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 oficios

Juan Gelman

Argentina

Confianzas

 

se sienta a la mesa y escribe
«con este poema no tomarás el poder» dice
«con estos versos no harás la Revolución» dice
«ni con miles de versos harás la Revolución» dice

y más: esos versos no han de servirle para
que peones maestros hacheros vivan mejor
coman mejor o él mismo coma viva mejor
ni para enamorar a una le servirán

no ganará plata con ellos
no entrará al cine gratis con ellos
no le darán ropa por ellos
no conseguirá tabaco o vino por ellos

ni papagayos ni bufandas ni barcos
ni toros ni paraguas conseguirá por ellos
si por ellos fuera la lluvia lo mojará
no alcanzará perdón o gracia por ellos

«con este poema no tomarás el poder» dice
«con estos versos no harás la Revolución» dice
«ni con miles de versos harás la Revolución» dice
se sienta a la mesa y escribe

Atahualpa Yupanqui

Pergamino, Argentina- 1908- 1992

El arriero

 

En las arenas bailan los remolinos,
el sol juega en el brillo del pedregal,
y prendido a la magia de los caminos,
el arriero va, el arriero va.
Es bandera de niebla su poncho al viento,
lo saludan las flautas del pajonal,
y animando la tropa por esos cerros,
el arriero va, el arriero va.
Las penas y las vaquitas
se van por la misma senda.
Las penas son de nosotros,
las vaquitas son ajenas.
Un degüello de soles muestra la tarde,
se han dormido las luces del pedregal,
y animando la tropa, dale que dale,
el arriero va, el arriero va.
Amalaya la noche traiga un recuerdo
que haga menos peso mi soledad.
Como sombra en la sombra por esos cerros,
el arriero va, el arriero va.

Carlos N. Carbone

Argentina

Arqueólogos y poetas

                                                                                    (a Gustavo García Saraví)

 

Todas las cosas necesitan tiempo.

 

Los arqueólogos y los poetas necesitan tiempo.

 

No se puede cavar en el desierto hoy

y mañana mismo redactar un informe de lo encontrado.

 

Tampoco se puede escribir alegremente un poema

                               sin cavar profundamente dentro de uno,

así nomás, escupir versos entre suspiros.

 

Como sabe un arqueólogo si ese hueso que encontró

                                                               no lo llevará a otro tiempo?

Como sabe un poeta si esa palabra no lo llevará a otro lugar?

Por ejemplo:

yo no se si aún es tiempo suficiente para saber

que hacer con algunos juguetes de mi infancia,

                que hago con la bicicleta roja rodado 24 que aún tengo con las rueditas?

                Y con el trompo?

                Y con el yo-yo que me regalo papá para jugar él?

                Que hago con la lecherita que vale doble?

                Y con el álbum y la gomera?.

 

No se porque todos apuran estas decisiones,

cuál es la urgencia, ese apuro          desmesurado.

 

Quien quiere hacer negocio con tanto apuro?

 

Adónde iremos cuando todo este resuelto?

 

Para que el arqueólogo si no hay piedras que romper?

 

Para que el poeta?.

José Coronel Urtecho

Nicaragua, 1906-1985

Rústica conjux

 

Sales en tu caballo con la aurora
y vas entre tus mozos la primera
a aventar el ganado a la quesera
donde la ternerada hambrienta llora.
¡Qué bien llevas tu rango de señora
junto con tus oficios de vaquera!
Tu corona es tu roja cabellera
que el sol naciente con sus rayos dora.
 

Después que ordeñas cuidas los terneros,
prensas los quesos, quemas los potreros,
y haces trabajos de carpintería.
Diosa campestre como Diana y Ceres,
así realiza todos tus quehaceres
desde el principio hasta el final del día.

Manuel del Cabral

República Dominicana, 1907- 1999

Negro sin zapatos

 

Hay en tus pies descalzos: graves amaneceres.
(Ya no podrán decir que es un siglo pequeño.)
El cielo se derrite rodando por tu espalda:
húmeda de trabajo, brillante de trabajo,
pero oscura de sueldo.

Yo no te vi dormido... Yo no te vi dormido...
aquellos pies descalzos
no te dejan dormir.

Tú ganas diez centavos, diez centavos por día.
Sin embargo,
tú los ganas tan limpios
tienes manos tan limpias,
que puede que tu casa sólo tenga.
Ropa sucia,
catre sucio,
carne sucia,
pero lavada la palabra: Hombre.

Edgar Ramírez Mella

Puerto Rico

Rueda vital

 

Soy un niño

balbuceo y aprendo palabras.

 

Soy un cazador

acecho y apreso palabras.

 

Soy un pescador

con cañas y redes atrapo palabras.

 

Soy un agricultor

siembro y cosecho palabras.

 

Soy un guerrero

combato y venzo palabras.

 

Soy un amante

conquisto y soy fiel con palabras.

 

Soy un poeta

descubro e invento palabras.

