en la creación, la reflexión y la enseñanza en el ámbito de la música moderna y contemporánea. Su espacio, digamos, institucionalestuvo desde un comienzo entre los más avanzados y experimentales de la música culta, pero —y metiéndote en el asunto te das cuenta enseguida de que tal vez el “pero” no corresponda— forma parte de lo suyo un mirar o un oír que puede tomar los presentes o pasados de distintos folklores como propios: en estas dos entradas al relato popular —la primera al cuento friulano recopilado por Ítalo Calvino y la segunda a una canción irlandesa antologada por primera vez en el siglo XIX— hay, podría decirse, un gozoso juego con los esquemas, con esas construcciones esquemáticas que nos hace leer o escuchar toda producción folklórica como síntesis narrativa o síntesis melódica o síntesis dramática, siempre con altos grados de repetición, pero que pueden mostrar también infinitas posibilidades de extensión y variación a través de (después se descubre que) siempre imprevisibles opciones de apertura a la versión, musical o verbal.

Y trabajar en esos bordes en que no es posible establecer sobre qué género o, a veces, sobre qué lenguaje estás trabajando, es siempre del mayor interés…

9 — ¿Desarrollarías para nuestros lectores ese concepto que has propuesto oportunamente, el de “antigénero”?

 

   OS —Creo que son antigénero las obras que recuerdan un género determinado pero apartándose de lo previsible en cada uno de los aspectos en que un género determinado puede ser reconocido. Cuando empezaron los spaguetti westerns, esas “películas de vaqueros” que se les ocurrieron a los italianos pero como para ser vistas en tanto juego cómico, con héroes sin virtudes, malos sin destrezas especiales que metieran miedo, y tiros todo el tiempo, sin los suspensos con los que se acostumbra estirar los westerns, los espectadores convocados eran los que se divertían, precisamente, con esas rupturas de género: los aficionados a las “películas de cowboys”, que se divertían compartiendo ese baile con las piezas de un juego que ellos conocían como nadie, y también los otros, los que habían odiado siempre esas repeticiones y se divertían también, tomándolas en el spaguetti western sólo como una burla. Todo lector o espectador o degustador de géneros busca divertirse de esa manera, visitando bordes. Y eso pasa con todos los géneros, desde los de la narrativa popular o el periódico político o el suplemento de cocina hasta los de la alta cultura. Y el tema me parece importante también ahora que con el juego expuesto de actores, directores, guionistas y críticos, toda práctica de género se muestra como juego, a veces como juego irónico. Cuando esto empezó a generalizarse, hubo quienes opinaron que el estudio de los géneros se había vuelto innecesario o inútil, ya que todo era ruptura, mezcla o (auto) ironía de autor o de comediante o de orador. Pero justamente eso hace el estudio de los géneros cada vez más interesante: ahora, en tanto material fugaz de esas novedades que seguirán necesitando, siempre,enfrentarse a las clasificaciones de la cultura para practicar sus desvíos. Es que es difícil no pensar que escribiendo hoy todos jugamos a la crítica, esa especie de poética de la distancia o el conflicto…

 

10 — “¿Se leerá alguna vez a Leónidas Lamborghini?”, te preguntabas en 1982, ya desde el título, en un ensayo socializado en la revista “Puchero”. ¿Qué respondías, qué verificarías hoy respecto de ese paródico poeta (1927-2009)?¿Extendemos la inquietud también a su paródico hermano escritor, Osvaldo Lamborghini (1940-1985)?

 

          OS — Empezar, para hablar de la(s) poesía(s) de los Lamborghini, por su  relación con la parodia, creo que no puede no estar bien. Aunque en el tiempo en que muere Osvaldo todavía no se hubiera asentado del todo en la escucha de los lectores o los críticos la idea de “parodia seria”, la de ese juego sobre modos de escribir o de narrar o de desnarrar en que se mandan unas escrituras a probarse o a enredarse o apelearse definitivamente con otras. O a descubrirse. Los Lamborghini lo hacían todo el tiempo, aunque lo hicieran con diferenciashondas.

Entre las cosas que los dos apostaban a mostrar estaba la de que en la poesía se juega, seriamente, y la de que, en la poesía, ese juego no termina. Y ahí se puede ya opinar sobre diferencias: la que habría, por ejemplo, entre el pedido de pensar (de volver a pensar, de volver a pensar hasta morir) de Leónidas, y el agitar emotivamente, sarcásticamente, lúbricamente un pensamiento que pueda creerse concluido de Osvaldo.

 

Y siempre, como en la parodia, se trata de volver… y de torcer. Y de retorcer. Leónidas dice una vez: “se trata de dar vuelta las viejas formas, como un guante”, aclarando en seguida que la frase es de León Trotsky pero que está tomada de una cita traída por…T. S. Eliot. Como si la parodia pintara no sólo como una forma de escribir sino como una historia de la escritura. Para los que no leyeron a Leónidas habría que aclarar que toda historia traída por su poesía es una historia sangrante (esas viejas formas no pueden retorcerse amablemente…).Y para los que no leyeron a Osvaldo, que en lo de él hay una apertura gozosa a las novedades de toda agonía.Como si la parodia de Leónidas se dijera en medio de la batalla, y la de Osvaldo en la borrachera del día después…

Me pone bien pensar que ha venido (viene) creciendo la lectura de los dos…       

 

11 — Sin mentar nos han quedado aquellas Majestades, Misters, Doctores, Jefes, Kulaks, Generales de 1980.

 

          OS —Como se dijo en la solapa de la primera edición (solapa, edición, todo gracias a Fogwill…),  en los versos de “Majestad, etc.”, “se ensaya una posición ante el poder”. Se me había ocurrido hacer pasar, por delante del escribiente que iba implicando el poema, esos sujetos del poder a los que se elige desde cada imaginario para hablar, pelear, obedecer… Pero también se me había ocurrido algo que es difícil que aparezca cuando se lee: que cada verso debía ser un trabajo (nuevo, recién empezado) sobre el verso anterior. Eso fue lo que pensé primero, y por mucho tiempo no se me ocurrió que pudiera haber alguna relación entre esas dos, digamos, razones del escribir… Cuando se me ocurrió algo, el tiempo de esa escritura estaba ya muy lejos: era que obligarse a pensar en lo inmediato (ese verso anterior, cuando se pasaba a escribir uno nuevo) era la más creíble estrategia de liberación de la palabra poética por la que podía optar el desgraciado empujado a pensar como interlocutores a las figuras de un imaginario político social de absoluta repetición. En cada verso, empezar a pensar y escribir otra vez; en aquel momento, lo pensaba como una estrategia de escritura y nada más, tal vez porque pensaba que el recurso iba a pensar mejor que yo. Y sí, qué querés que te diga: no cambiaría nada.

 

12 — ¿Qué te “vuela la cabeza”? ¿Qué asuntos, circunstancias, acontecimientos… te vuelan la cabeza?

 

          OS —Supongo (no sé, nunca lo pensé) que para que algo te vuele la cabeza tiene que tener algo de incomprensiblemente nuevo y al mismo tiempo algo de repetición absoluta; lo que te volaría la cabeza sería entonces la irrupción de la posibilidad de que lo de siempre, de que alguna fatalidad asumida se dé vuelta, o más bien que pueda ser dada vuelta por esa novedad. Pero no creo que eso pueda ocurrirme por más de unos segundos. Después me veré, en cada caso, tratando de incorporar el nuevo tema a la serie de los que se anda tratando de procesar desde perspectivas o recursos más o menos previsibles para insistir en recorridos con cierto grado de interés.

 

13 —Novelista, cuentista destacada, Alicia Steimberg (1933-2012). ¿Concluimos este diálogocon vos, su hermano, evocándola?

 

          OS —Elijo hablar de los modos de Alicia de encontrar, como en su narrativa, el matiz que muestra lo impredecible en lo cotidiano o lo habitual. Sabía que en el juego de las repeticiones aparecen las novedades más sorprendentes, y aceptaba el registro de esas repeticiones en cada territorio de gestos, de palabras… Y cuando las encontraba pasaba rápidamente a buscar su componente de desvío. Así quién se aburre, ¿no? Ni los personajes más pesados dejaban de mostrar ante esos recorridos su diversidad. Y eso le pasaba (o lograba que le pasara) tanto en la escritura comoen la oralidad de cada día.

O de cada momento de la vida. En sus modos de mantener sus vínculos de amistad mostraba la vitalidad permanente de ese percibir la infinitud de las razones de interés de cada relación.

 

Las últimas reuniones sobre las que la oí hablar habían sido con sus ex compañeras del Normal, y era grande el placer que demostraba en las referencias a esos encuentros. A veces, hasta con anécdotas de salvataje, como la que le oí contar acerca de una de esas reuniones, en la que una antigua compañera del Lenguas Vivas se mostraba en un estado agudo de depresión. Alicia se acercó a la compañera deprimida, se sentó junto a ella y la llamó por su nombre con la más sonora claridad. El apellido y el nombre eran ingleses (irlandeses), y traerlos a la charla poniendo en escena las especificidades de la pronunciación provocó en el grupo que estaba más cerca —pero también en la deprimida— un estallido de risa seguido de entrañables comentarios, compartidos con la mayor diversión, acerca de unas lejanísimas clases de idiomas con todas las anécdotas y accidentes del aprendizaje, en esa famosa escuela secundaria pública para chicas estudiosas, estudiosas…

Alicia buscaba y encontraba en cada momento social aparentemente previsible (el de la caída depresiva, eh, lo es) las salidas de borde que también son parte de él. Es muy difícil ese buscar y encontrar y puede llegar a no verse, perdido uno en el momento de diversión compartida que parece haber estado desde siempre ahí. Ycreo que hay gente como Alicia que puede, que sabe ir y volver de ahí.

 

 

Oscar Steimberg selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

 

I (MAJESTAD)

1

 

Hay veces, Majestad,

en que ella no tiene nada que ver conmigo.

 

Así, explíqueme usted

la razón de la sincronización

que ha dado lugar a esta práctica;

hábleme de la perdularización

que encimó el narcisismo de un personaje tipificable

en el trasfondo de un paisaje heteromístico;

Majestad,

usted se está perdiendo una oportunidad

si no habla;

Majestad yo no quiero dudar de usted

pero tampoco quiero dejar de oír y ver

las vueltas del Carrousel

primero, inicial de esta, su ciudad:

ya ve, Majestad,

cómo puede llegarme a no importar

que esta ciudad sea Suya o mía.

 

2

 

La heredad

de lo Cómico

se filtra por boquetes de ligustrina:

 

ahí, ahí, la Nostalgia

estalla con ruido de rompeportones

y nivela al Tonto de Genio con el

Tonto:

Majestad,

aquí pienso hacer entrar el tema del Humor

porque entre esas hojillas nunca he sabido nada de él

pero he escuchado unas explicaciones

que son para morirse de risa.

 

                                  (Comienzo de “Majestad, etc.”, Ediciones Tierra Baldía, 1980; reeditado en “Posible Patria y otros versos”, Ediciones El Suri Porfiado, 2007)

               

 

 

Vals de la glosa

                                                                A Julio Jorge Nelson                                  

 

¿Qué mayor desaventura

pudo ser

que veros para no os ver?

 

Vizconde de Altamira

 

Gardel

subía a su automóvil,

Gardel

abrázaba a un amigo;

Gardel

del pásado que añoro

y creo,

ca-

da vez que lo digo.

 

No sé

si el auto se detuvo,

no sé

si al a-

migo lo quiso;

no sé, no vi moverse al auto

y el gesto, el gesto era impreciso.

 

Gardel

mostró un zapato nuevo,

el otro

tal vez fuera un residuo,

no sé,

porque cuando lo evoco,

la niebla

se extiende en el camino.

 

Mejor, si nunca lo vi entero,

mejor, si no alcancé al amigo,

mejor, si el día era nublado,

mejor, son cosas del destino.

 

Gardel

salía de una farra,

se oyó

sonar un estampido,

no sé

si fue cosa de faldas,

no sé

quién era el compadrito.

 

Sí sé

que él no murió en Colombia,

que el fuego

de pronto quedó fijo,

Gardel, Gardel ya era una foto,

igual que cuando estaba vivo.

 

Mejor, si no murió de viejo,

mejor, si nunca tuvo hijos,

mejor, si no acabó la frase,

mejor, si nunca me la dijo.

 

La vieja, no sé si era francesa,

el viejo, no sé si era un milico,

Gardel, no sé si era uruguayo,

el tango, no sé si es argentino.

                                                                       (de “Figuración de Gabino Betinotti”, Editorial Sudamericana, 1999)

 

 

 

Soneto de la culpa

 

                                         Nunca me des, Retórica, metáforas.

                                                       Bernardo Schiavetta

 

 

Que se oiga el verso torpe que me digo,

el pensamiento inútil con que muero:

yo no sé ser poeta cuando quiero.

Ni amar a la mujer. Ni ser amigo.

 

Con la vida no pude hablar sincero.

Y en la batalla me quedé en testigo:

yo no quise matar al enemigo;

yo no supe cuidar al compañero.

 

Y es fingido este llanto con que sigo,

y este metro forzado en que me esmero,

y esta rima pueril con que desdigo

 

el solo verso donde me dí entero:

yo no sé ser poeta cuando quiero.

Ni amar a la mujer. Ni ser amigo.

 

                  (de“Figuración de Gabino Betinotti”, Editorial Sudamericana, 1999. Reeditado en “Gabino Betinotti – Tango oratorio”, Paris, Reflet de Lettres, 2015)

 

 

Versos de madre

1 (no tuvo amor)

 

“Pobre mi madre querida”:

no tuvo amor.

El alma se le fue haciendo en los patios de una clase media de veras pobre;

el pensar, en los libros de unos socialistas realmente idénticos a su padre;

la mano, en la ciencia que se estudiaba en la Facultad de Odontología.

 

¿Todo salió al revés? El alma

se le pegó a la de un poeta de infancia soleada, oh, en luz de provincia;

el pensar

le indicó que no había saber seguro, o que era un invento de los Enemigos;

la mano fue hábil, sólo la artrosis y el fracaso

la apartaron de un trabajo leal y escrupuloso.

 

Releo la última palabra y leo: escrofuloso. No puedo

escribir sobre mi madre;

no puedo amar, tampoco yo.

Estoy seguro

de que mi madre fue una de las personas que menos hicieron para que fuera así.

 

 

2 (murió en Buenos Aires)

 

“Un día, nosotros vamos a ir a Norteamérica”.

 

Creo que había terminado la Guerra no más de tres o cuatro años antes,

y que éramos muy pobres en todo.

Mi padre había muerto dejando sus ilusiones intactas ante nosotros;

mi madre murió llevándolas, con cuidado y locura, de un lado a otro:

todo lo hacía por sus hijos:

pasó por el socialismo de Juan B. Justo,

el liberalismo del Reader’s Digest,

el peronismo,

otra vez el socialismo,

otra vez el peronismo,

y finalmente el ocultismo y la meditación trascendental.

Fue meritorio:

después de todo, ese periplo

lo hicimos todos nosotros. Y ella, jóvenes, era una mujer.

 

3 (no hubo en ella saber)

 

Una foto espléndida la muestra con su pequeña hija en la Plaza de Mayo,

o en la del Congreso,

sentada en el césped bajo su sombrero o capelina.

Amigos, rodeada de palomas. Todo el sol, allí;

pero una sonrisa que no sabe ponerse lejos.

El saber es cosa de gente educada.

 

Y hay gente que no se puede educar. Todo está armado

—al Este y al Oeste—

para que la culpa se cierna sobre ellos:

peste de D’Amicis:

los cómicos sin humor seguirán hablando eternamente de las madres judías

y no de los capítulos de Corazón, por los que todas las madres

terminan siendo la madre de Franti: un sabandija, ella una santa estragada.

Medio siglo después, el payador hubiera podido ubicar junto al D’Amicis,

en la biblioteca encortinada de todo payador,

un Barthes,

por el que todas las Madres de Escritor son siempre unas Pequeñas Niñas.

 

4 (No hubo piedad)

 

Mi madre creía en los Enemigos.

Era una creencia paranoica.

La noche en que la velaron,

sólo se habló mal de ella. La fama bien merecida, etc.

 

Ahora estoy tratando de saber si éste es un poema pietista.

En estos barrios, otro despenado escribió:

“Pobre mi madre querida...”

¡Hombre valiente! Contó

que las penas de su madre habían sido causadas por él,

Alma Perdida.

Y que ella fue

“la que lo amó desde niño,

hasta llegar a ser hombre”.

 

¡En él

se hizo hombre!

 

¡Dulcissima Mater!

                                                                                   (de“Posible Patria y otros versos”, El Suri Porfiado, 2007)

 

 

*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Oscar Steimberg y Rolando Revagliatti, octubre 2016.

http://www.revagliatti.com.ar/010926.html

Oscar Steimberg con la escritora Eugenia Cabral

 Marita Soto y María Bitonte

con Telma Luzzani y Pedro Brieger

Raúl O. Artola: sus respuestas y poemas

                                                                                    

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

 

Raúl Artola nació el 5 de diciembre de 1947 en la ciudad de Las Flores, provincia de Buenos Aires, la Argentina, y reside desde 1975 en Viedma, capital de la provincia de Río Negro. Es Licenciado en Ciencias de la Información, por la Universidad Nacional de La Plata. Obtuvo diversas distinciones en narrativa breve y poesía: destacamos el Primer Premio del Concurso Internacional de Poesía “25 Años de Lucha”, convocado por la Asociación Madres de Plaza de Mayo, en 2002, por su libro entonces inédito “Croquis de un tatami”. Relatos, artículos y poemas suyos fueron difundidos en numerosas publicaciones periódicas, de las que citamos una de su país, “Diario de Poesía”, y dos de Latinoamérica: “Arquitrave” de Colombia y “Fórnix” de Perú. Fue director del Fondo Editorial Rionegrino (1988-1990) y del Centro Municipal de Cultura de Viedma (1992-1993). Entre 1995 y 2010 coordinó talleres de escritura creativa en su ciudad y en Carmen de Patagones, provincia de Buenos Aires. Dirigió la revista-libro “El Camarote – Arte y Cultura desde la Patagonia” (2004-2010). Durante cinco ediciones sucesivas (2009-2013), fue jurado del Concurso Nacional “Adolfo Bioy Casares” de cuento y poesía, organizado por el municipio de Las Flores. Administra www.mojarradesnuda.com.ar. Ha sido incluido en las antologías “Poesía y cuento patagónicos” (1993), “Abrazo austral. Poesía del sur de la Argentina y Chile” (2000), “Nueve monedas para el barquero” (Verulamium Press, St. Albans, Inglaterra, 2005), “La frontera móvil” (con selección de Concha García, en España, 2015). Fue el compilador del manual “Normas de estilo y Técnicas de redacción” (1998) y de los volúmenes “Poesía / Río Negro, Antología consultada y comentada” (Fondo Editorial Rionegrino, 2007) y “Las nuevas generaciones” (Universidad Nacional de Río Negro y Fondo Editorial Rionegrino, 2015).  En 2006, la Secretaría de Cultura del Chubut dio a conocer su libro de narrativa breve “El candidato y otros cuentos” (premiado por el XXIII Encuentro de Escritores Patagónicos de Puerto Madryn, Chubut). Publicó los poemarios “Antes que nada” (1987; Segundo Premio Literario Regional de la Secretaría de Cultura de la Nación (1985-1988), “Aguas de socorro” (1993; Segundo Premio del Concurso Patagónico de Poesía 1992, organizado por la Fundación Banco Provincia de Neuquén y la Secretaría de Cultura de Neuquén), “Croquis de un tatami” (Asociación Madres de Plaza de Mayo, 2002; con segunda edición en 2005 a través de El Camarote Ediciones), “[teclados]” (2010), “Registros de hora prima” (2014).

 

1 — ¿Cómo, por dónde fuiste circulando, tanteando, hasta que de un modo pleno te advirtieras involucrándote, ya no sólo como lector, con la poesía?

 

          ROA — Suelo decir que las dos cosas más importantes las aprendí entre los cinco y los seis años: leer y escribir, por lo menos sus rudimentos. Y son las más importantes porque nunca he dejado de practicarlas. (De paso, recuerdo que Petrarca le decía a Bocaccio: “Ya que debo morir, espero que la muerte me encuentre ocupado: leyendo o escribiendo.”)

          A partir de entonces la palabra aburrimiento desapareció para siempre de mi lenguaje coloquial. Mi padre y mi abuela materna, polos del poder familiar entre los que debíamos oscilar para no ser aplastados en el medio, tenían sendas bibliotecas, bien diferenciadas, que fueron mis fuentes de placer y aprendizaje, refugios ante el oleaje interior y las mareas exteriores. Salgari, Verne, Arthur Conan Doyle, Mark Twain, Emile Zola, Espronceda, Bécquer, Amado Nervo, Almafuerte, Carlos Guido y Spano, Alfonsina Storni, enciclopedias, diccionarios, manuales de anatomía, botánica y zoología, la historia antigua y sus mitos, fábulas de Esopo y Samaniego, “Las mil y una noches”, “Corazón” de De Amicis, integraron el primer arcón de lecturas, que con pocas variantes me nutrió hasta la adolescencia.

Mis primeros textos fueron intentos de salir de los moldes escolares, a pura intuición, precisamente dentro de la educación formal, en clases de lengua e iniciación literaria. Allí fue decisiva la sutil inteligencia y el entusiasmo de una profesora, Nieves Alonso, que me enseñó a los grandes españoles y latinoamericanos: García Lorca, Antonio Machado, Miguel Hernández, Vallejo, Nicolás Guillén, Roberto Arlt, Cortázar, Horacio Quiroga, Borges, Sábato, Juan Rulfo, Onetti…

Casi enseguida descubrí a Hermann Hesse y Walt Whitman, Poe y Kafka, pero también a Susana Esther Soba [1922-2011], la poeta de la ciudad de Saladillo, cuyos libros circulaban de mano en mano (el inolvidable “Militancia del corazón” fundía, para mi asombro y gusto, dos movimientos del alma que parecían contradictorios en aquella época). Y le siguieron Montale, Pessoa, Cesare Pavese, Raúl Gustavo Aguirre, Vicente Huidobro, Rilke, César Fernández Moreno, Artaud, Baudelaire, Georg Trakl, Pizarnik, Conrado Nalé Roxlo, Olga Orozco, Elizabeth Azcona Cranwell, Jaime Sabines, Rafael Cadenas.

En cuanto a escribir con la conciencia de estar usando un instrumento, el lenguaje, con la definida intención de buscar una expresión que conjugara verdad y belleza, creo que fue por los 21 años, en algunas crónicas de sucesos de mi pueblo, Las Flores. Por eso digo que para mí la primera estructura textual fue la del periodismo, un género en sí mismo —si es que todavía podemos hablar de géneros— que además puede ser un banco de pruebas para forjar una escritura literaria, artística. Después vinieron algunos relatos y un premio con jurado de lujo: Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo y María Elena Walsh, que tuvo sabor agridulce porque entendí que habían distinguido al menos malo de los textos, no al mejor. Eso era en 1972.

 

Recién en la primavera de 1974 se hizo presente la poesía, en una irrupción tan violenta que me sorprendió y conmovió para siempre. Fue como una revelación; en el momento en que sucedió yo no sabía lo que estaba pasando. Estábamos en la quinta de mi tío Juan, en la bonaerense ciudad de General Belgrano. Recuerdo que disfrutaba viendo a mi hijo mayor, Ignacio, de tres años, correr sin alcanzar a don Miguel, un hombrón que surcaba la tierra con arado a mancera en la huerta familiar. A contraluz, recortadas las figuras en el horizonte cercano, me atravesó un rayo de ternura que se transformó en palabras en el papel donde pensaba hacer la lista de las compras. Supuse que mi mano escribía por un extraño conjuro, como si no la condujera yo, ajeno a las emociones conocidas, transido de un espíritu nuevo y oficiante de un rito que creía prestado. Lo cuento ahora y me conmuevo como entonces. Hoy sé que cuanto más somos nosotros mismos, menos creemos ser. Estar totalmente afuera, en esa “intemperie sin fin” que es la poesía, según Juanele Ortiz, es habitar nuestra esencia más íntima e impostergable.

 

Debe de ser por eso que hoy tengo la confianza de que las voces que suelen visitarme y que se abren paso en forma de poema o de relato ya no habrán de abandonarme. Aprendí a escucharlas y a obedecerlas.

 

            No puedo decir si hay un asunto o varios que me ocupen con preferencia, pero en todo caso confluyen en un punto: el amor. Cuando algo se mueve en el mundo, es el amor (o su contracara, el odio) quien lo impulsa; y vale especialmente para todas las manifestaciones del arte. Juan Carlos Onetti dijo: “Escribir es para mí un acto de amor; y no me pregunte en qué sentido. Tómelo como quiera”. Y Onetti era uno de los tipos más ásperos de la historia de la literatura, pero también uno de los más inteligentes, lúcidos y sensibles, por lo que podemos suponer que sabía de lo que hablaba.

En cuanto a contenido y forma, estoy convencido de que una idea, una obsesión, adquiere cuerpo, se materializa con felicidad si el ejecutante opera según las reglas del arte, de su arte. Y encuentra la matriz textual propia de las imágenes que lo acosaban al punto de vencer su natural desconfianza y la escasa paciencia de los novatos. De manera que si hay una primera frase que dice, por ejemplo, “Me viene, hay días, una gana ubérrima, política”, el resultado será seguramente un poema, y si surge algo como “El tape Burgos era un troperito que se había conchabado en Tapalqué”, lo más probable es que sea el comienzo de un cuento o de una novela. (Sé que estoy parafraseando a un gran escritor, que lo ha dicho antes y mejor.)

 

            Reconozco influencias y hasta filiaciones bastante transparentes en lo que escribo, sobre todo en poesía, con relación a los autores que fui leyendo y me provocaron asombro, admiración y estímulo.

En los últimos años hay poetas argentinos que uno necesita leer siempre, como Hugo Diz, Joaquín Giannuzzi, María Teresa Andruetto, Juan Gelman, Irene Gruss, Liliana Lukin, Jorge Aulicino, Daniel Freidemberg, Alberto Szpunberg, Alejandro Schmidt, Graciela Cros, entre muchos otros, y en particular Jorge García Sabal, muerto muy joven, y Juan Carlos Moisés, de Sarmiento, Chubut. Para mí ellos dos han plasmado una obra de gran rigor, precisión formal y capacidad de conmoción, voces claras sin pretensiones ni altisonancias.

 

2 — Mencionaste a Chubut, provincia que limita con Río Negro.

 

          ROA — Llevo viviendo en la Patagonia más de 40 años, lo que equivale a más de la mitad de mi vida. Durante este tiempo he viajado bastante por pueblos y ciudades de varias provincias de la región, casi siempre para encontrarme con escritores, poetas y otros artistas, en reuniones, ferias, certámenes, ocasiones de celebrar la palabra. En un par de lugares me quedé hasta un año e hice amigos entrañables. En todos lados aprendí de las más variadas clases de gente, anduve alerta, con los sentidos abiertos, igual que el corazón. Me enriquecí con la única riqueza que no se esfuma con un golpe de mala suerte, de adversidad climática o de gobiernos incompetentes o perversos: adquirí conocimientos de vida, lenguajes nuevos, compartí alegrías y tristezas, tuve compañeros de camino y amigas de entrecasa. Hasta donde me dio el cuero, no me privé de experiencias.

