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Conversaciones 7

Susana MaccióGuillermo Eduardo Pilía - Sandra Cornejo -

Eugenio Mandrini -  Carlos Enrique Berbeglia - Santiago Espel - Roberto Cignoni - 

Susana Macció: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

Susana Macció nació el 26 de agosto de 1959 en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, y reside en la ciudad de Don Torcuato, provincia de Buenos Aires.

Egresó en 1981 de la carrera de Diseño Gráfico y Publicidad en la Escuela Panamericana de Arte. Ha sido difundida en revistas soporte papel y en medios digitales. Participó en el volumen colectivo “Travesía”, Ediciones Topatumba, 1997. Es a través de Alloni / Proa Editores que se publica en 2009 su poemario “Bajo la intemperie del sol”.

 

1 — Sos torcuatense por adopción.

 

SM — Tenía seis años cuando nos mudamos a esta localidad que nunca abandonaré. La que fue declarada ciudad cuando yo tendría quince; y, a pesar de eso, continúa conservando la idiosincrasia de un pueblo. Las construcciones no pueden superar los tres pisos; la mayoría son casas con frondosos parques. Eso permite un cielo abierto dónde las veredas tienen una parte de césped y muchos árboles y nos ofrece un paisaje acogedor cuyo atardecer —hendido de pronto en un abrupto silencio— desciende lento y sumiso. Desde hace veintinueve años me desempeño como preceptora en el colegio al que asistí durante la primaria. Tarea apasionante en el acompañamiento y formación de los adolescentes.

 

2 —¿Cuándo comenzaste a interesarte por la poesía?

 

SM — A los trece años mi padre me dio a conocer a Gabriel García Márquez regalándome “Cien años de soledad”. Él y mi madre, si bien no habían logrado cursar estudios secundarios, se venían ocupando desde siempre en proporcionarme lo necesario para satisfacer mi predisposición a la lectura. Querían, seguramente, que yo llegara “lo más allá” posible. Y fui accediendo, incontenible, a esas pócimas mágicas que se beben ignorando las profundas consecuencias de su narcosis. Por caminos inciertos, siempre en otro lado —otras perspectivas—, nutriéndome con autores como Johannes Hessen y su “Teoría del conocimiento”, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Pablo Neruda, Gustavo Adolfo Bécquer, Antonio Porchia, Alfonsina Storni, Almafuerte: cuanto pasara por mis manos y mis ojos. Leía y escribía trastabillando con las palabras hasta que logré hacer foco, por vez primera, cuando me incorporé al taller literario del poeta Gianni Siccardi, ineludible puerto desde el que parto y al que regreso, zigzagueante. Sigo trastabillando pero ahora con otra conciencia.

Esto que te cuento me conduce a evocar lo que escribió Victor Hugo: “Todo hombre es libre de ir o no ir a ese terrible promontorio del pensamiento desde el cual se divisan las tinieblas. Si no va, se queda en la vida ordinaria, en la conciencia ordinaria, en la virtud ordinaria; y está bien. Para el reposo interior, es evidentemente lo mejor. Si va a esa cima queda apresado. Las profundas olas del prodigio se le han mostrado. Nadie va impunemente a ese océano. Desde ese momento será el pensador dilatado, agrandado pero flotante; es decir, el soñador. Un extremo de su espíritu lindará con el poeta y el otro con el profeta. Cierta cantidad de él pertenece ahora a las sombras. Lo ilimitado entra en su vida, en su conciencia. Se convierte en un ser extraordinario para los otros hombres, pues tiene una medida distinta que la de ellos. Tiene deberes que ellos no conocen.”

 

3 — ¿Y cómo has lidiado con el trastabillar?

 

          SM — Mis expectativas de vida fueron tener una familia y ser escritora. En 1982 me casé y, de ese matrimonio, nacieron mis tres hijos —un varón y dos mujeres. Esa relación duró diecinueve años; a partir de entonces tuve que ponerme al frente del hogar. Alternar la vida interior (inundada de palabras y búsquedas) con el mundo y los avatares del trabajo y la maternidad, es como tener dos vidas; traicionar a las dos y no lograr satisfacer ninguna. Pero estaban allí, ambas, invocadas vehementemente, y sí, había que lidiar con ellas. No fue nada fácil.

 

 4 — ¿Y el diseño gráfico?

 

          SM — Me desempeñé en la profesión muy poco tiempo. Me faltó temple para moverme dentro de un medio tan fluctuante y competitivo. En cierto momento intenté incursionar nuevamente, pero no estaba preparada para la tecnología. Tuve que elegir entre actualizarme o darle rienda suelta a la escritura. Me anoté en la Universidad de Buenos Aires en la carrera de Letras. Si bien considero que todo conocimiento es bienvenido, la universidad no me enseñaba a escribir, por lo tanto, abandoné.  Actualmente diagramo una revista de distribución zonal que no deja de ser una experiencia provechosa.

Preferí transitar los primeros avistamientos de la poesía: exquisitas jornadas de descubrimientos y encuentros con la sustancia poética. El taller de Gianni estaba en otra dimensión. No se trataba de acariciar los egos ni de frotar la lámpara para que saltara el genio. Era una fuente de la que brotaban Edgar Bayley, Robert Desnos, Raúl Gustavo Aguirre, Paul Eluard, Murilo Mendes, Li Po, Olga Orozco, Salvatore Quasimodo, Blaise Cendrars, Enrique Molina, Guillaume Apollinaire… Organizaba olimpíadas en las que la palabra era la antorcha que saltaba de mano en mano, cargada de fuego y alegría. Improvisábamos textos con vocablos disparadores, cadáveres exquisitos, jugábamos reemplazando sustantivos, adjetivos, verbos. Y recibíamos invitados: Francisco Madariaga, María Meleck Vivanco, Mario Trejo, Dolores Etchecopar…

 

5 — Ese poeta de tus primeros avistamientos tenía una imprenta.

 

          SM — La tuvo —Talleres Gráficos Zeta— cuando varios de los integrantes del taller participamos del armado —impresión, corte y doblado— de “Travesía”, el volumen que presentamos en 1997 en el marco del Primer Congreso Internacional de Poetas y Escritores que se realizó en San Marcos Sierra y Cruz del Eje, provincia de Córdoba, organizado por Andrés Utello. La selección estuvo a cargo de Gianni y el prólogo fue redactado por los autores (César Balaguer, Roberto Broullon, Danielle Camus, Elena Garritani, Cristian Perenyi, Mercedes Nuñez, Eugenio Siccardi, Susana Rossi y yo): “Tratábamos de escribir poesía y no estábamos conformes con los resultados. Cada uno se preguntaba si en el lenguaje de la poesía existirían —como en la música o en la pintura— elementos que pudieran hacerse conscientes. (…)”

          Aquel encuentro fue muy cálido, los cordobeses nos recibieron con afecto y fervor. Nos alojaron en sus casas. La concurrencia fue numerosa. Durante tres días hubo ponencias, debates, lecturas… El intenso calor no logró amedrentarnos. Entre muchos escritores, varios de San Marcos Sierra y otras localidades cordobesas y de otras provincias, recuerdo a Ricardo Rubio, Alberto Luis Ponzo, el paraguayo Elvio Romero, el chileno Gonzalo Rojas.

 

6 — Cinco años después falleció Siccardi.

 

          SM — Y fue para nosotros un golpe certero al corazón. Nos empezamos a reunir, leer, recordar. Como si nos incitara al encuentro. De esas tímidas reuniones derivaron otras: a partir de la amistad con Ofelia Funes —discípula y última pareja de Gianni— y la poeta Celia Fischer, logramos ahondar, un poco más, en el rigor poético. Máximo Simpson nos aportaba toda su experiencia. Denominábamos “Tertulias” a los encuentros a los que concurrieron como invitados, por ejemplo, Graciela Maturo, Julio Salgado, Michou Pourtalé, Héctor Miguel Ángeli, Irene Zaba, Jorge Ariel Madrazo, quien falleciera este año.

Hoy, zigzagueante, como aquella vez cuando me preguntó: “¿Cómo vas con la poesía?”, le volvería a responder al maestro: “Yo la he dejado un poco; pero ella, nunca me abandona.” Para iluminar la travesía a la casa del ser; donde las muecas y las máscaras de lo banal no penetran nunca. Despojado de todo lo insustancial queda su íntima esencia, lo inherente al ser en su máxima expresión… o mínima, no sé.

 

7 — ¿Cómo es, cómo ha sido la vida cultural en Don Torcuato?

 

SM — Hace unos cuantos años hubo ciclos organizados por la municipalidad, en los que he participado, que tuvieron buena aceptación. Eran tres eventos anuales que se realizaban en la Sociedad de Fomento, donde no estaban ausentes diversos talleres y artistas. Entre los años 1996 y 2008, el periodista torcuatense Walter Martín encabezó una interesante movida cultural. La Sociedad Mutualista y de Fomento prestaba las instalaciones, participaban creadores de todas las disciplinas: una vez por mes durante dos años; luego, con diferente frecuencia. Siempre hubo y hay más expectativas que lo que se puede concretar. El 19 de setiembre de 1992, en la residencia de Natalio Botana (fundador del diario “Crítica”) se efectuó un evento multitudinario, con, por ejemplo, concursos de poesía y de manchas, denominado “Encuentro en las ruinas”. Culminó con un fogón y guitarreada hasta altas horas de la madrugada. En la actualidad, hay un centro cultural que funciona en la delegación. Algunos cantantes, como Rubén Vivas y Raúl Leonardo, hacen shows, y hay grupos de escritoras que se reúnen por su cuenta.La Biblioteca Mariano Moreno organiza cuatro o cinco eventos por año: cine debate, charlas, etc. Sé que hay localidades donde prepondera una dinámica más apasionada. Me agradaría que eso sucediera también aquí. La ciudad de Tigre organiza, entre otras, la muestra “Vecinos”, que da la posibilidad a ciudadanos de Don Torcuato, General Pacheco, Benavídez, Ricardo Rojas, El Talar y Tigre de exponer colectiva e individualmente.

 

8 — ¿Has incursionado en narrativa? Tendrás poemarios inéditos.

 

SM — Si, varios intentos. En 2011 me anoté en tres talleres en el Centro Cultural Rector Ricardo Rojas: Introducción a la narrativa e Introducción a la literatura de Borges, dictados por Daniel O. Molina; y Taller de cuento, por Pablo Pérez. Fueron incursiones reveladoras en lo que respecta al abordaje de los textos como lectora. Y me clarificaron: mi veta es la poética.

En cuanto a poemarios inéditos, tengo listos “Ojos desnudos”, “Mitologías blancas” y “Captura”. Este último lo publicaré en el curso del año, posiblemente ilustrado por mí. Consta de tres partes bien diferenciadas. “Captura” es el título que alcanza a las tres: apresar lo inapresable. La segunda parte se llama “Cofre familiar” y la tercera, “El acto de escribir”.

 

9 — ¿Integrás algún grupo literario? ¿Te estás formando en algún otro quehacer artístico?

 

SM — Momentáneamente no. Las “Tertulias” entraron en receso. Respecto de algún otro quehacer artístico, en efecto: desde hace unos años me estoy formando en Artes Plásticas. Tomé algunas clases con el pintor Roberto Broullon, hasta que falleció. Fue un hombre con un conocimiento profundo de su arte y un enorme sentido del humor. En la actualidad prosigo con Haydeé Mustillo, con quien di los primeros pasos, y Danielle Camus, que es una acuarelista extraordinaria. Soy una exploradora que procura extraer lo mejor de cada una de las vertientes. El artista debe ser “integral”. Conocer todas las artes y dominar todas las técnicas que pueda. En algún momento tomé, también, clases de actuación. Mi próximo desafío es el canto. La pintura me produce muchísimo placer; es algo que me debía. He formado parte de muestras colectivas con el taller de Haydeé, organizadas por la Municipalidad de Don Torcuato y de la ciudad de Tigre. Este año fui convocada  a la muestra “Vecinos” para exponer en el Consejo Deliberante de Tigre.

 

10 — ¿Cómo es un día común en tu cotidianeidad? ¿Y un fin de semana no estándar?

 

          SM — Trabajo, disfruto de mis compañeros, de mis alumnos y de mi  familia, me divierto con mis amigos y con mi nieto cuando me visita, miro películas —ya que el cine es otra de mis pasiones—,leo, escribo y pinto.

Un fin de semana no estándar es compartir el almuerzo y el resto del día pintando y dibujando con mi amiga Danielle Camus.

 

11 — ¿Un apunte sobre tu ligazón con la escritura…?

 

          SM — A veces, se me torna imposible pasar en limpio y descartar. Siempre me parece que lo podría “decir mejor”. Eso me lleva a épocas de desconexión con la escritura, lo que me provoca desazón. Pero bueno…, en algún momento me repongo.

 

12 — ¿Cómo te llevás con los objetos, con las máquinas, con la tecnología, con los animales, con la gente, con las aglomeraciones?

 

          SM —Con las máquinas y la tecnología, muy bien. Soy consciente de que hay que “aggiornarse” para estar actualizados y aprovechar el caudal inagotable de posibilidades que proporcionan. Lo que me inquieta es la celeridad con que casi todo caduca: los softwares, por ejemplo. Y hay que volver a empezar o acceder a medios más modernos y, por ende, más costosos.

En cuanto a los animales, la gente y los objetos, son materia para la “creación”. Todo irradia vida y sustancia propicia para el poema o el cuadro. Volvamos a Charles Baudelaire en su “Correspondencias”: “La Naturaleza es un templo donde vivos pilares/dejan surgir, a veces, confusas palabras”. Todo llega a mí, con su abundante entropía, como imantado por la avidez de la captura. Por eso digo en un poema: “Cierro los ojos/ para que se anime y salte/ para que caiga sobre mí/ como un cuchillo/ una espada/ una colmena/ un relámpago/ una brisa/ como un tigre/ cayendo/ sobre su presa.”

Y como hiciste referencia a los animales, elpoema que sigue está dedicado a mi gato siamés.

Faraón

 

“Tú reinaste en Bubastis

con los pies en la tierra,

como el Nilo”

Olga Orozco

En mi nombre

se imprime

el peso de la estirpe.

 

Adorador del sol

soy vena y arteria

del enigma.

 

Reencarnado felino

poseo el halo de la fascinación

y el destello de lo sagrado.

 

Sé descifrar los signos

de la cercanía

y acudo instintivo

al silbido de las lágrimas.

 

Sometido al sueño

de la esfinge

contemplo hipnótico

el traslado del tiempo

como un buda.

 

Salmodia del requerimiento.

Vigilia tenaz.

Abrevadero

de todas las caricias.

 

Ungido deidad

yace pirámide

sobre la mesa.

 

 

De lo único que huyo es de las aglomeraciones; soy algo ermitaña. En esta etapa de mi vida he comprendido que hay que alejarse de las personas nocivas, negativas y desesperanzadoras…sin dejar de quererlas. Soy sencilla, necesito cada vez menos cosas y persigo la armonía en todas sus facetas. Los animales me conmueven por su simpleza: no se ofenden ni se resienten, son incondicionales y siempre están dispuestos a proporcionarnos su adorable compañía. 

 

13 — Transcribo un breve párrafo de la novela “Una cierta justicia” de P. D. James: “—Esto es lo que más echaré de menos —declaró—; las luces de las farolas, aunque ahora que son automáticas ya no es lo mismo. Me gustaba esperar la llegada del farolero. Cuando desaparecieron, tuve la impresión de que había acabado una era.” ¿Qué echás de menos?...

 

SM —Echo de menos aquel maestro que era casi una figura paterna. Que se lo respetaba y se lo admiraba. Yo, que trabajo en docencia hace casi tres décadas, he visto cómo se ha ido desdibujando el rol del docente en general, e inevitablemente, deteriorarse todo el sistema educativo.

 

14 — ¿Has rayado, dejado marcas en las paredes en tu infancia, acaso de manera instintiva? ¿Hay instalado algún corazoncito en tu adolescencia? ¿Y el arte urbano, los nuevos tatuajes en la piel urbana?

 

SM —En mi infancia teníamos prohibido escribir las paredes, ni se nos ocurría, al menos a mí; pero, en la adolescencia, lo que pude hacer fue pegar cartelitos, fotos, frases en mi habitación. Estaba atestada de cosas y el corazoncito quedó allí, en aquellas paredes…o, quizás, en las no escritas.

El arte urbano me parece un modo de expresión de la época; no hay nada más categórico que eso. Me gustan las paredes de la ciudad pintadas (no todas, por supuesto): son como aullidos.

 

15 — Referentes. Los tuyos. No sólo literarios: musicales, pictóricos, teatrales, cinematográficos…

 

          SM —Son muchos, intentaré sintetizar; porque me siento afortunada…, no sé cómo es…: ¿la gente viene a uno? o ¿uno va hacia la gente? Me he cruzado con personas extraordinarias: Gianni Siccardi que abrió las puertas y me lanzó al vacío…del que ya no dejaré de caer. Me vienen a la memoria aquellos versos del franco alemán Yvan Goll [1891-1950] que dicen “ la puerta que conduce lejos de ti/ nadie la empuja nunca”. Máximo Simpson con su exquisito humor y su meticulosidad para desentrañar el verso. El Teuco Castilla y el desparpajo con que interpela todo lo que pulula a su alrededor. Enrique Molina, el rey de la imagen. El norteamericano e. e. cummings; los franceses Paul Eluard, Robert Desnos, Jacques Prevert; los chinos Po Chu i,  Li Po, etc.

Referentes musicales: Johann Pachelbel, PyotrTchaikovsky, Max Bruch, Queen, Freddie Mercury, The Beatles, Enya, Mercedes Sosa, Vox Dei, Ennio Morricone, Philip Glass, etc.

Pictóricos: Vito Campanella, Fortunato Lacámera, Francisco de Goya, Michelangelo Merisi da Caravaggio, Claude Monet, Vasili Kandinsky, Hieronymus Bosch, etc.

Teatrales: Michael Frayn (“Copenhague”), William Shakespeare, Tracy Letts (“Agosto (Condado de Osage)”).

Cinematográficos: Actrices: Meryl Streep, Kate Blanchet, Judi Dench, Helen Mirren, Mercedes Morán, Julieta Díaz, Leticia Brédice, etc. Actores: Jack Nicholson, Robert De Niro, Dustin Hoffman, Diego Peretti, Enrique Pinti, Alfredo Casero, etc. Directores: el maravilloso Leonardo Favio, Carlos Reygadas, Arturo Ripstein, Wim Wenders, Clint Eastwood.

 

16 — ¿Hacia dónde te agradaría impulsar tu escritura en procura de renovarla y desplegarla?

 

          SM —Fantaseo con encontrar otra forma de lenguaje. (Oliverio Girondo en “La masmédula” lo hizo: considero que se vuelve un callejón sin salida, se agota.) Intento  —parafraseando a mi maestro—“decir las cosas más profundas con las palabras más sencillas”. Carlos Patiño [1934-2013] lo expresaen su poema “Para ganar el pan”: “el poeta es/ como un viejo minero solitario y muy terco/ que arrastrando su mula/ penetra cada día al socavón pico pala esperanza/ golpe a golpe a la piedra tras la eterna quimera/ e igual que los mineros/son muy pocos los que dan con la dorada veta”.

 

17 — ¿Hay alguna teoría del cuento que te interese? ¿Te complace más leer cuentos o novelas?

 

          SM —“Morfología del cuento” de Vladímir Propp, en su momento me subyugó. Lo leí en el único año en que cursé la Facultad. Cuando hice el taller con Pablo Pérez me resultó muy interesante la “Teoría del cuento” de Edgar Allan Poe. Es un conocimiento muy acotado el mío. Me ubico como lectora. Me complacen ambas alternativas. Actualmente leo cuentos: Guy de Maupassant me parece de una exquisitez encantadora, Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Clarice Lispector, Ángeles Mastretta, “Las mil y una noches”. En cuanto a novelas prefiero las de García Márquez, Milan Kundera y José Saramago, entre otros.

 

18 — ¿Qué sucesos te enojan, te irritan? ¿Cuáles te despiertan algún grado de ira? ¿Qué situaciones te aburren, te empalagan, te saturan?

 

          SM —La impunidad y la mentira me enfurecen. Pero ¿cómo combatirlas? Me irrita la falta de responsabilidad y de consideración hacia los demás. La cultura instalada de zafar de todo y tomarse las cosas a la ligera.

Me aburre y me satura la información que circula, generalmente, alrededor de un mismo episodio durante días y días, dejando de lado los muchos acontecimientos importantes. No puedo evitar que venga a mi memoria el cuento “Algo muy grave va a suceder en este pueblo” de García Márquez: una mujer, durante el desayuno, formula el comentario enunciado en el título a modo de presentimiento,y culmina cuando todos los habitantes del lugar, presos del terror que fue infundado y trasmitido desde la primera hora, incendian el pueblo y huyen despavoridos.

          ¿Qué me empalaga?: la mala poesía.

 

19 — ¿Con qué poetas te identificás? ¿Hay poetas de otras zonas lingüísticas que te motiven?

 

          SM —No me siento particularmente identificada con ninguno. Creo que he tomado algo de algunos de los que te he nombrado como referentes. Los admiro pero intento lograr eso tan extraordinario y placentero que es que alguien lea unos versos y pueda reconocerlos como míos. Ni hablar si, además, los recuerda.

          Me motivan los poetas franceses, desde los simbolistas y Apollinaire en adelante, porque deshicieron los límites y rompieron los moldes.

 

20 — “Te apunto” con una pregunta que Santiago Espel se formula a sí mismo en su libro “Notas sobre poesía”: ¿En qué medida los poemas que escribís te permiten dialogar con tu época, y ser un exponente de ella?

 

          SM —El poema es un diálogo con uno mismo —escribo para conocerme—; eleva al poeta de sus circunstancias inmediatas: “es el pensador dilatado, agrandado pero flotante; es decir, el soñador”. Ése es uno de sus deberes. Por eso, opino, que todavía leemos a Catulo —un latino del año 50 AC— o a los poetas chinos de la dinastía Tang, y los comprendemos como si fueran contemporáneos. De todos modos, la impronta de la época está en uno y no se puede eludir. Se traduce en algunos modismos o expresiones. No lo sé con certeza.

 

Susana Macció selecciona poemas de su “Captura” para acompañar esta entrevista:

 

 

GRIETA

 

Se cuartea

la pared

del olvido.

 

De su grieta

inocente

brotan vivas

las edades.

 

Clarividente

imperfección.

 

 

ÉXTASIS

 

En la trama del aire

olores sonidos sabores

enlazados

en la cabellera del río.

 

El éxtasis

se mantiene

inmóvil.

 

Blancas mariposas

me rodean.

 

 

PROCESIÓN

 

Callejón del paraíso.

El trote de las horas

cruza

por el filo de los ojos.


Incesante procesión.

 

 

SEDA

 

Arropada

en el regazo

del ayer.

 

Crisálida remota.

 

Seda tenaz

en la yema

de los dedos.

 

 

COFRE FAMILIAR

 

Pequeños remotos

desperdigados gestos

arropados y guardados

con la misma tibia pausa

conque la abuela

guardaba sus manteles.

 

 

VISITA

 

En el plano cerrado

de la oscuridad

mi abuelo se presenta.

 

Tenebrosa orbe

formas que el miedo plasma

en la virginidad del sueño.

 

Mi abuelo me cobija

de los terrores

de la niñez.

 

 

*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Don Torcuato y Buenos Aires, distantes entre sí unos 30 kilómetros, Susana Macció y Rolando Revagliatti, 2016.