 

Soy un anciano

recuerdo y olvido palabras.

Gabriela Mistral

Vicuña, Chile- 1889- 1957

Manos de obreros

 

    Duras manos parecidas
a moluscos o alimañas;
color de humus o sollamadas
con un sollamo de salamandra,
y tremendamente hermosas
se alcen frescas o caigan cansadas.

    Amasa que amasa los barros,
tumba y tumba la piedra ácida
revueltas con nudos de cáñamo
o en algodones avergonzadas,
miradas ni vistas de nadie
sólo de la Tierra mágica.

    Parecidas a sus combos
o a sus picos, nunca a su alma;
a veces en ruedas locas,
como el lagarto rebanadas,
y después, Árbol-Adámico
viudo de sus ramas altas.

    Las oigo correr telares;
en hornos las miro abrasadas.
El yunque las deja entreabiertas
y el chorro de trigo apuñadas.

    Las he visto en bocaminas
y en canteras azuladas.
Remaron por mí en los barcos,
mordiendo las olas malas,
y mi huesa la harán justa
aunque no vieron mi espalda...

    A cada verano tejen
linos frescos como el agua.
Después encardan y peinan
el algodón y la lana,
y en las ropas de los niños
y de los héroes, cantan.

    Todas duermen de materias
y señales garabateadas.
Padre Zodíaco las toca
con el Toro y la Balanza.
¡Y como, dormidas, siguen
cavando o moliendo caña,
Jesucristo las toma y retiene
entre las suyas hasta el Alba!

Julio Carmona

Perú

Elogio de la escultura

 

                           "Cada pisada que pasó por un sendero

                         Dejó escrito en la piedra un telegrama."

                                                                  Pablo Neruda

 

Seduce su repertorio de herramientas obreriles,

Cautiva su espacio herido por secas lágrimas libres

Con que el yeso y el cemento fingiéronse proyectiles.

Sus esqueletos de fierro no son fantasmas horribles;

No hacen sino recordar que no basta lo que viste

Y lo que viste es la arcilla, de tierra y de agua humildes

Como todo lo que quiera ser un día reconocible.

Allí la madera estalla en astillas increíbles,

Y los dientes de los clavos muerden suaves superficies;

Está la arena dormida y el inservible caliche;

Dócil espera la esteca, la espátula aguarda triste;

Mallas y alambres son venas actuando como se pide

En las callecidas manos del aventurero artífice

Que se embarca en esa nave de velamen sin origen

Pero de puerto seguro (salvo mal tiempo o eclipse);

Las manos que alguna noche crearon caricias núbiles,

Y recorrieron sedientas trenzas, senos, muslos, ingles;

Manos que algún otro día columpiaron chiquilines,

Buscando sonrisas niñas, cosquillándoles lo triste,

Han de volverse tenazas, desnudarse lo sublime,

Amasadoras de arena como si fuera oro libre,

Orgullosas de su oficio de remotos albañiles,

De ellas saldrá la caricia de ojos vivos o vivibles,

El contacto de una mano en una piel que se oprime,

El ascenso y la caída del hombre que quiso irse

-con alas niñas- a donde llegará con paso firme;

y también, de aquellas manos, el herido por ser libre

y el heridor con su horror en el rostro y en el rifle.

Todo un recuerdo de auroras aún no vistas, presumibles,

Sueños como realidades que es el ser de lo posible,

Alimentando este mundo, sucedáneo de aquel tizne,

Pero despierto a la vida como lo simple o lo virgen.

 

del Libro Mester de obrería.

Ana María Intili

Tucumán, Argentina

Herencia

                                   a mis ancestros de

                                   Tufara, Campobasso.

 

Hunde tus manos

en la masa del recuerdo

saca los pedazos

júntalos

únelos

átalos

sentirás tu sangre

late en las cenizas

de los que se fueron.

Juan Antonio Corretjer

Ciales, Puerto Rico, 1908- 1985

alabanza a las manos

 

Oubao-Moin

 

El río de Corozal, el de la leyenda dorada.

La corriente arrastra oro. La corriente está ensangrentada.

El Río Manatuabón tiene la leyenda dorada.

La corriente arrastra oro. La corriente está ensangrentada.

El rio Cibuco escribe su nombre con letra dorada.

La corriente arrastra oro. La corriente está ensangrentada.

Allí se inventó un criadero. Allí el quinto se pagaba.

La tierra era de oro. La tierra está ensangrentada.

En donde hundió la arboleda su raíz en tierra dorada,

allí las ramas chorrean sangre. La arboleda está ensangrentada.

Donde dobló la frente india, bien sea tierra, bien sea agua,

bajo el peso de la cadena, entre los hierros de la ergástula,

allí la tierra hiede a sangre y el agua está ensangrentada.

Donde el negro quebró sus hombros, bien sea tierra o sea agua,

y su cuerpo marcó el carimbo y abrió el látigo su espalda,

allí la tierra hiede a sangre y el agua está ensangrentada.