Salvo los paréntesis aludidos, he vivido estos años en Viedma, capital de Río Negro, casi en el límite norte de la región. Llegué mayor, no digo hombre hecho sino más bien deshecho, pero ya de 27 años, con mi primer hijo y pronto a nacer el segundo. El destino fue azaroso y necesario, casi como cerrar los ojos y tantear el mapa en un terreno menos perforado por las balas y sembrado de muertos que la ciudad de La Plata, donde empezaba su corto reinado de terror la Triple A de José López Rega, y hacían su bautismo criminal los comandos paramilitares, precursores de la dictadura instaurada poco después.

 

Desde que me establecí en Viedma ejercí el periodismo en varios medios gráficos, en radios y agencias de noticias. La literatura era un berretín de lector empedernido, habiéndome atrevido a probar el cuento con rápida y engañosa fortuna un par de años antes. Y la poesía, un sobresalto tan gozoso como liberador en medio de trabajos y familia.

Todo lo que he publicado fue escrito mientras vivía en la Patagonia. Sin embargo, nunca pude entender ni vencer la sensación de ser un extraño en tierras extrañas. Aunque jamás añoré los pagos al punto de hacer planes concretos de regreso. Es más: si he fantaseado con algún nuevo domicilio lo imaginé dentro de la Patagonia.

Esa sensación encierra la paradoja de extrañamiento y pertenencia a la vez, como la ha definido Diana Bellesi, en su caso para referirse a lo experimentado en sus viajes por América Latina.

Tal ambigüedad, por muchos años, no se reflejó en mi escritura o al menos yo no la podía ni puedo detectar. Por más que relea textos de mis primeros quince años en la Patagonia no encuentro motivos, palabras, giros lingüísticos que hagan suponer al eventual lector un lugar de residencia determinado de su autor. A lo sumo, podrá inferirse que se trata de un argentino, acá sí por múltiples marcas.

 

Con el tiempo, antes en la narrativa que en la poesía, aparecieron situaciones y personajes ambientados en Río Negro, sobre todo entre Carmen de Patagones y Viedma, siempre en el siglo XIX. Para urdir esas ficciones me había apoderado de retazos de historia, o mejor dicho de grietas en la historia de la vida comarcana en las primeras décadas desde su fundación. Me sorprendí mucho al haber encontrado este camino narrativo, pues no lo planeé ni preví que eso sucedería alguna vez. Quizá porque creía no haber acogido con suficiente fuerza, afecto ni autoridad el paisaje del lugar donde vivo, lo mismo que su pasado y rasgos culturales.

 

Estos materiales, ingresados naturalmente entre mis recursos a mano para la escritura, me resultaron gratos en su recreación y sirvieron para desmentirme un desarraigo que consideraba fatal, irreversible.

Para la misma época mudé de casa, me afinqué en la zona sur de Viedma, a muchas cuadras del centro, en un barrio popular recién inaugurado. Fue el cambio de ambiente y vecindario más abrupto que afronté, simultáneo con una ruptura amorosa que se llevaba toda mi energía. Supuse que la mudanza no hacía demasiada huella en mi ánimo comparada con el desbarajuste emocional. Sin embargo, un año después me encontré recopilando textos que aludían inequívocamente a mi nuevo entorno, poemas del barrio de variados tonos y colores, muchas veces irónicos y hasta divertidos, con descripciones un tanto bucólicas. Esta vez la satisfacción fue mucho mayor ante el hallazgo: el lugar donde vivía había logrado conmoverme más allá de toda esperanza y previsión.

Bien adaptado, entonces, para la escasa tolerancia que para lo social tiene un solitario, poco asimilado a usos y costumbres, con un distante respeto por las tradiciones y veneración de próceres locales y sus gestas, había al menos aprovechado algunas historias para reescribirlas a mi modo y pude reflejar en varios textos el heterogéneo barrio que me tocó en suerte.

 

En todo lo demás, seguía siendo el chico y el muchacho de la pampa bonaerense que crió sus ojos en el campo verde y llano con molinos y aguadas constantes, poblados próximos signados por ríos, arroyos y lagunas silvestres, patos silbones y teros escandalosos, atardeceres mansos y rojos, arcoíris después de cada lluvia, los olores del jardín familiar que perfuma todo el aire e inspira el croar de las ranas y el canto de los grillos, con casas altas y antiguas como sólo tiene Carmen de Patagones, ciudad hermana de El Carmen de Las Flores (que así se llamaba mi ciudad natal cuando todavía era un pueblo), para reconfortar mis recuerdos. Aún hoy, cruzar en lancha de Viedma a Carmen de Patagones, subir la cuesta de sus primeras calles hasta el centro, pisar la Plaza 7 de Marzo y llenar mis pulmones con los aires bonaerenses, es un placer tan hondo cual entrar en un oasis privado que no ha sufrido mella con el paso del tiempo.

 

Estas reflexiones las hice a partir de una confesión inesperada y pública, ocurrida en el mes de mayo de 2008.Me tocaba coordinar una mesa sobre “Narración y Patagonia” en la Feria del Libro en Buenos Aires, organizada por el suplemento cultural del diario “Jornada” de Trelew. Mis compañeros de panel eran todos chubutenses nativos, aunque dos de las escritoras viven desde hace años en Buenos Aires. Sobre el final de una larga conversación, y animado por la inteligente pregunta de un joven estudiante de Letras nacido en Puerto Madryn, me escuché decir: “Tengo una fuerte ambigüedad de sentimientos: amo a la Patagonia pero me cuesta mucho decir que me sienta un patagónico. Vivo en Viedma, donde asiento un pie firme, para nada vacilante, pero el otro planea entre Las Flores y La Plata, donde nací y me crié, estudié, tuve militancia política y gremial y fundé familia. Con esa dualidad convivo sin angustias pero con cierta perplejidad y no puedo dirimirla ni resolverla en otro lugar, en otro plano, que no sea en el de mi escritura. Y allí ya no puedo opinar; tendrán que hacerlo los lectores de mis textos”.

Por todas estas cosas, y por muchas más seguramente, de las que a veces tomamos apuntes para intentar borradores de futuros textos, ha de ser que el tema de la identidad regional es motivo de conversaciones, coincidencias y disensos, lo mismo que origina facturas de distinto sabor a la hora de tejer un poema o esculpir un relato o novelar personajes o investigar sucedidos.

 

El profesor Virgilio Zampini, en“Construcción literaria del espacio patagónico” (Trelew, 1996, agotado), dijo: “Habitar es dar sentido a un espacio. Es construir, por la palabra, un ámbito de significados. Vivimos en los espacios que, de un modo peculiar, han creado los textos literarios”, para concluir más adelante que “el espacio que hoy llamamos Patagonia es también la resultante de una construcción literaria”.

 

Dicho con otras palabras, tal vez valdría la pena preguntarse si antes que esperar o aspirar a que una región produzca una prefigurada literatura, de colores, contornos y perfumes más o menos previsibles, no sería saludable suponer que la literatura es la que va generando la fisonomía, los rasgos y el carácter de la región desde la que se escribe. Como todos los aportes que hace el arte para perfilar una cultura.

 

Si bien la patria es la infancia por imperio natural, en tanto sustrato sensorial, emocional y afectivo, para los que construimos nuestro mundo interior, intelectual pero también afectivo, mediante la palabra escrita, como lectores primero y luego como escritores y siempre lectores, la patria elegida es el lenguaje, la lengua madre, la combinación permanente de unos sonidos y sus significados, que dan sentido a nuestra vida.

 

De allí puede proceder ese raro extrañamiento respecto de la tierra, del lugar que habitamos, que no nos colma, no termina de enamorarnos, nunca termina de ser “nuestro” lugar. Creo que para el artista el sentido de pertenencia a la materialidad de un espacio físico es ilusorio cuando no voluntarista, y hasta político en su sentido más amplio, que es cuando adquiere entidad y potencia, en el mejor de los casos. Porque, con más fuerza, quien trabaja con los lenguajes simbólicos del arte se remite constantemente a ellos, sus herramientas son el único sitio seguro de referencia y cobijo, de arduo placer, de trabajo en la vigilia y durante el sueño, de desvelo constante y rumbo cierto.

Jorge Luis Borges y Abelardo Castillo, por citar a los que tengo más a mano, identifican a la literatura con la palabra destino. No destino con el sentido griego de fatalidad y arbitrio de los dioses; destino como rapto de la imaginación cazada al vuelo en alguna siesta de niñez o adolescencia; destino como determinación y voluntad, como trabajo y reparación en un solo acto; destino como sendero apenas entrevisto que intuimos es camino central; destino como el derrotero marcado en un boleto de ida; destino como pasaje, rito y juego.

 

3 — Del título completo, desplegado, de la revista-libro que dirigiste, la palabra que más me atrae es “desde”.

 

          ROA — En 2004 pasé a dirigir la revista-libro “El Camarote”, una creación de mi hijo Ignacio, propietario de la marca y editor responsable, de la que salieron 15 números (los dos primeros, artesanales) y publicó textos de más de cien narradores, poetas y ensayistas patagónicos, además de reseñar casi noventa libros en su sección “Biblioteca”.

 

          El lema fue “Arte y Cultura desdela Patagonia”, cuya intención podría justificarse con la consigna de Tolstoi (“pinta tu aldea y serás universal”). Pero es más complejo el asunto, porque en los ‘70 y hasta bien entrados los ‘80 predominaba una regla implícita entre la gente de letras (“ley del Coirón” la llamó astuta e irónicamente la poeta Graciela Cros, de la ciudad de Bariloche) que imponía un costumbrismo, poner “color local” en toda composición textual. Y crecieron los jóvenes rebeldes, nos sumamos los migrantes internos, y en veinte años cambiaron tanto las cosas que ya no nos repugnaba que se motejara de “patagónicas” nuestras todavía incipientes obras. Aunque no lo fueran, porque es algo en construcción permanente una cultura tan nueva, con perfiles difuminados, no tributarios de nadie y de todos.

 

Estoy convencido de que dialogamos con todos y abrevamos en cualquier fuente interesante para construir un nosotros, sin voluntarismos ni apriorismos, y desde un lugar propio, nuevo. Con antecedentes numerosísimos y difusos, intercambios constantes y radiales pero sin centros obligados donde referenciarnos, salvo las preferencias, tendencias, vocaciones de cada autor, que edifica heterogéneamente sus cánones personales en el devenir del crecimiento en su oficio y de su obra. Ese lugar propio nos ubica en un sitio relevante dentro de la literatura nacional, con una pujanza diferente a regiones más antiguas y tradiciones arraigadas, donde seguramente se están dando luchas generacionales y de corrientes estéticas más arduas que aquí.

 

      Por tanto, diría que ese lugar o posición que ocupamos en el nivel nacional es muy distinto al que teníamos hace treinta o más años, cuando había un puñado de creadores de escasa resonancia en el resto del país y poco reconocimiento por la calidad relativa de sus obras, juzgadas por las autoridades porteñas, la Academia, la Crítica y el mundo editorial, los negocios. Pero ya hace más de veinte años tuvimos un indicio fuerte de la consideración que merecía la producción literaria de la región, a la que me quiero referir documentadamente.

 

      Con motivo de la edición 1992 del Concurso Anual Patagónico organizado por la Secretaría de Cultura de Neuquén y la Fundación del Banco Provincia de Neuquén, el director de ese concurso, Raúl Mansilla, publicó en el diario “Río Negro” el sábado 12 de diciembre de aquel año, una crónica y análisis del acontecimiento. El jurado (compuesto por Susana Silvestre, Jorge Aulicino y Carlos Levy) tuvo “importantes apreciaciones sobre la literatura de la región”. Los tres dijeron, deja constancia Mansilla, “estar sorprendidos por el muy buen nivel literario que existe en la Patagonia”. Aulicino dijo no saber las causas de este grato fenómeno y dio algunas cifras para explicar su punto de vista, ya que él acababa de ser jurado en el Concejo Deliberante de Buenos Aires. Dijo que de seiscientos trabajos de poesía enviados a dicho certamen capitalino, sólo treinta pudieron ser recuperados como muy buenos; “en cambio, en este concurso patagónico, con cerca de ochenta trabajos enviados, había veinte realmente muy buenos, de primer nivel, lo que demuestra claramente la diferencia”. Susana Silvestre, por su parte, “opinó del mismo modo, dijo que hasta el cuento más elemental de los enviados tenía cierto nivel, y destacó fundamentalmente a los jóvenes (menores de 20 años)”. Levy, mendocino, “opinó que lo que ocurría en la Patagonia era superior en calidad a lo que se hacía en la región cuyana”.

 

          La “comarca” poética que sentimos propia abarca el norte y centro de la Patagonia (Neuquén, Río Negro y Chubut), con ramificación de hermosas amistades en La Pampa, algunos pueblos de Santa Cruz y creadores individuales de Tierra del Fuego. Con un agregado fundamental: el sur chileno, la Patagonia trasandina, donde se producen integraciones asombrosas y mutuas influencias, progresivas con el paso del tiempo. Es admirable apreciar —sobre todo escuchar— la musicalidad y el lenguaje con que se fueron impregnando en los últimos años las obras de Jorge Spíndola y Raúl Mansilla, por ejemplo, que además de tener ancestros chilenos han viajado asiduamente, fortaleciendo lazos fraternales y estéticos con poetas y otros creadores del sur de Chile.

 

          También despunta una vertiente de “oralitura”, como da en llamarse a una poesía de genuina raigambre mapuche, en castellano y mapuzungun (o mapudungun), cuya creadora y promotora más conocida de este lado de la cordillera es la comodorense Liliana Ancalao, una gran poeta.

 

          Me fui por las ramas pero me pareció pertinente dar todas estas explicaciones. Volviendo a “El Camarote”, puedo decir que fue la aventura más apasionante que emprendí en estos años. Tuvimos efímero equipo colaborador integrado por una profesora de Letras del Comahue y un puñado de alumnos que hicieron una pasantía como reseñistas bibliográficos, pero no duró porque era un compromiso escaso y poco vocacional el que establecieron con la revista. Volvimos a ser dos para todo: mi hijo y yo.

 

          Alrededor del número 11 perdimos como auspiciante al gobierno de Río Negro, único sostén de cierto peso, por el capricho burocrático y el desinterés por las manifestaciones culturales ya proverbiales en el Estado, al menos en estas latitudes. Fue el turno del Fondo Nacional de las Artes, que nos dio una beca que hicimos estirar para solventar los números 12, 13 y 14, para recurrir finalmente a la Agencia Española de Cooperación Internacional, que financió la salida del 15, ejemplar de despedida. Aclaración necesaria, pero común a las publicaciones literarias: jamás ganamos un solo peso, salvo para algún pasaje destinado a llevar la revista para presentarla en ciudades patagónicas, Buenos Aires y La Plata.

 

          Tengo el orgullo de decir que el periodista y escritor Salvador Biedma, cuando era estudiante de Letras en la Universidad de Buenos Aires, realizó un trabajo monográfico parangonando a “El Camarote” con la mítica “Tarja” de la provincia de Jujuy. Es el elogio más grande que hemos recibido.

 

4 — Y después fundaste www.mojarradesnuda.com.ar.

 

ROA — Frustrado por el cierre de “El Camarote”, imaginé enseguida una nueva publicación. Tenía el nombre in pectore de “La mojarra desnuda” porque designa a un pececito único en Río Negro, ya que no existe en ningún otro lugar del planeta y tiene la característica de ser un pez prehistórico descubierto a principios del siglo XX, que nace de 2 cm. con escamas. A medida que crece y llegando hasta 8 cm. va perdiendo sus escamas y queda traslúcido, impresionando su desnudez y una fragilidad ostensible. Hay unos 2.000 ejemplares en el arroyo Valcheta, en las estribaciones de la Meseta de Somuncura en el centro de la provincia, lugar desértico y poco habitado. Está en una reserva custodiada, vigilada y cuidada, según dice el Gobierno, por guardafaunas especiales sin que se pueda establecer si el número es decreciente y por lo tanto próximo a la extinción de la especie.

 

          Ese pececito, tan genuinamente rionegrino, me daba el nombre para proseguir con una tradición de revistas literarias, como las de Abelardo Castillo en nuestro país, con apelativos de animales. Ese momento coincidía con la fundación de la Universidad Nacional de Río Negro y se me ocurrió ofrecerles la idea para que la asumieran como un proyecto de revista oficial, por lo que pensé en el lema “Estación de Artes y Ciencias”. No prosperó la iniciativa porque no tenían una editorial todavía ni tampoco un departamento de publicaciones. Les gustó, pero dadas las condiciones quedó como un apunte perdido en un cajón.

 

          Con mi natural impaciencia, en 2012 decidí emprender la aventura usando el nombre para una revista digital que hicimos con mi hijo Ignacio. Nos largamos así nomás con muy pocas publicidades de organismos públicos, uno de los cuales estaba dirigido por un amigo ingeniero y escritor que quiso contribuir a la salida. Eran dos o tres publicidades que alcanzaron para sostener al principio los costos más elementales, pese a su presentación gráfica muy vistosa, casi lujosa, que no requiere más que el manejo de una persona tan capacitada como Ignacio. Los dos primeros años se mantuvo bastante ágil, con mucha actividad de secciones y subidas casi mensuales de material nuevo, pero al llegar a 2015 el trabajo mermó por distintos motivos y sólo pudimos publicar las “Cinco tesis sobre poesía” de Raúl Gustavo Aguirre, un ensayo publicado originalmente en la revista “el lagrimal trifurca” de Rosario, dirigida por Francisco Gandolfo.

 

          Esa publicación fue en agosto de 1976, el peor momento de la dictadura militar, en el que resultó el último número en aparecer. Nuestro rescate fue un importante aporte a la difusión del pensamiento de Aguirre, pues ese trabajo no había visto la luz en ningún otro formato desde aquella época y fue muy bien recibido especialmente por los lectores de poesía. Tuvimos la suerte para hacerlo de contar con la aprobación de la señora Marta de Aguirre (su viuda), la colaboración de Juan Carlos Moisés que nos hizo llegar el material fotocopiado, las imágenes de la revista original conseguidas por la poeta Laura Klein y otros aportes, como la ayuda de mi nieta Inticha Artola en el tipeo del texto.

 

          En este momento, hemos perdido todo apoyo material porque la provincia no otorga publicidades a través de ningún organismo, y esto es unánime porque no he visto campañas en ningún medio. Por eso podemos decir que “La mojarra desnuda” se encuentra en suspenso hasta nuevo aviso, a la espera de que lleguen tiempos mejores, estando al día nosotros con los derechos que corresponden al espacio web.

 

5 — En los noventa, entre otras responsabilidades e iniciativas, dictaste un seminario sobre algunos aspectos de la obra de Rodolfo Walsh (1927-1977).

 

ROA — Así es, para el Encuentro de Escritores Patagónicos de Puerto Madryn de 1995 se me encargó que organizara un seminario sobre Rodolfo Walsh por reunir las condiciones de periodista y rionegrino y la suposición de que tendría una versación mayor que otros participantes, cosa harto dudosa por otra parte. Lo que más me interesaba era investigar las relaciones muy diversas que podían encontrarse entre el trabajo periodístico y la obra literaria de Walsh. Para eso, me comuniqué con su última compañera, Lilia Ferreyra, quien me dio cita en enero de 1995 en el bar de la  esquina de avenida Belgrano, en tu ciudad, a media cuadra de la redacción de “Página/12”, donde ella trabajaba. Allí conversamos durante más de una hora, que grabé íntegramente. Lilia Ferreyra me contó que Walsh concedía la misma importancia a una y otra veta de su producción, en el sentido que le demandaban el mismo tiempo y un rigor de investigación y de elaboración, a pesar de las diferencias de objetivos y de estilos de ambos trabajos. También destacó que la pasión era idéntica, no hacía distinción en ese sentido al punto de que la escritura era tan minuciosa como para afirmar que los textos se iban armando palabra por palabra. Otra de las cosas que remarcó es que las notas de investigación que hacía para la revista “Panorama” (que era semanal) le llevaban mucho tiempo y entonces no podía cumplir con una por número. Era muy riguroso en todo, tanto en las fuentes que consultaba, en la información que allí recogía, como detallista, casi obsesivo, era para urdir las tramas de su trabajo literario.

 

          Después nos dedicamos a hablar bastante sobre la famosísima “Carta Abierta a la Junta Militar”, escrita al cumplirse el primer año del golpe de Estado y cuya distribución le costó la vida, porque lo emboscaron precisamente cuando iba al correo para despacharla con destinos varios. Allí lo hirieron, lo capturaron y nunca más apareció. Lilia Ferreyra me dijo que esa Carta había sido escrita con una arquitectura de redacción estricta: el modelo fue las catilinarias de Cicerón, dirigidas precisamente contra el dictador Catilina, que son cuatro textos con forma de invectiva y que eso se puede distinguir haciendo un escrupuloso estudio del latín original y el lenguaje usado por Walsh. La cadencia y el estilo son pertinentes y precisos como en otros trabajos, pero con una finalidad muy específica y una eficacia demoledora, ya que la información que lo nutría siguió sirviendo de base para toda investigación posterior acerca de la dictadura, al punto tal que siguen consultándola como fuente primaria para saber lo que sucedía en nuestro país desde los puntos más distantes del planeta. Es por eso que aún hoy se estudia en muchas universidades del mundo como modelo de denuncia a toda forma de opresión y considerándosela, como sentenció Gabriel García Márquez, “la pieza magistral del periodismo de investigación”. Esos fueron los temas que tratamos en el seminario que duró dos jornadas y que pude ilustrar con pasajes de la conversación con Lilia Ferreyra.

 

6 — En 2010 participaste en un taller de dramaturgia, y con un puntual propósito.

 

          ROA — Ese taller de dramaturgia se originó de esta forma: un actor que decidió dirigir acá en Viedma su primera obra, me pidió que le ayudara a elegir algunos textos, algunas obras ya conocidas o no muy conocidas para armar su elenco y ponerla. Le ofrecí varias, no eran muchas las que tenía, y algunas me gustaban para mostrárselas. Pero no afinábamos ahí, no llegábamos al punto sobre lo que él quería y al final se explicó mejor y le dije: “Ah bueno, vos estás buscando otra cosa. Yo acabo de leer unos cuentos inéditos de Juan Carlos Moisés que se llaman “Dueño de circo”, son unos cuentos brevísimos, la mayoría de media carilla, y algunos —muy pocos— llegan a una página. Son 121, te los recomiendo.” Y se los di, le di mi copia para que él leyera y opinara.

 

          Quedó fascinado, el clima poético que tiene toda la prosa de Moisés —una prosa narrativa que está contaminada de poesía—, creaba unos personajes de caracteres psicológicos y vetas espirituales más que interesantes, formidables para adaptarlos. Ahí coincidimos que tanto él como yo no teníamos recursos o intuición para armar una obra con eso, era un arduo trabajo. Entonces, luego de hacer varias consultas, al propio Moisés le pregunté y él me dijo: “Pero si lo tenés a Gustavo Rodríguez en Puerto Madryn, qué mejor que él que está bastante cerca de ustedes para dirigirles un taller y armar la obra.”

 

          Y así fue que Gustavo Miguel Rodríguez, un narrador, un fotógrafo, un dramaturgo y un director de teatro a la vez, todas esas cosas reunidas hacían de él la persona más indicada. Daba el perfil perfecto, además de ser un gran amigo, y accedió a venir el último fin de semana de cada mes para llegar a trabajar todo el día sábado (mañana y tarde) en los avances que pudieran hacerse con un método que nosotros

desconocíamos y que él nos traería.

 

          Éramos seis o siete personas y durante ocho meses nos reunimos puntualmente a fin de mes para ir aproximando los elementos, crear los personajes —porque había que fusionar muchos de estos personajes que tenían los cuentos de Moisés— y llegamos a concebir once versiones de la obra. La leíamos varias veces durante el mes, porque Rodríguez quedaba con la misión de pasar en limpio los apuntes que se habían hecho durante las reuniones de trabajo, las enviaba por mail y nosotros las teníamos bien leídas para la fecha en que viniera. Luego, lo hacíamos en vivo, con los apuntes ahí y las correcciones posibles, las iniciativas y las sugerencias. Y bueno, fue muy largo, en esos ocho meses logramos parar una obra que nos satisfizo, que nos gustó y hasta ahora está sin ponerse porque no se han logrado formar elencos que tengan seis personajes; lo intentó el actor que me pidió la colaboración, pero no logró culminar con éxito la formación del elenco y de la puesta en escena.

 

7 — En dos concursos nacionales, el de la Fundación Victoria Ocampo, en 2012, y en el “Eugenio Cambaceres”, un año después, organizado por la Biblioteca Nacional, resultaste finalista por tu libro de cuentos aún inédito “La mujer ágrafa y otros infundios”.

 

          ROA — Sí, yo publiqué “El candidato y otros cuentos” en 2006, con dos años de atraso, porque recibí un segundo premio con recomendación de publicación en el 23º Encuentro de Escritores Patagónicos. Ese libro fue seleccionado por un jurado muy importante: Abelardo Castillo y dos patagónicos: Gustavo Miguel Rodríguez de Puerto Madryn y Blas Cáceres de Comodoro Rivadavia.

 

          Pasó un tiempo y sin que yo me lo propusiera demasiado seguía apareciendo el impulso de narrar. Volvían a aparecer escenas que me motivaban a escribir prosa. (No se olviden que yo soy de cuño periodístico, periodista nato, pero la poesía es lo que más quiero, es lo que más me llama, es lo que me lleva más hondo, más íntimo; pero las ganas de narrar están también presentes.) Entonces, fueron acumulándose —en años posteriores— unos nuevos textos que iban apareciendo, un poco más audaces formalmente, un poco fuera de la convención en algunos casos. Yo tengo mucho del corte tradicional, bastante clásico en la manera de narrar pero a veces me salgo de las normas y adquieren formas novedosas fingiendo crónicas, publicaciones periodísticas, adopto el nombre de ficción de personajes que son autores famosos; en un cuento invento textos del Vizconde de Chateaubriand, por ejemplo. Habiendo leído “Memorias de ultratumba”, hago aparecer unos papeles perdidos que pertenecerían a sus diarios y la verdad es que me convence ese juego, esa ficción tan audaz, con mucha imaginación pero con mucha información también. Me obliga a trabajar aparte con variada documentación porque para ser verosímil una ficción así tiene que estar ambientada en los lugares en los que el personaje de origen frecuentaba, los quehaceres que lo ocupaban y fingir, remedar, también un estilo parecido. Tiene sus dificultades, pero también satisfacciones muy grandes. En otro de mis cuentos el personaje es Angelina Jolie, en un año difícil para ella en el que se había separado de su marido, tenía el bebé camboyano que habían adoptado muy chiquito y aparece una periodista, una mujer un poco mayor que ella y viéndola tan complicada, tan conflictuada con tantas cosas sin resolver, se pega a ella e inician una relación que bueno, hay que leer el cuento...

