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Conversaciones5

Abel Robino

De Pergamino a Francia

 

Conversación con César Cantoni

 

Abel Robino nació en Pergamino, Provincia de Buenos Aires, el 7 de octubre de 1952. Es poeta y artista plástico. Estudió en la Facultad de Bellas Artes de La Plata. En esta ciudad fundó en 1977 el Grupo Literario Latencia. Es Master en Artes Plásticas. Desde 1982 reside en Francia. Publicó los siguientes libros de poesía: Obsesión (1978); Las especies de la noche (l982); El estado de la quietud (1986); Hiel por iel (1997); Poemas (2004) y Burundanga (2013). Como artista plástico ha expuesto en varios países de América, Europa y Asia, entre ellos: Argentina, Brasil, Cuba, Francia, Bélgica, Alemania, Suecia y China (Beijing y Shangai). Su poesía es reveladora de la más cruda realidad y se halla atravesada por el doble exilio que implica estar en el mundo y vivir lejos de la propia tierra. El desarraigo y la orfandad, derivados de esa situación, constituyen el trasfondo de su creación más reciente. Robino mira el mundo y se mira a sí mismo de manera irónica y descarnada, sin piedad ni autoconmiseración, pero también sin reproches. Para Osvaldo Picardo, la suya es “una voz bestial que se sabe traicionada por su propia sombra proyectada sobre la hoja de la poesía”.

 

- Vos viviste mucho tiempo en La Plata, ciudad en la cual, además de estudiar, desarrollaste una vasta actividad literaria, fundando y dirigiendo el grupo Latencia. ¿Qué significó para vos esa experiencia?

 

Bien, empecemos por una declaración de hechos lo más fiel posible para que se transforme en una declaración de principios. Los 10 años que pasé en La Plata no fueron nada más ni nada menos que los años 70. Los recuerdos me llevan siempre a una experiencia participativa. Política, estudios universitarios, poesía, teatro, artes plásticas... todo era una sola masa de locura (de la buena, por cierto), que buscaba salida. Todo era intercambiable entre la calle y los sueños; por lo menos, antes del golpe. Latencia es un poco la consecuencia de aquellas circunstancias; nace como parte de eso que los grandes acontecimientos políticos, sociales y económicos suelen generar. Bueno, también los pequeños acontecimientos pueden ser generadores. Ya decían los latinos: "Los astros marcan el camino de los hombres, pero también los hombres pueden influir en la trayectoria de los astros". ¿No?

 

- ¿Qué propósitos y expectativas alentaba Latencia?

 

Latencia fue un grupo de jóvenes, amantes de versos, que se juntaron después del golpe, que no se proponían tener un estilo en común, dictatorial, que bombardearon la ciudad durante 2 ó 3 años con actos culturales, que trabajaron en relación con la pintura, la fotografía, la música, el cortometraje. Latencia dio cabida al proyecto editorial de Ernesto Girard, que venía del grupo Espantapájaros, promocionó encuentros, fomentó otros grupos y conformó la imagen más joven de la poesía de entonces, al lado de dos generaciones inmediatas ya consolidadas: la de los 50 -Castillo y Preler, los más modernos- y la de los 60 -Ballina, Oteriño y Mux, los más visibles-. A todos nos unía una vocación de complicidad. Yo no dejo de ver a Latencia como un acto de resistencia, como lo eran en la época cada presentación de libros, cada reunión pública, con el fin de no dejarse aplastar por la máquina de la dictadura. Latencia fue nuestra miguita de pan en la historia de Pulgarcito.

 

- ¿Qué recuerdos tenés de tu viaje a Cuba en aquel tiempo?

 

Recuerdo haber leído textos de los amigos en el teatro Carlos Marx de La Habana en el 11° Congreso de la Juventud y los Estudiantes. Todos los poemas los tenía fotocopiados sin el nombre de los autores y los había enviado por correo vía Panamá. En Cuba leí a Preler, Mux, Cantoni, Coto, entre otros. Salí a escena con la gente de Raúl Mercado, el creador de Los Andariegos, y, para identificarnos, nos pusieron unos ponchos de lana cruda del norte argentino. (En Cuba en julio suele hacer mucho calor.) Pues he aquí en mi memoria un tipo de los charcos de Pergamino en el teatro Carlos Marx, con un fardo de fotocopias en la mano, leyendo poemas. Uno de los poemas que leí de Preler fue "La muerte de un poeta"; los amigos me insinuaban que en ningún momento decía "deshidratado". Bueno, llegó la ocasión y ahora lo cuento. La poesía enseña esto, ¿no?, la palabra justa en el momento preciso. Ya ves, son historias que no eran públicas; tienen, más que grandeza, empecinamiento.

 

- En 1982 emigraste a Francia, ¿cómo fueron tus primeros años de exilio lejos de la patria?

 

En cuanto a los primeros años, estos no existen cuando estás en el exilio, que es algo así como un campamento permanente o no tener nada bajo los pies. El tiempo cuenta de otra manera; a veces, ni cuenta: flotás, vas de aquí para allá, hablás bajo y cuesta escribir sin reparos. Pasé quince días encerrado diciéndome allí está París, el del Montmartre sentimental, con el bar El Perroquet de Enrique Cadícamo, un piringundín llamado El Loro, el Clichy de Céline y la plaza Saint Sulpice con los Tres Mosqueteros. De tal situación me sacaron unos uruguayos para ir a una manifestación en contra de Reagan. Luego aprendería rápidamente el caminito a las "Mecas" latinoamericanas, como Julio Cortázar, al que le llevé redactadas unas anécdotas de Gardel que me había contado mi viejo y que aquél coleccionaba. También le llevé la revista Talita, editada en La Plata. Con Julio Leparc fue diferente; Julio es más que práctico, me dio cosas para hacer y terminamos formando un grupo con uno de sus hijos. Más tarde, me invitó a exponer en su taller. Del que me hice más amigo fue de César Fernández Moreno. Con éste empezamos a preparar juntos una antología de poesía argentina de los años 70. César llegó a escribir un esbozo de prólogo y tuvo la descortesía de morirse. Todavía conservo el papelito donde me da cita en un café en Odeón paraCONTINUAR  el trabajo. Se fue antes y yo, aun sabiéndolo, fui igual a ese café y esperé, esperé y pensé ante su atraso escribirle en la servilleta, como se hace o se hacía en Buenos Aires: "Por más muerto que usted esté, don César Fernández Moreno, eso no le da motivo para llegar tarde". Así que pensando que se había retrasado, como todos un día lo haremos, me retiré, casi con bronca.

 

- Vivir en Francia, ¿cambió en algo tu visión de la vida?

 

Muchos quieren hacer ver que cambiaron viviendo en el extranjero (cuestión de marcar la diferencia), pero para mí sólo cuenta la tierra de la infancia o la lengua de aquella época. Mi primera lengua extranjera no fue el francés. En casa, mi madre, que era criolla, más nativa que española, hablaba sólo por cosas concretas; el resto eran miradas o movimientos de cabeza. Mi padre, hijo de tanos, hablaba hasta por los codos (hermosa expresión ésta). Yo, a veces, lo imitaba en largas disquisiciones delante de mi madre, que esperaba que terminase y, a quemarropa, me decía: "¿Y di ai?". Esto para que veas de donde vienen mis textos, que siempre necesitan lo rotundo, la conclusión. Lo lingüístico propio del campo se centra en lo utilitario real; pensá que en el campo el tiempo no está constituido de meses sino de cosechas, de lluvias, de plagas. Así que con esa cuna de silencio materno y el hablar para no decir nada paterno, que es otro silencio, crecí. Mi primera lengua extranjera fue, entonces, el castellano con el canturreo calabrés del abuelo. No, no, yo no cambié, ya estaba hecho cuando llegué a París, era viejo, tenía 29 años, ya me habían arrastrado el desamor, la traición, ya había aprendido a no dar consejos sobre lecturas, vinos ni mujeres. Es probable, en todo caso, que haya cambiado mi forma de comunicar; suelen achacarme tener un español más suave, más esencial, más estructurado.

 

- En París conociste a Edmond Jabés y fuiste uno de los primeros en difundirlo en la Argentina. ¿Qué es lo que más te impactó de él?

 

Yo difundí a Jabés en el año 86, pero creo que antes lo había estudiado y traducido Yurkievich. En esa época en la Argentina lo conocían pocos, casi nadie. A mí me produjo el efecto de un electroshock. Pero mejor situémoslo: Jabés nació en El Cairo en 1912, marcó la segunda mitad del siglo XX y en la literatura francesa ocupa "la non place" o"el no lugar". Su voz era capaz de abarcar los más variados géneros. Dentro de su obra pueden leerse, fundidos en un mismo texto, ficción, poesía, prosa poética, diálogo teatral, aforismos; todo ello como parte de una estética judía rica en paradojas, con obsesiones entre las que se destacan el libro, la palabra, Dios... Ahora bien, me gustaría agregar aquí algo en forma de payada o como el ejercicio que los músicos practican, repitiendo una vieja partitura para ver si pueden arrancarle una entonación personal:

"Su voz, serena, venía del desierto, de todas las caravanas, de todos los jeroglíficos, de todas las sabidurías y de todas las memorias.

Sus falsas máximas, sus rabinos imaginarios, su bien singular judaísmo, lejos de toda apariencia -la de la vida, la de los seres, la de las cosas-, seguían, en su Sahara, la huella de un Talmud interior.

Nómades como éramos y seguiremos siéndolo, nos alivió el exilio con el reino de su exilio. Vigía de lo indecible, del no, el errar y la vida eran su desierto irradiante.

A este hombre de epitafios inexorables, hombre de lo lapidario, de lo concreto, de briznas de eternidad, sus abismos de ausencia lo presentaban inconfortable, pero esa ausencia nunca dejaba de ser hospitalaria, fraternal."

Aún me parece oírlo: "A la edad declarada de un judío es necesario agregarle cinco mil años más" o "Venir al mundo en poeta es ser en el mundo de otra manera que un residente". ¿Dije que el 2 de enero de 1991 en París oscureció súbitamente?

 

- Tu admiración por Jabés te llevó a realizar un trabajo pictórico sobre su obra, ¿en qué consistió el mismo?

 

El trabajo que realicé atendiendo a sus textos, a su universo, a su destierro y el de todos, fue una serie de dibujos, de grafismos hechos en tinta. La idea básica era hacer un abecedario de formas. En dicho trabajo se combinaban la interfigura, el espacio-borde, los márgenes, "Voz de tinta" y "Palabra blanca, signos negros" (así se llaman dos de sus libros), más algunos recuerdos del campo de concentración (me refiero al universal). Se trataba de raspaduras sobre papeles de ocasión, esas cosas que sólo se hacen sobre mínimas cosas cuando estás limitado de material y de posibilidades de vivir. La serie fue mal titulada "Robinomagia" (la vanidad es alrededor de los treinta obesa aún, después se seca y se descascara). Me faltó coraje para titularla, a lo Luigi Nono, "Descubrimiento de la subversión, homenaje a Edmond Jabés". Así HUBIESE  sido más apropiado. La exposición de la serie fue inaugurada por su esposa y los amigos árabes leyeron textos de Jabés. Todo sucedió de manera muy rápida, muy urgente para mí.

 

- Pensar en el fin de la historia me resulta absurdo. No obstante, las utopías parecen estar, momentáneamente, en retirada. ¿Creés que es posible todavía transformar el mundo? ¿Qué responsabilidad le cabe en ello al poeta?

 

Una mitad mía, la prometida, quisiera decir que sí, pero tiene la palabra la mitad rechazada: ¿Quién soy yo para transformar el mundo, atribuirme proyectos en pos de mejorías? ¿Con qué criterio me animaría a obrar: el coraje, la locura, la fe? Como individuo aceptás o no, criticás o callás, obedecés o practicás la rebelión a solas, siempre a solas, y terminás atacando la obra, el único mundo a transformar, el único logro; esa obra de la que pasás a ser un utensilio, una marioneta, un pincel más en la categoría de las herramientas. Y si luego esa obra revoluciona, amotina o turba el mundo, es asunto del mundo, que estaba necesitando ese Guernica, esas manzanitas de Cézanne... Los cementerios rebasan de artistas que quisieron cambiarlo todo, mientras los VAN GOGH  se preocupaban por ver si sus lirios se inclinaban más hacia el azul o hacia el violeta. En fin, creo que este Abel Robino dos mitades, es alguien que intenta impulsivamente la creación como puerta de emergencia, alguien que se siente atascado y acciona hablando, escribiendo, pintando en defensa propia. Escucho "cam-biar-lo to-do"... Y a la mitad prometida cómo le gustaría decir que SÍ.

 

- Vos te comprometiste a menudo en muchos sentidos; sin embargo, por lo que acabás de expresar, el compromiso que Sartre le demandaba al artista hoy no parece atraerte demasiado. ¿Fue siempre así?

 

Artísticamente, creo haber estado siempre más comprometido con Mallarmé que con Sartre. Otra cosa es el compromiso ideológico. La idea de Mallarmé expresada en la frase "uno escribe en volumen" puede verse ahora en las piezas que he hecho tejidas para la exposición "Que el coro se convierta en protagonista". Mallarmé es la poesía proyectada en otras experiencias como la música y la danza; es el obrar frente a la actitud contemplativa de Víctor Hugo, por el que siento igualmente un gran respeto, teniendo en cuenta la forma en que éste supo defender a los marginales y a las prostitutas. (¿Sabías que el día que murió Víctor Hugo, las prostitutas, en su honor, no le cobraron a nadie?) Al margen de Mallarmé, me seduce, sobre todo, aquello de Roland Barthes: "La pintura es una escritura que no quiere aceptar sus orígenes".

 

- Tu poesía habla de la ausencia, las pérdidas, el desarraigo; en suma, del exilio impuesto por las circunstancias históricas, pero también de ese exilio mayor que es estar en el mundo. ¿Podría decirse que, en el fondo, se trata de una poesía metafísica?

 

No puedo precisar si se trata de una poesía metafísica. Personalmente, me inclino por que la poesía sea CANTO, como lo quiere la vieja tradición homérica, y por que todos los recursos y procedimientos empleados giren en función de poder pronunciar LA PALABRA.

 

- Muchas de las experiencias realizadas a lo largo del siglo XX han relegado la belleza en favor de otros parámetros creadores. Tus versos, por su parte, son portadores de una belleza cruel y turbadora, pero belleza al fin. ¿Considerás que ha llegado el momento de revalorizar lo bello?

 

Cada época crea sus propios cánones estéticos. Ahora bien, yo me pregunto: ¿Existe la belleza actual? ¿Será ésta la belleza que nace de lo horrible? Entiendo que puede haber una poesía que no responda al tradicional concepto de belleza. En pintura, todo cuadro se trabaja en forma experimental y, probablemente, se lo exponga de manera decorativa. Sí, puede haber textos solamente experimentales o provocativos; es más, yo he llegado a aceptar lo puramente gratuito como pellizco al lector. Pero lo experimental y lo provocativo, si bien resultan válidos como elementos de creación, no son suficientes por sí solos para mí. Dicho esto, claro, mientras no surja un Picasso de la poesía y haga con "sólo insultos" la obra que nos explique las neblinas en que vivimos.

 

- Alberto Girri decía que el fin primero y último de la poesía es el silencio. Tu poema "Pájaro de la India", incluido en "Hiel por hiel", ¿podría interpretarse como confirmación de aquel aserto?

 

El poema que mencionás es una recreación de un relato hindú y se presta a distintas interpretaciones. El propósito original fue describir la forma en que un pájaro es entrenado en la India para cantar. La peculiaridad del hecho radica en que, después de varios siglos, se sigue repitiendo el mismo entrenamiento; se trata de un rito ligado a la tradición, al pasado, lo que implica sacar al animal del presente. Al final del poema, el pájaro permanece mudo ante la muchedumbre que espera escucharlo. En ese mutismo, en ese"silencio que se sacude las plumas" algunos han visto una metáfora de la poesía. En realidad, no es que el pájaro no cante sino que, por el entrenamiento recibido, su canto está dirigido exclusivamente a un tiempo pretérito, resultando inaudible para nuestro oído contemporáneo.

 

- Buena parte de nuestra generación pasó de la rebeldía al desencanto, de creer que la poesía salvaría al mundo, como pensaba Allen Ginsberg, a considerarla sólo una forma de salvación individual. En tu opinión, ¿para qué sirve la poesía hoy?

 

¿Para qué sirve la poesía? Mucho más que para eso que uno supone cuando la está escribiendo y mucho menos que para eso que uno sueña cuando ha terminado de escribirla.

 

- Para aquellos que no conocen todavía tu obra, ¿cómo describirías tu estilo? ¿Te identificás con alguna corriente poética en particular? ¿Qué poetas podrías mencionar como referentes insoslayables?

 

Yo no creo tener ningún estilo, que a lo mejor es ya tener uno. Tengo manías personales, un modo intuitivo de atacar el poema, el hábito de esconder un texto dentro de otro, ciertos temas... Es decir, vicios que no llegan a hacer un estilo personal. En lo que respecta a las influencias, señalar corrientes o admiraciones -esa sublimación del parricidio simbólico- son dos formas que mi paranoia las presiente delatoras. Cuando me preguntan quién soy, pienso: "Déjenme caminar, hablar, tomar mate, que es tan serio como tener un nombre, un número de documento, una profesión, un estilo... Y verán quién soy".

 

- ¿Cómo surgieron en vos la pasión por la poesía y la pasión por la pintura? ¿En algún momento llegaste a sentir que una prevalecía sobre la otra?

 

Te lo explico con una anécdota. Cuando era pibe le pregunté a mi viejo, mientras pasábamos bajo un ciruelo, por qué las ciruelas negras eran rojas, y mi viejo me respondió: "Porque aún están verdes". Desde entonces, poesía y pintura se hallan demasiado unidas para mí.

 

- ¿Tenés algún método de trabajo? ¿Cómo repartís el tiempo entre la poesía y la pintura a la hora de crear?

 

Ala poesía y a la pintura no puedo verlas más que como "aparición", que es en lo único que creo. La imagen y el texto aparecen y desaparecen, rechazando las separaciones tradicionales con un toque de grosera realidad. "Si no fuese pintor -dijo no recuerdo quién- sería asesino". Yo puedo decir que siempre he sido un tipo con las manos sucias en ambas disciplinas.

 

- En un mundo como el actual, cautivado por la imagen, ¿qué destino vislumbrás para la poesía?

 

Es común afirmar que una imagen vale más que mil palabras. Tal vez sí, tal vez no. ¿Qué importa? Esto me recuerda aquel diálogo entre el tipo que había recorrido todos los caminos del mundo y el que sólo había cruzado un puente. El primero mostró fotos de infinitos paisajes; el segundo describió cada porción del puente bajo sus pies descalzos. En este último caso, fueron tan pocas las palabras empleadas pero tan precisas, que el viajero del mundo dijo: "Tu puente ha sido más largo que todos mis caminos".

 

- Para finalizar, ¿cómo ves culturalmente a Europa; en especial su producción artística? ¿Es un continente agotado como afirman algunos? ¿Qué lugar tiene allí un creador hispanoamericano?

 

En Europa no existe una sola realidad. En ciertos sectores de Berlín, por ejemplo, la actividad creadora es muy interesante. Entre los rusos, en pintura, la escuela clásica promete frutos impredecibles. Por eso, hablar de continente agotado es demasiado cercenador; qué prevalecerá es otro tema. Y para un hispanoamericano poco adaptado como yo, ¿qué destino puede haber que no sea el de un gran voyeur, un observador de tiempo completo, no sólo de lo ajeno sino también de lo propio? A propósito, te cuento algo más. Uno de mis platos preferidos es la clase "medio pelo" argentina que se instala en París, cueste lo que cueste y caiga quien caiga, porque temen a los pobres de los suburbios; son de semi- izquierda, pero podrían ser tibios en cualquier posición. Un día, en la Embajada Argentina, oigo hablar a dos compatriotas -mujer y hombre-. Ella le dice a él: "¡A que no sabés qué me ocurrió anoche? ¡Ay, qué emoción! ¡Tuve mi primer sueño en francés!" Ya ves, todo un símbolo de adaptación para esta epidemia. Entonces recordé lo que mi amigo Marito Paoletti me decía: "Se sueña en sueño gil o, a lo sumo, se sueña en tango". Mirón, sí, mirón internacional me conviene.

 

Paris - Buenos Aires, junio de 2005

Publicado en: Mirón Internacional

Abel Robino - Carlos Penelas - Marta Ortíz -  Ricardo Rojas Ayrala - Carlos Aprea - Anahí Lazzaroni - 

Carlos Penelas: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

 

Carlos Penelas nació el 9 de julio de 1946 en la ciudad de Avellaneda, provincia de Buenos Aires, y reside en Buenos Aires, capital de la República Argentina. Es Profesor en Letras egresado de la Escuela Normal de Profesores “Mariano Acosta” y es en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires donde cursó Historia del Arte y Literatura. Obtuvo primeros premios y menciones especiales en poesía y en ensayo, así como la Faja de Honor (1986) de la Sociedad Argentina de Escritores —de la que fue en 1984 director de los talleres literarios— y otras distinciones. Su quehacer ha sido difundido en innumerables medios gráficos periódicos nacionales y extranjeros, tanto en soporte papel como electrónico. Dictó conferencias en un alto número de instituciones de su país y del exterior. Fue jurado nacional y provincial y panelista en mesas redondas. Fue incluido, por ejemplo, en las antologías “Poesía política y combativa argentina” (Madrid, España, 1978),“Sangre española en las letras argentinas” (1983), “La cultura armenia y los escritores argentinos” (1987),  “Voces do alén-mar” (Galicia, España, 1995), “A Roberto Santoro” (1996), “Literatura argentina. Identidad y globalización”(2005). Publicó a partir de 1970, entre otros, los poemarios “La noche inconclusa”, “Los dones furtivos”, “El jardín de Acracia”, “El mirador de Espenuca”, “Antología ácrata”, “Valses poéticos”, “Poemas de Trieste”, “Homenaje a Vermeer”, “Elogio a la rosa de Berceo”, “Calle de la flor alta” y “Poesía reunida”. A partir de 1977, en prosa, fueron apareciendo los volúmenes “Conversaciones con Luis Franco”, “Os galegos anarquistas na Argentina” (Vigo, Galicia, España, 1996), “Diario interior de René Favaloro”, “Ácratas y crotos”, “Emilio López Arango, identidad y fervor libertario”, “Crónicas del desorden”, “Retratos”, etc.

 

1 — Provenís de una familia vinculada a la literatura, la plástica, el teatro y el cine.

 

          CP — Para empezar debo decirte, Rolando, que no nací el 9 de julio, que nací el 5 de julio de 1946. Sucede que mi padre no quiso que hiciera el servicio militar y por eso me inscribió en fecha patria. Era común entre los libertarios, como también huir y hacerse crotos. Mis dos hermanos mayores (por distintas razones que no voy a explicar) no lo habían hecho. Era injurioso, ofensivo, hacer el servicio militar para cualquier libertario. Ni curas ni militares, no te olvides. Por eso me anotó el 9 de julio. La historia es larga: el dictador José Félix Uriburu, en 1930, modificó la ley. A partir de ese año todos los nacidos el 25 de mayo o el 9 de julio deberían hacerlo. De eso, mi padre, no se había enterado. Resultado: fui el único de toda la familia en hacerlo. Y, por mala conducta —arrestos incluidos—  la baja la obtuve después de catorce meses, uno de los últimos de esa camada en salir. Lo de "la jura de la bandera", es confidencial. Mi familia es de origen gallega. Mi padre, Manuel Penelas Pérez, que cuidó cabras desde los seis años en Espenuca, una aldea cercana a Betanzos de los Caballeros, se formó en Argentina: a los catorce años conoció a obreros anarquistas y socialistas en la fábrica en la cual trabajó. Mi madre, María Manuela Abad Perdiz, de Ourense, apenas sabía leer y escribir. Aprendió con mi padre cuando ya llevaba criados tres hijos. Poco antes de morir, a los sesenta años, había terminado de leer “Los Thibaut”, la obra cumbre de Roger Martin du Gard. Las lecturas de don Manuel comenzaron con Bakunin, el príncipe Kropotkin, Zola, Dostoievsky, Shakespeare, Schopenhauer, Nietzsche y luego el Siglo de Oro Español. Además, claro está, de la lírica gallega y los grandes escritores del siglo XIX de Galicia. Allí comenzó todo. Era, como te imaginarás, Rolando, libertario. Para ser más preciso: libertario individualista. Heredamos sus hábitos: la lectura, la conducta, el amor a la naturaleza, la mirada de los conflictos sociales, el rechazo a toda dictadura, a toda demagogia, a cualquier forma de autoritarismo y una profunda defensa por la libertad individual. Mi hermano mayor, Roberto, fue un lector de los clásicos griegos y latinos, además de los autores del Renacimiento. Un amante de la ópera alemana. Mi hermana Raquel, la lectura y la pintura. Junto a ella recorrí museos, descubría biografías, admiraba a nuestros pintores y la gran pintura universal. Mi hermana Marta, el teatro norteamericano, el teatro inglés y francés de mediados de siglo, la novelística contemporánea, la historia de nuestra tierra. Mi hermano Fernando introdujo en el hogar el cine, el policial, el marxismo, el jazz y el comic. Además de los autores norteamericanos. Luego vino Carloncho (un servidor), que fue consumiendo todo ese mundo. Es importante aclarar que también mis hermanos y mi padre (mi hermano mayor me llevaba veintidós años, fui el hijo de la madurez) concurríamos a ver al “Rojo de Avellaneda”, a Independiente. Vale recordar que Independiente es o era "el club de los gallegos". La gran mayoría de gallegos, de la inmigración, se refugiaron en Avellaneda. Muchos eran republicanos, anarquistas, socialistas, comunistas y el color les llamó el corazón. También por aquellos años me llevaron a palpitar el box en el Luna Park. Practiqué box, pelota a paleta y jugué al fútbol e hice natación toda mi vida. Me formé con la templanza y la visión de lo social pero también con lo estético en todas las manifestaciones. El teatro independiente, los autores de época, el Teatro Colón, los grandes ciclos del cine Lorraine, las exposiciones de pintura eran un hábito. Lo mismo que las discusiones sobre tendencias literarias, la injusticia o la Guerra Civil Española. Esa infancia y adolescencia me abrió la mente. Y ya en la adolescencia el amor de muchachas hermosas, idealistas, plenas de sensualidad y vuelo. Y las lecturas que a su vez fui descubriendo por mi cuenta, con amigos, con compañeros de escuela, con maestros que la vida me ofreció. La gratitud de ellos siempre me protege. 

 

2 — Podríamos decir que haber permanecido durante veintidós años colaborando con el prestigioso cardiocirujano René Favaloro (1923-2000) debe armar, en algún sentido, un capítulo de tu vida.

 

          CP — Un antes y un después en mi vida. En 1978 había publicado, casi en forma clandestina, “Conversaciones con Luis Franco”. A Franco lo conocí de muchacho, y después de la figura de mi padre es la que más me enaltece. Un día, escuché por televisión al Dr. René Favaloro hablar de Franco y de Ezequiel Martínez Estrada. Dijo: “Los jóvenes deberían leerlos, son los dos escritores más importantes de la Argentina”. Le llevé el libro al sanatorio y al mes me llamó. Quería conocerme, hablar conmigo. Esa primera entrevista duró más de una hora. Me contó su experiencia en La Pampa como médico rural, en los Estados Unidos, la técnica del bypass, su vida, su formación, sus padres, la inmigración siciliana…; yo le fui confesando mis gustos, mi historia. Después de unos meses volvimos a vernos. Teníamos almuerzos maravillosos. Se hablaba de todo: Alfredo Zitarrosa, Sarmiento, el general Paz, Leopoldo Lugones, de actrices bellas, de cine…; al poco tiempo me nombró Jefe de Relaciones Públicas de la Fundación. Fui Jefe de Prensa, Sub-director del Centro Editor de la Fundación (el director era él), Jefe de Coordinación de Pacientes, Miembro del Comité de Ética. Una vida intensa, llena de sueños, de emprendimientos, de combates, de pérdidas. Al mes de su suicidio renuncié a mi cargo, todo había pasado y acumulaba una derrota más. El proyecto nunca pudo ser, el proyecto de institución, de ejemplo, de investigación. Esos años, más de veinte, fue un universo rico, pleno. Conocí seres notables—médicos e investigadores—, hombres probos, muchos de ellos desinteresados. En varias entrevistas afirmé que Favaloro pudo cambiar la cardiología en el mundo pero no pudo luchar contra la corrupción y la mediocridad de su país. La corrupción se instaló, desde hace décadas, hasta la médula. Luego escribí, en 2003, “Diario interior de René Favaloro”, en donde creo haber reflejado a un hombre pero también a un país que no supo comprenderlo en toda su dimensión. A la hora y media de su suicidio estaba en su casa. Ese día, a las 20 horas, daba la noticia al mundo en una conferencia de prensa que prefiero no recordar.Un golpe muy duro, tremendo. Recuerdo que una vez me dijo: “Soy tu hermano mayor”.

 

3 — En tanto sos un insoslayable investigador de la obra del escritor Luis Franco (1898-1988), acaso también esta condición arme un otro capítulo.

 

         CP — Sin lugar a dudas. Él era muy amigo de mi suegro, Luis Danussi, destacado dirigente gráfico del anarco-sindicalismo argentino, quien leía a Pascoli y se escribió con Albert Camus. Pero fue el poeta Lucas Moreno, un hombre que supo guiarme en lecturas, quien me lo presentó un sábado por la tarde en su casa. Yo sabía de su obra, de su importancia, pero otra cosa fue luego el trato casi cotidiano o semanal. Moreno me había presentado a Álvaro Yunque, a Jorge Calvetti, a Francisco Gil, a don Roberto Guevara. Pero con la llegada de Luis Franco el universo cambió. Otra manera de ver la literatura, el descubrir autores, tendencias. Venía del Profesorado en Letras en donde estudiábamos latín, griego, literatura medieval alemana, inglesa, francesa, italiana, española…, una formación clásica y de primer nivel. Con Franco descubrí no sólo autores fundamentales como Goethe o Henry David Thoreau (en profundidad quiero decir), sino que me hizo conocer nuestros escritores con otro concepto. Allí venía Lugones, Rafael Barret, Horacio Quiroga, Rubén Darío, Domingo F. Sarmiento, el manco Paz y la mirada de la América mestiza. Luego conocí a Enrique Molina, Juan L. Ortiz (viajé hasta Paraná para verlo y entrevistarlo), Juan José Manauta, David Viñas, Osvaldo Bayer, Alfredo Llanos, Lysandro Galtier…Con Franco escuchaba la voz de la insurrección pero también la voz del decoro, de la decencia, de la honestidad, del coraje civil. En 1978 publicamos por nuestra cuenta y con el apoyo de unos pocos amigos “Conversaciones con Luis Franco”. Luego se editó a través del sello Torres Agüero y debe andar por la quinta o sexta edición. Franco es uno de nuestros grandes escritores, casi desconocido. Ensayista, cuentista, poeta. Y los libros sobre pájaros u otros animales que son bellísimos. Una prosa donde la tinta aún está fresca. Un ser único. Él me llevó a leer, además, textos sobre biología, botánica, zoología. Franco y más tarde Luis Alberto Quesada, Hugo Cowes, José Conde, Ricardo E. Molinari y Héctor Ciocchini fueron fundamentales en mi vida, hombres que me guiaron, que iluminaron mi trayectoria. Ejemplos de ética, de honestidad y además con vidas intensas. Franco concurría a cenar a casa, pasaba los fines de año en lo de mi suegro. Era el maestro, el hombre que seguimos admirando y amando.

 

4 — Los poetas Juan L. Ortiz (1896-1978), en una primera ocasión, y Ricardo E. Molinari (1898-1996) en una segunda, te sorprenden preguntándote si eras pariente o conocías al poeta uruguayo Walter González Penelas (1913-1983). Es en 2001 cuando publicás tu estudio y antología titulado “El regreso de Walter González Penelas” (con el auspicio de la Embajada de la República Oriental del Uruguay).