 

http://www.revagliatti.com.ar/act0509/Huasi_maccio.htm

http://www.revagliatti.com.ar/040823p.html

 

 

Con Gianni Siccardi

Guillermo E. Pilía: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

Guillermo E. Pilía nació el 29 de octubre de 1958 en La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, la Argentina. Se graduó en Letras en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación por la Universidad Nacional de La Plata. Ejerce la docencia como profesor de lenguas clásicas y de teoría literaria. Es director de la Cátedra Libre de Cultura Andaluza de la UNLP, director emérito de la Cátedra Libre de Literatura Platense “Francisco López Merino” de la misma Universidad, titular del Aula de Taurología “Ignacio Sánchez Mejías”, vicepresidente del Consejo Argentino para las Relaciones con Andalucía, Secretario de Asuntos Académicos del Instituto Iberoamericano de Estudios Andalusíes, senescal de la Hermandad Literaria Generación del 27 y Miembro de Número de la Academia Hispanoamericana de Buenas Letras de Madrid. Parte de su obra poética ha sido traducida al inglés, al portugués, al griego moderno y al italiano. Entre las principales distinciones obtenidas se encuentran el Primer Premio Provincial de Literatura “Roberto Arlt”, 1989; el Primer Premio de Ensayo en el Certamen Nacional “60 Aniversario del Fallecimiento de Horacio Quiroga” de la Sociedad Mutual de Empleados Públicos de Rosario, Santa Fe, 1997; el Premio publicación del certamen “Todos somos diferentes” de la Fundación de Derechos Civiles de Madrid, España, 1999; el Premio Al-Ándalus de la Federación de Asociaciones Andaluzas de la República Argentina, La Plata, 2010; el Premio Andrés Bello por su obra poética completa de la fundación homónima de Madrid, 2014; el Premio a la Excelencia Literaria de la Unión Hispanomundial de Escritores, Orlando, Estados Unidos, 2016. Toda su obra intelectual fue declarada en 2010 de interés cultural por la Municipalidad de su ciudad natal. En el género ensayo se editaron los volúmenes “La trascendencia en la espiritualidad hispana”, 1999; “Andalucía, tan lejana y cercana. Memorias de los inmigrantes andaluces de la región de La Plata”, 2002; “Los castellanoleoneses de La Plata”, 2005; “Diccionario de escritores de la provincia de Buenos Aires. Coloniales y siglo XIX”, 2010. Sus libros de cuentos son “Viaje al país de las Hespérides”, 2002; “Días de ocio en el país de Niam”, 2006; “Tren de la mañana a Talavera”, Madrid, 2009. Entre 1979 y 2012 se publicaron sus poemarios “Arsénico”, “Enésimo triunfo”, “Río nuestro”, “Río nuestro / Cazadores nocturnos”, “Huesos de la memoria”, “Viento de lobos”, “Visitación a las islas”, “Caballo de Guernica”, “Ópera flamenca”, “Herido por el agua”, “Ojalá que el tiempo tan sólo fuera lo que se ama” y “La pierna de Rimbaud”.

 

1 — Sitúo: naciste cuando Arturo Frondizi cumplía unos seis meses de su presidencia de la Nación, después de una dictadura.

 

          GEP — Es así. Y en un barrio apartado de mi ciudad. Viví hasta los catorce años con mis padres y con mi abuela paterna, que fue la única de mis abuelos que conocí. De mis primeros años tengo sobre todo recuerdos sensitivos: el aroma de la cal húmeda de las obras en construcción, el perfume del alquitrán, del asfalto caliente que ascendía de las calles más nuevas. A la tarde, el olor a mandarinas en invierno y a jazmines en verano; al anochecer, los de la albahaca y la tierra húmeda de las quintas. También conservo memoria de algunos sonidos: en las mañanas de convalecencia, el rumor de las fábricas y oficios; por las noches, el del viento que hacía oscilar el farol de la esquina con sus ráfagas, el silbato de los trenes que se oía en el alba.

Tengo pocas reminiscencias, en comparación, del sabor y del tacto: quizás mi infancia sólo haya sido el aire cálido de enero y el sabor de las moras; también —por qué no— la desmemoria de la muerte. A veces, en mi niñez, sin quererlo, en mis manos moría una luciérnaga, mis dedos sucios de su última luz. Imágenes: llegaban otras lluvias; y siempre de luto, mi abuela destendía contra el viento un velamen de blanquísimas sábanas. Recuerdo mañanas de niebla —en verdad, los días más hermosos nacían entre las nieblas de los suburbios—; y la mancha de tinta que descubrí en el fondo de un cajón, el agua y la palabra siemprevivas. Recuerdo mosquitos, Navidades, la bola de marfil de una sombrilla, mañanas de gracia prodigiosas. Y también las tormentas de tierra, los pellejos de serpientes, ese tórrido viento que traía, como plebeyas banderas, las babas del diablo. Eran muchos los miedos que, por las noches, juntaban mis manos en oración.

Me estremecía la oscuridad; pero de la mano de mi madre —al anochecer y siempre en el verano— dábamos un paseo por el parque rumoroso que estaba enfrente de nuestra casa; y veía, desde un banco entre sombras, cómo se desprendían de los árboles bandadas de murciélagos. Ahora tengo nítida esa imagen; y sin embargo, me fue necesario aguardar muchísimos años para recuperar ese recuerdo. Había un deseo, en esos tiempos, de estar a media luz y en soledad, en habitaciones que parecían fresquísimos claustros; anhelo de noches de lectura y de oración, de las primeras lecturas escuchadas y el balbuceo de las primeras plegarias. Mis abuelos muertos, de los que escuchaba hablar y a los que conocía por fotos, llegaban entonces al conjuro de esas palabras encendidas, a veces también en los silencios, en el olor de los ajos y en el zumbar de mosquitos, en el humo del piretro que ardía su mágica brasa sobre mi cómoda. Era una edad sin espacio ni tiempo, sin conciencia y sin relojes: la edad sin fisuras en el muro del mundo.

 

Todavía hoy tengo el privilegio de entrar todos los días a la casa en la que nací. La curva de la calle es la misma, son los mismos el parque y los árboles, la luna que a veces asciende tras las copas. Aún es esa casa en que viví —en esencia, en lo profundo— la misma que fui lejos a buscar. Pero hoy ya no encuentro la vereda de ladrillos, gastados por los zapatos y las muletas de los mendigos que entonces me aterraban; ni el agua y su memoria rumorosa, ni los enjambres de insectos que revoloteaban por las noches bajo el farol, ni aquellos perfumes de la tierra y de la albahaca.

No eran los pasos de los mendigos el único misterio de aquellos años. También misteriosa —y en la memoria amarillenta— era asimismo la esfera del reloj de cocina que velaba mi infancia. La tarde en que dejó de funcionar y pasó a ser mi juguete hoy regresa como un ramalazo; y también vuelve la emoción de tocar ese disco inalcanzable —sus agujas negras, la roja, enhebradas en un ojo común, y los números que el niño que yo era no acertaba a entender—; la cuerda de un color acerado y aceitoso; las ruedas y su olor a engranaje perfecto... Ese instante ha quedado, como el reloj, detenido en esta endeble memoria. ¿Qué era lo que buscaba yo en su carcaza de metal, si el tiempo para mí aún no existía?... Hoy no sé si era entonces su máquina lo que más me conmovía, o su latido igual al de mis sienes, al paso de aquellos mendigos de los que hablé, a todo lo que llenó de mitos mi pasado, mi presente de palabras.

 

Es curioso, pero tuve que irme muy lejos para encontrar nuevamente todo aquello que un día tuve al lado: no sólo esos misterios del tiempo y del destino, sino también otras cosas: la goma negra de un gotero —pronto diré cuánto representaron los remedios en mi infancia—, esos frascos que encerraban un líquido alcanforado y azul, las ampollas resguardadas en cajas de madera; y el vapor alcohólico en que hervían las jeringas y las agujas sobre un mechero de la cocina, el patio sin baldosas antes de que se soltara la tormenta... Y la imagen de las manos de mis mayores, que untaban todas las noches con ajos y aceites el pan de la pobreza. Todo sigue estando allí de alguna forma, en esa casa que era y es —en esencia, en lo profundo— la misma que fui lejos a buscar. El pasado vuelve en cada instante de mi vida y extiende mi memoria al infinito. A veces, el humilde, el simple olor de un fósforo de cera que se enciende, ilumina mis días sepultados.

 

Era demasiado vasto ese mundo de la infancia, aunque a simple vista hoy parezca un cúmulo de cosas insignificantes y caóticas. Era mucho, y yo sólo alcancé a aprender apenas un manojo de palabras para decir lo vasto del recuerdo: el olor del café que se molía tras altos mostradores —y después el rito de guardarlo en grandes latas que aromaban la noche—; y el día en que por azar descubrí, en un ropero oscuro, un vestido floreado de mi madre —y en cada flor perduraba una siesta de verano sin límites, la luz de las doce en la tela vaporosa. Acaso, cuando elegí —si es que se elige— ser escritor, asumí en exclusividad el destino de pronunciar mi entorno, de llamar con un nombre a cada cosa, a todo aquello que vive en necesidad de palabras. En este cantar la ambigüedad de lo nacido, hoy descansa mi alegría: en darle una palabra a lo que nunca suplicó tener voz. Porque sin palabras —se ha dicho— no existe vida o muerte: sólo vértigo o miedo.

 

2 — Los remedios en tu infancia, adelantaste; por lo tanto, tu salud. ¿La vincularías con tu vocación literaria?

 

GEP — Quizá se entienda un poco más el curso de mi vida y mi vocación de escritor —si es que de ello merece que alguien se tome el trabajo— si digo que tuve en mi infancia una salud quebradiza: sufría de asma, y muchas noches las pasaba tosiendo; y mi piel, a la mañana, era del color de los mármoles viejos —como las estatuas que aterran a los niños en los parques a oscuras—. De esas noches en vela me han quedado —sobre todo— las fantasías que hilvanaba en mi afán por dormir. Antes dije que hablaría de remedios. Pues bien: los nombres de los que me daban han quedado en mis labios. He olvidado muchos nombres —de personas, de lugares, de cosas—, jamás los de aquellos brebajes. El gusto de los jarabes regresa a mi lengua después de tantos años, y todavía me provoca —como entonces— un temblor espasmódico. No sé si ha quedado tan viva en mi interior la enfermedad, como la angustia con que llegaba la hora de ingerir esas bebidas melancólicas. Nombres malsanos, hoy esfumados de droguerías y farmacias, hoy apenas parte de la historia de las enfermedades de mi infancia.

 

El médico que me atendía, y al que veía con más frecuencia que a un familiar, me prescribía en las crisis asmáticas más fuertes una sal derivada del opio. En las farmacias la vendían en una sola ampolla, resguardada por un envase de madera. La tos amainaba y los miembros quedaban laxos, como si emergieran de una siesta extendida hasta el crepúsculo. En un mechero de la cocina se esterilizaban las jeringas: hervían un buen rato en una cajita de acero de la que emanaba un vapor blanco y alcohólico. De esa droga tal vez no tenga más recuerdo que el placer con que me entregaba sin culpas a su somnolencia luminosa. En las convalecencias  —las mañanas en que, después de una noche de crisis, amainaba la tos espasmódica— mi madre me llevaba a tomar el aire de las avenidas arboladas, o bien me encaramaban a un tranvía que llegaba hasta la quema. Hoy no sé si el olor de la basura incinerada era parte de la cura prescrita, o si el remedio tan sólo consistía en ese paseo extendido, que por azar llegaba a los arrabales de la miseria.

 

La enfermedad me dio en mi infancia muchos días sin escuela, me formó un carácter melancólico y me predispuso, como a Proust, para la literatura. Por suerte en la casa de mis padres existían los libros. Conviví con ellos desde el tiempo en que no sabía leer, labrando ficciones a partir de los dibujos de las tapas y de las reseñas que me hacían mis padres. Había una enorme Biblia ilustrada, que más que afianzar mi fe pobló mi fantasía con historias monstruosas. Más tarde, cuando pude leer, leí, muchas veces sin entender, novelas de aventuras, relatos policiales, cuentos de terror, el teatro de Shakespeare y de Ibsen, Bocaccio, Rabelais —también los grabados de Doré a “Gargantúa y Pantagruel” me llenaban de inquietudes—, la poesía tradicional y la gauchesca, Víctor Hugo, Cervantes, algo de Quevedo, bastante de Enrique Larreta, Hugo Wast, Alejandro Dumas, Julio Verne, Edgar Allan Poe y otras mezclas semejantes. Comencé a escribir muy joven, al final de mi infancia, y me seguía alimentando con todo lo que me caía en las manos. Lo que escribía era más bien caótico, ecléctico, quizás de muy poco valor, salvo en lo personal. Escribía cuentos y poemas, tanto en versos libres como medidos. Fueron años casi infructuosos en cuanto al contenido poético, pero que me sirvieron como aprendizaje, sobre todo como experimentación de formas.

En 1971 terminé la escuela primaria, que nunca me gustó, y al año siguiente entré, después de un riguroso examen, al Colegio Nacional, porque mi padre ya había tomado por mí la determinación de que mi vida se tendría que encaminar hacia la Universidad. El Colegio Nacional tenía un halo de prestigio. Por sus escaleras de mármol gastado habían subido a dar sus clases Pedro Henríquez Ureña, Martínez Estrada, Loedel Palumbo. Entre sus ex alumnos estaban Francisco López Merino, Ernesto Sábato, René Favaloro. No obstante que los tiempos habían cambiado —entré al Colegio al final de la Revolución Argentina, viví en él el regreso de Perón, allí recibí la noticia de su muerte y egresé en 1976, con el Proceso— tuve buenos profesores y recibí una sólida formación. Ya no era un asmático, y tuve épocas en que me dediqué mucho a la actividad física. Llegaron los primeros enamoramientos y todas las cosas contradictorias, hermosas y desdichadas, de la adolescencia.

 

3 — Instalémonos aun más en ella. Y sigamos.

 

          GEP — A los dieciséis o diecisiete años descubrí la poesía de Arthur Rimbaud. Decía el maestro Domingo Ortega que no es lo mismo torear que dar pases. A partir de Rimbaud, tal vez comprendí que hasta entonces no había toreado todavía, que me había limitado a dar pases. Fue a partir de ahí que todo empezó a ponerse más serio, comprendí que “la poesía” era mucho más que “escribir poesías”, que configuraba una forma particular de ver el mundo, de enfrentar la sociedad y la historia. No sé por cuanto tiempo escribí bajo la influencia de Rimbaud. A los 21 años, cuando publiqué mi primer libro, le dediqué dos poemas; a los cincuenta, un cuaderno, “La pierna de Rimbaud”. Rimbaud hizo mucho por el mundo de las letras, pero en especial por mí.

 

En 1977 tuve que cumplir con el Servicio Militar en la Fuerza Aérea. Yo tenía de la vida militar una imagen romántica que muy pronto se iba a esfumar. Mi experiencia la podría resumir en algunos recuerdos olfativos: el del agua que venía del río cercano y que se potabilizaba precariamente; el del jabón y el perfume barato con los que intentábamos ocultar el olor del cuartel; el de las infusiones que humeaban en grandes ollas, casi de madrugada, en el patio de armas; el olor —mejor sería decir el perfume— del hinojo y del eneldo, de la menta y de la mejorana que pisaba cada vez que me dirigía hacia el puesto más apartado, solitario y silencioso. También estaba el de los fusiles, que era olor a aceite y a metal, y el del fogón de la guardia, a leña y a grasa quemada; el de las comidas, invariablemente repetido; el de las cáscaras de naranja que se secaban al rayo del sol en los patios encalados; el hedor de los grandes botes de desperdicios a los que de noche se acercaban con sus ojos infernales cientos de ratas; el de las casetas húmedas de orines antiguos; el relente de esa tierra fresca y pobre que se juntaba entre las lajas y que hacía germinar yuyos de similar pobreza. Aromas que aún hoy me evocan en este país de confines una vida miserable y sucia, en la que todo pensamiento elevado naufragaba en el sufrimiento de vivir como un preso y en el terror de morir en una guerra insensata o el de tener que dar la muerte a cualquier otra persona. Estos recuerdos, y los de los años de la peste, quedaron en “Huesos de la memoria”, en “Viento de lobos”, incluso en algunos de mis últimos poemas, a los que regresan como regresa una pesadilla.

 

En 1978 comencé a cursar en la Facultad de Humanidades la carrera de Letras. La Facultad se desentendía de aquellos que tratábamos de ser escritores, pero nos permitía descubrir a muchos “maestros”, como Trakl, Saint-John Perse, Montale, Quasimodo, Rilke. Por mis estudios, pero también por inclinación natural, tuve siempre una formación muy hispanista, y por ahí fueron entrando, primero, Antonio Machado, el primer Juan Ramón Jiménez y los poetas del 27; más tarde, el último Jiménez, Caballero Bonald, Claudio Rodríguez. De los poetas argentinos, Ricardo Molinari, Alberto Girri, Enrique Molina, también Leopoldo Marechal, a quien ya se lee muy poco, por lo menos su poesía. En esos años me sentía un poeta mimado por los escritores consagrados de La Plata, como Ana Emilia Lahitte, Aurora Venturini, Horacio Ponce de León. Pero el poeta que más influyó en mi trabajo fue Horacio Castillo.

 

Los libros siempre fueron de la mano de los autores; y ambos se me han ido abrojando a determinados momentos de mi vida; tanto que se podría trazar la biografía de un escritor —mi biografía— con sólo hablar de los libros que lo apasionaron en tal o cual momento. Por supuesto que no bastaría el comentario crítico, sino más bien la descripción de los “estados de alma” que esos libros le provocaron. Un libro clave en mi vida fue “Una temporada en el infierno”, que en aquel entonces, en mi adolescencia, lo leí en la traducción que hicieran Oliverio Girondo y Enrique Molina, hermosa traducción en la que la literalidad está subordinada a lo poético, como siempre tiene que ser.

Otro libro para mí muy importante fue “Huesos de sepia” de Eugenio Montale, y casi al mismo tiempo toda la poesía de Quasimodo. Excluidos Rimbaud, Montale, George Trakl, Quasimodo, la lista se haría extensa, porque más allá de las lecturas circunstanciales, azarosas o de puro placer, al estudiar la carrera de Letras, todos los años me tenía que enfrentar con treinta o cuarenta libros, de los cuales algunos pasaban sin pena ni gloria y otros me iban dejando marcas. Pero en la facultad no se leía mucha poesía, salvo en español, además de la clásica en griego o en latín; esto también me ha dejado su marca: Salinas y Cernuda, Píndaro u Ovidio. A veces se piensa que, para un poeta, los libros fundamentales que lo han apasionado son los de otros poetas. A mí, en cambio, me han dejado huellas profundas muchas novelas, obras de teatro, libros de historia, de filosofía, de religión. La poesía, por otra parte, es un género omnívoro: de todo se nutre y todo lo transforma.

 

La carrera de Letras era en ese entonces muy distinta a lo que es ahora, era una especie de licenciatura en Filología Clásica. Los clásicos antiguos, que en mi infancia había leído en malas traducciones, los tuve que releer en sus idiomas originales. Se les daba mucha importancia a las lenguas clásicas. Ocho horas diarias de estudio de griego y latín era el tiempo que nos recomendaban los profesores. Cuántas mañanas, cuántas noches, cuántas tardes de sol o de lluvia sobre Píndaro y Virgilio... Tanta seca gramática —podría hoy reprocharles— para escribir estas tres palabras, algunos versos medianamente venturosos... Qué tristes meses —recuerdo— aguardando un examen, repitiendo aoristos y declinaciones... Pero también, qué añoranza siento ahora al recorrer los lomos de esos libros que ya no tengo la obligación de leer...Hoy ya no existe el profesor de griego al que tanto quería, el de latín que me aterrorizaba; hoy ya son ambos hierba y sonido, igual que lenguas muertas... Y yo me he convertido un poco en ellos, como un  hijo que aprendió a su lado la nostalgia de la luz antigua, pero no a morir; un hijo que hoy en Píndaro y en Virgilio los recuerda.

 

4 — Atrás la adolescencia, estamos en tu plena juventud.

 

          GEP — Cuando, después de la Guerra de Malvinas, se abrió la actividad política, sentí la necesidad de incorporarme también a ese mundo. Yo ya había publicado dos libros, “Arsénico” y “Enésimo triunfo”, y escribía oscuros poemas bajo la influencia de Georg Trakl, acordes con la época. Después de muchas idas y vueltas en mi vida religiosa, que me llevaron incluso a plantearme seriamente estudiar para sacerdote, yo ya era en los años de Facultad un católico militante, y casi naturalmente me afilié al Partido Demócrata Cristiano. A lo largo de mi vida adherí y voté a distintos partidos y diferentes candidatos, pero nunca abandoné las banderas del socialcristianismo. A los 27 años ya era asesor de un diputado demócrata cristiano. A los 29 me nombraron director en el área de Cultura en el gobierno del doctor Antonio Cafiero. Después, nunca más volví a ocupar cargos políticos. No sé hasta qué punto es compatible la política con la literatura. Realicé algunas tareas ad honorem, de las que no siempre salí bien parado. Hasta el día de hoy, en que estoy cerca de jubilarme, me he ganado la vida con un cargo de carrera en el Archivo Histórico de la Provincia y con el ejercicio de la docencia. En algunos momentos hice otras labores vinculadas a la literatura, como escribir algún libro de investigación por encargo, viajar como jurado o dirigir programas de radio. Si bien no he podido vivir de lo que escribo, siempre viví de trabajos relacionados con la cultura y con las letras.

 

Después de la literatura, y en gran parte por culpa de ella, mi gran pasión ha sido viajar. Nuevamente mi recuerdo se traslada a la infancia. En una reunión —de familia, de amigos, de vecinos, ya lo he olvidado o finjo hacerlo, pero carece de importancia— el niño que fui escuchaba hablar de Europa. Un matrimonio había vuelto de un largo viaje y se pasaban fotos, se desplegaban periódicos. Madrid tintineaba en mi oído como moneda en la taza de un ciego, como organillo de Galdós. Soplaba viento en el Sena, en Nôtre Dame no aparecía Esmeralda. Tras los palacios italianos, había un cielo como un paño de bandera que me llenaba de melancolía. En la reunión se comía, se bebía, se echaban bromas. El niño que fui soñaba entonces con ese mundo que ya había comenzado a amar a través de los libros. El recuerdo de ese instante iría conmigo por siempre: oscuro a veces como el agua veneciana o luminoso como la arena de Las Ventas. Nadie supo nunca que esa noche casual alimentaría por años mis ensueños; que mi imaginación iba a reponer lo que entonces no se había dicho; que en los viajes del cuerpo —que tendría ocasión de hacer— iba a buscar, sin conseguirlo, el mismo cielo, esa brisa, esa luz; que trataría sin resultado de revivir —en los viajes del alma— esa soleada tristeza: la del niño que ya apuntaba a escritor.

 

Hay quienes se hacen escritores para viajar; hay quienes viajan como pretexto para escribir. Desde aquella noche que acabo de contar, o quizás desde antes, los viajes tuvieron para mí un fuerte atractivo, siempre abrojados al mundo de los libros, quizás también al del cine, al de algunas historias escuchadas en mis primeros años. De joven tuve posibilidad de viajar un poco por mi país y por países vecinos. Pero como suele sucedernos a los que nacimos aquí, el verdadero viaje es el que nos lleva a nuestras raíces, a Europa. Y ese viaje llegó a mi vida bastante tarde, cuando ya era un hombre formado, y quizás por eso unido a una sensación mayor de melancolía. Unos meses antes de viajar a Europa tuve que estar unos días en cama por una fuerte gripe, y en varias tardes en que me tuve que quedar solo me puse a releer viejos libros, algunos de aquellos que en mi infancia y adolescencia me hacían soñar. Y de pronto me sentí invadido por una gran angustia. ¿Cómo hubiera sido mi vida de haber podido viajar veinte años antes? ¿Con qué ojos hubiera visto ese otro mundo? ¿Cómo se hubieran traducido, como se traducirían ahora todas esas imágenes en palabras?

 

5 — ¿Tus recuerdos de Europa? ¿Y aun de otros viajes?

 

GEP — Amanecer en las landas; viaje en tren a Jerez de la Frontera; noche en la Vía del Corso; subida a Montmartre, al castillo de San Jorge, al Albaicín; almuerzo en Aranda del Duero; un mediodía de invierno en Provenza; el paso del San Gotardo; la carrera de San Jerónimo en Madrid; una misa en Nôtre Dame; una calle de Lisboa en la que vendían grandes paraguas; los Pirineos, los Alpes Marítimos; una tarde de toros en Aranjuez; una noche de verano en el Sacromonte; una taberna griega en el Barrio Latino; el París de los impresionistas y el Madrid de Velázquez y de Goya; “El entierro del conde de Orgaz”, el “Guernica”; el teatro romano de Mérida; el café de la mañana de Burdeos; la estación Pan Bendito; la calle Amor de Dios…

 

En realidad, nunca me senté a escribir sobre ningún viaje. Como muchas experiencias vitales, los que yo hice fueron difíciles de expresar. Sólo quedaron fragmentos que de vez en vez se manifiestan en algún cuento, mejor aún en algunos poemas, sobre todo en los de mi libro “Ojalá el tiempo tan sólo fuera lo que se ama”. Viento junto a los grandes ríos del Paraguay interior; ceibales del río Urión; amanecer en el río Desaguadero; viento desde el Sacromonte, hacia las torres de la Alhambra; viento en el mediodía de Formosa desmelenando las palmeras. Viento yo mismo: traer, llevar, partir, regresar, ¿no son acaso la misma cosa, hitos a partir de lo cual pasamos a ser distintos?

Después de los países de Europa, y en especial de España —si bien me siento profundamente argentino, soy también, por adopción, por cultura, por cosmovisión, un perfecto andaluz—, quizás sea México el que estuvo siempre, desde mi infancia, más cargado de sentimiento y misterio. También allí llegué tarde, a una altura de la vida en que ya queda poco lugar para el espíritu romancesco que encontraba en la “Sonata de estío” de Valle-Inclán, a una altura de la vida en que quedan pocos rincones del alma en los que se pueda cobijar algo misterioso. Y el romanticismo de Perú y de Ecuador, los días vividos en Arequipa, en Quito y en Lima en los que me sentí verdaderamente feliz.