 

          Y así, muchos.“La mujer ágrafa” es ciencia ficción, y el “y otros infundios” es un agregado en el título que da pie a pensar que todos son infundios, y es que lo son: la ficción es mentira, es una mentira que parece verdad, esa es la virtud que tiene. Si bien hasta ahora se mantiene inédito, cada tanto concurso para tener alguna chance. Allí me fue muy bien en esos dos concursos que mencionás y estuve entre los mejores. Ser finalista de diez o ser finalista de veinte para los cientos de escritores que participaron es un excelente resultado.

 

8 — Por teléfono me anticipaste que estás organizando un volumen que se titulará “La mirada corta”.

 

          ROA — Sí, a principios de año retomé el proyecto de hacer una especie de antología personal de la totalidad de mi obra poética, que ahora alcanza los cuarenta años desde mis primeros textos legibles. Cinco libros nada más, soy muy riguroso, tengo mucha paciencia para dejar decantar los materiales antes de decidirme a publicar uno. Había encontrado un título, “La mirada corta”, que creo representa bien el enfoque central de mi poética.Había empezado una selección pero al llegar al último libro, “Registros de hora prima”, me encontraba en una encrucijada rara: me iba a resultar muy difícil elegir los textos de ese libro porque escapan bastante a las formalidades de la poesía —es poesía en prosa, diría yo—. En algunos de estos textos la tentación de la narración es muy grande, pero pienso que el perfume, el aroma de la poesía no deja de estar nunca. Por lo tanto, no me sentía en condiciones, además no tenía tiempo ni ganas de hacer esa selección y le pedí a Silvia Castro que leyera, ella conocía muy bien mi obra. Silvia es una excelente poeta y fotógrafa, y severa crítica, no iba a hacer concesiones e iba a elegir lo que realmente le parecía lo mejor. Bajo ese concepto de “la mirada corta”, hay un estilo, se puede decir que más que estilo es un concepto en mi poesía, que toma una distancia intermedia entre el yo y el exterior más lejano y abstracto, la sociedad, la historia; elijo la distancia entre las personas, la distancia entre el entorno más inmediato de uno, el barrio, las fronteras cercanas del yo poético. Y creo que eso está en todos los libros en forma preponderante. Y bueno, así se armó, porque Silvia ya terminó su trabajo y “La mirada corta” espera ocasión propicia —o sea tener unos pesos— para poder editarlo y no sé si saldrá este año o el año que viene, pero cuando se pueda lo voy a sacar y posiblemente con la editorial La Carta de Oliver. El último libro, “Registros de hora prima”, lo hice allí porque Santiago Espel es un buen poeta y también un excelente editor, un solidario y riguroso editor, eso es lo que uno pide y lo que más desea: que no impriman a libro cerrado, y Santiago Espel es de los que hacen su trabajo muy bien.

 

9 — ¿Cómo te llevaste, y cómo te llevás con algunas aspiraciones que pudiéramos denominar utópicas?

 

          RA —No sé si tuve alguna vez aspiraciones determinadas, de las que luego podría llamar utópicas. Creo que fui eligiendo según la marcha del camino, a medida que se daban los acontecimientos, cuando se frustraba un camino tomaba otro, pero no quería lo que se establece como “el rumbo del éxito en la sociedad”: el dinero, una posición, un determinado status, nada de eso. Cuando era chico siempre me decía que si eso era lo que regía, que si eso era lo que se podía obtener con facilidad en este mundo, eso no me interesaba.

Yo quería otro tipo de cosas, conocer, saber de todo, tenía una mente enciclopedista y de tipo espiritual pongámosle. Hasta que me di cuenta años después que me fascinaba la frecuentación del arte, como espectador o lector en principio, y si pudiera hacerlo mejor. Entonces no tengo frustraciones, porque nunca me conduje hacia algo prefijado, fui encontrándome conmigo mismo, siempre tomé lo que venía e hice con lo que venía lo mejor que pude, por lo tanto no conservo en mí una cosa como frustración o decepción.

 

          Siempre uno tiene una cosa pendiente en la vida, y tiene un matiz utópico que es el amor, ¿no? El amor va y viene, pero cada vez está cumplido, no valen las lamentaciones o balances postreros, sobre si lo que se vivió, valió. Entonces, yo creo que el amor es renovable y por lo tanto la utopía es en sí mismo el amor (el amor físico, el amor de hombre-mujer), que siempre se renueva, hay otro delante.

 

          En lo que podría decirse que sí tuve una decepción fue con las aspiraciones de cambios grandes en la sociedad en la década del setenta, un cambio rotundo de paradigma social y económico que trajera más justicia y equidad para todos los hombres. Esa sí que es una utopía también, pero uno se acostumbra cuando va creciendo, se da cuenta que esa utopía es tan grande que si bien vale la pena seguir luchando por ella, es fácil que se frustre. En ese sentido tampoco soy un desencantado que me haya abrumado la situación. Estuve cerca, estuve peleando en aquellas trincheras de entonces pero después, sin bajar las banderas, las he adaptado a mi manera.

 

          Yo vivo en el borde de la sociedad, me refiero a que vivo en el borde de lo económico y de lo social. Es un lugar que me queda bien, me siento cómodo, no paso estrecheces pero nunca me sobra nada. Tengo el dinero que necesito para las cosas que me procuro: el confort, la necesidad de alimento material, intelectual y espiritual, y por lo tanto, eso hago: estar en los márgenes.

 

10 — Jorge Leonidas Escudero (1920-2016) pretendía “Mirar el objeto y al mismo tiempo mi centro para ver si veo más allá de las distorsiones.” ¿Expresarías de modo similar lo que pretendés?

 

          RA — Es buena y profunda la frase de Escudero, coincido en parte porque tiene muchos filos, se la podría “diseccionar” en retazos. Pero a mí me gusta la de Juan José Saer que dice “un miope debe ser modesto: la mancha móvil ocupa todo su reducido campo visual y aniquila, sin malignidad, lo demás” —es de una partecita de “Argumentos” (una serie de relatos breves).

 

          Yo a mis alumnos de taller solía decirles que asomarse a lo poético es crear la dimensión de un objeto nuevo. A partir de nosotros, de nuestra mirada, dirigirnos hacia cualquier cosa: una persona, un lugar, un paisaje y verlo profundamente con esos ojos nuestros. Y en el medio de esa mirada, en el ir y venir, en la frecuentación honda y profunda, generar un objeto o ente distinto. Ese objeto, ese ente distinto es el poema. Cuando lo hemos logrado después de varios intentos, ese puñado de versos expresan una nueva realidad, esa es la relación que, con suerte, podemos lograr. Haber podido hacer con lo otro, con lo que no es de uno, lo que uno desea, lo que desea expresar, y ése me parece que es un pequeño o gran hallazgo. Pero es un secreto que pocas veces se habla de él, lo reconocemos muy de tarde en tarde.

 

11 — Para el autor de “Las nuevas generaciones”: ¿Qué poetas jóvenes —o no jóvenes, pero que hayan comenzado a publicar en los últimos años— más te interesan?

 

          RA — Esa es una pregunta comprometida y difícil para responder sin consultar las lecturas de los últimos tiempos. Siempre se es injusto, por ahí alguien que uno no querría omitir queda afuera, pero voy a arriesgar. A mí me gusta mucho la poesía de Carina Sedevich, la cordobesa; de Jotaele Andrade, el poeta de Azul, provincia de Buenos Aires; la poesía de Carina Nosenzo, de Río Negro, Eliana Navarro, Cecilia Fresco —que vive en Villa La Angostura ahora, como Diego Reis—, Paz Levinson, Carolyn Riquelme, de Bariloche, María Inés Cantera —de acá, de la Comarca Viedma-Patagones... Sería innumerable la lista, me quedo ahí con esos nombres. Esos poetas más o menos expresan, dentro de lo que he leído, lo que me ha gustado más, pero siempre el motivo está relacionado con la entrega. Hay gente que escribe entregándose, escribe con todo el cuerpo, escriben con sus sensaciones y con sus sentimientos, escriben para pensar, no piensan para escribir; y eso se nota mucho, suele notarse cuando un escritor o un poeta ha planeado lo que escribe y no está mal, pero yo aprecio el trabajo de esperar a que el inconsciente nos dicte las palabras, eso es lo que prefiero, eso es lo que intento yo y a veces lo logro y eso es lo que más me satisface.

 

12 — ¿Comidas que preferís y comidas para vos incomibles? ¿Bebidas que te entusiasman y bebidas desagradables?

 

          RA —Bueno, el gusto es de las cosas que cambian según las edades, según los lugares, según las personas con las que compartimos la mesa. Nunca he sido refractario a un tipo de comidas, no lo recuerdo... Ah, sí, la sopa de tapioca que hacía mi madre cuando éramos chicos. Era insoportable, la rechazaba.

Después, los platos que al chico le gustan son milanesas con puré, por ejemplo. El puchero viene después, el puchero es el que come el padre, y que uno después cuando se hace más grande lo puede apreciar. En una época, con una pareja que tuve en Comodoro Rivadavia —porque residí también un año en Comodoro Rivadavia—, habíamos conseguido no me acuerdo por qué medios, si lícitos o más o menos, un curry de la primera calidad, importado —vaya a saber de qué origen—. Y solíamos hacer un pollo al curry con arroz (cuando había plata para pollo, sino arroz con curry solamente), que nos tuvo muy entretenidos por una razón muy sencilla: descubrimos que ese curry es afrodisíaco. Entonces se puede decir que pasamos una temporada de luna de miel con un curry tan bueno.

En cuanto a bebidas he tomado preferentemente vino, hasta hace tiempo, que dejé de beber alcohol, hará quince años. Era hombre de vino tinto y de damajuanas, el vino en damajuanas y el mejor que se pudiera conseguir, ¿no? A veces no se podía y a veces nos parecía buenísimo el Parrales de Chilecito, y sino, excepcionalmente, una botella de vino de reserva, un Cabernet Sauvignon, un Malbec. Pero la bebida que siempre ha perdurado una vez que la conocí —más o menos lo que se puede decir bien— fue el champagne.Ahora el único alcohol que tomo es champagne, un poquito siempre para las fiestas. Y yo que creo que el champagne va bien con todo, si te cae bien va bien con todo. El champagne demi sec es perfecto, o el brut. Hasta el brut me he animado, es un poco astringente pero se saborea bien.

          Respecto de las desagradables: la leche, y las tóxicas, para mí intomables, bebidas cola de diverso origen y composición.

 

13 — ¿Qué opinión te merecen las poéticas del norteamericano Gregory Corso (1930-2001), del español Blas de Otero (1916-1979) y del persa Omar Khayyam (1048-1131)?

 

          RA —A la generación beat norteamericana llegué tarde, como llegué tarde a los Beatles, a muchas cosas de esas décadas. Llegué tarde y me lo lamenté, porque cuando descubrí el Aullido de Ginsberg, ¿cómo no respingar, no? Es bravo enfrentarse con el Aullido. Leí un poco de Ginsberg, después de Ferlinghetti, de Kerouac, de Burroughs. Burroughs me interesó muchísimo, pero a Corso no llegué, o si llegué lo leí en alguna antología y entonces no se puede apreciar si es una muestra de tres o cuatro poemas, y nunca lo busqué especialmente, por ejemplo en algún blog que se dedica a la poesía universal tiene que haber muy buenas muestras de Gregory Corso, pero no lo disfruté.

En cuanto a Blas de Otero, cuando estaba preparando la edición de mi primer libro, “Antes que nada”, uno de mis poetas más frecuentados era él. Me daba en la tecla de lo que necesitaba en ese momento, al punto que uno de los poemas que más quise de ese libro tiene epígrafe de Blas de Otero. Dice: “y un golpe, no de mar, sino de guerra, que destierra los ángeles mejores”. Eso es de Blas de Otero, y me marcó, esa lectura me marcó para siempre, inclusive para dejarlo estampado en un libro mío.

 

          Y de Omar Khayyam, “Las Rubaiyatas”, que leí en edición de Losada por supuesto, la más difundida entre nosotros. Me impresionó mucho la cultura que expresaba y cómo la expresaba, con qué brevedad y en pocas palabras hacía un hedonismo militante: cantarle al vino, cantarle a la naturaleza, cantarle al amor, a las mujeres. Me parecía maravilloso, era como transportarme a otra cultura, realmente, nunca había leído cosas así. Nunca había leído en castellano a un poeta así, y además la forma me caló hondo, y ahí empecé a fijarme en el poema brevísimo, los aforismos, los epigramas; que cuando descubrí a otros como Antonio Porchia y a Raúl Gustavo Aguirre, me hice muy afecto a esa forma.

 

Esa era una ambición, ¿ves? Es una ambición que tenía: poder captar algo de ese aroma de poesía, de ese perfume de poesía condensadísimo y que después lo encontré en otros autores, en Juan José Arreola por ejemplo, el mexicano, o Marcel Schwob, el autor de “El libro de Monelle” y “La cruzada de los niños”. Mirá, justamente a estos dos últimos admiraba Borges, pero no los honraba mucho. Es para admirarlos pero no se los puede imitar, de ninguna manera se los puede imitar. Pero se te puede colar la forma adentro tuyo, y a veces salir algo que tenga que ver, un parentesco más o menos cercano pero es muy ocasional; yo lo he hecho en “Croquis de un tatami”, en “Aguas de socorro” también. En “Croquis de un tatami” he hecho toda una sección con esos “textos anómalos” como dijo una profesora, donde uno no distingue demasiado bien entre el aforismo, el epigrama, el poema breve y el brevísimo. Y me sigue tentando mucho, y cada tanto soy rozado por el ala de esa mariposa extraña de la brevedad, por ejemplo, cuando digo “con la poesía nunca se sabe”.

 

Raúl O. Artola selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

 

del barro a la madera

 

Estamos tocando la vida

con la punta de los dedos

como aquella vez que un hombre

encendió la primera palabra

y fundó el fuego,

ese hombre de barro original

reseco después de tantos siglos.

Con temor por la cornisa,

buscamos la madera perfecta

que soporte el paso de todas las aguas

y el calor de cada sol del universo.

 

Dioses pequeños, conmovedores gepettos

del asfalto y los relojes,

taumaturgos frustrados pero tercos,

bailarines del alma,

criaturas a cuerda con la boca cosida

y amores dispersos,

renovadas legañas del Ojo que duerme,

manos del hastío aburrido de sí mismo,

cañas que pujan por despertar los colores

de la paleta del último pintor

hecho con el barro viejo,

ése al que empiezan a crecerle

los pies y las piernas

de una extraña madera,

indestructible.

                                                                                                                              (de “Antes que nada”)

 

 

hombre frente a una ventana

 

La luz tiene cadalsos oscuros

que reciben su matriz desde la noche.

Mira el hombre los destellos intermitentes

detrás de la ventana

y completa los espacios con figuras astrales,

los caballos de las medias horas,

los gatos de quince  minutos,

los lobos que vienen cada sesenta segundos

a bloquear los valles claros

en la pantalla de cine.

Y dos viejas encorvadas de luto

llevan flores a los muertos

para que con el perfume gocen.

La serenidad de la luz permite

estas agonías intrépidas

en su moviola segura y lenta.

El hombre sigue frente a la ventana

cuando escucha a sus espaldas

una rapsodia electrónica que le refuerza el alma

para sufrir todos los cadalsos,

una por una las tropillas,

la llegada felina de los cuartos.

Sin sobresalto, el hombre

mata puntualmente los lobos del minuto

y las viejas huyen con sus ramos inútiles.

                                                                                                                            (de “Antes que nada”)

 

 

El aire no es gratis

 

Tengo por especialidad el cero,

la nada, el escardillo,

la nata de la leche,

los palenques de almacén

de copas y ramos generales,

la sinrazón del miedo,

la espuma de los días,

el coraje de los chicos

en la escuela,

las escobillas de una batería,

el barro de los nidos,

la fisiología del pájaro,

que con poco se conforma.

Todo eso que no es mío

me viste el corazón y lo amuralla

de los vientos de la mala conciencia,

del pecado de no ser,

del ojo que no ve lo que gritan

las calles,

de la negrura que baja

de palcos y de púlpitos.

Y sólo a veces

alcanzan los andrajos

para abrigar esa lumbre indecisa,

un fueguito

al pie de mis desvelos,

luz que viene desde lejos

y nunca me abandona.

 

(Miro a mi compadre,

pita fuerte antes del trago

de ginebra y asiente

con un gesto de cabeza.

Me quedo más tranquilo).

                                                                                                                                               (de “[teclados]”)

 

 

El eco del espejo

 

Como el preso que barrena

el fondo de su celda

y no halla nada

no hace el túnel no ve luz

se cansa solamente

y ni una mano vieja

encuentra en la tarea.

 

Como el minero con su pico

que abre paso en roca viva

por metal o piedras o carbones

sin descanso ni agua ni alimento

hasta que baja el sol

y se fatiga.

 

Como el hombre vencido

por algunas cuestiones con la vida

que rema una chalupa

en el desierto

y no hay brazos que alcancen

para mover esa madera

seca y clavada

en el sueño del agua.

 

Como el niño que besa el vidrio

del espejo y cree que besa

a un niño que se le parece

demasiado para ser real

y siente que el frío

de tan pulida superficie

es peligroso como el hielo.

 

Cae y golpea la nuca

en una silla y no hay nadie

y el grito que sale de su boca

no se oye no es un grito

es el espejo que repite

el beso como un eco

de los remos en la arena

como el pico del minero o del preso

que retumba en la nada

de la inmensa soledad.

                                                                                                                                          (de “[teclados]”)

 

 

Landscape

 

En la pintura

se ve una gris

casa de leños,

antigua y sólida,

en medio del bosque.

Parece confortable,

un edén posible

para hacer la vida

libre y volátil

de la imaginación,

siembras y cosechas,

amores y comidas.

De pronto, el cuadro

se abre ante nosotros,

nos devora

y dentro encontramos

moho, alimañas,

tabiques vencidos

y un acre olor

a leños húmedos.

Vive gente allí

que se recela

y duermen

con un ojo abierto

y la mano

en el hacha.

                                                                                                                                           (de “[teclados]”)

 

 

 

El cuerpo y el alma andan juntos. Hay pruebas de ello. A la mañana, cuando despertamos con el cuerpo dolorido, hemos tenido pesadillas, casi siempre, aunque no las recordemos. Otras veces, me dijo una mujer, nos sentimos angustiados, tristes, y los huesos se quejan amargamente. ¿Hace falta un manual médico o psicológico, que clasifique y mensure estas comprobaciones? ¿O una nueva Biblia que las parafrasee? Así habló mi amigo, el guardagujas de Zapotlán, con una cataplasma en la espalda y una pierna enyesada, mientras velaba un duelo extraño, la muerte de la calandria vespertina que vivía en un ciprés de su otro amigo, el publicista de Lisboa, que fuma, fuma y fuma sentado en el umbral.

 

(de “Registros de hora prima”)

 

*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Viedma y Buenos Aires, distantes entre sí unos 900 kilómetros, Raúl O. Artola y Rolando Revagliatti, 2016.

www.revagliatti.com.ar  

con el poeta Miguel Osorio y el narrador Pablo Tolosa

Raúl Artola con Silvia Castro

con los poetas Diego Reis 

y Carolyn Riquelme

Claudio Félix Portiglia: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

 

Claudio F. Portiglia nació el 13 de enero de 1957 en Junín, ciudad en la que reside, provincia de Buenos Aires, la Argentina. Es Profesor en Castellano y Literatura, egresado en 1980 del Instituto Superior del Profesorado Junín. En 2004 obtuvo Capacitación Universitaria en Comprensión y Producción Oral y Escrita en la Universidad Nacional del Noroeste de la Provincia de Buenos Aires. Entre 1996 y 2000 fue director de la escuela de periodismo TEA y DeporTEA “Tendencias XXI” en su ciudad. Ha sido co-fundador y co-director de las publicaciones “Horizonte de Cultura” (1989/1995), “Junín es Plural” (1997/1998), “Las Doce y Una” (2010/2011). Fundó el Centro de Estudios Regionales y Nacionales (CERyN) y fue su director entre 1988 y 1994. Fue co-fundador y expresidente, por tres períodos, de la Sociedad de Escritores de Junín. Entre otras distinciones recibió en 1993 la Faja de Honor de la Asociación de Escritores Argentinos (ADEA) por su libro “La espiga se declara soberana”. Colaboró con artículos y poemas en numerosos diarios y revistas nacionales y extranjeras. Fue incluido, por ejemplo, en las antologías “100 poetas contemporáneos” (1985), “Antología interregional de cuento y poesía” (1986), “Poemas del encuentro” (1991), “Poesía argentina contemporánea”, tomo 1, parte vigésima (2013), “Poesía argentina contemporánea 50º aniversario 1965-2015” (2016). Sus libros de ensayo son “Signo y destino de Hispanoamérica” (1992), “El gran errador” (1997), “La cancelación de lo útil” (2006, edición digital en www.claudioportiglia.com). Poemarios publicados: “Develando sueños” (1979), “Álamos y yunques” (1986), “Los ojos, los miedos” (1993), “La espiga se declara soberana” (1993), “Libreta de almacenero” (2000), “Cabría preguntarme” (2007), “La mosca de la fruta” (2008, edición digital en su Sitio de autor), “Cuotas partes” (2009), “La travesía” (2013), “Bella y transitoria” (2016).

 

 

1 — En el poemario “En el invierno de las ciudades” de Tennessee Williams (versión castellana de Juan José Hernández y Eduardo Paz Leston, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1968) doy con estos versos: “Le cuentas tu vida, o lo que el tiempo, o cierta prudencia/ te permite contar…” ¿Qué nos contarías, Claudio, de tu vida, o lo que el tiempo, o cierta prudencia te permita contar?

 

          CFP — Nací y viví siempre en Junín, salvo breves estadías por estudio o por trabajo fuera de la ciudad. No sé si algún episodio concentra algún interés. Soy hijo único de un matrimonio malavenido. De muy chico fui muy feliz con mi papá, quien salido del ferrocarril con la huelga del '61, se compró una vieja chatita Chevrolet ‘27 y se convirtió en una mezcla de holgazán y ciruja, aunque al llenar los formularios de la escuela me instruyera para que lo citara como comerciante. Me gustaba recorrer con él los campos y las chacaritas de la zona; y me gustaba, sobre todo, viajar atrás, en la caja, soportando los barquinazos por los caminos de tierra, con la honda al cuello, y sosteniéndome entre fierros viejos, fardos de lana y atados de cerda. Sin embargo, a medida que crecían las peleas y que faltaban la comida y todo lo demás, fui recostándome del lado de mamá. Se separaron cuando yo empezaba la secundaria y viví la circunstancia con bastante vergüenza. En adelante, la relación con mi padre tuvo vaivenes hasta su muerte, ocurrida seis o siete años atrás, mucho después que la de mi madre. En grandes trazos, y por afuera de la escuela en la que fui buen alumno, mi infancia y mi adolescencia transcurrieron en torno a una pelota y sus derivaciones: figuritas, revistas, relatos radiales, proyecciones que llenaban mi imaginación. Siempre me gustó la soledad y sinceramente no conozco el aburrimiento; aunque tuve muy buena vida social y nunca me faltaron grupos y barras con las que alternaba mis inquietudes. A los 17, dos días después de la muerte de Perón y con el país paralizado por el luto, me sacaron en ambulancia hacia el viejo Instituto de Cirugía Torácica de la avenida Caseros, en Buenos Aires, donde me operaron de un pulmón y permanecí internado hasta la primavera. No faltaron quienes creyeron que no volvía; yo no, yo sabía que volvería a Junín donde había quedado mi primera novia con la que, sin embargo, rompí. La convalecencia fue larga y también en este caso sentía vergüenza de mi cuerpo escarbado y con un par de costillas aserradas. Recién por los 19, ya en el Profesorado, recuperé la autoestima y reincidí. Esos dos años en los que me guardé coincidieron con los años más oscuros de la vida del país y a veces pienso si la contingencia no terminó resguardándome. Vi crecer a Junín desde la ciudad baja y tranquila que recuerdo cuando asesinaban a Kennedy y yo escuchaba la información por la propaladora hasta esta ciudad moderna y dinámica que es hoy. Quiero a mi ciudad. Y aunque coqueteé y coqueteo, a veces, con la idea de radicarme en Buenos Aires, nunca tomé la decisión. Atendí un kiosco, fui auxiliar en una escribanía, trabajé para más de una bodega, ocupé algún cargo gerencial, fui representante de vinos, conocí el país. De todo aquello me quedan horas imborrables en la memoria y dos experiencias que me marcaron: conocer el mar y conocer las cataratas. Me casé, soy padre de cuatro hijos, me separé, conviví, me separé, probé parejas por afuera de la convivencia, las pruebo, todavía, cada tanto. Amo, sin embargo, una mujer a la que prometí no tocar.

 

2 — Dictando diversas asignaturas ejerciste la docencia durante más de tres décadas. Ya jubilado, ¿cómo las rememorás?

 

         CFP — Con la docencia —igual que con el periodismo— he tenido una relación ambivalente: Por un lado, me gusta la profesión; me gusta enseñar lo que aprendo y me gusta, más que nada, aprender. Dicté más de cuarenta asignaturas diferentes a lo largo de tres décadas y pico y en todos los niveles y mantuve una excelente relación con los alumnos, muchos de los cuales hoy son mis amigos. Pero, por otro lado, nunca me sentí cómodo con el sistema: ni en su vertiente burocrática, ni en su vertiente específicamente pedagógica, ni en la manera con la que la mayoría de mis colegas asume la profesión. Colaboré con numerosos proyectos, impulsé otros tantos, pero desde una incomodidad que nunca superé. La jubilación, en ese aspecto, me trajo cierto alivio; aunque extraño el contacto con los alumnos y ese aprendizaje que cada cuatro o cinco años cambia de paradigma. No me interesaron los cargos y nunca los busqué, ni siquiera “pensando en engordar la jubilación” que, como sabrás, es magra. Sólo dirigí la escuela de periodismo que fundé y con la que me fundí antes de que pudiera disfrutar de algún rédito. Me quedó la satisfacción, sin embargo, de haber sacado una camada de periodistas que hoy trabaja en distintos medios y de haber publicado una revista que pegó fuerte y que cambió la forma de hacer periodismo que hasta entonces predominaba en la ciudad.   

 

3 — “El periodismo en la encrucijada”: así se llamó el seminario que dictaste en 1993 en el Instituto Superior del Profesorado Junín. Perdura en la encrucijada el periodismo, ¿no?