 

          CP —Efectivamente. El trato de Walter con don Ricardo fue de una vinculación muy grande. Recordemos, de paso, que Molinari no trataba con cualquiera. Te cuento cómo empezaron las cosas. Un día, revolviendo en una librería de la calle Corrientes, descubro un libro que se titula “La escalera”. Su autor, Walter González Penelas. Una dedicatoria, las páginas sin abrir. No era un detalle menor. Había una dirección de Montevideo. Lo compré por el segundo apellido, si se hubiera llamado López o Fernández lo hubiera dejado. Cuando comencé a leerlo me impresionó. Una poética de altura, una sensibilidad exquisita. Entre mis amigos nadie lo conocía. En un programa de radio que yo tenía se me ocurre hablar de él y leer algunos poemas. El lunes me llaman a mi casa. La hermana había escuchado el programa, estaba muy emocionada, quería conocerme, darme ejemplares, una antología que un amigo le había publicado en España. A partir de allí continúo mis investigaciones, ese año viajo dos o tres veces a Montevideo. Una amiga de mi hijo mayor, estudiaba antropología, me ayudó mucho, conoció a la viuda, a algunos profesores. Pero la guía real me la fueron dando escritoras, mujeres que llegaron a adorarlo, mujeres que lo recordaban en anécdotas, en poemas, en encuentros. Escritoras uruguayas y argentinas, mi mundo rioplatense. Un descubrimiento de aquellos. González Penelas era muy buen mozo y un hombre refinado, culto, de conversación agradable, obsesionado con la creación. Había buceado en la literatura clásica, en la mirada social del Uruguay. Era sociólogo. Se mofaba de la gran mayoría de sus contemporáneos por la mediocridad, lo bajito que volaban, las reuniones en cuartos espejados, la pobreza intelectual. Eso le costó, qué duda cabe, el olvido, el menosprecio. Lo ignoraron. Es, reitero, una poética que vertebra una cosmovisión, una mirada atenta y sensible. En su lectura, de alguna manera, nos advierte de esa literatura que se vuelve peligrosamente literaria donde la palabra es suplantada por manipuladores de vocablos. Su poética está contra la falacia, contra la novedad, lo banal. Por esa razón, entre otras, es casi desconocido. Es un gran autor, un hombre profundo que vivió alejado de círculos, de fetichismos, de los objetos del mundo exterior. En uno de los homenajes que se hicieron en Montevideo, Rocío Danussi leyó poemas suyos y la poeta Selva Casal analizó conmigo su poética.

 

5 — ¿Qué recuerdos tenés de las numerosas entrevistas que has realizado para el Museo de la Palabra?

 

          CP —Bueno, muchos, una época muy hermosa para mi crecimiento. En 1983, instalada la democracia, me llaman de Radio Nacional para cubrir la Feria del Libro de Buenos Aires. Todo estaba por hacer. Contábamos con muy pocos elementos, casi no había una estructura técnica. Un solo auricular, transmisiones en directo desde una cabina elemental. En ese momento era uno de los pocos, conduciendo programas de radio, que conocía a los autores extranjeros y argentinos. Estamos hablando de Radio Nacional y de Radio Municipal. Quiero decir, los había leído, siempre leí con voracidad. Ahí obtuve el Premio a la Mejor Cobertura Radial, cerca de treinta y cinco entrevistas durante la Feria. Yo hacía las entrevistas, se las pasaba a Antonio Pérez Prado —un hombre de excepción, galleguista, guionista de cine, un notable investigador médico, además—, quien realizaba la traducción al inglés y la enviaba a la RAE Radio Nacional al Exterior. Ese premio, compartido, lo gastamos en una comida en la cual invitamos a los técnicos de Radio Nacional. Otro mundo, otra vida. En esas entrevistas, durante cinco años, conversé con Gonzalo Torrente Ballester, Martha Lynch, Roberto Fernández Retamar, Juan Rulfo, Alberto Girri, Héctor Ciocchini, Miguel Barnet, Juan José Sebreli, Carlos Alberto Brocato, Antonio Di Benedetto, Gustavo Soler, José Donoso,  Carmen Orrego, Luis Rosales, Ana María Matute, Néstor Taboada Terán, Javier Villafañe, Dardo Cúneo, Juan Carlos Merlo, Dalmiro Sáenz, Manuel Mujica Lainez, Carlos Gorostiza, Mempo Giardinelli, Mario Benedetti, Antonio Dal Masetto…, la lista es muy extensa. Lo triste, lo lamentable, es que años después, como la emisora no tenía cintas se grabaron entrevistas o conciertos en ellas. Se perdió un material impensable. La cosa era así: yo realizaba dos o tres preguntas, ellos contestaban y luego se borraba mi pregunta. Quedaba sólo la voz de los entrevistados. En algunos casos leyendo algún fragmento de su obra o un poema. Cada entrevista tenía la duración de cinco minutos.

 

6 — ¿Qué características han tenido los homenajes a escritores y artistas plásticos que has realizado en teatros y centros culturales?

 

          CP —Durante más de quince años fui realizando actos de poesía. Luis Alberto Quesada [1919-2015] fue el que me inició; fui aprendiendo en la práctica el tema de la organización, los contactos, la planificación. Él había luchado en la Guerra Civil Española, peleó contra los alemanes en Francia, estuvo en un campo de concentración, del cual pudo escapar. Al regresar para unirse a la lucha clandestina, estuvo preso en España durante diecisiete años. Condenado a muerte, logró salir en libertad durante el gobierno de Arturo Frondizi. Bueno, aquí formé parte—por supuesto, siendo mucho más joven que él— del Instituto Argentino Hispano de Cultura Antonio Machado, del que él era el presidente. Casi todos los actos se realizaban en la Oficina Cultural de España. Allí organizábamos las conferencias, pero también presentaciones de libros y recitales. En el teatro de la Federación de Sociedades Gallegas o en el Teatro Margarita Xirgu efectuábamos los actos mayores. Los homenajes eran a los relevantes poetas españoles: Federico García Lorca, Antonio Machado, Miguel Hernández, Juan Ramón Jiménez,  Rafael Alberti, Luis Cernuda, León Felipe... Las voces:  María Rosa Gallo, Alejandra Boero, Alfredo Alcón, Fernando Labat, Alicia Berdaxagar, Juana Hidalgo, Onofre Lovero,  Ernesto Bianco, Dora Prince, Livia Fernán… Eso significaba selección de poemas, ensayos,  guitarristas, en fin, actos donde la entrada era gratuita y se llenaban las plateas. La colectividad, el sector republicano, y muchos amigos nos acompañaron. Más tarde organicé actos con Rocío Danussi, mi compañera, que lee muy bien. Ella le puso voz a los poemas de Alejandra Pizarnik y a los de Rosalía de Castro: están en el Museo de la Palabra y por Internet. Junto a ella y Osvaldo Cané hicimos “El amor en la poesía”, “Homenaje a León Felipe”, “Poetas rebeldes”, “Cuatro poetas y la libertad” , “Poetas surrealistas”... Muchos de esos actos fueron dedicados a Fernando Pessoa, Enrique Banchs, Rosalía de Castro, Eugenio Montale, Giuseppe Ungaretti, Blas de Otero, Gloria Fuertes, Fernando Arrabal,  Raúl González Tuñón, Luís de Camoens, poetas gallegos medievales, Enrique Molina,Conrado Nalé Roxlo, Francisco Madariaga, Bertolt Brecht, Pier Paolo Pasolini, Manuel J. Castilla, Jorge Luis Borges, Juan Gelman, Oliverio Girondo…Y a artistas plásticos: Rubén Rey, Miguel Viladrich, Antonio de Ferrari… Algunos comencé a hacerlos durante la dictadura, en librerías, en trastiendas. Luego, en la inolvidable Sala Taller, en el Centro Betanzos de Buenos Aires, en La Gran Aldea, en la Sociedad Argentina de Escritores, en salones culturales de la capital e interior. Nunca hubo menos de sesenta personas en cualquiera de ellos. El homenaje a León Felipe lo efectuamos en la Federación Libertaria Argentina, con más de doscientos espectadores, con un escenario en donde la silla de paja vacía era el lugar del poeta, la voz de Felipe, la música de Falla. Se entraba de a poco y se salía de dos en dos. El año: 1979. En primera fila estaban sentados Diego Abad de Santillán y Luis Franco. Entre el público, René Favaloro y el director cinematográfico José Martínez Suárez. Una emoción que aún perdura en mí. Pero el trascendente, el más importante es el que organizamos en el cincuentenario del asesinato a Federico. Nos llevó seis meses armarlo. Quesada era el Presidente de la Comisión. El afiche, que vendíamos para procurar fondos, era de Ricardo Carpani. Realizamos cerca de treinta y cinco actos en un mes. Conferencias, mesas redondas, recitales, muestras de grabadores y plásticos. Siempre lo pensábamos con música, a veces con baile. Guitarristas, flamenco. Mientras duró fue una maravilla, una alegría permanente, un placer inimaginable. Durante ese mes lorqueano, artistas, poetas y pintores repartíamos claveles en las mesas de los bares en homenaje a Federico. Más tarde, el olvido. 

 

7 — ¿Qué relevamiento nos trasmitirías de tu actividad radial en distintos programas y emisoras?

 

          CP —Trabajé mucho en Radio Nacional y en Radio Municipal, en diferentes programas culturales. Era una época donde todavía existían voces, magia, utopías. Hice, además, comentarios de libros para Biblioteca de Radio Nacional; nos reuníamos con amigos de la radio hasta la madrugada. Agustín Tavitián era un poeta que congregaba afectos, sueños y el gusto por el jazz. Muchas de las iniciativas en la radio fueron suyas. Fue un ciclo en donde intentaba llevar, divulgar autores pocos conocidos o autores nóveles. Estuve en ambas emisoras desde 1984 hasta 1989. A veces me llamaban como columnista en otras audiciones de las mismas emisoras o de Radio Belgrano, Radio Palermo, etc. En mis programas daba cabida sobre todo a autores argentinos, del interior o de principios de siglo. A veces abordaba la literatura griega o latina. Planificaba cada programa y a veces lograba tener un encuentro breve antes de cada audición para ir formando el clima. Fue un tiempo muy interesante, el país se abría a la democracia y se necesitaba fomentar aquello que estuvo censurado. Hablamos de libertad, de comunicación, involucrando al creador con su mundo. En Nacional llevé un programa que me gustó mucho: “Nuestros ilustres desconocidos”. Allí iban desde una profesora de ballet del Teatro Colón hasta el mozo de un bar que había sido extra en Hollywood. En Municipal, “Los intelectuales hablan en primera persona”. Esas fueron dos creaciones mías que tuvieron cierta repercusión en el mundillo cultural. Salían al aire una vez por semana, se dialogaba con amplitud. Sólo preguntaba, el entrevistado era siempre el personaje importante. Además, como te conté antes, invitados relacionados con la Feria del Libro, que por alguna razón no había podido entrevistarlos en el stand de la Feria. También, años después, conduje un programa de medicina por Nacional —“Curar en salud”—, pero éste era de la Fundación Favaloro y trataba sobre la prevención en salud. 

 

8 — Leo en tu sitio de autor que has realizado viajes culturales a numerosos países europeos.

 

          CP —Sí, tuve la fortuna de viajar mucho. Siempre sentí una gran admiración por los eubeos, como Adriano. La literatura, como sabrás, no me dio dinero pero me otorgó prestigio y viajes. Casi todo el país lo recorrí dando conferencias, presentando libros, participando de ferias literarias del interior. Provincias de Chaco, Catamarca, La Rioja, La Pampa, Entre Ríos, Santa Fe, ciudades bonaerenses como San Pedro, Azul, San José, Pergamino, Chivilcoy, Mar del Plata, Tres Arroyos, Bahía Blanca, San Nicolás, San Antonio de Areco, son algunos de los sitios donde me invitaron en diferentes oportunidades. Casi siempre lo hice con Rocío preparando alguna lectura poética. Lo mismo ocurrió con invitaciones a Universidades o centros culturales en Chile y Uruguay. Estuve en La Habana, en Santiago de Cuba, en Paraguay. Con Europa no fue diferente. Fui invitado sobre todo a Galicia, Málaga y Madrid. He realizado quince o dieciséis viajes a Europa. Y nunca menos de un mes. Una vez allá —por mi cuenta— comencé a moverme, por amistades o por recomendaciones de escritores. Eso ocurrió en Oviedo, Málaga, Trieste. Después, como las distancias no son tan abismales como acá, y los contactos empezaron a surgir, llegaba a París o Londres o Edimburgo, a Roma o Sicilia, Viena o Colonia, Lubliana o Pola. A Marruecos, por ejemplo, desde Málaga. También quise conocer el Museo Hermitage, en San Petersburgo. De allí, Copenhague, Helsinki, Oslo, Tallín, Estonia, Berlín…Insisto: las invitaciones fueron muchas y también comenzaron a publicarme. Siento que en ciertos lugares de España o de Italia soy más conocido que aquí. Las invitaciones, además, las hacen incluyendo viaje y hotel. Como debe ser, por otra parte. A veces hasta con publicación. Ciocchini, Quesada, algunos profesores en su momento, me abrieron puertas, ciertas instituciones académicas hicieron lo mismo. Ahora, por ejemplo, he regresado hace dos meses de Trieste, otra vez, pues se está traduciendo mi obra poética al italiano. Antes había estado en Bérgamo, una ciudad de ensueño. De allí viajé a Bologna, a la Universidad de Letras, donde hay libros de mi autoría; un lugar lleno de belleza, cultura y emoción. Berger hizo que conociera el Palazzo Re Enzo. En ese mágico encuentro conversé con Rocío, en sus muros. Y de Bologna llegué a Rímini hasta la casa de Fellini. De allí, media hora en bus, y llegamos a la Serenísima República de San Marino. Y luego otra vez Roma. Uno viaja acompañado de lecturas, de autores, de conciertos, con obras pictóricas, con esculturas. Pocas veces soy turista. En los años setenta recorrí con Rocío casi todo Chile, durmiendo hasta en estaciones de tren y en hoteluchos. Todo es empezar y tener espíritu de aventura. Lo demás llega. Debemos pensar que el viaje es un viaje literario pero también un monólogo. El próximo año daré conferencias en Santiago de Compostela, en Betanzos de los Caballeros, en Madrid y seguramente otra vez, Oviedo. He firmado un contrato por un libro que se editará en los próximos meses.

 

9 — Es a quien forma parte del Centro Betanzos de Buenos Aires en su quehacer cultural a quien le comento: Manuel Dans, el abuelo paterno de mi esposa, Mirta, nació en la ciudad de Betanzos de los Caballeros; el hermano mayor de Ramiro, el padre de Mirta, Oscar Dans, y un primo de ambos, Osvaldo Dans, fueron presidentes del Centro, institución en cuyo restaurante he cenado varias veces.

 

          CP —Bueno, a Osvaldo lo conocí mucho, como a los Pita, a Andrés Beade y tantos otros. Osvaldo, cuando me veía llegar, se tocaba el pecho y decía: "meu Penelas, meu, meu". Hizo un trabajo muy importante en el Centro Betanzos, un hombre recordado. Era simpático, alegre y de suma generosidad. Además, un hombre valiente. Recordemos que Alfredo Bravo estuvo refugiado en el Centro durante la dictadura. Insisto, mi relación siempre fue muy buena y virtuosa en el amplio sentido de la palabra. Desde luego, mi relación con ellos es parte de mi vida, de mi orientación. Xeito Novo, su actual presidente Beatriz Lagoa y tantos seres entrañables, queridos, honestos, que fueron aportando ideas, compromiso y trayectoria. Cuando se cumplieron los cien años de su fundación —es el centro comarcal más antiguo del planeta— se hicieron festejos, vino el alcalde y funcionarios de Galicia, un coro de jóvenes, se publicó una edición en donde se reflejaba ese siglo de exiliados, de ex combatientes, de seres amantes de la libertad y la esperanza. Siempre fue un lugar de ideas, de cultura, un centro abierto, sin prejuicios. Me emociona ver la bandera republicana y el mural que realizó Juan Manuel Sánchez en su salón de actos. Es importante señalar que tiene un sello editorial que sigue creciendo. La sala de actos lleva el nombre del recordado Geno Díaz. Una historia de pasión, de compromiso, de amistad. Y de banquetes. Ahora están trabajando en la finalización de otra sede. Un maravilla, de verdad. Galegos somos nos.

 

10 — “Este poeta viene de Boscán” (Juan Boscán, español, 1487-1542) dejó asentado de tu hálito poético Ricardo E. Molinari. ¿Coincidís? ¿Por qué? ¿Y de qué otros poetas “venís”, Carlos?...

 

          CP —Había recibido cartas y frases auspiciosas de poetas y escritores a quienes admiraba desde adolescente. Pero bueno, en palabras de don Ricardo fue en su momento un estímulo enorme, impensable. Era muy parco con los elogios y en general huraño en el trato. Me llenó de alegría y respiré. Él ponderaba mucho mi poemario "Cantigas", lo tenía en su mesita de luz. Poseía una formación muy sólida; desde la poesía primitiva galaico-portuguesa, la poesía del romancero español hasta la lírica inglesa e italiana. Al nombrar a Boscán evocaba el clasicismo, el humanismo, la influencia italiana en la poética española, pero también el hilo que va uniendo una trayectoria trascendente en la poética universal. Su ojo era muy sensible y descubrió esa fuente en mi poesía. Sí, coincido pues me unía a él —entre otras cosas— esa mirada de lo poético, esa búsqueda de lo clásico, esa pincelada evanescente. Estudié y leí, leí y estudié con pasión a los poetas medievales españoles, renacentistas y, por supuesto, la generación del 98 y la del 27. Ellos fueron fuente de estilos, de análisis, de estructuras formales. Y la poesía italiana de principios del siglo XX: Salvatore Quasimodo, Giuseppe Ungaretti, Pier Paolo Pasolini, Eugenio Montale, Cesare Pavese, Mario Luzi, Umberto Saba... Uno viene de esos poetas, sin duda. Pero sería injusto si dejara de nombrar a Giuseppe Bellini,Thorpe Running, José Filgueira Valverde, Enrique Molina, Eduardo Blanco Amor, Ernesto Sábato, María Elena Walsh, Frank Dauster,Raúl González Tuñón, Lily Litvak, Jorge Luis Borges, Xesús Alonso Montero, Manuel J. Castilla y tantos otros que con sus lecturas o con sus consejos nos fueron formando el espíritu, la fineza interior, esa respiración sutil del poema. 

 

11 — En homenaje al compositor y pianista español Enrique Granados (1867-1016) concebiste tu libro “Valses poéticos”. ¿Nos hablarías de él y de la edición príncipe —editio prínceps— de 1999?

 

          CP —No quiero ser reiterativo. En casa se hablaba de literatura, de política, de música, de pintura y de cine. Además de fútbol y de box. Se nombraba a Manuel de Falla, Joaquín Rodrigo y por supuesto a Granados: era un músico que se le nombraba, se lo escuchaba. En 1998 descubro, a través de Graciela Ríos Saiz (fundadora del Centro Coreográfico de Danza Española de Buenos Aires) los "Valses poéticos". Y me fascinan. Los escucho, los escucho de día y de noche, me obsesiono. Y comienzo a escribir poemas durante cuatro meses, siete en total, cada uno según aquello que me iba sugiriendo cada composición. Así surge "Melódico", "Allegro elegante", "Vals lento"... Al tiempo, le propongo a Rafael Gil que ilustrara uno de los poemas. Luego de unos meses —había llegado a pensar que no le interesaba la idea— me viene a ver entusiasmado y me propone hacer una edición príncipe. Para abreviar: se editaron diez ejemplares, manuscritos por el autor con siete grabados originales de Rafael, estampados sobre papel Pescia de 300 gramos, todos numerados y firmados. Cada folio es de 38 x 34 cm. y el tamaño de la caja de madera (cuna) de 46 x 34 cm. En cada caja se  pegó un grabado, cosa que nunca más se pueda realizar otra edición. Cada caja llevaba dos bisagras de bronce, el libro envuelto en una tela. El trabajo manual de cada libro fue de Gil, yo escribí uno por uno cada libro: los diez ejemplares. Una edición pre- Gutenberg. Rafael se quedó con un libro y yo con otro; ambos firmados como prueba de artista. El resto, los ocho restantes, se vendieron a coleccionistas privados o a instituciones. La Biblioteca Nacional de España  y el Museo del Grabado de Betanzos los poseen. El Fondo Nacional de las Artes compró en su momento tres ejemplares que desconozco dónde están. Los otros pertenecen a coleccionistas privados. Se hizo una presentación en la Oficina Cultural de la Embajada de España, donde estaba presente el Agregado Cultural de la Embajada, funcionarios, profesores. En una vitrina estuvo en exposición un ejemplar durante un mes. Luego unos amigos realizaron una edición paralela al original, impresa, de quinientos ejemplares. La "vulgata", como se dice. Se agotó en poco tiempo, un año fenomenal, significó —además— dos viajes a España. Aquí pasó casi inadvertido.  

 

12 — El compilador de la antología “Poemas á nai” te incluyó, y como único autor no nacido en Galicia, con el nombre Carlos Tome Penelas Abad.

 

          CP — Xesús López Fernández es un sacerdote gallego, de Ourense. Un gran lector de poesía y un estudioso de las letras galegas. Descubrió algunos de mis libros (se lo alcanzaron poetas amigos) y cuando formalizó la edición decidió incluirme. Como su nombre lo indica son poemas dedicados a la madre, y los autores son gallegos, una antología de poetas gallegos significativos que le cantaron a la madre a lo largo del tiempo. Me llamo Carlos Tomás, el segundo nombre en homenaje a mi abuelo materno. La edición era en gallego y mi nombre completo fue en galego: Carlos Tomé Penelas Abad. Mi padre, Manuel Penelas. Mi madre, María Manuela Abad. En Galicia, en muchas oportunidades me presentan como Penelas Abad, ellos usan los dos apellidos. 

 

13 — No debe ser fácil hallar a otro argentino más imbuido que vos de la doctrina ácrata. “Anarquía y creación” es el título de un libro de 1997 del que sos autor.

 

          CP —Sí, estudié el tema en profundidad, me eduqué con una mirada libertaria, con una conducta que rechaza el totalitarismo, el dogmatismo, el populismo, en fin..., lo que ya sabés. Pero fundamentalmente conocí a muchos anarquistas, a viejos anarquistas que lucharon en la Guerra Civil Española, en Latinoamérica o en la Revolución Rusa. Compañeros de "La Protesta", de "La Antorcha", de "Brazo y cerebro". Anarquistas individualistas, naturalistas, anarco-sindicalistas, anarco-comunistas, tolstoianos... Seres únicos, irremplazables. Por su trayectoria, su moral, su combatividad, su coraje. Eran vitalistas y por lo tanto uno aprendía hablando, escuchando anécdotas, hechos. El anarquismo no es una ideología, es un Ideal. Es complejo, es una posición que me agrada comentar. "Anarquía y creación" es en verdad una suerte de arte poética, una búsqueda de la mirada libre y amplia del acto creador, una transparencia desde la verdad y lo ético, el universo sin dogmas, sin límites, sin prejuicios. Me llevó mucho tiempo escribirlo, es un libro breve pero con intensidad. A veces fue utilizado, no sé si correctamente, en talleres y seminarios. Quise, además, extenderme en la formación del creador y del lector, una cultura que nos lleve a comprender la grande bellezza, la eternidad del objeto, la utopía de sabernos soñadores. Siempre afirmé que me sentía existencialista, camusiano. Eso y lo libertario hicieron el resto. La libertad tiene su precio. Nos sostiene la identidad, el asombro, los hijos, el mar, un mirada entrañable, la memoria de nuestros ancestros, la amistad. Y fumar una pipa tomando un café en un pueblo de Galicia. En soledad.

 

14 — ¿Qué prevés editar durante 2016?

 

          CP — Terminé de escribir en noviembre "La luna en el candil de la memoria", un libro en prosa en donde hablo de un niño de familia gallega, de un niño que escucha hablar del exilio, de música, de revoluciones, de afectos, de nostalgias. Y cómo ese niño se integra desde lo mítico en un mundo rioplatense. Creo que es mi mejor trabajo en prosa, el lirismo me conforma, lo trabajé con fineza, con lecturas. Un libro de unas ciento treinta páginas pero donde hay huellas, respira. Firmé contrato con una editorial y lo presentaré  en Buenos Aires y en Compostela. Eso es todo lo que puedo contar hasta ahora. El viaje a Galicia lo haré entre abril y mayo. De Compostela seguramente Betanzos, Gijón, Madrid. Espero la edición con impaciencia. 

 

15 — ¿“El progreso de la tecnología y de las ciencias avanzan a la par que el embrutecimiento humano”? (Así lo afirmó Augusto Roa Bastos en su libro “Contravida” (1994).)

 

          CP — Lo traté bastante a Roa Bastos en Buenos Aires. Un ser cálido, sereno, especial. Creo que existen varios mundos paralelos. Uno es el tecnológico, que en general cualquier subnormal conoce y se siente feliz. Otro es el científico, que se aleja cada día más del hombre de a pie. Y el embrutecimiento es algo que lo sentimos todos los días. Ahora, que tengo unos cuantos años, más todavía. Generaciones torpes, analfabetas, que parecen simios, van sin destino, sin anhelos, aturdidos. ¿Todo es así? No creo, hay islas, pequeñas islas. Gente solidaria, gente creativa, pocos sin duda. Es un mundo de grandes contradicciones: la industria cultural, la imbecilidad al alcance de todos, la creencia en la pata de conejo o en el líder. Mientras yo escribo estas líneas hay hombres en el espacio, hay satélites, hay guerras, hay muertes. Todo se ha vuelto, por momentos, más trágico, más diabólico. Y miro a mi nieto andar en su triciclo y creo que estoy equivocado. He escrito bastante sobre todo esto, no es fácil resumirlo. De algo estoy seguro: la ciencia sin ética no tiene salida. Y la tecnología sin humanismo tampoco. Lo que se vive no es anárquico, es caótico. El anarquismo implica orden, implica autoridad, no autoritarismo. Veo simios con celulares en el colectivo, en el cine, en el teatro.

 

16 — ¿Coleccionabas figuritas, estampillas, banderines…? ¿Sos actualmente coleccionista de algo?

 

          CP —Era un gran coleccionista de figuritas, de revistas mejicanas, de escuditos, de bolitas. Pero sobre todo de figuritas. Una época de luces, de esperanzas, de inocencia. Hoy mi casa es casi un museo; ahora es Rocío quien colabora, quien compite. Es una mujer de un gran carácter y una gran imaginación. Podés ver en mi casa libros, pinturas, botellas de diversos formatos, cerámicas, pisa papeles, mascarones, fotografías, candelabros, títeres, relojes... en toda la casa, por habitaciones, corredores, baños. Casi no tengo lugar. Y cochecitos de juguete, sombreros, bastones, perchas de sastrerías, pipas, abanicos, barquitos de madera, platos...; una pesadilla que me acompaña y me protege. Nos protege. Talismanes sagrados para alguien que no cree. Un delirio. Bello, pero delirio al fin.

 

17 — ¿Qué habilidades, de las cuales carezcas, envidiás o envidiaste, te mortifican o te han mortificado?

 

          CP — Tengo muchos defectos, pero no soy envidioso ni me golpeo el pecho. Lamento no saber montar a caballo y no saber bailar tango. En realidad no sé bailar, me molesta no bailar tango. Soy en general torpe para las cosas manuales y los arreglos de la casa. No me desespera. Insisto con lo del caballo y lo del tango. 

 

18 — ¿Te provocan algún tipo de interés “adicional” las novelas que se desarrollan en un marco histórico (por ejemplo: “Trafalgar” (1873) de Benito Pérez Galdós (1843-1920); “Quo vadis?” (1896) de Henryk Sienkiewicz (1846-1916); “Sin novedad en el frente” (1929) de Erich Maria Remarque (1898-1970); “Yo, Claudio” (1934) de Robert Graves (1895-1985); “Las uvas de la ira” (1939) de John Steinbeck (1902-1968))?

 

          CP —Me parecen obras donde lo histórico nos enseña a ver el presente, donde podemos descubrir aquello que no se quiso ver, donde las pasiones o la irracionalidad dominan la posibilidad de elección. No hay asuntos sublimes y asuntos triviales, es siempre el enfoque, el estilo, aquello que nos precipita a cierta inmortalidad de la obra, a ciertos crepúsculos o rostros. En los libros que mencionás la literatura no se vuelve literaria, hay un impulso vital en ellas que nos salva de la estupidez, de la mediocridad. ¿Cómo no nos va a enseñar Steinbeck o Graves? ¿Cómo no advertir en el mundo de Pérez Galdós o en Remarque lo podrido y decadente? Las obsesiones tienen raíces profundas en el lector y en el autor. Son libros, todos ellos, recomendables. Por su lenguaje, por su drama, por todo lo adicional que llevan en sí. Cuando yo era un dudoso principiante, Sienkiewicz me iluminó. El arte no puede prescindir del "yo". 

 

19 — ¿Champagne o sidra? ¿Licor de huevo o anís? ¿Whisky o vodka?

 

          CP —Champagne y sidra, según el momento o la ocasión. Licor de huevo, seguro. Ni whisky ni vodka: vino tinto o blanco de Albariños. 

 

20 — ¿Cómo te gustaría que te recordaran?...

 

          CP —Como una buena persona, como un ser sin dobleces. Como alguien que, además, amó la poesía e intentó que otros la amen.

 

21 — No dejaremos de mentar a tus dos hijos, ambos vinculados también con el arte.

 

          CP —Aquí habla el corazón. Mis hijos lo son todo. Emiliano, el mayor, hace

cine, es director de fotografía, documentalista, profesor, fue jurado en Viña del Mar y en distintos festivales latinoamericanos, un muchacho de un talento enorme. Lisandro, el menor, es actor, director de teatro, clown, profesor de teatro. Es otro muchacho brillante, lleno de imaginación. Ambos son muy buenos lectores, lectores no sólo de cine o de teatro, se formaron con docentes de trayectoria, de formación ética y humanista. Cuando pienso en ellos recuerdo aquella frase de Pierre Boulez: "La  creación sucede cuando lo imprevisto se torna necesario". Ya en el secundario se destacaban. Emiliano maneja muy bien el inglés y Lisandro el francés. Tienen una mirada amplia, sin dogmas. Pero sobre todas las cosas son generosos, desprendidos, solidarios, sin vanidades, sin soberbia. Siento felicidad al saberme superado por ellos. Y soy inmensamente feliz al ver sus familias, sus chicas —inteligentes y sensibles—, sus hijos. Tienen lo mejor de la madre.

 

 

Carlos Penelas selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

 

EPÍSTOLA A LOS PISONES

 

Estos pobres enemigos, Horacio,

cargados de celos y rencores

vigilan desde las quemaduras de la pereza

los hospedajes de los reinos mezquinos.

Con las piernas heladas, suplicantes,

repitiendo injurias en encuentros inútiles

imploran la fama sobre el légamo

de páginas baldías,

irremediablemente convocadas al perdón.

Solitario atravieso la luz y la ceniza.

Corrompidos por leyendas y dioses

destrozan la belleza

como un cuchillo troyano la maldad.

                                                                                                  (“Finisterre”, 1985)

 

 

ACRACIA

 

Ante ídolos terribles y dioses eternos,

escuchando campanas

en las alas de un fuego invisible,

sus sandalias marcaron una huella inexplorada

en los altos jardines

donde los ojos infernales no llegaron.

La vida los protegió de las ambiguas manos,

de la dudosa farsa del sollozo.

Soñaron la desmesurada memoria

que los niños escuchan

en la intimidad de sus alcobas.

Nobles como la rústica mesa de un campesino

hacen inscripciones en la arena.

La belleza y la dicha

como una pasión entregada al olvido

protegen el silencio del hombre solitario.

                                                                                                           (“Finisterre”, 1985)

 

 

LA VIDA EN TUS OJOS

 

La vida se recoge en tus ojos,

se desliza en bellas palabras,

en ardientes designios que restituyen

la íntima magia del fuego.

Amada, como un príncipe solitario

busco mi destino en la voz desvalida,

en la oración de la videncia

que purga los rigores del tedio

o los rostros hipócritas de la ciudad.

Delicada y bella me acompañas

sobre el terror del orden y la gloria.

Sé que tus senos necesitan el ritual

de mi tacto, el efímero asombro.

Esto soy, en la desnuda calma de tu lecho.

                                                                                                          (“Al amoroso fuego”, 1987) 

 

 

PLAZA RODRÍGUEZ PEÑA      

 

En este banco se sentaba mi madre.