 

6 — Nos quedan tus libros y el ejercicio de la docencia.

 

          GEP — Además de poesía he escrito cuentos, dos libros de mitos y leyendas adaptados para chicos, ya que gran parte de mi vida estuvo dedicada a la formación, a la docencia, y un libro de cuentos taurinos que tuve la fortuna de presentar en Madrid, durante la Feria de San Isidro de 2012. Después tengo cuentos, sobre todo históricos, publicados aquí y allá. He escrito también alguna novela corta y nunca intenté siquiera hacerlo con el teatro, pese a que es un género que me encanta. Escribí por encargo la parte dedicada a la poesía de la “Historia de la literatura de La Plata”, libro que no acrecentó la amistad que ya tenía con algunos escritores y que en cambio me ganó unas cuantas inquinas. Pasé como profesor por el Seminario Mayor, la Universidad de La Plata y por la Católica, y ahora doy clases de Latín y de Teoría Literaria en el Instituto Terrero. El Latín me ayuda a que no se me descarrilen los pensamientos y la Teoría Literaria es el contrapeso de mi libertad creadora. Me rodean muchos compañeros y pocos amigos. Como profesor tengo fama de bonachón, porque mi modelo es Antonio Machado. Me queda poco tiempo para poder jubilarme y después pienso dedicarme a viajar, leer y escribir, es decir, lo mismo que hago ahora pero libre de obligaciones.

 

Tal vez resulte extraño que en esta especie de autobiografía haya hecho poca o ninguna mención a mis libros, a mis premios, a algunas celebridades a las que tuve el privilegio de conocer. En las “Memorias de Adriano”, el protagonista confiesa, en la visión retrospectiva de su vida, que quizá no resulte relevante el que haya sido emperador. Tal vez tampoco sea relevante que yo haya sido escritor. Por alguna razón incomprensible, el recuerdo de mis días de niño asmático se sobrepone al de los libros que publiqué, el de los olores de mi año de soldado a los premios que recibí, las minucias de un viaje a la imagen de escritores y artistas famosos de los que podría hablar. Los momentos más trascendentes de mi vida, la primera vez que me uní a una mujer, el nacimiento de mi hijo, el día en que cumplí mis 50 años, la muerte de mi esposa, por citar algunos casos, difícilmente podrán transformarse en literatura. Prefiero cerrar estas primeras páginas con una especie de autorretrato de sabor cervantino:

 

Este que ves aquí, de rostro sonriente, de cabello entrecano, frente un poco marcada por los años y las muchas lecturas, de melancólicos ojos, de nariz griega, más grande que pequeña, las barbas de plata, que ha veinte años fueron oscuras, la boca sensual, los dientes desparejos, mal acondicionados y peor puestos; el cuerpo entre dos extremos: crecido de carnes y pequeño de talla; la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas y no muy ligero de pies; éste digo que es el rostro del autor de “Arsénico”, “Huesos de la memoria”, “Opera flamenca”, y del que hizo el “Viaje al país de las Hespérides”, y de otras obras que andan por ahí descarriadas y quizás sin el nombre de su dueño, el rostro del que se llama comúnmente Guillermo Eduardo Pilía. Su vida y su obra, superficialmente sencillas, están llenas “de hiatos y de puntos en suspenso”. Desde los 20 años se dedicó a escribir y publicar poesía, pero también fue valorada su labor narrativa, sin que él se preocupara mucho en darle su lugar. Además de la literatura, le interesa la historia, los vinos, el fútbol, Andalucía, el flamenco, los toros (“Y antes que un tal poeta, mi deseo primero / hubiera sido ser un buen banderillero”, podría haber escrito con Manuel Machado). Cuando en su adolescencia anunció que se dedicaría a las letras, le vaticinaron que moriría de hambre, oráculo que no se cumplió. Como dijo un colega suyo, “de joven escribía para viajar y de grande viaja para escribir”. Pese a haber realizado obra objetivamente valiosa y de personalísimo acento, ha sido más valorado en el exterior que en su propio país. “De él también podría decirse, como se dijo de otro escritor de su ciudad, que es una mezcla de Hemingway por fuera y Juan Ramón Jiménez por dentro”, escribió Guadalupe García Romero. Y alguien podría aplicarle asimismo, con ciertas reservas, las palabras de Valle-Inclán sobre el marqués de Bradomín: “Era feo, católico y sentimental”.

 

7 — Celebridades, dijiste, que has conocido. Compartamos con nuestros lectores algo de esos encuentros.

 

          GEP —Desde muy joven anduve merodeando los ámbitos públicos, sin ningún afán de esnobismo, como el personaje de Proust o el mismo Proust. Conocí a algunas personas importantes en la historia política y cultural, pero a veces a destiempo. Por ejemplo, tuve oportunidad de estar varias veces con Cipriano Reyes, el fundador del Partido Laborista, pero sin tomar dimensión de la figura épica que era. Me traté con gran parte de los escritores de la generación del 40, como Tomás Diego Bernard, José María Castiñeira de Dios, Horacio Ponce de León, Gustavo García Saraví, Norberto Silvetti Paz. Tengo recuerdos de Oscar Hermes Villordo, de Raúl Gustavo Aguirre, de Juan José Hernández, de Gonzalo Rojas, de Nicanor Parra, de Marco Denevi, de David Viñas, de Antonio Cisneros, de Fermín Chávez, de Antonio Dal Masetto, de Jorge Ariel Madrazo, de Joaquín Giannuzzi… Nombro sólo a algunos de los que ya no están. Creo que todos tenemos necesidad de maestros. Pero llega algún día en que el maestro deja de ser tan grande e infalible, como antes lo pensábamos: le encontramos olores, ajaduras, resquicios, y en sus fisuras vemos que tan sólo era tierra iluminada, que apenas si la luz lo tocó cuando nosotros aún íbamos a tientas. Nos damos cuenta tarde, quizás cuando a nosotros empiezan a llamarnos “maestro”, cuando descubrimos —en los ojos vidriosos de un discípulo por amor o por celos lastimado— cuánto pesaron algunos maestros realmente en nuestra vida. Y olvidamos entonces sus miserias, sus pequeños egoísmos, sus miopías, porque los maestros son también padres severos y amorosos y generalmente no se dan cuenta de que sus discípulos ya estaban crecidos.

 

8 — “Los toros en la historia, las letras y el Arte”, “Las corridas de toros en la provincia de Buenos Aires”: tales los títulos de dos de las numerosas conferencias que has dictado.

 

          GEP —Para un aficionado español o mexicano, la literatura taurina, lo mismo que la música, la plástica o el cine relacionados al mundo de los toros, puede no ser más que un complemento de la fiesta, una de las tantas ramificaciones de determinada forma de expresión estética en otra, eso que en teoría del arte llamamos intertextualidad y transposición. Pero para el aficionado de un país en el que ya no se celebran estos espectáculos, todo ese mundo colateral a la fiesta puede convertirse en el centro de una extraña y perpetua afición. De más está decir que estoy hablando de mí mismo y de lo que veo, brumosamente, como el germen de mi pasión por los toros: el “Llanto por Ignacio Sánchez Mejías”, leído a una edad incomprensible en una bochornosa siesta de un verano platense, Tyrone Power (su doble) toreando por navarras en la versión de 1941 de “Sangre y arena”, mi abuela tarareando “El niño de las monjas”o“El relicario”... Después vendrían las primeras corridas televisadas, “vía satélite”, que se transmitieron en la Argentina con “El Cordobés”, Palomo Linares, Paco Camino: todo mucho antes de que pudiera ver en cuerpo y alma una corrida de toros. Quizás en España o en México o en Ecuador se ignora lo difícil que es ver nacer y después sostener una afición en un país donde no hay toros, y cuesta entender el consuelo que a veces encontramos los aficionados en ese mundo circundante a la tauromaquia. Sería exagerado decir que mi vocación por la literatura es también una consecuencia de mi atracción por los toros, pero sí puedo afirmar que aquellos escritores que tocaron el tema taurino estuvieron desde siempre en mi biblioteca: García Lorca, Rafael Alberti, Miguel Hernández, y también de algún argentino como Enrique Larreta, cuyo hispanismo a ultranza resultaba tan chocante a gran parte de nuestra intelectualidad. Creo que la primera antología de la poesía taurina que entró en mi casa fue la de José María de Cossío “Los toros en la poesía castellana. Estudio y antología”.Al primer narrador taurino al que leí apasionadamente, cuando tenía doce o trece años, y a cuya memoria dediqué mi cuento “Quite a la sombra”, que integra “Tren de la mañana a Talavera”, fue Fernando Quiñones. Este escritor andaluz tenía con la Argentina un vínculo muy fuerte. En 1960, el diario “La Nación” convocó a un concurso de cuentos, dotado con un interesante premio en efectivo. El jurado estaba integrado por Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares, Carmen Gándara, Eduardo Mallea y Leónidas de Vedia  y resultó ganador un desconocido escritor de treinta años, nacido en Chiclana de la Frontera. La obra se llamaba “Siete historias de hombres y de toros”. El libro de Fernando Quiñones se terminó llamando “La gran temporada”, y tengo en mi biblioteca taurina un par de ejemplares de la primera edición.

            Muchos años después escribí los cuentos de “Tren de la mañana a Talavera”. ¿Cómo me lancé a escribirlos? Quizás por algo que relata Hemingway en “París era una fiesta”. Creo que mi viejo y querido Hemingway cuenta que tenía que escribir una historia para enviar a una revista y estaba en una de esas etapas de sequía intelectual. Entonces se preguntó qué era lo que realmente conocía bien, pues sobre eso tenía que escribir. Y fue así como surgió “El río de los dos corazones”, que habla de dos cosas que Hemingway conocía bien: por fuera, el mundo de la pesca, y veladamente, el de la guerra. Yo también me hice en algún momento esa pregunta, quizás ligeramente modificada: ¿cómo todavía no he escrito nada significativo sobre un tema que me ha apasionado como pocos, al que le dediqué años de lectura y de estudio, un tema que me ha llevado a viajar por los países taurinos, y que hasta me ha ganado muchas enemistades en mi propia tierra? Así fue como surgió “Quite a la sombra” y luego los demás cuentos del libro. Todos ellos son en el fondo existencialistas, y tratan el tema de la relación de la vida y el arte. En el cuento “Una buena vara”, como todos los demás existencialistas, veladamente me he retratado. Yo soy un poco ese picador que ha llegado a los 50 años y ya sabe que se retirará como subalterno, pero que aún tiene deseos de que lo recuerden por un buen puyazo. Cuando yo tenía 20 años, pensaba que a los 50 me darían el Premio Nobel. A los 30 ya me conformaba con el Cervantes. A los 58, sin Nobel y sin Cervantes, con más hechuras de picador que de figura del toreo, me conformo con ejecutar bien una suerte.

 

9 — ¿Qué dijeron los poetas sobre Diego Velázquez (1599-1660)?...

 

GEP — Aludís al título de otra de mis conferencias… Sobre esto, un par de cosas. Primero, que como he dicho, tengo una forma de sentir muy andaluza. Para evitar cualquier tipo de suspicacia, quiero declarar que me siento profundamente argentino, y que doy gracias a Dios por haber nacido en esta tierra, aunque a veces, muchas veces, me duela la Argentina, tanto como a Unamuno le dolía España. Pero también siento que he tenido el privilegio de contar con una segunda patria, una patria espiritual a la que estoy unido desde mi niñez, y esa patria tiene un nombre tan luminoso como el de nuestra tierra natal, y esa patria se llama Andalucía. Decían sabiamente los latinos: “Ubi bene es, ibi patria est”, donde estés bien, allí estará tu patria. Y yo siempre me he sentido bien en todos aquellos rincones donde se respira lo andaluz. Por razones misteriosas, por alguna suerte de predestinación, he amado siempre la tierra de Andalucía, su gente y su cultura. Me gusta el cante de Camarón de la Isla, la tauromaquia de Curro Romero, las Inmaculadas de Bartolomé Esteban Murillo, la poesía de Rafael Alberti; amo la religiosidad del pueblo andaluz, su alegría, su exaltación de la libertad, su mestizaje de razas, credos y culturas. Siento que Andalucía, como dice el himno que compuso Blas Infante, ha contribuido a que los hombres, la humanidad toda, sea más humana. Alguien dijo que los andaluces somos tan caprichosos, que nacemos en cualquier parte del mundo. También en este apartado sur, donde muchos nos reconocemos como hijos espirituales de Andalucía. Es por ello que entre los momentos más gloriosos de mi vida estarán siempre las mañanas que pasé en el Barrio de Santa Cruz, mi peregrinación a Moguer, el instante en que vi por primera vez el Guadalquivir o el ruedo de la Maestranza. Hecha esta profesión de fe andaluza, no puedo pasar por alto la figura de Velázquez y la importancia que ha tenido la pintura en mi vida. ¿Quién fue más andaluz? ¿Murillo o Velázquez? Algunos dirán que Murillo, pero la primera pintura de Velázquez es profundamente sevillana. “Lo que los poetas dijeron sobre Velázquez” no es, como alguno podría suponer, una serie de opiniones, de críticas sobre las obras del pintor sevillano producidas por algunos escritores del siglo XX. Se trata, fundamentalmente, de uno de los mecanismos básicos de la creación artística e intelectual al que los estudiosos han llamado intertextualidad o transtextualidad. Ver cómo un determinado texto (en este caso, una tela de Velázquez) da origen a otro texto (un poema de Manuel Machado, de Rafael Alberti, de Blas de Otero). Algo de esto hice yo mismo en uno de mis poemas de“Ojalá el tiempo tan sólo fuera lo que se ama”, que se titula “Las lanzas”.

 

10 — En las VII Jornadas de Poetología (2014) te referiste a “El eros flamenco en la poesía del tango”.

 

GEP — Sobre los orígenes del tango como género musical y como danza se ha escrito mucho y no sin generar polémicas. Casi siempre se habla, sea para sostener o rebatir la tesis, sobre su ascendencia en parte andaluza. Pero poco o nada se ha escrito sobre la poesía del tango en relación a las coplas flamencas. Recién en los últimos años Miguel Poveda se ha arriesgado a afirmar que “el tango y el flamenco, si bien son distintos musicalmente, tienen una raíz y una poesía popular de una profundidad muy parecida” y que siempre existió una vinculación de “los cantaores con el tango porque sus coplas tienen una relación íntima con el desgarro que existe en el cante”. Por otra parte, Diego El Cigala confesó su pasión por el tango debido a “sus letras de tragedia, nostalgia, desamor, desazón, infidelidad. Yo amo lo oscuro, el desasosiego, el clima de muerte que tiene el tango...”. Y también que “el tango es como el flamenco. Es lo que más me gusta, que, sin tener que ver directamente un género con el otro, el tango y el flamenco sí tienen mucho que ver con el corazón. Por eso me siento tan a gusto cada vez que canto tangos”. No obstante, las letras de los tangos más antiguos poco tienen del desgarro y de las cosas del corazón del cante andaluz. José Gobelo afirma que “las primeras letras para tango son, en nuestra opinión, españolas en su forma y lupanarias en su fondo” y que “los compadritos de Villoldo tienen el desparpajo y la fachenda de los chulos expresados en las letras de los cuplés”.

 

            En la historia de la poesía del tango, Gobelo remarca la importancia de Pascual Contursi, ya que “fue él quien expresó al nuevo porteño, que no era ya el compadrito con aire de chulo, sino el hijo de inmigrantes, con tristezas de gringo desarraigado”. Y agrega: “se debe a Pascual Contursi el gran tema del tango, que es el amor perdido, tema en torno del cual gira lo mejor de la lírica universal”. Además, con Pascual Contursi “la prostituta (o la mantenida) se presenta con rasgos humanizados e introduce en el incipiente tango-canción un clima de melancolía moral que pervive hasta hoy y que es uno de los rasgos más acendrados del sentimiento porteño”. Si bien la poesía del tango no tiene limitaciones temáticas, es la cuerda erótica la que suena con mayor frecuencia, dividida en un gran número de motivos, y es la que acerca nuestra expresión artística a la poesía popular andaluza. El estudio temático de la poesía flamenca evidencia también su riqueza semántica. La poesía popular gitano-andaluza es temáticamente limitada, pero variada en los motivos que matizan los principales temas. Gran parte de la inspiración de sus poetas radica en los asuntos líricos dominados por cierto patetismo. Los rincones profundos del yo poético se manifiestan en un conjunto diversificado de estados de alma, entre ellos, como también sucede con el tango, los derivados de las múltiples manifestaciones del amor, quizás el más patente y frecuente en la poesía para el cante.

 

            Tanto el tango como el flamenco son manifestaciones artísticas de extracción popular que trascendieron su acotada geografía de origen —el Río de la Plata, Andalucía— para convertirse en patrimonio de la humanidad. Tango y flamenco tienen una triple expresión: la música, la danza y el canto, pero ningún estudio ha podido demostrar con certeza la influencia de éste sobre el nacimiento de aquel. No obstante, la fusión entre el tango y el flamenco que se viene dando desde hace unos años hace pensar en que tienen más de un punto en común. Si como piensa Fernando Sánchez Zinny y otros autores, la poesía del tango surgió como una extensión de la emotividad gaucha —cantar opinando, nostalgia de los años que han pasado, actitud de consejo, desarraigo familiar, pobreza y, para el tema de nuestro interés, misoginia y amor desproporcionado a la madre “que pudo haber llegado con la herencia hispano-musulmana y haberse reforzado después con el aporte de las cerradas costumbres italianas”—, no resulta descabellada la ligazón con el eros flamenco, ya que la poesía gauchesca, como lo señaló Miguel de Unamuno, es también en su esencia primordialmente española.

 

11 — Consta en tu presentación formal, curricular: sos el autor del “Diccionario de escritores de la provincia de Buenos Aires. Coloniales y siglo XIX”.

 

GEP —Siempre me apasionó la historia, especialmente la historia argentina, que es mucho más rica que cualquier literatura. Considero que la historia sustituyó, en gran parte, la pobreza de novelas de nuestro siglo XIX. “Facundo” y las demás biografías de Domingo F. Sarmiento son verdaderas novelas, incluida su propia autobiografía. Por eso mis intereses intelectuales se vuelcan en parte hacia la historia, sobre todo hacia la historia cultural. Ya hace casi 25 años que trabajo en el Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, un lugar privilegiado que me ha permitido desarrollar éste y otros trabajos, como la edición facsimilar de “El Triunfo Argentino” de Vicente López y Planes y varios trabajos sobre toponimia.

 

12 — Resulta que a mis setenta y un años, hace pocos meses, me regalaron el volumen “Cuentos secretos” de Aurora Venturini (1922-2015), como vos, platense, y con más de treinta obras publicadas. Primer acercamiento mío, ambivalente, a su escritura: me sorprendió de forma grata aquí o allá y también algunos pasajes me produjeron reticencia, fastidio. La has destacado. Contanos de ella.

 

GEP — Ella me descubrió a los veinte años y me alentó en mi vocación literaria. Siempre tuvo conmigo una relación llena de afecto y de respeto, pese a que yo tenía también muy buenas relaciones con la poeta Ana Emilia Lahitte. En La Plata ha quedado como parte de nuestro anecdotario la rivalidad de ambas, pese a que habían estudiado juntas y habían pertenecido a la misma generación. Creo que hacia el final de sus vidas llegaron a reconciliarse. Visité muchas veces el departamento de Aurora, sobre todo en la época en que estuvo casada con Fermín Chávez, con quien también tuve una excelente relación. Opino que Aurora va a quedar en la historia por su obra narrativa, quizás tardíamente valorada, más que por su obra poética. En una ocasión me organizó un homenaje en su casa. Fue cuando me expulsaron de la Sociedad de Escritores de la Provincia, entidad que ella misma había fundado y que, en manos de gente oscura, había decidido eliminar de sus padrones a escritores que pudieran resultarles competitivos. Aurora tomó mi expulsión como un reconocimiento y me organizó un homenaje en su casa, en el que Fermín Chávez compuso algunos versos gauchescos en mi honor. Concurrieron los escritores más importantes de La Plata, pero el departamento de Aurora era muy pequeño, de manera que una vez que nos sentamos ya no pudimos movernos más. Lo curioso fue que Ana Emilia Lahitte, quien lógicamente no fue invitada, también me organizó un homenaje en su casa por el mismo motivo. Tanto Aurora como Ana eran mujeres de una enorme personalidad, muy generosas con los jóvenes, y como suele ocurrir con muchos escritores, llenas de costumbres, ritualismos y atavismos que ya estarían fuera de la materia de este reportaje.

 

 

Guillermo E. Pilía selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

 

Pan de la memoria

 

He dejado a mis padres

en esa casa que fue alguna vez

del tamaño del mundo. —Hay allí,

bajo esos zócalos, en cada grieta

de sus lajas, un tiempo en su sepulcro;

allí una hierba fina va creciendo

como la cabellera de los muertos—.

Estos pocos recuerdos son mis únicas

certezas por ahora. —Y la infancia

—como una espina de naranjo verde—

es una extensa mañana de lluvia;

es un agua metálica y humilde

que hervía en grandes ollas

y el perfume del apio y del arroz,

del perejil y la albahaca. Más tarde

yo iría a revolver en los roperos

sin saber que otras vidas más profundas

perduraban detrás de las maderas.

Acaso no existía diferencia

entre el sueño y la vigilia, entre un lado

y el otro del espejo, del armario

—aquel en que un abuelo silencioso,

embutido entre los sacos decrépitos,

sonriente descansaba—. No sabía

entonces lo que vive o sobrevive

debajo de las lajas y los zócalos,

ni el destino del pelo y de las uñas;

hoy hablo —claro está— de aquellos años

en los que nunca sentía el temor

de vivir con las sombras, tan distantes

de otros que llegarían a traer

gota a gota la piedad y la pena.

¿Por qué será que ahora

casi nunca se despierta feliz

quien soñó con sus muertos?

Sólo tras muchos viajes por mi sangre

volvería a esos cuartos para hurgar

entre los sueños y entre los roperos,

igual que cuando era aquella casa

del tamaño del mundo. —Hoy comprendo

que todo ese mosaico de vivencias

tuvo encaje y sentido en aquel tiempo:

las perchas, las cigarras, las sombrillas,

las cuentas de un collar, las flores rojas

que veía al despertar de la siesta.

Y el olor de la harina humedecida

con que se amasa el pan de la memoria.

                                                                                                             (“Ópera flamenca”, 2003)

 

 

Las lanzas

 

Una palabra, un destello de acero, ambos fugaces...

Fue el día en que entregaron la humeante ciudad de Breda:

un ignoto soldado llamado Ramón Valdés

—agazapado en las filas españolas—

lanzó su espada al aire y hacia la plaza una injuria.

Algún otro el insulto festejó; y el incidente

se comentó por dos días como anécdota,

antes de regresar a la nada y al olvido.

Nunca Velázquez conoció esa minucia:

abunda en toda guerra la humillación al vencido.

Como ese gesto sin futuro, también

un día se olvidarán Las lanzas, Las meninas,

El niño de Vallecas, la sonrisa melancólica

de Spínola; y esta mano que hoy escribe y mañana

será tierra; y el hombre que ahora inventa un personaje

llamado Ramón Valdés, que en la toma de Breda

hizo ese gesto bravucón y minúsculo,

inhallable en las crónicas como en la tela de El Prado:

un hecho de fantasía y una historia que existe

sólo en justificación de este poema.

                                                                                                   (“Ojalá el tiempo tan sólo fuera lo que se ama”, 2011)

 

 

Lo que a nadie le importa

 

Ahora que el tiempo va trayendo sosiego

y que hallo cada cosa en su lugar

—cada cuerpo geométrico en su sitio

como en un test de inteligencia—, ahora

que cada sentimiento ocupa su baldosa

y lo que de mí me avergüenza se equilibra

con lo que de mí me enorgullece,

ahora —precisamente— me acuerdo

—ya casi sin dolor— de las miserias

que ayer nomás pensaba que tal vez

no iban nunca a concederme reposo:

el color azul gris de mi uniforme

de soldado, el amigo o la mujer

que traicioné, el amigo o la mujer

que a mí me traicionaron, la sonrisa

que alguna vez le di —por miedo— a un asesino

y la imagen de mi abuela que comía en silencio

la manzana de sus cien años de pobreza.

Sólo lo que a nadie le importa sino a mí,

lo que no he vivido y lo que siempre he callado,

lo que nunca conoceré ni escribiré,

lo que conmigo se muere: sólo esto me acongoja.

                                                                                                                               (“Ojalá el tiempo tan sólo fuera lo que se ama”, 2011)

 

 

Una duda teológica

 

Ya estás frente a tu Cristo, ante esa imagen

de madera pulida: él despojado

de ropa y tú cubierto de alamares.

