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Pablo Neruda

Chile, 1904- 1973

Estatuto del vino

 

Cuando a regiones, cuando a sacrificios
manchas moradas como lluvias caen,
el vino abre las puertas con asombro,
y en el refugio de los meses vuela
su cuerpo de empapadas alas rojas.

Sus pies tocan los muros y las tejas
con humedad de lenguas anegadas,
y sobre el filo del día desnudo
sus abejas en gotas van cayendo.

Yo sé que el vino no huye dando gritos
a la llegada del invierno,
ni se esconde en iglesias tenebrosas
a buscar fuego en trapos derrumbados,
sino que vuela sobre la estación,
sobre el invierno que ha llegado ahora
con un puñal entre las cejas duras.

Yo veo vagos sueños,
yo reconozco lejos,
y miro frente a mí, detrás de los cristales,
reuniones de ropas desdichadas.

A ellas la bala del vino no llega,
su amapola eficaz, su rayo rojo
mueren ahogados en tristes tejidos,
y se derrama por canales solos,
por calles húmedas, por ríos sin nombre,
el vino amargamente sumergido,
el vino ciego y subterráneo y solo.

Yo estoy de pie en su espuma y sus raíces,
yo lloro en su follaje y en sus muertos,
acompañado de sastres caídos
en medio del invierno deshonrado,
yo subo escalas de humedad y sangre
tanteando las paredes,
y en la congoja del tiempo que llega
sobre una piedra me arrodillo y lloro.

Y hacia túneles acres me encamino
vestido de metales transitorios,
hacia bodegas solas, hacia sueños,
hacia betunes verdes que palpitan,
hacia herrerías desinteresadas,
hacia sabores de lodo y garganta,
hacia imperecederas mariposas.

Entonces surgen los hombres del vino
vestidos de morados cinturones
y sombreros de abejas derrotadas,
y traen copas llenas de ojos muertos,
y terribles espadas de salmuera,
y con roncas bocinas se saludan
cantando cantos de intención nupcial.

Me gusta el canto ronco de los hombres del vino,
y el ruido de mojadas monedas en la mesa,
y el olor de zapatos y de uvas
y de vómitos verdes:
me gusta el canto ciego de los hombres,
y ese sonido de sal que golpea
las paredes del alba moribunda.

Hablo de cosas que existen, Dios me libre
de inventar cosas cuando estoy cantando!
Hablo de la saliva derramada en los muros,
hablo de lentas medias de ramera,
hablo del coro de los hombres del vino
golpeando el ataúd con un hueso de pájaro.

Estoy en medio de ese canto, en medio
del invierno que rueda por las calles,
estoy en medio de los bebedores,
con los ojos abiertos hacia olvidados sitios,
o recordando en delirante luto,
o durmiendo en cenizas derribado.

Recordando noches, navíos, sementeras,
amigos fallecidos, circunstancias,
amargos hospitales y niñas entreabiertas:
recordando un golpe de ola en cierta roca,
con un adorno de harina y espuma,
y la vida que hace uno en ciertos países,
en ciertas costas solas,
un sonido de estrellas en las palmeras,
un golpe del corazón en los vidrios,
un tren que cruza oscuro de ruedas malditas
y muchas cosas tristes de esta especie.

A la humedad del vino, en las mañanas,
en las paredes a menudo mordidas

por los días de invierno
que caen en bodegas sin duda solitarias,
a esa virtud del vino llegan luchas,
y cansados metales y sordas dentaduras,
y hay un tumulto de objeciones rotas,
hay un furioso llanto de botellas,
y un crimen, como un látigo caído.

El vino clava sus espinas negras,
y sus erizos lúgubres pasea,
entre puñales, entre mediasnoches,
entre roncas gargantas arrastradas,
entre cigarros y torcidos pelos,
y como ola de mar su voz aumenta
aullando llanto y manos de cadáver.

Y entonces corre el vino perseguido
y sus tenaces odres se destrozan
contra las herraduras, y va el vino en silencio,
y sus toneles, en heridos buques

en donde el aire muerde
rostros, tripulaciones de silencio,
y el vino huye por las carreteras,
por las iglesias, entre los carbones,
y se caen sus plumas de amaranto,
y se disfraza de azufre su boca,
y el vino ardiendo entre calles usadas,
buscando pozos, túneles, hormigas,
bocas de tristes muertos,
por donde ir al azul de la tierra
en donde se confunden la lluvia y los ausentes.