Desde aquella hamaca

la candidez crecía junto a Poncho Negro.

Entre esos árboles aún viven dioses y héroes.

El gozo y el amor descubrieron

los románticos ojos de una muchacha,

la rosa roja del poema, el otoño del padre.

Aquí Lugones y Franco y el silencio.

Aquí descansa Gala.

En esta plaza mis hijos recorrieron

la evidencia de otros umbrales.

Los fantasmas la habitan junto a los jacarandaes.

Su magnitud devora las islas del olvido.

                                                                                                              (“Calle de la flor alta”, 2011)

 

                    

ALGUIEN SUEÑA JUNTO AL MAR

 

Separado y melancólico miro la rompiente,

el vagar ansioso de un cielo imposible

en las cortantes naves

que bordean espumas y cabelleras.

Vida y tiempo lentamente adorables.

Aquí está el milagro. Lo sabía.

En el insomnio, en la inmovilidad de la noche,

en la rosa blanca y apresurada,

en un fado de Amalia Rodrígues,

en la sacralidad de Arvo Part, en la lujuria.

Así me amas, entre la desazón y la quietud

de una buhardilla, con el desánimo y la pasión,

desde el otoño y el lecho amanecido.

Me amas hasta el fondo, hasta el atardecer,

hasta el abismo. Soy lo definitivo,

aquello que tiembla y se desvanece

en esta fina mañana. Solitaria, relumbrante.

                                                                                                      (“Poemas de Trieste”, 2013)

 

 

PADRE

 

 Padre, levanta la cabeza y mira los cipreses.

 Camina con tus honrados huesos campesinos

 hacia la luz de la nostalgia.

 Otra vez te esperan el combate y la derrota.

 Todas las noches vienes con tu voz

 a visitar los cuartos de esta casa,

 a decirme palabras que no entiendo.

 Padre, salúdame con tu sombrero en alto.

 Esta noche tu hijo ha soñado que has muerto.

                                                                                                                      (“Cánticos paternales”, 2015)  

 

*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Carlos Penelas y Rolando Revagliatti, enero 2016.

http://www.revagliatti.com.ar/cuatro_ciclos.html

Con su hijo Lisandro

con su esposa Rocío Danussi

Marta Ortiz: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

Marta Ortiz nació el 30 de marzo de 1948 en Rosario, ciudad en la que reside, provincia de Santa Fe, la Argentina. Es Profesora y Licenciada en Letras por la Universidad Nacional de Rosario. Obtuvo primeros premios y otras distinciones en cuento y poesía, géneros en los que ha sido difundida tanto en medios gráficos (“Feminaria”, “La Gaceta Literaria de Santa Fe”, “La Buhardilla de Papel”; “Confluencia” de Estados Unidos; “Palabras Escritas” de Paraguay; “Casa de las Américas” de Cuba; suplementos culturales de los periódicos “La Capital” y “El Litoral” de su provincia, etc.) como digitales, y ha sido incluida en, por ejemplo, las siguientes antologías: “Poetas rosarinos”, “La noche de los leones”, “Cuentistas rosarinos”, “Los poemas”, “El río en catorce cuentos”, “Poetas del tercer mundo”, “Los cuentos”, “Cuando el río suena”. Participó como panelista en encuentros de escritores, así como también leyendo textos de su autoría. Fue jurado en concursos de narrativa y de poesía. Entre 2000 y 2015 publicó los libros de cuentos “El vuelo de la noche” y “Colección de arena” y los poemarios “Diario de la plaza y otros desvíos” y “Casa de viento”.

 

1 —Nacida —como yo— en otoño, ¿será tu estación favorita?...

 

MO — Absolutamente. Es “mi” estación, acaso porque nací en marzo y siento que es el tiempo más productivo, cuando parece que todo re-comienza, late, vive, se potencia. Además por la luz, mucho más suave que en el verano, todo se ve más nítido porque no enceguece por exceso; es una luz que atenúa. Nací en marzo y me crié en un barrio de la zona sur de Rosario, Saladillo. Pasé mi infancia y adolescencia entre adultos, soy la cuarta hija de padres grandes (mi madre fue ama de casa, y mi padre empleado de Ferrocarriles Argentinos). La diferencia de edad con mi hermana mayor era de veinte años. Siempre pensé que en vez de tres hermanas tuve tres madres vicarias, además de mi madre real. En aquel tiempo se jugaba en la calle, sobre todo en verano: tiempo de rondas, de canciones infantiles cantadas en la ronda. Las puertas permanecían abiertas durante el día, poco tránsito, un contexto desaparecido.

 

Me hablás de mi nacimiento en otoño y las imágenes se acumulan: hubo una infancia asmática, inviernos de reclusión in­voluntaria; me veo devorando la pila de historietas mexicanas, las jugosas revistas “Intervalo” y “D’Artagnan” y una biblioteca familiar —mi lugar en el mundo—,  medianamente surtida (repertorio clásico, digo hoy, en hogares de clase media), que yo frecuentaba mucho y tal vez por eso sigue vigente en mi memoria: la poesía obligada: Gustavo Adolfo Bécquer, Gabriela Mistral, Alfonsina Storni; el infaltable “Martín Fierro” (José Hernández); “Mis montañas” (Joaquín V. González), “Los miserables” (Víctor Hugo), “Amalia” (José Mármol), “Las mil y una noches” —se leía a dos columnas, volumen grande y gordo, de Editorial Tor, un sello por entonces de gran circulación, de tiradas rústicas y económicas—. Una novela que nunca leí, tapa blanda, blanca :“El abad de Monte Zoraya” (busqué la fecha de edición en Internet: 1946), de Arnaldo de Ruiseñada; también “Rebecca” (Daphne du Maurier), que sí leí, y varias veces, una historia inquietante publicada en 1938, llevada magistralmente al cine en 1940 por Alfred Hitchcock; “Cumbres borrascosas” (Emily Brönte), leído y releído en diversas etapas de mi vida. El resto eran unos libritos de mi padre (llevaban su firma), una serie de Editorial Lautaro publicada en los años 40, que reflejaba, en la selección y prólogo de sus compiladores, el pensamiento de Juan Bautista Alberdi, Bernardo de Monteagudo, Domingo F. Sarmiento, entre otros. No me olvido de los diccionarios, alguna biografía, manuales de secundario, un compendio de Filosofía; “La razón de mi vida”, de Eva Perón, material obligatorio en el secundario de una de mis hermanas: tal el faro letrado que por entonces me atraía.

 

A la sombra de un ciruelo en el fondo selvático de la casa paterna, me interné en las maravillosas recopilaciones de Andersen y Perrault. Recuerdo una mítica docena de libros de cuentos que un 6 de enero encargué por car­ta manuscrita y decorada con flores pequeñas, a los no tan ricos Magos de Oriente, quienes junto a mis guillerminas blancas dejaron sólo tres cuentos de tapa dura y un juego de té de plástico que nunca pedí.

Mis lecturas tempranas, las de casi todos los que fuimos adolescentes a fines de los 50 y comienzos de los 60: “Histo­ria en dos ciudades” (Charles Dickens), “Príncipe y mendigo” (Mark Twain), “Ivanhoe” (Walter Scott), la saga de Sandokán y sus piratas por Emilio Salgari, pequeña colección que habían formado mis hermanas. Sumé “Jane Eyre”, de Charlotte, la otra hermana Brontë; “Mujercitas”y otras novelas juveniles de Louisa May Alcott, “Papaíto piernas largas” (Jean Webster), “Corazón” de Edmundo de Amicis (leído y vuelto a leer, la historia que allí se cuenta me producía una melancolía y tristeza extremas; “El pequeño escribiente florentino”, por ejemplo, su vida sacrificada, cada línea rezuma nostagia; tal vez por eso dejó marca y hoy lo incluyo en esta lista). La colección amarilla Robin Hood su­maba ejemplares al ritmo que crecían mis ahorros. La  primaria en escuela pública y la secundaria en colegio de monjas.

 

2 —Y de las monjas a la universidad.

 

MO — Con el título de Maestra Normal Nacional bajo el brazo, a estudiar Letras en la Facultad que por entonces se llamaba de Filosofía (hoy, de Humanidades y Artes). Significó un salto cualitativo, una inmersión en el abismo del conocimiento. Toda la cursada, además de la fascinación derivada del cruce de mi subjetividad con la Literatura y materias afines, estuvo signada por las revueltas en el país (y el telón internacional: la guerra de Vietnam), empezando por el golpe de Estado de Onganía en 1966 y secuelas posteriores: manifestaciones, tomas de facultades por los alumnos, interrupción de clases, evacuaciones y todo el folklore relacionado en tiempos de ideologías contrastadas, tiempo intenso en el que, como se sabe, se restringieron al límite las libertades individuales. Más de una vez, al bajar del colectivo —yo vivía, como te dije, en un barrio de la zona sur de Rosario, tenía unos veinte minutos para llegar al centro y dos cuadras para la facultad—me vi envuelta en corridas de la policía a estudiantes, había que correr y rogar que te abrieran una puerta salvadora de los gases lacrimógenos, porque en esos casos llevar libros te hacía inmediatamente sospechoso/a. Yo no pertenecía a ninguna agrupación estudiantil, pero el riesgo era para todos.Tiempos de sucesos convulsos que abrieron el camino a la letal dictadura a partir del 76. Durante ese período trabajé como maestra en una escuela precaria, por entonces ubicada en una villa de emergencia, Bajo Saladillo (fundada por un cura obrero). Con cinco años de antigüedad y el aval del mejor promedio como docente, fui nombrada directora, cargo al que renuncié en 1975. En 1972 me recibí, obtuve el título de Profesora y Licenciada en Letras por la UNR. Me casé en 1973 (un matrimonio que duró casi cuarenta años, hasta que la muerte de mi esposo, literalmente, nos separó).Tengo tres hijos, un Norte por partida triple: Evangelina, Agustín y Candela. Mucho podría decir del capítulo maternidad, de lo importante que fue para mí. Mucho que decir también del mundo especialísimo que se abrió con el nacimiento de Agustín, marcado por el Síndrome de Down, de los aprendizajes que no cesan, pero esa es otra historia, de las muchas que componen una vida.

 

Hice algunos reemplazos en secundaria, pero no me atrajo lo suficiente la docencia institucional. Integré grupos de estudio con diferentes colegas y temáticas. Siempre escribí, desde chica, era y es mi cable a tierra, escribir, o leer, así como para otros lo es dibujar o pintar o cantar o componer música. Mi vinculación con la escritura es estructural, necesaria, obsesiva, un aspecto muy marcado de mi identidad. Elegir y estudiar Letras condicionó ese vínculo a partir de la lectura de algunas cumbres literarias —particularmente de Borges, Cortázar, Juan Carlos Onetti—. Sentí que no tenía objeto querer escribir a la sombra de tales padres literarios, me parecía que todo estaba dicho y muy bien dicho, que lo mío era superfluo, innecesario. El bloqueo duró un buen período, me incliné a la crítica, de hecho la Facultad estimulaba más la crítica que la escritura creativa. Al mismo tiempo la carrera aportó la temprana incorporación de autores que daban cuerpo, sentido y contenido a la literatura. El tejido que describe Roland Barthes se estaba construyendo. Siendo muy joven leí la llamada nueva novela con identidad latinoamericana (José María Arguedas, Rulfo, Carlos Fuentes, García Márquez, Alejo Carpentier, el Vargas Llosa de “La ciudad y los perros” y de “La casa verde”, Miguel Ángel Asturias, en fin, los del boom), y poesía española y sud y centroamericana, y la suma de referentes clásicos: William Faulkner, Proust, Kafka, Joyce, Virginia Woolf, Cervantes, y más. Agregar nombres es seguir creando exclusiones involuntarias.

 

3 —Mencionaste grupos de estudio.

 

MO — En distintos momentos de mi vida integré grupos de estudio, de trabajo, de producción cultural. El primero, recuerdo, éramos tres colegas, nos reuníamos semanalmente con el objetivo único de profundizar la obra de Borges. Después hice un par de experiencias de taller. La primera, con Imelda Ferrero, colega: fue un pasaje óptimo que me ayudó a descontracturar mis textos. Luego vinieron los grupos de reflexión sobre género y literatura con la escritora Angélica Gorodischer. De otra manera, se abrió una etapa riquísima en mi formación; incorporé especialmente la literatura escrita por mujeres, cuando muchas autoras notables empezaban a ser recuperadas del olvido al que las había sometido el mercado, que privilegiaba nombres masculinos. Influyó en mi narrativa la lectura de Katherine Mansfield, de Clarice Lispector, de Cristina Peri Rossi, Silvina Ocampo, Virginia Woolf. También Italo Calvino, leído por entonces. Y si pienso en la línea de la poesía, durante algunos meses asistí, con un libro inédito bajo el brazo, al taller de la poeta Concepción Bertone, otra experiencia válida.

 

Pienso en las marcas, las que dejó Alejandra Pizarnik, por ejemplo; leía poemas suyos fotocopiados, alguien que tenía contacto con ella me los acercó (así conocí su escritura, a fines de los sesenta); me impresionó tanto esa letra lúcida que reflejaba dolor, desolación, soledad y ese asirse a la palabra, ancla. A la lectura de los poetas españoles y latinoamericanos sumé la poesía de Sylvia Plath, W. Stevens, Bukowski, Raymond Carver, Emily Dickinson (poeta esta última que representó otra conmoción, alguien que vivió como un símbolo de su época, recluida y sin embargo la extraordinaria dimensión vanguardista de su arte…), el Neruda de “Alturas de Machu Picchu”, Olga Orozco, Juanele Ortiz, Beatriz Vallejos, Aldo Oliva, Gelman. Joseph Brodsky, entre los maravillosos poetas rusos. Recuerdo su bellísimo libro “Marca de agua”. Llevo esa marca como tatuada. Y la suma de poetas actuales, interminable lista. Dicen que somos lo que hemos leído; yo creo que es tan importante la lectura en mi vida, que en los textos leídos puedo reconstruir etapas.

Coordino desde hace trece años un taller de Lectura y Escritura con énfasis en la narrativa, particularmente en el cuento, y otro de Lectura.

 

4 —Trece años.

 

MO — Trece años intensos, otro capítulo aparte. La vida como suma de capítulos, es decir, la novela de la vida. Abrir un espacio de taller ya existía entre mis proyectos cuando recibí (2003) la invitación de la escritora Marcela Atienza —a cargo entonces del Café de la Ópera (café centenario anexo al también centenario teatro “El Círculo” de Rosario)—, con la propuesta de coordinar grupos en ese ámbito, lo que explica el nombre: “Ópera Prima”, elegido por los talleristas. Empezamos en abril y se ofrecieron dos instancias: el taller de Lectura y Escritura y el de Lectura. Se fundó en un bar y se hizo itinerante. El 2004, sellado por la expectativa en Rosario del II Congreso Internacional de la Lengua Española, reportó la primera mudanza. Los tres grupos (dos de lectura y escritura y uno de lectura), para llegar a la mesa de trabajo, sorteábamos boquetes, escombros, zanjas; aferrados a pasamanos, sobre tablones, seguíamos los carteles indicadores que diariamente modificaban el acceso al Café. Imposible olvidar el polvillo que respirábamos, pisábamos y tocábamos. La calle asfaltada volvió a ser de tierra y se colocó el “nuevo” adoquinado; como en un sueño, la calzada retrocedía cien años para renovarse… Y la mutación urbana nos empujó a un nuevo hogar, a solo media cuadra del Café de la Ópera, donde por un misterio atribuido a préstamos temporarios, usamos las mismas sillas que los miembros de la RAE, José Saramago y Sábato y Jorge Edwards y Ernesto Cardenal y tantos otros escritores durante las sesiones del Congreso habidas en el teatro “El Círculo”.

En una década de actividad hubo otros puntos de reunión, siempre bares. Alguna vez la errancia nos desbordó: en 2007, por ejemplo, cambiamos tres veces de domicilio. Desde 2011 y hasta 2014 disfrutamos de cierta estabilidad, el taller funcionó en la que fue la librería “Ross”, una de las más importantes de Rosario (hoy “Cúspide”), y desde mayo de 2015 nos reunimos en mi casa. Posiblemente el taller encontró, luego de largo peregrinaje, su Ítaca.

 

Los talleres son espacios de pertenencia y de resistencia. Así los pienso; una reunión con pares para compartir prácticas afines. No creo en recetas ni en moldes; la creación literaria y sus secretos son poco transmisibles, más allá de algunas consideraciones formales y consejos expertos. No creo tampoco en espacios muy estructurados ni demasiado light. Sí, se puede transmitir y compartir una pasión creando el clima favorable a la reflexión en torno al objeto, o al deseo común que engloba por igual el trato con la literatura y la idea de asumir un destino (el del escritor/a), y para este objetivo sí es útil, o propicio, un taller de escritura. Hay una mística y un vínculo fuerte que crece al calor de la palabra, cada año siento que aprendo en el intercambio tanto como compruebo la evolución de los talleristas.

 

Todo esto se parece a una danza en torno al fuego sagrado, fuego que la diversidad de escrituras en­cendió con la primera chispa leída —inextinguible—, y diseñó la coreografía deseada: la Licenciatura en Letras, los libros publicados a los que sumo los inéditos: una colección de cuentos y una novela, un poemario en preparación, las antologías en las que participé, los ensayos y reseñas, mis colaboraciones en diarios y revistas culturales del país y del extranjero, los talleres, la dirección compartida de una colección de narrativa; la edición en la web del blog Vuelo de Noche: http://www.marta-ortiz.blogspot.com/. Vida y Literatura coexisten en la materia de una de las pocas certe­zas que hoy me animo a suscribir: respiro porque escribo, escribo porque respiro.

 

5 —Ampliemos, Marta, lo relativo a la colección de narrativa.

 

MO —Asumirme “coleccionista”, en el sentido de sumar textos para armar una colección, fue otra gran instancia que me hizo descubrir cuánto me atrae la edición de libros. En 2010, con la escritora Gloria Lenardón, aceptamos la dirección de Narrativas Contemporáneas, una colección de narrativa, como su nombre lo indica, para la rosarina Editorial Fundación Ross. Queríamos que, básicamente, nuestra serie reuniera las condiciones que le pedimos a un libro a la hora de elegir qué leer. Hicimos una selección de voces diversas, desde las más instaladas a las menos visibles y las emergentes, dentro de la región y fuera de ella. La idea era relevarlas tendencias en permanente evolución. No sólo nos preocupó y ocupó la excelencia del contenido, sino también la estética, el libro como objeto. Prestigiamos por igual (y fue uno de los aspectos distintivos de la colección), la tapa y la contratapa, utilizando dos fotografías originales de valor equivalente. Para todos los libros que editamos contamos con el apoyo incondicional de la fotógrafa Cecilia Lenardón.

 

Entre los años 2010 y 2013 editamos siete volúmenes. Co-compilamos dos antologías temáticas: “Mi madre sobre todo” y “El río en catorce cuentos”; en la primera el eje fue la relación madre-hijo, privilegiando una mirada apartada del estereotipo dominante; en la segunda se eligió el río como paisaje y también como símbolo. Para “Mi madre sobre todo” convocamos autores de la región (Osvaldo Aguirre, Angélica Gorodischer, Jorge Barquero, Patricio Pron), y de otras provincias (Guillermo Saccomanno, María Teresa Andruetto, Liliana Heer, Susana Szwarc, Irma Verolín, Mempo Giardinelli, Luisa Valenzuela, Oliverio Coelho). Para “El río…” contamos con los trabajos de catorce autores en su mayoría rosarinos y santafesinos de diversas localidades (Beatriz Vignoli, Jorge Riestra, Sonia Catela, Beatriz Actis, Carlos Roberto Morán, Alicia Kozameh, Alberto Lagunas, entre otros) y la excepción: Horacio Convertini (Buenos Aires).

 

En diciembre de 2011 vieron la luz “Tirabuzón”, novela de Angélica Gorodischer, y “Santos  y de sacrosantos”, cuentos del santafesino Enrique Butti, y en 2013 y con el apoyo del Programa Espacio Santafesino del Ministerio de Innovación y Cultura de la provincia (en este caso estímulo a la producción editorial local), editamos dos novelas: “La prueba viviente”, de Patricia Suárez y “Shopping”, de Gloria Lenardón, y mi libro de cuentos, “Colección de arena”. El trabajo de edición es cien por ciento creativo, tiende puentes, moviliza, crea paisajes nuevos, ofrece nuevas posibilidades de lectura. No lo doy por cerrado.

 

6 —¿Qué es posible que nos anticipes respecto de los inéditos: un volumen de cuentos, tu primera novela, poemario en etapa de elaboración?

 

MO —No demasiado, son libros a la espera de un editor. La novela tiene que ver con las migrancias. Desde los ancestros de muchos en Argentina, que vinieron a estas tierras de allende el mar a hacerse la América, a los nietos que repitieron el circuito pero al revés, lo cerraron, cuando las papas quemaron aquí. Si a esta realidad tangible le sumo que mi hija mayor en 2009 decidió probar la vida en otros países, otras realidades, y que hoy vive en Melbourne, Australia, cierro yo misma ese círculo que me incluye a mí como punto de partida o de llegada, siempre sesgada, dado que mis raíces son hondas, adheridas a mi espacio, carente de cualquier clase de nomadismo. Todos estos elementos son parte de un texto que gira en torno a personajes mujeres, en su mayoría. Es raro que yo haya escrito una novela, no sé si habrá otras. Me muevo más cómoda en la poesía y el relato o cualquier formato de narrativa breve. Los cuentos no son recientes, salvo dos, abordan temáticas ligadas en su mayoría a mundos cotidianos. Y la poesía… work in progress. Yo escribo poemas, nunca pienso en un libro de poesía. Con el devenir esos poemas se arraciman, un hilo común aparece y entonces es posible inferir que pueden reunirse en un Libro de Poesía. En esa etapa estoy, reuniendo y retrabajando esos materiales.

 

7 —¿Retomamos el capítulo maternidad y esos aprendizajes que no cesan?...

 

MO —Retomamos, hasta donde puedo. No hay secreto alguno, es como decir que la vida es un aprendizaje que no cesa; obviamente la maternidad es uno de esos aprendizajes, no nacemos sabiendo cómo es ser padre o madre. Y para mí fue fuerte por dos razones. La primera porque me tomó seis años, pongamos que cinco años literales de búsqueda, llegar al punto deseado de acunar en mis brazos a Evangelina, y otros cinco después del nacimiento de Agustín, conocer a Cande, mi hija menor. La otra razón —o sin-razón, según cómo se la mire—:Agustín nació con el síndrome de Down, instancia difícil a primera vista, que jaqueó todos mis conocimientos previos sobre el tema. Volví a ser primeriza, en este caso de un niño especial. El paso del tiempo (y no sé por qué pero siempre que digo “el paso del tiempo”, asocio con el maravilloso título del libro de Marguerite Yourcenar “El tiempo, gran escultor”), conocer a mi hijo y a mis dos hijas, cuidar y acompañar la relación entre ellos, de nosotros padres con ellos, con cada uno individualmente y con el conjunto, y el trabajo constante con profesionales fue allanando, facilitando. Aprendimos y sutilmente fuimos modificando una realidad que parecía, también a primera vista, adversa. Fue difícil porque el camino estaba sembrado de prejuicios sociales que enfrentamos con mi marido y nos ocupamos, además, de desmontar paso a paso, con palabras, gestos, acciones. Difícil por las manifestaciones desagradables de ese prejuicio, por la increíble connotación que acompaña a la palabra “mogólico”, entre otras variantes, que me ocupé de reflejar, con todos los efectos que causó en mí, en una nota que titulé “Nombrar” y que publiqué en mi blog, donde se puede leer bajo la etiqueta DÍA MUNDIAL DE LAS PERSONAS CON SÍNDROME DE DOWN.

 

Y digo aprendizaje en todos los sentidos, porque conocer el mundo de las personas con otras capacidades y llegar a sentir con naturalidad que formamos parte de ese mundo, fue otra vivencia de esas que hacen crecer de golpe y que no tienen precio. Desde mi lugar de escritora tuve la oportunidad de escribir dos cuentos para jóvenes que se incluyeron en un libro de lecturas ideado y escrito por la psicóloga Adriana Wilson (hoy directora del Programa para Jóvenes en la institución que frecuenta mi hijo), que se llama “Un libro para mí” y que editó Homo Sapiens en 1999. Cuando ella trabajaba los contenidos, me preguntó si me animaba a escribir un cuento para Agustín, a incluir en un apartado literario. Fue un desafío, no había incursionado en la escritura para niños y/o jóvenes y menos para un público lector tan especial con el que yo estaba tan involucrada. Pensé entonces qué le interesaba más a mi hijo, cómo atraerlo, y así surgió mi “Cuento con superhéroes para Agustín”, apelando a una de sus más grandes pasiones. Se publicaron dos relatos míos en la sección mencionada.Y si uno de los muchos miedos que enfrenté (apoyada en el prejuicio del que por supuesto nadie está exento antes de la experiencia), fue que Agustín no pudiera aprender a leer y escribir, él mismo y el trabajo conjunto familia-profesional me demostraron que sí, que podía aprender a leer, a escribir y a hablar muy bien, entre otras capacidades desarrolladas.

En resumen, la maternidad (y aquí traigo a mis tres hijos sabiendo que somos una familia especial), fue y es un aspecto importante y riquísimo en mi vida. Pero excede ampliamente los límites de esta entrevista, queda para un libro de memorias, si llego a escribirlo un día.

 

8 —Contemos sobre esos dos CD en los que participás con textos.

 

MO —El CD “Pérdida de tiempo” (2009) fue un proyecto de la actriz rosarina Mónica Alfonso, con auspicio de la Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad de Rosario, con la idea de llevar y difundir la escritura de narradoras también rosarinas al registro oral. Ella seleccionó cuentos de Angélica Gorodischer, María Laura Frucella, Alma Maritano, Marta Ortiz, Delia Crochet y Clara Rozin. El conjunto refleja personajes ciudadanos fácilmente reconocibles. Los efectos sonoros creados especialmente pertenecen el músico Germán Rofler y hubo una serie fotográfica alusiva a los textos, original de Federico Tinivella. Dentro de mis escritos, Mónica Alfonso eligió el que abre “El vuelo de la noche”: “Vida regalada”.La idea era también favorecer que personas no videntes pudieran escuchar relatos que no están traducidos al braille. Este último concepto anima también al Servicio de Lectura Accesible para personas con discapacidad de la Biblioteca Argentina de Rosario. Dicho servicio cumplió veinte años de trabajo en 2014 y lo festejó grabando el CD “Palabras al oído”, coordinado también por Mónica Alfonso y Humberto Lobbosco y Teresa Montero. Aquí intervinieron varios lectores y los autores leídos, también rosarinos, corresponden a una selección que abarcó a Emilia Bertolé, Delia Crochet, Roberto Fontanarrosa, Marta Ortiz, Ebel Barat, Clara Rozin.

 

9 —Traducido al alemán, tu cuento “Sicómoro” integra la antología “Argentinische Erzählerinnen des 20. Jahrhunderts”.

 

MO —“Sicómoro” es un cuento entrañable para mí, un buceo arqueológico en la que fue mi infancia. Con selección y prólogo de María Teresa Andruetto integró la antología “Narradoras argentinas del siglo XX”, editada en Berlín, en 2014, a través de Editorial Trafo. Los textos fueron traducidos por un equipo que dirigió el Dr. Marcel Vejmelka, profesor del doctorado de traducción de la Universidad Johannes Gutenberg (Mainz, Alemania). El corpus previsto incluyó narradoras reconocidas (algunas ya desaparecidas y otras en actividad): Tununa Mercado, Lilia Lardone, Luisa Axpe, Delia Crochet, Andrea Rabih, Estela Smania, Irma Verolín, Amalia Jamilis, Patricia Suárez, Paula Wajsman, Liliana Heker, Angélica Gorodischer, Liliana Heer, Esther Cross, Libertad Demitrópulos y Elvira Orphée. Fue una experiencia hermosa que agradezco a la selección de María Teresa y al excelente trabajo del profesor Vejmelka y su gente.

 

10 —¿El único guión que has escrito es el de un espectáculo titulado “Zoo…nando”?

 

MO —Sí, fue el único, a pedido del prestigioso conjunto Pro Música para Niños de Rosario, que me divirtió mucho hacer. En realidad mi trabajo consistió en hilvanar la selección musical del espectáculo en los tramos de un cuento que titulé “El casamiento de la pulga Diamela con el señor Ciempiés”; los personajes son animales de toda laya que recorren variadas distancias para llegar al casamiento, cada párrafo corresponde a un tema musical que incluye ritmos diversos (rock, chacarera, jazz, bagualas, metros medievales y renacentistas) y al final se arma el gran baile, bailan los animalitos y los pequeños espectadores. “Zoo… nando” fue el nombre que el conjunto le dio a su espectáculo didáctico musical que se presentó en 2008 en Rosario y recorrió el país, incluso el extranjero: una gira por ciudades de Colombia.

 

11 —¿Te cuento cuál es el poema que más me conmovió de tu “Casa de viento”?: “Caña de bambú”, dedicado “a la memoria de Mosameet Hena, ejecutada en Naria, Bangladesh, el 2/2/2011”.

 

MO — No es para menos, la historia de la absurda muerte de Mosameet Hena me conmovió a mí al punto de necesitar escribirla, tenía que revertir, de algún modo, tanto dolor. Fue una notica periodística, naturalmente, vivimos en la antípoda de Bangladesh, no es que lo presencié, quiero decir, nada de eso; pero comprobar que en alguna parte del mundo existen tales aberraciones (que acá también existen, son otras variantes no menos dolorosas, no en vano se acuñó en 2015 el lema Ni Una Menos) fue demasiado para mi capacidad de asombro. Esta menor de catorce años, acusada de “relación ilícita” con un primo de cuarenta años (en realidad, su violador, un hombre con antecedentes incluso de violaciones), fue condenada a cien azotes de caña de bambú. Con ochenta azotes ella se desvaneció, fue internada y murió una semana después. Fue víctima de un tribunal islámico clandestino. Hay mucha tela para cortar detrás de estas historias, pero en realidad yo quise rendirle un homenaje, convertir en belleza eso que era cruel e irracional, darle un lugar en lo que acabó siendo un poema con una cierta estructura dramática, fragmentado en escenas y desenlace. Algo semejante me sucedió cuando leí una noticia similar, en el año 2012, relato que intenté reflejar en el poema “Flores ácidas”, también con el objetivo, además de difundir, de agregar belleza a lo oscuro y monstruoso. Otra niña musulmana, Anusha, también de catorce años, murió en Saidpur Bela, aldea pakistaní, tras ser atacada con ácido por sus propios padres por el único crimen de haber mirado a un joven del lugar con quien ellos sospechaban que su hija sostenía una relación. Un “crimen de honor” habitual en la zona, orientado a evitar una supuesta “deshonra”.

 

12 —Dedicado a Antón Chéjov tu cuento “El cofre verde” (de “Colección de arena”, 2013) es, seguramente, otro homenaje.

 

MO — Sí Rolando, lo es, a un autor que admiro sobre todo por lo que significó para la evolución del cuento como género, porque se apartó de la clásica circularidad con final cerrado y sorpresa y fue el gran precursor de los finales abiertos, esos que permiten respirar, imaginar, reponer, sugerir, al texto y al lector. Finales que son mis finales, porque no me gustan los cierres con moño, esos que obturan otras posibilidades, del mismo modo que no me gustan los cierres en la vida, donde poca cosa se ata con moño, poca cosa es clausura. La muerte, sí, tal vez la única clausura, pero también allí el final luce abierto, no sabemos en qué consiste, nadie volvió para contarlo, entonces se abre un terreno fértil, infinito, a la imaginación. Desde esta mirada, la lectura de “Vania” o “Vanka”, según la traducción, me voló la cabeza, me conmovió, me movilizó al punto de lo expresado por la narradora de “El cofre verde”: “…lo que quiero contar no es para nada fácil de contar: el relato de los niños tristes, el cuento de los niños viejos. […] Escribir: había una vez un cuento de Antón Chéjov, Vania… leerlo fue detenerme para siempre en el umbral de la tristeza. ¿Cómo sacudirse la telaraña de congoja tejida en ese relato?” En la narración de Chéjov, Vania le escribe una carta a su abuelo Constantin, le pide que lo venga a buscar, que lo libere de los malos tratos que le da el zapatero Aliajin, quien remunera su trabajo con mala comida, alojamiento precario y castigos. Fatalmente la carta se perderá, el niño la tira al buzón sin dirección y sin remitente. Sólo se lee en el sobre: “A mi abuelo, en la aldea.”Y ese final permite medir la dimensión de la tragedia que ha caído sobre la indefensa vida de Vania. Quise, en la reescritura que intenté, darle un destino simbólico a la carta, y lo encontré en el salvataje que a través de Internet, llevó adelante una organización australiana de ayuda a chicos en situaciones extremas, tras recibir un pedido de auxilio por abuso sexual de una niña canadiense a quien le bastó tipear Kids help en el Google para encontrarese sitio ad hoc con una dirección de correo electrónico, y entonces pidió ayuda y con solo presionar enter, el mensaje llegó a destino. Funcionó. Yo sentí que, tecnología mediante, la carta de Vania —que de algún modo simboliza la carta que todos los chicos en situación de riesgo escribirían—, llegó a destino. Así lo interpreté en la nota que leí en el diario “La Nación” el 7 de enero de 2007, que daba cuenta del caso, y fue el puntapié inicial de “El cofre verde”.