Le pides protección, que si hay peligro

como un capote él extienda ese manto

que se sortearon al pie del patíbulo.

Le ruegas que te libre de un destino

que muchos desearían para ellos

y te evite el desdoro del fracaso.

Estás frente a la cruz como de niño

te enseñaron tus padres, pero dudas

si el Nazareno es tu Dios, si no está

tu señor en la sombra, encajonado,

bramante como un ídolo ancestral.

Con él tendrás que luchar cada tarde

y con pavor religioso matarlo.

Pues todo lo que muere en una plaza

reencarna y resucita, reaparece

para volver a luchar y a morir,

como tu Cristo en cada Eucaristía.

                                                                                                  (“Tauromaquia lírica”, 2013, inédito)

 

 

Abrid de par en par los calabozos

 

Otro invierno: recuerdo que éramos soldados

pero más bien nos parecíamos a obreros,

a pordioseros o a campesinos astrosos.

 —Entre baldosa y baldosa del patio

crecía una vez más la yerbamala;

en los galpones repletos de grano

perseguíamos de nuevo a las ratas—.

Pero así como se ventilan los quirófanos,

del mismo modo un día nos mandaron

a abrir de par en par, hacia tu luz,

Dios ausente, las celdas de castigo.

¿Con qué voces nombrar los calabozos

que una tarde de sol nos ordenaron

ventilar como a cámaras mortuorias?

                                                                                                                     (“Ainadamar”, 2014, inédito)

 

 

*

 

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de La Plata y Buenos Aires, distantes entre sí unos sesenta kilómetros, Guillermo Eduardo Pilía y Rolando Revagliatti, julio 2016.

 

http://www.revagliatti.com.ar/071010.html

http://www.revagliatti.com.ar/ultimoinf.html

 

Academia Argentina de Letras. Rafael Felipe Oteriño, Patricia Coto, César Cantoni, Guillermo Pilía, Jorge Anagnostópulos, José Luis Moure, María Elena Aramburú y Horacio Castillo.

Sono 

Sandra Cornejo: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

 

Sandra Cornejo nació el 14 de abril de 1962 en La Plata, donde reside, capital de la Provincia de Buenos Aires, Argentina. Es Periodista y Licenciada en Comunicación Social por la Universidad Nacional de La Plata. Obtuvo la diplomatura en el Posgrado de Lectura, Escritura y Educación (FLACSO: Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales). Actualmente se desempeña en el equipo de la Dirección de Promoción Literaria  de la Secretaría de Cultura de la Provincia de Buenos Aires. Obtuvo premios y menciones bonaerenses y nacionales. Con notas culturales colabora en el diario “El Día” de La Plata, entre otros. Es la responsable de www.tuertorey.com.ar. Publicó los poemarios “Borradores” (Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores; 1989), “Ildikó” (contratapa de Horacio Castillo, 1998), “Sin suelo” (contratapa de Diamela Eltit, 2001), “Partes del mundo” (contratapa de Hugo Mujica, 2005), “Todo lo perdido reaparece” (con prólogo de Mario Goloboff, 2012), “Bajo los ríos del cielo” (contratapa de María Teresa Andruetto, 2014). Ha sido incluida, entre otras, en las antologías “Poetas argentinas (1961-1980), “Antología de poetas argentinos II” (Free Verse Website 2009, Irlanda), “El verso toma la palabra” (México, 2010), “Poesía de pensamiento. Una antología de poesía argentina” (España, 2015).

 

1 — “Tuve la suerte de crecer entre Chubut, Catamarca, Mendoza, Córdoba y otra vez Chubut.”

 

          SC — Mis padres vienen de familias de mucho esfuerzo: abuelos campesinos en Perú, abuelo herrero y abuela profesora de piano aquí. Papá llegó a estudiar Ingeniería desde Lima, Perú, y mamá Medicina desde Saladillo, provincia de Buenos Aires. Para ellos implicaba un logro increíble recibirse. Se encontraron, y apenas se recibieron, aceptaron el primer lugar que les diera un trabajo. Esto fue en el dique Florentino Ameghino, en la provincia de Chubut, en una época en la que residir en el sur era muy duro. A partir de ese tiempo se trasladaban según lo requería la empresa de papá, Agua y Energía Eléctrica. Fuimos una familia un poco gitana, de mudanzas y baúles. Íbamos allí donde se iniciaba una represa hidráulica o había que concluir una obra. Así, pude transitar por un país que me modeló desde sus entrañas, desde la grandeza de la gente del interior. Es muy diferente crecer en Las Pirquitas, en San Rafael o en Esquel respecto de alguna capital grande. En las pequeñas localidades abunda la magia. En La Plata nací “casualmente” (digamos que en La Plata sólo aconteció el parto de mi mamá, donde perdimos a mi mellizo). Nunca fui urbana. Tengo una cosmovisión de montaña, de paisaje, de lago y río. Ya son muchos y largos los años de vida aquí, pero siento que lo que funda es lo que prevalece. A la ciudad le debo mi hijo. A la ciudad le debo la puerta hacia el amplio mundo. Pero tuve la suerte de crecer en el pequeño.

 

2 — Es desde que egresaste de la Universidad Nacional de La Plata que fuiste ocupando puestos en ámbitos de Comunicación Institucional, Gestión Cultural y Educación. Y hoy sos Personal de apoyo en la Secretaría de Medios de la Gobernación de la Provincia de Buenos Aires.

 

          SC — Unos días antes de recibirme ya trabajaba, con la democracia recién nacida. Algunos amigos fuimos ingresando en distintos espacios de comunicación y prensa. Yo ya vivía sola. Todo era bastante difícil. Amanecía en un país que empezábamos a descifrar. Fueron tiempos de aprendizaje y también de cierta orfandad. Luego de unos años, el entonces subsecretario de Cultura (de alguna manera mi mentor en gestión cultural) me propuso seguir ese camino. Yo había publicado “Borradores” (libro ante el cual siempre tuve dudas, fue un empujón de la poeta Ana Emilia Lahitte). Con cambios y vericuetos hice una carrera en el Estado, ámbito que cuido y quiero porque considero que el Estado somos todos, no un partido político o un gobierno de turno. “Personal de apoyo” es una designación profesional a la que se llega luego de esa carrera, después de ciertas pautas. Hoy acompaño el equipo de la Secretaría de Cultura de la Provincia. Todo lo que pueda entregar en el tiempo actual, para mí es un regalo, que agradezco.

 

3 — Y es desde que cursaste la Diplomatura en FLACSO que realizás talleres de literatura en Contextos de Encierro.

 

          SC — En la Diplomatura que realicé en FLACSO, en especial Ana María Finocchio, me enseñaron a repensar diversos temas. Desde esa nueva concepción del aprender/enseñar me animé a trabajar con internos, adultos y jóvenes. En un punto es conmovedor observar el esfuerzo, la voluntad y la necesidad de expresarse que tienen seres que han cometido, tal vez, el peor de los daños contra sus semejantes. En la vida todo tiene una razón de ser. Un sentido. Aún no he trabajado en hospitales, pero me gustaría. De todos modos, por la profesión de mi madre, siempre he estado ligada a los hospitales y al ser doliente. El dolor humano, el dolor del cuerpo, es algo que tendríamos que comprender y asimilar de un modo más solidario. Mi concepción no es “garantista”, pero apunto al ser, a nuestra necesidad esencial y común de abrigo. En tal sentido la escritura sana, acompaña, cobija. La lectura es una especie de hogar; alguna vez nos abrieron la casa de los libros, y tal vez nos salvaron, es casi una deuda hacerlo con los otros.

 

4 — Es alguien a quien el rock no lo entusiasma (yo), el que inquiere sobre tu Tesis de Grado presentada ante la Facultad de Comunicación Social de la UNLP, denominada “Recitales de Rock. ¿Contestación o Alienación? Una Visión Histórico-Social”.

 

          SC — El rock traduce una época especial. Sergio Pujol me guió con sabiduría entre las malezas de mi vieja tesis. Intenté analizar los movimientos artísticos desde distintas perspectivas, sus variadas caras… Y disfruté enormemente recordando letras o confrontando nuestra idiosincrasia con la norteamericana, por ejemplo, o nutriéndome del folk, que adoro, y otras vertientes. La música expresa de manera singular los momentos históricos, y las culturas. Ahora que hablamos de esto te cuento que una compositora argentina que reside en Nueva York, Sofía Rei, musicalizó hace un tiempo un poema: “Todo lo perdido reaparece”. Cuando se producen estos cruces se vuelve más luminosa la soledad.

 

5 — ¿Es en soporte papel o electrónico que se publicó en Irlanda la “Antología de poetas argentinos II”? ¿Es bilingüe? ¿Qué otros poetas han sido incluidos y quién ha realizado la compilación?

 

          SC — Es una antología bilingüe que está en soporte electrónico pero que en Irlanda se publicó en papel. La selección fue realizada por Liliana Heer y Ana Arzoumanian. El responsable allí fue un poeta irlandés muy interesante, Michael Smith. Liliana Heer, que es imparable, viabilizó la idea. Contactó ambos mundos. Ella suele ser un gran motor. Hay en esta antología poetas como Mario Trejo, Tamara Kamenszain, Leonardo Martínez, Romina Freschi, Susana Szwarc, un placer todos ellos. Es un privilegio haber participar en esa selección.

 

6 — Y para vos, ¿la poesía…?

 

          SC — La poesía es un regalo. Una posibilidad de traducir imágenes y sensaciones que nos atraviesan. Es también un intento de reflejar la incertidumbre, y el asombro, como sugería la maravillosa Szymborska. La poesía es por ejemplo un árbol. El sol de agosto sobre el agua helada. La montaña. Los borceguíes sobre la pendiente. Un puente. Un tono. Un matiz. El origen. El hijo. Porque en el hijo ya está todo dicho.

 

7 — En tu condición de periodista cultural te has ido refiriendo, entre tantos otros escritores, al platense Rafael Felipe Oteriño, al sueco Tomas Tranströmer, a la chilena Diamela Eltit, al húngaro Peter Esterházy. ¿Prevés publicar algún volumen que reúna parte de ese quehacer? Y por contigüidad: ¿tenés ya poemarios a la espera de edición?

 

          SC — La verdad es que no he pensado en esa posibilidad. Sería interesante, ampliando cada escrito, actualizándolo. De cualquier manera ahí están esas notas, en la nube o en el papel. Respecto de un poemario a la espera de edición soy pausada para escribir. “Bajo los ríos del cielo” es de 2014. Desde “Sin suelo” intento trabajar cada poema de la manera más exhaustiva posible. Tal vez porque en “Borradores” e “Ildikó” fui muy visceral. Siento no haberlos cuidado lo suficiente.

 

8 — Augusto Roa Bastos afirmó: “Immanuel Kant, que no abandonó un solo día su ciudad natal, es el ejemplo perfecto del peregrino inmóvil del pensamiento universal.” ¿Qué otros “ejemplos perfectos” de algún tipo de producción nos aportarías?

 

          SC — Siempre me impresionó esa situación vital de Kant. Emily Dickinson es otro ejemplo perfecto. Para darte uno nuestro, aquí cerca, en mi ciudad, está César Cantoni, del cual he escrito: “César Cantoni es un poeta que viaja a través de la poesía. Se refugia de vez en cuando en Irlanda, se hospeda seguido en la vasta Norteamérica, discute sobre las posibilidades líricas con algún crítico alemán, acoge a casi todo poeta del Este europeo y se mira en España, en lo más puro de la lengua madre”. Es una nota que titulé “Una poética desobediente”, a propósito de su libro “El fin ya tuvo lugar”.

 

9 — A manera de punta de lanza: ¿qué cinco libros marcaron tu vida?

 

          SC — Tendría que mencionar los primeros, en el inicio, esos de los trece años. Te diría “Desde el jardín” de Jerzy Kosinski, “La hora del vampiro” de Stephen King, “Juan Salvador Gaviota” de Richard Bach, “Poesía completa” de Antonio Machado y “Demian” de Hermann Hesse…; no puedo dejar afuera “El viejo y el mar” de Ernest Hemingway y “Una muerte muy dulce” de Simone de Beauvoir. Elección ecléctica, como verás.

 

10 — ¿De dónde partís para efectuar el análisis de una obra?

 

          SC — La emoción. Si una obra me conmueve puedo analizarla con mayor fluidez, de lo contrario es un esfuerzo importante. Observo las entrelíneas del autor, sus semejanzas con otras obras, sus puntos de apoyo, sus búsquedas, la singularidad de su lenguaje. Las hay complejas: por ejemplo, la de Jacques Derrida o Edmond Jabés, Péter Esterházy o Diamela Eltit. Las hay bellas y suaves, como la de Mary Oliver o Paula Meehan; transparentes y sabias, como la de Tomas Tranströmer o Wisława Szymborska; metafísicas como la de Czesław Miłosz…; hay tantas obras como creadores… Parto de lo que nos une.

 

11 — ¿Cuál es la fascinación que sentimos ante ciertas obras? ¿Cuáles te provocan fascinación? ¿Qué obras te la provocaron, y ya no?

 

          SC — Otra vez vuelvo a la emoción. Pero te agregaría la palabra comunión. Hay creadores que nos iluminan, nos interpretan, se vuelven esenciales para nosotros: Seamus Heaney, Margaret Atwood, Jeanette Winterson, un cuadro de Johannes Vermeer, un film de Aleksandr Sokúrov, una canción. Cuando una obra me ha fascinado sigue fascinándome, de manera diferente quizá, pero siempre mantiene su grado de asombro y misterio.

 

12 — ¿Qué influencias —o “familias de entusiasmos”, como dirían los poetas Cintio Vitier y Alberto Rodríguez Tosca— literarias, filosóficas, sociológicas… están presentes en tu poética?


          SC — En algún momento me impactó el expresionismo alemán, su halo nocturnal, su espiritualidad. Del imaginismo americano intenté comprender el riguroso cuidado del lenguaje. Algunos poemas míos observan la idea platónica de la reminiscencia. Las religiones, en especial el budismo y el misticismo católico, me acompañan especialmente cada vez que escribo. El paisaje, la naturaleza y lo extranjero influyen profundamente en mi escritura.

 

13 — ¿En qué estás trabajando ahora mismo?

 

          SC — Mis pocos y nuevos poemas hablan de la errancia, la extranjería, de la impresión que provocan los lugares que uno ama, esa sensación. Me interesa el tema de la permanencia en una realidad en la cual lo único permanente es lo inestable. Me interesa el tema del encuentro, esa epifanía. Me interesa preguntarme cuánto duran los finales felices. En eso trabajo.

 

14 — ¿A dónde te llevan, te trasladan “algazara”, “bonhomía”, “pronóstico”, “arrebato”, “truculencia”?...

 

          SC — Qué palabras… Algazara me lleva a algún pueblito español en día de fiesta. Bonhomía me lleva a Santa Clara de Asís. Pronóstico me lleva a mi temor por las tormentas. Arrebato es una palabra incómoda, que nada ecuánime trae. Truculencia es un vocablo cruel, cercano a lo perverso de nuestra especie.

 

15 — ¿Cuál ha sido el enfoque del poeta Hugo Mujica respecto de tu “Partes del mundo”?

 

          SC — “Partes del mundo” es el libro de una encrucijada. Está dedicado a mi hijo especialmente y a una situación en particular. Intento contar a mi modo esas zonas del mundo que me sobrecogen. El título es un rapto de un verso de un poema de Vasko Popa, poeta tremendo y tierno. Hugo Mujica habla del libro y se refiere a él como a “una indagación de finitud consciente, valiente. Poemas y no esteticismo: preguntas y atisbos desde la vida, la sangre, no la tinta, el temblor, no la fijeza”. A lo que agrega: “¿Se acomoda la vida a la vida?...”; es una de las tantas preguntas, de las tantas aberturas. No, y la poesía es eso: lo que surge desde ese desacomodamiento, desde lo que la vida tiene de diferencia con ella misma: lo que busca surgir y lo hace gracias a esa “disonancia”, como la llamaba Hölderlin. De ahí que la respuesta sea siempre un “confiar y caer, caer y confiar otra vez…”, la respuesta, la vida o la poesía”. También Niní Bernardello y el Teuco Castilla escribieron textos que agradezco: Niní relaciona el libro con ciertas secuencias del atardecer, el Teuco menciona una torre desde la cual alguien mira. Lo importante para mí es que en el primer poema, “Todo lo perdido reaparece”, intento sentar una base de esperanza. En el último poema, “Piedra viva”, hay alguien que, carga un zurrón, camina. La vida es eso, andar con esperanza por un camino. Creo que al final llegaremos a casa.

 

16 — ¿Alerce, ciprés de la cordillera, ñandubay, caldén, espinillo o sauce criollo?...

 

          SC — Prefiero alerce y ciprés, pero todos los árboles son hermosos. Tienen una sorprendente naturaleza. Los celtas prestaban mucha atención a la esencia de cada árbol y en base a ellos organizaban su astrología, los consideraban sagrados. El árbol tiene esa combinación de tierra y cielo en raíz y ramas, pero fundamentalmente, como la montaña, tiene la nobleza de lo inalterable. En “Bajo los ríos del cielo” se hallan “Alerzal” e “Isla de los manzanos”, entre otros poemas que, en general, refieren al paisaje y a la construcción de una vida. El sonido de los árboles es música, ellos nos ofrecen su madera, nos dan sombra. Desde muy pequeña siento que los árboles están ahí dialogando con nosotros. Son un símbolo de compañía y protección.

 

 17 — Afirma una de las narradoras de la novela “La elegancia del erizo” de Muriel Barbery: “…no hay nada más difícil e injusto que la realidad humana: los hombres viven en un mundo donde lo que tiene poder son las palabras y no los actos, donde la competencia esencial es el dominio del lenguaje.” ¿Qué te suscita esta afirmación?

 

          SC — Me recuerda una frase que me impresionó desde chica, en el principio de la novela “Tiempos difíciles”, de Charles Dickens; decía algo así: “Lo que quiero son hechos reales…”. A través del lenguaje podemos comunicarnos; los actos deberían acompañar ese comunicarnos.

 

18 — ¿Qué sucesos te producen mayor indignación? ¿Cuáles te despiertan algún grado de violencia? ¿Qué situaciones te hartan instantáneamente?

 

          SC — Me produce indignación la hipocresía. Me despierta violencia la violencia, lo desmesurado, lo invasivo. Me hartan ciertas situaciones a las que no regresaría, en lo posible.

 

19 — ¿En las constelaciones de qué artistas podrías tener cabida?

 

          SC — Quién sabe. Me gustaría tener cabida en las constelaciones de las gentes “que viven, laboran, pasan y sueñan”, como decía Antonio Machado. Ser una con todos ellos. Hay una canción de un autor irlandés, “Una radiante rosa azul”, que me ha impresionado desde que la escuché: habla de un encuentro y de un deslizarse, en un tiempo sagrado, meditando sobre la vida y la muerte. En todo caso, me agradaría estar en esa clase de constelación.

 

 

Sandra Cornejo selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

 

Un abedul

 

Un abedul

cuando llueve,

una arboleda que aclara

al arañar la pista

y desciende el avión en un aeropuerto

donde las mujeres beben vodka

a las seis de la mañana hora local

                          

Era acogedor el frío

aunque temible

Cantabas en mi idioma

pero con otro acento

Afuera la hilera de abedules

los aviones solos sobre el cemento mojado

                       

Detrás de las cabinas

los soldados

te miraban cantar

 

Algunas veces, por un instante

la historia debería sentir compasión

y alertarnos

                                                                                                       (de “Sin suelo”, Ediciones VOX, 2001)

           

 

Todo lo que buscabas

 

Todo lo que buscabas

era una huella en la nieve

 

no imaginaste que al cruzar la frontera

el percutor gatillaría a tu animal

como a un gato montés

o una liebre

 

alguien lo había intuido

con una vela encendida

en una habitación cerrada,

al salir

te asombraron esos seres,

no eran tu padre

ni tu madre

ni quien ocupara un lugar

en tu cuerpo

 

¿Qué querías,

fragor o tersura?

Al puerto de aguas profundas

no irías por las aguas del deshielo

irías al embalse

cuenco turbio, hondo

susurro pidiéndote que caigas

 

Animal desarmado

buscabas un cuerpo a la intemperie

su huella

en época de caza

                                                                                                       (de “Sin suelo”, Ediciones VOX, 2001)

 

 

*

Todo lo perdido reaparece

 

Descorre

lo que separa un mundo de otro

quita el velo

y todo lo perdido reaparece

 

la vida se muestra

para que el ojo la alcance

 

abre

lo que separa

un mundo de otro

(lo perdido)

 

retoma la sutura

cose

la tela que será de alguna forma mejorada.

                                                                                                        (de “Partes del mundo”, Alción Editora, 2005)

 

 

Un lago

 

Cuentan que la profundidad de un lago

es semejante a la altura

de las montañas que lo rodean.

Cada vez que observo

esa superficie

al ras de una breve playa

me conmueve este pensamiento.

 

Era un día de febrero

un día cálido, sin viento.

Carmen dormía.

Vos y yo caminábamos en el muelle

haciendo equilibrio

entre hierros atravesados

sobre un apoyo invisible.

 

No te animabas a zambullirte

—el agua de un lago siempre es fría, casi helada—

yo apenas jugaba con los pies descalzos

en el oleaje.

 

Todo el mundo estaba ahí.

La cabaña a pocos metros

el silencio

y en la montaña

la presencia inalterable del fondo del lago.

                                                                                                                          (de “Bajo los ríos del cielo”, Ediciones Al Margen, 2014)

 

 

Isla de los manzanos

 

Qué es la vida sino detalles.

Cerrar las ventanas por la noche.

Aguardar que las manzanas asadas

te cobijen.

Observar en el verde

lo frondoso que ha crecido el ficus.

Comprobarle a la casa sus sueños.

Leer en su texto indeleble

la certeza tallada con el corazón.

Como si de pronto un druida

se hubiera hecho cargo

del mundo y su peso

sentirse

de tanto en tanto

a salvo.

                                                                                 (de “Bajo los ríos del cielo”, Ediciones Al Margen, 2014)

 

 

Alabanza

 

Por tres generaciones

—que yo sepa—

las mujeres de mi familia

perdieron su cría.

 

Cuando esperaba a mi hijo pensaba en ello.

 

Comprendí que estaba marcada

que era posible tanto

la noche como el día

por eso

le hablaba a mi criatura

como quien en el buen clima siega el heno

y para el tiempo inclemente

prepara los enseres.

 

Sangré.

Sangrar no es buena cosa antes del parto.

 

Ahora

cuando mi hijo va y viene por los caminos del Señor

siento su presencia natural, como la lluvia o el ciruelo

pero hay un instante, en cada día,

que vislumbro el milagro

—la diferencia—

 

y agradezco.

                                                                                           (de “Bajo los ríos del cielo”, Ediciones al Margen, 2014)

 

 

*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de La Plata y Buenos Aires, distantes entre sí unos sesenta kilómetros, Sandra Cornejo y Rolando Revagliatti, 2016.

www.revagliatti.com.ar

 

Sandra Cornejo y Diamela Eltit

Sandra Cornejo y su hijo Mateo Zombor

Sandra Cornejo con José María Pallaoro y Norma _Etcheverry

con Horacio Castillo y César Cantoni

Eugenio Mandrini: sus respuestas, poemas y microficciones

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

 

Eugenio Mandrini nació el 16 de diciembre de 1936 en Buenos Aires, donde reside, capital de la República Argentina. Ha sido fundador e integrante de la “Sociedad de los Poetas Vivos” y co-director de la revista “Buenos Aires Tango y lo Demás”. Es Académico Titular de la “Academia Nacional del Tango”. En distintos géneros literarios recibió distinciones: destacamos el Primer Premio Municipal de Poesía (2008/2009). Colaboró con las revistas “Fin de Siglo”, “Puro Cuento”, “Ñ” y “Crisis”, entre muchas otras. Fue incluido en las antologías “Antes que el viento se apague”, “Testigos de tormenta”, “Cuerpo de abismo”, “Galería de hiperbreves”, “Tiros libres”, “Velas al viento”, “La nave de los locos”, etc. Ha compilado y prologado la antología “Los poetas del tango” (2000). Es guionista de historietas. Publicó en 1987 el volumen “Criaturas de los bosques de papel”, poemas y cuentos; “Discépolo, la desesperación y Dios”, ensayo, 1998; “Las otras criaturas”, microficción, España, 2014; “La vida repentina” (selección de textos de “Criaturas de los bosques de papel”), 2015. Sus poemarios son “Campo de apariciones” (1993),  “Párpados para el ojo que sale de mí” (1999), “Conejos en la nieve” (2009), “Con voz de perro lunar” (2014).

 

 

1 — En otras ocasiones has definido públicamente tus preferencias, improvisado instantáneas, pergeñado esbozos o estampas. Hoy, para nosotros, Eugenio, ¿qué retrato de vos nos ofrecerías?