                                                                                         Residencia en la tierra

 

Antonio Aliberti

Argentina, 1938-2000

A orillas del mar

 

La cercanía del mar

me recuerda a las mujeres,

al vino pesado

que convierte los párpados

en frutos dormidos.

(...)

 

Li Po

China- 701-762? D. De C.

Bebiendo solo a la luz de la luna

 

Si el Cielo no tuviera amor por el vino,
no habría una Estrella del Vino en el cielo.
Si la Tierra no tuviera amor por el vino,
no habría una ciudad llamada Fuentes de Vino.
Como el Cielo y la Tierra aman el vino,
puedo amar el vino sin avergonzar al Cielo.
Dicen que el vino claro es un santo,
el vino espeso sigue el camino (Tao) del sabio.
He bebido profundamente de santo y de sabio,
¿qué necesidad entonces de estudiar los espíritus y los inmortales?
Con tres copas penetro el Gran Tao,
tomo todo un jarro, y el mundo y yo somos uno.
Tales cosas como las que he soñado en vino,
nunca les serán contadas a los sobrios.

 

Vinopoesía

edición especial de Isla Negra 220 de enero del 2010

 

Ruben Darío

Nicaragua, 1867- 1916

 

Cuando la vio pasar el pobre mozo
y oyó que le dijeron: "¡Es tu amada!..."
lanzó una carcajada,
pidió una copa y se bajó el embozo.
"¡Que improvise el poeta!"
Y habló luego
del amor, del placer, de su destino...
Y al aplaudirle la embriagada tropa,
se le rodó una lágrima de fuego,
que fue a caer al vaso cristalino.
Después, tomó su copa
¡y se bebió la lágrima y el vino!

 

Charles Baudelaire

Francia - 1821- 1867

El vino de los traperos

 

Frecuentemente, al claro fulgor de un reverbero

Del cual bate el viento la llama y atormenta el vidrio,

En el corazón de un antiguo arrabal, laberinto fangoso

Donde la humanidad bulle en fermentos tempestuosos,

Se ve un trapero que llega, meneando la cabeza,

Tropezando, y arrimándose a los muros como un poeta,

 Y, sin cuidarse de los polizontes, sus sombras negras

Expande todo su corazón en gloriosos proyectos.

Formula juramentos, dicta leyes sublimes,

Aterra los malvados, redime las víctimas,

Y bajo el firmamento cual un dosel suspendido,

Se embriaga con los esplendores de su propia virtud.

Sí, esta gente hostigada por miserias domésticas,

Molidos por el trabajo y atormentados por la edad,

Derrengados y doblándose bajo un montón de basuras,

Vómitos confusos del enorme París,

Retornan, perfumados de un olor de toneles,

Seguidos de compañeros, encanecidos en las batallas,

Cuyos mostachos penden como las viejas banderas.

Los pendones, las flores y los arcos triunfales

Iérguense ante ellos, ¡solemne sortilegio!

¡Y en la ensordecedora y luminosa orgía

Clarines, sol, aclamaciones y tambores,

Tráenle la gloria al pueblo ebrio de amor!

Es así como a través de la Humanidad frívola

El vino arrastra el oro, deslumbrante Pactolo;

Por la garganta del hombre canta sus proezas

Y reina por sus dones así como los verdaderos reyes

Para ahogar el rencor y acunar la indolencia

De todos estos viejos malditos que mueren en silencio,

Dios, tocado por los remordimientos, había hecho el sueño;

¡El hombre agregó el Vino, hijo sagrado del Sol!

 

William Butler Yeats

Dublin, Irlanda - 1865- 1939

El vino entra en la boca...
 

El vino entra en la boca
Y el amor entra en los ojos;
Esto es todo lo que en verdad conocemos
Antes de envejecer y morir.
Así llevo el vaso a mi boca,
Y te miro, y suspiro.

los inmortales?

Con tres copas penetro el Gran Tao,

tomo todo un jarro, y el mundo y yo somos uno.

Tales cosas

como las que he soñado en vino,

nunca les serán contadas a los sobrios.