 

          CFP — Vive en una encrucijada permanente y eso tal vez sea característico de la profesión. En mi respuesta a tu pregunta anterior algo insinué al respecto. El problema central pasa, a mi entender, por la tensión que se genera inevitablemente entre el periodista y la empresa para la que trabaja. Que yo entiendo que debe ser fuerte, contra alguna opinión mayoritaria en contrario. Sin empresas fuertes, sólidas en lo económico y con espaldas anchas en lo político, el periodista carecería de recursos para trabajar. Lo he vivido, lo vivo en carne propia. Pero esa misma provisión de recursos limita la independencia de criterio, la libertad de opinión, consciente o inconscientemente. Es muy difícil figurarse un periodismo independiente en el sentido acabado del concepto. Por eso yo soy un defensor encendido del sistema republicano y de las libertades acotadas pero plurales que la república permite. Entiendo que de la porción de verdad y la porción de mentira y hasta de engaño o manipulación que pudiera surgir de cada medio, surge, para la sociedad receptora —que tampoco es toda la sociedad, sino una porción bastante minoritaria— algo parecido a la verdad verdadera. Y la verdad verdadera la marcan los hechos, no las interpretaciones —menos, claro, la propaganda— o las mil maneras de comunicarlos. Respeto más a los colegas que informan que a los colegas que opinan, aunque soy respetuoso de las opiniones y tengo las mías y también exijo respeto para ellas.

 

4 — En tanto autor de los anteproyectos “Casa de la Cultura ‘Junín entre dos océanos’” y “Gimnasio de ideas”, ¿qué nos podrías trasmitir?

 

          CFP — Así, en conjunto, porque se trataba de una misma idea, que lo viví como una gran decepción. Junín tuvo un intendente, Abel Miguel, que gobernó por cinco períodos consecutivos a partir de 1983 y la recuperación de la democracia. Yo lo había criticado bastante desde los medios que tuve a disposición. Igual me convocó para trabajar en las comisiones del "Plan Estratégico" que impulsó durante el que sería su último mandato. Fui con prevenciones y terminé entusiasmado, porque el equipo de cultura que formamos con cinco o seis personas más congenió y aportó resultados más que interesantes. Conservo todavía dos grandes tomos ilustrados en los que se describían todos los proyectos en vista a un "Junín 2005", tal era la expectativa hacia finales del milenio. El intendente que sucedió a Miguel y que gobernó hasta diciembre pasado, Mario Meoni (de la misma Unión Cívica Radical, pero rival interno del primero) llevó, incluso, como primera propuesta de su campaña proselitista la conformación de una Casa de la Cultura y su complementario “Gimnasio de ideas”. Pero ya en el ejercicio de sus mandatos tomó otro rumbo. No sé si equivocado; tal vez no, porque después de ciertas vacilaciones con las dos primeras direcciones de cultura, terminó con una gestión impecable de Romina Massari; pero distinta, bien distinta de aquella que imagináramos y que fue absorbida desde el sector privado. Junín, de todas maneras, tiene un par de museos de arte, otro histórico y algunas dependencias afines —incluida la anual Feria del Libro que va por su décima primera edición— que suple lo que alguna vez imaginé como casa de la cultura.

 

5 — Desde tu ciudad lanzaste en 2001 el “Movimiento Poesía”, encuentros nacionales e internacionales de poetas que coordinaste hasta 2011. Sabrás que muchos seguimos valorando aquella iniciativa.

 

          CFP — Me alegra saberlo y gente como vos cada tanto me lo recuerda. Fue una experiencia muy rica para mí, pero con la que no volvería a insistir. Más allá del desgaste, terminé con cierto desencanto y siento, con justicia o sin ella, que el Encuentro de Poetas de Junín fue una víctima temprana del atropello que produjo el 54% y la consecuente grieta que deslució al país. Había surgido, vaya paradoja, como reacción a otro espasmo político: el del golpe que se cargó a de la Rúa. Yo acababa de separarme por segunda vez y entre la crisis social y la crisis personal, busqué la tangente y salí por el lado de la poesía. El primero de los encuentros fue en casa, bastante informal y con algo más de una veintena de amigos que llegaron desde distintos lugares. Firmamos un Acta Fundamental —tampoco muy formal que digamos— y propusimos una itinerancia que finalmente no ocurrió, salvo un encuentro en Buenos Aires, en casa de la recordada Graciela Wencelblat [1947-2014]. Al año siguiente, 2002, para la semana fijada se desató en el país un terrible temporal que, sumado a la extrema flacura de los bolsillos, redujo la concurrencia a no más de diez o doce y casi todos locales o de la zona. Si no recuerdo mal, sólo la por entonces infaltable Patricia Díaz Bialet y Nora Alicia Perusin, a quien había conocido recientemente, vinieron desde lejos. Y el salto, grande, lo pegamos en 2003 cuando la anunciada presencia de los norteamericanos Craig Czury y Heather Thomas produjo un efecto contagio y pasamos la barrera de los cuarenta asistentes. Salimos de casa y llevamos el encuentro al Colegio de Arquitectos, donde repetimos un par de veces, antes de pasar por dos clubes y recalar finalmente en la Sociedad Española. Para ese tiempo, la Municipalidad nos había ofrecido integrar el Movimiento a la Feria del Libro y así fue que coexistimos en las últimas cuatro o cinco ediciones. Sería injusto no mencionar, además, la colaboración desinteresada del Hotel Copahue que cedía una de sus salas de conferencias para la jornada de apertura de cada año. En total, pasaron más de trescientos poetas sin que palpáramos de ideas a ninguno de ellos, sin que lucráramos absolutamente con nada y sin que primara el amiguismo del “te invito para que me invites”. Algo, sin embargo, falló y a mí se me terminaron las ganas. Como no soy ni nostálgico ni utópico, no extraño los encuentros ni proyecto recuperarlos. Estoy abierto, no obstante, a colaborar con quien lo amerite.

 

6 — ¿Quién es el gran errador?

 

          CFP — Tal vez un alter ego, tal vez el poeta, tal vez yo. Por aquello que decía Jean Cocteau de que "el poeta es un mentiroso que siempre dice la verdad" —caracterización que suscribo—, asocié el errar del equívoco con el errar del caminante y generé el neologismo con el que titulé mi ensayo. El tema es la misión del poeta en el siglo veintiuno y lo escribí a comienzos de los '90, en plena efervescencia de las teorías posmodernas; con alguna de cuyas variantes, coincido. El apéndice del ensayo surgió de una conferencia que dicté en Santiago del Estero y que publicó el diario “El Liberal”. Allí tracé los lineamientos de lo que después sería el desarrollo, que también expuse en otras conferencias en Las Leñas, en Mendoza y en Buenos Aires. En 1997, hilvané y publiqué un pequeño tomo que insumió dos ediciones. A comienzos del siglo, inicié una continuación y actualización a la vez, que lleva por título "La cancelación de lo útil" y que redondeé en 2008, pero que no edité en papel y que tal vez ni siquiera haya dado por concluido. Allí me salgo de los canales del poeta y busco una explicación de ese gran útil, apto para todo servicio, que ha dado en llamarse “dios”.

 

7 — ¿Así que “Cuando apareció Messi yo tenía los ojos llenos de Riquelme. Y no lo vi.”?...

 

          CFP — Sí. Destaco, antes de ampliar, tu olfato para rastrear en páginas perdidas cosas que he dicho. Me sé reiterativo con el fútbol; y no sólo con el fútbol, con otros deportes también; sobre todo, con el boxeo y con el tenis. Difícilmente deviniera escritor si hubiera podido calzarme la 10 de Boca. O la 3 de Silvio Marzolini, que fue mi ídolo durante la infancia y en cuya posición de lateral con predisposición para el ataque me gustaba jugar en los campitos. Pero vuelvo a tu pregunta. Mi atención, antes que en los resultados, se concentra en el juego. Cuando al talento y a la destreza física se le suman inteligencia, capacidad de observación, de ubicación y de asociación, paciencia para la elaboración de las jugadas, sorpresa y cambio de velocidad, justeza en la pegada y precisión en los pases disfruto de manera muy particular. A muchos les sucede con la música, yo percibo la música en el juego, aunque penetre por los ojos. El ritmo que trato de imprimir a mi poesía —a la prosa también, pero me interesa menos— lo he copiado del fútbol, del boxeo y del tenis, antes que de otros poetas. Me manejo con registros más bien clásicos. Metros de once, de siete, de doce, de ocho, de diez que combino según aconsejan las circunstancias y que quiebro, por ahí, o interrumpo para provocar un silencio, un intersticio, un vacío, una suspensión. Mientras sucede, veo el conjunto y cómo se acomoda. Por eso, con el tiempo, prescindí de la puntuación, que casi no utilizo, y de la organización sintagmática o paradigmática que manejo con aparente desorden o con aparente capricho. Me parece que es el mismo ritmo puesto a disposición del concepto el que tiene que llevar al lector a las pausas, las aceleraciones, los repiqueteos que lo conduzcan a una comprensión y a una sensación que enriquezcan las mías. Lo aprendí mirándolo a Juan Román Riquelme —antes a Ricardo Bochini, claro, o a Zidane—; pero también mirando cómo boxeaban Muhamad Alí o Sugar Ray Leonard, o el Uby Sacco u Óscar de la Hoya; mirando cómo regulaba los tiempos y quebraba la muñeca Roger Federer, o como se desplazaban Steffi Graf o Gabriela Sabatini. A Messi, cuando apareció, no lo vi. Riquelme estaba en plenitud y en el Barcelona se lucía Andrés Iniesta, su discípulo. Por características, ellos satisfacían mejor las cosas que yo busco. Pero Messi aprendió y hoy también me enseña, además de hacerme feliz cada vez que toca la pelota.

 

8 — ¿El automovilista Juan Manuel Fangio (1911-1995), el cantor Carlos Gardel (1890-1935), el boxeador Nicolino Locche (1939-2005), el artista plástico Antonio Berni (1905-1981) o el tenista Guillermo Vilas (1952)?...

 

          CFP — Corro con la desventaja de no haber sido contemporáneo de Fangio y de no interesarme demasiado por autos y carreras. Sí me gustó mucho Carlos Reutemann por las mismas razones que expuse en la respuesta anterior. Cuando Locche estuvo en su esplendor, yo era demasiado chico; y cuando lo vi, sobre el final de su carrera, ganar un par de peleas sin haberlas ganado y perder, finalmente, con el Kid Pambelé, se me desdibujó bastante la leyenda. Parecido me sucede con Maradona: lo admiré, lo admiro y creo, como la mayoría, que ha sido el más grande; pero yo no me banco la picardía de un gol con la mano, ni siquiera para avanzar en un Mundial, ni siquiera tratándose de los ingleses. Menos me banco la irresponsabilidad del '94, cuando Alfio Basile había conseguido la mejor línea de juego que vi en seleccionado alguno y el Mundial de los Estados Unidos nos estaba servido en bandeja. Gardel fue ídolo de mi padre; a mí, que me apasiona el tango y la poesía que contiene, me gusta más en la voz y en la interpretación de Roberto Goyeneche. Berni es un referente al que siempre estoy volviendo; miro mucha pintura, conviví con una pintora que me enseñó a mirar, y ese ritmo del que hablaba más arriba está presente en toda la serie de Juanito Laguna, de Ramona Montiel y en un cuadro que me podría pasar horas mirando que es “Manifestación”. También “La mujer del sweater rojo”, o “Los inmigrantes” u otros cuyos títulos no recuerdo, pero que muestran una familia reunida en torno a la mesa, en el campo, o una mujer sentada a la máquina de coser mientras una niña ensaya pasos de baile. Y ya que incursionamos por el arte visual, quiero referirme a dos artistas que también me marcaron: Víctor Grippo y Gyula Kosice. Con respecto a Vilas, yo de joven hinchaba por él; hoy optaría por José Luis Clerc en el caso de que se repitieran aquellos grandes duelos de los ‘80.

 

9 — ¿Cuáles son los temas o asuntos más recurrentes en tu poética, y en tus artículos y ensayos, y porqué?

 

          CFP — A mí me gusta vivir. Celebro la vida —la agradezco— y la vida sucede en presente: con sus placeres y con sus horrores. No espero premios ni castigos sobrenaturales; el día que se termine, se habrá terminado y no tengo ni tendré reclamos por hacer. Sobre estas cosas escribo. Es un puñado de temas, tal vez. O tal vez es un conjunto inabarcable. Tengo en claro que no soy un poeta social; por ahí, en todo caso, incursiono en el ensayo político —o histórico—. No soy indiferente, sin embargo, al dolor del prójimo ni a la injusticia. Me afectan de manera muy particular. Pero no siento que deba cantarles; no siento que sea ésa la función de la poesía. O, por lo menos, de la que escribo yo. Y tengo con el amor mis disputas severas: lo desprecié, como tema, durante mucho tiempo; después me fui reconciliando y hoy —cuando casi no lo ejerzo o lo ejerzo de manera diferente— ocupa un espacio central. Como ocupa un lugar central mi interés concomitante por el lugar común. El desafío consiste en volverlo

trascendente. Y con el desafío aparecen varios temas más: los límites, las fuerzas, las capacidades, lo que puede y lo que no puede ser, los sueños como expectativa y los sueños como drama. Cada tema, además, exige una entonación, una música; y esa exigencia —la del sonido— se convierte en tema a la vez. El fondo y la forma; ese eterno continuo.

 

10 — ¿Cómo ves tus primeros dos o tres poemarios?

 

          CFP — En la medida que puedo, no los veo. Están. Fueron el sostén para los que vinieron después que son el sostén de los que llegan ahora. No reniego, al contrario: agradezco que me hayan permitido insertarme, crecer. Hoy no escribo de aquella manera. Tampoco soy como era cuando los escribí. Al pasado lo miro como se mira por un espejo retrovisor: cada tanto y sin detenerme. El futuro me interesa mucho más. Es el espacio hacia donde voy y me gusta conocerlo. Los años en la ruta me enseñaron que los modelos importan poco, lo que importa es el rumbo. Si uno no tiene claro hacia dónde va, cuanto más sofisticado sea el modelo, tanto más pronto terminará extraviado. Y tampoco me gusta volver recurrentemente sobre tópicos que ya traté. Alguna vez dije —y sigo pensándolo de ese modo— que cuando dos libros de un mismo poeta se parecen demasiado, o el segundo está de más o están de más los dos.

 

11 — ¿Qué poetas y narradoras extranjeras preferís?

 

          CFP — Tengo una profunda ignorancia sobre poetas y narradoras extranjeras. Leí con placer a Rosalía de Castro, disfruté alguna historia de Clarice Lispector, me sorprendió, de joven, la potencia de Virginia Woolf. Pero no siento necesidad de releerlas y de a poco mi memoria va olvidándose.

 

12 — ¿Hay algún autor que te haya influido de alguna manera especial a la hora de conformar tu imaginario?

 

          CFP — Mi imaginario se construyó por etapas y cada etapa tuvo sus referentes. De adolescente, de jovencito, más que Neruda, que Vallejo o que Federico García Lorca —que concentraban las simpatías de los lectores de mi entorno—, yo preferí a los dos Machado. Después llegaron Blas de Otero, Luis Rosales, Ángel González, Rafael Morales y toda la poesía española de posguerra. Para esa época matizaba con los italianos. Quasimodo, Ungaretti, Dino Campana en especial. Vicente Huidobro me reveló alguna cosa y pasó como un chispazo; otro tanto me sucedió con Baudelaire. No así con Rimbaud y con Artaud, que siguen convocándome. Los chinos de la dinastía T'ang me rondan siempre. Los heterónimos de Pessoa. Nicolás Olivari, Raúl González Tuñón y los poetas del tango. Y Borges, siempre. Borges es, para mí, el paradigma de ese imaginario. Si me salgo de la poesía, la nómina se vuelve muy extensa: soy un buceador consecuente de los textos bíblicos, del Quijote, de algunos de los dramas de Shakespeare, de Camus —ah, Camus—, de Roberto Arlt, de Cortázar. Es mucho, es demasiado para nombrar y demasiado para olvidarme.

 

13 — Supuestamente, de la primera versión de “Memorias de Adriano”, sólo quedó en pie una frase. Marguerite Yourcenar destruyó el resto y la volvió a comenzar. Mercedes Salasach declaró que nunca había escrito un libro con menos de tres versiones. Gabriel García Márquez después de redactar unas trescientas cuartillas de “El otoño del patriarca”, consideró que había un error de estructura. Seis años después la empezó a volver a escribir, hasta que otra vez la interrumpió. Después de un año volvió a empezarla y ahí sí logró, conservando apenas el nombre del protagonista, concluirla. ¿Comentarios?

 

          CFP — No, no tengo comentarios para hacer ni soy lector entusiasta de ninguno de los nombrados. De García Márquez, la pieza más brillante que le conozco es la entrevista al exjefe guerrillero Mario Firmenich, que no tiene desperdicio. Sus novelas más famosas las pasé por obligación profesional; es poco y nada lo que me dejaron. A mí el ejemplo que me seduce es el de Enrique Banchs y el de Juan Rulfo, que necesitaron poquito para ser gigantes. Y me consuelo pensando como Borges que todo escritor tiene derecho a ser juzgado por sus mejores páginas —a veces, por unas pocas líneas—. De lo demás se encargará el olvido.

 

14 — Como comensal: ¿cocina francesa, armenia, italiana, criolla argentina, japonesa, española, peruana, árabe…?

 

          CFP — ¡Ja! Esto me gusta más que la literatura del boom. A ver: en principio, no soy partidario de las opciones excluyentes. Según la ocasión, según los estados de ánimo y aun el estado de salud, disfruto con todas. Lo único que no se negocia es la presencia de vino argentino. El clásico criollo de empanada y parrillada completa con ensalada mixta es una debilidad muy especial; pero tiene que ser preparado por expertos; si no, prefiero el bife ancho con papas fritas. Syrah, malbec o un genérico bien ensamblado completa la pretensión. Le sigue la española: mariscos, pescados, estofados, tortillas son siempre bienvenidos. Aquí maridan mejor el tempranillo o el merlot. Empanadas árabes como una vez por semana y las tortas de trigo las tuve que frenar por prescripción. Cualquiera de los tintos acompañan bien en estos casos. La cocina francesa me fascina para disfrutar con un buen acompañamiento femenino y el infaltable chardonnay. De la pizza de mozzarella con anchoas soy fanático y del cabernet sauvignon o el syrah para acompañarla, también. Las pastas me gustan todas y en todas sus variantes; si van con un chianti, mejor. Con la comida armenia tengo menos experiencia. Y a la peruana y la japonesa las descubrí y las disfruto de la mano de una nuera limeña a quien introduje a la vez en las bondades del sauvignon blanc o del tocai friulano para obtener muy buenos maridajes.

 

 

Claudio Félix Portiglia selecciona poemas de su “Bella y transitoria” para acompañar esta entrevista:

 

 

1

 

La uña grababa en la pared las iniciales de aquellos arrebatos

el amor todavía era una idea

y llegaste a creer con fundamento que futuros corsarios orbitales

un día encontrarían esos signos

los llevarían hasta sus planetas

un consejo de sabios al efecto descifraría el código escondido

sentaría las bases necesarias de la nueva conquista

dispondría recursos y estrategias

para que una civilización ya devorada por el azar del tiempo

recupere su voz se haga visible

en dos o tres grafías cuneiformes

 

2

 

No soltaste una estrella

soltaste un quejido doloroso que acompañó el zumbido

justo a vos te pasaba

tanto tiempo llevabas arrastrando tacuaras desde el vado

cortándolas finito

midiéndole los tiros con destrezas que enseñan las derrotas

peleándole al empacho del engrudo

justo ahora carajo que le habías robado a las meriendas

las diez monedas para el papel liviano

y el hilo choricero que decían que nunca se cortaba

y mirá el pelotudo cómo cuelga tan flojo del palito

dejando que el cielo se la trague

tan azul y amarilla tan hermosa

 

3

 

Hay días que son duros y el esqueleto cruje y también cruje el alma si es que acaso estuviera

trepada en algún sitio filtrada en la corriente que elabora el cerebro y que todo lo cuestiona

si es que acaso estuviera

tendida sobre el pasto donde juegan los niños o en las camas amantes de amores a destajo

yo no sé si hay un alma si no es todo materia si no somos finitos si el destino es el tránsito si no somos de polvo si vivimos de prepo si un volcán nos contiene y un agua nos redime si un viento nos devuelve si no es todo energía si son ondas o planos o meras percepciones si valemos por algo si por alguien latimos

yo que todo lo pienso sé que hay algo que pienso de modo diferente

yo que no creo en nada sé que creo que hay algo que me habita a escondidas

y en días como éstos cuando todo nos cruje

uno le mete manos a cosas que no entiende y a rezos que no sabe y atolondrado y todo

sabe que al menos sabe que cree que está vivo que crujir lo demuestra

 

4

 

Para el día crucial tengo otros planes

ni me iré de viaje ni saldré de gira

ni habré de encontrarme con alguien que me espere en ningún lado

aunque nunca muy lejos he viajado bastante y no tengo reclamos por hacer

demasiado con la carga que les deje a quienes algo pude haberles dado vivo

lo que quede se irá consustanciando con lo que quede de otros

con lo que otros dejaron para que yo disfrute

con la tierra y el agua y el aliento y el fuego

y ese gen que circula para todos llamado humanidad

más o menos rayamos a la misma altura

el único poder que he respetado será el mismo que me aseste el golpe

y sería incoherente de mi parte torcer esa opinión

bien muertos estamos los mortales el día que morimos

esperar otras cosas no permite que vivamos siquiera

y en lo que a mí compete

si supe del amor me doy por pago

y mis deudas en fin que la poesía se encargue de saldar

 

5

 

Escribo

a mi derecha las cosas que se amontonan se ordenan o se desordenan

los espacios que se disputan las ideas que se disputan las carpetas los amores las lealtades las pertenencias los diccionarios las precisiones que se disputan

las formas los niveles los resquicios las fracturas los pedazos los libros los paquetes las sombras

las huellas clandestinas de las visitas clandestinas las migas los vasos los restos la vajilla el cubo de la basura los cuadros los retratos la puerta y el espejo

a mi izquierda la pared

 

6

 

Altas o bajas

las balaustradas de los bares las escaleras de los subterráneos las marquesinas de las tiendas

negras o blancas

las entresombras del atardecer las entrevistas a los postulantes las entelequias de los parroquianos

la avenida discurre como un río transportando jangadas bien vestidas

todas en dirección a un mismo puerto

menos esta varilla de algarrobo que abandonó el atado

y boya a la deriva de cara a la corriente

con la linde en el vidrio y con preguntas aún sin responder

¿altas o bajas? ¿blancas o negras?

 

7

 

Lo recordaba apenas

me llegó perfumado con ese perfume que lleva únicamente

la mujer que se ama

después de olerlo me detuve en la inscripción

es curioso que un error de ortografía o quizá de fonética

pueda revelar un amor tanto tiempo esperado

escondido por salvar las apariencias

mentido por pura cobardía callado por mandato

reprimido en fin por poca cosa

¿qué hacer para conservar ese perfume que el tiempo borraría

en un cajón donde reina el desorden de ropa sin doblar?

compré una cajita de jabón

delicadeza que nunca he tenido para con mis propias prendas

lo doblé con cuidado

coloqué la cajita entre los pliegues

y lo guardé donde pudiera tenerlo a tiro

a golpe de intención

para visitarlo de noche en noche

de amanecer a mediodía

con el corazón acelerado

y con el asombro que tiene cualquier chico cuando aprende a besar

 

(“Yo recuerdo una línea memorable que está casi al principio: ‘Una tarde, tarde como las de mi país, bella como María, bella y transitoria como fue ésta para mí…’” (J. L. Borges en prólogo a “María”, de Jorge Isaac))

 

8

LA BIELA

 

Superadas las once

las úes de una parejita norteamericana se confunden con las efes de una familia de alemanes

y con la sonora y sonriente fricación de la abundancia brasilera

el vocerío amaina al mediodía a medida que se llena el salón

la superposición es curioso lo resuelve en murmullo

al rato también amaina la concurrencia

un cielo diáfano que señala el norte pone los aviones que llegan a la altura de los ojos

y bustos y cabezas emergen desde atrás de los ligustros provenientes del paseo de compras

algunos acaso del Pilar

Suar seduce verborrágico a la sombra gigante del gomero

y Julio Bárbaro adoctrina en una de las mesas del fondo lindera con los baños

los turistas se entretienen con el Aguilucho que los recibe a la puerta

o piden sacarse fotos entre un hierático Bioy Casares y un Borges que de frente se parece a Balbín

llega el plato del día acompañado por una copa de malbec en el momento preciso en que acababa los primeros apuntes

a mi lado una bolsita de red contiene la piedra de citrino que pendula sobre su eje

y que predice para aquélla que la porte equilibrio y prosperidad

distancia y presencia se arraciman cuando se anuncia el postre

doy un último toque a lo que escribo

después del café se irá la tarde redondeando de a poco

 

a Francina, mi linda indefendible

a Virginia Zusbiela, mi Virshi necesaria de todos los momentos

 

*

 

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Junín y Buenos Aires, distantes entre sí unos 260 kilómetros, Claudio Félix Portiglia y Rolando Revagliatti, 2016.

 

http://www.revagliatti.com.ar/070912.html

http://www.revagliatti.com.ar/cuatro_ciclos.html

con el poeta Rolando Revagliatti

Claudio F. Portiglia con sus hijos y Nancy

Luis Bacigalupo: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

Luis Bacigalupo nació el 5 de octubre de 1958 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, la Argentina. Cursó la Carrera de Letras en la Universidad de Buenos Aires. Coordina talleres de escritura. Es director de la editorial “El Jardín de las Delicias”. Dirigió la revista de literatura y el sello editorial de poesía “La Papirola”. Textos suyos han sido incluidos en diversas antologías —“70 poetas argentinos, 1970-1994”, compilador: Antonio Aliberti, Editorial Plus Ultra, 1994, “El textonauta”, compiladoras: Graciela Komerovsky y Noemí Pendzik, Editorial Troquel, 1994, etc.—, como así también en publicaciones periódicas del país y de España, Venezuela, Perú, Estados Unidos y Uruguay. Publicó entre 1987 y 2014 los poemarios “Trogloditas”, “Yo escribía un poemita”, “El relumbrón de la claraboya”, “Madagascar”, “Las purpurinas”, “El océano”, “Elíptica del espíritu” y “Mixtión”. En 2000, a través de Ediciones Simurg, aparece su novela “Los excomulgados”, precedida por su relato “La deuda”.

 

1 — En el diseño de la portada de tu segundo poemario (Ediciones La Escuela Baldía) se advierte a un pibe (con blanco delantal) que mira al centro de la cámara y que perfectamente podrías ser vos. ¿Empezamos por el pibe que fuiste y desde allí la seguimos?