 

          EM — Comencé a respirar formando parte de una familia constituida por cinco miembros: mi padre, mi madre, mi hermana, los libros y yo.

          Ya de niño, mi padre fue mi mentor, mi guía en el oficio de lector, paseándome primero por los trágicos y épicos griegos, después por el siglo de oro español y, por último, por la gran literatura rusa y la no menos grande de la francesa, período que después completé con los contemporáneos. Eso fue suficiente para enamorarme de las palabras, y no solo de éstas, sino también de un punto aparte y de una coma. Llegué a soñar que la coma era una puerta donde la sorpresa me aguardaba con los brazos abiertos.

          A quien me pregunte la edad, le diré que en diciembre cumplí 141 años, porque sigo la huella de diplodocus que dejó mi padre. De lo dicho surge también que soy de sagitario, pero aclaro que nosotros, los sagitarianos, no creemos en los horóscopos.

          Supe de la poesía cuando siendo un pibe, el día en que al ir a la panadería y en vez de pedir medio kilo de pan, dije: pan, medio kilo. Es que había descubierto el hipérbaton, recurso retórico que consiste en practicarle al giro una súbita torsión, procedimiento que más tarde aprendería a exprimirlo hasta producir cadencia.

          He elegido vivir en constante exaltación poética, y es por ello que cuando empezaron a llamarme loco, comprendí que estaba en el buen camino.

          A su tiempo, escribí novela, cuentos, guiones de historieta y hoy, además de poesía, mantengo estrechos vínculos incestuosos con la microficción, a la que siento como mi madre, mi amante, mi hermana, mi hija.

          Amo la ópera porque es la casa de los héroes vocales, y al tango porque sus evocaciones y nostalgias nos devuelven el cielo que perdimos una vez.

          Mi otro amor o especialidad es ser lector, es decir, desenterrar tesoros en medio de la noche.

          ¿Qué pienso del mundo? Que hay que vivirlo con un ojo perplejo y el otro insomne.

          ¿Qué busco al escribir? Que la palabra brille como un sol o, al menos, como la sombra de un tigre.

          ¿Mi color? El rojo, un tanto brumoso por la época.

          ¿Músicos? Beethoven, Verdi, Piazzolla.

          ¿Voces? Callas, Gardel, Serrat.

          ¿Qué pienso de Dios? Que existe, se llama Shakespeare y está en expansión.

          ¿Forma preferida de morir? Distraídamente.

          ¿Mi felicidad? La mujer, mi hijo, un amigo, la soledad, la multitud.

          ¿Un sueño? Despertar el día después de haberme helado.

          ¿Otro sueño? Que el cuervo de Poe continué diciendo “nunca mas” hasta que la miseria, la angustia y el olvido, sean nunca mas.

          Si me preguntan qué es la poesía, digo que es un estado de ceguera desde el cual se ven otras luces, incluso otras sombras. Si me preguntan qué es la microficción, digo que es un rayo de luz en un sótano o más bien el escorpión que viene a morderme la camisa.

          Creo que tanto el poema como la microficción son construcciones que trato de edificar mediante innumerables borradores, tantos que alfombran el piso.

          Creo también, como Eluard, que hay otro mundo y está en éste.

          Y creo asimismo en la piedad,  a la que llamo cada vez que, al escribir, transpongo la frontera de lo real.

          No se si he sido claro.

 

2 — Nuestros lectores confirmarán que lo sos. Instalémonos por un instante en la (eventual) claridad de tu adolescencia, y la seguimos desde allí.

 

          EM — A los catorce años, mi primer trabajo: escribir guiones de historieta en revistas hoy desaparecidas. Más tarde, cuentos para revistas femeninas como “Maribel” y “Vosotras”; además, para las Selecciones Policiales y Gauchescas de Editorial Codex. Todo eso, sin dejar de intentar el poema, ganando premios en concursos de poesía tradicionalista: por ejemplo, sobre “Las mujeres gauchas” y sobre el Chacho Peñaloza. Ya en 1970, gané el primer premio de poesía que organizara la Biblioteca Popular “Cornelio Saavedra”, circunstancia que me permitió iniciar y sostener una larga amistad con el poeta Joaquín Gianuzzi. Y comencé a redactar guiones para las revistas de la Editorial Columba, creando un personaje gauchesco para el Álbum de “El Tony”, llamado “Rosendo, el toro”, que se mantuvo durante años, pasando luego a la Editorial Skorpio, donde escribí numerosos guiones unitarios, y además otro personaje, llamado “La maga”, el que se reprodujo en España e Italia, mientras que en nuestro país produje guiones para los renombrados dibujantes Domingo Mandrafina, Horacio Altuna, Gustavo Trigo, Carlos Casalla, Francisco Solano López, Carlos Roume, Leopoldo Durañona, y Alberto y Enrique Breccia. Pero ya hacía tiempo que venía en conflicto con la historieta, para sustituirla por la poesía y la narrativa. Al respecto, recibí una importante mención en el concurso de novela organizado por el Diario “La Opinión” y Editorial Sudamericana, también en 1970, con un jurado compuesto por Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar, Augusto Roa Bastos y Rodolfo Walsh. La novela se tituló “La bilis” y por enigmáticas razones no llegó a publicarse. Y siempre alrededor del setenta recibí una mención en un concurso organizado por Canal 13, sobre obras de teatro para TV, con duración de treinta minutos, que ganó Rodolfo Walsh con “La granada”, pero el canal nunca filmó las obras premiadas, pese a que ello constaba en las bases del concurso.

 

3 — ¿Y ya en la década siguiente?

 

          EM — Se publica en el 87 el hoy inhallable “Criaturas de los bosques de papel”, a través de Editorial ECA, última editorial que tuvo el Estado, y dado que estaba compuesto por poemas y cuentos breves y brevísimos, me permitió entrar en el mundo de la microficción, a tal punto que en diciembre de 2014 se publicó en España “Las otras criaturas”, por Editorial Menoscuarto, íntegramente dedicada a la microficción. A su vez, al año siguiente, Editorial Macedonia, de Buenos Aires, publicó “La vida repentina”, selección de “Criaturas de los bosques de papel”.

 

4 — El volumen “La Argentina en pedazos” de Ricardo Piglia (Ediciones de la Urraca, 1993), incluye tu adaptación a la historieta, ilustrada por Solano López, del cuento “Cabecita negra” de Germán Rozenmacher (1936-1971).

 

          EM — Éste resultó ser un trabajo interesante que en su momento fue estudiado en alguna Universidad. Sobre el mismo entendía que adaptar a la historieta un cuento de lenguaje macizo como el de Rozenmacher, solo se podía resolver eliminando la escritura del autor y respetando solo su espíritu y el contenido, vertidos ambos en el clásico diálogo del guión, que es la esencia de este tipo de literatura de imágenes, sostenido, a veces, por el silencio, vale decir, la primacía del dibujo con exclusión de la palabra.

 

5 — “Discépolo, la desesperación y Dios” es el título del ensayo con el que contribuiste al acervo de la Academia Nacional del Tango.

 

          EM — Se trató de una exigente experiencia. Me permití eliminar por completo los datos biográficos del autor, y someterme al ejercicio del “desplazamiento”, es decir, viajar de autor a autor, o sea, desde mi lugar hacia el de él, hacer allí la carnadura, y llegar a su interioridad, a su introspección. Quedó entonces el ensayo como escrito por “dentro” del mismo Discépolo, desde su desesperación y sus duros planteos y disputas sobre Dios.

 

6 — ¿Develarías lo acontecido con “La bilis”, esa novela que nunca se publicó?  

 

          EM — La novela trataba la relación entre dos empleados de oficina, uno, peronista de la primera hora, y el otro, un teórico de izquierda, en medio del marco histórico de una crisis social y económica. En cuanto a lo enigmático, resultó ser que tanto en la Editorial Sudamericana (que auspició el concurso junto al diario “La Opinión”) como en Cedal (Centro Editor de América Latina), donde la presenté, fue rechazada por exceso de técnicas que hacían confusa la historia. Creo que sí, que era cierto eso, dado que entre la sucesión de ejercicios técnicos, me dediqué a dar, en cada una de las secuencias de la novela, que no eran pocas, cinco o seis versiones, motivo por el cual su lectura parecía destinada solo a lectores teóricos de la novela. De todos modos, también fue enigmático el hecho de que ambos directores de dichas Editoriales, o sea, tanto Enrique Pezzoni como Luis Gregorich, me “invitaron a aclarar la historia” con posibilidades de ser publicada. Desistí de ello por temor a que la novela quedara reducida a polvo entre los dedos, y decidí enterrarla en el olvido, al punto de terminar extraviándola. Aun así, la novela había sido mencionada por el Jurado.

 

7 — Aunque mucho trasluce el título de la revista que llegaste a dirigir, ¿la evocamos?

 

          EM — “Buenos Aires Tango y lo Demás”, que codirigí con el poeta Héctor Negro, fue una revista independiente que editó 60 números en 30 años, sostenida a pulmón y éxtasis por un grupo de amigos solidarios. Y es cierto lo que decís respecto al título que lo delata todo. Sin embargo, además del material informativo y ensayístico sobre la ciudad y el tango, no faltó el espacio destinado a lo creativo, mediante la incorporación permanente de poemas y cuentos, tanto de los integrantes de la revista como de autores conocidos. Al respecto, mis textos sobre dichos géneros, fueron recuperados en un reciente libro titulado “Con voz de perro lunar”.

 

8 — Sos de la ópera “un entusiasta al borde de la locura”. ¿“Nabucco” de Giuseppe Verdi, “Carmen” de Georges Bizet, “Tristán e Isolda” de Richard Wagner, “Sansón y Dalila” de Camille Saint-Saëns, “Orfeo y Eurídice” de Christopf  Willibard Gluck o “Mefistófeles” de Arrigo Boito?

 

          EM — En todas ellas y en las que falta citar, destellan grandes momentos orquestales, corales y de voces individuales que me exaltan. Esto me hace recordar lo que alguna vez escribió un desconocido lexicógrafo: “la música es la más arrebatadora de las artes”, bello concepto que comparto plenamente, aunque también la poesía derrama sus arrebatos, desde un sentido más secreto o íntimo, como es a través de las dos “S”, es decir, la Sugerencia y la Seducción.

 

9 — Se lee en “Yo el supremo” de Augusto Roa Bastos: “La obra maestra de ficción de todos los tiempos habría sido aquella en la que estuviesen unidas la magia armoniosa de la prosa de Cervantes y la prodigiosa capacidad de invención verbal de Quevedo.” ¿Qué otra unión fantaseás que hubiera brindado la obra maestra de ficción de todos los tiempos?

 

          EM — En principio dicha frase, y que me perdone Roa Bastos a quien admiro, suena a glorificación de los muertos o a culto de la personalidad. Si la novela hablara, seguro que resistiría con sólidos argumentos engrosar el género con los restos de los próceres. El arte literario, estudiado históricamente, goza de una tríada que se mantiene en el tiempo felizmente inalterable: me refiero al entramado compuesto por Legado – Metamorfosis – Continuidad. Lo que surja de allí puede ser más significativo y poderoso que cualquier ensoñación. El pasado es la fuente a la que hemos de acudir hasta ahogarnos, y los muertos célebres son nuestros padres. ¿Qué más?

 

10 — ¿Con qué nos vamos a encontrar en tus futuros libros?...

 

          EM — Nunca padecí la ansiedad por la publicación. Debe ser porque cada libro mío necesita una horneada mínima de cinco años. Pese a ello siempre espero que alguna bifurcación o atajo me permita presentir, brumosamente, la materia de un próximo libro. Hoy estoy trabajando poemas extensos de tipo enumerativo con contextos propios. No sé si todo eso se edificará a través de poemas unitarios o de una ligazón de textos donde el verdadero poema sea la totalidad del libro, vale decir, un libro trabajado con fragmentos o ruinas que, bien montadas, puedan hacer las veces de una construcción.

 

11 — “Un homenaje al vértigo” es el subtítulo de tu poema “Los bailarines de tango”. Es un tanguero que no sabe bailarlo (yo), quien se imagina que sos muy buen bailarín. ¿Me lo confirmás? Imagino también que habrás, muchas veces, “ido a la milonga”.

 

          EM — Lamento defraudarte, Rolando. No soy ni siquiera buen bailarín. Amo el tango, su poesía, su música y sus interpretes; incluso escribí un libro sobre los poetas del tango. Pero no soy tanguero, lo amo desde la poesía. Por otro lado, sí, visité milongas por razones de conocimiento directo, y supe que eran y son recintos Fellinescos. En cuanto a los bailarines, me resultan solemnes y machistas, lo cual es paradójico, pues el baile del tango es un arte admirable. ¿Cómo surgió el poema citado? Me di cuenta que los bailarines, cuando dibujan sus fantásticas figuras, no miran a los espectadores, en realidad los atraviesan. Es decir, su mirada va lejos, a otra latitud, como hipnotizados por algo invisible. Es que ellos están concentrados en su arte, como todo creador en medio de su incierta creación. Ese acto de llegar a la hondura desde el instinto y la audacia, merecen mi más alto respeto. Por eso el poema.

 

12 — ¿Cuáles son los criterios (o algo así) a partir de los cuales corregís las sucesivas versiones de un poema o microficción?

 

          EM — Bueno, esto ya es un capítulo aparte. Primero debo decir que intento ser un perfeccionista, mas no para alcanzar la excelencia técnica, que tiene alma de estatua y pese a ello es imprescindible, sino para llegar a la sencilla fluidez. Ahora sí voy a la pregunta. Una vez “volcado” el poema, si noto algún desequilibrio o desarmonía tanto en el planteo, en el tratamiento, como en el lenguaje, rehago el mismo desde un nuevo enfoque y después otro y otro más, hasta que el poema esté mas o menos domeñado, obsesión que me lleva a alfombrar el piso de borradores. Recién entonces comienza el segundo tramo de la corrección, mejor dicho, la “corrigienda” como bien sabía decir Alfonso Reyes. Por un lado, penetro en la lectura solitaria, es decir, la del ojo, que nunca es abarcadora del todo. Corrección que luego completo con la audición, o sea, la lectura en voz alta, a fin de pasear por el territorio del sonido y, además, completar ciertos espacios que el ojo, por su condición circular, no ve del todo. Finalizada dicha travesía, me desplazo hacia el lector, intento convertirme en él y completo la corrección a la manera de un dentista al arrancar una muela:  impiadosamente. En fin, para mí resulta una delicia la “corrigienda”.

 

13 — Transcribo de “Memoria histórica del más grande existencialista norteamericano”, artículo de Williams Burroughs:“Yo había perdido el interés como un niño en la escritura, quizá porque no estaba capacitado para enfrentar lo que todo escritor debe hacer frente: toda la mala escritura que tendrá que hacer antes de que escriba algo bueno.” ¿Llegaste, Eugenio, como Burroughs, a percibirte tan desanimado? ¿Cómo son tus desánimos, tus fastidios?

 

          EM — Mis desánimos. Otro capítulo singular. Los tengo en cantidad y son audibles. Los consorcistas del edificio donde habito dan fe de ello. Sucede que utilizo máquina de escribir (rechazo la computadora porque necesito tocar el papel, cuanto mas rugoso y menos satinado sea, tanto mejor, y sentir que late en los dedos; me atrae también el peso de algunas teclas cuando ensucian de tinta letras o palabras, hecho éste que le imprime otro volumen al texto; por último, su traqueteo de tren me hace viajar). Bien. Cuando ella, mi amada y estruendosa Remington, por razones mecánicas se atasca, la denuesto con lenguaje de tribuna y hasta llego a pensar, pobre santa, que, en ciertas circunstancias, todos podemos ser asesinos. Claro que más tarde, si rueda como una locomotora feliz hacia su meta final, la acaricio y la beso igual como lo hago con un poema, mío o de otro poeta, que despida luz. Otro desánimo proviene cada vez que la hoja en blanco se me resiste y no puedo  sembrar allí ni una sílaba o letra; profundo desconsuelo que me lleva a ir al Parque Lezama, a sentarme en un banco, y quedar blando o algodonoso, como si fuera yo el único culpable de las penas del mundo. Desde luego que, de pronto, resucito, mando todo al diablo, vuelvo a mi casa, introduzco una nueva hoja en la Remington y aguardo a que las Musas me sean propicias.

 

14 — ¿Qué literatura te interesa porque te “descoloca”?

 

          EM — En realidad me “descolocan” los grandes creadores, con sus giros, sus volares, sus fulgencias, esos que detienen el paso del tiempo o saben engañarlo. Por ejemplo Shakespeare, cuando le hace decir a uno de sus hijos teatrales, que “la historia es un cuento narrado por un idiota lleno de sonido y de furia”, y más aún cuando dicha frase continúa, más de trescientos años después, en William Faulkner, que se apodera de un fragmento de la misma para significar su novela titulada “El sonido y la furia”. O cuando Borges, en su cuento “El inmortal”, escribe: “Llovía con lentitud poderosa”. ¡Santo cielo azul o negro! ¿Qué es eso de una lluvia lenta? ¿Y que es aquello de la lentitud poderosa? Y completo con un agudo hipérbaton de Giosuè Carducci cuando escribe: “el silencio verde de los campos”. Otros, que no son ni serán grandes, habrían escrito “el silencio de los campos verdes”. Al fin y al cabo, la poesía es el género que crea lo fascinante imposible, y en este caso el silencio bien puede ser verde. Todo eso me “descoloca”, para “colocarme” mejor.

 

15 — ¿Tenés algún tema o asunto que te ronde desde hace bastante tiempo y al que “no le hayas encontrado la vuelta” como para materializarlo en un texto artístico?

 

          EM — Sí, lo tengo. Y son dos: la Gracia y la Medida. ¿Qué es la Gracia? ¿Qué, la Medida? ¿Qué luz de relámpago hace que la Gracia se haga visible, sutilmente visible? ¿Y quién de cualquiera de nosotros llega al privilegio de la Medida cuya exactitud ni siquiera la tienen los relojes de precisión atómica? ¿Son ambas materias estables o huidizas? ¿Quién las convoca: algún ángel, algún fantasma, algún monstruo, algún espejismo, algún dios enajenado por la estética, algún mago tahúr de esos que todo lo muestran y todo lo esconden? ¿Cómo es posible que un poema haya alcanzado la excelencia y, sin embargo, la Gracia permanezca ausente? ¿O en qué momento quitar las manos de las teclas y saber (creer) que es esa y no otra la última línea de lo escrito? Me detengo aquí. He llegado a la conclusión de que tanto la Gracia como la Medida, son actos sobrenaturales.

 

16 — ¿Algo del orden del aturdimiento, por ejemplo, habrás percibido, apenas supiste que un jurado compuesto por Antonio Gamoneda, Juan Gelman, Gonzalo Rojas —los tres, Premio Cervantes— y Jorge Boccanera, en Fallo Unánime te habían otorgado el Premio Único e Indivisible del Concurso de Poesía “Olga Orozco” 2008, por tu “Conejos en la nieve”?

 

          EM — Primero me invadió la sensación de levitar, ese estado de flotación fantasmal semejante al de los astronautas en la ingravidez de sus caminatas. Ya repuesto de ese cross a la mandíbula, volví a pensar sobre aquello que había descubierto hacía mucho: que la poesía es un gran émbolo movido por opuestos: por un lado, para algunos, es constrictora como una boa y, para otros, es abundante como los vientos jóvenes, como el desamor o como los buenos elefantes. Supe entonces, junto a la levitación, que “Conejos…” había sido escrita con la mezcla, acaso monstruosa, de esos opuestos.

 

 

Eugenio Mandrini selecciona tres poemas de “Conejos en la nieve” y tres microficciones de “Las otras criaturas” para acompañar esta entrevista:

 

 

EN EL OJO DE LOS CRÉDULOS

 

Soy el mago.

Soy lo imposible.

 

El trébol que detiene el salto del suicida.

Un fósforo del que brota un jardín por cada sombra rota.

Un ahogado que emerge del mar y danza triunfal sobre

         el oleaje.

Una ventana por la que pasa una visión del paraíso cuyo

         fulgor no cabe en el sueño.

Un espejo donde la sorpresa admira sus dilatados ojos.

Una luz, en fin, en el ceniciento hastío.

 

Soy el mago.

 

Puedo llegar a engañar el tacto de los ciegos

esconder la botella de pavor que sorbe la muerte

hacer parpadear un ojo de Dios o conmover su lejanía

         inmutable.

 

Soy lo imposible, ya lo dije.

 

Como el viento que viene de las hendijas de la

         antigüedad y cruza sin opacar el aire

o los deseos alcanzados y en una ráfaga perdidos

o el estallido de un hombre y una mujer entre

         las herrumbres de la noche:

soy también el instante.

 

Soy el mago.

 

Fugaz como la felicidad de pronto desaparezco.

De pronto, también, si el ojo de los crédulos me llama

regreso

            con resplandores de tigres de papel

            y otras brevedades de la luz

donde empiezo a no saber quien soy.

 

 

 

AQUELLO

 

Estoy entre los que buscamos Aquello.

No somos muchos. Apenas unas almas ávidas

andando por los infiernos de esta tierra

que sin embargo va perdiendo la luz.

 

Estoy entre los que buscamos Aquello

que suele aparecer tras el torbellino de las visiones

o en los destellos de ciertos libros

de cólera y espuma: un lugar secreto imaginado

donde el tiempo aún no gastó sus primeros días.

 

Estoy entre los que buscamos Aquello.

No somos muchos y estamos locos (dicen)

porque sólo a los muertos les está dado entrar

a la dimensión de los grandes sueños,

tercamente locos (dicen) por querer saciar la sed

en la lengua de la verdad dado que ella es piedra muda.

 

Estoy entre los que buscamos Aquello.

A veces alguno lo augura y canta,

canta un himno todavía no escrito que habla

de hacer azul la sombra, olvido el llanto, sin trémolo

la jaula, inaudible la palabra vana,

hasta que una gota de penumbra apaga

el júbilo y los ojos.

 

Estoy entre los que buscamos Aquello,

que para algunos es la atracción del abismo,

para otros el único lugar bajo el sol

que ya no arde como entonces, y

para los que miran con un ojo ciego

y el otro desmesurado, la belleza que huye

y que no tiene fin.

 

Estoy entre los que buscamos Aquello.

 

 

 

LA ALMOHADA

 

En mi almohada hay un tigre.

 

Me lava la cabeza con su aliento de fósforo,

me cuenta la selva en el oído, el matorral

donde acechan las voces del terror o el susurro, el

arte del sigilo que apaga el gemir

de las hojas secas.

 

En mi almohada hay un tigre.

El resplandor donde los ciegos tambalean.

La sangre de la luz que envidia el fuego.

 

Si duerme —raras noches—

lo hace con la cola enroscada en mi cuello

como un látigo que espera.

Si está alerta —tantas noches—

me habla. Me dice: —Escribe,

         con el asombro del color que soy

         con el hambre de las entrañas que soy

         con el brillo de oscuridad de la mirada que soy.

 

En mi almohada hay un tigre.

Todo tigre es un poema feroz.

 

 

 

RAÍCES

 

          Con el último golpe del hacha, el árbol cae pesadamente al suelo. Sin embargo, los pájaros permanecen inmóviles donde antes estuvieron las ramas. Acaso porque sólo son la sombra de esos pájaros. Acaso porque esos pájaros miraban demasiado la distancia y la distancia los hipnotizó. O acaso porque la memoria del árbol muere después.

 

 

 

PARPADEOS

 

          Sólo hay tres clases de ciegos, ¿o tres no es el número perfecto? Está ése al que no hay explosión ni asamblea de luciérnagas que lo saquen de la sombra profunda. Está el otro, el que aún ciego, conserva un esbozo de penumbra y al resplandor de un fósforo queda de pronto en éxtasis y bajo la luz furiosa del medio día cree que los ojos le vuelven. Y finalmente está aquél, el ciego que palpa afanoso los contornos y las grietas, los movimientos y temblores de los breves mundos. Ése, el tercero, es el amante.

 

 

 

NO TODO ES DESIERTO EN EL DESIERTO

 

          En los tiempos en que gobernaban los poetas se castigaba duramente a quienes no lo eran, como el caso de ése que fue abandonado en el desierto donde, sin embargo, no murió de sol, ni de frío, ni de sed de hambre, ni de hambre de sed, ni de no saber nadar cuando el viento hacía oleajes de las dunas, ni de inmensidad, ni de ausencia de oasis o lluvia o manta en la noche de fiebre. Y ni siquiera murió de muerte.

          Se hizo espejismo.

          Sus camaradas de fulgor coinciden en reconocer que nunca hubo en el desierto un poeta como él en el viejo arte de crear visiones de la nada.

 

 

*

 

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Eugenio Mandrini y Rolando Revagliatti, 2016.