 

13 — Reanudando un punto al que ya te has referido, le informo a nuestros lectores que en la prestigiosa y desaparecida “Feminaria” se difundió un ensayo que titulaste “El hilo se corta por lo más delgado o la invisibilidad del tejido literario de las mujeres”.

 

          MO —Me estás llevando al 2002 y aún más atrás, ¡mucha agua corrió bajo el puente! En diversos aspectos las cosas cambiaron y mucho para las escritoras, al menos en este costado del mapa mundial. “Feminaria” fue una revista imprescindible, medulosa, dedicada a la teoría y crítica especialmente sobre literatura escrita por mujeres, fundada y dirigida por Lea Fletcher (doctora en Letras y militante feminista norteamericana), quien vivió casi treinta años en Buenos Aires y en ese tiempo desarrolló el doble proyecto de la revista (1988-2008) y la Editorial Feminaria.

 

El ensayo que mencionás, corresponde a mi período de trabajo con los grupos de reflexión sobre género y escritura que coordinaba Angélica Gorodischer, y fue leído en el “Congreso de Escritoras de América Latina” (Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires), en 2002, y publicado en “Feminaria” n° 26/27 en 2001. Nos cuestionábamos, las escritoras, nuestras raíces literarias. Aquí transcribo un párrafo que puede aclarar el espíritu de la letra: “Si en términos generales nuestra práctica literaria ha sido moldeada sobre la escritura de múltiples padres literarios, cabe preguntarnos qué ocurre cuando se quiere encontrar un lenguaje capaz de articular la mirada de la mujer, de nombrar aquello que aún no ha sido nombrado (tal como lo sugiere el vacío cuantitativo de escritoras en la historia oficial de la literatura), y que pertenece a la experiencia intransferible de una mujer; qué sucede cuando miramos atrás en busca de esas madres literarias que en algún momento habrán intentado poner en palabras esas mismas experiencias y ver de qué manera la diferencia sexual ha quedado inscripta en su lenguaje y así, ir incorporando la historia que nos antecede. La constante que encontramos nos remite a una figura de ausencia, invisibilidad, olvido. Un vacío apenas disimulado por algunos nombres consagrados”. El objetivo que nos animaba era reconstruir una genealogía, reponerla y atar con nudos fuertes el hilo que se cortaba en lo más delgado, como lo demostraba ese olvido o no reconocimiento. Estos modelos a reponer fueron la base para crear lugares de visibilidad. La tarea fue conjunta, en distintos puntos del planeta muchas escritoras encarábamos esta tarea. La consigna fue “levantar del olvido”. Me dediqué entonces, en ese marco, y entre otras autoras, al estudio y difusión de la poesía de Irma Peirano, aunque nacida circunstancialmente en Chiávari, Italia, en 1917, rosarina por adopción, cuya actividad se dio aproximadamente entre los años 30 y comienzos de los 60 del siglo XX. Cuando escribí mi texto, si bien ella vivía en la memoria de quienes la conocieron o contaban en su biblioteca con alguno de sus libros, se hacía difícil su rastreo, leerla, no estaba al alcance del público en general, y es claro que existir sólo en la memoria de unos pocos no alcanza para que el hilo literario no se resienta. Afortunadamente, en el año 2003, la Editorial Municipal de Rosario rescató su obra en el volumen “Poesía reunida”(con selección y prólogo de Martín Prieto).

 

14 — ¿“…el odio es una enfermedad imparable”, como se responde un personaje de la novela “El hombre que amaba a los perros”, del cubano Leonardo Padura? ¿El odio es indestructible?

 

MO —Compleja pregunta; lo que afirma el personaje de Padura parece muy cierto si se mira el mapa mundial de las guerras en el mundo, la tragedia de los refugiados, las hambrunas, los atentados, los dramas de toda laya que sembraron el siglo pasado y que florecen en el actual debidos a la corrupción, a la insaciable codicia de unos pocos, a la devaluación de los Derechos Humanos…

El odio es un sentimiento oscuro que yo no experimento por nadie; es decir, lo mío no pasa de la bronca, la ira, la impotencia a veces; decir por ejemplo ese cliché que mucho esconde tras la literalidad y que está profundamente inscripto en el lenguaje: “lo/la mataría”… Y las broncas pasan, la ira se atenúa y nunca maté ni mataría a nadie. Pero que las hay, las hay, y no son brujas y sí asesinos, pirómanos que se ejercitan en especial con mujeres, entre muchas otras variedades del horror. El infierno dantesco se recicla diariamente. De manera que sí—teniendo en cuenta y visto el registro del dolor y el sufrimiento que arrasan a la humanidad, aceptando con enorme desazón que el ser humano es el peor predador que existe, y a pesar del denodado trabajo por la paz que muchos/as llevan adelante—, el personaje de “El hombre que amaba a los perros” dice la verdad.

 

15 — ¿Qué le hubieses dicho a Marguerite Yourcenar si la hubieras conocido?... Y a Joseph Brodsky, ¿qué le hubieras preguntado?...

 

MO —¡Qué fiesta!! Habría que pensarse como el personaje escritor de Woody Allen en “Medianoche en París”… Esa película nos acercó el modelo, Rolando, imagino que los encontraría compartiendo una mesa de bar de esos que hoy son célebres porque lo frecuentaron escritores, pintores, músicos, con mucho ambiente. No les hubiera preguntado nada, sólo compartir con ellos un café o una copa de vino y dejarlos hablar y aguzar el oído. Tal vez me hubiera animado a decirles que soy fan de los dos y a pedirles una dedicatoria en los libros de ambos que casualmente extraería de mi bolso así como un mago saca palomas de la galera, y no los interrumpiría.

 

16 — ¿Te ha sucedido que corrijas poemas o textos narrativos después de haberlos leído delante de un público?

 

MO —Sí, muchas veces, la lectura en voz alta es alcahueta: saltan las cacofonías, las redundancias, las erratas, lo sobrante. De hecho, cuando se lee un poema o texto narrativo en público, se supone que el trabajo alcanzó un estado lo bastante aceptable como para ser expuesto. Pero sucede, y no pocas veces, que una palabra, un giro, el orden del verso o de la frase hace un repentino “ruido” y esa es la luz roja que pide una revisión. Corregir, acto que yo llamaría mejor “re-trabajar”, un texto que pretende ser literario, es el trabajo mismo del escritor. La primera versión es siempre imperfecta; tras ella viene el pulido, el reordenamiento, y ese proceso puede durar horas, días o meses. Coincido con Abelardo Castillo: él ha expuesto una suerte de ética de la forma, la corrección de un texto no como una tarea retórica o estilística, sino como una empresa espiritual de rectificación de uno mismo. Soy obsesiva, mi texto para mí es un ser vivo, algo semejante a la planta de Felisberto Hernández. Crecerá si las condiciones son favorables o se secará si no valía la pena. Cualquier ocasión es buena para perfeccionarlo.

 

17 — ¿En qué poéticas de pintores, escultores, dramaturgos, cineastas… percibís mayor afinidad con tu obra?

 

MO —Creo que puedo relacionar mi escritura más con la pintura y el cine que con la escultura o la dramaturgia. Traigo a cuento a los pintores impresionistas por el manejo de la luz y del instante, por ejemplo. Esa formulación móvil y cambiante de la realidad en contraposición a lo estático de una fotografía. A Magritte y Dalí, porque naturalizaron en la imagen el mundo surreal, onírico, es decir, mis propios sueños disparatados. Puedo mencionar en la misma línea a Remedios Varo y Leonora Carrington. A Mark Rothko, a Kandinsky, a Miró, porque ilustran mis abstracciones. Creo que el arte pop de Andy Wharhol se ha metido también en los intersticios de mi escritura. Si pienso en la dramaturgia se apelotonan imágenes, Shakespeare y buena parte de autores actuales. Cineastas, ¡muchos! Por afinidad, nombro a Fellini y Almodóvar, Woody Allen, sigo con Visconti (el detalle, la atmósfera), Bergman, Kurosawa y Win Wenders. Menciono al mexicano Alejandro González Iñárritu, su modo de contar me fascina. Y hay más, pero los nombrados son los que primero aparecen.

 

18 — ¿Has ido perfeccionando (o alterando) el ordenamiento de tu biblioteca a través de las épocas? ¿Por géneros? ¿Por autores argentinos o extranjeros? ¿Por orden alfabético? ¿Tenés libros que has leído una sola vez, medio a disgusto, sólo por “disciplina lectora”? ¿Tenés algunos que no has logrado leerlos por completo y sin embargo no te has deshecho de ellos, obsequiándolos, donándolos a bibliotecas, canjeándolos, vendiéndolos?

 

MO —Eso es lo que me pregunto, ¿cómo se ordena una biblioteca? Lejos de perfeccionarlo, el orden que alguna vez me propuse se fue alterando y a la larga perdiendo. Hay un intento de reunir por géneros, o por nacionalidad, grandes grupos donde siempre están los rebeldes que se resisten a la mutua compañía. Propósitos vanos que se quiebran violentados por intromisiones azarosas. Definitivamente, esa clase de método que refieren tus preguntas no me pertenece, no es parte de mi naturaleza.

 

Entiendo por biblioteca un pequeño cosmos: la totalidad de los libros que entraron y entrarán en mi vida, esa masa que tratamos de hacer visible, en mi caso, en cuatro espacios destinados a libros. De lo expuesto se deduce que mi biblioteca es caótica, como la de Babel, al mejor estilo borgeano. Soñaba con otorgarle cierto orden, pero los años me demostraron que es un esfuerzo inútil, haría falta un bibliotecario, clasificaciones, todo eso que no está a mi alcance temporal.Algunos ejemplares aparecen enseguida porque existe una suerte de mapa mental que me ayuda a ubicarlos. En otros casos puedo pasar semanas buscándolos y a veces creer que lo presté y al cabo de un tiempo constato que están allí, emitiendo guiños desde el estante donde alguna vez los ubiqué; todo un misterio. Hay libros que leí una sola vez por disciplina lectora, otros que empecé y no terminé porque son insufribles, libros que aún no leí y que esperan su turno en diversas pilas, y libros que sé que nunca leeré y en algunos casos esto representa un alivio y en otros una cierta angustia porque sé que una vida no alcanzará para absorber ni siquiera aquello muy elegido, las gemas que deseamos leer, los tiempos de lectura siempre son los mismos y la oferta es inabarcable. No regalaría un libro que no me gusta.

 

19 — Ernesto Sábato adujo una vez que a él “el instinto” lo movía a elegir un tema. Stevenson admitió que concebía los temas en sueños. El alemán Ernst Jünger también, respecto de sus cuentos. Evelyn Waugh y Lawrence Durrel, categóricamente desestimaban las imágenes: concebían a partir de palabras. ¿Cómo suele ser en tu caso?

 

MO —Más que “elegir” un tema, intuyo que un tema nos elige. No desestimo nada, ni la imagen, ni los sueños. Pero, más que por las vías que mencionaste, yo entraría por otra puerta, Brodsky, de quien citaría de su “Marca de agua”: “Uno nunca sabe qué engendra qué: una experiencia un lenguaje, o un lenguaje una experiencia”. Y esa es para mí la doble cara que marca el inicio del acto de creación.

 

Lo que Sábato llama instinto yo lo llamo necesidad profunda. Me pasa esto: la resonancia o el simple sonido de una palabra, una imagen, una historia contada, una música, un sueño, una visión fugaz, una tragedia, una catástrofe, un chispazo cualquiera enciende la necesidad de moldear eso que advierto como a una forma nueva, y sobre todo, necesaria, cuando se transforma en obsesión. Si no la canalizo, es decir, si no la convierto en lenguaje, algo de mí queda sin desarrollar, como mochado o mutilado. Entonces procedo: busco la página: papel o pantalla, y empiezo a dejar que las palabras se organicen y caigan allí dibujando sus grafías, combinándose como ellas, en realidad, quieren, porque aunque responden a mi deseo, acaban diciendo a su antojo. Es una sociedad, a veces bastante pareja y otras, asimétrica: algo de mí y mucho de ellas. Por eso comparto la duda que expresa Brodsky, difícil saber qué engendra qué, si el lenguaje una experiencia o al revés. Ambas posibilidades coexisten, para mí la escritura es una vía de conocimiento, se me aclara lo que quise decir en la medida que puedo darle forma. Y —lo sabemos—, no es camino sencillo, las palabras nos preexisten y son indómitas, hay que doblegarlas, sacarlas del mutismo que implica el idioma o pozo de silencio donde se revuelve un caos que es un cosmos. Siguiendo este hilito de pensamiento, una cosa es lo que se quiere decir y otra lo que podemos decir: hay un abismo entre ambas instancias, y aquí cabe una cita de Virginia Woolf —anillo al dedo porque es muy gráfica—; escribe en una carta a su amiga, la organista Ethel Smith en el libro “Cartas a mujeres”, recopiladas por Nora Catelli: “…las frases que una escribe son sólo una aproximación, una red que se arroja sobre una perla marina que puede desaparecer; y si una logra capturarla, no se parecerá en nada a lo que vio bajo el mar.”

 

 

Marta Ortíz selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

 

Cuento de invierno I 

 

 

                                                                                 a las Madres de los Jueves (Plaza 25 de Mayo)

El hombre de overol azul

rastrilla hojas caídas,

picotearon de ocres

veredas y macizos. Algunas

resisten el viento

solapadas en los plátanos.

 

El grupo de madres

aísla su dolor en los pañales

que cubren sus cabezas

resisten

la ronda recortada en el papel de la tarde;

descose palomas,

su flaco envoltorio de cenizas.

 

El hombre de overol azul

recoge la última hojarasca.

Estancada, la fuente gotea pátinas

y yo leo esmeraldas

al pie de la ninfa.

 

Los focos de alumbrado bajan estrellas,

entibian.

                                                                                                (de “Diario de la plaza y otros desvíos”)

 

 

No porque no pueda salir de mi casa

 

hundirme dócil en la vida diaria

al fin y al cabo es vida conocida.

No porque más allá del umbral

no encuentre el mar azul

sino mareas de herrumbre

o porque no quiera abandonar mi depósito de libros

este mundo de objetos entrañables

crecidos entre mis papeles y yo:

fotografías, cajitas de hojalata:

esa de pastillas

Violet de Flavigny

o la de té:

Alice’s adventures in wonderland, según Tenniel

en las caras laterales;

o la caja de cartón acanalado donde guardo pétalos

y hojas de roble y otros árboles

que enrojecen los otoños.

Por ninguno de esos motivos

es que no me ausento de mi casa

ni siquiera

por las páginas que leo:

Celan y Chéjov

poemas y cuentos:

“Vania”, por ejemplo.

No por tan antiguo vasallaje

sostengo mi domesticidad,

 

no salgo por otra razón:

afuera está oscuro

garúa, hace frío.

                                                                                (de “Diario de la plaza y otros desvíos”)

 

 

 

No se vuelve

                                                                                         nunca nos recobramos de nuestro lugar de origen”

                                                                                                                                       William Goyen

 

 

No se vuelve

—delta azul que resguardó la infancia—

de un antiguo patio en sombras

 

de la dama de noche y su corola china

—ruta de la seda en ese mismo patio rojo—

del lila fragante en el aura del paraíso.

 

No regresa

la que contaba lunas en noches de ronda

y relatos a la luna biselada:

vertiginosa telaraña

increpabaal espejo un gran poeta nacional.

 

No se vuelve

de la lámpara quemada colgando del techo

que nadie cambiará

de la bisagra desaceitada y la respiración arrítmica

 

no del tejido esponjoso de aquella mujer

sus puntos de misterio

escritura de lana

diario de decepciones.

                                                                                                                      (de “Casa de viento”)

 

 

 

Dimensiones

 

Incluso comenté un tópico que afinaba la Física:

las dimensiones

no las cuatro conocidas

otras, por lo menos hay diez,

lo dijo un físico en televisión

invocaba la no menos lúcida teoría de las cuerdas

aunque quizá fueran once dimensiones

no retuve el dato preciso.

 

Quién sabe

—arriesgué—

ahora mismo una mujer agoniza

en un cuarto idéntico a éste

a escasos centímetros de tu cama

tu misma cama pero otra,

—aventuremos—

otra dimensión podría caber en el espesor de un papel

de gramaje suficiente, quizá granulado

o en el espacio que ocupa el volumen de un corcho

y cabría allí, comprimido

—tal vez—

el prodigio del universo paralelo

donde una mujer agoniza

y otra a su lado le habla incansable de la física:

existen diez dimensiones,

quién sabe si no once…

                                                                                                                          (de “Casa de viento”)

 

 

 

Frases desiertas

 

Dije,

entre otras frases desiertas:

no permitas que tu jardín se seque.

 

(Recuperar las rositas rococó

la mata de lavandas

los agapantos

el malvón)

 

Una picardía el abandono:

pasto crecido

hormigas al rayo de sol.

 

Abrí la canilla

conectada a la manguera

 

en realidad

yo quería reverdecer tu historia

regar tus manías

tu inapetencia

tu desgano.

 

Que se escurrieran con el agua.

                                                                                             (de “Casa de viento”)

 

 

 

Río era mi padre y la pala en el puño

 

:cavar la tierra,

atrapar el revoltijo y lombrices al frasco

 

:ensartar la carnada

medir la distancia / el punto exacto

tendida la línea al brinco

incauto coleteo acróbata

:nácar / escama / reverbero

 

—tramposa la muerte entraba por la boca—.

 

Río

:dilatar el pique

el ojo urbano al paisaje agreste

la arruga del viento erizando el agua

barro en la orilla descalza.

 

Río

:aprender que el tiempo es agua

soñar la boga y aceptar la mojarra

su magra resistencia.

 

Río

:la fuente de pescaditos marinados

crocante arte materno sobre mantel a cuadros

 

:la cena familiar

fiesta suburbana.

                                                                                                                     (de “Casa de viento”)

 

 

*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Rosario y Buenos Aires, distantes entre sí unos 300 kilómetros, Marta Ortiz y Rolando Revagliatti, febrero de 2016.

Con María Teresa Andruetto

con Gloria Lenardón

 con Marcelo Juan Valenti. Abajo: con Mariana Vacs

con Héctor Berenguer y Lucía Carmona

Ricardo Rojas Ayrala: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

 

Ricardo Rojas Ayrala nació el 30 de julio de 1963 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, capital de la Argentina. Fue fundador y uno de los directores de la Editorial La Bohemia. Conjuntamente con Marta Miranda organiza los encuentros literarios “VaPoesía Argentina”. Es secretario de Cultura de una Asociación Fraternal de Trabajadores y prosecretario del Sindicato de Escritoras y Escritores de la Argentina. Ha recibido diversos reconocimientos por su labor literaria. Fue incluido, entre otras antologías, en “La erótica argentina” (Editorial Catálogos, 1995; Editorial Manantial, 2003) y “El arcano o el arca no – Poesía argentina de fin de siglo” (Instituto del Libro Cubano, Cuba, 2005; Ediciones Casa de las Américas, Cuba, 2007). Publicó los poemarios “Sin conchabo corazón” (Editorial El Caldero, 1993), “Caligramas: A espinazos locos de amor” (Editorial La Bohemia, 2000), “La lengua de Calibán” (Fondo de Cultura Económica, México, 2005), “Obispos en la niebla” (Editorial Tintanueva, México, y Editorial La Bohemia, Argentina, 2005), “Argumentos para disuadir a una jauría y otros usos civiles” (Editorial Desciertos, 2013), “Un sauzal para Kikí de Cundinamarca” (Editorial Ponciano Arriaga, México, 2013), “Las nubes” (Editorial Desciertos, 2015) y los volúmenes de narrativa “Fabulosas alimañas de la pampa” (1996, en Argentina; 2010, en Italia), “Hazañas y desventuras de Amulius y Numitor” (1999, en Argentina; 2010, en Italia), “Miniaturas Quilmes” (2001), “Quaestiones politicae” (2006, en Argentina; 2010, en Italia).

 

1 — “El artista es un trabajador” se titula un Manifiesto de tu autoría que inicia una veintena de párrafos así: “Sabemos al artista un trabajador…”

 

          RRA —Es un manifiesto sobre el artista como trabajador, un hacedor que rechaza las viejas formas heredadas con su práctica y sabe que todo el arte es, fue y será hecho por el pueblo. Que no existe esa diferencia interesada entre la cultura popular y la Cultura, con mayúsculas, más que como una impostura y un fraude articulado por los que nos dominan, nos atropellan y nos sojuzgan. Todos tenemos algo que decir, único, maravilloso, trascendente, que si no lo decimos se pierde para siempre y nadie más en el mundo lo dirá. Sencillamente eso. Los invito a leer el manifiesto para que saquen sus propias conclusiones en el link:  http://www.lapurpuradetiro.com.ar/index.php/manifiesto.

 

Yo creo que el escritor es un sujeto político, un trabajador que debe participar activamente en su tiempo, en su sociedad, en el lugar que le toca como intelectual, como ciudadano y como trabajador. Un actor principal de su tiempo que cuenta, a su favor, con una herramienta terrible y poderosa: la palabra. No hablo, sólo, de filiación política sino de intervención social, de participación efectiva, que cuestione el estado de las cosas pero que proponga, que movilice, que actúe, que articule. Quien no participa de su tiempo, quien prescinde, quien se dice neutral, apolítico, escoge el partido de los que nos oprimen. Ya lo decía el gran poeta cubano José Martí [1853-1895]: “Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra”. Hay una desigualdad notoria e insoportable en nuestras sociedades latinoamericanas que requiere una urgente participación transformadora de todos, de los escritores en primera fila, para construir colectivos justos, libres, fraternales, soberanos, donde todos los hombres y todas las mujeres valgan por lo que son y no por lo que tienen.

 

2 — ¿Estás abocado a la construcción de una universidad de trabajadores (de la Asociación de Empleados de Farmacias)?

 

          RRA —Sí, claro, además de escritor soy gestor cultural desde hace más de veinte años. Nuestro sitio virtual de cultura de los trabajadores, “la púrpura de tiro”, nos está dando enormes satisfacciones y estamos diseñando algunas intervenciones en video y una articulación para crear un canal por internet; ahí nos encontramos, ahora, investigando esos formatos para que los trabajadores puedan filmar sus propias cosas. Como secretario de cultura de mi gremio, ADEF, estoy llevando adelante la puesta en marcha de una Universidad en nuestro sector, Farmacia. Esto es un proyecto institucional trascendente en el que estamos trabajando hace mucho tiempo, mucho, y gracias al enorme esfuerzo de todos los compañeros que me apoyan y los compañeros de la Universidad Metropolitana de Educación y Trabajo, vamos yendo hacia un muy buen puerto, esperamos el año entrante contar con la aprobación de las autoridades educativas de la Nación. Con Marta Miranda coordinamos VaPoesía Argentina, un festival de poesía e integración que se desarrolla en Buenos Aires y Mendoza que convoca escritores de la Argentina y el exterior, y hace foco en las zonas vulnerables, en la cárceles, en las villas, en los barrios obreros, en las comunidades aborígenes, en las escuelas rurales. También estamos articulando conjuntamente con la Organización de Estados Iberoamericanos y la Fundación Uocra, un ciclo de encuentro con varios escritores destacados de la Argentina sobre el tema de “el Escritor como Trabajador”.

 

3 — Fuiste miembro del colectivo “Paralengua” de poesía y experimentación. ¿Qué podrías trasmitirnos de la poesía bufa experimental que solés presentar?

 

          RRA —Sí, participé en el colectivo “Paralengua” haciendo mi poesía bufa durante diez años. Junto con un grupo notable de escritores y perfomers, Roberto Cignoni, Jorge Santiago Perednik [1952-2011], María Lilian Escobar, Roberto Scheines, Carlos Estévez, Andrea Gagliardi, Ricardo Castro, Maria Chemez, Fabio Doctorovich y otros más. Estudio mucho, investigo, trato de profundizar en los distintos lenguajes, me he formado con varios maestros, es la manera que yo creo que se deben hacer las cosas. Reconozco entre los más influyentes a dos, muy especialmente a Emeterio Cerro [1952-1996] y a Baby Pereyra Gez, quienes marcaron de un modo indeleble mi forma de interpretar, mi poesía bufa, mis búsquedas artísticas. Yo creo que siempre que el poeta lee ante otros hay una interpretación, una interpretación que no debe ser menospreciada, minimizada, ni desaprovechada; yo elijo la ironía, una ironía que cuestiona, pone en tela de juicio y denuncia. La poesía bufa es mi manera de resolver esta búsqueda que no se agota sólo en la parodia, el retruécano, el remate jocoso y la mera comicidad. En la actualidad estamos comenzando a elaborar propuestas con el notable poeta y músico Fernando Aldao, una iniciativa que hemos denominado “poesía para bailar”; recién empezamos el año pasado pero confiamos en que dé sus frutos, con algún CD, en cualquier momento. Elijo la poesía bufa porque es una apuesta a la alegría, la alegría que no es más que un derecho humano. Se ha naturalizado que si un rico se ríe es un bon vivant, un señor que tiene un don de gente envidiable, un auténtico ganador de la vida. Ahora si un pobre se ríe es un bruto, un desubicado, un vago mal entretenido. Mi poesía bufa, que lo cuestiona todo, comienza cuestionando estos dislates infinitos, horrorosos y clasistas.

 

4 — He conocido la revista objeto “Los Rollos del Mal Muerto”, espléndida e incómoda, de la que fuiste director editorial.

 

          RRA —Fue una revista de literatura única y bella que llevamos adelante con mi gran amigo Daniel Muxica [1950-2009], un extraordinario escritor e incansable gestor cultural, con el que concebimos juntos un montón de cosas más en el mundo del arte: revistas, editoriales, festivales, encuentros, centros culturales. El criterio que nos guiaba en ese proyecto específico era publicar la literatura que se soslayaba en ese momento, la que se invisibilizaba de un modo sistemático, de escritores locales, conocidos o no, difundiendo también a otros de Latinoamérica y del mundo, que también eran poco leídos o desconocidos en nuestro país. Para dar un dato de color, ilustrativo: el primer libro de Antón Arrufat en la Argentina lo publicamos nosotros, “La huella en la arena”, en el año 2000. El nombre de la revista, los rollos del mal muerto, ironizaba sobre el doble sentido del mal que habría muerto o del muerto que había sucumbido mal, pues el formato eran varios rollos de casi un metro de largo que venían dentro de un packaging de cartón, muy cercano a la revista objeto. Una revista incómoda desde todo punto de vista, pero llamativa y original. Recuerdo lo que nos divertíamos con Muxica planeando una sección que se llamaba “El fantasma de Kant”, donde nos mofábamos descarnadamente sobre los tópicos, las leyes generales y los mandatos absurdos de la época, que no sólo no se cuestionaban, sino que se seguían a pie juntillas como un mandato divino. La revista era trimestral y logramos editarla por unos años. Finalmente cesó, porque si bien fue un éxito en cuanto a su difusión, a su lectura y a la repercusión que logró, fue un fiasco comercial y no pudimos solventarla más, claro.

 

5 — Y fuiste miembro del grupo de experimentación poética “Any y sus Ballenatos”.

 

          RRA —Sí, hace un par de años formamos “Any y sus ballenatos”, con María Lilian Escobar (“Any”), Roberto Cazenave, Roberto Cignoni y yo, que anduvo haciendo de las suyas por ahí. Un grupo maravilloso, de un profundo y muy creativo trabajo de experimentación, efectuábamos unas aproximaciones a voces ancestrales nativas, una suerte de oráculo distópico infinito, un canto samba intervenido de un modo altisonante y otro rosario de cosas más; un gran placer participar allí y hacer intervenciones poéticas con gente tan talentosa, capaz y generosa. Hay un mítico recital que se realizó en Cura Malal, en un centro cultural precioso en medio de un pueblo de no más de cien personas, que anda digitalizado por la web, que nos trae ecos, voces y fragmentos de ese colectivo de experimentación poética, deslumbrante, que tal vez sólo rubricaba lo que dijo Salvador Dalí: “Se trata de la sistematización más rigurosa de los fenómenos y materiales más delirantes con la intención de hacer tangiblemente creadoras las ideas más obsesivamente peligrosas”. “Any y sus ballenatos” está en un impasse por problemas de tiempo, de compromisos y de obligaciones impostergables de casi todos sus integrantes. Espero que podamos ponerlo a funcionar de nuevo.

 

6 — En tu Documento Nacional de Identidad debe constar Ricardo Horacio Gutiérrez. ¿Podríamos saber porqué preferiste un seudónimo? ¿Algo llegaste a publicar con tu propio nombre?

 

          RRA —Sí. Creo que se publicó alguna plaquette con mi nombre original, con unos poemas a Van Gogh que si alguien tiene, me gustaría recuperar, y algunos otros textos en una antología de poesía joven. Y gané también un concurso de la Sociedad Argentina de Escritores con mi verdadero nombre siendo un veinteañero. Luego preferí desarrollar mi actividad como escritor bajo el apellido de mi madre, Rojas Ayrala, simplemente como homenaje a mi madre cuando ésta falleció, hace mucho, y es por ese apellido que se me conoce en el mundo del arte y con él publiqué toda mi obra, que a la fecha consta de once libros: cuatro de narrativa y siete de poesía. Con esta cuestión del seudónimo literario pasa algo muy gracioso en mi trabajo formal, como secretario de cultura, donde casi todos me llaman Rojas, desconociendo que ése no es mi nombre en realidad, con las que suelo rubricar todas la cuestiones administrativas y oficiales, y cuando buscan al otro, a Gutiérrez, se quedan sorprendidos al saber que es “Rojas” el que firma; un paso menor de comedia digno de un vodevil televisivo de la tarde, quizá.

 

7 — Además de participar en encuentros y festivales de nuestro país, lo hiciste en México, Chile, Costa Rica, Uruguay…

 

          RRA — Tengo la suerte de que me inviten seguido a festivales literarios a los que asisto más que gustoso cada vez que esto sucede. Es muy gratificante compartir los textos de uno con hermanos de Latinoamérica o del mundo, y comprobar las diferencias y las similitudes de nuestras sociedades, de la urgencia de nuestros sueños, de nuestros anhelos, de nuestros desafíos tan parecidos, tan íntimamente relacionados entre sí, de las desigualdades que nos persiguen, las faltas de verdad, de belleza y de justicia que debemos denunciar y combatir para lograr una vida digna para todos. En Chimaualcán, México, por ejemplo, leí hace poco ante auditorios multitudinarios de dos mil personas del pueblo mexicano profundo, muy humildes, que acuden al llamado de ese festival de poesía absolutamente movilizante. Ahora he tenido la suerte de ser invitado al X Festival Internacional de Poesía de Buenos Aires (FIP), al XI Festival Internacional de Poesía ABBApalabra en México y al III Festival Internacional de Poesía de Mendoza, además de a una serie de lecturas que espero se repitan muy pronto, porque sé de un modo fehaciente que, como decía mi amado Roque Dalton: “Donde ponga los pies el crisantemo no crecerá el puñal”.

 

8 — Has declarado que te denominás, tal como lo sentís, “Artefacto Rojas”, cuando tras mucho investigar sobre algún tema te proponés escribir sobre él. Te armás, te convertís.