Donde el blanco pobre ha sufrido los horrores de la peonada,

bajo el machete del mayoral y la libreta de jornada

y el abuso del señorito, allí sea tierra o allí sea agua,

allí la tierra está maldita y corre el agua envenenada.

 

Gloria a esas manos aborígenes porque trabajaban.

Gloria a esas manos negras porque trabajaban.

Gloria a esas manos blancas porque trabajaban.

De entre esas manos indias, negras, blancas,

de entre esas manos nos salió la patria.

Gloria a las manos que la mina excavaran.

Gloria a las manos que el ganado cuidaran.

Gloria a las manos que el tabaco, que la caña y el café sembraran.

Gloria a las manos que los pastos talaran.

Gloria a las manos que los bosques clarearan.

Gloria a las manos que los ríos y los caños y los mares bogaran.

Gloria a las manos que los caminos trabajaran.

Gloria a las manos que las casas levantaran.

Gloria a las manos que las ruedas giraran.

Gloria a las manos que las carreteras y los coches llevaran.

Gloria a las manos que las mulas y caballos ensillaran y desensillaran.

Gloria a las manos que los hatos de cabras pastaran.

Gloria a las manos que cuidaron de las piaras.

Gloria a las manos que las gallinas, los pavos y los patos criaran.

Gloria a todas las manos de todos los hombres y mujeres que trabajaron.

Porque ellas la patria amasaran.

Y gloria a las manos, a todas las manos que hoy trabajan

porque ellas constuyen y saldrá de ellas la nueva patria liberada.

¡La patria de todas las manos que trabajan!

Para ellas y para su patria, ¡Alabanza!, ¡Alabanza!

Roberto Fernández Retamar

La Habana, Cuba, 1930

Con las mismas manos

 

Con las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela.
llegué casi al amanecer, con las que pensé que serían ropas de trabajo,
pero los hombres y los muchachos que en sus harapos esperaban
todavía me dijeron señor.
Están en un caserón a medio derruir,
con unos cuantos catres y palos: allí pasan las noches
ahora en vez de dormir bajo los puentes o en los portales.
Uno sabe leer, y lo mandaron a buscar cuando supieron que yo tenía biblioteca.
(Es alto, luminoso, y usa una barbita en el insolente rostro mulato.)
Pasé por el que será el comedor escolar, hoy sólo señalado por una zapata
sobre la cual mi amigo traza con su dedo en el aire ventanales y puertas.
Atrás estaban las piedras, y un grupo de muchachos
las trasladaban en veloces carretillas. Yo pedí una
y me eché a aprender el trabajo elemental de los hombres elementales.
Luego tuve mi primera pala y tomé el agua silvestre de los trabajadores,
y, fatigado, pensé en ti, en aquella vez
que estuviste recogiendo una cosecha hasta que la vista se te nublaba
como ahora a mí.
¡Qué lejos estábamos de las cosas verdaderas,
amor, qué lejos —como uno de otro!
La conversación y el almuerzo
fueron merecidos, y la amistad del pastor.
Hasta hubo una pareja de enamorados
que se ruborizaban cuando los señalábamos, riendo
fumando, después del café.
No hay momento
en que no piense en ti.
Hoy quizá más,
y mientras ayude a construir esta
escuela
con las mismas manos de acariciarte

Miguel Crispín Sotomayor

Cuba

Amanecer campesino

  

Los gallos cantan.

Es la hora de abandonar el calor de la cama

la mujer

y calzar “rompepiedras”.

 

Es la hora de beber una taza de café

en la puerta del bohío

y de mirar al cielo

para descubrir  las nubes

que decidirán la próxima cosecha.  

 

Es la hora de ordeñar las vacas

recoger los bueyes

cargar el agua del día

y romper la tierra.

 

Es la hora del rocío y del alba    para el poeta.  

 

Tomado del poemario “En la Distancia” (Mozambique ,1978-80)

Rafael Alberti

España, 1902-1999

Salas de los infantes (Pregón del amanecer)

 

   ¡Arriba, trabajadores
madrugadores!

   ¡En una mulita parda
baja la aurora a la plaza
el aura de los clamores,
trabajadores!

   ¡Toquen el cuerno los cazadores;
hinquen el hacha los leñadores;
a los pinares el ganadico,
pastores!

Rafael Cadenas

Barquisimeto, Venezuela, 1930

 

Agrio portero nos aturde ahora.
Antes veló por nosotros, y ya azuza esfigies, sentencias, contenciones.

Shu Ting

Jinjiang, China- 1952

La línea de producción

 

Noche tras noche,
la línea de producción del tiempo.
Luego del trabajo,
nos acercamos a casa
cuando las estrellas se reúnen para cruzar el cielo.
Por encima de una línea de árboles jóvenes.
Las estrellas deben estar exhaustas
luego de milenios
y sin cambios en su itinerario,
y la plenitud, el color,
de los árboles anémicos
maltrechos por el humo de la hulla.