 

 

Jerónimo Castillo

Catamarca - Argentina

Canto al vino de Jerez

 

Estás frente de mi. Tu cuerpo ha sido

consuelo para el mío cada invierno,

y en ese tu misterio simple y tierno,

holgaste solapado mi sentido.

 

Si acaso de viajero ya ha partido

mi espíritu evadiéndose al gobierno

de luces donde a veces ni discierno,

me ayudas a vibrar con tu latido.

 

Por suave, por sencillo, por hermano

de rubia y asoleada cabellera,

que ausculto tras el vidrio de mi mano,

 

te nombro al paladear con lisonjera

vehemencia el señorío jerezano

que marca tu linaje de solera.

 

Entonces te descubro haciendo trizas

tus sueños navegantes de las cepas,

por donde tras el frío en savia trepas,

cual tuétano de aquellas albarizas.

 

Y así los sedimentos eternizas

en oro moscatel, y que lo sepas

te ufana y no hay vasijas donde quepas,

rumiante con ancestros de calizas.

 

Si fuiste un prehistórico salobre

con algas cimentando tu futuro,

hoy eres medicina donde cobre

 

tu auténtica estatura, en el más puro

color de viejo hidalgo nada pobre,

el vaso en que te escancio sin apuro.

 

Por eso quiero verte cada vez

pulsando el contenido de mi aliento

en notas de sabor que trajo el viento

que datan de tu estirpe de Jerez.

 

Asocio tu vendimia a mi niñez,

pues quiero regalar tu sentimiento

con voces de nostalgia en las que siento

vibrar tu pensativa robustez.

 

Un vino de verdad, vino que aciertas

la cálida corriente de mi fluido

del vamos, como quien sabe las puertas

 

y llena los espacios del latido.

Me alientas, me confundes, desconciertas

si busca su consuelo el pecho herido.

 

El sueño de tu crianza en las soleras

comulga franco idilio con el roble,

y logra que tu esencia se desdoble

tiñendo oro pajizo en tus esperas.

 

Punzante y delicado te atemperas

por ver tu palidez tornada al doble

sabiendo tu ascendencia la más noble

simiente que brotó de las hileras.

 

Si entonces se llamara palomino

la cepa que hizo ofrenda en los lagares

al dar su gravidez a tu destino,

 

hoy puedes ostentar los titulares

de haberte rotulado jerez fino,

deleite de exigentes paladares.

 

También pueden hallarte amontillado

luciendo los colores ambarinos

que son los distintivos de tus vinos,

con ese aroma suave, avellanado.

 

De Cristo amé la sangre en mi costado,

del bosque la canción preñada en trinos,

y en ti los medulosos pergaminos

que guardan las vasijas del soleado.

 

Quizás en oloroso, noble meta,

te entregues con el fuego de tu crianza,

oscuro, aunque de oro en tu etiqueta.

 

Tu gusto transitivo en la balanza

camino al moscatel es la receta

que tienen los adornos de tu danza.

 

Caoba y terciopelo a tu estatura

de vino prisionero en la criadera,

revelan tu destino de madera

volcado a tu silencio de dulzura.

 

Milagro de la tierra que aventura

por un Pedro Ximénez con su esfera

translúcida y vital, salir afuera

gimiente en la molienda que tritura.

 

Caminas en la senda de la vida

por mesas hogareñas como el vino

que espera haya concluido la comida.

 

En tanto el moscatel prodiga el sino

habido en la promesa contenida

de unir enamorados en destino.

 

Con ese formidable desenfado

nacido de los soles de tu historia,

contienes macerada la memoria

del último terrón que abrió el arado.

 

Por ver tu corazón transfigurado

en lágrimas de amor, como una noria

repito los instantes de tu gloria

bebiendo la amistad que me has brindado.

 

Por esa conjunción de pan y anhelo

intuida como lógica quimera,

te nombro soñador de viña en celo.

 

Y canto en comunión con la madera,

insigne relicario del desvelo,

el alma de Jerez de la Frontera.

 

Serás ofrenda y paz para el amigo

y al Cielo lo convoco de testigo.