 

          RRA —El artefacto Rojas no es más que una suerte fallida de sistema de pesos y medidas que he desarrollado para plantar el trabajo literario que voy a hacer. La pobre zanahoria que mueve este quehacer se llama libro, siempre pienso en libros, se publiquen o no, libros. Cuando comienzo un trabajo, encharcado en lo literario, claro, siempre voy hacia algún lugar, tengo un tema vigía, una suerte de campana lejana en la hora del Ángelus, o un indicio de ese tema, y sigo esa huella, esa melodía, ese rastro en el aire, por eso investigo, tomo notas, hago croquis, visitos lugares, realizo un teatro de operaciones de eso que voy a hacer, de ese libro en ciernes, el nombre de ese proyecto viene casi de inmediato, aunque luego, cuando queda terminado, ya ha cambiado un montón de veces. Lo tamizo por tres varas bien concretas: el sueño, que vendría siendo lo que se cuenta, cómo se lo cuenta, en qué mundo sucede, con qué elementos voluntarios se lo cuenta; el ensueño, que es todo aquello que resplandece de eso que se ha logrado decir, la emanación de esas letras, su aura involuntaria y frenética, lo incomunicable de esa historia, su mensaje, sus sentidos, sus agites, sus sentimientos y la rememoración, que es lo que apenas queda pegoteado en la “relva” de esos dos pasos anteriores, amalgamados en algo que desenmascara ese mecanismo total, una advertencia dudosa de que todo el procedimiento no deja de ser, jamás, una sarta de palabras en danza, que hay un pacto literario en algún sitio haciendo funcionar estos géneros, que hay una tradición, que hay un acervo, y que hay, sobre todo, gente de carne y hueso haciendo de estos oficios aéreos, libros. El artefacto Rojas, como casi todo en la vida, es más fácil de visualizar en los extremos; por ejemplo, hace poco cerré, después de años de trajín, un laburo de poemas muy muy cortos, que se llama “El eterno retorno de Onistura”, algo así como sesenta poemas pretendidamente naturalistas que hablan de Latinoamérica: 30 haikus, 15 haikai y 15 “yori” (textos que son algo más de dos haikus y medio, que conforman diez versos, que he inventado a los efectos de estas experiencias). La premisa era la imposibilidad concreta de escribir haikus en castellano, como pregonaba Borges, antes de escribir unos quince absolutamente deliciosos. Respetando el corsé de esas formas, de un escritor enorme y jocoso como el japonés Ueshima Onistura [1661-1738], pero poniéndolo a funcionar en estos lugares nuestros, con nuestros horrores, nuestros desencantos y nuestras felicidades. Pues el resultado ha sido maravilloso.

 

9 — ¿Así que además de ser el autor de “Miniaturas Quilmes” sos “cervecero”, hincha de “Quilmes”, bonaerense equipo de futbol cuyo Club se fundó en 1887?... ¿Residiste en la ciudad de Quilmes? Hablemos de la ciudad y tus lazos con ella, de tu equipo, y de ese libro, el citado, seleccionado por el Plan de Promoción a la Edición de Literatura Argentina de la Secretaría de Cultura y Medios de Comunicación de la Presidencia de la Nación.

 

          RRA —Yo soy porteño, nací en la ciudad de Buenos Aires, y aquí vivo desde hace mucho, pero pasé mi infancia y adolescencia en la barriada de Quilmes. Suelo creer que poseo un pensamiento francamente orillero construido, piedra por piedra, en los campitos de fútbol de Quilmes y la biblioteca inmensurable de mi padre. Un pensamiento orillero y taimado que trae consigo, siempre, una mirada propia de los abejorros más disolutos. Es así para cualquiera de la infinidad de sujetos del sur de Buenos Aires, del conurbano bonaerense, que saben, que intuyen, que deducen, que todas las cosas, los hechos y los acontecimientos siempre poseen una complejidad encubierta, amenazante y disimulada, ex profeso, con fines inescrutables pero perentorios que deben ser desentrañados ya mismo. Con mis amigos selectos, nosotros, los más impresentables y diletantes del barrio, peregrinábamos con frenesí hacia el Centro. El Centro no es otra cosa más que la Ciudad de Buenos Aires. Íbamos a ver ciclos de cine, a recorrer las librerías como posesos, a degustar pizzas como si de auténtica ambrosía se tratare, a jugar a los fichines (los antiguos flippers) y a intentar conocer alguna que otra señorita. Era nuestro secreto e intimísimo Tikal. Nos dilapidábamos hasta el último billete arrugado que teníamos y retornábamos “colados” (sin pagar boleto) en el mítico “blanquito”, un descascarado ómnibus que conecta el Centro luminoso e indolente con el Quilmes soñador. En una de esas asiduas excursiones recalamos por casualidad en el bar “La Paz”, donde perdían el tiempo con incomparable gracia los mejores escritores, y ahí me quedé toda mi juventud, adosado a una de las mesas del ventanal. En Quilmes tengo familia, hermanos, sobrinos, amigos y lugares que siguen estando, ahí, esperando, esperando vaya a saber uno qué. Esperando, ahí. El fútbol me gusta mucho, más jugarlo que verlo jugar, y soy hincha de Quilmes Atletic Club, claro. En cuanto a mi libro, las “Miniaturas Quilmes”, se relaciona directamente con los indios kilmes, una de las tribus más bravas de la Argentina, que fueron traídos a pata más de mil doscientos kilómetros desde la provincia de Tucumán, hasta la reserva de Quilmes, con el exclusivo fin de que se apaciguaran o murieran en la travesía. Para ilustrar su carácter indómito las madres kilmes preferían arrojarse al vacío, con sus hijos, antes de entregarse a los blancos y convertirse en esclavos. Este libro trata de una serie de historias breves, sobre la memoria de esos mismos indios, que aún hoy retumban en el imaginario de nuestra gente. Sí, por suerte fue muy reconocido el libro: además de ese Premio de la Presidencia de la Nación que mencionás, me distinguieroncon el Tercer Premio Municipal de Literatura de la Ciudad de Buenos Aires.

 

10 — En la tapa de tu “Quaestiones Politicae” se advierte, sobre una ilustración de soldados disparando sus armas, un subtítulo: “Seis relatos sobre la certeza”.

 

          RRA —Son dos soldados de tropas irregulares, uno de pie empuñando una pistola y el otro, rodilla en tierra, apuntando con un fusil. La certeza es un estado definitivo de la inteligencia, mientras que la violencia es una falta casi absoluta y brutal de la certeza, la negación de la fraternidad. Entre esos dos opuestos corren estos seis cuentos que nacen casi como una boutade; alguna vez supe, o creí saber, que cuando murió Italo Calvino [1923-1985], un escritor colosal al que adoro, habría dejado inconcluso un libro sobre la certeza. Entre coordenadas devenidas de la lectura apasionada del gran italiano, la levedad, la rapidez y la consistencia, pretenden discurrir estos relatos. Tienen una dissertatio final donde se explicitan las situaciones, violentas, que resultaron disparadoras para escribir sobre esa tensión vital. El primer cuento, “Puente chino”, habla sobre la masacre del puente de Avellaneda, en 2002, donde fueron asesinados los militantes populares Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. El segundo, “Laertes”, morosea sobre los designios y las tribulaciones de un personaje secundario de Shakespeare que termina desencadenando una tragedia. “Los peligros de la abulia”, que es el tercero, trata sobre dos marines aburridos, en la arenas de Irkuk, Irak, matando el tiempo de un modo peligroso e inmoral. El cuarto es “Lucile y el mar”, y nos cuenta sobre las andanzas de un promocionadísimo asesino serial de Mar del Plata. “La exhortación de Conón de Samos”, el quinto, nos narra unos muy turbios enjuagues palaciegos que dan luego paso a la leyenda. El último, “La bruma en retirada”, es el más largo de todos y nos relata un acontecimiento policial que pone en tela de juicio la suma de las violencias como respuesta ausente a un proceso político reciente, doloroso, criminal. Este libro está dedicado a la memoria de mi tío Lito, militante político, que fue asesinado en la vía pública, en la intersección de las calles Álvarez Jonte e Irigoyen, cuando iba a un mitin.

 

11 — El 28 de julio de 2003 organicé, dentro de un Ciclo de Poesía, un encuentro-homenaje a Emeterio Cerro, en el que participó interpretando textos de él, Baby Pereyra Gez, fallecida no mucho después. ¿De qué modo cada uno de ellos te enriqueció, te enseñó?

 

          RRA —Emeterio Cerro fue un autor, regisseur y director de teatro argentino exquisito, irrepetible y genial. Su dramaturgia abreva tanto en el absurdo como en el neobarroco y es única, absolutamente nacional y así, paradójica, se atreve a lidiar con los grandes temas universales a quemarropa. Hay una exaltación de lo propio a niveles pantagruélicos que lo torna general, indefinible, primal; en las obras de Emeterio hay siempre sujetos temblando en las tinieblas de un teatro que balbucean la verdad, que insinúan un decir criminal, que atisban los fragmentos del mundo, un morcilleo de los grandes temas de la humanidad que nos persiguen sin freno en lo inmediato, en lo cotidiano, casi en la intrascendencia más general. Emeterio fue un tipo que murió muy joven, pero de una producción tanto de escritura como de dirección de obras, vertiginosa e infatigable; más de quince libros de poesía, tres novelas, ocho obras de teatro estrenadas, seis libros de relatos y una decena de obras dirigidas por él. En cuanto a Baby Pereyra Gez fue una actriz y directora excepcional, egresada del Conservatorio Nacional, una maestra de actores que participó muy activamente en la movida de los ochenta en la generación nueva del teatro argentino, que se solidificó desde Teatro Abierto, el Centro Cultural Rojas, el café Einstein, Cemento, hasta el Parakultural. Formó parte de la compañía de teatro de Emeterio y fue, sin dudas, su continuadora. Yo, que venía de Poesía Abierta tomé clases, con ambos, no te podría precisar bien qué cosa mía no deviene de esos aprendizajes.

 

12 — Augusto Roa Bastos puntualiza: “Los autores esenciales crean su propia lengua: Homero, Dante, Shakespeare, Cervantes, Rabelais, Rimbaud, Whitman, Nietzsche, Schopenhauer, Balzac, Sterne, Dostoievsky, Faulkner.” ¿Cuáles faltan en este relevamiento?

 

          RRA —Creo que hay que agregarle unos cuantos más. Pero la literatura es un océano infinito de libros que se mueve de acuerdo a la época, a los intereses de quienes manejan el mercado y a la academia, y por último, allá atrás más retiraditos en la penumbra, los lectores. Los autores somos simples convidados de piedra en este festín de las letras. Pero no hay nada más maravilloso que alguien te recomiende un libro que vos no conocés y sea un descubrimiento, un encuentro con otra persona que dice cosas que nos conmueven, que nos llaman, que nos hablan de nuestros sentimientos, que convocan una vez más a lo humano. Si me dejás, yo agregaría algunos libros de escritores que tienen para aportar lo suyo a este equipo notable que sugerís. Empezaría con Manuel Scorza, el gran novelista peruano, que por esas operaciones de poder de los grandes armadores de cánones, casi ha sido excluido de la literatura americana. Recomiendo empezar con la impresionante “Garabombo, el invisible”. Sándor Márai, otro monumental, recomiendo para empezar “El último encuentro”. Del serbio Milorad Pavic recomiendo comenzar con el “Diccionario Jázaro”, la versión masculina o femenina. De Ivo Andric [1892-1975], “Un puente sobre el Drina”; de Haruki Murakami recomiendo “La caza del carnero salvaje”; de Italo Calvino, “Las ciudades invisibles”; de Marguerite Yourcenar, “Los cuentos orientales”; del francés Pascal Quignard, “La barca silenciosa”; de Gesualdo Bufalino [1920-1996], “El diario del apestado”; de Yasunari Kawabata [1899-1972], “Lo bello y lo triste”; de Alessandro Baricco, “Seda”; con autoría de argentinos, una novela de aventuras, que es un género que no se ha desarrollado demasiado, “El náufrago de las estrellas”, de Eduardo Belgrano Rawson; “Algo en el aire”, de Jorge Paolantonio, una novela mayor; “Agua”, de Eduardo Berti; “Las maravillas del doctor Tulp”, de Daniel Muxica; “El caos”, de J. Rodolfo Wilcock [1919-1978], “La liebre”, de César Aira… Y no hablamos aún de poesía: César Vallejo, Olga Orozco, Dalton, Anna Ajmátova, T. S. Eliot, Leopoldo María Panero, Friedrich Hölderlin, el rumano Tristan Tzara, Vicente Huidobro, Pessoa, Ungaretti…

 

13 — ¿Qué tan “buen” lector sos de los aforismos en sus diversas formas (sentencias, máximas, proverbios, paradojas, parábolas, epigramas, epifonemas, pensamientos, divagaciones, etc.)?

 

          RRA —Soy muy muy lector, pero tengo como épocas, más o menos narrativa, más o menos poesía. Ahora estoy leyendo una novela que se llama “El jilguero”, de la estadounidense Donna Tartt. Recién comienzo, parece interesante aunque esperaba otro tipo de disquisición. Cuando la termine te cuento. El aforismo como cualquier género literario me atrae si está bien hecho. Pienso en los epigramas de Marcial o de Catulo, los haikus de Onistura o Basho, las reflexiones de Lichtenberg [1742-1799]o de Voltaire y todo se vuelve bastante flojo, pobre, apurado, cuando se intenta alguna comparación. “Odio y amo, tal vez me preguntes por qué, no lo sé, solo sé que lo siento y que sufro”. Esas líneas de Catulo parecen escritas hace tres minutos y tienen dos mil años. O “Me parece imposible demostrar que somos la obra de un ser superior y no el pasatiempo de uno bastante defectuoso” de Georg Lichtenberg. La brevedad es una trampa deliciosa en la que solemos caer los escritores una y otra vez. Yo estoy viéndomelas con un libro de poemas latinos, hace ya unos años, pretendidamente breves, que estaría llegando a su finalización y son alrededor de cien. Algo así como: “Pobre el señor de los pajonales, mi querida señorita O., pobrecito, ni se ha enterado que la ausencia suya, mi querida, reverbera en las totoras como un rezo furioso, como una revolución que se demora en llegar. Así, en estas orillas desasosegadas, apenas se puede encontrar luz y nada más”, se dice, en uno de los textos iniciales del libro en cuestión (“Noventa y nueve poemas latinos del mundo bárbaro y uno más”).

 

14 — ¿“Vivir es una incomodidad continuada”, como le habría espetado Descartes a su protectora, la Reina Cristina de Suecia?

 

RRA —Vivir es lo mejor que nos puede pasar. La vida es una celebración breve, muy breve. Ojalá vivamos muchos años más, todos, aunque al final uno se canse, como decía un personaje de Juan Carlos Onetti. El tema del cómo es lo que nos atormenta como intelectuales y gente sensible. Una vida estimable para todos los habitantes del mundo debe ser la meta de toda la actividad humana organizada. La crisis profunda del capitalismo global nos lleva a plantearnos un montón de cuestiones, que deben ser resueltas por nosotros como colectivo de inmediato, es imposible que no vivamos esta pasión como declamaba el carpintero más famoso, imposible. Yo creo que, con razón, todos queremos trabajo, belleza, vivienda, justicia, futuro y salud. Un reclamo tan básico y tan urgente que parece incluso una frivolidad plantearlo así en estos tiempos, pero no lo es, con más de tres mil millones de pobres en el mundo que no tienen acceso  a la vivienda, a la educación, a la salud, al agua potable, no lo es. Atrás de todos estos aparatos satelitales, esta globalización, esta frenética modernidad, este mundo wifi, esta sorda acumulación de objetos, esta absurda obsolescencia programada, estamos nosotros, las personas, con nuestro sencillo reclamo de humanidad, justicia, libertad. No es un planteo inocente, ni trasnochado, es un llamado a la participación, a la solidaridad y a la acción popular. Simplemente devolverle a la humanidad el decoro, el respeto, la confraternidad, el arte,y con todo ello la calidad de vida que todos nos merecemos y sin excepciones de ningún tipo.

 

15 — ¿Qué postal de tu adolescencia te viene primero a la memoria?

 

          RRA —Yo soy un tipo muy alegre. El gran legado del pueblo judío es su humor, a pesar de las tragedias, las masacres, la guerra, ellos siguen adelante con su humor implacable, demoledor. Yo veo ahí una enseñanza infinita, profunda, ejemplar. Mi recuerdo más inmediato de la adolescencia es estar sentado en la esquina de mi barrio, Quilmes, charlando eternamente sobre cualquier cosa. Charlas interminables y jocosas hasta altas horas de la madrugada,que nos llevaban a debatir sobre el mundo, las cosas, las muchachas, claro, el fútbol, las revueltas, la nada. Hace poco volví a esa vieja esquina y estaba ocupada por otros chicos, los hijos de esos jóvenes enfebrecidos que éramos nosotros. Yo creo en la alegría, es mi verdadera militancia, la alegría debe ser cultivada, cuidada, ejercida sin freno en todo lugar. No la comicidad vacía, nula y cómplice, si no la ironía rebelde, demoledora, inteligente, contestataria. La alegría es una operación política que debe ser enseñada a los chicos desde muy pequeños. La risa lo cura casi todo. Cuando uno introduce una broma en cualquier discurso todo tiembla, se vuelve inestable, se ve lo incierto de todo el sistema, sus simulaciones, sus perversidades, sus hipocresías, su paraíso y su infierno de cartón pintado. Yo aprendí en esa esquina perdida de Quilmes que la comicidad es una de las ocupaciones más serias que debe acometer toda persona que quiera ser feliz. La risa es amiga entrañable de la vida; la solemnidad, sin la menor duda, es la socia de la muerte. Como dijo el gran Woody Allen, “Si no te equivocas de vez en cuando es que no lo intentas”.

 

16 — ¿Hugo del Carril, Ana Belén o Caetano Veloso?

 

          RRA —Pues los tres, por razones distintas. Fuera de toda discusión están sus dotes de artistas, de extraordinarios cantantes. A don Hugo del Carril lo elijo por sus convicciones, por su militancia política que le costó muchísimo, proscripciones, persecuciones, silencios, pero es un claro ejemplo del artista comprometido, popular, íntegro. A Ana Belén por su repertorio, su cancionero, aunque más ligado al canto popular español contemporáneo; cuando pisé Madrid por primera vez y me llevaron a conocer la Puerta de Alcalá, me era imposible dejar de tararear “ahí está, ahí está, la Puerta de Alcalá”, y también lo haría, con todo respeto, por su belleza serena, espléndida y delicada. Del enorme Caetano Veloso soy fanático, hasta hoy como cantante y como compositor. Su disco “Cores, Nomes”, me acompañó toda la juventud, lo escuche miles de veces procurando descifrar un mensaje subliminal que hablaba de otro mundo, que me llevó a conocer el Brasil profundo, inextricable y trascendente. Cada vez que vuelvo al tema “Coqueiro de Itapoa”, me emociono de una manera especial: “Coqueiro de Itapoã, coqueiro / Areia de Itapoã, areia / Morena de Itapoã, morena / Saudade de Itapoã, me deixa / Oh vento que faz cantiga nas folhas / No alto do coqueiral / Oh vento que ondula as águas / Eu nunca tive saudade igual / Me traga boas notícias / Daquela terra toda manhã / E joga uma flor no colo / De uma morena de Itapoã / Coqueiro de Itapoã, coqueiro / Areia de Itapoã, areia / Morena de Itapoã, morena / Saudade de Itapoã, me deixa / Me deixa, me deixa”.Casi siempre que sale a la luz un nuevo disco de Caetano trato de conseguirlo y escucharlo con prontitud, es parte de mi vida. Pues, entonces, elijo a los tres, claro.

 

17 — ¿Qué no incluirías nunca en una de tus novelas o cuentos?

 

          RRA —Cosas que vayan en contra de mis convicciones personales, no sólo políticas, crímenes de lesa humanidad, aberraciones contra niños, genocidios. Pero no lo tengo tan claro. No tengo grandes tabúes en cuanto a lo que puedo y no puedo escribir. No sigo los temas de la época, sus explosiones, sus aburridas frivolidades, ni respeto lo que se conoce como la voz de la época, ni acuerdo con ninguna clase de censura ni imposición moral ajena a mi conciencia como ser humano, como trabajador, como muchacho soñador del conurbano apestado por “las luces del Centro”. Nunca se me ocurrió escribir sobre algún nazi notable o más o menos importante, supongamos el austríaco Georg von Schönerer, el inventor del saludo nazi, pero no lo dejaría de hacer. Escribo para cambiar el mundo, para tratar de descubrir lo humano en todos los lugares del universo, para contar las cosas, para construir la verdad y sus procedimientos validantes. Considero que todo eso puede ser materia de mis novelas, mis poesías, mis obras de teatro, mis guiones y mis cuentos, tamizado por mi visión iconoclasta del estado de las cosas, claro, pero sobre todo por mis manías, por mis retorcidos procedimientos textuales, por mi exánimes recursos literarios, por la suma insondable de mis obsesiones.

 

18 — ¿Qué te promueve desasosiego?... ¿Cómo te parece que sobrellevás la degradación de los valores?... ¿A qué escritor hubieras elegido para que te incluyera en alguna de sus obras como personaje?

 

          RRA —La pobreza, la guerra, la devastación ambiental, la injusticia, la maldad, la discriminación, la exclusión, el abuso. Pero creo que más que desasosiego lo que me provoca es rabia, me embronca, me subleva. Respecto de la degradación de los valores, opino que son inherentes al sistema social en el que vivimos, a la voltereta perversa de su proceso histórico y a la famosa explotación del hombre. Más que sobrellevarlo, procuro combatirlo, desde mi hacer como escritor, como gestor cultural, como trabajador, como viandante, como idealista. Yo creo en la construcción de un mundo más fraternal, más libre, más democrático, más justo, con igualdad de oportunidades, donde todos tengamos una vida que valga la pena ser vivida, para eso escribo y trabajo en cultura, desde ahí efectúo mi modesto aporte. En cuanto a si me hubiese gustado estar en alguna obra, me hubiese encantado estar en alguna del gran humanista ruso Antón Chéjov, a quién admiro de una manera fanática; si pudiera elegir: en “La gaviota” quisiera que me asignaran un personaje secundario, menor, un joven campesino bielorruso, muy alto y de ojos negros, encargado de acicalar a los galgos lanudos más delicados de los señores, quizá; o un melancólico japonés amigo del sake, los recipientes de hebras de té más estrambóticos y los combates de grillos, en “La casa de las bellas durmientes”, de Yasunari Kawabata.

 

19 — Edith Wharton, aquella destacada discípula de Henry James, en la Introducción de su maravillosa novela “Ethan Frome” sugiere que “cada tema (en el sentido novelístico del término) contiene, implícitamente, su propia forma y sus propias dimensiones”; en otro párrafo sostiene que “Todo novelista ha sido visitado por los insinuantes fantasmas de ‘seudo-buenas situaciones’: temas-sirena, que atraen su cáscara de nuez y la hacen estrellarse contra las rocas”; y más adelante hace referencia a que hay “quienes nunca han considerado que la novela es un arte de composición”. Al novelista que sos invito a que añada sus propias

consideraciones.

 

          RRA —En cuanto a la forma y las dimensiones de las novelas que resultan de un tema específico, que como bromean los griegos desde siempre no son más de cuatro, no coincido con lo que dice la exquisita Edith Wharton. Creo que cada época es la que trata de imponer sus temas, con mayor o menor énfasis, sus fábulas, sus intrigas y sus discursos. Los textos siempre son resultado de una tensión insoportable entre el sistema ideológico y el tiempo concreto que se encarga de premiar, soslayar, castigar o ensalzar a sus escritores según sean funcionales, o no, a ese proceso cultural específico. La novela, que es el género comercial por excelencia, tiene una forma bien determinada, un acervo específico, una tradición, que atiende en mayor o en menor medida las necesidades de ese tiempo concreto y ese lugar real donde sucede su escritura, su posterior edición y su venta como objeto de cultura; para ponerte un ejemplo bien tangible, no hace mucho el mandato imperativo de nuestro mundo editorial era escribir novelas espirituales, luego históricas, después policiales y así vamos. Yo no soy un teórico, simplemente soy un hacedor de textos, de novelas, de poesías, de relatos, aunque como cualquier trabajador reflexiono sobre mi tarea, sobre el rol del artista en esta sociedad. Coincido con que la novela es un arte de composición, de eso podría hablarte mucho mejor y con más especificidad Mijaíl Bajtín, Tzvetan Todorov, Barthes, Lukács… Es fundamental para cualquier escritor entender la dinámica y la función de los distintos elementos constitutivos de la novela, reflexionar sobre su estructura interna y externa, la crucial elección del tiempo verbal, prestar atención a la temporalidad histórica y al tiempo interno de la obra, perfeccionar el clímax, los bosques narrativos, etcétera. Mientras más se sepa sobre todos los elementos formales que conforman el andamiaje de la novela, o de cualquier texto en general, más libre se podrá ser al encarar la escritura de ese texto. Leer, leer y leer. Como creador procuro cultivar mi voz, mis temas particulares, mis desafíos, mis tramas engañosas, mis protestas, mis proclamas revolucionarias, mi subvertir sistemático del pacto narrativo, mis ensueños y sobre todo ignorar, o al menos cuestionar, las imposiciones antojadizas, interesadas y alienantes de los teóricos del mercado y de los monjes impolutos de la Academia. Yo apuesto a la construcción de una obra, muchos libros que nos hablan, que vociferan, que gritan, que protestan y que se hablan entre sí; apuesto a la construcción de un mundo propio que interpele a ese mundo real, en ebullición, en fricción, en disputa y tan inestable, cambiante, fugaz.

 

20 — ¿Con qué nos vamos a encontrar en tus próximos libros?

 

          RRA —Soy muy metódico, escribo entre cuatro y cinco horas diarias, de lunes a lunes, es una de las cosas más divertidas, más placenteras y más gratificantes de la vida. Así que espero que puedan leer muchos libros míos más, en breve. Tengo unos libros cerrados de poesía y de narrativa que se editarán pronto, no sé si primero en Argentina, Colombia o en México, en eso estamos, arreglando esos felices entuertos editoriales. Entre los que terminé hace poco, también está una novela sobre mi amado Chéjov; finalizada después de unos cuantos años de trabajo, una obra que está buscando editor. ¿Hay alguno en la sala, disponible, en este instante? Esta novela devela el misterio de la noche más mentada en la vida de Chéjov, cuando se extravía y nadie sabe qué sucede de él hasta el día siguiente, nada hasta ahora. La noche no es otra que la fría noche del 17 de octubre de 1896, cuando nieva tímidamente en la hermosa ciudad de San Petersburgo, sin coto, sin pausa. Es el estreno de su obra de teatro“La gaviota” en el gran teatro Alexandrivski. El estreno es un fracaso estruendoso que el joven autor, Antón Chéjov, no tolera. Huye a pie, mal abrigado y desasosegado, por la nieve a pesar de su tisis galopante. Lo recoge un carruaje señorial, aunque algo vetusto, de una bella dama madura de la nobleza más rancia, Irina Ivanovna, que va a matar a su joven amante Kleshanov, veinticinco años menor que ella y fallido héroe de guerra, quien ha decidido abandonarla al fin. El carruaje los lleva por la nieve a ambos, mientras se cuentan historias rusas sin freno para matar el tiempo, rodeando el teatro, una y otra vez; historias sobre Potiomkin, Catalina la Grande, el panóptico de Bentham y un pusilánime ayudante llamado Shuwalkin (como todos sospechamos ya: un borroso homenaje a Walter Benjamin). Sale el público finalmente a la nieve que no cesa de caer. La bella dama, Irina Ivanovna, se apea y dispara con premeditación. Muere una joven figuranta y luego Kleshanov, el joven seductor. Ella se pega un tiro de un modo melodramático repitiendo unas palabras tan famosas como sarcásticas. Chéjov, a unos metros, pelea con el gigantesco cochero de Irina Ivanovna que le cuenta sobre un oscuro pacto... Y todo el resto infinito que falta, pues, lean mi novela, mis amigos.

 

 

Ricardo Rojas Ayrala selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

 

Un palafrenero que levantó testimonio

 

Epitafio del palafrenero de un gran obispo

que, por portento inextricable,

presenció un milagro:

 

Descansa en paz el noble bruto que sólo

entre sus tramonterías y jamelgos

fue feliz.

Noble, atildado y puro,

como el equino que guardaba,

vio aparecerse volando a la virgen

en los bosquecillos,

quien le habló,

con dulzura y misericordia infinita,

en la tosca y ramplona lengua

de los campesinos.

Compartió la buena nueva,

embriagado de felicidad,

hasta el último instante de sus serenísimos días,

con todos los nobles feligreses

que se allegaban

a los aposentos del confortable obispado.

Dios sabrá qué hacer

con él y su picardía.

                                                                                                                 (De “Obispos en la niebla”)

 

 

 

Horror vacui

 

Gagarin sabe que la tierra

no es más que una quimera de los hombres,

confinados a este mundo, tan confiados.

Hay algo allá afuera que da pavura,

¿eso será lo que realmente nos mide?

Tan diminutos

los magníficos emprendimientos humanos,

aun los mil seiscientos kilómetros

de la gran muralla china resultan,

en la altura,

un insignificante verme...

Gagarin sabe pero no cuenta,

nada dice,

nada,

apenas sopla su té

que sorbe con estudiada parsimonia.

                                                                                                   (De “La lengua de Calibán”)

 

 

 

Canta un cisne de Valdivia

 

“Y esa cabeza que se dobla para escuchar

un murmullo en la eternidad…”

Vicente Huidobro

 

Soy el último.

 

¿Qué otro privilegio

es más tonto

que éste?

 

Todos los míos han muerto

de hambre,

o no sé qué,

en el frío espejo

de este río contaminado.

 

No puedo sostener

mi cabeza

fuera del agua.

 

Sólo la aurora

nos extrañará

de algún modo.

                                                                                    (De “Argumentos para disuadir a una jauría y otros usos civiles”)

 

 

 

La luz que de tan aguachenta

 

“Ay, vidalita del infinito,

todo en el aire me llama aquí.”

Juan L. Ortiz

 

 

La resolana en el yugo rabioso de todos los días o en cualquier

Gualeguaychú. ¿Brotará esa velocidad de los «chusmeríos» de la

luz demoledora que nos deja tan solos, como en la «internet»

más boba, tiritando a siete «zettabytes» por nuestra alma,

que se entrelaza entre estas toscas branquias escandalosas

que tanto duelen, sin espacios, en esta tristeza y esta

explotación recurrente, no cierto?

 

¿Enraizará en esa parquedad de quién ve el cielo envenenado tras

su «precio de locos» remontarse, en el poliéster y el telgopor

de los sentimientos más nobles que una vez supimos tener,

desde las cañas secretas, los alambiques al rojo vivo y las peras

cotidianas como una solución «zonza» a estas desesperaciones

íntimas, propias, nacionales, nuestras en definitiva, que nos asesinan,

«tan nuestras», no cierto? Y, mejor, cortemos los caminos.

 

En un cadáver de lencerías, de pesadas argumentaciones que nos

ausentan de nosotros mismos y de tan cobardes, tan «Armanis»,

se ven en sus papeleras que nos asquean, con sus rumores

flagrantes, los hedores y los pluviales muertos, muertos, muertos.

¿Añorarán esos follajes, como de sauzales, que congelan todo lo que

antes latió o se movió, en un recuerdo antaño alegre asfixiado

para siempre, por siempre, desde siempre «neobarroso» y puro

metal pesado, de lo que ya nunca volverá a hacernos felices

ni una vez más, «nunca nunca», por el «largor» de lo no

mensurable en nuestros corazones, en los corazones nuestros,

encaprichados, ahora, con la náusea mejor, no cierto?

 

¿Fosforecerá en sencillos sesos juveniles que puedan entender,

comprender, asimilar, sorber, la «última» vez de ese verdear

que se desmaya, así, en el débil horizonte coral o «psicodélico»

de «nomeolvides», en el límite mismo de las neurociencias

y el auténtico «slow food» recién traído del hambre

de Sierra Leona, no cierto? Y, mejor, cortemos los caminos.

 

Contra el discurso propio, impropio, cínico, vomitivo, de

unos idiotas con títulos en sus mullidas vejigas natatorias

de tanta «CNN», en sus ultramodernísimos aspavientos tan

supositorios. Este capitalismo se cae, tiembla, se les

deshace en las manos tan manchadas de complicidades.