 

http://www.revagliatti.com.ar/olivari.html

http://www.revagliatti.com.ar/act9002/mandrini.htm

Carlos Levy, Silsh, Marcos Silber, Carlos Carbone, Eugenio Mandrini

Carlos Enrique Berbeglia: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

 

Carlos Enrique Berbeglia nació el 11 de marzo de 1944 en la ciudad de Villa Mercedes, provincia de San Luis, República Argentina, y reside en la ciudad de Buenos Aires. Es Licenciado en Filosofía (1970; convalidado en 1977 por la Facultad de Filosofía y Ciencias de la Educación de la Universidad Complutense de Madrid, por la que se recibe de Doctor en Filosofía y Letras en 1986) y Licenciado en Ciencias Antropológicas (1974) por la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (1970). Ha ejercido la docencia y actuado como jurado y evaluador, además de cargos directivos en varias facultades de diversas universidades. Numerosas son las becas y otras distinciones que le fueran otorgadas por instituciones nacionales y extranjeras, así como sus participaciones en Congresos, Jornadas y eventos catedráticos y literarios. De sus libros de carácter filosófico-antropológico citamos “Vida, interpretación y sufrimiento” (1981), de los de carácter socio-filosófico, “La avenida más ancha del mundo” (2009), y de los que ha sido coordinador y autor elegimos “Nosotros, los otros” (2000), “Comprensión y tolerancia. Propuestas para una antropología argentina” (2007). Publicó los volúmenes de cuento “Decálogo tercero”, “Margen obligado”, “Anclaje en los sueños”, “Reflejos sucesivos”, “Alternativas de la emancipación”; uno de fábulas: “Moralinas inhóspitas”; tres de dramaturgia: “Muñecos de pelusa y azafrán” (siete obras “teatrotiriteras”), “Nacido a destiempo”, “Imperátor”; también las novelas “Ventanas de acceso” y “La villanía heroica”. Sus poemarios socializados entre 1983 y 2015 se titulan “Ráfagas de luna”, “Tardes en el paisaje y hombre”, “Fuego sin dioses”, “Tarde crepuscular posible”,

“Correspondencia abierta”, “Continuidad en los modos”, “Las horas del himno”, “Revelaciones del tiempo”, “Los terracota y polen”, “Pantomima y desierto”, “Proximidades lejanas”, “Penumbra sin voz y luminosa voz de vos”, “Amaneceres vedados al tiempo” y “Veladuras y pliegues”.

 

1 — ¿Cómo nos presentarías una cierta reseña berbegliana?

 

CEB — ¿Por qué motivo interesan las biografías? Pareciera como si la lectura de cualquier pieza literaria, una novela, un conjunto de cuentos o poemas, una obra de teatro estuviera incompleta en nuestro conocimiento si no la acompañáramos con datos del autor, aunque escasos, que detallaran algunos aspectos de su vida sentimental, si fuera posible, e, igualmente, los hitos más importantes de su trayectoria literaria (o musical, o plástica). Por supuesto que también abundan otro tipo de biografías, como las deportivas o las políticas, pero importan, a sus lectores, de otra manera, porque también son distintos los intereses con los que las leen.

          Las respuestas son variadas, pero, en mi opinión hablan de la curiosidad que, usualmente, se siente por quienquiera haya trascendido, aunque mínimamente, los duros cercos impuestos por el anonimato cotidiano, y ofrezca la posibilidad de interiorizarnos de algunos de sus pasos, bien para interpretar con mayor grado de certeza aspectos de su obra o por un simple afán que no va más allá del puesto cuando escuchamos a un amigo contarnos sus desavenencias familiares o de otra índole.

          Un capítulo, no aparte, sino paralelo, son las autobiografías; la diferencia fundamental con las primeras radica en su dependencia de la voluntad del autor por darse a conocer. Por ende, los datos que allí vuelque, deben ser cribados con más detenimiento que en el caso anterior previos a su aceptación, porque la carga de subjetividad, e intencionalidad, los empaña necesariamente, forma parte de uno de los tantos aspectos de la tantas veces aludida “condición humana”: la tendencia a exagerar aristas consideradas positivas por el protagonista, hasta desfigurarlas, y menospreciar y aun negar las restantes, por la dispar nubosidad que reflejarían sobre el aura de su auto homenaje. 

 

          Efectuadas estas salvedades epistemológicas procedo a pasar revista, desde ya parcial, de mi convivencia con la creación literaria y, entre ellas, con la poesía. Si bien leí, y mucho, desde pequeño (mis padres eran inmigrantes italianos, y, en particular mi padre, ferroviario y socialista, y sabido es la devoción por la cultura que traían desde el Viejo Continente los adeptos a esta ideología, lo cual me permitió el acceso a una biblioteca que contaba con algunos de los textos esenciales de la literatura universal y una formación bilingüe invalorable), sin embargo no ocurrió lo mismo con la escritura, no fui un niño prodigio (ni un adolescente, ni un joven, ni un adulto, nunca alcancé ese rango), tanto es así que, mi primer poemario, “Ráfagas de luna”, lo publiqué a los 39 años. Fue precedido por algunos otros poemas (que no incluí en libro, aparecieron en un suplemento literario de la bonaerense ciudad de Azul, e, incluso, posteriormente). El resto, mis primeros intentos  poéticos y en prosa, datan de una adolescencia y primera juventud vulgar y silvestre y eran abominables, por suerte los destruí.

          Tengo formación filosófica y antropológica y una visión muy particular de la primera, antiacadémica, y crítica de la segunda. No consiento en dividir los campos, el conocimiento es uno, el mundo es uno y, sumados los dos, nos acercamos a los dos de distintas maneras, como nos resulta posible, eso es todo. Con lo cual quiero significar lo siguiente: el problema, la incógnita, la emoción o lo que fuere están allí, enfrente y dentro mío, dependerá de la manera como lo enfoque o lo exprese mi recurrencia a la prosa ensayística, la narrativa, el teatro o el poema para manifestarlos.

          Del hecho que pueda expresarme indistintamente en cualquiera de los géneros aludidos no implica que me considere un ser “privilegiado”, sí, en cambio afortunado; de no haber tenido la cuna paterna mentada no se hubieran despertado en mí las inquietudes que me acompañaran desde entonces, e, igualmente, habría carecido de la voluntad por desarrollarlas, aunque malamente, e ir mejorando su impronta literaria con el tiempo.

          Detesto el incienso propio y soy absolutamente incapaz de mover un incensario para otros (hecho muy distinto a elogiarlo si su obra lo merece, así se trate de una simple operación de maestranza, como la de barrer un piso, o profesional, como escribir un libro o dictar una conferencia). De allí que una de las temáticas primordiales que siempre afloran en mi obra sea la de la injusticia, la desigualdad socio–económica, debida a los hombres, o las intelectivas y físicas congénitas debidas a los dioses o la naturaleza me enfrentan a la peor de las alternativas, no comprender en absoluto nada o, en otros momentos, comprenderlo todo, de cuanto me rodea y darme cuenta que, en ambas acepciones, sucede lo mismo, la continuidad profunda de esa incomprensión atroz y desgarrante como horizonte final de cuanta empresa iniciemos, en conjunto, los humanos, para superarla.

          La otra temática que siempre aflora en mi creativa filosófico–poética es la de la verdad, siempre aludida y manoseada, y, además, temible cuando, supuestamente, se halla en mano de los detentadores del poder (religioso, político, económico, cultural), admito su búsqueda pero reniego de quienes sostienen haberla encontrado, se desliza de las manos lo mismo que una anguila, salvo que la apresemos con guantes provistos de tachas y, entonces, se arroje sobre la tabla del negocio donde se la vende un cuerpo sanguinolento y desgarrado. Valga la metáfora en una autobiografía poética y una confesión existencial: me aterroriza quienquiera blasone poseerla y nadie me quitará el convencimiento de  que miente. Sumo, así, a la metáfora, una paradoja.       

          Entre el sí y el no opto por la negación, las ofertas del mundo, lo confieso, me asustan, no me, tiendentientan, por lo general a conducirme a cualquiera de sus  engalanadas trampas. Soy lo que soy a pesar de haberlas rechazado y no me fue tan mal. El aprendizaje y la práctica por el no deja un vacío creador; la del credo por el sí un lleno que intoxica y empalaga, empacha, al decir de las viejas comadronas. La marcha liberadora de la historia fue, siempre, la que expresara no, a las costumbres sociales, a las imposiciones escolares, a los mandatos ideológicos, a la credulidad religiosa, a las terapias mentales, a cuanta compañía se ofrezca como paliativo a una soledad desamparada pero autónoma.

          Y con esto concluyo mi reseña autobiográfica; más no se me ocurre decir de mí ni creo que interese para la intelección de mi poesía, una poesía de búsqueda y des-comprometida de cuanto lugar común asfixie la belleza que debe, necesariamente, acompañarla, en su logro mi ansiedad.

 

2 — Villamercedino y puntano (o sanluiseño). Te propongo que nos sitúes en tu provincia, en tu ciudad, en tu acontecer por aquellos paisajes, no sólo en tus primeros años, también incluir cuánto, cómo seguís vinculado.

 

          CEB — Me sitúo ambiguamente porque soy de dos paisajes, el ciudadano porteño y el serrano.   Y hablo de paisajes, no de tradiciones o costumbres en particular; San Luis no tiene la presencia identificativa del Norte o el Litoral, y tampoco sus problemas; es una provincia mediterránea influenciada por sus aledañas Córdoba y Mendoza, aunque de una autonomía psicológica y cultural notable.

Vine desde pequeño a Buenos Aires y la nostalgia, aunque se trate de un tópico entre los poetas, no es mi fuerte. Sin embargo confluyen en mi vida esos dos paisajes por algo en común que me hace amarlos, el ser abiertos; no soporto las selvas tropicales ni los bosques porque me asfixian.

Pero sigo vinculado porque en el Norte de San Luis, en Merlo, un lugar paradisíaco, se encuentra una quinta familiar a la que voy cuantas veces me resulta posible; allá escribí parte considerable de mis obras. 

 

3 — Desde 2012 sos vicepresidente en la sede Buenos Aires de la “Red Iberoamericana de Trabajo con Familias”.

 

          CEB — Es una ONG. Allí mi trabajo, por supuesto que honorario, consiste en llevar adelante la parte intelectual. Aclaro, se hacen numerosos Congresos, nacionales e internacionales, sobre temáticas afines a la violencia de género, vincularidad padres e hijos, conflictos de la adolescencia, controversias interculturales y similares, en donde se vuelve una y otra vez sobre lo mismo, y se aporta poco y nada nuevo a nivel teórico o práctico. He participado en unos cuantos, incluso con otro tipo de desempeños en Colombia, México, España, Chile y aquí. Mi insistencia en estos eventos siempre giró sobre la necesidad de enfrentar los desafíos de frente y no con medias tintas: el narcotráfico, la trata de personas, la venta de órganos, el trabajo esclavo, la prostitución y la corruptela política que da pie a estos cánceres sociales…; y puedo asegurar que no solí ser precisamente aplaudido. 

 

4 — “Argentina, tal vez” es el sugestivo título de un ensayo tuyo que obtuviera una mención en 1969, en un concurso organizado por la Editorial Siglo XXI. ¿Qué Argentina, tal vez, la de los sesentas?...

 

          CEB — Fue uno de los pocos premios que obtuve a lo largo de mi carrera literaria y no se editó, pero me sirvió de base para una obra que fui desarrollando, a posteriori, en sucesivas publicaciones: “Argentina, incógnita y cuestionamiento”, por el Ciclo Básico Común de la Universidad de Buenos Aires, con dos ediciones, en 1995 y 1997, y, luego, totalmente actualizado, con el título de “La avenida más ancha del mundo”, cuyo subtítulo es “Grandilocuencia y depresión en la Argentina”, en el año 2009 bajo el sello de Biblos.

    Se trata de un ensayo socio–político donde analizo ciertas constantes negativas del país, entre ellas la paulatina pérdida de identidad cultural debida, en lo fundamental, a la radical ignorancia histórica, literaria y filosófica de la casi totalidad de sus dirigentes políticos y del instantaneísmo de sus planes, la mentira solapada en los discursos en lo relativo a una sociedad empobrecida, y la negación de la realidad de un país con fronteras abiertas que no cuida ninguno de sus bienes, ni el territorial ni el espiritual.

          Es una obra bastante polémica y su destino fue similar al de mis intervenciones en los eventos citados en mi tercera respuesta.  

 

5 — Aunque ignoro con qué nivel de dominio, sé que has aprendido varios idiomas: ¿puede ser que no hayas traducido poemas, por ejemplo, o lo has hecho pero no alcanzó a conformarte el resultado?

 

          CEB — Sí, hice el ensayo de traducir poesías, del italiano y del francés, pero, al consultar el resultado con ediciones serias, advertí que eran desastrosas. Es doloroso confesarlo, pero responde por la verdad.

 

6 — Es a quien ha disertado en las “IV Jornadas de Psicología Social: Hacia dónde va el mundo” en la Universidad Argentina John F. Kennedy, en 2004, a quien le pregunto: ¿hacia dónde va el mundo?...

 

          CEB — En una obra de tesitura filosófica publicada en 2005 también por la Editorial Biblos: “Razón, persistencia, racionalidad. Algunos componentes del saber humano”; incluyo una serie de escolios: en uno de ellos expongo mi idea al respecto, y en el siguiente: Descreo de la crisis; denomino, con una idea de mi pertenencia, racionalidad instintiva al instrumento del cual se vale la humanidad para sortear los abismos en los que cae: guerras, colapsos económicos, desastres ecológicos, genocidios  y otras delicias con las que nos tiene acostumbrados y seguir adelante. La pregunta “¿hacia dónde va el mundo?” tiene, desde mi perspectiva, una sola respuesta: hacia el constante cambio tecnológico y una mejora en la calidad de vida de partes substanciales de su población, pero con la misma base moral de la prehistoria, la (o las) crisis, de las cuales descreo, son superficiales, le sirven para despertar en los seres humanos temor por  los cambios que, a la larga, siempre son superficiales y le permiten tenerlos controlados.

Si hay algo que nunca va a ocurrir es que la humanidad se suicide, siempre lo evitará, así tenga que eliminar a sus mejores civilizaciones.  

 

7 — Disertar, exponer, participar en un panel: ¿cómo se expone un panelista?

 

          CEB — Hay una cosa importante: decir siempre lo que pensamos y aquello que somos capaces de demostrar; parafraseando al Evangelio, “lo demás viene por añadidura”.

 

8 — En tu presentación curricular omití —justamente para que nos detengamos en ellos ahora— tus libros de creación literaria categorizados como “Interlineales” (1988 a 2006): “Interlineal cincuenta”, “Homo homini homo”, “Viaje parcial por el planeta Tierra”, “Ambigüedades y certezas. El mediodía en su sombra” y “La rebeldía agónica”.

 

          CEB — En ellos abordo asuntos desde lo que denomino las zonas en claroscuro de la literatura: sus géneros allende la poesía, la narrativa, el ensayo o el teatro, que son los más frecuentados; esto es, las parábolas, los aforismos, la prosa poética, las fábulas, entre otros. Me sirven para darles contundencia a los escritos, evitar los largos períodos o los desarrollos rigurosos propios de la filosofía.

 

9 — No te has privado de incursionar en dramaturgia para el teatro de títeres (o de manipulables “Muñecos de pelusa y azafrán”).

 

          CEB — No, me divertí mucho con ellos, son las únicas obras escritas donde me acerqué a las predilecciones y lenguaje infantil, aunque también pueden ser apreciados como una metáfora adulta, como en la pieza “El dragón, los duendes y el destino”, donde algunos de sus actores son… ¡los piolines! que mueven a los títeres. 

 

10 — Es debajo de muchos poemas tuyos donde, por ejemplo, asentás “Pinamar, enero del año 2014”, “Ramos Mejía, octubre del año 2013” (“Veladuras y pliegues”) o “Colonia, R. O. U., marzo 2013”, “Vísperas navideñas del año 2011”, “Piedra Blanca, Merlo, pcia. de San Luis, octubre 2012” (“Amaneceres vedados al tiempo”). ¿Te referirías a lo que te impulsa a esta decisión?

 

          CEB — El motivo que me lleva a colocar las fechas, a veces muy precisas, aunque, por lo general, únicamente el mes y el año, y los sitios donde fueran escritos los poemas, responde por una peculiaridad psicológica antes que a una inspiración, o como quiera llamarse, a este extraño oficio de acceder al mensaje poético, y es ella la de documentar el curso y desarrollo de mi estilo y temática. Como ya afirmara en el apartado segundo, “la nostalgia no es mi fuerte”; si vos te fijás, la temática de los poemas así localizados, prácticamente nunca tiene que ver con alguna peculiaridad del sitio donde fueran elaborados, por el contrario, repiten una y otra vez mis obsesiones.  

 

11 — En más de una ocasión se ocupó de tu obra la crítica literaria Graciela E. Krapacher. Analizando uno de tus poemas, cuyo título es “Poética”, afirma: “…persiste siempre un secreto que nos convierte en esclavos del conocimiento.” Así, aislado lo que destaco, ¿qué te promueve?...

 

          CEB — Una crítica que supieron hacerme, entre otros, un querido amigo dedicado al pensamiento medieval, fallecido en enero de este año y a quien reitero, en estas líneas, mi homenaje, Valentín Cricco, fue que a mi poesía le costaba desprenderse de la filosofía, que siempre la cultivara paralela. Allí radica, creo, la clave de la frase de Graciela Krapacher que vos destacás certeramente, el conocimiento, la desesperación por el logro de alguna certeza que me permita ubicarme en la vida y no las emociones o los sentimientos, son la fuente de mi pensar y hacer poético. No se encuentra en mí afirmar si redunda en un beneficio estético…

 

12 — ¿Para qué sirve el Arte? ¿Cómo surge?

 

          CEB — Esta pregunta tiene dos respuestas básicas posibles: una, erudita, donde para contestarla deberíamos efectuar una selección de autores y de orientaciones, recurrir, por ejemplo, a los diálogos platónicos como el Hippias Mayor y el Fedro o la poética de Aristóteles, entre los clásicos, y, por ese camino, arribar a la estética de Hegel y las posteriores visiones socializantes del arte propias del siglo XIX, o, caso contrario, por qué no simultáneo, acercarnos a obras actuales y decisivas como la “Obra abierta” de Umberto Eco y, bajo su guía, analizar las proclamas surrealistas o las consignas y prescripciones del período barroco, tal vez uno de los más racionales de la historia del arte. Francamente me excede, los baches que dejaría serían innumerables.

          Queda recurrir a la preceptiva propia: desde ella respondería comenzando por la segunda parte de tu interrogación (que, con total seguridad, vos también, como poeta, te la habrás hecho infinidad de veces): surge de un momento anímico y de la posibilidad, técnica, de volcarlo, en el lienzo, la partitura musical, el mármol o la palabra; sin dominio del medio expresivo las ideas restan confusas y se pierden, el “dí tu palabra y rómpete”, de Nietzsche, se cumple bajo esta sola condición. En cuanto a la utilidad del arte es muy variada; la más bastarda y despreciable es cuando se lo mediatiza con fines ideológicos o económicos, cuando, por ejemplo, un cuadro impresionista se cotiza en el mismo escaparate donde luce una pulsera de diamantes.

          En el arte, para mí, ocurre el encuentro de dos almas que se trascienden, uno en la obra, otro en la contemplación; es un diálogo superador que fortalece el yo del individuo, y, a través del goce, nos aleja de una realidad asfixiante o nos hunde en ella para que termine de asfixiarnos.   

 

13 — ¿Suelen interesarte de algún modo peculiar las novelas en las que el tema histórico es esencialmente protagonista?: por ejemplo, las primeras cinco por orden cronológico: “Los novios” (1823) de Alessandro Manzoni (1785-1873); “La letra escarlata” (1850) de Nathaniel Hawthorne (1804-1864); “Historia de dos ciudades” (1859) de Charles Dickens (1812-1870); “Los miserables” (1862) de Victor Hugo (1802-1885); “Guerra y paz” (1865) de León Tolstoi (1828-1910).

 

          CEB — Leí esas cinco novelas, pero las alterno con otras donde la imaginación desempeña un rol mayor y los protagonistas enfrentan otros tipos de problemas; evoco, al azar de la memoria y siguiendo aproximadamente las fechas, los Libros de Alicia, de Lewis Carroll o “Los demonios” de Dostoievski. Sucede que, en la época donde asientan las novelas que vos citás, predomina esta temática, propia del romanticismo, que ya entronca con el realismo que va a culminar en obras al estilo de “Madame Bovary”, de Gustave Flaubert; se mueve paralela a la novela gótica (previas a H. P. Lovecraft) y anticipa la terrible literatura del absurdo de Kafka.

          Quienes amamos la literatura no podemos prescindir de ninguno de estos estilos.     

 

14 — ¿Podrías determinar cómo surgió la necesidad de escribir cada una de tus dos novelas?

 

          CEB — La primera, “Ventanas de acceso”, es una novela para adolescentes que tuvo varias redacciones hasta la definitiva, en 1991; en ella el protagonista es un antihéroe en la realidad, que entra en contacto con un mundo fantástico donde encuentra un lugar a su medida; es una crítica, nada vedada por cierto, al momento histórico que atravesaba por aquel entonces, y me valí de ella para llevarlo a cabo. En “La villanía heroica” fue la necesidad, si así querés llamarla, de enaltecer a un trío de delincuentes a los que une algo nada común en estos individuos, y es el menosprecio por cuantos no consideren la libertad como el máximo bien posible. Sin embargo, si bien roban y secuestran, para conseguir un nivel de vida que les permita gozarla al máximo, nunca vulneran la dignidad de sus víctimas, un principio moral irreductible.

 

15 — En el prólogo de Juan José Saer a “José Pedroni – Obra Poética”, leo: “…toqué el timbre, esperé tembloroso un momento, y cuando me abrieron y me invitaron a pasar, al trasponer el umbral, entré a la vez, con el mismo paso inseguro, en la casa de José Pedroni y en la literatura.” Y en otro párrafo: “Si Pedroni no fue el primer poeta que leí, fue sin la menor duda el primero que conocí y que admiré personalmente. La increíble emoción de tenerlo sentado frente a mí, atildado, atento y cordial, escuchando la lectura de mis poemas…” ¿Qué se asemejaría en tu derrotero, Carlos, a lo que Saer trasmite?

 

          CEB — Primero debo hacer una mínima referencia a Pedroni y Saer, los dos litoraleños, tal vez, de allí, aunque externamente, su cercanía. Pedroni fue un referente de la poesía social de la década del cuarenta y Saer, uno de los más grandes narradores argentinos, cuando lo conoce, pertenece a otra generación. Yo, como  te afirmara anteriormente, me introduje tarde en el mundo de la literatura y no tuve la suerte de conocer, personalmente, a ningún “grande” o que alguien escuchara con similar atención mis poemas, no tengo puntos de contacto con ese derrotero, si te lo contestara sería puro invento.

 

16 — ¿Qué opinión te merecen las poéticas del francés Paul Verlaine (1844-1896), del italiano Dino Campana (1885-1932) y del austríaco Georg Trakl (1887-1914)?

 

          CEB — Son tres momentos distintos de la expresión poética, aunque, tengamos en cuenta que Verlaine, además de poeta, también fue crítico, tal vez el primero que habló de los “poetas malditos” en un libro publicado en 1884, donde pasa revista de quienes nunca triunfan en su propia época por incomprendidos y únicamente les aguarda una gloria pos mortem. Desde su visión, solamente en las vanguardias se traduce el verdadero arte; por ese motivo se encuentran obligados sus cultores a ser ignorados y hasta despreciados por sus contemporáneos. La obra incluye su auto-inclusión entre los que así denomina, el tiempo le dio la razón, dado el sitial de honor que ocupa actualmente su poesía.

          Dino Campana (hay una reciente edición antológica bilingüe a cargo de Rodolfo Alonso de sus “Cantos órficos”) representa, junto con Gabriele D’Annunzio, el momento de transición de la literatura italiana del romanticismo a la gran poesía del siglo pasado de Ungaretti, Quasimodo, Eugenio Montale, entre otros. En su poesía conjuga lo épico y lo iniciático, su técnica remite a la prosa poética y a los versos de arte mayor. Residió un tiempo en nuestro país y lo refleja en su escrito “Pampa”, donde la describe con el mismo misticismo que alienta el resto de su obra.