 

Miguel de Cervantes

 

 "Llenáronse de regocijo los pechos porque se llenaron las tazas de generosos vinos que, cuando se trasiegan por la mar, de un cabo a otro, no hay néctar que se les iguale."- 

 

Esteban Manuel de Villegas

España - 1589 -1669

Monóstrofe 27

Del vino.

 

Cuando me asalta Baco

No hay cuidado que vele,

Ni al mismo Creso estimo

Con todos sus haberes.

Luego la dulce Musa

Me coge de repente

Y me fabrica versos

Para cantar alegre.

Tras esto con la hiedra

Ceñidas ambas sienes,

Las cosas todas huello

Por más que se veneren.

Corra el otro a las armas

Cargado de paveses,

Que yo tan sólo al vino

Correré diligente.

Por eso tú muchacho,

Echa vino y sé breve,

Que más quiero asomarme

Que morir de repente.

 

 

Tucídides

 

"Las gentes del Mediterráneo empezaron a emerger del barbarismo cuando aprendieron a cultivar el olivo y la vid."- 

 

Eurípides
 
“Donde no hay vino no hay amor.” 

 

Armando Tejada Gómez

Mendoza, Argentina - 1929 - 1992

Carta de Vinos

                                                                            1
Con la sombra del año, con el tiempo
que envejece al otoño en la madera,
madura al rojo el corazón del vino
fraguado en calendarios de paciencia.
La ciencia milenaria de su alquimia
no admite sino el cálculo del clima
cuando el mosto recobra el movimiento
y en su fermentación hierve la vida.
Enmelada de abejas va la tarde,
fundándole regiones de dulzura,
como una jubilosa flor del aire
dormida en el vivero de la espuma.
El vino va del verde a lo morado,
tornasol de la rosa, transparencia
donde la luz es sólida un instante
y el aroma un lugar de residencia.
El hombre sabe a vino. El vino a hombre.
Es un secreto a voces el misterio.
Desde lo más remoto vienen juntos
rompiendo las ventanas del silencio.
La memoria del vino, es la memoria
del labrador de pámpanos y estrellas
que un día, ya de pie, mató al olvido
y se vino a zancadas por la tierra.
El antiguo pastor de las edades
guardó los cereales, la herramienta,
llevó la vid con él sobre los siglos
para ver regresar la primavera.
                                                                     2
Reúne nombres de región y abuelos,
inalterables formas y apellidos,
el Pinot gris de los atardeceres,
el Borgoña nocturno, el Medoc sísmico,
ese trago de Riessling luminoso
que llena la alegría de estampidos
o el Cabernet de umbrías soledades
que aturde el corazón como un gemido.
En la mesa solar del medio día
el Lambrusco del año parpadea
y queda demorado, propiciando
el entresueño de la sobremesa.
A veces llega con el gusto verde
al ruidoso fragor de las tabernas,
a las celebridades tumultuosas
y enciende las hogueras de la fiesta.
El vino tiene un orden. Él conduce
los infinitos duendes de la vida:
con carnes, tinto, con mariscos, blanco.
Es el otro sabor de las comidas.
Y cuando llueve el corazón y el año
y arde la leña trémula del día,
el vino, compañero y solidario
moja el sollozo y la melancolía.
                                                                           3
Pero, a veces el vino, prisionero de sombras,
sale con la navaja del lucro, simulado,
destituido del sol de su nobleza
a maniatar los pobres inermes de los barrios.
Corrompe la alegría en los ruines boliches
donde violan su estirpe las tinturas y el agua
para estragar al hombre del jornal y enturbiarle
la raída inocencia que padece su canto.
Sale del vino un puño. Sale un grito. Le sale
la mala luz del odio, la artera puñalada.
Amanece en las celdas donde orina el desprecio
y llora roncamente su lágrima de espanto.
El vino mata al vino en la casa del pobre:
entra el domingo y salen las mujeres llorando.
Los niños desnutridos bostezan el asombro
y desde las tinieblas, solloza el desamparo.
Yo lo he visto en el monte, violento como un hacha,
beberse la quincena y amanecer vinagre.
me ha dolido en las carpas de los cosechadores
y en los rudos obrajes forestales del hambre.
De noche, en las tabernas de los puertos del mundo,
canta las afonías de los coros canallas.
Prostituido en la risa de la mujer caída
al hondo mudridero del sexo desterrado.