En ese furor de piernas «french» torneadas, o esa dejadez

de rescoldos nazis, o esas «pavesas» que se segregan

festivas desde unas marejadas pestilentes, de certezas obtusas,

tan obsecuentes en su capital expoliador, en su interés,

en sus costosísimas cirugías para el Tercer Mundo. Nunca, ya

aborrezcamos esas resolanas rebeldes, a favor del horror de

los misterios «casi casi» desencantados, hey, que encima

cesaron para siempre, en la mañana eterna del billete de cien,

que sonríe con fe, del «google» perpetuo de dios y la tala

indiscriminada de aquello que verdea, que deseaba no

aquietarse ni para dejarnos parpadear y hundirnos para siempre.

De esos gigantes gringos que tienen sólo a los demonios

famosos como hermanos. Sobre los cuchicheos que soltaban

como rezos milenaristas apenas en arameo, para «abajarse», ante

los obvios desaciertos de las bahías de espantoso alquitrán,

el oloroso inconmensurable, los «biguáes» semimuertos, las

enormes manchas aceitosas, las playas secas, tan oscuras,

sulfatadas, tan grises, la arena que jamás volveremos a pisar.

Y, mejor, cortemos los caminos.

 

Encima los odios, pues quieren evadirse, genéricos, asmáticos,

atávicos, a la tierra, tan nuestra en sus felices tonsuras,

evanescentes, corridas, fofas, después que nos extrañamos

al encontrar algo «todo sentido», algo de verdad verdadero,

antes de los cuernos de lo que nos atardece, ahí, estas

ansias por trascender, después. Los odios, de dos en dos,

quizás, desmedidos eso sí, de cuatro en cinco, genuflexos,

de su metro sentimental, en su colección de «mp3», distantes,

saltimbanqueándonos, y tal tamborillero, tras esas clases de

enero, de febrero, de marzo, de días nefandos, que la

completud de la mañana «traba». Que la incompletud

de la tarde «traba». Y, mejor, cortemos los caminos.

 

Qué tanta «traba» de los pelos, como de los lomos, de los

hocicos, de las pezuñas, de los cartílagos más pudendos,

y no se detienen, ni respiran, ni hipan, ni caen, en sus

«ojaláes» de salas de espera, de vodkas mal llevados,

en la escara o en la costra, en estos desahucios ortopédicos tan

transmisibles, en cada uno de esos rumores, por esa clase de

éter que no contiene contemplaciones pequeñas ni dudas

menores, y el «mundo real», de suceder, sucede tan lejos,

lejísimo, a lo más lejos de tí y de mí, parental y aséptico,

tan explotador sin más, sin eufemismos para cosa alguna,

en sus ardores atildados, en sus mascotas de «1.100 watts».

 

Retornan, en lo «aguachento» de esa luz, que roza, retoza,

esboza, fosa, las cosas, lo que se lleva, en cada gota que

humedece, las mejillas otrora más lozanas y retozonas

de la multitud que se «amucha» por ese presente por completo

anestesiado, litro a litro, en sus mitos instantáneos, en sus

cartogramas de marear en hermoso «4D», en sus estepas más

desoladas, en su estribor más húmedo. Y, mejor,

cortemos los caminos.

 

Porque miran de tangente, orientales, occipitales, miopes,

«moroccos», la forma de correspondencia entre el índigo,

paliducho, parco, feo, en sus pistones, y el «la» marinerito.

Rayaduras en el horizonte nulo. Es, en sus mismas bandurrias,

en sus acordeonas traicioneras, en sus sambas, que parecen

«sacadas» de algún cuento viejo y olvidado, «chansón», para

un estropeado decoro, para una malograda pavura, cesura corta,

para los mismos «protones» de su «angurria» kilométrica

y episódica. Esas húmedas partituras, que hieden a «jazmines

del país», que nos dejan tan secos, pensando en que

por ahí, quién te dice, quizá, estos cuatro o cinco

estrafalarios millonarios, sensibleros, «paparulos», sosos, que

ya pagaron su crucero a Mizar en «first class», con pañuelos

de seda en el «cogote», no son «tan tan tan» lo que parecen.

Y, mejor, cortemos los caminos.

 

En un frasco verdoso que deja nulas a las horas nuevas y a

las moscas viejas, que torna «perentorias», las vocales con

cierta declinación cansada en la lengua y más que bobalicona.

Esa boca abierta para los insectos más gordos y más zumbones.

Con cualquiera de esas consolaciones, consuelos, resuellos,

berberechos de esas especulaciones, en sus ironías, en sus

conceptos tan burgueses y clasistas, para todo, como ese

vaso filigranado repleto hasta el borde con agua contaminada

que, de modo «indisimulable», se nos sirve con premura, mis

amigos. ¡A vuestra salud, parroquianos! Patroncitos,

apoltronados en su aplomo. En sus plomos, en sus «porros»

locos, en sus mocos, en sus pocos coros. Igual todo se cae.

Y, mejor, cortemos los caminos.

                                                                                                                                                      (De “Un sauzal para Kikí de Cundinamarca”)

 

 

Nube siete

 

Brinquemos de alegría en alegría,

brinquemos de desazón en desazón,

brinquemos de insurgencia en insurgencia,

brinquemos con el traje todo arremangado de nubes.

Quién puede contradecirnos, quién se anima, quién retumba,

amada mía. ¡Quién es capaz de objetarnos nada de nada!

Bebamos de la vida a borbotones enloquecidos, juntos.

A tragos seguros, revolucionarios, infantiles, memorables.

Brinquemos, amada mía, brinquemos sin fin.

Así la vida, a nuestra vera frenética y presurosa,

no es más que un infinita danza sagrada 

de la posibilidad, desabismándonos.

                                                                                                                                                      (De “Las nubes”)

 

 

 

Nube treinta y nueve

 

Apologéticas, dos nubes solitarias,

delicadas, no desatan toda la tormenta.

Intraducibles, quizá, zumbonas,

como un vaso proletario de asaí.

Dos besos suyos, amor mío, tampoco

son todo todo el paraíso.

                                                                                                                                                  (De “Las nubes”)

 

 

 

*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Ricardo Rojas Ayrala y Rolando Revagliatti, enero de 2016.

 

http://www.revagliatti.com.ar/011114.html

http://www.revagliatti.com.ar/huasi.html

Una calle de la ciudad de Quilmes

Carlos Aprea: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

 

Carlos Aprea nació el 14 de diciembre de 1955 en La Plata, donde reside, capital de la provincia de Buenos Aires, la Argentina. Fue secretario legislativo del Bloque del Partido Socialista en el Concejo Deliberante de La Plata en el período 2002/2005 y miembro fundador de la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria (2003/2006). Ha sido columnista en diversos programas radiales y ha dictado talleres sobre formación actoral, creatividad y poesía. Publicó los poemarios “La intemperie” (Ediciones Al Margen, 1999), “Abrigo” (Ediciones Al Margen, 2006), “La camisa hawaiana” (Libros de la Talita Dorada, 2010), “Pueblos fugaces” (Libros de la Talita Dorada, 2012), “Villa Elvira” (Pixel Ediciones, 2014). Su quehacer ha sido incluido en diarios y revistas tanto en soporte papel como electrónico, y en las antologías “8 poetas regionales” (2º Premio Concurso EDELAP de Poesía, 1997), “Poesía 36 autores” (La Comuna Ediciones, 1998), “Pan, amor y poesía — Culturas alimentarias argentinas” (compilación de José Muchnik, Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria, 2008), “La Plata Spoon River” (compilación de Julián Axat, Libros de la Talita Dorada, Colección Los Detectives Salvajes, 2014), “Antología relámpago” (Pixel Editora, 2014).

 

1 — Te recibiste de Técnico Químico en 1974.

 

          CA — Sí, entonces concluí el “colegio industrial”. Luego del interregno del obligado servicio militar, en 1975, comencé estudios de geología en la Facultad de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional de La Plata, en 1976, y los interrumpí en 1978. También entre 1976 y 1980 formé parte del Taller de Investigaciones Dramáticas dirigido por Carlos Lagos y más tarde integré un numeroso equipo de trabajo bajo la dirección de Quico García, que en 1981 y 1982 llevó a escena una elogiada versión de “Woyzeck”, de Georg Büchner. Mi continuidad actoral se prolongó hasta 1985, participando en “Escorial, la leyenda negra”, con dirección de Rafael Garzanitti (1982), “Vincent y los cuervos”, con dirección de Quico García (1983/84, La Plata; 1984, Capital Federal) y “Antonito el Camborio”, oratorio y coro de la Facultad de Bellas Artes, UNLP (1985). Por entonces fueron apareciendo mis primeros trabajos de escritura en las revistas culturales “Talita” y “El Hormiguero”. Ejercí como Técnico Químico en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET, 1977 y 1980/82), de donde me fui echado, por diferencias “conceptuales” con el director del centro de investigación. Cumplí funciones como Inspector de Perforaciones en Obras Sanitarias de la Provincia de Buenos Aires (1978/1980) hasta que la política (de la dictadura) en el área dio un giro, desarmaron la repartición y preferí cambiar antes que quedar en una extraña oficina de “mayores costos” para el Estado y “mejores ganancias” para las empresas contratistas.

  

2 — ¿Y ya después?...

 

          CA — En los primeros años de democracia me desempeñé en la librería “Libraco”, de Emilio Pernas, donde conocí a intelectuales y artistas que regresaban de distintos exilios (León Rozitchner, Saúl Yurkievich, Javier Villafañe, etc.) y visitaban al viejo librero. Verdaderamente, “Libraco” era una fiesta. Desde 1985 hasta entrados los ’90, mi endeble situación económica y la falta de trabajo, me obligaron a alejarme de mi ciudad, de la actividad grupal y del teatro. Inicié una fase de mayor introspección, y la escritura y mis hijas fueron la posibilidad de asirme a la belleza y la esperanza. Recién en 1988 y gracias a los oficios de mi padre, pude ingresar a Yacimientos Petrolíferos Fiscales y estabilizarme, pese a la crisis general. Con turnos rotativos continuos fue muy difícil retomar proyectos grupales, pero seguí escribiendo. En 1997, por el empuje de amigos (particularmente el poeta, filólogo, traductor y docente Juan Octavio Prenz), decidí dar a luz algunos poemas, presentándome en un concurso en donde obtuve el segundo premio y mi primera publicación en una edición colectiva. Paralelamente, la Editorial Municipal La Comuna (con la dirección del narrador Gabriel Bañez y la especial asistencia del poeta Osvaldo Ballina) incluyó poemas míos en la primera antología de poetas platenses que proponía dicha Editorial. Allí se afianza una nueva etapa en donde a la generosidad de Osvaldo, sumo la de Ana Emilia Lahitte (1921-2013), quien también me alienta. Y, sobre todo, me integro a un grupo de poetas de mi generación: Gustavo Caso Rosendi, César Cantoni, Martín  Raninqueo, José María Pallaoro, Norma Etcheverry, Norberto Antonio, etc. y tengo el gusto de tratar a los mayores: Horacio Castillo, Néstor Mux, Horacio Preler. En ese marco, decido editar mi primer libro, “La intemperie”, con una joven editorial (Al Margen) y con un prólogo de Prenz.

 

3 — Tu actividad teatral, y hasta cinematográfica, prosiguió.

 

          CA — En la década de los ´90 dirigí a una excelente actriz platense, Graciela Sandoval, en “Memoria y celebración”, unipersonal con textos míos y citas de diversos autores, pero recién a partir del nuevo siglo pude retornar con plenitud a la actividad. En 2006 dirigí “Pervertimento y otros gestos para nada”, de José Sanchís Sinisterra, y en 2007  regresé a la actuación en “Ensueños – Juana Azurduy”, de Omar Mussa y dirección de Nina Rapp, obra que representamos no solo en La Plata sino en el interior de la provincia y en distintas localidades del país, entre 2008 y 2013. Y con el mismo equipo realizamos “Palabras… La palabra ausente” en 2009 y 2010. En 2011 un accidente de trabajo me alejó de la actuación y posteriormente apenas intervine en algunas funciones de “Ensueños” con el mismo elenco.

 

          Fue en 2007 cuando participé en el cortometraje “Entropía” (Facultad de Bellas Artes – UNLP), y en 2013 en “Cipriano. Yo hice el 17 de octubre”, largometraje de Marcelo Gálvez,y en algunos capítulos de una serie breve, que recién en los últimos meses pudo verse por la web: “Rastreros”, con guión de Marcelo Landi y Gabriel Saxe y dirección de Mariano Colalongo. La serie plantea el devenir de un grupo de refugiados en la Isla Paulino (de Berisso), en un futuro postapocalíptico, con inundaciones, desastres energéticos y  quiebre del estado.

 

4 — ¿Nos ilustrás respecto de las antologías compiladas por José Muchnik y Julián Axat?

 

          CA — Ambas son “temáticas”, responden a una situación extra literaria. En el caso de “Pan, amor y poesía – Culturas alimentarias argentinas”, fui convocado a partir de mi participación en la Cátedra Libre de Soberanía Alimentaria y en experiencias vinculadas a lo que se da en llamar “desarrollo local”: el cultivo del tomate platense y el vino de la costa, dos producciones muy típicas de la región donde vivo y cercanas a mi historia personal. En el caso de “La Plata Spoon River”, fue por una invitación del poeta y editor Julián Axat quien, a partir de la tragedia padecida en mi ciudad con la terrible inundación de 2013, decide incorporar a un grupo de poetas de distintas zonas del país, para que asuman, al estilo de Edgar Lee Masters, la escritura de un texto o poema póstumo de alguno de los ochenta y nueve fallecidos, es decir, darle voz a quienes no pudieron tenerla e incluso fueron silenciados y ocultados por mezquinos cálculos políticos (ya que el número total de víctimas, al principio, no quiso ser reconocido por las autoridades); fue una labor compleja pero, creo, necesaria.

 

5 — En el aglomerado urbano Gran La Plata se halla la localidad Villa Elvira, y así se titula tu último poemario.

 

          CA — Villa Elvira es un barrio muy extenso y probablemente el más poblado de la periferia del casco histórico de La Plata. Es donde pasé mi infancia y casi toda mi vida adulta, desde que regresé en 1985. Los textos que conforman el volumen reflejan historias, personajes y sensaciones vividas; y las transformaciones sucedidas en los últimos años, que han cambiado sustancialmente al entorno urbano y sus pobladores. Me llevó su tiempo no caer en la trampa melosa de la nostalgia y encontrar el tono justo para el conjunto. Considero que algunos de los poemas se salvan.

 

6 — ¿Y tu próximo poemario?

 

          CA — Me suele suceder que tengo varios proyectos “añejándose” en alguna carpeta de mi computadora o incluso, en algún conjunto impreso, dando forma embrionaria a un futuro libro. Pero hay ya una colección de poemas corregidos que articulan un relato amoroso, una experiencia, que probablemente se llame “Layla en la tierra sin mal”. Tengo otro conjunto que estoy preparando con el título de “Tregua en la propia casa” y un tercero, muy breve, “Historia natural – Canciones escanciadas”. En los tres casos, la cuestión del amor, los vínculos humanos, están en el centro de la escritura y al mismo tiempo, hay un homenaje, más o menos velado, a canciones o formas musicales que me han acompañado y me acompañan aún, entrelazadas con la vida. 

 

7 — Sos miembro de Pixel Editora.

 

          CA — Sí. Participo en una experiencia colectiva, independiente y autogestiva, que lleva adelante un entusiasta grupo de jóvenes en una casa–librería llamada “El Espacio”, en la calle 6 y diagonal 78 de La Plata, en donde coexisten una librería, distribuidora y editorial (“Malisia”), otras tres editoriales (Píxel Editora, Club Hem Editores y EmE), un taller de diseño, arte gráfico y encuadernación (Fa) y otras iniciativas afines al libro y la difusión cultural (Agenda Záz). El ámbito permite el dictado de talleres, presentaciones de libros y lecturas, proyecciones, pequeños recitales musicales, etc. Ya cumplió un año de trabajo ininterrumpido ofreciendo un refugio para la creación, el intercambio y el encuentro, lo que me gusta llamar “la socialización de los afectos”, imprescindible frente a la ferocidad del mundo.

 

8 — Dos citas de Baruch Spinoza y una de René Char anteceden cada uno de los tres capítulos de “Abrigo”.

 

          CA —Alguien escribió una vez que las citas en un texto son como puntales, que el autor coloca aquí o allá con la pretensión de que sirvan de sostén a una construcción de la cual duda…; también es posible que funcionen al estilo de las oraciones cristianas o de las invocaciones a los dioses protectores. Prefiero pensar que son un modesto homenaje, una confesión de influencias. Releo cada tanto “Hojas de Hipnos” de Char y su hondura me fascina, es puro alimento; y encuentro en Spinoza algunos caminos para entender los males de la época. “Abrigo” arma lazo con el descubrimiento de la esperanza, después de “La intemperie”, y tanto uno como otro me han acompañado en ese derrotero.

 

9 — “Pueblos fugaces” está precedido en cada sección por epígrafes de Thomas Radcliffe (1525-1583).

 

          CA — “Pueblos fugaces” nació a partir de un conjunto desordenado de poemas vinculados a experiencias de viaje; fue tomando más volumen cuando comenzaron a irrumpir lugares imaginarios. Me obsesionaba encontrar un orden a ese conjunto y así apareció Thomas Radcliffe, un heterónimo insospechado que me asaltó una noche de insomnio y me ofreció un libro apócrifo: “El camino del andariego”. Seguramente operaron en mí algunas lecturas sobre las andanzas de Aimé Bonpland y Alexander von Humboldt por América, y algunos viajeros ingleses y galeses por la Patagonia, como para dar vida a este ignoto epigrafista.

 

10 — Fuiste incluido con un artículo o relato en un volumen cuya autora es Ángela Gentile: “Diáspora griega en América” (Editorial Hespérides, La Plata, 2015).

 

CA —La propuesta surgió a partir de la invitación de una amiga, la escritora y docente Ángela Gentile, fundadora de la Asociación “Ser Griegos”. Consistió en elaborar una biografía ficcionalizada, de unas 2000 a 2500 palabras, contando con escasos datos obtenidos oralmente, de una persona real, un griego de la ciudad de Berisso, para formar parte de un libro coral que recogiera vidas de exilados griegos en Argentina y América Latina: el enorme patrimonio que aportaron y sus historias en la tierra natal. En mi caso, la brevedad y complejidad del testimonio oral que se me ofreció, me sumergió en una apasionante búsqueda por la geografía y el devenir contemporáneo de Grecia. Cuando el volumen se presentó logré conocer a miembros de la familia de quien había contribuido con su testimonio y completar la semblanza de alguien a quien aprendí a respetar y apreciar como un auténtico testigo de su pueblo.

 

11 — ¿Nos referimos a tu condición de melómano?

 

CA — Con preferencias por el jazz (de los ‘50 para aquí), el rock, la música folklórica argentina, latinoamericana y europea, la música barroca y contemporánea. Crecí en una familia con escaso bagaje musical, vinculada a las colectividades de origen, italiana y española y, en el caso de mi padre, por esa vocación argentina de los hijos de inmigrantes por el tango. Era un amante de Gardel, el uruguayo Julio Sosa y el tango de los ‘40 y primeros ‘50, pero aborrecía a Astor Piazzola. Mi formación arranca tanto por el rock como por los cantautores de los ‘60: Joan Manuel Serrat, Paco Ibáñez, Patxi Andión, y la nueva música folklórica argentina y latinoamericana: Violeta Parra, Alfredo Zitarrosa, y un largo etcétera. Con el jazz me encuentro en los comienzos de la dictadura de 1976 y empiezo a escuchar a los grandes del bop y del cool de los años ‘50 y ‘60. Me enamoro de Miles Davis, Keith Jarret, ¡Charly Haden! y muchos otros. Hay un acervo cultural enorme en los años que van desde final de la segunda guerra a los‘80, por lo menos. Considero que se ha ido perdiendo esa riqueza y hay una estandarización tremenda de las propuestas musicales (lo mismo que con la cultura en general) que se corresponde con lo que Castoriadis llamó “el avance de la insignificancia”. Estamos en una época en donde la profundidad puede hallarse en la experiencia con pequeños grupos, fuera de la grandilocuencia de los planteos del “mainstream”, de los presupuestos y dictados del “mercado”. Estamos inundados, por otra parte, de un interminable “revival” y refritos de músicas de las décadas pasadas, y eso es solo otra estrategia de mercado: golpes de pura y envenenada nostalgia.

 

12 — Tengo entendido que has viajado tanto como te ha sido posible.

 

          CA — Por arraigada convicción y necesidad vital. Recorrí gran parte de nuestro país, varios de Latinoamérica y algo de Europa. Hay un cambio psicofísico comprobado en quienes prepondera el hábito de los viajes. Un nuevo sentido de pertenencia a la manada humana, de respeto frente a las nuevas geografías. Una manera mejor de ubicarse frente a los propios conflictos, las expectativas, las esperanzas. Y lo más conmocionante, el mayor aprendizaje es cuando uno se anima a “perderse” por callecitas, por senderos poco explorados, por fuera de la postal turística. Recuerdo ahora, por ejemplo, una charla con un maestro campesino de Cotacachi, en Ecuador, que mantuvimos mientras almorzábamos en una feria de comidas típicas y bailes, donde permanecimos hasta proseguir nuestro trayecto a Quito. El maestro nos explicó, con absoluta calma y dedicación, la concepción de justicia de las comunidades indígenas andinas, en donde enseñaba. Terminamos de almorzar y se despidió calzándose el sombrero y diluyéndose entre el gentío.

 

13 — ¿Y los deportes?...

 

          CA — No he sido un buen deportista precisamente, pero me atraen los deportes de equipo. En futbol soy hincha (no fanático) de Gimnasia y Esgrima La Plata, y del Barcelona F. C., como para compensar tanta sequía de triunfos locales. Hay una belleza implícita en el buen juego que, cuando sucede, provoca una emoción sin dudas estética. Siento que pasa lo mismo en el rugby o el básquet. Pero no he mantenido hábitos deportivos; si algo me ayudó a sostener alguna disponibilidad física es la práctica teatral y las disciplinas vinculadas.

 

14 — Sos miembro de la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos de La Plata.

 

         CA —En realidad, he sido miembro activo durante algunos años, a fines de la década de los ‘90. Sucede que por haber trabajado, a comienzos de la recuperación democrática, junto a Emilio Pernas, miembro fundador de la APDH de La Plata, conocí a muchos de sus integrantes y valoré (y valoro) su sostenida defensa y promoción de los derechos humanos. Las consecuencias de la última dictadura militar sobre el tejido social y cultural de nuestra región han sido tremendas. La Plata fue uno de los epicentros de la represión sistemática y las huellas están presentes aún hoy. Dentro de la actividad artística fue casi impensable para nuestra generación no reflexionar sobre esa época y actuar en consecuencia tratando, al menos, de impulsar la verdad y la justicia sobre la barbarie cometida y el castigo a los culpables.

 

15 — Si sos un tipo sociable y hasta te agrada cocinar —según me refirieron—, tendrás bastantes amigos.

 

         CA —A esta altura de la vida, ¡y después de varios años de intoxicaciones virtuales!, no creo que la amistad tenga que ver con la cantidad, tampoco con una selección de distinguidos o exquisitos. Pero es cierto que me gustan las reuniones, la conversación, la charla animada con algún brebaje compartido y esa leve exaltación de los sentidos que hace que la afabilidad y la empatía brillen. Hay que preservar y ampliar esos espacios de convivencia. Hay una concepción de la cultura como mero entretenimiento que está matando la formación de un público inteligente y sensible frente a los problemas humanos. Una alternativa igualmente miserable es la idea de lo culto como una acumulación de datos, como si se tratara de postales o fichas para demostrar cierta pertenencia social, cierto “roce”. En ambos casos se degrada el trabajo creador y el hábito del dialogar, del intercambio, no solo de certezas, sino de lo que es más importante: dudas, hipótesis imprecisas, el riesgo del placer de lo inseguro, aquello que por bello o insondable nos conmueve. En ese momento cada uno se cierra en una ristra de lugares comunes y la amistad, como el amor, se degrada.

 

16 — ¿Qué poetas admirables, olvidados o no tanto, no han modificado el curso de la literatura, y cuáles sí lo han hecho?

 

          CA — No sé responderte. Quizás porque no tengo un canon adquirido, ni una formación académica con la cual dialogar, discutir, aprobar, refutar. Evalúo, más bien, que en la historia hay “corsi e ricorsi” y además, somos parte de una cultura en profunda mutación, cuyo sentido, su dirección, es para mí un misterio. Por ejemplo, ¿alguien ha recogido el guante de Miguel Ángel Bustos [1932-declarado desaparecido por la dictadura militar el 30.5.1976] y estudiado a fondo las poéticas de las culturas originarias de América como para generar un nuevo lenguaje americano? ¿Es posible ir más allá de las búsquedas de un Gelman o Leónidas Lamborghini con sus planteos sobre la lengua? ¿Es posible recuperar o reformular el vínculo de la poesía con el ritmo y la música presentes en los orígenes del propio idioma español? ¿Es posible superar cierta desmedida atracción por un canon “norteamericanizado”? Por otra parte, hay una excesiva propensión a fijar campos, clasificar, esquematizar o periodizar a la cultura, y a mí no me interesa. Es una tarea de la Institución. Lo que debe ser facilitado es el acceso a la poesía universal y después, que cada uno encuentre su poeta. Reconozco que en distintas etapas he necesitado la novedad, y en otras volver a las fuentes de mis primeras lecturas o de la propia lengua, pero en todos los casos, yo no puedo separar totalmente poesía y experiencia y ése es mi límite, tanto para la exploración como para el gusto. Entonces no se cuán olvidado está un Cesare Pavese o un Baldomero Fernández Moreno, por poner algún ejemplo, porque el problema es otro: muchos no los conocen y sus lecturas están guiadas por el canon de cierta moda muy sitiada y elemental.

 

17 — En “Yo el supremo” de Augusto Roa Bastos, esto: “Delirio de la transparencia: el lector, olvidado del libro, se ve mirado y leído por los personajes”. ¿Alguna experiencia tuya de lectura se acercaría a lo descripto?...

 

          CA — Sí, lo he percibido en mi adolescencia, con algunos libros de Bradbury (recuerdo, por sobre otros, “El vino del estío”); lo he sentido en los ‘90 con algunos de Paul Auster; no olvido el impacto de la lectura de Roberto Arlt en mi juventud, el terror de ser un Erdosain sin rumbo, vagando por una ciudad devastada. Hay algo en los grandes libros que inevitablemente nos interpela en tanto humanos, nos enfrenta con nuestras propias dudas y decisiones vitales. Pasa con la gran literatura, con la gran poesía. Cómo no recitar en plena dictadura, como un mantra mental, el “mañana es mejor” del amado Luis Alberto Spinetta; cómo no sentir que Raúl Gustavo Aguirre cuando escribe“(...) No importa que no haya solución para nadie ni perdón para nadie,/ ni si al fin estás solo en las salinas de la madrugada/ haciendo todo lo posible para que salga el sol,/ para que esos rostros queridos no se hundan en los rápidos de la nada/ que acecha tanta maravilla”, está hablando de nosotros, de nuestra tremenda orfandad, de nuestra esencial desolación. 

  

18 — ¿Qué te hace reír a mandíbula batiente?

 

         CA —Desde hace dos años, el humor, la alegría, tienen que ver con mi nieto. Es difícil no caer en lugares comunes, pero la presencia de un niño revitaliza al niño propio y con él uno se permite toda clase de ridiculeces y absurdos. Siempre me ha entusiasmado ese tipo de comicidad. Puedo escuchar una y otra vez algunos de los monólogos de Daniel Rabinovich con “Les Luthiers” y no dejo de llorar de la risa con sus juegos de palabras; lo mismo me pasa con los grandes del cine mudo, como Chaplin o Buster Keaton.

En lo estrictamente personal, me complace recrearme con el ridículo cuando tengo la posibilidad de hacerlo, sobre todo para escapar de cierto malestar que me “encabrona” como consecuencia de realidades que me violentan (también, claro está, por el propio avance de mi edad). Pese a diferencias, o incluso algún que otro malentendido, con mis hermanos sobrevive cierto hábito del juego absurdo y el humor, y es muy curativo.

 

19 — ¿Carlos Mastronardi, Francisco Madariaga o el ya citado Leónidas Lamborghini?

 

           CA — Me golpeó primero Madariaga, ese “criollo del universo” me parece entrañable y bellísimo, esa especie de sincretismo entre la vanguardia surrealista y su amor por la tierra natal, “lo real maravilloso” de los esteros, imágenes de una potencia arrasadora. En Lamborghini me seducen sus escarceos sobre los mecanismos del idioma y su vocación política profunda. Política en el sentido más ubérrimo del término, como sentía Vallejo o Gelman; en Lamborghini hay una ironía que viene en la lengua amasada desde el fondo de nuestra historia, presente en nuestras clases populares, en sus mitos y en sus esperanzas y luchas, y él opera con todo el andamiaje de la vanguardia, para resignificarla, para hacerla presente vivo. Con Mastronardi me he atrevido poco, y lo poco leído lo debo a los poetas mayores de La Plata. Alguna vez charlamos con Mux o con Preler sobre lo que significó Mastronardi para ellos; creo que su poesía está emparentada con las suyas, una forma de llegar a una economía del lenguaje sin altisonancias, sin recarga emocional, un “objetivismo de provincia” me animo a decir, para poder hablar de graves o sencillas cosas y conservar un sentido casi sacro del poeta y su oficio, esquivando banalidad y grandilocuencia, dos graves carcomas del poema.

 

20 — ¿Sor Juana Inés de la Cruz, Katherine Mansfield o Delmira Agustini?

 

          CA — No son escritoras que haya leído exhaustivamente. Me siento más cerca de Katherine Mansfield, por temperamento, por su peripecia vital, pero volver a leer a Sor Juana o a Delmira es refrescar el idioma propio. Necesito, cada tanto, releer la extensa historia de nuestro español. No se puede, me parece, abandonar a Quevedo, Jorge Manrique, Cervantes…, San Juan de la Cruz, las cántigas de Alfonso X, los viejos romances, los cantares de gesta… 

 

21 — Opina una de las dos narradoras de la novela “La elegancia del erizo” de Muriel Barbery: “La facultad que tenemos para manipularnos a nosotros mismos para que no se tambaleen lo más mínimo los cimientos de nuestras creencias es un fenómeno fascinante.” ¿Añadirías…?

 

CP — A pesar de que sabemos que somos equilibristas, allí arriba, entre vientos cruzados, sonidos sorpresivos, un pájaro inesperado que nos roza el hombro y el rumor que sube desde quienes nos observan desde el suelo, ajustamos milimétricamente cada músculo del cuerpo, segundo a segundo, para no caer de la cuerda… Pero tal vez sentimos que somos como las casas flotantes de Ámsterdam o el Tigre: no hay cimientos, nuestras creencias no pueden sostenerse como una roca imperturbable en un planeta en permanente mudanza, en permanente desarraigo. Quizás lo único inmutable sea la interrogación que llevamos grabada a fuego dentro nuestro y empuja algo parecido a una fe, algo para tener con qué seguir viviendo. 

 

22 — “¿La rutina te aplasta?” ¿Qué rutinas te aplastan?

 

          CA — ¡Deseo un poco de rutina…! Estos últimos años han sido muy activos, con proyectos y participaciones diversas, con muchos encuentros, charlas; no percibí que me hayan provocado desánimo, que me hayan “aplastado”. En todo caso, me han golpeado datos de la realidad social y política, de la cual solo puedo responder con mi cuota de esfuerzo y aspiraciones. En más de una oportunidad he sentido la urgencia de vivir con la mayor intensidad posible.

 

23 — ¿Qué tipo de dramaturgia preferís? ¿Cuál detestás?...

 

          CA — Hace unos meses vi “Terrenal”, de Mauricio Kartun y salí exultante del Teatro del Pueblo. Es la dramaturgia que más me interesa: replantea una gran historia universal trasplantada a nuestra geografía y nuestro acontecer (y con una labor actoral soberbia a partir de un evidente buceo en la gestualidad y el juego y el sinsentido propio del humor de insoslayables actores que hemos tenido por aquí). No es la primera vez que me pasa con Kartun. Detesto la dramaturgia que no arriesga, el subproducto televisivo. Y, en parte, el teatro de gran producción (particularmente la comedia musical) que se ofrece como un calco de producciones importadas, sin trazos de adaptación o relectura: una nefasta banalización.