Gabriel Impaglione

Argentina

Albañiles

 

Piedra sobre piedra

bajo la luz del pan

y el arte de enhebrar

las manos en la altura.

 

De: Explicaciones con mar y tros elementos, UniService, Trento.2007

Fransiles Gallardo

Perú

A los ingenieros de Perú

 

Un badilejo   una escuadra   un cordel 

unos planos     

ilusiones compartidas    quimeras del alma

una red

 

un casco hecho canción

 

el mar en los ojos   en la mirada los andes

verde manto en las manos    amazonía  verde

 

Perú nuestro  de cada día  que estás en la tierra

taladro diamantino en nuestro corazón

 

estremecido   indómito   cautivante

 

labrada piedra   ingeniero peruano   ingeniero

 

gaviota en los andes

pájaro carpintero de los arenales

venadito de los mares y el cielo

 

domador de esperanzas   albañil  de vida

picapedrero insomne de amaneceres nuevos

 

justo  en el amor   en la alegría certero

 

peruano   ingeniero   peruano

del mundo   en el mundo   para el mundo

 

estremecido   indómito   cautivante

 

desde  este rincón   me inclino

Amalia Carrera

Colombia

Tiempo de artistas

 

Este día,

             Del trabajo habitual de los cobardes,

Volvieron a enloquecerse los cantores,

Los poetas se subieron a las mesas,

Reventaron sus cuerdas las guitarras,

Los papeles se llenaron de palabras;

La ciudad,

                 En su letargo

                                       Enmudecida,

Respiraba del amor

                                La fantasía.

Este día,

                 Este día extraño,

Este día que detuvo el día

                                        Y lo entregó a la vida,

Sembró sus amores en tu vientre

Abrió ventanas en tus manos frías

Dejó entrar el sol

                                 Y la alegría.

Mireya Torres

Santiago, Chile

Amo la tierra, soy alfarera

 

Modelo, tallo, observo,

mi trabajo va tomando forma,

mis manos se deslizan

entre el agua y la arcilla.

El barro canta entre mis manos,

al modelar mi cacharro

le doy el hálito que necesita

para que vuelva a la vida.

La música la pone el torno

y yo soy el instrumento

que ellos desean

para cobrar vida.

Amo la tierra,

amo el agua,

ellos me dan aliento

y sentido a la vida.

La naturaleza

encuentra su lugar

y en mí crea.

Amo el agua,

amo el sol,

amo la tierra.

Soy alfarera.

Alberto Luis Ponzo

Argentina

El oficio

 

Escribo con el tiempo
con el fuego en los dedos
sobre el muro del día.
 

Escribo cuando duermo y no me escuchan
escribo para despertar
escribo dando vueltas como un pájaro
escribo en el aire y en la tierra.
 

Escribo porque no tengo otro lugar
porque mis hijos me preguntan
escribo para contestarles
para mirarlos diariamente.
 

Escribo con los brazos que encuentro
escribo para el mundo que no encuentro.
 

Escribo
para no repetirme

Víctor Jara

Lonquen, Chile-  1932-1973

Lo unico que tengo
 

Quien me iba a decir a mi
como me iba a imaginar
si yo no tengo un lugar.
Si yo no tengo un lugar
en la tierra.

 

Y mis manos son lo único que tengo
y mis manos son mi amor y mi sustento.

 

No hay casa donde llegar
mi paire y mi maire estan
mas lejos de este barrial.
Mas lejos de este barrial
que una estrella.

 

Y mis manos son lo único que tengo
y mis manos son mi amor y mi sustento.

 

Quien me iba a decir a mi
que yo me iba a enamorar
cuando no tengo un lugar.
Cuando no tengo un lugar
en la tierra.

 

Y mis manos son lo único que tengo
y mis manos son mi amor y mi sustento.

Miguel Hernández

España, 1910- 1942

Jornaleros
 

Jornaleros que habéis cobrado en plomo
sufrimientos, trabajos y dineros.
Cuerpos de sometido y alto lomo:
jornaleros.
 

Españoles que España habéis ganado
labrándola entre lluvias y entre soles.
Rabadanes del hambre y el arado:
españoles.
 

Esta España que, nunca satisfecha
de malograr la flor de la cizaña,
de una cosecha pasa a otra cosecha:
esta España.
 

Poderoso homenaje a las encinas,
homenaje del toro y el coloso,
homenaje de páramos y minas
poderoso.
 

Esta España que habéis amamantado
con sudores y empujes de montaña,
codician los que nunca han cultivado
esta España.
 

¿Dejaremos llevar cobardemente
riquezas que han forjado nuestros remos?
¿Campos que ha humedecido nuestra frente
dejaremos?
 

Adelanta, español, una tormenta
de martillos y hoces: ruge y canta.
Tu porvenir, tu orgullo, tu herramienta
adelanta.
 