Ahí anda en cueros, lúbrico y a mitad de camino
del animal y el hombre, aullando, en cuatro patas,
etílico y sombrío, triste macho cabrío
cavando hacia lo oscuro la condición humana.
 

Hay que cuidar al vino usurero abstemio
que castra en las bodegas su magia milenaria
que, como un dios remoto, libera la alegría
en lo que el hombre tiene de campanario y pájaro.
Hay que salvar al vino de los brujos metálicos
que humillan y adulteran su índole de sangre,
para que vuelva puro a la mesa del hombre
y le llene la casa de júbilo fragante

 

 

León de Greiff

Medellín, Colombia- 1895 – 1976

Doble canción

                                                                                             I

Tengo una sed de vinos capitosos

-venusino furor, pugnas salaces,

ojos enloquecidos por el éxtasis,

bocas ebrias, frenéticos enlaces-.

 

Tú, Dinarzada, tú, fogosa mía,

tú, Melusina, vid de mis deseos:

 

¡dóname tu lagar tibio y recóndito!

quiero oprimir tus uvas!

 

                                 Y tus vinos

exprimir!

              -fulgurante filtro cálido

para mi sed de zumos citereos!

                                                                                          II

Tengo una sed de búdicos nirvanas

-xahareño no oír, callada acidia,

ojos enceguecidos por el éxtasis,

espiritual ardor, psíquica lidia-.

 

Tú, viaje azul, deliquio, noche intacta,

música..., oh tú, mi inasequible dueño:

           ¡llévame a tus refugios ataráxicos!

quiero tañer tus fibras!

 

                                             y el prodigio

de tu entraña exprimir!

                                             -don inefable

para mi sed de fugas y de ensueño.

 

 

Jorge Teillier

Chile - 1935 - 1996

Poema del vino
 

Silencioso en el umbral de todas las puertas
el ángel rojo del vino espera.
Y espera al principio de todos los caminos,
en las más perdidas calles de lejanas ciudades,
en todos los trenes tomados de improviso,
bajo todas las viejas lunas cantadas
por los viejos poetas, con una copa en la mano.
espera, con la llave de las casas donde aún no hemos
llegado
y que siempre esperamos ver abrirse.
 

Tras el oleaje manso de las colinas en invierno
el ángel del vino vela el sueño
de las cunas verdes de las vides que el viento mece.
Y cuando lo encierran bajo tierra
su sueño de resurrección
llena la copa que alzaremos en la Fiesta
y se une al nuestro.
Y de nuevo es verano en el mundo y aparece el noble tiempo
de los pájaros contemplados por los solitarios
en las cantinas de las aldeas
y los vagabundos y los desterrados
pueden leer la escritura de las nubes y los árboles.
Porque han vuelto los antiguos cortejos de los
alegres dioses, y para nosotros vuelve el día
donde la primera copa de vino llegó a nuestros labios
junto a los alimentos ofrecidos por padres y amigos
y extendidos sobre la florida mesa de la tierra
a quien bendecía la clara mirada del vino.

 

 

Nicanor Parra

Chile

Coplas del vino

 

Nervioso, pero sin duelo
A toda la concurrencia
Por la mala voz suplico
Perdón y condescendencia.
 

Con mi cara de ataúd
Y mis mariposas viejas
Yo también me hago presente
En esta solemne fiesta.
 

¿Hay algo, pregunto yo
Más noble que una botella
De vino bien conversado
Entre dos almas gemelas?
 

El vino tiene un poder
Que admira y que desconcierta
Transmuta la nieve en fuego
Y al fuego lo vuelve piedra.
 

El vino es todo, es el mar
Las botas de veinte leguas
La alfombra mágica, el sol
El loro de siete lenguas.
 

Algunos toman por sed
Otros por olvidar deudas
 

Y yo por ver lagartijas
Y sapos en las estrellas.
 

El hombre que no se bebe
Su copa sanguinolenta
No puede ser, creo yo
Cristiano de buena cepa.
 

El vino puede tomarse
En lata, cristal o greda
Pero es mejor en copihue
En fucsia o en azucena.
 

El pobre toma su trago
Para compensar las deudas
Que no se pueden pagar
Con lágrimas ni con huelgas.
 