 

 

Carlos Aprea selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

 

También vivimos

 

de recuerdos,

de evocaciones,

también vivimos

 

en la playa desolada,

desguarnecidos,

llamando inútilmente

en la tempestad,

también vivimos

 

la marea baja lenta

y se vislumbran

manchas,

basuras,

restos

sobre la playa,

caminamos

sobre la anatomía descuartizada

de la derrota,

aún son tenues los llamados,

tenues y temerosos,

un horizonte en brumas,

así

también vivimos

 

entre ceremonias de exhumación

y primaveras

esta nueva estación

y sus milagros

de horas dilatadas,

de reencuentros,

de homenajes tardíos y delirios,

del sabor amargo de la nada

y el hambre

de lo imposible,

y la fe y los rencores,

también vivimos.

                                                                                                  (de “La intemperie”)

 

 

Los perdedores

 

gozosa herida,

insistencia absurda de golpearse y golpearse

con la misma miseria los oídos,

noble madera carcomida, herrumbre de los años,

persistencia,

canción cortada por el hacha de un carnicero

viva en sus pedazos,

crece en tiempo de descuento,

cuando la edad comienza a ser una amenaza,

crece

una música tatuada en las entrañas,

para que la clasifiquen los imbéciles

y le teman los traidores,

y los asesinos sepan que nunca descansarán

y aunque sea

les sirva de condena,

 

no hay llanto tan feroz,

ni dolor tanto,

melodía embrujada que nos arrimas al borde aquel

de la derrota,

y nos empujas seductora a ese otro lado donde todo calla

para siempre,

quizá no fuimos fieles a patrones o ejemplos,

quizá el azar marcó de canto una baraja mala

y nos dejó sin falta ni resto,

o tal vez temblamos más de lo que el tiempo exige

a los verdaderos triunfadores,

y perdimos el fiel, el equilibrio, la mesura,

el cinismo de los escaladores,

y la alegría de los exitosos sin culpa y sin memoria,

pero aún nos conmueve

una “esperanza absurda, que es toda la fortuna...”,

melodía embrujada,

sirenita,

te reís de nosotros que no queremos cera en los oídos,

aunque tu canto convoque  los dolores más hondos,

y persistimos en hacer el viaje

atados al palo mayor,

sin brújula ni timón, sin cartas ni astrolabios,

sin marea ni mar,

despidiendo a los muertos que mueren todavía,

sin llegar a saber

si la nave parte, si sube la marea,

atados al palo mayor, de una nave varada y descompuesta,

no hay otra cosa que sea tan inútil

no hay otra cosa que nos importe tanto.

                                                                                                                                 (de “La intemperie”)

 

 

La poda

 

entrado el invierno, 

fría la tierra, la corteza fría,

las ramas implorando hacia el cielo plomizo,

el viejo calza sus guantes y prepara

la pinza de podar,

 

observa en el ciruelo sus extendidas ramas,

recorre el cuerpo que ha dado el tiempo

a la copa desnuda,

sus antiguos nudos, sus bifurcaciones,

adivina una geometría que subyace

oculta a nuestra vista

y comienza, corte a corte,

a volverla visible,

 

de cada uno de estos cortes

dice,

depende la próxima cosecha.

                                                                                                                                  (de “Abrigo”)

 

 

XVI

 

lucero  lucerito         no        te vayas           ya

que      te demores      pido

aprestos          

en la madrugada                     lenta

mente separa el         tibio    goce

abrigo cuerpo             de        mujer

y una alegría tristísima           cae       una lluvia       

               solo en nosotros                  mudos

¡oh comprensión         inútil!

fundar una estirpe o

vislumbrarla

en la hora exacta de la            partida

en el bolsillo    ella                  deja

un mensaje

y se esfuma,

caracteres

palabras

                        una oración

el idioma aplicado

ahora

es         para nosotros

 

figuras para decirlo

            todo

figuras para nombrar

                        la ausencia

y el mensaje desaparece

                                       deviene lluvia         un río

                        cae sin mojar

                        dolor y gozo

                        callados

es                    la ausencia

 

el maestro       impasible         huele

                                   el viento del este

 

tiembla                        la camisa         hawaiana:

es la  hora

sabemos

y no asombra el saber

vuelve             serena              la tristeza

es la hora

y ni mirar        atrás

no hay                         nada.

                                                                                                                  (de “La camisa hawaiana”)

 

 

Sociedad de masas

 

Fuimos con mi amor

hasta las últimas consecuencias.

Golpeamos a su puerta. No atendían,

estaban ocupadas en un millar de casos parecidos.

Insistimos, desesperados como estábamos,

y finalmente,

nos dieron un numerito

y nos pidieron que volviésemos

la próxima semana.                                                                          

                                                                                                                (de“Política líquida”(del Sobre-plaqueta Ediciones de la Talita Dorada, 2009))

 

 

Arditti

 

Entre cardos y pastos desmesurados

la vieja estación

naufraga

con la caída de la tarde.

Unos perros flacos

aúllan su soledad al vernos,

por un momento,

entre las sombras

del tinglado en ruinas,                                                                                                               

vuelve a pasar el tren.

                                                                                                                           (de “Pueblos fugaces”, 2012)          

 

 

*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de La Plata y Buenos Aires, distantes entre sí unos sesenta kilómetros, Carlos Aprea y Rolando Revagliatti, febrero 2016.

http://revagliatti.com.ar/act9002/ultinf_aprea.htm

con el poeta Mario Trejo en 2011

Con el poeta Néstor Mux

con el actor Omar Musa

con el actor Oscar Vernales y el  poeta   Gerardo Fabris

Carlos Aprea con los poetas Marcelo Vernet y Lyubomir   Nikolov y el editor Raul Ordenavia

con la actriz Ana María Haramboure

El Bosque de La Plata

Anahí Lazzaroni: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

 

Anahí Lazzaroni nació el 30 de agosto de 1957 en la La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, la Argentina, y reside desde el 24 de diciembre de 1966 en Ushuaia, capital de la provincia de Tierra del Fuego. Fundó y co-dirigió la Revista “Aldea”. Poemas suyos han sido traducidos al francés, italiano, inglés, coreano, portugués y catalán. Ha colaborado en numerosas publicaciones periódicas nacionales y extranjeras en soporte papel y también electrónico. Fue incluida, por ejemplo, en los volúmenes “Antología del empedrado” (Libros del Empedrado, 1996), “Poesía argentina año 2000” (Tomo 1, selección y prólogo de Marcela Croce, Instituto de Literatura Argentina “Ricardo Rojas”, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 1999), “Cantando en la casa del viento – Poetas de Tierra del Fuego” (selección y prólogo de Niní Bernardello, EDUPA Editorial Universitaria de la Patagonia San Juan Bosco, 2010), “Antología federal de poesía – Región Patagonia” (Editorial Consejo Federal de Inversiones, 2015), “La frontera móvil” (Antología de poesía contemporánea de la Patagonia Argentina, selección y prólogo de Concha García y epílogo de Luciana Mellado, Ediciones Carena, Madrid, España, 2015). Publicó los poemarios “Dibujos” (1988), “El poema se va sin saludarnos” (1994, en el volumen se incluye “Dibujos”), “Bonus track” (1999), “A la luz del desierto” (2004, en el volumen se incluye “Acechar el haiku”, poemario inédito hasta entonces), “El viento sopla” (2011). Se ha publicado en 2014, a través de la Editorial Académica Española, Madrid, España, el libro “Poesía de la Patagonia fueguina – Una aproximación a la obra de Anahí Lazzaroni” de María Emilia Graf.

 

1 — A tus nueve años comenzaste a residir en la segunda ciudad más austral del mundo. ¿Cómo fue allí tu adaptación al colegio primario, a las bajas temperaturas, al viento, al maravilloso paisaje durante la presidencia de facto de Juan Carlos Onganía? ¿Y cómo fue tu adolescencia, tu colegio secundario ya concluyéndolo durante la constitucional presidencia de María Estela Martínez de Perón?

 

          AL —Mi madre, que era maestra y mi padre, que era abogado, atraídos por el modo de vida de ciudad chica, casi pueblo, decidieron que nos radicáramos aquí. Me acostumbré rápido aunque extrañaba tremendamente no poder ver televisión: era una verdadera teleadicta. Llegamos a fines de diciembre y recién en la primavera comenzó a transmitir el primer canal de televisión: recuerdo esos meses "oscuros". Completé lo que me restaba de la primaria en el Colegio “Don Bosco”, de los salesianos: el director y el profesor de religión, más algún otro que circulaba por ahí eran sacerdotes; al frente de los grados se desempeñaban maestras laicas. Era una institución muy exigente en la conducta y en el estudio. Como yo padecía de una timidez galopante no me resultaba difícil lidiar con el buen comportamiento, tampoco con la aplicación. Los primeros inviernos fueron mi regocijo: contraje gripes que me permitieron olvidarme del colegio durante unos quince días por ciclo escolar. Los fines de semana circulaba en trineo por las calles del barrio. Igual, más allá de todo esto, yo era solitaria. La vida, a causa de mi acondroplasia, el tipo más común de enanismo, se me hacía ardua; no eran épocas de psicólogos ni de psicoanálisis, por lo menos para la gente de clase media de provincias.

          En cambio fui feliz en mi adolescencia. Cursé el secundario en el Colegio Nacional y Polivalente “José Martí”. Fue a mediados de los ‘70, en una fiesta en Buenos Aires, cuando le comenté a un cineasta cubano sobre el nombre de ese establecimiento al que había asistido y casi me abraza de la emoción.Si el “Don Bosco” era duro, el “José Martí” simbolizaba la libertad. Estudiaba lo mínimo para no llevarme materias, lo único que me interesaba era leer, escuchar música y salir con mis amigos como cualquier adolescente. 

          Sabía, sí, en mi niñez, que Onganía no había sido elegido por el pueblo, que era de temer, y que en la revista "Tía Vicenta" el humorista Landrú lo apodaba la Morsa. De la presidencia y derrocamiento de María Estela de Perón no sé... Cada tanto, leía libros como "El 45: crónica de un año decisivo” de Félix Luna o "La saga de los Anchorena" de Juan José Sebreli. Pero carecía de una cabal conciencia de la transcendencia histórica de todo aquello.

 

2 — A tus diecinueve años concurriste al Curso Intensivo de Poesía Argentina Contemporánea dictado en Ushuaia por la también platense y reconocida escritora Ana Emilia Lahitte (1921-2013).

 

AL —Sí, me fue muy útil: gracias a Ana Emilia se argentinizaron mis lecturas. Accedí a autores que sin ese curso hubiera demorado en descubrir. El enorme deslumbramiento fue con Alejandra Pizarnik. En el verano de 1977, trasladada por un ómnibus que iba de Buenos Aires a la ciudad de Rosario, la leí por primera vez: tenía conmigo su sexto poemario:"Extracción de la piedra de locura". Acá no había librerías, vendían algunos libros en una casa de importación y también estaba la Biblioteca, que poseía sólo unos diez mil títulos. Cuando viajaban amigos o familiares a ciudades más pobladas, yo aprovechaba para que me proveyeran de parte de lo que iba necesitando. Ana Emilia tenía mucho carácter, me atemorizaba un poco. Imaginate, yo recién comenzaba a escribir más o menos en serio y ella era la desmesura en persona, altiva y algo teatral. Fue mas tarde que reconocí su generosidad con los poetas en ciernes.

 

3 — ¿Y de esa sostenida sensación de libertad, de liberalización, de fluidez social obtenida durante tu secundario, ya egresada, Anahí, ya recorriendo tu década de veinteañera, cómo prosiguió tu propensión a ensimismarte, a recluirte? ¿Cómo fuiste elaborando, asumiendo, resolviendo las limitaciones que te imponía la acondroplasia en las siguientes etapas de tu vida?

 

          AL —Ahí se vino la noche: todos mis amigos del colegio viajaron a estudiar a Buenos Aires, aquí no había Universidad, terciarios ni nada donde se pudiera continuar los estudios. Regresaban para las vacaciones, y sólo algunos.

Quería escribir, sabía que para ello debía prepararme, y me dediqué a leer y leer durante muchas horas por día. Para mí eran más reales los personajes de las novelas rusas (León Tolstoi, Fiódor Dostoievski, Nikolái Gógol, Máximo Gorki) que los habitantes de la ciudad. Fue una década de intensa soledad y muy poca comunicación. Publiqué mi primer libro,"Viernes de acrílico", en julio de 1977, un mes antes de cumplir veinte años. El ensimismamiento me duró hasta los treinta; de ahí en más me convertí en una persona más sociable y mi enanismo dejó de ser una carga tan pesada.

 

4 — “Aldea” incluía poca literatura: así y todo, ¿a qué autores divulgaron? ¿Con quién compartías la dirección y cuál ha sido el perfil de la revista?

 

          AL —Publicamos cuarenta y nueve números entre 1986 y 1994. Obtuvo en 1989 el Premio “Santa Clara de Asís”. Informábamos sobre temas vinculados a Tierra del Fuego: historia, antropología, arquitectura, etc. La dirigí junto con mi hermana, Alicia Lazzaroni: la idea del proyecto era de ella, yo acompañaba. Dolores Etchecopar es una de las poetas argentinas que difundimos; literatura de afuera, poco y nada. Otros colaboradores han sido el sociólogo José Luis de Ímaz (1928-2008), Enrique S. Inda, Jorge García Basalo, Ernesto Piana, la novelista Diana Alonso, el antropólogo Guillermo Magrassi...

 

5 — ¿Qué revistas literarias y culturales (en soporte papel) has ido valorando? ¿Qué medios electrónicos visitás con alguna continuidad?

 

          AL —Más que revistas valoraba los suplementos culturales de los diarios porque con ellos me formé. Leía casi todos: el de “La Nación”; el de “Clarín”, que se llamaba “Cultura y Nación” y era muy superior al que apareciera después, la revista “Ñ”; el de “Página 12”. Hasta alcancé a leer algunos números del famosísimo suplemento del diario “La Opinión”. Me complacía adentrarme en las revistas “Babel” y “Diario de Poesía”, así como en la española “Quimera”. En cuanto a lo electrónico circulo a la deriva: si advierto algo que subieron a Facebook y me atrae, cliqueo en el enlace; o cuando busco un autor o tema en Google y me lleva a una nota que aparece en alguna plataforma. Al blog que acudo con frecuencia es al del escritor peruano Iván Thays: http://ivanthays.com.pe/.

 

6 — Prácticamente has ido desligando de tu bibliografía tus dos primeros poemarios, “Viernes de acrílico” (1977) y “Liberen a la libélula” (1980), así como un volumen en prosa titulado “En esta ciudad se escribirá una novela” (1989). Hasta donde sabemos por declaraciones, a éste último lo considerás un texto experimental y que “parece escrito por una verdadera demente”. ¿Qué te habías propuesto?

 

          AL —Ese texto lo escribí a los veintiocho años pero parecía escrito por alguien de dieciocho. Intentaba consolidar una parodia de la cotidianeidad de la ciudad. Impaciente, carecí de serenidad y afán de pulir y pulir en procura de obtener algo coherente.

 

7 — Ha sido Octavio Paz quien te deslumbró a través de un ensayo sobre poesía japonesa. ¿Qué autores considerás insoslayables en la concepción de los haikus? ¿De qué modo —si explicarse pudiera— los “acechás”?

 

          AL —De los japoneses, el que prefiero es Masaoka Shiki (1867-1902): lo renovó, y es considerado también un gran maestro, a la par de Matsuo Basho, el más importante; además, Yosa Buson (1716-1784) y Kobayashi Issa (1763-1827); de los argentinos, Jorge Luis Borges. 

          Ahora reemplazaría la palabra acechar por esperar, y una forma de "esperarlos" es leer "El haiku japonés", del español Fernando Rodríguez Izquierdo. Un ensayo fundamental si quiere uno imbuirse de ese tipo de poesía.

 

8 — Destaco una observación sobre tu poética formulada por el ensayista José Emilio Burucúa: “…sus alusiones, sus citas enmascaradas que abarcan desde Arquíloco hasta Alejandra Pizarnik”.

 

          AL —¿Qué podría decirte? Me apasiona leer y, como a cualquier persona que lee mucho, al escribir le aparecen las influencias. Igual para mí, al principio, la mención de Arquíloco me sorprendió mucho.

 

9— Uno de los textos de “El poema se va sin saludarnos”, cuyo título es “Diciembre 1990”, lo dedicaste al poeta riojano Francisco Squeo Acuña (1938-2005). ¿Lo has conocido personalmente?

 

          AL —Sí, en Ushuaia. Francisco tenía familiares aquí. Vino a visitarlos y se contactó con la poeta ushuaiense Laura Vera, quien  me lo presentó una noche de verano en un bar. Durante un mes compartí con él, su mujer y otros poetas locales, numerosas comidas y reuniones. Después lo visité en su casa del barrio de San Telmo, en Buenos Aires. Me llamaba la atención que, no obstante su amplia cultura y haber vivido muy intensamente, fingía no leer. Doy fe de que tenía una buena biblioteca en la que se advertía el trajín que se le había dado a los libros.

          Por su intermedio conocí a su amigo y vecino, Juan Carlos Martini Real [1940-1996], autor de “Macoco” (Ediciones Corregidor, 1977), una de las tantas novelas que prohibió la dictadura.

 

10 — Una antología hay, sólo editada en soporte electrónico, “Máquina sur- Poesía actual de la Patagonia”, con selección y prólogo de la poeta Luciana A. Mellado, en la que has sido incluida con treinta autores más. ¿Cuál es tu propia visión de la “poesía patagónica”? ¿Qué la distingue?

 

          AL —Cuando comencé a leer poesía patagónica me sorprendió la similitud con la mía. Descubrí que no había inventado la pólvora. La falta de barroquismo, cierta transparencia, la conexión con el paisaje y la naturaleza.

 

11 — Es a la novelista que no fue a quien le pregunto: ¿cuáles serían las dos o tres novelas que más has leído o recordás? ¿Procuraste escribir cuentos? En narrativa breve, ¿a quiénes destacarías?

 

          AL —¿Tres novelas que me hayan impactado?: “Doktor Faustus” de Thomas Mann, “La luz argentina” de César Aira (la leí como seis o siete veces y no sé decir qué es lo que me deslumbra, por qué me atrae tanto), "El barón rampante" de Italo Calvino. 

Intenté escribir cuentos pero no sirvo, soy un desastre. 

          Además de Jorge Luis Borges, destaco a Rodolfo Fogwill, y dos argentinas actuales: Samanta Schweblin y Selva Almada.

 

12 — Burucúa, confesaste, te sorprendió. ¿Qué dirías que te sorprendió del ensayo de María Emilia Graf sobre tu poética?

 

          AL —Es muy raro leer un estudio sobre tu propia poesía, escrito además por una persona que no conocés. No sé si se puede manejar la imparcialidad. Hubo puntos en los que no pude reconocer mi trabajo, y en otros sí. Todavía me llama la atención que hayan elegido mi obra para realizar una tesis de licenciatura.

 

13 — ¿Caravaggio (1571-1610), Raquel Forner (1902-1988), Rembrandt (1606-1669), Francisco de Goya (1746-1828), Leonora Carrington (1917-2011) o Pierre-Auguste Renoir (1841-1919)?

 

          AL —Ninguno de ellos. Giorgio de Chirico (1888-1978), Remedios Varo (1908- 1963), El Greco (1541-1614), René Magritte (1898-1967) y el argentino Antonio Seguí (1934).

 

14 — ¿Qué hace el Arte por nosotros?

 

          AL —Depende: para nosotros los artistas y para quienes tienen una sensibilidad adecuada para sentirlo y comprenderlo, significa mucho. Para quienes les falta esa posibilidad, el arte no les sirve para nada. En cambio, a tantos nos salva de la desesperación la mayor parte de los días.

 

15 — “No hay otra expresión crítica relevante a una película que decir ‘Me gusta’ o ‘No me gusta’. El resto es literatura. Toda crítica no es más que literatura: mala, buena o regular.” Así se expresa Guillermo Cabrera Infante en su “Prólogo: La sonrisa de un crítico”, introducción al volumen “El cine estilográfico” de Vicente Molina Foix (Anagrama, España, 1993), quien en sus propias líneas iniciales manifiesta: “La crítica cinematográfica fue mi primer amor literario.” ¿A dónde te llevan estas afirmaciones?

 

          AL —En nuestro país casi no existe la crítica literaria seria, por lo menos en suplementos culturales y revistas, sean en papel o electrónicas. Por lo general reina el amiguismo, las críticas pagas o son sólo reseñas.

 

16 — ¿Con qué escritores/as (de cualquier época) te gustaría trabarte en una interesantísima discusión? ¿Sobre qué temas?...

 

          AL —Detesto cada vez más las discusiones; nadie convence a nadie, las cosas funcionarían mejor si supiéramos respetar al otro. Desde sus ideas a su forma de ser. Tampoco (me parece) existen en la literatura temas de vida o muerte. ¿Serán necesarias las conversaciones acaloradas por hache o por be? Me complace hablar con los escritores que valoro, soy de escuchar y disfruto del encuentro. Como resido tan lejos de Buenos Aires puedo darme el lujo de tener amigos en todas las capillas literarias sin pertenecer a ninguna.

Regresando a lo más específico de tu pregunta, me hubiera encantado charlar con el poeta entrerriano Alfredo Veiravé [1928-1991]: tuvimos contacto epistolar durante varios años, no alcancé a conocerlo personalmente.

 

17 — ¿Qué transformación creés que ha tenido tu escritura desde “Dibujos” hasta el presente?

 

          AL —Se fue estilizando, puliendo, espero haber logrado haikus aceptables. Lo destaco porque en “Dibujos” incluí poemas muy breves, ya iba acercándome a esas estructuras.

 

18 — ¿Qué condiciones advertís en aquellos que más admirás?

 

          AL —Pasión casi enfermiza por las humanidades y/o el arte en general, el estudio, el conocimiento, don de gentes y un sentido del humor arrollador. Tengo la suerte de ser amiga de gente que admiro y la risa, por suerte, suele acompañarnos.

 

19 — ¿Qué literatura te interesa porque te incomoda o desubica?

 

          AL —Ninguna en especial. Aunque puedo decirte que sí me desubican los "Diarios" de Franz Kafka; su neurosis obsesiva me incomoda mucho. 

 

20 — ¿Qué opinión te merecen las ediciones digitales? ¿Alguno de tus poemarios es hallable en la Red en soporte-e?

 

          AL —Sigo prefiriendo las ediciones tradicionales, el contacto con el papel, la independencia de no tener que cargar la batería. Aunque cada tanto leo libros en ese formato y los e-readers me parecen ideales para viajar con el equipaje liviano. En cuanto a mis libros, habría que buscar con paciencia: cuando subieron uno o dos no lo hicieron en un verdadero soporte electrónico.

 

21 — ¿La insensibilidad ante el horror es una forma de ignorancia?

 

          AL —No sé, en una de esas es una patología: los psicópatas son insensibles; puede influir la falta de educación, o la costumbre, que hace el efecto de anestesia. Yo no generalizaría.

 

22 — Dos textos de “El poema se va sin saludarnos” llevan por título “Ushuaia” (IV y V); en “Bonus track” uno es “En el fin del mundo”; en “A la luz del desierto”, en la primera sección, “La ciudad”, damos con “Noticias de la ciudad”  (uno y dos) y con “Anotaciones sobre la ciudad” (uno y dos). “En”, “de” y “sobre”: ¿qué es posible que les trasmitas, por ejemplo a nuestros lejanísimos lectores en “el principio del mundo”, respecto de cómo ha ido transformándose “Ushuaia” en las últimas cinco décadas.

 

          AL —Pasó de ser un pueblo de alrededor de cinco mil habitantes a una ciudad de setenta mil. Es lo que los antropólogos llaman una sociedad pionera donde pareciera que siempre todo está por realizarse. Además es una población de tránsito: mucha gente se radica durante un lapso y luego se va. Y esa modalidad produce desarraigo.Una vaga idea de la ciudad y sus sombras la expresé en mi último poemario: de allí transcribo “Graffiti”: “Alguien debería dibujar de un modo impecable / el mapa de una ciudad loca / a la que abofetea el viento. // Bordeada por un mar gris y murallas de piedra / con gentes de poco hablar / navegando sus propios océanos. // Nombro una ciudad que no está muerta ni viva.”

 

 

Anahí Lazzaroni selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

 

Leyendo diarios

 

Un cocodrilo del siglo diecinueve  

bosteza.

¿El río?

Cualquier río fangoso 

de África lejana.

Animal de sanas y sabias costumbres    

si vinieras  

y devoraras este caos perfecto  

no harías otra cosa   

que embellecer   

el mundo.

                                                                       de “Bonus Track”

 

 

 

Suma

 

Guerrera a ras de la estepa.

Chiflada pérfida.

Infatigable / indómita.

Oscura como barro.

Declive y transparencia.

Lluvia y solazo.

Silencio / relámpago.

Lucha y sosiego.

Magia / derrota.

Pluma o espada.

Árbol, hoja, mantel.

Rito / música de tango.

Lágrima y vaivén.

Palabra + palabra.

Palabra sátrapa.

                                                                        de “Bonus Track”

 

 

Café literario

 

Siempre al borde de la trampa y sin escuchar los presagios  

que nos trae el mar 

amparas a cualquier loco que mal escribe su canción.

Lo amparas con el arte de ciertos villanos de comedia.

Lo amparas y lo dejas a su divina suerte.

Lo amparas y le permites leer sus palabras 

ante un público de gentes fracasadas.

Pero en la penumbra esas palabras son tan ciegas 

como todo lo que no florece a su debido tiempo.

Y ya se sabe,

porque lo dice el fuego y también lo dice el aire,

no habrá comunión posible 

para quien no busque el poema,

con la misma desesperación 

de un animal que escapa.

                                                                                                       de “Bonus Track”

 

 

En la casa del Tigre

 

Cuentan grandes penas, amoríos trágicos 

e historias de madres posesivas hilando la tarde.

Despliegan el dolor como si fuera un mantel 

y beben alegres las copas del olvido.

Una embarcación en ruinas  

navega el río de la noche,

dicen que en ella viajan 

el rey mendigo y su guardia de sonámbulos.

A mediados del siglo  

en una ciudad mal llamada Buenos Aires,

repiten, un niño levantaba apuestas de caballos  

a espaldas de sus inmaculados padres  

y más lejos otro niño loco 

se inventaba solitario la llanura. 

Murmuran trozos de vida 

ya cubiertos por el polvo  

o casi.

                                                                                                                 de “Bonus Track”

 

 

En todos lados se cuecen habas

 

Algunos poetas me escriben cartas

donde me cuentan que deliran por el lejano sur.

No son pocos los que me imaginan en una casa

construida con maderas claveteadas,

escribiendo sin cesar mientras la nieve cae y cae.

Hasta piensan que suelo estar sentada junto al fuego,

como si fuese un personaje de ciertas novelas decimonónicas,

y me piden que les describa el silencio porque ellos ya no lo recuerdan.

Este mediodía varias calles de la ciudad están cortadas.

Escucho bombos,

voces,

sirenas de patrulleros,

personas que gritan cada vez más alto en medio de la aglomeración.

Por ahí no se puede pasar.

 

                                                                                                      Primavera de 1999, de “A la luz del desierto”

 

 

 

Argentina (20 de diciembre de 2001)

 

Palabra extraviada

en las dunas claras del poema.

 

Palabra embestida por los malos vientos.

 

Palabra en dificultades.

 

Palabra quebrada

en horas de saqueos.

                                                                                                              de “A la luz del desierto”

 

 

Canción sin partitura

 

Nada está escrito en ningún lado,

ni las canciones viejas

que nos llegan a la memoria

para salvarnos del invierno,

y se hunden bajo el grito constante

de los pájaros nocturnos.

Nada está escrito,

ni esos terrores marcados a fuego

que aparecen en los sueños,

ni las alegrías

o el olvido mismo.

Nada está escrito en ningún lado.

Y los locos,

los pobres locos

ya no dibujan árboles

en las paredes vacías.

                                                                                                               de “A la luz del desierto”

 

 

*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: ciudades de Ushuaia y Buenos Aires, distantes entre sí unos 3.000 kilómetros, Anahí Lazzaroni y Rolando Revagliatti, febrero 2016.

www.revagliatti.com.ar

Anahi Lazzaroni con poeta Eduardo Bechara Navratilova

Ushuaia, Argentina

David Birenbaum: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

 

David Birenbaum nació el 3 de agosto de 1964 en Montevideo, capital de la República Oriental del Uruguay, y reside en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la Argentina. Fue incluido en la antología “Animales distintos. Muestra de poetas argentinos, españoles y mexicanos nacidos en los sesentas” (México, 2008), publicó las plaquetas “Freudiana y otros poemas” (1993), “Zavaleta el del eclipse” (1994), “Puré de séclipe y teyoca” (1995), “Ladrón” (2008) y los poemarios “Clase turista” (1997), “Mate pastor” (2003) y “No se necesitan poetas” (2013), los tres a través de Ediciones La Carta de Oliver. En 2015 fue incorporado, en formato CD, en la “Antología de poesía de La Matanza” (con selección de Eduardo Dalter y María Luz Fernández). Su poesía ha sido difundida en medios electrónicos así como en publicaciones periódicas en soporte papel: “Barataria”, “Omero”, “Alguien Llama” (de Villa María, provincia de Córdoba), “Poesía en Marcha” (de Rosario, provincia de Santa Fe), pliego “Huasi”, “Círculo Mitre” (de Azul, provincia de Buenos Aires), “La Carta de Oliver”, suplemento literario “Yo Río” del diario “El Argentino” (de Gualeguaychú, provincia de Entre Ríos), “Frankbaires”, etc.

 

1 — ¿Así que nacido en Montevideo?

 

          DB — Aunque volví muchísimas veces a esa ciudad, nunca viví allí. Mi infancia y adolescencia transcurrieron en la capital de la provincia de Corrientes. Y desde entonces tengo un especial interés por todo lo europeo: Historia y Geografía en particular. Quizá esto se deba a mis orígenes familiares. Si le agregamos que mi padre (polaco) era judío y mi madre (uruguaya) no, ya aparece un elemento de conflicto: las mezclas, las dudas. Tengo un hermano, médico. En 1985 abandoné la casa familiar y los estudios universitarios (ingeniería agronómica) en la mitad de la carrera, para abocarme a trabajar y estudiar teatro. Al año siguiente vine solo a la Capital Federal y logré ingresar a la Escuela Municipal de Arte Dramático, donde concluí la carrera de Formación del Actor, tres años después, y volví a Corrientes. Ahí estuve durante 1989 ejerciendo como maestro de teatro para todos los grupos de una escuela primaria de gestión privada. Regresé a Buenos Aires con la idea de emigrar a Israel debido a mi precaria situación económica. Nunca sucedió. Retomé los estudios en el Instituto Vocacional de Arte durante dos años y en 1991 finalicé la especialización en Educación por el Arte. Uno de los talleres era el literario. Ahí empieza en serio la escritura de poesía. Durante 1993 hice taller con Santiago Espel, quien luego fue el editor de mis tres libros.

 

2 — Cuando estabas alistándote para convertirte en un treintañero.

 

          DB — Que es cuando conocí a mi mujer, Roxana, con quien inicié la convivencia y luego la crianza de nuestros dos hijos, Joaquín (1995) y Azul (1998). Compramos con un crédito un departamento en Villa Celina, partido de La Matanza, donde residimos hasta 2010, cuando nos mudamos a la ciudad de Buenos Aires. Mi período matancero incluye el reinicio de mi actividad docente: hace dos décadas que me desempeño como profesor en escuelas públicas de La Matanza. En el medio cursé el profesorado en Castellano, Literatura y Latín en la Escuela Normal Superior “Mariano Acosta”, de la que egresé en 2001. Como verás, anduve casi siempre metido en instituciones educativas, como estudiante y como docente. Casi, pero no siempre: durante mis primeros diez años en Buenos Aires trabajé en oficios diversos: titiritero en una obra teatral en el Teatro Nacional General San Martín, promotor y luego vendedor de libros para una editorial, etc.

 

3 — Basculando.