Los verdugos, ejemplo de tiranos,
Hitler y Mussolini labran yugos.
Sumid en un retrete de gusanos
los verdugos.
 

Ellos, ellos nos traen una cadena
de cárceles, miserias y atropellos.
¿Quién España destruye y desordena?
¡Ellos!¡Ellos!
 

Fuera, fuera, ladrones de naciones,
guardianes de la cúpula banquera,
cluecas del capital y sus doblones:
¡fuera, fuera!
 

Arrojados seréis como basura
de todas partes y de todos lados.
No habrá para vosotros sepultura,
arrojados.
 

La saliva será vuestra mortaja,
vuestro final la bota vengativa,
y sólo os dará sombra, paz y caja
la saliva.
 

Jornaleros: España, loma a loma,
es de gañanes, pobres y braceros.
¡No permitáis que el rico se la coma,
jornaleros!

María Teresa Andruetto

Córdoba, Argentina

Tendedero

 

Mi madre cuelga ropa en la soga,

echa al sol nuestras cosas: blusitas,

pañales, toallones...

 

(... ya no azula las prendas con azul

de lavar)

 

A veces se queda mirando la espuma

y en el fondo de su corazón

grita una niña.

 

Ella la friega, la estruja,

(... y la niña tiembla

en la tarde limpia).

 

De: Kodac.

Indran Amirthanayagam

Sry Lanka

Paseador de perros

 

Como el paseador de perros

el poeta anda en la calle

con paso firme

y cara adusta,

25 cinco libros

no vendidos

atados a su cinta.

Pepe Sánchez

Cuba

Mago de la luz

 

                     para el fotógrafo, Raúl Aguilar,

                         mi amigo y hermano de la luz

 

La Luz es una intrusa inmóvil

en el temblor fecundo de sus sueños.

Pareciera que en su lente, río sin orillas,

la ciudad es un himno de nostalgia,

un fervor sacudido por la memoria,

bebiendo del musgo ancestral de los muros.

 

Este Mago de la Luz

se deja seducir por los espacios abiertos

como si fueran los labios, sedientos y lluviosos,

de una mujer recostada a la noche.

Deja trazos ansiosos, espigas de miradas

y dardos de fe y silencio

sobre la pátina sugerente de sus fotos.

 

Uno puede imaginar que la infancia

perdió su equipaje de duende menor,

de luciérnaga irredenta y pertinaz,

en algún escondrijo culpable de sus ojos;

que el tiempo es el mejor cómplice de sus dedos,

temblorosos, buscando a contra luz,

cómo dejar constancia del milagro,

atrapar en un solo as de magia

la desnudez irrepetible de ese instante.

 

Toluca, Estado de México,18 de Septiembre del 2002

Pablo Mora 

Venezuela

Oda al obrero

 

Sangre sed sudor 
sangras hombría y sed de amor 
sientes sed sudas semillas 
suenas a barro sufres a cántaros 
suspiras por la lluvia y por el sol 
sonríes ante el florecer 
siembras callos 
semillas te circundan 
surcos abres con tus huellas 
sabio de semillas y sembrados 
sembrador de gloria 
segador de frutos 
soñador de surcos 
sangras sudas y surges entre todos 
Obrero de mi llano 
obrero de mi monte 
obrero de mi aldea 
señor de los señores 
salvador del agro y del verdor 
siglos te coronan 
siglos coronan tu gloria y tu sudor 
sol de toda aurora 
soldado de toda patria 
soldado del arado 
soldado del trapiche 
soldado del molino 
soldado del viento y del amor 
sal del mundo y sus riquezas 
salmista de los valles y veredas 
sacerdote del trabajo 
semillero del tiempo y la esperanza 
sacristán del pan y sacristán del vino 
sobradamente conocemos tu sed 
y tu sudor y tu sequía y tu simplísimo salario 
Sobran siempre tus salvadores 
y nunca viene el salvador 
mas tú sigues siendo 
el surtidor del verde de la espera 
Ser vivo 
sirves 
sufres 
sobórnante 
sobrecárgante 
sudas 
surcas 
siembras 
sueñas 
sufres y 
surges y 
sobrevives entre todos 
Solícito obrero universal 
simple y llanamente campesino 
sobre un mundo de metales 
sumergido 
menos hombre 
más máquina 
más pobre cada día 
Sobran semillas 
Sé el propio segador de tu sembrado 
Semillas te pedirán mañana 
Sal de tu sueño salte de tu sombra 
Surge 
Siega y siembra 
Siembra y segarás 
Sal de tu pozo salta de tu sueño 
Sumérgete en el campo 
¡Tú solo eres un sol alienta brilla! 

César Vallejo

Perú, 1892- 1937

Los mineros salieron de la mina

 

Los mineros salieron de la mina
remontando sus ruinas venideras,
fajaron su salud con estampidos
y, elaborando su función mental
cerraron con sus voces
el socavón, en forma de síntoma profundo.
 