 

LB — Efectivamente, ese pibe soy yo en una clásica foto escolar con pupitre —1° inferior, 1965— “intervenido”, gráficamente, por Laura Dubrovsky. Ese pibe hasta los cinco años vivió en el barrio de Palermo, Gorriti entre Francisco Acuña de Figueroa y Medrano, en una casa que aún permanece intacta, al menos en su fachada. De ese tiempo conservo vivos recuerdos vinculados a esa casa de importantes dimensiones: vestíbulo, patio, terraza, un profundo comedor desde donde se descendía, a través de una puerta trampa, a un sótano en el que se arrumbaban trastos de todo tipo. Al fondo había un jardín con canteros y faroles de pie dignos de plaza. Alineados a lo largo del jardín con sus rosales, jazmines del cabo y una descomunal Santa Rita de flores violáceas, había una serie de cuartos, que debieron de haber sido oficinas del aserradero, “Bacigalupo e Hijos”, que había pertenecido a mi abuelo, colindante con el fondo de la casa y con entrada por Medrano. Hacia los primeros años de la década del cincuenta, el aserradero bajó definitivamente sus persianas. Más allá del jardín se accedía, a través de unos escalones, a un terreno apenas más elevado. Allí había una higuera, a cuyo pie solía ir con mi hermana, mi madre y un buen cesto de mimbre a recoger higos maduros. En este terreno además se conservaban unos corrales donde mi abuelo había criado gallinas y conejos que, como a él, no llegué a conocer. Cuando nací, ya mi abuela paterna vivía, junto a nosotros, en estado de postración, consciente y serena, anciana y uruguaya. La veo a la abuela María Capra en su cama, al cuidado de la mujer que la asistía en todo cuanto su edad y salud demandaban. En la parte delantera de la casa vivía mi tía María, la hermana de mi padre, con su hijo Jorge. Mi primo era considerablemente mayor que yo, muy carismático y me tenía mucho cariño. Además, como si ello fuera poco, era ilusionista. A mis cuatro o cinco años no podía estar menos que fascinado con mi primo Jorge, que bien, por su edad, podía haber sido mi tío. Era un auténtico mago: presencia, actitud, estilo y todos los requisitos y equipamiento que un mago que se precie debía tener. Esos primeros años de mi vida quedaron entonces impregnados por el encantamiento de los grandes espacios (con sus rincones, muebles y objetos de todo tipo: antiguos y contemporáneos, en uso o arrumbados en el sótano o los cuartos lindantes con el jardín) y los trucos más increíbles que un niño pueda imaginar: era en verdad maravilloso tener un mago en la familia y más aún, en la propia casa. 

          Luego llegaría la mudanza a Mar del Plata. Mi padre amaba Mar del Plata. Alguna vez vi una foto de él en La Rambla: tendría dos o tres años de edad. 1909, supongo. Cuando nací, él ya contaba cincuenta y uno, de ahí que, al igual que Jorge, casi todos mis primos paternos fueran mucho más grandes que yo. Esa marca de un padre que bien podría haber sido mi abuelo estuvo presente en la última etapa de mi infancia y en especial a lo largo de mi adolescencia de un modo negativo y hasta controversial. En Mar del Plata vivimos por el término de seis años. Seis años representaban, desde la percepción del niño que era, toda una eternidad, una bella eternidad considerando mi feliz paso por aquella infancia marplatense. Vivíamos en un barrio humilde de clase media, a unas pocas cuadras de la estación de ferrocarril, entre las avenidas Luro y Libertad, en la calle Deán Funes. Enseguida me hice de muchos amigos. Nuestros juegos por lo común tenían lugar en la calle, en las veredas o algún baldío. No estoy diciendo nada nuevo. Pertenezco a una generación para quienes la calle lejos estaba de constituirse en una zona de riesgo ni mucho menos, era más bien un espacio de encuentro, juego y libertad a la vista de buenos vecinos no siempre afables a la hora de responder a algún pelotazo accidental propinado a sus puertas o ventanas. Por esos años hice mis primeras lecturas, libros de la colección “Robin Hood”: “La isla del tesoro”, “Corazón”, “Pinocho”, “Los viajes de Gulliver”, “David Copperfield”, “La cabaña del tío Tom”, “Robinson Crusoe” y algo también de Salgari… Tengo un libro que guardo con especial cariño :“Los cuentos de Navidad” de Dickens, un pequeño ejemplar que me obsequiara mi maestra de segundo grado, “la señorita” Savorido. La Escuela N° 5,Gral.José de San Martín, estaba a cuatro cuadras de casa. Llevo esas cuadras como fotografiadas, paso a paso, en mi memoria. Uno no se olvida de esas cosas, son registros indelebles: las aulas, los patios, las maestras, sus rígidos rodetes, el oropel de sus prendedores en la solapa almidonada del delantal, los pupitres con los compañeritos, y esas compañeritas de las que uno creyó haberse enamorado o se enamoró de una manera acaso solipsista… los globos terráqueos, los planisferios, los útiles (tanto útiles como inútiles), el simulcop, el vasito plegable, el olor del cuero de los portafolios con fuelle, el de la tinta, el de la goma de borrar... Hay caras de compañeritos que se nos quedaron grabadas para siempre con la nitidez algo decolorada de esas figuritas de jugadores de fútbol que allá, promediando los sesenta, supimos gastar. O las estampitas de los próceres de nuestra patria. Son rostros como estampados en el corazón, porque es allí, en el corazón de la infancia, donde esos menudos próceres que nos acompañaron, compartiendo aprendizajes, ritos e iniciaciones, libraron su gesta.

 

2 — A mi percepción, Luis, destaca “esa marca de un padre…”

 

          LB — Él era un gran lector, y un lector memorioso. Pero, además, atributo que yo siempre admiré, un gran conversador (iba a decir “conservador”, cosa que también fue, aunque, creo, más para mal que para bien. Esta característica del orden de las costumbres, la moral y las ideas acrecentó la ya de por sí gran brecha generacional que nos separaba y contribuyó, así lo pienso, a que su vida no le resultara fácil, viviendo su adaptación a los acelerados cambios de una época ya convulsionada en una tensión poco feliz). Había dos autores, prolíficos ambos, cuyas obras por años (por lo menos guardo esa impresión) estuvo leyendo incansablemente. En mi adolescencia heredé las lecturas de Anatole France, no así las de Emilio Salgari, a quien ya había leído de chico. Por supuesto que, entonces, sucumbí a la fascinación de un libro como “La isla de los pingüinos”, aunque a esa edad el contexto histórico y político no me resultaba demasiado claro. Sin embargo, algo había allí, más allá o más acá de mi comprensión, que se me revelaba bajo la forma de una emoción, una emoción distinta, suscitada por la escritura, su poder expresivo, la elegancia de un estilo como el de France, su erudición, su fina ironía. Aquella magia que en mi infancia detentaba mi primo Jorge ahora había transmutado a la literatura.

          Con los años, entre los cuadernos de mi padre escritos con una caligrafía y prolijidad asombrosas, descubrí poemas que le pertenecían, remedos modernistas, rubendarianos, y también breves relatos de menor interés esbozados en su juventud. Conservo además otros cuadernos en los que compiló material de diversos saberes para un proyecto, pergeñado a los veintiún años, de “Manual para la educación del pueblo”, o algo así. El suyo era un espíritu metódico que, lamentablemente, no heredé, como así tampoco su ya mencionada memoria, esa figura del lector memorioso que hace de su conversación un jardín florido de citas, literarias y literales. En algún sentido, tanto por sus lecturas como por sus hábitos y pensamientos, debió de comulgar con las ideas de la filosofía helenista, y en particular con los estoicos. En 1954 editó un libro, “Diario recordatorio”, de efemérides, conmemoraciones y gestas históricas.

 

Durante aquella infancia marplatense empezó a despertar en mí la afición por el arte. Tenía alguna condición natural tanto para el dibujo como para la pintura, por lo que, prescindiendo de estudios en esas materias, persistí en esta pasión de novato (así lo vivía, apasionada y novatamente) hasta muy entrada mi adolescencia. A poco de iniciar mi sexto grado regresamos a Buenos Aires instalándonos en una casa de altos en la esquina de las avenidas Córdoba y Medrano. A tres cuadras, en una escuela de la calle Pringles, prosigo mi primaria, donde retomo, una vez gestionado el pase, mi sexto grado. Lejos de hacerme sentir un forastero, mis nuevos compañeritos de grado me honraron, por el contrario, eligiéndome el mejor compañero del año. Me obsequiaron un libro para la ocasión con sus firmas: “La vuelta al mundo en 80 días”. Año después, en séptimo, me tocó la medalla por mi “supuesta” aplicación. Nunca creí demasiado en eso de los premios. En general, nunca los perseguí. Y las pocas veces que lo hice, ya en el terreno de la escritura, la fortuna no quiso que los alcanzara. Pero en aquellos momentos sí tuve la suerte de aterrizar en una escuela de almas generosas. Hoy me resulta tan risueño y tierno lo que acabo de contar... pero también, el hacerlo, como una suerte de profanación. La remisión voluntaria a la infancia desde un presente lo bastante alejado de ella, comporta una intromisión en un estado del ser y la existencia suspendido en el asombro, la inocencia, la simple verdad de vivir y nada más, la profanación de un tiempo aplazado, que ya no es. Algo hay del pasado, del espíritu de la infancia que pareciera verse vulnerado en estas injerencias de la memoria.

Mi paso por la secundaria tuvo lugar en el Colegio Nacional N° 3, Mariano Moreno. Durante este período se produjo un gran cambio en mí (la pubertad, por definición, es flujo de cambios de todo tipo). Por entonces yo seguía pintando, pero había perfeccionado mi estilo a fuerza de persistir en ese quehacer que consumía horas de un día, más allá del dedicado al estudio, acaso lo bastante ocioso. Esta certidumbre no tenía sino sentido para el puro placer de ese ego perfeccionista que todos cultivamos y sólo se ve satisfecho ante cada instancia más o menos superadora. Ya que no pasaba siquiera por mi cabeza nada semejante a hacer de la pintura una profesión, pero ni tan siquiera un hobby (según entonces se decía) con el cual proyectarme como un aficionado sin otra ambición que la obtención de placer, el puro placer de entregarse a la práctica o ejercicio del arte por el hecho mismo de hacerlo. Solía dedicarle horas bajo un estado mental casi extático. En esos momentos, si mi madre me llamaba para que fuera a comer, y yo me encontraba inmerso en uno de esos trances creativos, compenetrado en conseguir por ejemplo un color o dar con la perfección de una línea, lo más probable era que no llegara a escuchar su llamado, el que reiteraba una y otra vez, hasta que al oírla le decía que ya estaba yendo, y renovaba la promesa más y más (ella, su llamado), siempre difiriéndola, hasta que al fin ella terminaba por entender lo inútil de su insistencia. Mejor comer más tarde a tener que romper el hechizo de ese momento único, y sumamente concentrado, del goce y la afirmación del espíritu en el acto de crear, afirmación de la que uno nunca llega a ser consciente del todo. Ambos, mi madre y yo, debíamos de compartir implícitamente esta idea.

 

3 — Etapa tan compleja en nuestro país.

 

LB — Por esos primeros años del bachiller se empieza a despertar en mí cierta inquietud por la política. Durante los años ´72 y ´73 la política tenía en la vida cotidiana de todos los argentinos una presencia contundente, decididamente protagónica. Se hacía notar, ver, oír, sentir en todo, era un fenómeno insoslayable, cultural incluso, epocal. Y su expresión más trágica, la violencia, la violencia política (vista a la distancia quizás algo patética) flotaba a diario en el aire que respirábamos. En mi primer año (1972) participé de la toma de mi colegio. Hubo mucho de aventura en esa participación. Era toda una feliz aventura semejante a un campamento para un chico de 13 o 14 años contar con las instalaciones de un colegio como el Moreno a su total disposición y la del conjunto de sus compañeros: sin profesores, preceptores ni director, sin autoridad de ningún orden que nos vigilara. Estuve dos o tres días dentro del colegio como si se tratara de defender una fortaleza (el último bastión) de la amenaza, algo afantasmada algo exagerada, de la derecha más recalcitrante que ya empezaba a dejar de pasar inadvertida. Luego vino el ´73 y con el derrocamiento del gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende perpetrado por el dictador Gral. Augusto Pinochet, empecé a tener algunas ideas algo más claras acerca de lo que estaba ocurriendo en mi país y Latinoamérica. El golpe militar en Chile fue un punto de inflexión en la conciencia política de mi generación y, por supuesto, de la que nos precedía. La intervención de Nixon y Kissinger a través de la CIA y la Embajada de los Estados Unidos en ese golpe genocida consolidó la conciencia antimperialista de toda una generación a lo largo del continente. Absorbíamos la cultura (¿una contra-cultura?) como esponjas, pero “esponjas críticas”, valga la figura. El rock en general, y, particularmente, el nacional: Vox Dei, Sui Generis, Aquelarre, Pescado Rabioso, Color Humano, Alma y Vida, Crucis; pero también las más variadas expresiones del rock inglés (¿una contra-dicción?) como Deep Purple, Led Zeppelin, Black Sabbath hasta apuestas más elaboradas como lo que luego se dio en llamar rock sinfónico: Emerson Lake and Palmer, Jethro Tull, Génesis, Yes, Premiata Forneria Marconi, Focus, Van der graff generator, King Crimson, Mahavishnu Orchestra o genios inclasificables como Frank Zappa. Ocios y negocios se agolpan: Parque Rivadavia, compra de libros usados, canje de discos y afiches de las revistas “Pelo” o “Pop”, “El Expreso Imaginario”, “Periscopio”, los Hare Krishna, el Auditorio Kraft de la calle Florida, donde tocaban grupos de música nada convencionales como Supermoco, una banda mezcla de rock pesado y música aleatoria formada a principios de los setenta por Mica Reidel. Y las primeras películas de cine de autor, de cine de arte. Tendría quince años cuando escribo mis primeros poemas y algunos textos en prosa de supuesta reflexión sobre grandes temas empequeñecidos por el carácter demasiado general del tratamiento. Mi poesía en cambio tenía una clara tendencia al lirismo, aunque algunos poemas se insinuaban pretensiosamente existencialistas. En una de aquellas dominicales incursiones al Parque Rivadavia, compré un librito de Sartre, editado bajo el sello Sur: “El existencialismo es un humanismo”. La lectura apasionada de aquel esmirriado volumen sacudió el anodino orden de mis pocas ideas sobre todo y nada. Quizás fue el primer texto que me invitó a reflexionar sobre cuestiones como la libertad, la responsabilidad y el acto de elegir al que nos empuja la existencia. Ya había empezado a interesarme por algunos simbolistas franceses: Paul Verlaine, fundamentalmente, algo de Baudelaire y menos de Mallarmé, cuyos textos me ofrecían resistencia. Hermann Hesse ya había entrado en mi biblioteca. Tengo presente la lectura de un libro de relatos de Mika Waltari, el autor de “Sinuhé el egipcio”, novela que leí algo más tarde y cuya historia disfruté como pocas. Era la historia, pero ante todo la magistral prosa de Waltari: no hay historias buenas per se, sino buenas narraciones. Todos recordamos el film homónimo de Michael Curtiz, con Victor Mature y Gene Tierney. Estaría en tercero o cuarto año cuando leo por primera vez a Julio Cortázar. Esta misma apasionada perplejidad, esta extrañeza indescriptible se reiteraría luego con Boris Vian y la saga de Ubú, de Alfred Jarry, y su Doctor Faustroll, también, más toda su “patafísica”. Ya había leído a Apollinaire: “Alcoholes”, “Caligramas” y algunos textos en prosa como “El poeta asesinado”, “El Heresiarca y Cía” y “Las once mil vergas”.

 “Los cantos de Maldoror”, por supuesto. Lautréamont debió de haber sido el paso obligado al surrealismo, a la fascinación del surrealismo. Era un lector ávido de la prosa ensayística, imaginativamente loca pero formalmente exquisita e inexpugnablemente racional, de André Bretón. Dadá fue un deslumbramiento, o un alumbramiento. Creo que leía lo que todo el mundo, por vocación, edad y compulsión a una escritura como medio de experimentación formal. La escritura como laboratorio también podía entenderse como fin. A la primera fascinación por las vanguardias históricas siguió mi necesidad de estudiarlas tanto en sus postulados como en sus obras. Fue una etapa para mi natural y necesaria, pero tan pasajera como esas febriles anginas que tanto padecimos (y disfrutamos) de niños.

 

Por esos años conocí a un poeta, en realidad era un poeta que mi padre llegó a conocer en Mar del Plata. 1970, hacía poco habíamos regresado a Buenos Aires. Fue una larga temporada de vacaciones en la que habíamos alquilado una casita en San Patricio, entre Playa Serena y Barranca de los Lobos. La razón de esto había sido (en orden inverso, supongo) vacacionar y poner a la venta unos lotes que mi padre tenía en la zona. Recuerdo hacia fin de la temporada el silbido del viento (la casita que alquilábamos estaba a menos de una cuadra de la playa, cuando todavía había poquísimas casas por allí); veo incluso un cardal agitándose bajo esos vientos silbadores entre la ruta 11, lindante a la costa, y la ventana de esa casa pequeña tipo chalecito. Allí muy cerca, en Playa Serena, mi padre había conocido a Pedro Godoy, un poeta nacido en Bolívar hacia fines del siglo XIX, que por entonces vivía de las monedas de los turistas, al amparo de una carpa, a cambio de cuidarles sus autos. Hasta su fallecimiento, en 1986, Pedro Godoy no abandonó esa forma de vida. Al parecer era la vida que había elegido vivir... Bajábamos, con mi padre, a través de los médanos a esas playas entonces lo bastante inhóspitas incluso durante el mes de enero. Había para mí en esos parajes silenciosos, en los que el rumor del mar y el aullido del viento eran hijos necesarios del silencio, el misterio de lo salvaje, de lo “aún salvaje”, de la soledad vinculada a la intuición de la belleza y la libertad, el recogimiento y la expansión. Como decía, mi padre conoció al poeta en este entorno. Imagino que debió de experimentar alguna empatía con ese hombre profundamente místico, hermano a su vez de todos los hombres, anarquista, humilde en el real sentido del término y cristiano, conforme San Francisco lo fue. En síntesis, un espíritu atado a nada esencialmente material sino al cielo y al mar que eran su casa y su horizonte. “Leía a San Juan de la Cruz (escribió Carlos Penelas) y exaltaba la vida libre y el surrealismo, mientras decía sus poemas frente al mar, frente a las olas, en la playa, solo y múltiple…”“…un día, en los años 70 (recuerda Penelas), me propuso hacer la toma de un banco con varios poetas para que la gente no viviera alienada. Debíamos entrar al grito de ‘¡Este banco está tomado! ¡Deberán escuchar poemas!’” Guardo el poemario “Milonga de los caminos”, que Godoy le obsequiara a mi padre, quien a su vez le entregó a Godoy, en aquella oportunidad, un ejemplar de su “Diario recordatorio”. Quizás uno de los primeros libros de poemas que despertaron en mí la secreta convicción de que la poesía iría a acompañarme por el resto de mi vida, y, me atrevería a decir, que ejercieron influencia en mi manera de pensar y articular el lugar de la lengua, el trabajo con ella, en mi propia producción. “Aerosúplica marina”, uno de los extensos poemas del libro, es una fiesta épico lírica del lenguaje en su espesor fónico e intensa desmesura, que se anticipa a las experiencias neobarrocas más osadas de los 80. El mar, como tópico, es otra de las influencias que percibo, en un libro como “Madagascar” al menos, del poema de Godoy. Aunque el mar, como expresión de inmensidad, tensión entre lo eterno y lo perecedero, ya estaba muy presente en el paisaje de mi infancia: el infinito flotaba allí, en ese paisaje como así también en las caminatas junto a mi padre por aquellas playas desnudas, desoladas, cuando el verano y sus ruidos ya habían quedado atrás.

 

Al cabo de mi último año en el Moreno, en 1976, ya contaba con un corpus de poemas con algunas ganas de darse a conocer públicamente. Junto a Andrés Vidal, un querido amigo, compañero de estudios y también poeta nos disponemos a dar forma a un libro, el que incluso había llegado a la instancia de la composición y armado. Allí, en esa instancia quedó. Quizás habíamos entendido la conveniencia de no avanzar más allá de esos primeros pasos; no obstante, la elección del material y el armado del libro había tenido para nosotros un valor en sí. “Otoño y otras palabras”, era el título. Su sola mención me sonroja, y también me enternece.

 

4 — En algún momento te vinculás con ese teatro que ya pocos ubicarán por su nombre completo: Idisher Folks Theater.

 

LB — Sí, en 1980 tomo clases de teatro en el IFT con Salvador Amore, Pepe Bove y Enrique Laportilla, y asisto también, en la misma institución, al taller literario que coordinaban Héctor Freire y Daniel Calmels. Es ese año cuando empiezo a militar en la Federación Juvenil Comunista, y también cuando conformo el grupo “3 a 5”, junto a Andrés Vidal y seis artistas amigos, dedicado a la producción y exposición de poemas ilustrados. Fue una etapa de mi vida muy importante, muy intensa. Pero fueron también los años más oscuros que vivió el país. El teatro, la poesía, la cultura resultaban salvoconductos frente al sofocamiento, el miedo y la apatía impuestos por el terror de Estado. En ese marco tuvieron lugar mis impulsos más creativos, mis estudios y militancia.

En 1985 entro a cursar la carrera de Letras, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Contaba por ese año con varias carpetas repletas de textos que esperaban revisión e imprenta, y con una modestísima antología que habíamos editado en 1983 junto a poetas con los que compartíamos afinidades literarias y políticas. Los años en la facultad fueron intensos y no sólo me permitieron ampliar mi espectro de lecturas, sino que, además, canalizar intereses vinculados a la reflexión sobre la escritura y la literatura, al trabajo crítico sobre los textos y al conocimiento de las teorías literarias del siglo XX en su conjunto, desde el método formal o formalismo ruso hasta la deconstrucción derrideana. Leo también por esos años a autores argentinos, en gran medida contemporáneos, que me ayudan a dar un giro respecto de lo que se había insinuado como mis primeros y primarios intereses literarios más o menos firmes. Macedonio Fernández, Héctor A. Murena, Juanele Ortiz, Leónidas y Osvaldo Lamborghini, Luis Gusmán, Fogwill, Alberto Laiseca, Héctor Libertella, Néstor Sánchez, César Aira, Ricardo Zelarayán, Arturo Carrera, Hugo Padeletti, Héctor Viel Temperley, Néstor Perlongher son algunos de estos nombres.

En 1987 edito la revista de literatura “La Papirola”, junto a Laura Dubrovsky, quien tiene a cargo el arte de la misma y yo su dirección. Fue una revista trimestral donde publicábamos material literario y crítico preferentemente inédito, como así también entrevistas y traducciones. En sus tres números trimestrales fueron apareciendo textos de Philippe Sollers, Umberto Eco, Saúl Yurkievich, Germán García, Osvaldo Lamborghini, Arturo Carrera, Alberto Laiseca, Arnaldo Calveyra, Leónidas Lamborghini, Néstor Perlongher, Noé Jitrik, Rubem Fonseca, Julio Ortega, César Aira, una selección de poetas chilenos contemporáneos y otra de poetas daneses. Fue una experiencia breve, de tan sólo tres números, pero muy satisfactoria, ya que me introdujo formalmente en un espacio de escritores muy estimulante. Ese mismo año edito mi primer libro, “Trogloditas”. Entre 1988 y 1995 publico siete libros más de poemas. Son años en que también escribo narrativa, principalmente novelas. En 2000 sale “Los excomulgados”, una, la más breve, de las cuatro que ya tenía terminadas. En 2001 presento “Entrañas argentinas” (1999-2001) a la convocatoria del Premio Clarín de Novela, siendo seleccionada como una de las diez finalistas. Esta misma, pero bajo el título “La estupidez”, vuelve a concursar al año siguiente, y nuevamente figura entre las diez finalistas. Empecinado pruebo suerte una vez más, en 2003, y una vez más, es seleccionada. Todavía me pregunto qué pudo haber ocurrido; mientras tanto esa novela (como otras) sigue inédita. Durante los últimos años me dediqué a mi trabajo de editor y a dictar talleres de escritura. Realicé estudios de filosofía Oriental y filosofías comparadas entre 2007 y 2010. En 2014 publico “Mixtión”, un libro que permanecía inédito desde 1990. Actualmente dirijo el sello de poesía “El Jardín de las Delicias”, proyecto en el que me acompaña Laura Dubrovsky.

 

5 — En tanto he accedido a varios títulos de “El Jardín de las Delicias” y aprecio la estética, los cuidados formales, los detalles, no puedo menos que invitarte a que te explayes sobre esta propuesta.

 

          LB — “El jardín de las delicias” surge en 2014. El lugar del editor posee por lo menos dos aspectos primarios a tener en cuenta: el literario y el gráfico. Este último, y en lo que refiere en particular al arte, diseño, imagen como marca distintiva e identitaria, el aspecto como vos bien decís, estético, está en manos de Laura Dubrovsky. No es sencillo establecer una colección cuyo diseño quede circunscripto a una obra archiconocida pero inagotable como lo es ésta de El Bosco. En el trabajo al filo de esta limitación, que requiere de una economía de recursos riesgosa pero que merece ser afrontada, está el reto que asumimos desde ese espacio estético que apreciás, y te lo agradezco.

En cuanto al aspecto literario, defiendo el compromiso del editor que toma una responsabilidad con el material que ha decidido incorporar a su catálogo. Hablo de un compromiso de lectura crítico pero amoroso. No entiendo que se pueda establecer con el texto otro vínculo que no sea de estanaturaleza.

Tuvimos la suerte de haber lanzado el sello con autores cuyos textos facilitaron este vínculo. Rita Kratsman, que ya lleva dos títulos publicados en “El jardín…”,“Giverny” y “Tornasol”, es una poeta consolidada por una obra plena en sutilezas y evocaciones que recuperan la infancia a un presente resignificado dialógicamente por las voces del tiempo, que es una manera también de proclamar su abolición. En una vertiente menos lírica, en cuanto al lugar que ocupa el yo en la enunciación, Alberto Boco (“Visitas inoportunas”) despliega, en un dominio de la narratividad del texto poético extenso y polifónico, recursos propios del montaje cinematográfico, la pintura y las estrategias del ojo que, por momentos, se constituyen en un patchwork de voces de una intensidad y densidad dignos del drama, en tanto género. Romina Funes, en “Diez noches en el cuadrado”, trabaja la ausencia, la pérdida, la reclusión, dos voces perentorias y como afantasmadas que se sostienen, mutua, humanamente en el vacío del sentido, en la elisión que soporta en su consistencia y densidad lo dicho, lo poco que puede ser dicho, la economía de la palabra, su valor, el sentido que la profanación del uso y abuso y todos los despojamientos no han conseguido vaciar. Estoy hablando de voces valiosas de nuestra poesía actual.

Mi trabajo como editor está estrechamente ligado a mi actividad gráfica, que ejerzo desde siempre, y, ya centrada en la producción de libros para autores y pequeñas editoriales independientes, desde hace unos veinticinco años. Existe una tensión en este doble devenir: escritor, editor. No sabría definirla, pero a veces he experimentado esa relación como un choque de intereses. Uno es escritor, y ese escritor que es uno demanda un tiempo para realizarse como tal, es decir, en principio, para escribir. Pero los escritores a su vez algo demandan a un editor (un tiempo entre otras cosas), y que está también vinculado a su realización, y esto es que su obra sea editada. Más allá de estas pequeñas disquisiciones, amo los libros y todos los procesos que llevan a su gestación y veo en ellos, aunque no todos lo sean, uno de los objetos más bellos que ha logrado crear el hombre. Y más valiosos, si se piensa que la mente, el espíritu, el alma y el corazón del hombre y su cultura pueden hallarse en un libro como en ninguna otra obra humana.

 

6 — Hablemos de Diego Diegues, ese personaje tuyo, narrador en el cuento “La deuda” y que con despliegue de título así aparece concluyendo tu novela: DIEGO DIEGUES / LOS EXCOMULGADOS.