          De Georg Trakl, uno de los más grandes poetas expresionistas alemanes, de quien contamos con dos versiones al castellano en nuestro país, una debida a Aldo Pellegrini y la otra a Rodolfo Modern, me resulta tan difícil opinar como de Verlaine y Campana, tal vez porque llegan al corazón de la poesía, y la prosa que los retrate, resulta, fatalmente prosaica. Empero, me atrevo a decir que es alucinante, su obsesiva danza discursiva con la muerte, que termina en su probable suicidio, a los veintisiete años, el vínculo con la Gran Guerra, que acabó con lo mejor de su generación en las trincheras, el extraño amor, casi incestuoso, por su hermana, se reflejan en sus poesías donde la noche, el crepúsculo, la melancolía, entre los temas más abusivos, la pueblan y ennoblecen hasta llegar a nuestro espíritu y permitirle esa catarsis que solamente posibilita el contacto con lo grandioso. 

 

17 — “Penumbra sin voz y luminosa voz de vos” ofrece al lector lo que has denominado “Post Ludio: ‘El itinerario y la poesía’”: ¿intentarías resumir el contenido de ese texto?

 

CEB —Allí afirmo que “descreo de la inspiración” y que algunos seres, entre los cuales me ilusiono encontrarme, tienen la facultad de expresarse poéticamente. La poesía, desde esta perspectiva, es un trabajo con la palabra, un trabajo especial, como el de la narrativa, el ensayo o el teatro, donde lo importante radica en la co–relación entre quien escribe, lo que dice y cómo lo dice. Somos hijos de las palabras, hasta nuestro rostro termina de configurarse gracias al movimiento que le imprimimos a los músculos que lo constituyen, y, nos desenvolvemos en el tiempo, pero hay un lugar donde ese “tiempo” transcurre y es la Tierra, la siempre Tierra nuestra de cada ser humano, que tanto nos duele su ausencia en el destierro.

Hay dos poemas, en ese libro, dedicados al “desencuentro”, un tópico existencial tan caro a nuestra expresión popular por excelencia que es el tango; aquí no resumo sino, más bien, añado: ese desencuentro duele más cuando se da en el paisaje (antes que físico, anímico y cognitivo) donde transcurre nuestro ser.

Más no puedo decir, además de mi descreencia en la inspiración, me resulta difícil auto–referirme; de allí, también, la falta de lirismo en la mayor parte de mis poemas.

 

18 — ¿Ruth Benedict (1887-1942), Bronislaw Malinowski (1884-1942), Mary Douglas (1921-2007), Claude Lévi-Strauss (1908-2009) o Ruth Cardoso (1930-2008)?...

 

CEB —Esos nombres remiten a mi quehacer profesional como antropólogo, los conozco y he trabajado sus teorías en mis clases universitarias, pero no me basé en ninguno de ellos ni en mis trabajos de investigación, por ejemplo los realizados en la zona del Altiplano argentino–boliviano, que concluyeron en mi tesis de doctorado sobre la concepción y práctica del espacio de los grupos aymara, ni en los diversos artículos de índole socio antropológica publicados en diversos medios. Le debo a la poesía y a la creación poética el desprenderme de las influencias en el momento de pensar o escribir.

 

19 — ¿Me equivoco si se me da por sospechar que te identificarías de inmediato con Luis María Panero cuando declara: “...a pesar de lo mucho que me empeño en hacer de la escritura, hasta la más mínima, una dedicatoria por ejemplo, una práctica rigurosa y sin concesiones, un ejercicio inhumano.”?

 

          CEB — Parcialmente: lo del “ejercicio inhumano” me trae a la memoria otra “práctica”, esta vez anterior a cualquier quehacer de los intelectuales, la de creerse seres elegidos por los dioses, habitantes del Parnaso o pertenecientes a una especie distinta a la del común de los mortales. Una anécdota, nada divertida por cierto, abona esta afirmación, que una poeta, hace bastantes años, me rechazara, airada, un prólogo a su poemario, porque allí trataba a los poetas (y a ella, por supuesto) de trabajadores de la palabra. Desapruebo este tipo de posturas, no por falsa humildad sino por sinceramiento con lo que somos; sí acepto y postulo la rebeldía contra todo tipo de normas en el momento de escribir (o, incluso, de vivir), porque me permiten el vuelo hacia la compañía de la libertad, siempre en peligro de ser cercenada, muy a menudo, desgraciadamente, debido a nuestras falsas iluminaciones.

 

20 — ¿Te “explicás” a veces el por qué de algunos títulos de tus poemarios?

 

          CEB — Eso es justo lo que hace pocos días me pidió que por mail le respondiera el poeta y fotógrafo Daniel Grad, a propósito de seis poemarios que obsequié a la Biblioteca “María Meleck Vivanco” del Hospital Neuropsiquiátrico “Braulio A. Moyano”, donde él coordina un taller de poesía. Grad, además, requirió que me refiriera —para compartirlo con los integrantes del taller, desde luego— a “la razón de ser” de mi poesía, así que me voy a permitir encomillar para nuestros lectores el texto que redacté:

 

“No siempre los poetas explicamos los motivos conducentes al título de un libro de poemas; en mi caso, a veces suelo hacerlo en algún preámbulo, como acontece aquí, en

 

“Correspondencia abierta” (1992), donde afirmo que la poesía por la poesía misma no va más allá de un solipsismo vacuo, “ella configura un camino y solo uno de acceso a la humanidad inherente en cada ser humano”, de lo cual se desprende el título de la obra, una serie de cartas (poéticas) donde relato las experiencias estéticas y metafísicas que me posibilitan dicho acercamiento;

 

no, en “Revelaciones del tiempo” (1997), porque el tiempo, desde que cobramos conciencia de nosotros mismos, teje y, a la vez desteje, el ovillo que concentra la existencia, urde su trama para desmenuzarla luego, el tiempo circula por el cuerpo y lo circunda en cada ser que lo rodea, cons-tituye y des-tituye;

 

sí, en cambio, en “Los terracota y polen” (2001),  con las “consideraciones posteriores” donde expreso: “los perros le dieron el nombre al libro al confesarme uno de ellos el motivo que los condujo a llamarnos terracota, algo así como divinidades mal cocidas” y polen por la fecundidad que atesoran;

 

tampoco en “Pantomima y desierto” (2003), el más escéptico de los títulos de este grupo de poemarios, alude a lo que resta luego de las representaciones sin contenido que solemos efectuar junto a las trascendentales, obteniendo, en estas últimas, como resultado, si no un vergel al menos un paisaje desprovisto de abrojos;

 

y vuelven a justificar el libro en “Proximidades lejanas” (2007), un oxímoron su título que expresa, fidedignamente, la contradicción reinante en numerosas experiencias, algunas de ellas, bastante pocas, por cierto, nos conducen a la escritura poética. Este poemario presenta un entreacto donde niego la especificidad del lenguaje poético, la terminología de cualquier disciplina, incluso la de las ciencias duras, puede revertirse en los versos, dependerá de la habilidad con que la empleemos que se convierta, en el poema que recurra a ella, en poéticas;

 

también en “Veladura y pliegues” (2015), donde apelo a la experiencia, y siempre la experiencia, que nos revela cómo la realidad de cuanto se nos ofrece se halla, precisamente, oculta y se desoculta, al menos para mí, en ciertos momentos de iluminación poética que abre algunos de sus portales al entendimiento.

 

En cuanto a la razón de ser de la totalidad de mi poesía queda expresada en otro libro: “Si la poesía hablara en mí yo callaría.” No importa en cual porque redunda en una frase que hago valer por la totalidad de las publicaciones realizadas hasta la fecha, y, sin duda, incluso en las que el destino, o el estro, me permitan seguir realizando. Me identifico en cada uno de mis libros por igual, una continuidad sincopada por las fechas de impresión, no veo en ellos un antes o un después, ni una mejora estilística o cambios de temática desde que me animara a darme a conocer de esta manera; sí me cabe afirmar los motivos que me impulsaron (no digo inspiraron porque descreo de esa facultad) a la hechura de todas mis poesías:

 

la justicia y su antónimo, asociadas a la suerte o la maldad humana;

el doble paisaje vernáculo por el que hube de transitar desde la infancia, el serrano y el pampeano;

Buenos Aires sublimada por el tango, ese destello de nostalgia y bronca, soledad y angustia, esperanza y tedio, escepticismo y sabiduría que la privilegia como una urbe poética que danza con su propio ritmo, tan “propio” como el de las esferas celestiales del pitagorismo;

el amor, no universal porque me parece una abstracción mendaz, sino siempre personalizado en mis padres y hermanos, amigos y Sandra;

la figura de Cristo, contrapuesta al desconocimiento de Dios y a la negación de toda la parafernalia que lo exalte;

la misma poesía como sujeto de la especulación poética y la persistencia por el logro de la belleza a través de las versificaciones, las metáforas y el encabalgamiento del poema;

la naturaleza en su conjunto, como constituyente nuestro a la par que víctima de la expoliación humana;

los animales, sobre todo los domésticos, por la sinceridad de sus sentimientos hacia nosotros y la enseñanza que nos brindan, un aprendizaje que negamos amparándonos en cuanto lugar común, hasta pretendidamente científico, recaiga sobre ellos;

el desprecio, absoluto y reiterado, por toda falacia autoritaria, el asco por las manifestaciones del poder dictatorial, del signo que fuera; 

la ruptura, una exigencia ontológica previa  a cualquier adscripción escolar estética o gnoseológica, aunque su prestigio y aceptación del mundillo literario e intelectual así lo ordenen y expongan sus beneficios para quien las acate, las genuflexiones nunca formaron parte de mis ejercicios corporales;

el vino como posibilidad de transubstanciación a dimensiones que la cotidianía nos impide o vela;

la alegría como sentido, práctica y fin de la existencia;

el conocimiento que la experiencia y la cultura me deparen, unidos a la desconfianza hacia los sistemas que lleven la pancarta de una sola verdad (hay tantas que apabullan) y la blasonen e intente imponer desvergonzadamente;

la rebeldía como autoexigencia previa para el logro del más preciado de los bienes al cual podamos arribar por el imperio de nuestras propias fuerzas, la libertad;

la hermandad y la humildad con las criaturas más desprotegidas, los marginados del orden social, los pobres, los ancianos, los enfermos y, por lo tanto, así cerrar (olvidando, tal vez, algunos otros) los motivos de un poetizar que encuentra uno de sus anclajes y pivotes motivadores en la imperiosa necesidad de la justicia.”

 

21 — Seas o no ajedrecista: ¿qué partida estás jugando ahora?...

 

          CEB — Querido amigo, la cotidiana, en la cual, parafraseando el inmortal poema de Jorge Luis Borges, ignoro ya no “¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza…”  universal aquí, sino la concatenación de causas, azares, o determinaciones propiamente mías y que vuelven mi existencia, como la de todos, dubitativa e incierta, apasionada y tensa, alegre y triste, aventurera y sosegada, pero nunca absurda.    

 

 

Carlos Enrique Berbeglia selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

XXXIII

 

                                     A mis padres

 

Si el país que sueño

fuera como lo sueño,

su geometría, en la lluvia,

al margen de los ríos,

no empañaría la esperanza  

de su gente y las ciudades

alzadas a la vera de su historia

no atesorarían ejemplos de infortunio

en sus archivos.

 

Los alféizares de sus ventanas

a paisajes sin claudicaciones abrirían

y las fórmulas de la inquietud

y el miedo, fenecidas en inaccesibles tumbas,

enunciarían la caducidad del mal

y la risa abierta de la dicha

perduraría en toda boca y alma.

 

Y la justicia, la sagrada justicia,

cobijada en su verdad como un capullo

delicado y joven, extasiada de belleza

en toda bestia y hombre reinaría

y un no lugar, no cetro, no diadema

ocuparía el olvido y su obsecuencia

pertinaz de muerte y quebradura.

 

(de “Tierra crepuscular posible”, incluido en  “Continuidad en los modos”, Ediciones Filofalsía, Buenos Aires, 1990)

 

 

24. Variaciones de la imagen

 

¿Qué reflejos desprende la locura

cuando la escasa luminosidad 

alcanza los espejos?

¿y qué destellos

en los bronces opacos por el tiempo

obtiene la oscura servidora del mal

si con su aliento los tizna de melancolía?

 

Pareciera como si las entidades

se diluyeran acuosas entre lágrimas

de una matemática sin números

o la descompusieran átomos de extintos universos.

 

A un soldadito de plomo, que defiende

con su fusil de utilería y no sagrado fuego

la triste ciudad que nos cobija,

se asemeja la tarde donde perduran los interrogantes

no obstante el ritmo que anhela la conciencia

cuando los espías del daño pretenden nuestra lengua.

 

(de “Los terracota y polen”, Editorial Amaru, Buenos Aires, 2001)

 

 

 

VI  Ricercare, los amantes

 

Esas telas de araña ennegrecidas por el hollín de los incendios,

la sangre de los fugitivos moteando los vellones de lana,

nieve en los valles y mesetas cubriendo algún erial reseco,

la playa soportando la fetidez de los pescados muertos,

la luna, en su verde aterrador bajo los eucaliptos,

el viento, como una maldición fugaz en los cañaverales…

 

y ellos dos, bebiendo las gotas de vino que les restan

y afuera, a la intemperie, las metamorfosis del mal

buscándolos sin tregua

y la sordera de Dios cayendo sobre las ciudades

que todavía

resisten el asedio.

 

(de “Pantomima y desierto”, Editorial Amaru, Buenos Aires, 2003)

 

 

 

Otoño en el espíritu

 

Coloquemos en el escenario los drammatis personae:

una pordiosera anciana, su perro, enflaquecido,

tan sucio como ella,

una joven mujer, triunfante en un certamen de belleza

que asciende a su automóvil,

las hojas del otoño arrastradas por la noche,

la luna, cuarto – menguante en las alturas,

la radio trasmitiendo un discurso político

del intendente nuevo,

un afiche proclamando el regreso triunfal

de un grupo de cantantes

y algún triste cronista

apercibiendo el conjunto de hechos

entretanto desmenuza su propio infortunio:

los padres fallecidos, el hogar al que no vuelve

dada su desnudez oprobiosa,

y, en la esquina, un ángel junto a Dios

llorando y abrazados,

sin fuerzas capaces de impedir

el suicidio de cuantos hollaran las encrucijadas.

 

(de “Penumbra sin vos y luminosa voz de vos”, Ediciones La Luna Que, Buenos Aires, 2011)

 

 

 

Conversaciones con mi gato II

 

Nunca, en la noche,

supo bajar un ángel

siquiera hasta mis sueños,

o, en la plenitud del mediodía,

allá, en las sierras de mi lejana infancia,

alguna otra deidad,

indígena o mediterránea,

se reveló en el zumbido de los insectos

que recorrían el seco ramaje

del otoño.

 

Ni la belleza de las hadas

cabalgando en el perfume de las flores,

o briosos y burlones pegasos en el cielo

me incitaron a que los enjaezara

para perseguirlas hasta sus moradas intangibles.

 

No sé si debiera apenarme

por tales desencantos 

en estas lides de la vida cotidiana,

acaso la desilusión

apenas insinuado por un roce

con esos huidizos habitantes

de otros mundos

hubiera sido

menos auspicioso todavía.

 

(de “Amaneceres vedados al tiempo” , Ediciones La Luna Que, Buenos Aires, 2013)

 

 

 

Autobiográfica primera

 

Dada la parsimonia que, hasta ahora,

manifestó la historia para justificar sus yerros

(y algunos aciertos que los equilibraran),

el silencio oculto en las respuestas

de las religiones, las ciencias, las filosofías,

este simple mortal, en un día lluvioso

y de ventisca agreste, tributa,

no obstante la incertidumbre que colmara,

al pensarse, su existencia,

los siguientes agradecimientos:

a los dibujos animados

las tiras cómicas,

los ositos de peluche,

las mentiras que me prodigaran

cuando me hallaba enfermo,

la belleza expuesta, como llagas beatíficas

en las artes, sin condicionamientos para experimentarla,

a los iconoclastas, que nunca demolieran definitivamente

las compulsiones de la sociedad, pero las desnudaran,

y a cuanta ruptura implique

una libertad desaforada, única, absoluta.

 

(de “Amaneceres vedados al tiempo”, La Luna Que, Buenos Aires, 2013)

 

                                                                                                 

*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Carlos Enrique Berbeglia y Rolando Revagliatti, 2016.

 

http://www.revagliatti.com.ar/020600.html

http://www.revagliatti.com.ar/990617.html

http://www.revagliatti.com.ar/990617_berbe.html

http://www.revagliatti.com.ar/030324.html

con el poeta y editor  Ricardo Rubio

con Graciela Krapacher

Foto Daniel Grad

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Santiago Espel: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

 

Santiago Espel nació el 26 de diciembre de 1960 en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, y reside en la ciudad de Olivos, provincia de Buenos Aires (en el conurbano bonaerense zona Norte). Su poesía fue traducida al inglés, alemán y portugués. Fue incluído, entre otras, en las antologías “Grasslands review n°6”, University of North Texas, Estados Unidos, 1991; “La poésie des Palmipédes”, Ed.Albatroz, Paris, Francia, 1992; “Nicolau”, selección de Wilson Bueno, Brasil, 1992; “Sunk Island review N°5”, Lincoln, Reino Unido, 1992 ; “El vino en la poesía”, Ediciones Poesía Abierta, selección de Aurora Giribaldi y Beatriz Balvé, 1992; “70 poetas argentinos”, Editorial Plus Ultra, selección de Antonio Aliberti, 1994; “La casa y los poetas”, Fundación Rómulo Raggio, 1995; “Signos vitales” (Una antología poética de los ochenta), Editorial Martín, selección y prólogo de Daniel Fara, 2002; “Pequeña antología de la poesía argentina”, Editorial Tres Haches, selección de Jorge Santiago Perednik, 2003; “Bildstroung”, Viena, Austria, 2004; “La poesía opaca”, Ediciones Recovecos, selección y ensayo de Fernando Kofman, 2008; “Erótica”, Ediciones en Danza, selección de Javier Cófreces, 2015. Publicó en poesía “rapé”, 1988 (Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores); “Pavesas & muelles”, 1990; “Misas en Harlem”, 1993 (Primer Premio Concurso Nacional de Poesía “Ramón Plaza”, 1992); “Cantos bizarros”, 1998; “La claridad meridiana”, 2001 (mención en Certamen Internacional “Letras de Oro 2000”, Honorarte); “La víspera sí”, 2002; “Isoca”, 2004; “Vulgata”, 2006; “100haikus”, 2008; “Cuaderno acústico”, 2010; “La penitencia”, 2012; “Mesa de entradas”, 2015. En 1995 publicó la novela “La Santa Mugre o El país de Cucaña”. En 2013 apareció su libro de ensayo “Notas sobre poesía”.

 

1 — ¿Foja de servicios?

 

          SE — Además de los uniformes escolares, usé entre los 11 y los 12 años el uniforme de scout marino, en el puerto de Olivos. Después, en el 79, hice la colimba. Casi voy a la guerra con Chile. En la colimba, no aprendí nada.

          Aprendí inglés durante la primaria, en un colegio bilingüe.

          También durante la primaria gané algunas medallas en competencias escolares de carrera y salto en alto. Ninguna en matemáticas, ciencia esquiva.

          Y jugué con pasión al fútbol, en la calle, los potreros y en clubes de barrio. Dicen que era bueno, y yo lo creo. Sigo apasionándome con el fútbol, cuando juega River.

          En el 81 me recibí de periodista en el Círculo de la Prensa. Estudiaba de noche y ahí me cansé de recorrer la calle Corrientes, sus bares y librerías. Cuando “La Paz” no tenía kiosco ni pecera de fumadores.

          Por entonces dirigí y publiqué tres números de una revista cultural que se llamaba “Mamut”.

          En el curso de periodismo publicábamos una revista, “La Tecla”, que iba en contra de la simpatía de los milicos. Nos dieron vuelta el bulín de uno de los directores y nos invitaron a “suspender” las ediciones o a revisar nuestra ideología. La revista siguió sonando, claro.

          Me encantaban los viejos trenes de madera, con salón de fumadores. Hacía viajes de ida y vuelta a Retiro y volvía a la estación Mitre. Leía y escribía en los vagones, como si estuviera de viaje. Hice esto durante más de cuatro años, hasta que se me empezó a complicar el tiempo.

          En el 83 comencé a dar talleres de escritura, y aún sigo haciéndolo. Distribuí mi saber en lugares mucho más que insólitos. Entre el 2005 y el 2014 coordiné talleres en bibliotecas populares del municipio de mi barrio, Vicente López.

          Es iniciando los ochenta que me dedico a escribir y a leer, con pretensiones de convertirme en un escritor.

          Entre el 85 y el 88 trabajé en la Editorial Filofalsía, que editaba la revista “Clepsidra”, de la cual formaba parte. Me rajaron sin decir agua va y me quedé sin laburo tres meses antes de casarme. Tenía otras changas que me mantenían los pequeños vicios bohemios.

          En el 89 me dieron la Faja de Honor de la SADE por mi primer libro, “rapé”. Pensaba que tenía el campo orégano, y que nada me frenaría hasta ser un escritor reconocido.

          Durante este período trabajé también en la revista “Video Club”, era el boom del video, y redacté más de sesenta reseñas sobre cine.

          Y pasé por el departamento de prensa del Sindicato de Telefónicos, en Once, cuando estaba Julio Guillán.

          A fines del 89 entré a laburar en el Poder Judicial, como administrativo. Todavía sigo ahí, con el padecimiento apasionado del principio.

          En el 90, con un grupo de amigos, comandamos un programa de radio de cultura alternativa bajo el nombre de “8 y ½”.

          Edité entre el 90 y el 99 la revista de poesía bilingüe “La Carta de Oliver”. Hoy coordino el sello del mismo nombre, publicando poesía, narrativa, teatro y ensayo. Llevo editados unos setenta libros.

          Formo parte de la Sociedad de los Poetas Vivos.

          Integré el staff de la revista de poesía “Omero”.

          Traduje poesía del inglés y el portugués al español.

          Tengo unos quince libros publicados, uno de ellos es una novela, en 1995.

          No tengo facebook, ni tengo página, ni blog, ni whats app, ni twiter.

          Tengo tres hijos varones.

          Practico natación.

          La única herramienta que sé manejar es el sacacorchos.

          Toco muy mal la guitarra y el acordeón, pero con una copa de más, voy al frente.

          Me gusta cocinar y lo hago casi todos los días.

          Espero con ansias mi jubilación.

          Pertenezco al credo Discepoliano.

          Creo que el hombre, al final, de la manera que sea, llegará a ser hombre.

 

2 — Club Atlético River Plate, el de los “millonarios”, multipremiado equipo a nivel mundial: ¿tu modo de gozar con las victorias o de sufrir…? Incluyendo sólo a jugadores de River que vos hayas visto a lo largo de tu vida, ¿quiénes conformarían tu plantel ocupando sus respectivas posiciones en la cancha? ¿Qué entrenadores que hayan dirigido tu equipo más valorás y por qué?

 

          SE — Hincha fana desde la cuna, como se dice. El fútbol constituye para mí uno de los mitos de la infancia. No me olvidaré jamás de la emoción que sentía cuando subiendo las escalinatas de la platea San Martín, en el Monumental, de la mano de mi viejo, veía aparecer el pasto verde y sentía los uuuhhh de la gente ante una jugada que casi terminaba en gol.

Por supuesto que ya no es lo mismo; la pasión, como en muchos órdenes de la vida, se organiza con el paso del tiempo, se “civiliza”, y nos volvemos más cerebrales, aunque no por eso menos auténticos.

Si tuviera que “armar” mi once ideal de los jugadores que ví en cancha, el equipo saldría así, de memoria: Fillol, Hernán Díaz, Perfumo, Passarela y Sorín (o Vangioni); Jota Jota López (o Carlos Sánchez), Mascherano (o Almeyda/ Astrada/Merlo) y Alonso; Ortega (o Alzamendi), Ramón Díaz y Francescoli (o Pinino Más).

          Entre los técnicos, van: el “Feo” Labruna, el “Pelado” Díaz, el “Muñeco” Gallardo y el “Bambino” Veira. Los tres primeros porque ganaron todo y son “gallinas”, de la casa, y el Bambino porque nos dio la única Copa Intercontinental que luce en el emblemático hall del Monumental.

 

3 —  Scout marino en tu infancia y nadador. ¿Podés meditar o algo parecido mientras nadás?... ¿Por dónde “nadás” mientras nadás?

 

          SE — Trato, precisamente, de nadar en “la nada”. El agua es como entrar en otra dimensión, un plano paralelo a la realidad, de hecho, creo, es otro estado de la vigilia, un pasaje ritual, un renacimiento perpetuo, que nos obliga, según la pirueta, a contener muchas veces la respiración; es decir que cuando nadamos bajo el agua entramos en una suerte de suspensión de la vida porque dejamos, por instantes, de respirar. Ese mismo estado nos sitúa en una “nada” donde el pensamiento queda también suspendido, y el viaje que hacemos es una correspondencia entre el cuerpo que nos conduce y el pensamiento que nos ve “desde afuera”, en un tránsito infrecuente y a la vez primario y primitivo. Personalmente, mientras nado, como mientras camino, escribo, fogoneo eso que algunos llaman “inspiración” y otros “estímulo”. Salir del agua es siempre ser un sobreviviente.