¡Era de ver sus polvos corrosivos!
¡Era de oír sus óxidos de altura!
Cuñas de boca, yunques de boca, aparatos de boca (¡Es formidable!)
 

El orden de sus túmulos,
sus inducciones plásticas, sus respuestas corales,
agolpáronse al pie de ígneos percances
y airente amarillura conocieron los trístidos y tristes,
imbuidos
del metal que se acaba, del metaloide pálido y pequeño.
 

Craneados de labor,
y calzados de cuero de vizcacha,
calzados de senderos infinitos,
y los ojos de físico llorar,
creadores de la profundidad,
saben, a cielo intermitente de escalera,
bajar mirando para arriba,
saben subir mirando para abajo.
 

¡Loor al antiguo juego de su naturaleza,
a sus insomnes órganos, a su saliva rústica!
¡Temple, filo y punta, a sus pestañas!
¡Crezcan la yerba, el liquen y la rana en sus adverbios!
¡Felpa de hierro a sus nupciales sábanas!
¡Mujeres hasta abajo, sus mujeres!
¡Mucha felicidad para los suyos!
¡Son algo portentoso, los mineros
remontando sus ruinas venideras,
elaborando su función mental
y abriendo con sus voces
el socavón, en forma de síntoma profundo!
¡Loor a su naturaleza amarillenta,
a su linterna mágica,
a sus cubos y rombos, a sus percances plásticos,
a sus ojazos de seis nervios ópticos
y a sus hijos que juegan en la iglesia
y a sus tácitos padres infantiles!
¡Salud, oh creadores de la profundidad...! (Es formidable.)

Raúl González Tuñón

Argentina , 1905- 1974

Prohibido celebrar el Primero de Mayo

 

En la profunda soledad de las fábricas grises
En la oscura herramienta silenciosa
En los quietos arados pensativos
En las minas que guardan el secreto del tiempo
En los puertos que esperan con las naves calladas
En los hangares pálidos y el petróleo cautivo
En el olor a bosque derramado de los aserraderos musicales
En la estación que invaden las libres mariposas
En el bostezo de las frías oficinas
En el libro cerrado sobre la mesa familiar
En la lámpara sola que alumbró la vigilia
En los niños que sueñan con las islas distantes
En el canto que cantan los arrieros y el grillo
En la lluvia que hace nacer las azucenas
En el aire en el fuego en el agua en la tierra
Nosotros nos hacemos presentes con el día.
Nosotros los proscriptos miramos allá lejos
Donde la primavera perdida está esperando

Antonio Machado

España, 1875- 1939

Soledades a un maestro

I

No es profesor de energía

Francisco de Icaza,

sino de melancolía.

 

II

De su raza vieja

tiene la palabra corta,

honda la sentencia.

 

III

Como el olivar,

mucho fruto lleva

poca sombra da

 

IV

En su claro verso

se canta y medita

sin grito ni ceño.

 

V

y en perfecto rimo

-así a la vera del agua

el doble chopo del río-.

 

VI

Sus cantares llevan

agua de remanso,

que parece quieta.

y que no lo está;

más no tiene prisa

por ir a la mar.

 

VII

Tienen sus canciones

aromas y acíbar

de viejos amores.

 

Y del indio sol

madurez de fruta

de rico sabor

 

VIII

Francisco de Icaza,

de la España vieja,

y de Nueva España,

que en áureo centén

se graben tu lira

y tu perfil de virrey.

 

Elvio Romero

Paraguay, 1926- 2004

Fraternidad del fusil

 

Con mis dedos lo acaricio,

tenaz y fiel compañero.
Su inquebrantable amistad
me enseña como un ejemplo
lo que es lidiar sin flaquezas,
sirviendo de parapeto
contra las balas que llegan
buscando encontrar los cuerpos.
 

Con aspereza acaricio
su frío metal de acero,
oscuro túnel cargado
que en los minutos intensos
de la contienda enrojece,
se nombra y late en el fuego.
 

De inquebrantable amistad,
lo sé, lo palpo, lo siento:
lo comprendo cuando vamos
camino de bosque adentro,
y buscando su calor,
al caño negro me aferro.
 

¡Qué erguido cuando entre sombras
avanza mi regimiento!
¡Qué firme cuando penetra
malezas, firme guerrero!
 

Este fusil es amigo
que me acompaña en el hecho
de sangre que se desata
por una verdad de pueblo.
 

Y cuando llega la noche
-posada en el campamento-
después de ver la jornada
del plomo en su caño experto
(sin que duerman esos hombres
tendidos sobre sus puestos),
reposa a mi lado, en frío,
tenaz, a medias despierto
como yo, como los otros,
que no olvidamos el eco
de los pasos rezagados
del enemigo siniestro.
 

Lo acaricio con mis manos;
fusil gozoso en el duelo
terrible de la contienda;
siempre nombrando a un encuentro
de balas que al aire silban
sin dar al viento sosiego.
Entonces en la batalla
cuando se nombra a este pueblo,
se templa en un rojo vivo,
gozoso mira, y soberbio
perfila su boca negra
destacándose primero.
Lúcido hermano y amigo,
sobre mis brazos lo siento.
 