 

          LB —Diego Diegues hace su debut en “La deuda” para reaparecer luego in absentia, pero otorgando sentido a toda esa novela contigua a “La deuda” (es importante esta relación de contigüidad), que es “Los excomulgados”. En esa otra novela inmediatamente posterior, “Entrañas argentinas”, D. D. se sitúa ya definitivamente en el epicentro de la historia, como héroe y narrador, que es tanto su propia historia como la del país, con sus remisiones a un pasado situado en los llamados años de plomo. Ya en “Los excomulgados” esta metáfora del extremo horror aparece, pero en clave grotesca, paródica, dramatizada en un grupo familiar que ha trasvasado todos los límites de la moral occidental y cristiana, sólo posibles de ser trasvasados desde la moral, precisamente, occidental y cristiana. D. D. es un personaje que progresa, en estas dos narraciones en un mismo libro, desde una frescura picaresca (desaprensivo, frívolo, ventajista, jactancioso y superficial) hasta un lugar oscuro y melancólico, el lugar del cronista o del escritor, quien viene finalmente a narrar lo inenarrable, aquello que nadie se atrevería a hacer. Podría decirse que se da en “Los excomulgados”, en esa necesaria contigüidad con “La deuda”, una mediación y a la vez un salto cualitativo, que es ese pasaje de la realidad a la ficción, la hipérbole de la vida, su parodia bajo la figura del crimen, más precisamente, del crimen organizado en torno a un chivo expiatorio. “‘Los excomulgados’—escribió Alberto Laiseca en un artículo para el suplemento “Radar/Libros” de “Página 12”—es la historia de un asesinato jolgorioso. Alguien (el elegido) debe pagarla por todos. Esto es, ciertamente, muy cristiano. La parodia del cristianismo también es cristiana. Se elige una víctima con la excusa de que es incorrecta, inexacta e imperfecta, como si no todos lo fuéramos”.

Si uno piensa que un personaje es a la persona lo que la ficción a la realidad, en esos pasajes o saltos el autor termina resultando ser una suerte de puente, y algo de esa persona, a través del autor, pasa indefectiblemente al personaje. El pasaje inverso es lícito también de ser considerado. Bajtín decía, en su “Estética de la creación verbal”, que “la lucha de un artista por una imagen definida y estable de su personaje es, mucho, una lucha consigo mismo”. Pero claro, los últimos grandes héroes que requirieron de una imagen definida y estable fueron los del realismo literario del siglo XIX. Stendhal, Flaubert, Balzac, Tolstoi, Dostoievsky, Galdós, Baroja, Dickens, Austen. Cabe pensar la importancia del héroe por encima de la fábula en la literatura de los siglos XVII al XIX. La nómina de novelas cuyos títulos se corresponden con el nombre propio del protagonista es inagotable. En el siglo XX, a partir de los nuevos paradigmas, la teoría psicoanalítica de Freud, y su escisión del “yo” en los planos consciente e inconsciente, los personajes dejan de ser esas sólidas construcciones monolíticas cuyo miglior fabbro quizás haya sido Balzac. Ahora “los personajes—decía Nathalie Sarraute—tal como los concebía la antigua novela (y todo el aparato que servía para darles valor), no logran ya contener la realidad psicológica actual. En lugar de revelarla, como antes, la escamotean”.

Pero volviendo a tu pregunta sobre D. D., hay en él cierto arquetipo o imaginario del joven novelista de los noventa, un escritor que apuesta al golpe de suerte, a la posibilidad de lanzamiento a una fama intensa, aunque efímera, mediada por una gran editorial cueste lo que cueste. Pero el D. D. de “Entrañas argentinas”, pasado por la experiencia de “Los excomulgados”, ya es otro. Menos previsible, más sombrío, vaciado de toda certeza. Se diría que D. D. evoluciona, desde “La deuda” a “Entrañas argentinas”, según aquella vieja tipología, es decir, dejando de ser ya ese “personaje plano” para pasar a ser un “personaje redondo”, lo que es lo mismo, de un héroe arquetípico a otro de mayor complejidad psicológica. Se podría pensar incluso esta saga, de no ser D. D. ya un muchacho grande y…, como una novela de aprendizaje, una Bildungsroman, donde el héroe, tras sortear una serie de pruebas iniciáticas, deja de ser ese sujeto que conocimos en “La deuda”, eso tan parecido a lo que el ignaro da por sentado, aquello que vendrían a ser supuestamente los escritores de novelas: “sujetos que gustan dilapidar, por lo general en vicios, el poco dinero que poseen; que aunque son verdaderos seres asociales se las arreglan para trabar relaciones con cuanta mujer ajena se les cruza; que no son gente seria; que prefieren haraganear a buscar algún empleo respetable y que siempre —para colmo de males— encuentran una manera más o menos elegante de eludir sus deudas”.

 

7 — En “La deuda” el narrador va mencionando a Tabucchi y a Auster; páginas después, a Kenzaburo Oé; cinco párrafos más tarde a Kennedy Toole; por último, a Aretino. ¿Cómo posicionás vos, el autor del cuento, a estos cinco escritores según tus preferencias?

 

          LB — Me interesa más tu pregunta, Rolando, para tentar alguna reflexión, de ser posible, acerca del lugar que ocupa el nombre de autor en la ficción literaria y sobre aquello que pareciera estar habilitando o autorizando, que para hablar de mis preferencias sobre estos autores u otros. No es que no las tenga, sino que suelen ser demasiado cambiantes, arbitrariedades cuyos podios por lo común son tan inestables como la valoración que podamos tener de un mismo autor leído en distintos momentos de nuestras vidas o de una novela cuya relectura difiera de la lectura primera digamos en unos diez o quince años. Aunque prometo atender a estos dos frentes, hacerlo sería una manera de ir contra esa promesa, ya que una promesa cumplida lleva a su propia muerte, la clausura de una diferencia en uno de los sentidos que Derrida atribuía al neologismo o neografismo “différance”, el de “diferimiento”, “diferir”, “posponer”. Eso que demoramos proyectándolo a un porvenir que nunca acaba de llegar. Y sobre el espacio de esto que nunca llega podemos empezar a decir algo, a fijar algo respecto a tu pregunta inicial.

Este grupo de autores que mencionás y que, efectivamente, son nombrados en “La deuda”, autores que entonces debí de leer o releer más o menos apasionadamente (Aretino, Oé, Kennedy Toole), más o menos críticamente (Auster, Tabucchi), si bien no encabezan la lista de mis predilecciones literarias, algunas de sus obras me han hecho pasar esos momentos indecibles a los que aspira todo lector. Tal vez el que menos llegó a interesarme entonces haya sido Antonio Tabucchi, de quien leí sin embargo algunas novelas (“Sostiene Pereira”, “La cabeza perdida de Damasceno Monteiro”, “Nocturno hindú”) inobjetables. “Sostiene Pereira” parecía venir a traer cierta novedad, esas novedades que se disfrutan de principio a fin. Pienso que tanto Oé como Auster son escritores “superiores” a Tabucchi, más allá de que discrepe conmigo mismo respecto de esa vana valoración. “Una cuestión personal”, la novela del Nobel japonés citada en “La deuda”, es una gran, oscura novela con una marcada impronta autobiográfica. Y aunque Oé no es Mishima, este declaró que “la cúspide de la literatura japonesa actual había que buscarla en Kenzaburo Oé.” Me parece que Mishima era un artista, un esteta, un escritor literario, culto, cuya particular sensibilidad se respiraba en toda su obra. En cambio, hay en Oé algo duro y áspero que me remite a Dostoievski. Carece de esa nostalgia oriental, ese lirismo a lo Kawabata. “Leviatán”, “El palacio de la luna”, son grandes novelas de Auster. Es indudable que Paul Auster es un gran escritor. En los noventa, Auster es un nombre ineludible. En cada momento el mercado editorial dispone del puñado de escritores que hay que leer. Entonces había que leer, entre otros, a Paul Auster, Antonio Tabucchi, Kenzaburo Oé, y a otro gran escritor, más ilegible, próximo a ese texto de goce del que hablaba Barthes, distinto a todos, austríaco y genial: Thomas Bernhard. Quizás Bernhard sí estaba entre mis preferencias. Como también Kennedy Toole, o mejor “La conjura de los necios”, entrañable, inteligente, sarcástica, tierna y bellamente contaminada de esa nostalgia sureña de Nueva Orleans. Creo que es una de las grandes novelas norteamericanas contemporáneas, e Ignatius Reilly, ese aparatoso antihéroe extemporáneo, lector de Boecio, de su memorable “Consolación por la filosofía”, uno de los héroes épico-quijotescos más logrados en la segunda mitad del siglo veinte. La historia de Kennedy Toole es conocida por todos, es una triste historia, y esa historia está parodiada, anticipada de algún modo en esta novela casi visionariamente. Ignatius es un alter ego de Kennedy Toole. Kennedy Toole, un triste muchacho que soñaba ver su precoz y genial novela editada. Pero solo conoció el rechazo de los editores (gente mediocre y perversa). El libro se abre con una cita premonitoria de Jonathan Swift, nada menos, una suerte de abuelo literario de Kennedy Toole. La cita dice así: “Cuando en el mundo aparece un verdadero genio, puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran contra él.” Hoy “La conjura…” es un clásico de la literatura contemporánea. Este libro lo leí hacia fines de los ochenta. Es de esas novelas que se constituyen en un universo autónomo, con sus criaturas, su naturaleza y sus leyes propias. Todo eso está ahí dentro y se reconoce en su integridad y en su inmanencia, en sus engranajes, dinámicas y solidaridades. Sin embargo, nos evoca algo que creíamos haber visto ya, haber vivido en un pasado lejano. Creo que esto sólo ocurre con las grandes narraciones: “Tom Jones”, “Tristram Shandy”, “El Quijote de La Mancha”, “Gargantúa y Pantagruel”, “Moby Dick”, “Las aventuras de Huckleberry Finn”, “Sonido y furia”, “Ulises”. Kennedy Toole tiene una novela anterior, muy buena, pero lejos de la cumbre a la que escaló la historia de Ignatius. Esta primera novela, “La Biblia de neón”, la escribió a los dieciséis años (quién pudiera), narrada por un niño que termina matando a su madre. Esta fuerte relación que existe con la madre en ambas narraciones es sin duda una marca claramente referencial, biográfica, de Kennedy Toole. “La Biblia de neón” es un libro tierno, triste y nostálgico, como “La conjura…”, aunque este, distintivamente, estalla en sarcasmos, absurdos y destellos de una jocosidad delirante.

 

Aretino, que es el nombre con que se lo conoce, es gentilicio de Arezzo, su ciudad natal. “La licenciosa vida de las monjas” y “Las cortesanas” son dos libros leídos en mi adolescencia. Eran como esas escrituras prohibidas de juventud, excitantes y graciosas a la vez. El Aretino fue hijo de una prostituta, como gustaba decir “figlio di cortigiana, con anima di re”. Tanto Kennedy Toole como Aretino son escritores de una gran vena satírica. Me gustan particularmente estos escritores excesivos, nada atildados, en el mejor sentido rabelesiano. Estos autores son, salvando distancias casi insalvables, quienes responderían más a las preferencias del joven Diegues, aunque sus modelos de modernidad o posmodernidad literaria se encontrarían en autores como Auster, Tabucchi y Oé, quienes estarían respondiendo a un patrón institucional de mercado, promociones de gustos y tendencias, y legitimados naturalmente por la crítica periodística y, en menor grado, académica. Son las sugerencias, las novedades literarias de las que un personaje como Teresa, compañera de la carrera de Letras de Diegues, se vale para seducirlo a él o a quien fuera. Ella es lectora de esos autores vastamente reseñados, pero una lectora de grandes frases, de grandes síntesis, una lectora “contratapística”. Las contratapas de los libros le proveen la necesaria información para que ella pueda hablar de los escritores de los cuales el mercado induce a hablar. Es, por esta hiperbólica economía, entre otras cosas, una lectora moderna. Es interesante ver cómo circulan los nombres, la literatura subsidiaria que se hace a partir de esa circulación. En el tiempo contraído de los años noventa, las especulaciones y circulaciones eran de otro tipo, menos ocioso, pero no por ello más productivo. No había disposición para leer sino libros ágiles y amables, libros que nos enseñaran a vivir mejor con nosotros mismos y el mundo que estaba a nuestro alcance, el pequeño, miserable mundo que teníamos delante de las narices. En pocas palabras: no había margen para la lectura de una literatura que no fuese pasatista o no respondiese a urgencias prácticas, operativas, instrumentales, funcionales. Sinopsis, contratapas, solapas sí de novelas más o menos problemáticas. Después de todo es la vestimenta de un libro. Creemos saber de las personas por sus aspectos, por lo bueno que ellas dicen de ellas, y por lo malo que otros dicen de otros. Por qué no saber de los libros por lo que ellos mismos dicen de sí, por esos paratextos que lucen con los brillos de esos accesorios baratos pero muy llamativos. Esta jibarización de la literatura, periodística, reseñadora y un tanto snob, suscita en la sociedad de masas más interés que las cosas en sí. La sinopsis de una película puede despertar más interés que la película en sí, y ese interés tiene el aditamento de la economía temporal e incluso monetaria. Esto se llama neoliberalismo.

 

Esta frivolidad, este modelo de escritor que plantea Diego Diegues está montado sobre cierto ideal marquetinero, de dudoso prestigio, pero prestigio al fin, circulante en la institución literaria a partir de los años noventa. Es inobjetablemente paródico tanto el héroe como el relato. “La deuda” no es un título casual. Es probable que Diegues pueda sentir alguna afinidad y hasta experimentar un parentesco incluso edípico con Ignatius, pero este ha conseguido conformar su propio universo y renunciar a él, mientras que Diegues es una figura que parece haber encarnado en un vacío propositivo, en un hueco tibio como una madriguera. Hay algo del orden de la rapiña en él, de la política del fraude…

 

8 — Recuerdo que en su momento llamó la atención que en un mismo año (1989) y a través de una misma editorial (Último Reino), aparecieran tres poemarios de tu autoría.

 

LB — Sí, creo que ocurrió algo de eso. Pasaron veintisiete años desde que publiqué “El relumbrón de la claraboya”, “Las purpurinas” y “Madagascar” bajo el sello “Último Reino”. Tres libros inscriptos dentro de esa tendencia que se dio en llamar “neobarroco”. El escenario donde tuvo lugar esta suerte de curiosa perplejidad fue el “Diario de Poesía”. Desde 1987, este periódico convocaba a poetas y críticos a participar de unas encuestas sobre los libros de poesía que más les había interesado entre los leídos y editados ese año. Quienes participábamos proponíamos, recordarás, dos o tres títulos y dábamos de manera sucinta las razones de nuestras preferencias. Era bien clara la filiación del “Diario…” a la poética “objetivista”, más allá de las peculiaridades y matices de los poetas que integraban tanto su dirección como su redacción, y era claro también que flotaba en aquella atmósfera un falso antagonismo objetivismo/neobarroco que alguna miopía o, digamos, incapacidad de leer textos desenfocados por las lentes de una u otra preceptiva alimentaba. Los primeros tres años, desde su inicio hasta la fecha de la que estamos hablando, yo había sido convocado a participar en estas encuestas, pero en 1989 también participan, de algún modo, los tres libros en cuestión.

Desde el mismo “Diario…” hubo hacia ellos, o mejor, hacia el hecho de que aparecieran tres en el término de un año, algún sarcasmo que venía a poner en evidencia un malestar. Hubo también una nota firmada en la sección “Crítica” dedicada al conjunto de mis tres libros, como si en sesenta o setenta líneas de una columna estrecha se pudiera decir algo de cada uno de ellos que no diera la impresión, ligera al menos, de que se los estaba metiendo a todos dentro de una misma bolsa, dando cuenta así de una torpeza crítica rayana en el desprecio. Curiosamente en la encuesta de ese año estos tres libros y cada uno de ellos fueron favorecidos por el voto de una buena cantidad de poetas y críticos, al punto que el “Diario…” debió publicar un fragmento de “Madagascar” en ese número, ya que éste, y los otros dos, habían estado entre los más votados.

Para bien o para mal, a muchos les había llamado la atención que alguien publicara en un año tres libros de poesía. Nunca terminé de entender qué había de extraño en eso. ¿Cuántos se llegaron a preguntar si yo los había escrito en un mismo año o en el término de, por ejemplo, diez? Sospecho que muy pocos. ¿Estaría loco? En el fragmento inicial de su texto de contratapa para “Madagascar”, Luis Chitarroni había escrito: “Bacigalupo se ha vuelto loco por la poesía. La situación no sería tan grave si no fuera correspondido…”. Y Luis Thonis, más tarde, ya comentaba sintomáticamente en su intervención en la encuesta: “Sé que debería omitir un libro peculiar: ‘Madagascar’, de L. B. Por fin alguien se atreve —‘¿está loco?’— en la vía del mar, lugar del interdicto, del miedo, del dominio esotérico. Bacigalupo recuerda que hasta el más alto río es impotente ante la ‘trémula insania de la sal’, que escribe un efecto de infinito respecto de lo paródico anterior.”

 

Es interesante pensar de qué hablamos cuando hablamos de un libro o mostramos la imposibilidad de hacerlo, el malestar que provocan determinadas lecturas. Qué es eso que llama la atención, molesta, perturba e irrita incluso. Me parece que había una cuestión con la escritura, la escritura como productividad, libertad, resistencia a cierto control o fiscalización de la institución literaria (reseñas críticas, suplementos literarios, revistas…) en su pretensión de legitimar otras poéticas. Creo que eso hablaba entonces, entre otras cosas, de “una incapacidad de leer (lo otro como otro)”, según Susana Cerdá. En la encuesta del año posterior (1990), para la que ya no soy convocado, ella decía también, entre otras cosas, refiriéndose a la mentada nota: “… Notita que intenta empaquetar a los tres libros, a quienes los votamos y al goce mismo de los que nos detuvimos en su lectura, en un único, agraviante paquete, que hasta ahora el ‘Diario de Poesía’ no ha intentado ‘desempaquetar’”. Y cierra: “…En atención al alarmante tono persecutorio de la referida notita y considerándola un agravio al espíritu de toda lectura, o sea al otro como tal, e intentando no contribuir a la proliferación de estas maneras de desprecio a la vida, me abstengo de hacer de mis preferencias literarias un hecho público que pueda ser utilizado por juegos de poder ex libris…” Siempre valoré la valentía que había en estas palabras de Susana Cerdá, esa honestidad intelectual insobornable.

En fin… una anécdota de aldea en las arenas poéticas de finales de los ochenta. ¿Acaso no se hablaba entonces de la “revolución productiva”?

 

9 — “Explosión de afectividad” es el título de una crítica bibliográfica de Daniel García Helder a propósito de “El relumbrón de la claraboya”; “Íntimo y retrospectivo” es el de otra firmada por Mónica Sifrim respecto de “Yo escribía un poemita”.

 

          LB —Ambas críticas aparecieron en el suplemento “Cultura y Nación” del diario “Clarín”. La de Sifrim es de 1989 y la de García Helder, de 1990. La primera de ellas, sobre “Yo escribía un poemita”, fue una reseña que intentaba explorar, desde una lectura perspicaz, algunos tópicos puestos en juego en mi poema épico-paródico sobre la infancia: la escritura, el deseo, la sexualidad, la cultura, la educación, la ley del padre, el parricidio... Un poema de iniciación y educación, educación sentimental en el sentido flauberteano…

Con respecto a la reseña de Helder sobre “El relumbrón de la claraboya”, mi libro de mayor complejidad, y tal vez más ambicioso, se advierte una perspectiva algo limitada o sesgada por los mismos presupuestos desde los cuales, como ya he observado, fui leído por el “Diario de Poesía”. Helder, cabe recordar, era uno de sus redactores. Hay un programa, pongamos por caso (el que sigue esta lectura y también la que se había insinuado contemporáneamente en el “Diario…”), que dice más o menos lo siguiente: “vamos a leer este libro, “El relumbrón de la claraboya”, desde los postulados teóricos o pseudo-teóricos de Ezra Pound o de Eliot y su “correlato objetivo”. Ahora bien, lo más probable es que me encuentre en dificultades. Un texto barroco es inconcebible desde las recetas del “imaginismo”, como más tarde lo será también desde el “objetivismo” de un William Carlos William, Carl Rakosi o Louis Zukofsky. Por consiguiente, no logra pasar la prueba… ¿Quién? ¿El texto o la torpeza dogmática de su lectura? Es absurdo pretender legislar sobre estos asuntos: qué es poesía y qué no lo es.

 

No me resulta interesante hablar sobre las críticas a mis libros: en general han sido halagüeñas (perdón por la palabra). Sí, en cambio, me parece importante reflexionar acerca de ese lugar entre curioso y confuso que caracteriza a la crítica de poesía ejercida, como fue el caso y suele serlo, por los mismos poetas. El riesgo de la crítica de poesía hecha por poetas es que tienda, más o menos solapadamente, a postular que poesía es aquello o algo muy parecido a lo que ellos escriben. Creo no estar diciendo nada nuevo. De todos modos, los escritores estamos para escribir al margen de las lecturas de las que nuestros textos son objeto, al margen de esas influencias, de las aprobaciones o desaprobaciones de la crítica. No podemos ni debemos ocuparnos de aquello que un comentarista dice acerca de nuestros textos, porque estaríamos ejerciendo una meta crítica, una crítica de la crítica. Y ese no es nuestro trabajo. No nos pagan por ello. A los críticos sí, o debieran hacerlo. Ahora, no hay que ser ingenuo, y tener la capacidad de discernir desde dónde un crítico lee un texto, cuál es su paradigma, su recorte, dónde hace foco, en qué lugar pretende situar el texto o al autor, dentro de qué genealogía lo ubica y dónde procura situarse él.

Es importante que nuestros libros sean leídos por la crítica, pero tengamos bien en claro que la crítica siempre está leyendo desde un lugar preciso, determinado. Personalmente creo que el crítico debe establecer un vínculo con el texto estrecho y distante, pero apasionado, ejercer una pasión a distancia. No concibo que se despilfarre un espacio de lectura con un libro sobre el cual no tengo más que decir que una sarta de retóricas descalificaciones, no me parece que surja un texto crítico serio, responsable o de algún valor siquiera literario de la lectura de un libro que no me movió un pelo. Claro, puedo enfrentarme a un texto y hablar más de mis presupuestos sobre ese texto que del texto en sí, más de lo que ese texto debiera o le convendría ser que de lo que es.

Enrique Pezzoni alguna vez dijo en una de sus exquisitas clases de “Teoría y análisis literario”, algo así como que él hacía crítica a partir de un texto cuya lectura le suscitara goce. Y esto, ostensiblemente, se advierte en sus lecturas de Borges, Vallejo, Alberto Girri, Pizarnik, Silvina Ocampo, Felisberto Hernández, Octavio Paz, Henry James y tantos otros autores de su devoción. Este vínculo amoroso que el crítico propone con su objeto, es el mismo que el lector probablemente vaya luego a entablar con ese nuevo texto en que se constituye toda lectura crítica. No se puede hablar de lo que no se quiere, a no ser que se digan cosas muy contrarias al querer. Es así. Y esto pasa tanto en la literatura como en la vida.

 

10 — ¿Qué papel dirías que juega la fabulación en tu manera de afrontar una novela? ¿Qué tipo de lector procuran ellas?...

 

          LB —Yo hablaría de “ficcionalización”. “Fabulación” es un término un tanto equívoco y problemático, menos apropiado por su pertenencia a las jergas psicológica y psiquiátrica. De todas formas, mientras pienso sobre este asunto de poner en marcha un texto narrativo, creo me sienta mejor o más cómodo para dar rienda suelta a esta reflexión de entrecasa, desembarazarme incluso de esta palabrita lo bastante trillada que es “ficción”, con sus variantes al uso: “ficcionalizar”, “ficcionalización”, etcétera, para hablar mejor de un proceso constructivo que el discurso en su expansión da cuenta. Este despliegue de materia narrativa permite el pasaje del campo referencial al puramente lingüístico. Fuera de esta lógica toda intervención del autor da lugar a un forzamiento necesario para que sus marcas encaucen, de algún modo, el discurrir del texto, según eso que hace que una novela posea un registro, en el sentido estrictamente vocal del término: timbre, caudal de voz, volumen. Tal metáfora sería comparable con aquello que damos en llamar estilo.

Lo grotesco, la carnavalización en “Los excomulgados”, como otros aspectos que aparecen en mis novelas inéditas, en “Élitros”, por ejemplo, lo que llamaría “delirio gótico”. Una exacerbada melancolía sarcástica en “Entrañas argentinas”. Y ese oscuro absurdo becketteano, tras las huellas de un texto como “Molloy”, en “La enfermedad”. En cualquier caso, hay un forzamiento que opera contra el imperativo realista, que estaría excediendo por momentos los márgenes de la verosimilitud, es un tono hiperbólico, barroquizante, o el desvío, lo digresivo siempre presente como una dilatación o dilación, una descongestión de las tensiones de algunas intrigas, algunos clímax que piden aire o remanso.

Hay una materia marcadamente literaria en mis novelas que, sin embargo, no requieren de un lector especializado, competente para su asimilación. Sí, creo, que mis novelas, por lo que acabo de decir, más su sentido decididamente paródico, porque apelan a otros saberes, a la ironía, a la elisión, al sobreentendido y porque además tienden a mostrar el revés del guante de la verdad, la moral y otros disfraces e hipocresías, modelan o construyen un lector no sólo perspicaz sino libre de todo prejuicio, incluso de aquellos pertinentes a cómo se concibe o debe concebirse una novela.

Los elementos de la realidad tienen un peso importante en toda ficción. Ese pasaje de un plano a otro no es fácil de percibirlo ni de explicar de qué manera y en qué momento se realiza, cuál es su mecánica, si la hay, cuál, su lógica, su ley y cómo y desde dónde participa de ese pasaje el sujeto escritor. Sí podría afirmar que mis novelas no partieron, o no tomaron un dato preciso de la realidad, de la realidad empírica de la que yo participo, entre otros tantos aspectos, como escritor. Soy un observador ocasional, atento a veces, distraído otras, compulsivo excepcionalmente. No soy un observador obsesivo ni relativamente constante y metódico. Mi mirada de las cosas no es la del cronista. No recorto un fragmento de la realidad para construir una ficción, no tomo notas ni busco contar historias para las que necesite documentarme. No requiero de ni creo en esas apoyaturas, al menos no para mi escritura, para mi idea de escritura novelística. Quizás el lector que mis novelas se procuran no sea muy distinto de aquel que se procuran mis libros de poesía, no porque mis novelas estén constituidas por una cuantiosa masa de prosa poética, en absoluto, son todas proyectos narrativos con una historia, intrigas, personajes, diálogos: en ese sentido bastante clásicas o canónicas y el lenguaje, aunque renuncia a una austeridad cercana a la indigencia del mal émulo hemingwayneano, también, a la joyesca suntuosidad lezameana.