Si me dieran a elegir
Entre diamantes y perlas
Yo elegiría un racimo
De uvas blancas y negras.
 

El ciego con una copa
Ve chispas y ve centellas
Y el cojo de nacimiento
Se pone a bailar la cueca.
 

El vino cuando se bebe
Con inspiración sincera
Sólo puede compararse
Al beso de una doncella.
 

Por todo lo cual levanto
Mi copa al sol de la noche
Y bebo el vino sagrado
Que hermana los corazones.

sed de fugas y de ensueño.

 

 

Andrés Bello

Caracas, Venezuela- 1781 – 1865

 

Hijo alado
de Dione,
no me riñas,
no te enojes,
si te digo
que los goces
no me tientan
de esos pobres
que mantienes
en prisiones.
 

Hechiceros,
¿quién lo niega?
son los ojos
de Filena;
pero mira
cómo el néctar
delicioso
de Madera
en la copa
centellea.
 

Tú prometes
bienandanza;
mas, ¿lo cumples?
¡Buena alhaja!
De los necios
que sonsacas,
unos llevan
calabazas;
otros viven
de esperanzas;
cuál se queja
de inconstancia;
cuál en celos
¡ay! se abrasa.
Baco alegre,
tú no engañas.
 

Hace el vino
maravillas;
esperanzas
vivifica;
da al cobarde
valentía;
a los rudos,
¡cómo inspira
Aunque gruña
la avaricia,
tú le rompes
la alcancía.
Y otra cosa,
que a tu lima
no hay secretos
que resistan.
 

Los amantes
infelices
por las selvas
y jardines
andan siempre
de escondite;
cabizbajos
lloran, gimen;
mas, ¡cuán otro
quien te sirve!
dios amable
de las vides.
Compañeros
apercibe
que en su gozo
participen.
Cantan, beben,
bullen, ríen.
 

-Mas Filena,
¿no te mueve?
-Niño alado,
vete, vete.
-Sus miradas
inocentes,
sus amables
esquiveces...
-¿No te marchas,
alcahuete?...
-Sus mejillas,
que parecen
frescas rosas
entre nieves...
-Cupidillo,
no me tientes.
 

-Sola ahora
por la calle
se pasea
de los sauces,
y las sombras
de la tarde
van cundiendo
por el valle.
Y la sigue
cierto amante
que maquina
desbancarte.
 

-¿Tirsi acaso?
-Tú lo has dicho.
-Oye, aguarda,
ya te sigo.
Compañeros,
me retiro.
Vuelo a verte,
dueño mío.

 

 

Horacio Ferrer

Montevideo, Uruguay - 1933

El vino enamorado

 

He muerto, amor, y muerto me reencarné en tu vino.
Bebéte vos mi cuerpo, renaceré en tu aorta.
Qué sobrehumanamente, por Dios, ya muerto y vivo
te esperará mi espectro caliente en cada copa.

Regreso de la nada trajeado de racimos,
tangueando entre los duendes de la bodega absorta,
allí donde los dioses lo encurdan al destino
y aprendo a ser tu vino, de pie sobre tu boca.

No me llorés, no ves que voy contigo,
varón de alcohol disuelto tras tu piel,
fiebre en tus éxtasis y mismo en tus desvelos,
no llorés, que así te quiero
como nadie quiso antes.

No me llorés, bebéme!, soy tu vino
y con mi cuerpo innumerable te amaré,
pájaro líquido en la cumbre de tu carne,
ya somos uno, mi amor, besáme.

De vino soy, de vino fanático de vida,
revivo por la hermosa catástrofe de amarte,
ya muerto y muerto te amo chorreando amor, querida,
qué escándalo de labios que voy a provocarte.

Nos barajó el misterio, la dicha que no había
de fermentarme entero y ser tu mar de amantes,
desciendo a tus aljibes incógnitos de mina
y embriago, una por una, las bocas de tu sangre.

Ay, amor,
renazco en vino enamorado
y, alma mía, te emborracho
de alegría.