Ayer le dijo a la muerte:
-«No vengas, porque te espero;
que el pueblo desnudo y pobre
disputa, pleno de esfuerzos,
con fin de aplastar las ratas
cobardes, llenas de miedo.»
 

Lo palpo y lo siento mío,
parapeto de mi cuerpo.
 

Héctor Alcedo Cayetano

Pasco, Perú, 1969

A la embriagada voz del artista

 

            Zenobio Daga Sapaico, en la inmensidad

                           de su amor universal: la música.

 

Aparece el artista

de manos temblorosas,

en las febriles calles

se oye la melodía

de su profética voz;

el diminuto instrumento

visita el destino

de los verbos en reposo.

 

Las virtuosas cuerdas

recorren como riachuelos,

el eco huye por las sórdidas avenidas

para ocultarse

en los surcos del mismo labio.

 

Violinista,

desde la oscura cárcel

de tus ojos embrujados,

hago reverencia

a tu embriagado corazón

que calla

como el hielo

en invierno.

 

Ingrata ceniza,

detén los caminos

para saludar la voz

del artista

que se oculta

tras las cuerdas

del diminuto eco

de la muerte.

 

Se avecina la llovizna

en los andes,

la música tirita

y las ciudades se disipan

en sus adentros eternos.

Santiago Bao

Villa Gesell -Bs.As. Argentina

Cortinas

 

Durante todas las vacaciones

que tuve en el colegio secundario

trabajé en una fábrica de cortinas

de junco isleño.

Medía y cortaba sombras,

hacía un rollo y las ataba con hilo

para desplegar la oportunidad de la luz

en las ventanas estivales.

Había un gran telar

que cuando funcionaba

ponía en movimiento con estruendo

de marcha, su ejército

constructor de tinieblas.

La naturaleza del material

les otorgaba una duración limitada,

se secaban los juncos o los hilos

o directamente se pudrían

y la luz se filtraba nuevamente

enfrentando con éxito a lo perecedero.

Luego llegaron otros materiales

y esta actividad fue desapareciendo.

 

De aquellos años recuerdo

mi sencilla artesanía de hacedor

de inocentes sombras fugaces,

de verdosos sube y bajas pasajeros.

Después, los años insistieron

en sumergirme en otras sombras

más tenaces, sin haber logrado siquiera

conservar aquel filoso cuchillito

con el que parcelaba la oscuridad

cortando los hilos

de aquella cinta continua

que desfilaba con sus soldados de juncos

en los frescos galpones suburbanos.

Rolando Revagliatti

Buenos Aires, Argentina

Travesía

 

El intrepidísimo navegante solitario, boca abajo sobre una tabla que en absoluto es más que la tabla de una mesa, con brazos y piernas abiertos y extendidos y, sin rigor, usando estos miembros a modo de remos, surca la inmensidad del océano. Se divierte, hace ruidos con la boca, farfulla. Luce tres prendas: gorro para ducha, calzoncillo anatómico con elástico tipo faja y medias de lana.

—¡Una roca!... ¡Cuidad el palo menor! ¡Que no se abolle la eslora!... ¡Aplicaos a una labor intensa y desmesurada!... ¡Subordinación y subordinación!... ¡Nada de tejer ahora!... ¡Proteged la nave! ¡Cuidad de que no encallemos!... ¡No escupáis como gesto de irrefrenable enojo! ¡Os vi, os vi, corbetero de segunda!...

Abandona ese juego. Se moja la cabeza en el agua. Mira a lo lejos.

—Uia... Esa nube no estaba... Si tuviera un arco te tiraba una flecha, te hacía bajar la frente. ¿Qué, no es tu manera de reír, llover?... Vení, llovéme..., que acá hay un pecho...

Es una mañana luminosa. Los tiburones duermen: sueñan con deliciosos navegantes solitarios.

—¡Yo soy bueno!... ¡Soy un buen pibe!... ¡Un buen soldado, capitán! ¡Un buen náufrago, doctor! ¡Un buen ányelus! ¡Un buen orquestador del atardecer!... ¡Un buen marrano que se cagó en su propia boca, se puso en penitencia, se dejó peinar, se arremangó las piernas y está acá!...

Brisa fresca. Es martes.

—¡Refrescando, caracho!

Meduloso. Es noviembre.

—Pensemos en un puerto. Y en un fondín. En un viejo poseído por el vino declarándome su corrupción transparente. Me quiere regalar su camisa y jura que me parezco a él, a las rodajas de sus hijos, jura, él jura, dentro de los sándwiches de todos los fondines del puerto.

Se exalta. Ya van a ver: signos de admiración.