 

11 — Definió así a “la comedia” Martin Opitz von Borerfeld (1597-1639): “Mala gente y malas cosas, reuniones de borrachos, de jugadores, las estafas y engaños, los criados descarados, los caballeros matones, las intrigas, la indiscreción juvenil, la ancianidad tacaña, la alcahuetería, y todo lo que a esto se parece, como ocurre a diario entre gente común.” ¿Qué te promueve recorrer estas líneas?

 

          LB —Dos milenios antes de Martin Opitz, en los apogeos de la Antigua Comedia Ática, Aristófanes ya había definido en sus obras los caracteres universales del género. Poco después Aristóteles en su “Poética” apunta, entre otras de las distinciones entre tragedia y comedia, “que esta quiere imitar a personas peores que las de ahora, y aquella en cambio a mejores”. A partir de este elemental concepto clásico las cosas no han cambiado demasiado, es decir, la comedia, a lo largo de los siglos, ha tendido a pintar a los hombres peores de lo que son.

Hacia el renacimiento, y con orígenes en el medioevo, la Commedia dell’Arte, quizás la expresión más popular de teatro de la que se haya tenido conocimiento, muestra, en una de sus temáticas típicas, el antagonismo entre el campesino (palurdo) y el hombre de ciudad (pícaro). Aquí vemos a la burguesía ridiculizando al labriego, al tosco infeliz de una clase en vías de extinción. La Commedia dell’Arte hace su aporte al drama con su pintoresca galería de rufianes y pícaros tan entrañables como Arlequín, Colombina, Brighella, Pierrot, Polichinel, cuyos lugares en la escala de valores éticos o morales no difieren de los que ocupan los caracteres que más tarde describiría Opitz.

La comedia, como se sabe, tuvo origen en los primitivos cultos a la fertilidad, en honor del dios Dioniso. El carnaval quizás sea lo más parecido a aquellas antiguas fiestas rituales que hayamos conocido. En ellas se daba rienda suelta a todo desenfreno regado por abundante vino. En el marco de esos festejos populares tenía lugar la comedia, una representación para la diversión y la risa en la que todo sujeto, cuanto más distinguido mejor: político, filósofo, aristócrata o poeta, terminaba siendo objeto de burla. En oposición a la tragedia la comedia representaba historias con final feliz. Era un género derivado del ditirambo y estaba asociado a los dramas satíricos y al mimo.

Desde aquellos orígenes dionisíaco-aristofánicos el héroe (antihéroe) de la comedia ha estado signado por estos caracteres que bien describe Opitz (poeta alemán laureado por el emperador Fernando II de Habsburgo), y cuyos vicios deben finalmente recibir el castigo aleccionador del ridículo. Esta concepción didáctica y correctiva para estos transgresores de la ley del aristócrata (cercana al héroe trágico) muestra el profundo sentido político que tiene la comedia. Sus personajes, propensos a alterar el orden moral a través del cual el hombre y toda una comunidad pueden ejercer control y vigilancia de sí mismos bajo el patrón de un puñado de virtudes, reciben oportunamente la humillación de la condena estigmatizante encarnada en la burla pública.

Reivindico la comedia como el lugar de la risa, la parodia, el carnaval, el cuerpo, la procacidad, el chiste, la réplica, el retruécano, la transgresión, la política, lo popular, lo vulgar, lo sensual, lo festivo, lo comunitario, lo vital, el exabrupto, la sexualidad, lo grueso y grosero. En definitiva, pienso la comedia como el drama de la gente común, la forma en que la gente común representa en la vida, en el teatro de la vida, el sentido trágico de su existencia, que es también político, en tanto pertenencia de clase o social.

 

 

Luis Bacigalupo selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

 

LA LIBACIÓN Y LOS OFICIOS

 

Precisamente altivo había ido

a oír misa.

 

Descansaba mi pueblo según la siesta lo quería.

 

Lateral y supino,

sin otra recompensa que el cuerpo de la virgen

de regreso del cepo y de la pira.

 

La libré del mal

cuando en blando mal dormía

como cordero que en pradera pace y se tiende

boca arriba.

 

En víspera del séptimo día

doblaron las campanas

y ardió el cirio envuelto en ancho resplandor.

 

De los sepulcros se alzaron los muertos,

bien dispuestos.

 

Anhelaban beber la sangre de la herida

vertiente de la vida.

 

Y era fatigosa la imprecisión de esa fatiga

y codiciada

cuando su sangre me anegó.

 

Harto y uno volví donde moraba sin morada.

 

Mi pueblo descansaba en paz.

                                                                                                                                          (“Mixtión”, 2014)

 

 

EL GRIFO

 

Me fui

o quise hacerlo y no supe

 

el agua caía del grifo gota a gota

tinc tinc replicaba la chapa acanalada

 

era un viento que luego soplaría con furia

el que golpeó tu espalda

yo solo si había atinado a golpear tu puerta

pero ya era tarde

te habías ido

o habías querido hacerlo y no supiste cómo

o no pudiste

 

el silencio silbaba una melodía inaudita

era maravilloso esperar el sol en la esquina

podía detenerse allí junto a nosotros

y decirnos sus cosas por un rato

sabíamos que no se demoraría en proseguir

su camino al cementerio

nos daba su calor y eso era todo

 

como estas gotas que no dejan de caer del grifo

y a su modo nos dan también su música inaudita

 

y mientras sigan cayendo

la chapa tendrá algo que decir

siempre lo mismo

volveremos a la estación donde no debimos descender

volveremos a subir al tren que nunca debió detenerse

 

y algunos pájaros dicen sus cosas todavía

en otra lengua que el tinc tinc de la chapa ignora

sus cosas son y no son las mismas que nos importan

mientras oímos caer una gota y otra y otra más

del grifo incesante

 

mañana el sol se detendrá en la esquina

o seguirá su camino directo al cementerio

 

las nubes dirán…

¿qué dicen las nubes cuando dicen algo acerca

de esas cosas que les importa?

 

el día es una mano que se agita

un adiós dicho antes y después de la lengua

 

en esta esquina

en este día estamos aún esperando

¿seguimos juntos todavía, todavía?

 

golpeé tu puerta y ya no estabas

alguien tal vez debió de golpear la mía

toc toc

siempre la misma manera

¿cómo no vamos a saber de qué se trata?

¿cómo no vamos a terminar nunca de entender?

 

esta estupidez, esta necedad decís

esta necedad, esta hipocresía digo

esta hipocondría decís

y entonces

empezamos a entender de qué se trata.

                                                                                                                                                            (inédito)

 

 

EL LAGO

 

                                                        El silencio es elocuencia incesante

                                                                       Ramana Maharshi

 

Se ha visto una cicatriz en la abertura

en su orificio falto de boca a lo largo del lago

a lo ancho en su reflejo más demorado

relente de una hora maniatada

que no llega a expandirse con el rayo

del perfecto idiota

que no llega

con la garganta en cabestrillo

postrada la nuez en un decir adánico

aunque yermo como un lunes mal despierto

y cruzado, con dios y con el mundo,

con la sarna de no aguantar calmosamente

la monodia de una hermana ínclita

de anonimato y verdad

ayer no más

siendo hoy un día menos

nos habíamos dejado morir al alba

tras hablar de sus reluctancias

y su luz negra a lo ancho

del lago ahora lacio

como una mentira de remota intensidad

o una enfermedad contraída en las orillas

donde es mejor desovar que extraviar la lengua

o enfermarla de vislumbres no dichos

en tanto locuaz cabrillea el lago

su silencio más escandaloso

y más

socavado se hace.

                                                                                                                                                     (inédito)

 

 

AGONÍA

 

El cielo se desentiende de nuestros asuntos

un poco de lluvia y el aire huele de otro modo

esos niños están viendo a sus hijos nacer.

 

Han dejado de ser pequeños los niños nacidos de la infancia

y en estas horas de lluvia

otro animal ha iniciado su agonía.

 

Por mucho, el sufrimiento no llega a las nubes

y aunque permanezcan bajas

todo ha de alcanzar la lejanía

porque el cielo nunca ha puesto interés

en los negocios de aquí.

 

Antes de que la lluvia las toque

estas mercancías habrán de ser polvo

mañana

será el mismo día

es cuestión de horas.

                                                                                                                                                      (inédito)

 

 

 

LA URNA

 

El fuego se enzarza en el hueso más largo de esta vida

bajo un rumor que habla de una remisión al polvo.

 

Rumor de ardor de un pensamiento que no cesa

de enzarzarse en la espina de su repetición.

 

Un bordado medular de la lengua

en el teatrito de los quebrados

al saltar una intencionalidad

forzada a plegarse

en las asperezas de una presunción.

 

Esa ortopedia mental asiste

en su inclemencia

a un tiempo que arde y se enzarza

en la urna cineraria

rota.

 

De allí surge.

Y de allí escapa.

                                                                                                                                                       (inédito)

 

*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Luis Bacigalupo y Rolando Revagliatti, 2016.

http://www.revagliatti.com.ar/010808_bacigalupo.html

con su madre

Luis Bacigalupo con Graciela Perosio. - Foto Marta  Cwielong

Luis Bacigalupo con Roberto Ferro y Alberto Laiseca - Foto Daniel Grad

Luis Bacigalupo con Susana Szwarc

con Ángela Pradelli

con Daniel Calmels y Héctor Freire

Nilda Barba: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

Nilda Barba nació el 17 de junio de 1949 en Buenos Aires, ciudad donde reside, la Argentina. Es Contadora Pública Nacional egresada de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires. Se formó en Civilización, Literatura y Arte en la Alianza Francesa. Participó, entre otros, en 2006 en el Festival Internacional de Zamora y en el Encuentro Internacional de Poesía en Cuernavaca, ambos en México; en 2007 en el Festival Internacional de Poesía de Rosario, Santa Fe, Argentina; en 2008 en el VII Encuentro de Poetas “Junín 2008” del Movimiento Poesía, provincia de Buenos Aires; en 2009 en el Encuentro auspiciado por la Casa del Poeta Peruano, en Chimbote, Perú. Poemas suyos fueron traducidos al alemán, al inglés y al catalán. Fue incluida en los siguientes volúmenes antológicos: “El placard” (2003), “Poetas del mundo” (2006), “Antología de la confederación latinoamericana en Austria” (2008), “No toda belleza redunda en felicidad” (2008), “Sin fronteras” (2011), “Antología X Aniversario Grupo Alegría” (2015). Tradujo el poemario “Leblón, suelo y voz” de la brasileña Solange Rebuzzi. Publicó los poemarios “El cordón” (Grupo Editor Latinoamericano, 2005), “¿por qué me gusta tanto?” (Vela al Viento Ediciones Patagónicas, 2007), “doctora jeckyll y señora hyde” (Vela al Viento Ediciones Patagónicas, 2009), “como seda con la boca” (Ediciones del Dock, 2015), “al final del pasillo” (Editorial Vinciguerra, 2016).

 

1 — Comencemos retrocediendo hacia…

 

          NB — …lo que pudiéramos denominar los inicios de “mi biografía intelectual”, con la escucha diaria del recitado de poesía que efectuaba mi madre, quien adoraba ese género. Del mismo modo, ella cantaba y la música se oía permanentemente en casa. Ritmo, equilibrio en las palabras que sonaban y resonaban. Los textos fueron adquiriendo una relación íntima conmigo a medida que la lectura me lo fue permitiendo, y se intensificó cuando a los diez años de edad debí permanecer en reposo durante cuatro meses con la pierna izquierda y la cadera enyesadas. Esa fue la oportunidad exacta para leer un libro tras otro disfrutándolos, lo que ya nunca se detuvo. Determinados textos fueron jugando en mi vida, entrando y saliendo, estableciendo pertenencias y un archivo. Me sorprendía ante la fascinación por la manera de decir una frase. Simplemente no podía seguir leyendo como si nada destacado hubiese ocurrido, puesto que algo destacado había ocurrido: había leído poesía, eso era poesía, y estaba dentro de una narración. Me era imprescindible ese instante de silencio en mi interior, donde todo se agitaba. El proceso creativo se fue dando muy gradualmente. Estuve nutrida por la lectura, aunque caótica, sin guía, y siempre me resultó más simple expresarme a través de la escritura que mediante la palabra hablada, inclusive para declarar lo más doloroso. No quisiera establecer un adelgazamiento, ni afirmar: empecé a escribir en tal instancia, publiqué tal cosa. Aunque sí, eso está.

 

2 — ¿Cómo dirías que se fue generando tu interés hacia las ciencias económicas? ¿Te desempeñaste en tu profesión?

 

NB —Mi pasaje por la UBA lo percibo como de un pasado remoto, ese sedimento que hace que ésta que soy tenga ciertos criterios incorporados y una educación vinculada al aprendizaje y a la manera de leer, de dudar, de relacionar, de abstraerse, de concentrarse. Es un sustrato importante, no por el orden temático y de contenido, sino por una cierta disposición al método, a la reflexión. Diría que Ciencias Económicas fue la carrera universitaria de la familia. Todos mis primos mayores, menos uno que estudió veterinaria, seguían esa carrera. Yo era muy buena en matemáticas, materia que me gustaba y me resultaba fácil, eso parecía indicar mi camino. Creo que disfrutaba estudiar, fuera lo que fuera. La vida universitaria, el alejarme tanto de la casa de mis padres, hacían fascinante esa etapa que comenzó a los diez y seis años. Sentía que un mundo se abría a mi paso. El edificio de la Facultad me resultaba imponente, las aulas gigantes, los anfiteatros, increíblemente atractivos. La biblioteca silenciosa era para quedarse a vivir. Tan pronto como entré, justo el único año que hubo curso de ingreso en la Facultad de Ciencias Económicas, junto a tres chicos más formamos un grupo de estudios que funcionó magníficamente bien y continuó hasta que me casé y me fui a vivir a Brasil dos años después. Cuando volví y retomé la carrera extrañé ese grupo, fue más arduo estudiar sola y con hijos y embarazos en el medio. Me recibí el día que cumplía siete meses de mi tercer embarazo. Recién cuando mi cuarta hija comenzó el jardín de infantes empecé el ejercicio de la profesión en un estudio contable en el área de auditoría externa, y esta labor se extendió durante apenas dos años. Si bien me complacía, no me fue posible sostener la organización y cuidado de mi familia numerosa con el trabajo, y decidí dejar.

 

3 — Es recién en este siglo cuando te incorporás a un taller literario.

 

NB — Mi relación con la escritura poética, como te comentaba, tiene raíces que van hasta mis primeros años. Sin embargo, los modos en los que he podido manifestar esa pasión ha tenido vertientes diferentes. Cuando se me impuso, se hizo imperiosa la necesidad de que eso comenzara a circular, entendí que tenía que iniciar un proceso de dedicación, de interacción con grupos de poetas. Fue entonces que comencé a concurrir al taller coordinado por Ana Guillot. Esa etapa de mi formación me dio la posibilidad de escuchar otras voces, otras formas poéticas y narrativas valiosas. Entre los poetas puedo mencionar a Florencia Abadi, Paola Cescón, Isabel Krisch, Néstor Cheb Terrab y Matías Lockhart, y entre los narradores a Lara Segade, Belén Ancisar, Diana Drexler. Ese momento de encuentro en la literatura era una fiesta.

          En la actualidad estoy trabajando con Roberto Ferro. No se trata de un taller. Es de otra índole porque mi proyecto poético transita otro carril. Roberto me ayuda a concentrarme sobre los matices y afinidades que son propios a ese desarrollo. Además de las cuestiones relacionadas con mi escritura, también tratamos temas de orden teórico y crítico vinculado a aquellos aspectos que está explorando mi poesía; una mirada integral incluso sobre mis proyectos narrativos.

 

4 — Ya que has mencionado al ensayista Roberto Ferro, me agradaría resaltar que él, respecto de tu “como seda con la boca”, adujo que “la textura de sus poemas tiene la intensidad de la sugerencia asediada por el silencio”.

 

          NB —Esta idea de Roberto, él la ha expuesto en otras circunstancias: sostiene que la palabra literaria no se opone al silencio, sino que se opone a los estereotipos. Que el silencio abisma la palabra, la instala en un ámbito de resonancia. Agrega que no habría eco si no hubiera silencio, que no habría resonancia si no hubiera silencio. Ferro considera que el silencio es un componente decisivo en mi poesía. Con él hemos atendido a esas instancias espaciales en las que yo establezco separaciones entre palabras, particularmente en los versos, y entonces hemos reflexionado acerca de la relación entre blanco y silencio. No se pueden equiparar blanco y silencio, por supuesto, pero evidentemente eso produce una espacialización del ritmo, y esa espacialización del ritmo tiene mucho que ver con el modo en que se van disponiendo las palabras en el blanco de la hoja. Roberto alega que cuando se refiere al asedio del silencio habla de afirmaciones que requieren una reverberancia. “Tu escritura cala de manera profunda en determinadas zonas, en determinados encuentros, en determinados tonos, y los tonos solamente se registran en el silencio. Es como si tus palabras fueran un relieve sobre el silencio.”

 

5 — Entiendo que también te sentiste convocada por la filosofía.

 

NB—En mi poética convergen, en su composición, distintas zonas de atención y de búsqueda. La filosofía es una de ellas, en lo que condice con el modo en que reflexiono y pienso cuestiones que están vinculadas íntimamente. Indagaciones que varían el orden de interés, que se entrecruzan con otros aspectos de orden teórico y de orden crítico. En mi poesía circulan más las omisiones que las citas. Los acontecimientos en la vida nunca son lineales, son múltiples, con múltiples manifestaciones. Mi modo de dialogar con la palabra filosófica a veces se ha enlazado con cuestiones relacionadas con mi propia experiencia, y ha encontrado en alguna de esas vertientes, si bien no una respuesta, al menos un ámbito que me permitiera reflexionar. Otras veces, la relación con la filosofía enlaza con mis escarceos con la poesía. Roberto es un crítico muy conocedor de la obra filosófica de Jacques Derrida, y es a partir de esto que me he acercado a algunos de esos enfoques con su guía, para poder discurrir acerca de la escritura y fundamentalmente sobre la lectura de mi poesía. En mi último libro, “al final del pasillo”, hay un tratamiento de la huella y del fantasma que son dos elementos relevantes en el pensamiento de Derrida. Es decir, cuando yo estoy pensando esa zona, ese otro lado del espejo, estoy pensando la memoria, el pasado, también como fantasma, presencias intensamente ausentes y, por otro lado, esos fantasmas pensados como huellas. En “al final del pasillo”, la memoria, el pasado, los abordo como fantasmas porque reaparecen y están, y van y vienen, y están de un lado y están del otro. No es que mi poesía surja de mi lectura de Derrida; es al revés, en la escritura de mi poesía encuentro ese tipo de motivos e imágenes. Esta relación que señalo con la filosofía derrideana tiene que ver con una escena de lectura; me refiero al momento de acercamiento a mi poesía como lectora, pero atravesada por el asedio de otros discursos; lo que supone posteriormente una sedimentación que espero siga proliferando en mi escritura.

En mis obras anteriores se advierte con nitidez que el cuerpo es una residencia sensible y vulnerable para el paso del tiempo, y registra las marcas no solamente correspondientes al tiempo biológico, sino que también hay huellas de otro tipo, indelebles, de las que muchas veces no somos conscientes y son consecuencia de vivencias, de tanteos. Mi impronta concierne a lo visceral. Las huellas que plantea Derrida. La huella que siempre es la marca de otra marca de otra marca de otra marca. La huella es la marca del fantasma. Y eso es casi central en “al final del pasillo”.

También ha incidido en mis textos la lectura de Deleuze: en particular, el planteamiento del pliegue; esto, según creo, se da a leer en los poemas de “como seda con la boca”. Los surtidos avatares me llevaron a acercarme a distintas búsquedas, ya que desde muy chica indagué y me pregunté sobre los temas trascendentes del existir. En otros términos, me refiero a vaivenes y modulaciones en diferentes etapas de mi vida, tanto como ahora, desde este presente las puedo visualizar. Advierto que los modos en que en mi poesía han emergido la heterogeneidad, la profundidad, la variación, no es a través de formas de representación directa, sino en imágenes poéticas que no se presentan como una ilustración de situaciones específicas, sino como modos de tratar y de comprender los sentimientos y las ideas que me han atravesado.

 

6 — ¿Tu única incursión en la traducción de poesía es con la de Solange Rebuzzi? ¿Está prevista la edición del poemario? ¿Te referirías a la poética de esa autora y a las circunstancias que te inclinaron a trasladarla al castellano?

 

NB— Ésa es mi única incursión. Conocí a Solange Rebuzzi en el Festival Internacional de Poesía de Rosario y me atrajo la sonoridad de sus textos dichos en portugués. Más tarde, la editorial Vela al Viento encaró con esta poeta el proyecto de hacer la edición bilingüe del libro “Leblón, suelo y voz”, y me pidió que hiciera la traducción al español. Acepté a partir del interés que me producía esa poética en la que encontraba una serie de motivos, de tonos, de vecindades que me resultaban concordantes con mi mirada poética, sin que esto signifique que hubiera correspondencias nítidas: ecos y resonancias que me permitían sentirme cómoda. Lamentablementela edición bilingüe aún no se concretó y a pesar del tiempo transcurrido, sigo siendo optimista en relación con la posibilidad de editarlo.

Para mí se trató de una labor trascendente, y que de alguna manera permite dar cuenta de mi postura de lectora frente a la poesía. La circunstancia de haber residido en Brasil durante dos lapsos me permitió encontrar en esa poesía registros que yo podía reconocer. Trabajé en íntima relación con Solange Rebuzzi. Fue un trajín, te diría, vivencial.

 

7 — Puesto que sabemos que tenés cuatro hijos y en la primera línea de dedicatorias de “El cordón” aparecen mencionados Luciano, Leopoldo, Carla y Natalia, no puedo menos que imaginar que ésos son los nombres de ellos.

 

          NB —Exactamente, ésos son los nombres de mis cuatro hijos. Tengo la alegría de haberlos disfrutado mucho durante su crecimiento, etapa por etapa. Y también fui y soy consciente de ese disfrute mientras sucedía y sucede. Desde chiquitos, en varios sentidos, mis hijos fueron mis “maestros”, y creo que de no haberlos tenido habría revisado menos profundamente muchos conceptos dados por verdaderos. Son grandes ya, adultos. Los respeto y admiro. Los cuatro diferentes, se quieren y se ayudan todo el tiempo. El mayor, Luciano, es médico, neurólogo, especialista en ACV; el segundo, Leopoldo, ingeniero industrial con master en finanzas; Carla, la tercera, y Natalia, la cuarta, son licenciadas en administración de empresas. Entre los cuatro me convirtieron en abuela de nueve nietos. Ésta es mi familia, mi red en este salto mortal que es vivir.

 

8 — En 2012, además de intervenir en el ciclo Jornadas de Literatura, participaste en el Programa Cultural Barrios.

 

          NB —Se trató de eventos con actividades multidisciplinarias que incluyeron artistas plásticos, músicos, poetas y narradores. Ese Programa Cultural Barrios se desarrolló en centros y espacios culturales de la Ciudad de Buenos Aires, como los centros culturales“Recoleta” y “General San Martín” (entre los más conocidos), los espacios culturales “Carlos Gardel” y “Julián Centeya”, el Salón Dorado de la Casa de la Cultura y escuelas de nuestra ciudad. Carlos Diviesti fue el coordinador del Programa; Norberto Barleand, el coordinador de eventos especiales (literatura y tango); Guillermo González Heredia, el director general de promoción cultural.

Los que leímos poesía tuvimos oportunidad de llegar a lectores no habituales de este género, o a aquellos que tienen una concepción relacionada con lo que les fue trasmitido en el colegio. La poesía, así, deja de ser un campo cerrado, hermético, para pequeños grupos, y entonces aparecen determinados tipos de ecos, reverberaciones. Me resultaron, desde luego, productivas las conversaciones que mantuve con las personas que se me acercaron, opinando, indagando.

 

9 — En tanto has viajado por numerosos países, acaso no siempre como simple turista: ¿habrás tenido contacto directo con diferentes culturas?

 

          NB —A los once años viajé a Europa con mis padres, mi hermana y mis abuelos paternos con el objetivo de acompañar a Faustina, mi querida abuela española, en el reencuentro con sus hermanos después de cincuenta años desde su venida a la Argentina. Viajamos en barco, en el “Anna C”. Los hermanos de Faustina residían en ciudades que fuimos recorriendo emocionados, una a una, hermano a hermano. Con nuestra llegada no sólo se conmocionaba la familia entera, sino todo el pueblo, o el barrio si se trataba de una ciudad más grande. A los once años escuchaba y veía a mi abuelita recordando su infancia actualizada en la mirada de esos hermanos en la que había permanecido niña todo ese tiempo. Inolvidable. Ella nos hablaba siempre de “su” España y de la fonda de su familia. Estar allí fue para mí como haberme zambullido en el libro de cuentos del que surgían las historias que Faustina me contaba.

Muchos de los viajes que hice más tarde fueron acompañando a mi ex marido; eso me permitió el contacto con gente que nos recibía en sus casas o nos llevaba a conocer lugares a los que no iba habitualmente el turismo. Como también te comenté, residí en Brasil durante dos períodos. La primera oportunidad fue al día siguiente de mi casamiento; luego de la luna de miel en Guaruyá nos instalamos en Icaraí (Niteroi). No existía en ese entonces el puente Río-Niteroi, y para ir a Río de Janeiro había que cruzar la bahía de Guanabara con una barca que además de personas, trasladaba autos.Yo tenía diez y nueve años, mi padre tuvo que firmar la autorización para que pudiera salir del país. Había dado exámenes hasta apenas unos días antes del casamiento. Me llevé el libro de Doña Petrona C. de Gandulfo, la gran cocinera santiagueña, como toda ayuda. Llegué a Icaraí y tuve la suerte de tener como vecinas en el mismo piso a una chica de mi edad, también recién casada, y a una señora mayor, sin hijos, los que constituyeron mi familia adoptiva. Además, Teresita Torres Agüero, hermana del pintor Leopoldo Torres Agüero, argentina ella, y lectora voraz, fue mi amiga desde entonces. Los brasileños son gente muy cálida, me percibí integrada aunque extrañaba horrores. Nunca antes me había separado de mi familia. Me sentía muy sola. Cuando nació mi primer hijo nos mudamos a Copacabana para estar más cerca, mejor asistidos en caso de necesidad. Recordarlo ahora parece increíble. Venía a mi casa una lavandera una vez por semana, toda vestida de blanco como las bahianas, y desplegaba una sábana, también blanca, con la que envolvía la ropa que se llevaba sobre la cabeza con un caminar erguido y acompasado. Teresita me había hecho una lista de todas las verduras con sus nombres en español y en portugués y con eso iba a la feria al aire libre (como la lavandera a mi casa) una vez por semana.

La segunda oportunidad en la que viví en Brasil fue en San Pablo, también por trabajo de mi ex marido. Esta vez fue más complicado porque, al poco tiempo de nuestra llegada, se desató una epidemia de meningitis muy fuerte, no había vacunas y luego de consultar con epidemiólogos, allá y acá en la Argentina, decidimos volver. Fue muy duro, mis hijos eran muy chicos, Carla tenía siete meses. Esa decisión significó que mi marido se quedara allá y yo regresara sola con los chicos. Mudanza tras mudanza, que sumaron dieciocho hasta el presente.