 

 

Luis Benitez

Buenos Aires, Argentina

Oh! Trae el vino negro

 

¡Oh! Trae el vino negro,
que lleva su bosque, la tierra con muertos y vírgenes cegadoras
en un caudal desesperado hasta mi boca,
él mezcla la sangre y el semen del hombre para darle un hijo de mirada turbia.
Quiero los ojos de fuego y de mareas,
que no dejan entrar la muerte a mis palabras,
pero me acercan con alas de mojados papeles
a la risa hueca de mis huesos,
compañeros únicos y fieles en los años navegantes
que bajaron del útero conmigo, a este mundo de chinches y desgracias.
Trae el vino negro con tapón de seca calavera
que me hace oír en los cuartos vecinos
pianos tocados por mi espectro,
mientras el tiempo transcurre despacio entre los dedos
y puedo jugar con él y con sus rudos templos bailarines.
Sólo así puedo mirar tranquilo el mundo de la noche,
mientras el seco rostro del amor
me apaga lentamente cigarrillos sobre el estómago
y la garganta que pronunció su nombre se hace una cisterna,
donde chapotean ranas, triángulos, confusos centauros en desorden.
Trae el vino negro.
Esta noche quiero a todos mis fantasmas en las venas.
Ellos despertarán con sus besos,
la gloria, en nuestros entristecidos corazones.

 

 

Jorge Luis Borges

Argentina

Soneto al vino

 

En qué reino, en qué siglo, bajo qué silenciosa

conjunción de los astros, en qué secreto día

que el mármol no ha salvado, surgió la valerosa

y singular idea de inventar la alegría?

 

Con otoños de oro la inventaron. El vino

fluye rojo a lo largo de las generaciones

como el río del tiempo y en el arduo camino

nos prodiga su música, su fuego y sus leones.

 

En la noche de júbilo o en la jornada adversa

exalta la alegría o mitiga el espanto

el ditirambo nuevo que este día le canto

 

Otrora lo cantaron el arabe y el persa

Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia

como si ésta ya fuera ceniza en la memoria

 

 

 

Jaime Dávalos

Salta, Argentina

Temor del sábado

 

El patrón tiene miedo que se machen

con vino los mineros.
El sabe que les entra como un chorro
de gritos en el cuerpo.
 

Que enroscado en las cuevas de la sangre
les hallará el silencio,
el oscuro silencio de la piedra
que come sombra socavón adentro.
 

Que volverá, morado,
con bagualas del fondo de los huesos
su voz, golpeando dura como un puño
en el tambor del pecho.
 

Con pupilas abiertas como tajos
le pedirán aumento,
mientras quiebren, girando entre las manos,
el ala del sombrero,
 

y los ojos, de polvo y pena tristes,
les caigan como manchas sobre el suelo.
 

Hay que esconder el vino entre cerrojos,
el vino pendenciero.
 

Hay que esconder el vino como un crimen,
el vino pedigüeño.
Que ni una gota más caiga en la boca
desierta del minero,
 

donde el grito se tapa con la coca,
y con alcohol la sed de amor y besos.
Hay que esconder la primavera en sangre
del vino que descubre los secretos.
 

El patrón ha mandado que lo guarden
y se ha vuelto vinagre en el encierro,
de noche tiene vómitos y duendes
de luna que se bañan en su cuerpo.
 

Los ojos del patrón lo custodiaban
por arriba del sueño,
los ojos del patrón tienen dos ángeles
desvelados de miedo.

                                                      

 

De: El nombrador, 1966

 

 

Salvador Rueda

Málaga, España- 1857-  1933

La bacanal

 

Baco, encima de un carro reluciente,
va por torvas panteras arrastrado,
y en un vaso de plata cincelado
bebe la espuma del licor hirviente.
 

Un tazón de Laconia transparente,
bajo el dosel de pámpanas formado,
luce su primoroso modelado
junto a jarros y perlas del Oriente.
 

Muestran las cabelleras destrenzadas
en el carro triunfal nobles matronas
con las sacerdotisas inspiradas.
 

Y cubiertas de pieles de leonas,
van al pagano rito encadenadas
mujeres con laureles y coronas.

 

 

 

Dante Alighieri

 

“El vino siembra poesía

en los corazones.”

 

Anonimo Español

 

Oh licor de los licores

criado en las verdes matas.

Tu me puedes, tu me matas,

Te subes a la cabeza

y haces burlas de las patas.

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