—¡Me quiere convertir en una oreja, en una cama! ¡Me quiere abrazar con su aliento! ¡Qué solidario!... ¡Yo apenas puedo conmigo, caballero! ¡Apenas me puedo dejar zarandear y golpear por alguna adversidad que yo elija! ¡¿O se cree que no me conduelo de mí?! ¡Ni una boya, ni una! ¿Usted me entiende? ¡Ni una! ¡Ni una!...

Se pone de pie. Tormenta.

—¡Yo quería ir hacia allá!...

Trata de señalar, pero la tabla se mueve. Chaparrón.

—¡¿Vas a amainar de una vez?! ¿Vas?... ¿Eh?... ¿Sí?... ¡Soberbios! ¡Cenagosos! ¡Una vez barrí mi casa grande con una escoba nueva! ¡Y maté a una hormiga con una cucharita! ¡Y sepulté un juguete de mi amigo! ¡Y le apreté la clavija al guitarrón pero rompí la cuerda! ¡El vino no! ¡Mámese usted, si quiere! ¡Usted es un empedernido condenado!...

Cede la tormenta. El osado navegante solitario se calma, cede. Hace flexiones. Después:

—Confidencialmente, yo pienso en mi saltimbanqui interior. Irrespetuoso, forajido... Soy un escrutador feroz.

Anochece. La luna desciende sobre él: queda a unos cincuenta centímetros. Media luna. El todavía no se da cuenta.

—Un escrutador como me gustaría que hubiera otro. Uno siempre busca equipararse, aunque no haya una intención aviesa. Son las ganas de uno de resultar imprescindible. ¡Qué capítulo, señor, escribiríamos todos si no tuviéramos que remar!... Es que uno, se obstina en no ser un buen pez. Pero, ya se sabe, pulmones no son branquias, branquias no son pulmones.

Sin mirar directamente a la media luna:

—¿Y a vos quién te conoce? ¿Te mandaron a espiarme? ¿Traés algún mensaje? ¿O querés que te diga un versito?... Sos una desamorada. Te sacaste las plumas pero es inútil. Me pongo veleidoso cuando me persiguen. Supe renunciar a vos, también. ¡Me soy tan obediente ahora! Vos no lo creerías ni en cien siglos, que ya sé, para vos es nada. ¡Ay, luna, yo te conozco, no me pude olvidar de vos! ¡Entré a tu dormitorio tantas veces! “Sos un seductor...” ¿Yo, un seductor?... Te regué mis vocablos más irreproducibles. Te extorsioné con un fervor diletante. Autorizaste mi impulsividad y toleraste que instalara mi corte deprimida.

Mira a la media luna.

—Pero yo prefiero que te vayas, ahora. Te quiero mucho, sí, te quiero mucho. Estoy demasiado inmerso en mis propios pozos. Y sucuchos. Un chico se cayó por una de mis grietas. Todavía podría decirte cosas que nunca te dije. Atorarme con tu luz. Pero yo prefiero que te vayas, ahora.

La media luna asciende con lentitud. Al rato, amanece. El navegante solitario observa el horizonte con un prismático que simula con sus manos. Playa a la vista. Hacia allí navega. Sin proponérselo. Sin verdaderamente proponérselo. Mujer desnuda en la playa a la vista (con anteojos oscuros y pulseras), que habla, discierne y se unta con protector solar:

—Todas mis tías muy febriles, muy bienhechoras, un nudo al lado de otro nudo. Pero mamita, no es la primera vez. Pero mamita, no es la segunda vez. ¡Pero mamita, no es la última vez, esa vez!... ¡Todos los mil ojos, las mil empastadas rodillas de mis primas, las mil putas absortas trompas de Eustaquio oyéndome desangrar, y nada! ¡Quienquiera puede levantarse la camiseta; yo, no! ¡Burras, burras! ¡Mujeres rellenas de algodón!... La docilidad para esto: una escarapela. Para aquello otro: firmes, escrupulosas, inexpugnables: otra escarapela. ¡Pervertidas! Mamá pervertida, pobre. Tías con el camisón triste. Esponjosas comedoras de chocolate. Bofe suculento, sí, para el gato que se comió al ratón, que se había comido a la araña, la que se había comido a la mosca. A ver, querida: plisá tus labios menores, que yo lo haré con los míos. Por favor, reprime tu virulenta condición, tus ansias de conocimiento desmesurado. No juguetees, no me alarmes, querida. No me juguetees a mí. No me estimules, no me hagas aparecer. Eso. ¡Eso es un nudo al lado de otro! Que nada se desate. Todas atadas, apenas entornadas, como para no morirse definidamente. ¡Puaaajj!...

El navegante deja de observar con el prismático.

—Encallé..., encallé...

Camina unos pasos por la orilla, perplejo.

—¿Dónde estaba esta costa, esta arena suave?... ¿Qué hago yo conmigo ahora? ¡¿Qué hago yo conmigo ahora?!...

La mujer se saca los anteojos y mira al navegante. Este, intentando quitarse las medias, pierde el equilibrio.

 

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