También viajé a Oriente: China, Japón, Corea del Sur, Tailandia, Singapur, Hong Kong, Yakarta, la capital de Indonesia.Recuerdo en Bangkok una cena en la que un matrimonio propietario de una arrocera nos describía cómo era la estructura familiar y empresarial. Se trataba de un matriarcado en el que la familia joven permanecía bajo el ala, y en la misma casa de la familia de la mujer en la que la madre era la autoridad máxima, y la hija trabajaba en la empresa familiar que dirigía.

          En Hong Kong, lo inusitado: una reunión de negocios, luego de una cena, con dos hombres del lugar y tres parejas en una gran disco que además era lugar de citas: inmensa, con varias pistas en las que había shows eróticos. Todo muy refinado y lujoso. Al llegar, se abrían a los costados dos salas con chicas de todas las razas y

nacionalidades, que podían ser elegidas. Nos fueron guiando hacia un reservado y para ello fuimos pasando delante de los diferentes escenarios.

En Cantón, China, tomé un taxi y le pedí al conductor que me llevara a una feria de comida. Siempre me interesan las ferias, los supermercados. Eso me indica bastante de la forma de vida del lugar. Esa feria fue absolutamente fuera de lo común. Como entonces en pocos lugares había heladera, los animales estaban vivos en jaulas de juncos o mimbre. Se trataba de serpientes y otras especies que nosotros no comemos. Los clientes elegían el animal mientras estaba vivo, luego lo mataban a la vista de todos, lo limpiaban y lo entregaban todavía caliente. En el caso de las víboras les sacaban la piel como si se tratara de un guante.También había perros ya cocidos y bañados en caramelo, perros laqueados, colgados con ganchos.

          El mismo taxista me llevó por calles donde la gente vivía en pasillos en los que apenas entraba un colchón que iban usando por turnos. Ejercían en la vereda sus oficios; por ejemplo, el de escribientes, con unos pinceles que sostenidos en posición vertical con los dedos índice y pulgar, dibujaban los grafismos que me resultaban mágicos. Todo esto parecía desarrollarse en cámara lenta mientras en la calle enjambres de bicicletas no cesaban de enmarañarse. Varias veces, al llegar al hotel, me percibí extraña al advertir mi imagen en el espejo y no el rostro de una china.

La India me enfermó. El móvil del viaje fue la meditación en un ashram. Aunque carente de afinidad, la meditación en sí misma fue enriquecedora en el lugar ideal. De la misma manera que el contacto con gente de todo el mundo que compartía la experiencia y con la que intercambiábamos charlas y ejercicios guiados. Esa sensación de ir llegando desde distintas latitudes a un mismo punto remoto, sin habernos puesto de acuerdo ni habernos comunicado por ningún medio en ningún momento previo, es casi de ficción, realismo mágico. Nos convocaba la misma inquietud, o no. Concluida la semana de meditación, durante otras dos, recorrimos 3000 kilómetros en auto, entrando a las ciudades de Agra, Jaipur, Pushcar, Udaipur, Jodhpur y Delhi.

Todo es intenso en la India, imposible la indiferencia. El tránsito loco, caótico, con bocinas sonando continuamente. Son muy viscerales, gritan, se pelean. Yo llegué con la idea del equilibrio que da la meditación, de la resignación que les otorga la religión que explica todas las injusticias. Nada más lejos de la quietud y la tranquilidad. Todo es estridente. Los colores brillantes en una paleta amplia y variada resplandece, atraen la mirada, despiertan. Los olores penetran, invaden. Usan muchos desinfectantes, algo así como la acaroína, que se mezcla con los olores de la basura en las calles y los animales sueltos (como las vacas), y la inmensa cantidad de monos caminando por los numerosos cables que atraviesan las ciudades. Los camellos son utilizados como animales de tiro, arrastrando carros. Hay escenas que desubican y conmueven, como observar a mujeres construyendo rutas, cargando palanganas metálicas llenas de arena, cemento y otros materiales, y vestidas con saris bordados, largos como para concurrir a un casamiento. Sin embargo, los hombres visten guayaberas y pantalones.

Navegué por el río Ganges, en un bote a remo despintado que capitaneaba un muchachito de diez y seis años. Conversé con él y me contó que estaba casado y tenía un bebé, que los padres le habían elegido la pareja. Le pregunté qué pasaría si se enamoraba de otra chica, a lo que me contestó que eso no iba a pasar, que ellos aprendían a querer a la persona que sus padres elegían. Vimos en los diarios los avisos de padres publicando el currículum de sus hijos y buscando pareja con determinadas características. Desde el Ganges, ese río sagrado, divisábamos en las orillas a la gente bañándose con jabón y shampoo, lavar sus ropas y un poco más arriba, también en la orilla, dos crematorios, uno al aire libre y otro cerrado. El chico del bote nos contaba que se crema a todos los muertos menos a la mujeres embarazadas y a los niños menores de dos años. Y hay otra excepción también que no recuerdo en este momento. A éstos, los que no son quemados, se los echa al Ganges en estado natural. Algunos tramos del río sagrado son los más elegidos para dejar a sus seres queridos; uno de ellos es frente a la ciudad, también sagrada de Varanasi, a la que llegan desde largas distancias trasladando a los cadáveres sobre los techos de los autos (sin ataúdes), rodeados de flores. No se puede permanecer indiferente estando en la India, insisto. Son muy fuertes los contrastes. La sensación es que todo se pone frente a tus ojos: acá estoy, mírame, acá pasa esto. No sólo pasa lo del Ganges que te contaba, también se riega con aguas servidas. Se ve por la calle mucha gente mutilada. El tema salud es desesperante, la medicina preventiva no existe. El sistema de castas sigue vigente y la vida humana está devaluada. Podría hablarte durante un año entero de este tema, Rolando. Me quedo con la sensación de haber cometido una injusticia, ya que remarqué los aspectos que me conmovieron negativamente. Sucede que aquello repercutió en mi cuerpo, no pude digerirlo y regresé con un gran malestar físico y mucha angustia. Es decir, estas imágenes dan cuenta más de mi imposibilidad de comprensión que de una mirada objetiva, digamos, de una antropóloga sui generis. Más arriba hice referencia a que mi poesía no tiene un dominante de representación, por eso me animo a especular acerca del modo en que mi trajín viajero se asoma en las imágenes que te he detallado; acaso el término más apropiado sea el de espectros, especie de fantasmas inusuales que se cuelan aquí y allá en ciertas formas de extrañamiento en mis metáforas. 

Mis otros viajes los realicé a países con culturas no tan diferentes de la nuestra. La sensación en Oriente fue la de haber abandonado el planeta Tierra y haber llegado a otro, quizás de otra galaxia.

 

10 — Compartamos con nuestros lectores, y en el orden en que se presentan, los títulosde las secciones de tu segundo poemario: ¿por qué no nos acunan?, ¿cuándo?, ¿mi última jugada?, ¿dónde los besos?, ¿quién diría?, ¿estás despierto?, ¿cómo la perla?, ¿por qué me gusta tanto? (y hasta una última “sección”, sin poemas, así nombrada: ¿ahora qué?).

 

NB — Muchos interrogantes. Un permanente surgir de nuevas preguntas ante el suceder y su reflexión posterior o simultánea. En el curso de este diálogo debo haber mencionado el vocablo extrañamiento, que para mí es una condensación de mi gesto poético; diría que ese vocablo expresa de modo confesional el momento anterior a la escritura de mis poemas, que los imagino, digo ahora, y aquí los imagino como una respuesta ante el asombro. De ahí quizás que vos como buen lector me señalás esa serie de preguntas; preguntas que exponen un segundo movimiento que es el de caracterizar el secreto, el enigma que tratan de nombrar mis imágenes, mis palabras, puestas en poemas. Si tuviera que nombrar un tercer movimiento, lo caracterizaría como de diseminación, es decir, el modo en que proliferan los sentidos, las significaciones, sin quedar ancladas en una única interpretación.

 

11 — Lectores hubo que se preguntaron porqué les gustaba tanto tu “¿por qué me gusta tanto?” Y transcribo:“Me gusta tanto porque es una poesía de a pinceladas delicadas, poemas sin título, sin piso ni techo, donde uno puede entrar por una ventana y salir por una chimenea.” “Poemas mamushkas. Cajitas chinas también.” “Me gusta tanto porque sí.”

 

NB —Cuando otro poeta celebra mi poesía para mí es una celebración mayor. Entonces difícilmente yo pueda opinar, o dar cuenta sobre la referencia de Máximo Ballester, excelente poeta, por otra parte, al que acabás de aludir y citar. Atino a expresar que los lectores de poesía más ávidos son los otros poetas y, en general, debo decir que hacia ellos me dirijo en primer lugar.

 

12 — ¿Cuán lejos, o cerca, te hallás de aquella “doctora jeckyll”, de aquella “señora hyde”?

 

NB —Cuando me detengo a pensar mi escritura en conjunto, no tengo medidas espaciales ni temporales. No están lejos ni están en el pasado. Cuando leo alguno de mis primeros poemas allí encuentro vibraciones actuales. Tampoco creo que en el transcurso de mi poesía haya habido una evolución. Sí hubo transformaciones, pero esas transformaciones no me alejan ni me acercan, sino que, en todo caso, complejizan mi relación con la palabra. Sí es verdad que no he dejado de ser la doctora jekyll, que nunca he dejado de ser la señora hyde, porque están ahí presentes y hay resonancias.Las variaciones que se van dando en mis intereses poéticos, provienen de mi necesidad de indagación, y acaso con una fantasía de efectuarla con modulaciones y de no caer en la repetición. Esta Nilda Barba que escribe hoy es una versión polifónica de las anteriores. Ese no olvidar los poemas que he concebido es lo que me conmina a no convertirme en una máquina repetidora y a explorar permanentemente. Antes aseveraba que no pienso el despliegue de mi escritura en términos de evolución; agregaría que es como el soñar, a medida que pasa el tiempo uno no sueña mejor que antes, sigue soñando.

 

13 — ¿Qué hay “al final del pasillo”?

 

          NB —Todo indicaría que al final del pasillo está la inevitable finitud. Sin embargo, no es oscuro ni negativo. No amenaza ni atemoriza. Al final del pasillose abre un espacio propio mullido, cálido, acogedor, único y a medida, dentro de un espejo de gelatina que sí es oscura. Al final del pasillo están las sucesivas muertes, las pequeñas y numerosas muertes, y además están los sucesivos duelos imprescindibles.

Hay oportunidades, hay cobijo, hay alivio. Hay recuerdos, olvidos, hay sueños y hay ilusiones, hay desengaños y hay dolor. Hay empuje para salir y seguir viviendo.

 

 

14 — Aludiste a tus proyectos narrativos (en algún lugar leí que tendrías concluido un volumen de cuentos que pudiera titularse “Origami” y que estarías reescribiendo una novela, “La flor engrillada”).

 

          NB —Mis tentativas por explorar la palabra literaria a través de otros géneros ha sido siempre asediada por la meticulosidad y el pudor. He incursionado en la escritura de cuentos y relatos. Algunos de ellos fueron publicados en la antología “El placard” (Ediciones de la Siesta). En la actualidad estoy reelaborando varios de los textos que iban a formar parte de“Origami”; se han transformado: me siento más proclive a expandir la escritura narrativa en forma de novela. Estoy reescribiendo una nueva versión de “La flor engrillada”. Y siguiendo el consejo del escritor uruguayo Juan Carlos Onetti: “Cuando estás escribiendo un cuento o una novela, no lo repitas para otros para no perder la magia”, aunque me tiene muy entusiasmada, me abstendré de aludir a la trama. No estoy saliendo de la poesía para entrar en la narrativa. La narrativa es una amplificación de mi proyecto literario.

 

15 — Tuviste tu paso por la docencia.

 

          NB —Tuve una experiencia con la enseñanza de la filosofía de la Escuela Universalista, y luego también, en cursos de lectura de poesía que pronto voy a retomar. Es una iniciativa en etapa de armado para dictar cursos sobre modos de lectura de poesía. Una reflexión crítica sobre los proyectos de escritura, recurriendo y valorando fuentes diversas.

 

16 — En un mismo año, 2006, participaste en dos Encuentros de Escritores en México.

 

          NB —No deja de ser una de esas coincidencias maravillosas que mientras suceden creés que se van a repetir, y luego te das cuenta de que no es tan frecuente ni simple que así sea. En Zamora, Michoacán, en el encuentro organizado por Roberto Reséndiz Carmona, se generó un clima de gran integración, afecto y respeto entre los asistentes, entre los que se encontraban, de Argentina: Silvia Montenegro, Teresa del Valle Salinas y Ana Guillot; de México:Thelma Nava, Raquel Huerta Navas y Lina Zerón; de Pontevedra, España: Fernando Luis Pérez Poza. Cuando llegó el momento de despedirnos nos costó como si nos tratáramos de toda la vida. Algunos seguimos juntos camino al encuentro en Cuernavaca. En esa oportunidad estuvimos en Ciudad de México, donde nos encontramos con Carmen Ollé, y nos alojamos en la casa de otra poeta, la querida amiga Guadalupe Elizalde, que habíamos conocido en nuestro santafesino Festival Internacional de Poesía de Rosario. Ella organizó una lectura en la que también participaron poetas mexicanos. Inolvidable.

 

17 — Nació en Italia, en Bríndisi, en 1936. En 1964 fundó el “Odin Teatret” en Dinamarca. Es el co-creador del concepto “antropología teatral”. Fue alumno de Jerzy Grotowski y es uno de los más reconocidos maestros vivos del teatro occidental: Eugenio Barba. ¿Has visto alguno de sus espectáculos? ¿Existirá con vos algún parentesco? ¿Sos habitual espectadora en nuestra ciudad, acaso la que a nivel mundialmayor oferta ofrece de puestas en escena?

 

          NB —No he visto ninguno de sus espectáculos y, al menos que yo sepa, no existe parentesco con él. Ojalá lo hubiera, me sentiría muy honrada.

Soy habitual espectadora de teatro. Existe un vínculo innegable e intenso entre teatro y poesía. Está dado por el hecho de que en teatro las voces se encarnan, y no es casual que en algunos géneros haya un cruce entre la lírica y la música, el melodrama operístico, por ejemplo. Fundamentalmente lo que relaciona la poesía con el teatro es la modulación de la voz, y el modo en que los actores y los directores trabajan los tonos, que, por otra parte, son centrales para la producción de mi poesía: el cómo decido la espacialización, la elección de un adjetivo, el gesto que caracteriza la construcción de una metáfora. Eso construye un tono.

          El otro hálito que destaca en una puesta es el ritmo. Y esto es claro, el ritmo es una de las claves de la poesía. Si se atropellan las partes unas con otras, además de violentarse, se extravía la cadencia. La manera en la que en mi escritura trabajo con el ritmo es la secuencia. La clave del ritmo es secuencia y corte. Es por ahí donde el hecho teatral nutre mi reflexión sobre la impronta en mi texto poético.

 

18 — ¿Cómo te llevás con el granizo y cómo con el fuerte viento? ¿Cómo con las instituciones, con la languidez, con las sorpresas?

 

NB —Preguntas muy sugestivas las tuyas, Rolando. Tanto el granizo como el fuerte viento connotan agresión, impotencia, desamparo. No me llevo bien con ellos, por cierto. Y no soy nada temerosa, en general, amo las tormentas y los truenos, caminar y hasta nadar bajo la lluvia. Quizás mi recelo hacia el viento surgió en una oportunidad en que tan pronto como terminaron de colocar los vidrios de unos grandes ventanales que cerraban una terraza, se levantó un vendaval de cien kilómetros por hora, y comenzaron a estallar los cristales uno tras otro y a retorcerse la estructura que los sostenía, mientras yo oía los estruendos desde el piso de abajo. Me sentí a merced del destino, en el que no suelo creer. Lo que acabo de relatar no es un mito fundacional, es una contingencia que me ha llevado a reflexionar sobre la ruptura de los límites, en el adentro y el afuera. Es por eso que los vientos me perturban y es un modo de imaginar el quedar a la intemperie. La intemperie sucede cuando se borran los límites. Por cierto, se han producido acontecimientos estremecedores en mi vida, y que acaso no aparecen en la superficie de los poemas. Lo que sí aparece en ellos son las consecuencias, de manera lateral en mis imágenes metafóricas: el viento que arrasa.

El granizo es la materialidad de la agresión, incluso de la agresión no esperada, que es la peor de todas. Así como el fuerte viento, el granizo puede no aparecer en la letra de mis poemas, pero seguramente emerge en determinadas figuraciones en las que la fuerza se convierte en imposición.

En cuanto a las instituciones, es un punto muy sensible, porque pone en juego lo social en un sentido profundo. Si bien en su origen el objetivo es organizar la sociedad, suelen ser poco flexibles y menos aún adaptables a lo individual. Además, instalan una filosofía trascendental que permite entender el significado de la existencia, del orden, de las tradiciones y convenciones. Hay un límite muy fino y peligroso en las instituciones que abarcan la familia, la escuela, la iglesia,lo político. Fuera de esto, sucede también que llega un momento en que esas instituciones se internalizan de manera tal que se transforman en estructuras propias, constitutivas de los individuos de la sociedad que los rigen, y pasan a conformar una necesidad, un postulado, un deseoa concretar. Y eso me preocupa. Es como si se perdiera de vista el mero fin organizativo social externo a nosotros, y pasaran a confundirse con un convencimiento moral o hasta espiritual. Y se defienden como una cuestión de fe, de fanatismo, de fundamentalismo, de fin en sí mismo. Ciertas modalidades en las que los encargados de hacer funcionar las instituciones las imponen, producen en mí resistencia y oposición. Considero que deberían organizar la vida social con el objetivo de permitir que cada individuo o ciudadano pueda elegir y buscar la mejor forma de vida sin perjudicar a los demás y alejándose del autoritarismo. De lo contrario ahogan y obstaculizan la creatividad. Por otro lado, el aparato, la estructura que se genera como una necesidad para funcionar, posteriormente se burocratiza, se fagocita el propósito esencial y primario que dio origen ala institucióny en su lugar surgen luchas internas de poder que las desvirtúan.

Hasta ahora me he referido a las instituciones como puntos de concentración de poder de organización de la sociedad. Pero también podemos inferir que la lengua es una institución para la sociedad, acaso la más importante, en la que circulan todos los sentidos que nos permiten vincularnos con nosotros y con el mundo. Ahora bien, hacer poesía es intervenir sobre esos sentidos abriendo la  posibilidad de otra manera de nombrar. Como dice Proust, “el escritor arma una lengua extranjera dentro de la propia lengua para nombrar lo que esa lengua no puede nombrar”. Entonces, desde esa perspectiva pienso la palabra poética, no solamente en términos literarios sino, fundamentalmente en términos humanos, en los que una variación abre una ventana hacia otra dimensión de la vida. La palabra poética trabaja sobre el interior de la palabra para enriquecerla, variarla, ampliarla y sustraerla del peor de los males: el estereotipo. El estereotipo es la repetición y es la concepción de significados uniformes sin dar lugar a la diversificación. Para referirme a la languidez, permitime citar dos estrofas del poema de Alfonsina Storni:

Languidez


He dejado mi alcoba
Envuelta en telas claras,
Anudado el cabello
Al descuido, mis plantas
Libres, desnudas, juegan.

Me he tendido en la hamaca,
Muy cerca de la puerta
Un poco amodorrada.
El sol que está subiendo
Ha encontrado mis plantas.
Y las tiñe de oro...


 

¿Cómo me llevo con la languidez? Casi suena a confesión esta respuesta. Nunca fue la languidez una característica en mí, todo lo contrario, me distinguí por mi disposición a la actividad. Me calificaban de pro-activa, no necesitaba estímulo externo, creo que a eso se refiere el término. Sin embargo, en los últimos tiempos, porque mis horarios ya no son estrictos, o quizás no sea por esto, me siento más relajada, al punto de llegar a la languidez, tal vez. No lo sé. Me sorprende, ya que no se trata del estado al que se llega con la meditación, es diferente. Mi respuesta sería: me llevo bien, me hice amiga con mis estados transitorios de languidez. Es frecuente que en aquellos momentos en que me dispongo a la escritura poética, nunca programada, muchas veces los poemas surgen como producto de la meditación, o de la divagación en estados de languidez. Por lo tanto, esos estados de languidez para mí son productivos, en el sentido de que esa flotación de mi cuerpo y de mi espíritu inducen a conectarme con imágenes que por su extrañamiento me permiten arrimarme al poema.

Las sorpresas me encantan. Me gusta que la vida me sorprenda. Y estoy predispuesta: lo inesperado va a superar a lo planificado, y me ha sucedido muchas veces, aun en asuntos trascendentes.También he tenido, desde luego, sorpresas desagradables que me dejaron de una pieza, y que fueron fundamentales y lo cambiaron todo. Aunque sigo siendo pro-sorpresas y no tiene que ver con la magia, sino con poder aflojar el control. Valoro que acontezca en la producción de mi poesía. Toda repetición no trae sorpresas, digamos, es lo ya previsto. La sorpresa es la apertura a un campo de sentidoinesperado. Entonces, ahí se produce una dimensión, un abismar el sentido hacia un modo de intuir, de especular, de prever, que avance sobre la superficie del estereotipo.

 

19 — Hace poco presentaste tu último poemario.

 

          NB —A partir de 2014 había comenzado a indagar en otra dirección, en cuanto al espacio, a la temporalidad, a través de un espejo de características peculiares. Ante la invitación de la Editorial Vinciguerra de integrar la colección SUMMA Poética con motivo de la celebración de los treinta años de la editorial, seleccioné poemas para la ocasión y fui incluida con “al final del pasillo”, editado en marzo. Lo considero un anticipo de un volumen más abarcante del que formará parte, aún en gestación, ya que esa línea de reflexión perdura, configuraun núcleo inquietante, y perturba.

 

20 — ¿Cuáles considerás que han sido tus modelos poéticos ilustres?

 

          NB —Rolando, debo serte sincera, la palabra modelo no me funciona para definir mi mirada hacia los poetas que admiro. A ninguno de los que voy a mencionar quiero darles la rigidez de un modelo. Todo lo contrario, son, desde mi perspectiva, inmensos mares poéticos en los que constantemente trato de navegar. Han enriquecido mi escritura y aunque nunca de manera directa, cada uno de ellos estuvo atravesado por los otros. Por supuesto, tengo poetas que me atraen, los que busco en determinados momentos, aquellos de quienes valoro el modo en que construyen su obra. Entre los argentinos, Juan Gelman, Susana Thénon, Enrique Molina, Alejandra Pizarnik, Oliverio Girondo, Olga Orozco, Javier Adúriz, Alfonsina Storni, Roberto Juarroz…Entre los latinoamericanos, Marosa di Giorgio, César Vallejo, Pablo Neruda, Octavio Paz y Gonzalo Rojas. Italianos: Giuseppe Ungaretti y Eugenio Montale. Franceses: Antonin Artaud, Charles Baudelaire, Paul Valéry, André Bretón y Guillaume Apollinaire .También Fernando Pessoa y el gran Paul Celan. Toda enumeración es injusta porque promueve el olvido. Lo que agregaría es que más que una relación de modelo, y jerárquica, mi relación con ellos es apasionada, me desborda. Si yo considerara que esos escritores son modelos los estaría congelando, encerrando, perderían movilidad. Esas grandes obras poéticas conllevan inmensa movilidad en sí mismas y una movilidad para mí. Los llamaría provocadores.

 

 

Nilda Barba selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

 

la garganta untada de silencio

en caída de risas

(desprendo la corteza)

apuro el ritmo en el fervor

mastico

la mezcla que la lengua desplaza y barre

en el abrir y cerrar

la escupo lejos

antes probé el ciprés

y no supe si estaba triste

(me moví y también yo estuve afuera)

la cáscara fue

mi cielo raso

los años pulcros

sobre la cama estrangulados

con harapos de luz

                                                                                                          (de “El cordón”)

 

*

 

horizontes en la insularidad

de un balde de zinc

las burbujas

deslizándose más allá

de los bordes

la ropa retorcida

entre las manos

no se distinguen

los hombros en los codos

cuelgan

en el piso

un charco

o un océano de jabón

escurren cabezas

en bajo relieve

habrían querido

escalar el metal

tomarse de las asas

crear minaretes de cuerdas y broches

un tendal de cruces

patíbulo al sol

                                                                                                                 (de “¿por qué me gusta tanto?”)

 

*

 

un tutor y la pérgola para merecer

de noche    hormigas

que manos y ojos envenenan

no sé por qué

hojas con leche

las raíces garras

truena

amanezco en un matorral

salvaje

las hormigas me recorren

no sé por qué    ni náuseas

es fértil el terrón

agua de lluvia

gajos ajenos    ritos

luz apretada entre mis pétalos

canales de polen

perfume en las espinas

 

¿por qué me gusta tanto?

                                                                                                                     (de “¿por qué me gusta tanto?”)

 

*

 

las aguas quietas

son ganges que lavan

penumbra

entre gotas de cielo

llevan canoas

surcan las nubes

con remos empañados

y brújulas muertas / también

en voz baja las aguas

sangre celeste

aguas de fuego

disuelven cenizas

en camposantos de siembra

escoltan cestas con nacidos

en voz baja

                                                                                                                     (de “doctora jekyll y señora hyde”)

 

*

 

la toca

cuerdaella

todacuerda

cuerdatodouna

carnetierracielo

la toca

cuerdaire

lluvia rayo

ellacuerda

todaella

acuerda

latecuerda

a cuerda

desatada

la toca

                                                                                                                   (de “como seda con la boca”)

 

*

 

nave fantasma

el espejo al final del pasillo

carga espejismos    simulacros

desde los orígenes

en los instantes de la memoria

 

la ve acercarse

por el pasaje angosto

ella lleva palabras para decir

lo que nunca había podido

lo que nunca

se había fabricado un mundo

el dorso de la nave recuerda

lo que ella había imaginado estar viviendo

ella se detiene

la superficie bruñida

le devuelve una imagen

que casi no respira

ahora entra

ahora intenta reconstruirse

con las palabras

 

es una cuestión personal

                                                                                                                                       (de “al final del pasillo”)

 

*

 

el pasillo es un camino

un derroche de incertidumbre

indaga    duda    cuestiona

busca la sustancia de su complejidad

intuye lo frágil    la desmesura

el exterminio

en ese camino enorme del pasillo

hacia el espejo de realidades urgentes

que distraen    confunden

alejan del adentro incierto y gigante

que reclama identidad

desde el no lugar

desde el otro lado del espejo

al final del pasillo

                                                                                                                                        (de “al final del pasillo”)

 

*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Nilda Barba y Rolando Revagliatti,2016.

 

http://www.revagliatti.com.ar/040927.html

http://www.revagliatti.com.ar/070808_gr.html

http://www.revagliatti.com.ar/act0611/romano-barba-gomez.html

con sus nietos

con Graciela Perosio 

con Itzel  Sosa,  en Cuernavaca, México, 2009

con Roberto Ferro

con Graciela Caprarulo y Ana Guillot

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