 

          DB — Entre dos pies: Cuerpo y Lenguaje. Por un lado, practiqué muchos deportes durante la infancia y la adolescencia, más tarde mis incursiones en el teatro. Por otro, la literatura, y el psicoanálisis como paciente. Llego a mis cincuenta y un años y miro los poemas escritos y advierto cómo todas esas actividades me han ido cambiando. Es gracias a los amigos que fueron difundiéndose en diarios y revistas algunos poemas míos. Y en la antología en formato CD, la que se presentó en el Sindicato Unificado de Trabajadores de la Educación de Buenos Aires, en La Matanza, y arranca con textos de Pedro B. Palacios (Almafuerte), Elías Cárpena y Martiniano Leguizamón. Luego aparecemos una quincena de poetas de los años ’70 hasta la actualidad (Lucina Álvarez —docente desaparecida—, Omar Cao, Ricardo Rubio, Patricia Verón, Luis Tedesco, Lía Miersch, Daniel Battilana, Elizabeth Molver, Carlos Carbone, Norberto Corti…). Así que aunque montevideano, soy correntino de base, porteño por adopción, y por qué no, un poco matancero. Ya que te nombré a SUTEBA, permitime aclarar cierto aspecto de mi vida que no mencioné: la actividad sindical y política. Fui delegado de escuela por el SUTEBA durante algunos años. Esto empezó mucho antes, cuando residía en Corrientes, en la universidad. Me vinculé allí con un grupo de estudiantes y trabajadores de un partido muy chiquito, el MAS (Movimiento al Socialismo). Fueron compañeros y compañeras muy solidarios conmigo en esa etapa de largarme a trabajar y vivir solo. Cuando empecé a tener un laburo estable en escuelas, allá por el ’97, me conecté con maestras y profesores que estaban en el SUTEBA — La Matanza. Una época brava. Recién en 2003, 2004, las cosas se fueron calmando un poco. Ahora, no sé…, una gran incógnita, lo que se viene. Me parece que va a ser con los dientes apretados. Pero dejé la actividad política-sindical hace siete u ocho años.

 

4 — Tendrás algún poemario inédito.

 

          DB — Con poemas de los dos últimos años. Son doce, sin título todavía. Escribo poco, tiro y tiro al cesto de papeles. Trabajo mucho con los lenguajes. Estudié inglés desde chico y gracias a las canciones, siempre me acompañó. En el profesorado tuve que estudiar algo de griego y un poco más de latín. Ahora estoy estudiando euskera en un centro de estudios vascos y por internet. Aprendiz de todo, maestro en nada. A esta altura de mi vida me impongo muy pocas obligaciones. Ya no tengo en mente ninguna carrera. No hay metas, sólo obstáculos, leí por ahí.

 

5 — ¿Tus influencias literarias?...

 

          DB — Concernientes con lo que iba viviendo y sintiendo. Buscaba respuestas a lo que me pasaba en la lectura de la vida de los otros: novelas, reportajes. La poesía social siempre me atrajo: Bertolt Brecht, Nazim Hikmet, Pablo Neruda, Mario Benedetti, Evgeni Evtushenko. La poesía norteamericana e inglesa del siglo pasado, también. Quizá porque están en el centro del capitalismo y le conocen todas las miserias en los pliegues más íntimos. Raymond Carver fue quien más me conmocionó. Tanto sus cuentos como sus poemas. Uno de los poemas más recientes que escribí se titula “A la manera del viejo Raymond”. Ojo, he leído a Alejandra Pizarnik, revistas de poesía surrealista, autores rusos que el stalinismo deploró por “pequeñoburgueses y contrarrevolucionarios”, etc…, digo, la sensibilidad enfocada en otros aspectos de lo humano que no son la relaciones de opresión o la Historia. Muchos buenas poemas de poetas que no van a pasar a la Historia de la Poesía. Creo que gracias a la alfabetización masiva que se produjo durante el siglo veinte, hubo tantos buenos poetas (y los hay) que no caben en una lista. El tiempo, ese gran juez, dirá.

 

6 — Sólo nos vimos en cafés literarios.

 

          DB — Son importantes. Tanto cuando asisto como oyente o cuando me invitan a leer. Percibo que hay una pila dentro de mí que estaba olvidada y descargada y que se vuelve a cargar en el espacio de lecturas. Valoro el esfuerzo de los organizadores y el de los concurrentes, que suelen ser pocos. A mí me permitieron conocer gente, disfrutar de la poesía oída con otros. Todos sabemos que no es lo mismo que leerla solo y en silencio.

 

7 — Regresemos: ¿cómo ha sido, lustro tras lustro, aquella ciudad de Corrientes y tu cotidianeidad?

 

          DB —Llegué a la ciudad en 1967. Tenía casi tres años. Venía de Porto Alegre (Brasil) donde había nacido mi hermano. Corrientes era un pueblo grande con dos edificios de siete pisos: el de la Lotería Correntina y unos departamentos en la peatonal Junín, donde vivía un primito de mi edad que solo hablaba hebreo. Mi mamá me contaba que a pesar de mi portuñol y su hebreo, jugábamos juntos.

 

          Mi viejo había puesto un comercio con la ayuda de mis tíos y nos iba bien. Yo concurría a la escuela pública en el turno tarde. Había compañeritos pobres y criaditos. La clase media iba al turno mañana, pero a mí no me gustaba madrugar. Eso me permitió conocer distintas realidades. Tenía compañeritos con diez hermanos o más. Algunos vivían con familias más pudientes que los “adoptaban” o criaban a cambio de algunos servicios domésticos, hacer los mandados, ir al almacén. Disponían de poco tiempo para estudiar. Cuando podía les daba una mano; venían a casa a estudiar Geografía, Matemática.

 

Corrientes tenía un club de básquetbol cada cinco cuadras. Había campeonatos de todas las categorías. Hoy están San Martín y Regatas en la Liga Nacional. Yo jugaba en Pingüinos. Pero el crack era mi hermano. Jugó en la selección correntina, en categoría cadetes y juveniles en torneos nacionales, en las ciudades de Trelew y Catamarca, a mediados de los ochenta.

 

El río Paraná era una presencia fundamental en el paisaje. Yo nadaba solamente en pileta. En el verano se ahogaban muchos pibes en el río. Recién en los 90 la municipalidad organizó guardavidas con botes y cuerdas para delimitar las zonas de baño. Lo mismo pasaba con las bicicletas. Todo el mundo andaba en bici, pero yo aprendí recién a los dieciocho, cuando tuve mi primer trabajo (que hacía en bicicleta). Mi mamá estaba aterrorizada por la cantidad de ciclistas, niños y adultos, muertos en accidentes de tránsito. A pesar de esto que te cuento, tuve una infancia muy feliz, en familia, con perros y gatos.

 

En el Secundario, en un colegio nacional, no la pasé muy bien. Fue entre 1977 y 1981: plena dictadura. La Gendarmería solía visitarnos y una vez llamaron a mi casa exigiendo mi presencia con un familiar adulto en las oficinas del comandante. Yo pensé que era una broma de un amigo, pero no. Por suerte no pasó a mayores. La relación con los compañeros y compañeras en la escuela era dificultosa para mí. Por ejemplo, las chicas hacían de la virginidad, un valor. Creo que en esto tenía que ver la enorme influencia de la Iglesia en la sociedad correntina. El despertar al sexo y al amor no era fácil en una sociedad con valores tan retrógrados. Cuando estaba terminando el secundario, conocí gente con otras inquietudes que intentaba hacer teatro, en diferentes grupos. Eso me ayudó a transitar la etapa del pasaje a la universidad. Aunque esta última fue una experiencia a medias: abandoné en el 85 y en el 86 me vine a Buenos Aires.

 

8 — Zavaleta, el del eclipse, y otros también Zavaleta, conforman una de las secciones de tu primer poemario: ese viaje que es sólo de ida.

 

          DB —Zavaleta es un personaje que aparece en cinco o seis poemas de mi primer libro. Esto no se repitió en los siguientes. Esos poemas y algunos de tipo narrativo descriptivo, como “Teatro Metropolitan” o “Última fotografía del zar y su familia”, donde no se sabe bien cuándo termina la representación y comienza la realidad, creo que “salvan” al libro. Los más breves y autorreferenciales son… olvidables, para no ser tan cruel con aquellos primeros versos.

Algo que me ayudó mucho a llegar a “Clase turista” fueron los trípticos y plaquetas. Como ensayos previos que alentaron y corrigieron poetas amigos, muy especialmente Fernando Kofman (Buby) y Santiago Espel. Los pasos iniciales suelen ser los más delicados. Ellos me ayudaron a elegir los poemas que NO iban a estar en el libro. Quizá esto sea lo más difícil para un poeta primerizo: descartar los versos con los que uno se había encandilado.Ahora hay una serie de mecanismos de publicación por internet que pueden ayudar a los más jóvenes, pero de eso no entiendo nada.

 

9 — Uno de los poemas (“Árboles”) de tu segundo poemario nos entera de que tu apellido significa “peral” en alemán. Y otro poema se titula “Brecht en consorcio”. Y otro, “El saco alemán”.

 

          DB —Las palabras BIRN (pera) y BAUM (árbol) se acercan bastante para conformar mi apellido. Pero mi interés por “lo alemán” no viene de ahí, me parece. Viene del Holocausto, del genocidio efectuado por los nazis. Entre las víctimas, casi toda la familia de mi padre. Me fascinan las películas alemanas que relatan y revisan ese pasado: “El lector”, “La caída”, “La vida de los otros”, “Good bye Lenin”. Para mí, el mejor cine de un pueblo es el que cuenta su propia Historia sobre la cicatriz, no sobre la herida. Ahí tenemos “El secreto de sus ojos”, por ejemplo, una gran película argentina sobre los años 70 o “Iluminados por el fuego”, de Tristan Bauer, para mí el mejor largometraje realizado hasta ahora sobre la guerra de Malvinas.

 

Volviendo a los huracanes históricos que arrasan a las sociedades, también me  interesa la literatura de ese país, como “Retrato de grupo con señora”, del premio Nobel Heinrich Böll “Sobre la historia natural de la destrucción”, de W. G. Sebald. Y siento una gran curiosidad por la literatura de los llamados países del Este. La “cortina de hierro” ocultó una interesante literatura novelística que recién comenzó a traducirse en España en las últimas décadas y aquí a veces ni siquiera se consiguen esos libros: “La irrealidad”, del polaco Kazimierz Brandys; Bohumil Hrabal y sus “Trenes rigurosamente vigilados”, “Yo que serví al rey de Inglaterra” y “Una soledad demasiado ruidosa” y una poco conocida Agota Kristof, húngara emigrada a Francia en el 56 y fallecida en 2011. Su trilogía narrativa —“El gran cuaderno”, “La prueba”, “La tercera”— que apareció con el título “Claus y Lucas”, es desconcertante. Nunca había leído algo que me desoriente y atrape de esa manera.Esta literatura me ayudó a entender y aceptar psicológicamente (no éticamente) fenómenos muy complejos como el fascismo, el nazismo y el stalinismo. Y creo que algo de todo esto destiló en mi escritura, en esos poemas que vos mencionás.

 

10 — Sos uno de los poetas incluidos en el volumen ensayístico “La poesía opaca” de Fernando Kofman.

 

          DB —Buby es hijo adoptivo de los poetas ingleses del siglo XX. O mas bien él los adoptó como padres. W. H. Auden, Ted Hughes, etc. Tiene notables libros de ensayo sobre poesía: “Polifonía en el páramo” (1990), también el que vos señalás (2008).Pero pierde un poco de brillo en sus incursiones filosóficas sobre el lenguaje o sobre la ética en varios libros publicados. Contradictoriamente, él es una persona de una integridad ética loable. Y lanza a la palestra esta figura retórica de la “poesía opaca” como contraste con la poesía de “caireles en la rima” que criticaba León Felipe, y contra todas las otras figuras retóricas que aprendimos en el colegio. Estoy agradecido a este gran poeta que no figura en el Olimpo de la poesía argentina; no solo por haberme incluído como uno de los ejemplos de su tesis, sino por haber puesto sobre el tapete esta clase de poesía que muchos no la consideran como tal: por su disonancia, por sus recursos narrativos y sus diálogos. ¡Como si el “Romancero Español” no tuviera diálogos! ¡Como si ignorásemos que el diálogo es más vivo y tiene un poder de atracción para los ojos y los oídos que el monólogo difícilmente consigue! Y ya que nombré al “Romancero Español”, te digo que soy un ferviente admirador de la Generación del 27 en España, de Antonio Machado, de Ramón del Valle-Inclán… y si seguimos para atrás en el tiempo, vamos a terminar en los autores del Siglo de Oro Español. En esto ayudó el profesorado, pues allí tuve que leer autores que solo conocía de nombre. Leer y estudiar no atentan contra la calidad de los poemas que uno escribe. No fosilizan la escritura. Es al revés.

 

11— En “Guerra y paz” de León Tolstoi, el mariscal Kutuzov, dice: “Todo llega cuando tiene que llegar para quien sabe esperar…” ¿Sos de saber esperar? ¿Cómo te las arreglás con la espera?

 

DB —Nunca fui un niño caprichoso. Aprendí a ser paciente con las cosas y las personas que me interesan. Con las situaciones que antes me atraían y ya no, trato de sacármelas de encima lo antes posible. Siempre con buen trato, sin berrinches. Cuando estoy seguro de que no quiero algo, simplemente abro las manos y dejo que actúe la fuerza de gravedad. Mi trabajo como docente es colectivo: con alumnos y compañeros. En otra época, este tipo de tareas me apasionaba: acciones, discusiones, el teatro, la militancia. Hoy es un esfuerzo sostener ese trabajo como docente que, sin embargo, es el único que podría hacer. Soy un inútil total para hacer dinero.

 

Volviendo a lo que me importa: los amigos y amigas, mi esposa y mis hijos, mi hermano y sobrinos, la poesía …: les dedico más tiempo, soy más tolerante que veinte años atrás. No me desespero si no viene el poema o si vino y después lo descarto. En la ecuación VIDA-ARTE fui aprendiendo que la vida pesa mucho más. El año pasado escribí dos poemas. En otra época me habría preocupado. No aparecer en el ambiente (encuentros de lectura, antologías en libros o revistas) me desesperaba. Pero me fui olvidando del tema. No hago esfuerzos por aparecer. Y sin embargo, en 2015 surgió la “Antología de poesía de La Matanza”, gracias a Eduardo Dalter. La vida sí me preocupa. La salud de mis hijos, dónde está el amor, si lo estoy cultivando bien, si atiendo a mis amigos, cuánto hace que que no llamo a Fulano o a Mengano.

 

En otra época creía en mis libros, mis poemas, como un testamento. Ahora me preocupo por el mundo que vendrá. Y a veces me ocupo dentro de mis posibilidades. El mundo en el que vivirán mis hijos y ¿nietos? Estoy convencido de que será necesaria una revolución para que la Humanidad no continúe hundiéndose en la barbarie. La poesía no será el refugio de nadie. La poesía podrá salvar a una persona o a un grupo de personas, pero sola no va a alcanzar a salvar a la Humanidad. El programa marxista- leninista tampoco va a alcanzar. De algún modo que desconozco, las reivindicaciones ecologistas, de las diversidades sexuales y fundamentalmente del desarrollo espiritual y la salud (corporal y psicológica) individual de los seres humanos contra la masificación deberán ser de primer orden. O volverán a fracasar los proyectos libertarios.

El poema “Tabaquería” de Fernando Pessoa nos da un marco todavía mayor al que estoy dibujando: lo que era el planeta hace 5.000 millones de años y lo que será dentro de 5.000 millones de años. Pero en el medio estamos nosotros; tratando de hacer en la vida y de esta vida un espacio respirable y de respeto.

 

12— Hace una punta de años, en el sustancioso Prólogo de su “Diccionario del Argentino Exquisito”, Adolfo Bioy Casares se manifiesta “un poco alarmado por las consecuencias de esta invasión de voces nuevas…” (y elijo algunas): “Absolutización”, “Acrecer”, “Anoticiamiento”, “Arquitecturar”, “Campeonar”, “Conjuntez”, “Chequear”, “Eficientización”, “Impactación”, “Incomparencia”, “Laicado”, “Mejorativista”, “Planteamiento”, “Rotundizar”, “Traslacionar”, “Visualizar”. ¿Cómo te posicionás ante las sucesivas invasiones de voces nuevas?

 

          DB —Vos fijate que algunas palabras que mencionás quedaron (por ahora) en el habla cotidiana (chequear, visualizar). Otras desaparecieron. A veces el secreto está en el sufijo que le ponemos cuando queremos crear un sustantivo abstracto. ¿Por qué eficiencia vive y eficientización muere? ¿Por qué conjunto vive y conjuntez muere? Es el misterio de la diacronía de las lenguas. Lo que queda y lo que muta. También hay un poco de suerte y de arbitrariedad: lo que deciden la Academia y su diccionario también pesa. Y sí, me gustó como lo planteás en la pregunta: “invasión de voces nuevas”. El lenguaje que se impone es el del imperio: el romano con su latín, el británico y luego el norteamericano con su inglés. Pero los pueblos sometidos por un imperio inciden con sus lenguas en la lengua del invasor, modificándola. El castellano está repleto de voces indígenas americanas y del árabe con el que coexistió en la península. El lenguaje es parte de ese modo de relación conflictivo que tienen los pueblos: invasión, opresión, revolución. Aspirar a la pureza de un idioma es tan peligroso e ilusorio como pretender la pureza de una etnia en el color de su piel. Con las migraciones masivas y las comunicaciones globales por internet todo esto se está acelerando. Si no sucumbimos como especie, ¿qué idiomas se hablarán dentro de cien años? Nadie lo sabe. Hay todo tipo de fenómenos interesantes sobre el tema. Por ejemplo, el hebreo y el euskera eran idiomas en peligro de extinción hace cien años. La política del Estado de Israel y la del gobierno autónomo vasco las transformaron en lenguas vivas y en crecimiento, habladas por millones de personas. Lenguas orales como el guaraní o el mismo euskera, en contacto u oprimidas por el imperio español adoptaron y adaptaron su sistema de signos y hoy son lenguas con literatura escrita.

 

13 — “Caurenias comisaría”, “Caurenias bosque de artificios”, “Caurenias central nuclear”, “Caurenias las manos que la construyen”: tales los títulos de los cuatro poemas que conforman la segunda sección de tu “Mate pastor”.

 

          DB —Acá apareció un lugar (Caurenias) como personaje que se repite. No son los textos que más me gustan del libro, pero me pareció que tenían el peso suficiente como para quedarse. El libro tiene algunos poemas buenos, pero creo que me falló el título. Después que se editó, me enteré de que ya existía otro poemario con el mismo título, cuyo autor es Horacio Salas. En aquel momento fue un bajón para mí. Ahora me río. Mirá las cosas a las que uno le adjudica importancia. También hay mucha gente que se llama David o Rolando. Esa presunción de quererse y creerse original. Pero volviendo al tema de Caurenias o Zavaleta: a veces se impone un libro de poemas estructurado casi como una novela o con un tema que se repite. Ahí estamos hablando de obras mayores. A mí, por ahora, no me salen. Apenas puedo decir que los poemas en mis libros aparecen bien agrupados.

 

14— Marguerite Crayencour cambió su apellido por el anagrama Yourcenar, en sus propias palabras, “por el placer de la y griega”. ¿El placer de qué letra en particular te alcanza, David?

 

          DB —No sabía que ése era el apellido original de ella. Yo leí “Memorias de Adriano” y me encantó. Hasta ahora no tuve la necesidad de cambiarme el nombre o el apellido o crearme un seudónimo. Quizá porque ese juego de “ser otro” lo jugué en el escenario teatral. Tratando de responder a la pregunta, el placer que me alcanza o la necesidad que me empuja es la de ser otro. Cuando estoy en otro país, cuando debo hablar con gente que no entiende castellano, se juega el extrañamiento en el sentido brechtiano del término y eso me entretiene, me pone a prueba.

 

15— ¿Qué rutinas extrañás y qué rutinas adorás?

 

          DB —A veces extraño los talleres de teatro, de expresión corporal y juegos teatrales. Me divertían muchísimo. Pasaban cosas que en otros espacios nunca me sucedían. Con mi esposa aprendí a viajar. Es una rutina que me saca de la rutina: una o dos veces al año ir a lugares que no conozco o volver a otros que me encandilaron. Yo disfruto de cualquier rutina, como escuchar música o hacer yoga, si la practico como si fuera la primera vez. Si lo hago pensando en otra cosa, cualquier actividad es un plomazo. El secreto es la concentración.

 

16 — De cine has hablado. Sigamos con él. ¿Qué directores considerás que han sido sobrevalorados, y por qué? ¿Cuáles, por la totalidad (o casi) de su obra, te resultan los más destacados?

 

          DB —¡Ay Rolando! ¡Qué difícil es responder a esta pregunta! He visto una mínima parte del cine que se ha hecho. Y así, en frío, no me vienen a la mente todos los nombres que irían apareciendo al calor de una charla. El cine es un arte que envejece muy rápido, por el elevado componente tecnológico que tiene. La labor actoral, tanto en cine como en teatro, mejoró muchísimo con el paso del siglo XX. Hoy veo películas viejas donde las actuaciones son poco convincentes, pero a los espectadores de aquellos tiempos los marcó profundamente. “El nombre de la rosa” del francés Jean-Jacques Annaud me sigue pareciendo una película impecable, que no envejeció. Pero parte de una novela mayúscula de Umberto Eco [1932-2016] que la sostiene. “El cartero”, sobre el exilio de Pablo Neruda en Capri, dirigida por Michael Radford, cuenta con labores brillantes de Massimo Troisi (fallecido veinticuatro horas después de concluido el rodaje, a los cuarenta y un años) y Philippe Noiret. He seguido la filmografía del australiano Peter Weir y no me defraudó. Lo mismo me pasa con los clásicos de Wim Wenders e Ingmar Bergman.

 

          En cuanto al cine argentino pegó un salto tremendo en los últimos treinta años. No es casual que se obtengan tantos premios internacionales. La política del INCAA [Instituto Nacional de Cine y Artes Visuales] subsidiando la producción de jóvenes directores, y la usina de actores que ha sido siempre Buenos Aires. Todo eso ayuda. Y sin embargo, hay gente que todavía sigue diciendo que el cine argentino es malo. Prefieren el cine yanqui de ritmo veloz y efectos especiales porque están acostumbrados a eso. Como la gente que cuando sale del país pretende seguir comiendo bife de chorizo y no se abre a otras cocinas. Pero, para no ser tan injusto con el cine norteamericano, reconozco que en efectos especiales y técnicas de violencia en escena son los maestros indiscutibles.

 

17— Roland Barthes dijo: “En el tren, se me ocurren ideas: la gente circula a mi alrededor, y los cuerpos que pasan actúan como facilitadores. En el avión, me sucede todo lo contrario: estoy inmóvil, compacto, ciego; mi cuerpo, y por lo tanto mi intelecto, están muertos: no tengo a mi disposición más que el pasado del cuerpo pulido y ausente de la aeromoza, que circula como una madre indiferente entre las cunas de un retén.” ¿Te identificás? ¿Cómo te sentís mientras realizás largos viajes en medios de transporte público?

 

          DB —Parece que Barthes tuvo suerte y nunca tuvo que volar en medio de una tormenta. Hay un poema de Brecht, creo que se llama “El sastre de Ulm”. En el siglo XVI, este señor de la ciudad de Ulm subió al campanario de la iglesia con dos alas que se había fabricado. Se lanzó pensando que volaría. Después aparece el cura y le habla al pueblo que se junta alrededor del cadáver del sastre. El cura afirma que el hombre nunca podrá volar porque Dios así lo ha decidido. Cada vez que viajo en avión es para mí un trance difícil. Es un hecho cultural, porque la Naturaleza no nos dotó ni de alas ni de un esqueleto liviano como para sostenernos en el aire. En el tren o en el colectivo, más cerca de la Tierra, se me han ocurrido algunos poemas.

 

18 — ¿Cuál fue el disparador de “No se necesitan poetas”?

 

          DB —Tiempo después de haber escrito ese poema que titula también el libro, me acordé de Joseph Brodsky, el poeta ruso. Él había desarrollado la idea de que somos hablados por el lenguaje. El lenguaje sería una entidad con vida propia, con nacimiento y muerte, como un Dios que nos crea, que se despliega utilizando a los hablantes como instrumento. Si esto es así o solo es una metáfora de otra cosa, no lo sé. Habría que preguntarle a los neurolingüistas.

 

19 — Imagino que opinás que la poesía requiere de un proceso de lectura diferente. ¿De qué modo?

 

          DB —La mayoría de la poesía que leo me demanda un esfuerzo. Como cuando tengo que comunicarme con alguien en otro idioma que no sea el castellano. A veces se establece una conexión o una comprensión. A veces, no. El texto puede ser valioso y lo que falla es el lector. El texto poético demanda paciencia y no entrega ideas cerradas o perfectas, concluidas. Como estamos acostumbrados a que todo cierre con una explicación (desde por qué llegaste tarde hasta por qué aumentó la leche), claro, la poesía nos desorienta, no nos agrada, es difícil.

 

20 — Adoptando y adaptando cierta propuesta de hace unos años, generada por el poeta Jorge Aulicino, te pregunto en relación a los poetas argentinos de las primeras cinco décadas del siglo XX: ¿cuáles fueron los que considerás más influyentes, y por qué? Y, ¿cuáles los que más valorás?

 

          DB —No soy un estudioso de la poesía argentina. Cada año que pasa estoy más convencido de que el titán de nuestra literatura es Jorge Luis Borges. Me da la sensación de que sigue escribiendo. Y también creo que hicieron bien en no darle el Nobel por su posición política con respecto a las dictaduras de Augusto Pinochet y de Jorge Rafael Videla. Creo que Borges era una buena persona. Sin embargo, uno ve que le dan el Nobel a cada porquería de ser humano. Entonces, no quiero irme por las ramas, yo valoro la obra, pero también la vida de un escritor. Como vivimos en una sociedad de clases, de Florida y de Boedo, yo valoro a Evaristo Carriego, a Nicolás Olivari, a los poetas del tango. Y cierta gente que vive del esfuerzo de los demás y ni siquiera se limpia su propia mugre, valora a un premio Nobel aunque no lo haya leído, solo porque es famoso.

 

 

David Birenbaum selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

 

ZAVALETA EL DEL ECLIPSE

 

Zavaleta el del eclipse

ha descubierto que el fascismo es fascinante.

No soportaría esa prenda sobre su cuerpo

pero la visión de un hombre o una mujer

portando el emblema de la certeza,

el orden o la sangre del cuchillo

lo calientan más que las piernas abiertas de Mariel.

 

Zavaleta riega la vereda entre siete y siete y veinte;

la gente que pasa a esa hora molesta terriblemente

porque obliga a cortar el chorrito.

Siete y media el patrullero pasa despacio.

Zavaleta sonríe de verdad.

Él está convencido: los muchachos de azul lo quieren

y a la noche suele pensar “si no fuera por la pierna”.

 

Zavaleta, portero del tres veintiocho,

siempre cogió con putas

y a su mujer por la fuerza;

ahora se queja de vista cansada

y confiesa sentirse muy poca cosa.

Ignora que forma parte

del poderosísimo lastre humano

                                   reparte por todo el baldío

 trozos de bofe envenenado.

                                                                                                                       (de“Clase turista”)

 

 

 

BRECHT EN CONSORCIO

(yo no pago las expensas)

 

Primero se llevaron al jardinero

pero como nunca me gustaron las plantas

no me importó.

 

Después suprimieron al playero

pero como yo no tenía coche

tampoco me importó.

 

Después echaron al portero

pero como era un tipo muy desagradable

no me interesó.

 

Entonces prescindieron del service

pero como vivo en el primer piso

nunca usé el ascensor.

 

Después eliminaron al administrador

pero como le tenía bronca

ni siquiera dije NO.

 

Hace un mes nos cortaron el agua

pero como soy perezoso para bañarme

poco me importó.

 

Ayer vinieron a desalojarme.

Hoy estoy con chaleco puesto

pero ¡qué afortunado soy!

acá no cobran expensas ni impuestos.

                                                                                                                  (de “Mate pastor”)

 

 

NO SE NECESITAN POETAS

 

Cae un avión con poetas

que viajaban al Congreso

Internacional de las Lenguas.

“No se necesitan poetas”

titula un matutino de segunda línea

que pretende jugar en primera.

 

Y se desata el escándalo.

¿Se resentirán el Mundo,

el Lenguaje,

por veinte poetas menos?

Algunos opinan que el titular

debió ser

“No se necesitan tantos poetas”

y  se reaviva el escándalo…

que el Mundo se resentirá,

que ya nada será lo mismo,

etcétera.

 

Pasa el primer año

y se hace un recordatorio;

pasan diez años,

se hace otro recordatorio

pero resulta

que el Mundo sigue andando

la gente sigue hablando y escribiendo

 

algunos continúan opinando

sin embargo

que el Lenguaje sí se ha resentido

por la ausencia de los poetas

de aquel avión.

 

En los sucesivos

Congresos Nacionales de la Lengua

se los seguirá recordando;

pero está claro

que el lenguaje sigue vivo

a pesar de aquellos poetas;

está claro

que él ha encargado

a otros emisarios

la dura tarea de perpetuarlo.

                                                                                                 (de “No se necesitan poetas”)

 

 

EL CONDE

 

Me apuntan con sus cruces

y me hacen muy mala fama

entre las doncellas;

pero soy solo un caballero

harto de ver la decadencia.

 

Es falso que bebo

la sangre de las jóvenes

para no envejecer:

les bebo todos los licores

y a cambio

obsequio bromas y halagos.

 

No hay crimen

ni vulneración de derechos;

no hay eternidad para mí.

¿Se preguntaron, padres,

qué impulsa a una mujer

a mirar hacia la izquierda

exponiendo el latido

de su cuello a mis besos?

¿Desobediencia, curiosidad?

¿“Qué hay más allá”?

—dice cerrando los ojos—

 

No hay eternidad

para este conde

sólo una noche más

viejo

con una mujer más

joven

 

y al amanecer, descansar

y la muerte dentro de mí

dormida.

                                                                                         ( de “No se necesitan poetas”)

 

 

LADRÓN

 

Decidí convertirme en ladrón

nada más para hacer daño.

Comencé con el lápiz

y las hojas del compañero.

Después robé dinero

a uno que se lo merecía

y las esperanzas de

algunas mujeres jóvenes,

prometiendo cosas que nunca iría a cumplir.

 

A esta altura de la vida

me sentía un experto,

pero un día desperté desnudo:

Ella se había llevado todo.

 

No crean que este golpe

me hizo reflexionar.

Seguí en la misma senda

en busca de cosas más valiosas.

 

Solo encontré objetos vulgares

por los cuales se termina en la cárcel.

Eso hizo creer a mis parientes

que me había reformado para siempre.

 

Comencé a robar palabras

al que estaba terminando una frase

(eso que llaman interrumpir).

Si bien no fui preso

comencé a quedarme solo

y eso me volvió más intuitivo:

logré así pellizcar el pensamiento

del que empezaría  a hablar.

Evidentemente, se agravó mi situación.

 

Finalmente, logré mi objetivo:

quedarme con el tiempo

que te tomó leer estas palabras.

Te dejo el sabor amargo

de la expectativa en el poema,

defraudada.

                                                                                                  (de “No se necesitan poetas”)

 

 

EL APOCALIPSIS NO VENDRÁ

 

Masticamos una bronca

que no podemos terminar de tragar

 

Desatarán la hiperinflación

en los Estados Unidos

y en todo el mundo

Códigos de Derechos

de la Mujer y el Niño

se volverán literatura.

Viviremos en un terremoto permanente

durante diez años o veinte.

El socialismo será una fruta madura

pero nadie podrá tomarla

porque las manos estarán ocupadas

en las nuevas tecnologías de la incomunicación,

en conseguir pan y agua potable

y las mentes alertas

para robar o defenderse del vecino.

 

Después los ricos saldrán de sus fortalezas

para decir a los jóvenes de aquel futuro

que se inicia la reconstrucción,

que el planeta se salvó

gracias a ellos y solo por ellos

la población pudo reducirse a la mitad

haciendo de éste, un mundo habitable.

                                                                                                                                      (Inédito)

 

 

 

*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, David Birenbaum y Rolando Revagliatti, febrero 2016.

http://www.revagliatti.com.ar/040816.html

http://www.revagliatti.com.ar/990729.html

Ciudad de Montevideo; Corrientes y río Paraná;  Mural en La Matanza; Obelisco ,en Buenos Aires

David Birenbaum - 

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