          Lo de ser scout fue una experiencia de la infancia, un atajo a la obligación escolar que, lejos de interesarme, se transformó en un acto de mortificación. Ese espacio de recreo era para mí volver a lo lúdico, a pesar de ser algo casi marcial por momentos. Claro que yo, por suerte, no lo sabía.

 

4 — “Mamut”. ¿Fue una iniciativa periodística? ¿Cómo la encaraste, quiénes colaboraron, qué asuntos o tipo de textos se difundieron?

 

          SE — “Mamut” fue una revista de cultura alternativa producida y escrita con suma ingenuidad, pero con un entusiasmo avasallador, propio de la juventud. La dirigía yo, y sumé a varios amigos del barrio que encaraban por aquellos días actividades artísticas. El motor era la vocación que teníamos por lo que hacíamos; a pesar de lo amateur, había una consideración crítica y periodística importante, me parece. Al menos sentíamos que nuestro objetivo era no apartarnos de cierta “objetividad” periodística y hacer de esa experiencia un espacio de reflexión y opinión. Me acuerdo por ejemplo que cuando vino Frank Sinatra al Luna Park, traído por Palito Ortega, tuvimos feroces discusiones en torno a la tapa del número dos. Algunos eran partidarios de escracharlo con alevosía, otros de meter a la Negra Sosa, y otros de ignorarlo y dedicarle la tapa a cualquier otra temática (ganó, criteriosamente, esta propuesta). Esas discusiones acaloradas eran muy sanas y supongo que nos hicieron crecer. Pareciera que hoy ese tipo de debate en el ámbito de la crítica está abolido, o se le aplica una elegante verónica, con lo cual estamos más cerca de posiciones verticalistas o directamente abortivas. El resultado, a la vista, es el empobrecimiento del pensamiento crítico y la falta de independencia de opinión en muchos medios.

          De la revista salieron sólo tres números. Algunas de las entrevistas que recuerdo se hicieron a Abelardo Arias, Pedro Raota y Eduardo Gudiño Kieffer. Yo ilustraba por ese entonces algunas notas con dibujos propios, como en la revista “La Tecla”, que hacíamos en el Círculo de la Prensa, mientras cursábamos la carrera de Periodismo.

 

5 — ¿Desarrollamos eso de tu saber distribuido en lugares mucho más que insólitos?

 

          SE — Bueno, eso responde a que empecé muy joven a coordinar talleres de escritura, con el perdón retroactivo de aquellas posibles e involuntarias víctimas. Entonces aceptaba dar clases en donde me ofrecían. Con el tiempo, de todas maneras, esa diversidad que escapaba al “mundillo académico” se fue haciendo más y más habitual, como podemos ver en la actualidad. Me faltaron las cárceles y los hospitales. Di cursos particulares al principio, luego en sindicatos, en clubes de barrio, en escuelas, en plazas, en bares y pizzerías, y por supuesto en Bibliotecas Populares de mi barrio, Vicente López. Durante un año tuve un taller en el muelle del puerto de Olivos, y también y de manera espontánea, formaba grupos en estaciones de tren del barrio.

 

6 — Escribiste, allá lejos, más de sesenta reseñas sobre cine. Y ahora, con tantísimos más filmes disfrutados y padecidos, ¿qué cineastas considerás que han sido sobrevalorados? ¿Qué directores cinematográficos, por la totalidad (o casi) de su obra, te resultan insoslayables?

 

          SE — Empiezo por mis preferidos, aunque no lleguen a ser o considerarse insoslayables, salvo para mi gusto personal. Con predominio del cine europeo, no dejo afuera a Fritz Lang, Chabrol, Jiri Menzel, Fellini, Visconti, De Sica, Bergman, Luis Buñuel, Roman Polanski, Werner Herzog, Jean-Luc Godard, Lina Wertmüller, Hitchcock, John Huston, John Ford, Eisenstein, Manoel de Oliveira, Fassbinder, Losey, René Clair, Alain Resnais, Emir Kusturica, Tarkovski, Liliana Cavani, Michelangelo Antonioni, Carlos Saura, Ettore Scola. Otro si digo: Kurosawa, Woody Allen, Orson Wells, Chaplin, Buster Keaton, Tim Burton, Lynch, Kubrick, Martin Scorsese, Coppola, Otto Preminger, los Cohen, Cassavetes, Michael Curtiz, Frank Capra…, bueno, como decía Borges, “de las listas lo único que se destaca son las omisiones”, y seguramente en este rosario de talentos hay muchas e imperdonables, así que esto parece una lista de deportados o de beneficiarios a un plan en cuotas para comprar un tractor. En fin, creo que es excesivo y que no aporta demasiado a la inquietud. ¿Quién que guste del cine no incluiría casi a los mismos, además de otros? Si te parece, hacé el recorte o la cita que creas conveniente.

          En cuanto a los “sobrevalorados”, considero que sin entrar en casos particulares, te diría que el cine argentino, de los noventa para acá, en mi opinión, ha sido sobrevalorado, con excepción de algunas producciones de verdadera calidad. Me parece que hay cierta prensa funcional a un producto que necesita justificar las inversiones que hizo el Estado, sobre todo en este período, y que forma parte integral de este proceso de producción cinematográfica, al que se acoplaron gran cantidad de artistas. Preveo que de los últimos años, va a quedar poco en el recuerdo, al menos en lo personal. Tal vez Carlos Sorín, tal vez Eliseo Subiela, algunas cosas de Adolfo Aristarain. Y claro, para atrás, y en contrapartida, no puedo dejar de pensar en grandes realizadores: Leopoldo Torre Nilson, David Kohon, Sergio Renán, Leonardo Favio, Hugo Santiago… (¡y volvemos a la cita de Borges!).

          Más allá de este esfuerzo meramente enumerativo, hace un tiempo largo que estoy alejado del consumo de cine, por distintos motivos, entonces mi devolución es parcial, o más bien pobre, y hasta algo desinteresada.

 

7 — Es con Matías Serra Bradford que dirigiste “La Carta de Oliver”, aquella revista bilingüe (castellano-inglés). Ambos traductores. ¿Cómo describimos a nuestros lectores esa propuesta? ¿A qué criterios se atuvieron? ¿A quiénes tradujeron y publicaron? ¿Quién es Oliver? (Un “Oliver Honeymoon corretea por toda la casa…” en tu “rapé”.)

 

          SE — La idea y el dogma que nos impusimos de entrada fue el de difundir nuestra poesía en otra lengua, en este caso el inglés, y a la vez permitirnos conocer lo que se escribía en esa lengua y traerla a nuestro español, que es el argentino. La revista era enteramente bilingüe, hasta los créditos. El método era sumamente restrictivo, porque seleccionábamos autores que estuvieran vivos y trabajos estrictamente inéditos. Esa restricción se transformó, a mi modo de ver, en una de las virtudes de la revista. Buscábamos la novedad, la difusión de poesía sin adicionarle comentarios críticos ni apoyaturas de tipo “el poeta del momento”. Queríamos lograr un producto que obligara al lector a coleccionarla y difundirla en el boca a boca. Nuestro criterio de selección era abierto, extremadamente diverso, al punto de la falta total de línea ideológica o estética. La crítica estaba implícita en la misma selección de textos. No había reseñas ni reportajes. No había bombo ni pandereta. No había el afán de crear un canon poético. El poema, exclusivamente, era el actor del asunto, solo, solito, despojado de voceros o muletas rimbombantes.

          Intentamos acercar y acercarnos a la poesía del interior de nuestro país. Son muchos los poetas que fueron traducidos y publicados. También salió una separata con poesía mexicana traducida al inglés, todos con poemas inéditos que nos mandaban los autores.

          Recuerdo con gran alegría algunos de los poetas divulgados: Arnaldo Calveyra, Alfredo Veiravé, Rodolfo Alonso, Mario Trejo, Francisco Madariaga, Juan Carlos Moisés, Víctor Redondo, Marcelo Cohen, Paulina Vinderman, Susana Villalba y María del Carmen Colombo, entre otros. De los extranjeros, te voy a nombrar apenas un manojo: Gary Snyder, Paul Backburn, Wilson Bueno, Roberto Piva, Ira Cohen, Ruth Fainlight,  Emmanuel Bove, Edoard Roditi y René Char.

          Salieron nueve números que incluían, además del castellano-inglés, una separata (que llamábamos “solapa”) en otros idiomas. Publicamos poesía en castellano-francés, castellano-alemán, castellano-italiano, castellano-portugués, y así con el gaélico y el galés. Los contactos e intercambios se hacían vía postal, traduciendo y contestando cartas a la vieja usanza. Todas las publicaciones contaban con la aprobación de sus autores. Muchas bibliotecas y librerías del Reino Unido, de Estados Unidos y de países de Latinoamérica, tenían nuestra revista en sus catálogos.

          Después llegó “la interné” y se terminó el proyecto, aunque yo arranqué en ese momento con el sello editorial del mismo nombre, que aún hoy coordino.

          El nombre “Oliver” deviene de una remembranza infantil de Dickens, y de un descubrimiento adolescente de Girondo. De ahí ese maridaje.

 

8 — ¿De qué poetas de habla portuguesa o inglesa te agradaría ofrecer tus versiones al castellano de la obra completa? ¿Tu elección de autores depende de cierta afinidad poética o no es imprescindible que ésta se tenga que dar?

 

          SE — Tengo la idea de publicar en algún momento un volumen con los autores con los que trabajé, cerca de cincuenta, entre inglés y portugués. Y en cuanto a la obra completa de alguno de ellos, no estoy particularmente interesado, ni desvelado, no cuenta entre mis proyectos. Supongo que ya las hay, y seguramente más profesionales o menos intuitivas. Sí una antología con el conjunto, que es variado y aleatorio, y que incluye por ejemplo a músicos de rock, como Peter Hammill, Ian Anderson y Patti Smith, o a clásicos como Dylan Thomas, Patrick Kavanagh, Denise Levertov, Robert Graves o Mario de Sá-Carneiro.

          No elijo rigurosamente por afinidad. Trato de privilegiar mi curiosidad de lector y no mi filiación poética. En el caso de Philip Larkin, publiqué en el sello que dirijo un tomo con diez poemas, prologado por Fernando Kofman. Y en breve saldrá una antología con seis poetas ingleses nacidos del 60 para acá. Ellos son: Don Paterson, Simon Armitage, Jackie Kay, Ian Mc Millan, Lavinia Greenlaw y Alice Oswald, con mis traducciones, y prólogo de Kofman.

 

9 — Como cocinero, ¿con qué tipo de platos te gusta sorprender? ¿Improvisás variantes mientras cocinás?

 

          SE — Me doy dique con el asado, las pastas amasadas, las lentejas a la española, el risotto, el gulasch, y especialmente cualquier preparado con el wok. Ahí me suelto y mezclo lo que se me ocurra o tenga a mano, conservando siempre el secreto de las especias y el calor sacramental del fuego. La cocina para mí es un arte de composición. Es un visaje de hechicero. No sigo recetas; sigo mi intuición. Casi como en la poesía.

 

10 — En un volumen de 1986 titulado “Cuentos 1” estás incluido. ¿Prevés publicar algún libro íntegramente de tu autoría con narrativa breve? ¿Cómo “te sienta” la escritura de ese género?

 

          SE — Ya no escribo narrativa, hace años. Lo último que escribí es una nouvelle, “La orilla”, en el 97, que está inédita. Digamos que se trata de una siniestra fábula urbana. No creo que vuelva a incursionar en la prosa respondiendo a los requerimientos de un género, sean microrrelatos o cuentos breves. Mi búsqueda está orientada hacia algo que llamo “distorsión expresiva”, que trata de salirse de los moldes o géneros convencionales para explorar otras formas, formas que tal vez diluyen sus contornos a medida que avanzan. Es una exploración lateral a las convenciones de género, un atajo. Esto lo hago extensivo al poema, porque… ¿cómo sostener después de más de cien años el formato en verso libre de un poema? Si se rompió una vez con las formas clásicas y rígidas del poema, y se encontró en su momento la novedad del verso libre, no me resulta ahora atractivo ni cómodo seguir navegando en ese mismo formato.

 

11 — Luis Benítez, en su prólogo a tu primer poemario lo retituló “El libro de las sensaciones imaginarias”. ¿A dónde te traslada ahora “rapé” y aquel análisis de Benítez? Informemos, Santiago, que instalaste una extensa cita de José Lezama Lima, que comienza así antes del primer texto del volumen: “¿Lo que más admiro en un escritor?, que maneje fuerzas que lo arrebaten, que parezcan que van a destruirlo. Que se apodere de ese reto y disuelva la resistencia.”

 

          SE — Creo que ese prólogo mantiene los méritos y aciertos del momento de su publicación, en 1988. Es una lectura prismática sobre ese texto, llena de observaciones y relieves que acuden en socorro del lector en más de una ocasión. “rapé” es una digresión sobre los sentidos llevada a los tambores de la prosa poética. Quiere ser un texto percusivo. Y en su parte final tiene un puñado de poemas “casi barrocos”, con algo de floripondio literario. En la contratapa agregué unas palabras en las que hablaba risueñamente del nacimiento del pop-barroco. Esa apoyatura en Lezama Lima, a quien leía mucho por entonces, quiere legitimar ciertos excesos. Me parece que en su conjunto se salva hoy del chicotazo y de la hoguera, y que de alguna manera multiplica su eco en cosas que escribo de tanto en tanto. Su huella está visible aún, como el rastro de una savia iniciática.

 

12 — Diste a conocer “La Santa Mugre o El país de Cucaña”. ¿Qué historia se cuenta allí, cuál es su estructura?

 

          SE — La novela se publicó en 1995, en Grupo Editor Latinoamericano. Ahí se cuenta la historia de un grupo de marginales, dementes, estrambóticos y libidinosos, perdidos en el puño de la putrefacción de un reformatorio en 1351, año de una feroz peste en el viejo continente. La que yo describo y escribo es una Edad Media que transformo en gran medida, adaptándola programáticamente a lecturas y situaciones personales y equivalentes con nuestra propia realidad. Claro que los escenarios y la época están respetados, son científica, topográficamente reales. Las acciones se desarrollan en los Países Bajos, Flandes, Jutlandia, etc. La estética que intenté redoblar es la de El Bosco, que es la misma estética sórdida que se repite en muchos casos de la actualidad. Y avanza y atraviesa ecos de Francois Villon, de Rabelais, de Quevedo y de Baltasar Gracián, entre otros representantes del exceso y el disparate. Un elemento muy presente en el texto es el de la picaresca española, tan generosamente adoptada y ejercida consecuentemente en nuestro país. Quien quiera leer correspondencias y guiños en la novela, podrá hacerlo. El relato cuenta una fuga; concretamente una fuga al país de Cucaña, o Jauja, que era un lugar paradisíaco que se tenía como concreto en ciertas cartografías, pinturas y escrituras del momento. Es a la vez un canto a la liberación y una invitación a soñar con una utopía protegida por los anhelos de la anarquía. Una de las propuestas del texto es demostrar que transcurridos más de 700 años, el hombre sigue siendo un bárbaro y cometiendo atrocidades. Lo único que ha variado es la sofisticación de las armas. Pero la quirúrgica de barbarie es exactamente la misma, en mi opinión, con el imperdonable y paradójico condimento del progreso mediante, en todos los ámbitos durante este largo período de la historia.

Escribí cuatro versiones completas del libro antes de dársela al editor, el poeta Luis Tedesco.

 

13 — “Conjuro del libro egipcio de los muertos” es lo que se reproduce en la tapa de “La claridad meridiana”. Y está conformado por un único poema con título: “Obertura” y otros treinta y tres, cada uno constituido por seis versos. Hablemos de esta decisión, de este plan. Hablemos de esa claridad, de ese conjuro.

 

          SE — Empezando por la gráfica del libro, en la que ya se contienen ciertas bromas y claves, y siguiendo por las sextinas que componen ese poema trenzado, te diría que “La claridad meridiana” es mi primer libro conceptual, y que es un fósil de lo que llamo hoy “distorsión expresiva”. La viñeta de tapa, del libro egipcio de los muertos, es una imagen críptica y ajena a nuestra cultura, salvo como souvenir exótico. Esto se contrapone claramente con el título del libro, en el que se habla de “claridad”, cuando en realidad la entrada a la lectura, desde la misma tapa, ofrece un cerrojo. Por eso la broma en clave se cierra en la contratapa, con esa pequeña puertita con la leyenda debajo: “Exit”. Casi una salida de emergencia a un suplicio en el que uno resulta “manteado”. Ahora, los poemas, que son sextinas casi octosílabas, pretenden echar luz sobre los temas que abordan, y hasta resultan en algunos casos necesariamente sentenciosos en sus remates o conclusiones. El libro está escrito como respuesta y antídoto a una etapa muy dura de mi vida, plena de una adversidad galopante. Es así que durante cerca de un año incursiono en una práctica budista intensa, haciendo mis oraciones y disciplinas diarias. No entro en el asunto a través de lo religioso, pero sí a través de la búsqueda de un soporte que me permita ver una salida, un tránsito hacia otro estado. Y en este sentido fue muy beneficioso el intento. El resultado de esas reflexiones se ve en los poemas, que son poemas que a la vez de indagar y preguntar fijan rotundamente posiciones, demarcan un terreno, que era el que yo necesitaba encontrar para mí y para el resto del mundo en el que me movía en ese momento.

        La “obertura” es una puesta en marcha de la maquinita que vendrá después, apenas una elongación que enciende los foquitos de un escenario.

 

14 — “La poesía es un surtidor en el desierto…”, comenzás afirmando en la contratapa de ese poemario con tres secciones: “El desfile”, “Las comparsas” y “Campo minado”, el que obtuviera un primer premio a comienzos de los noventa: “Misas en Harlem”.

 

          SE — Y después retomo esa idea o cita en la tercera parte de mi libro “Cantos bizarros”. Es casi una obviedad, pero creo que esto habla de una prédica en el vacío, una composición en la que los actores están disociados en un espacio que no les será nunca común ni propicio, pero que a la vez funciona como la posibilidad de encontrar la salvación, el oasis, sin olvidarnos de que este mecanismo parte de una ilusión, es decir que se trata de un espejismo, algo en lo que ya entra quirúrgicamente la fatalidad, lo macabro. Esas tres secciones que dividen el libro refieren una idea de aproximación en torno a los límites que nos imponen o prestan; tanto el orden extremo de cualquier tipo de desfile como la dispersión extrema de la diversión nos conducen a un campo minado, a un verdadero cul-de-sac.

 

15 — ¿Compartimos con nuestros lectores una singularidad de “Cuaderno acústico”?: el texto (“Numismática”) de tu hijo Juan Ignacio, escrito a sus diez años de edad, que vos denominás “Una suerte de catálogo de museo” y que opera a modo de prólogo.

 

          SE — Ese texto nace de una sensación óptica. Un día en que llego a mi casa y abro la puerta me encuentro con mi hijo de diez años frente a la computadora, escribiendo con esmero y dificultad. Al acercarme a la pantalla veo que el texto se organiza a la manera de un poema. Te podrás imaginar mi impresión: entre el vértigo y la emoción. La cuestión es que se trataba de un listado repartido en dos o tres líneas que hacían referencia a distintos objetos que él seleccionaba y ordenaba en una estantería de su cuarto. Debajo de cada elemento iba la referencia, debidamente recortada. Son los objetos que aparecen etiquetados en ese texto, “Numismática”. Monedas, caracoles, llaves, cangrejos, huesos, piedras, etc. Ese universo desopilante formaba en su conjunto una iconografía personal en su mundo de coleccionista. De ahí la idea del catálogo de museo. Bueno, con su aprobación, decidí apropiarme de ese “poema” que se extendía hacia abajo en estrofas y usarlo como prólogo a mi libro.

 

16 — “Zona de derrumbes” es el título complementario de “Notas sobre poesía”, ese volumen constituido por 180 fragmentos. A lo largo de qué lapso fuiste reflexionando, indagando, “derrumbándote” y concibiendo la obra. ¿Cuándo pero también cómo se te fue imponiendo el proyecto?

 

          SE — El título complementario remite a la sensación de que en la poesía todo es transitorio y está puesto en duda. Por eso es una zona sísmica, atestada y amenazada por derrumbes continuos. Ese volver a hacer o “rehacer” permanente es, según mi opinión, el que le da riqueza infinita a la poesía, y el que a la vez pone en cuestión y desbarata cualquier intento de establecer alguna idea o plataforma de absoluto o de sentido hegemónico en el tema.

          Los 180 fragmentos fueron pensados y retorcidos en el mortero a lo largo de muchos años y se redactaron casi de manera fluida durante el año 2011. Como toda bitácora, esas y otras anotaciones existían de manera provisoria en libretas y papelitos, y se fueron acumulando con el transcurso del tiempo. Muchas de esas notas surgieron a partir de preguntas ajenas o propias en torno al acto de escribir y de leer poesía. En esto juega un papel importantísimo para mí el taller, que resultó siempre una cantera de inquietudes, planteos, iluminaciones fugaces y dudas, muchas dudas que desembocaban en preguntas.

          El proyecto se me impuso pensándolo desde la utilidad, desde el vislumbre de hacer el intento de decirme y decirle al lector qué me pasa a mí en el momento de escribir un poema o de leer uno que no me pertenece. Intenté mostrar el lado de adentro del guante, aunque en algunos casos pueda resultar repulsivo, u obsceno. La intención es ser generoso con uno y con los otros, desde el momento de tratar de desentrañar los mecanismos sinuosos de la poesía. Por otra parte, como ya dije más de una vez, es un libro escrito desde la necesidad de un lector, a mí me gustan este tipo de libros, los considero un rara avis, un objeto preciado de lectura.

 

17 — ¿“Hojas de hierba” u “Hojas de parra”?

 

          SE — Esto me lleva a esos versos de Ezra Pound: “Haré un pacto contigo, Walt Whitman, tenemos la misma savia y la misma raíz…” Creo que hay una visible sucesión entre Whitman y Parra, y que en ese vector entran muchos otros poetas de la poesía universal. Con Whitman, entre otros, nace la poesía moderna en América, y Nicanor Parra continúa sin duda esa tradición, enriqueciéndola con sus visajes laterales aplicados al género.

 

18 — Editaste con Fernando Kofman la revista de poesía y pensamiento “FranKBaires”. ¿A qué necesidades respondía ese proyecto? ¿A qué autores difundieron?

 

          SE — Ese fue un proyecto de Fernando Kofman, quien luego me invitó a participar activa y generosamente del mismo. La revista salió entre el año 2005 y el 2007. La propuesta era cruzar la poesía con la filosofía y la política y desembocar en algunas consideraciones de tipo crítico. Un instrumento para generar debate y pensamiento. Por eso el guiño a la escuela europea de Frankfurt.

          Algunos de los autores publicados fueron Giorgio Agamben, Theodor Adorno, Walter Benjamin, Gilles Deleuze. Otro sí digo: Jorge Santiago Perednik, Juan Carlos Moisés, Jorge Rivelli, David Birenbaum, Juana Bignozzi y Wislawa Szymborska.

 

19 — El nombre “Yago” forma parte de tu “histórica” dirección de correo electrónico. Procuro rastrear ese nombre y obtengo: “Yago es la castellanización de Iago, forma antigua gallega y asturleonesa de "Iacobus/Iacob", del hebreo Jacob. Forma parte del origen del popular nombre de Santiago, fruto de la unión de Sant + Iago.” Por otro lado, tenemos que Yago es un personaje fundamental en la tragedia “Otelo, el moro de Venecia” de William Shakespeare. ¿Te hice un pase gol o apenas te tiré un centrito?...

 

          SE — Todas tus citas sobre el nombre son precisas, con lo que casi huelga agregar a la ristra etimológica algo más. Tal vez decir que también tiene procedencia en España y que deriva del apelativo Sant (Santo) y se junta con Yago. De ahí resulta Santiago. Por último, debo aclarar que carezco absolutamente de dotes histriónicas, por lo que no creo estar cerca de ningún santo y mucho menos de las características del Yago del genial bardo inglés.

 

 

 

Santiago Espel selecciona poemas inéditos de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

 

El vendedor ambulante de biblias

 

Lleva la palabra de Dios de casa en casa.

Sabe unos versículos de memoria que recita

proféticamente cuando le abren la puerta.

Ego sum qui sumy alza los globos oculares.

Por su eficacia infalible en las ventas

para el dueño de la empresa es el mesías.

De casa en casa lleva la palabra de Dios.

Frente a los compradores ensaya

una exégesis deliberadamente críptica.

Si no fuera por la circunstancia de criar

ovejas negras en la terraza de un piso 20

sería un hombre perfectamente normal

además de un imbatible vendedor de biblias.

 

 

El acorde místico de Scriabin

 

La vibración rebota en los gruesos

paños de la sala: aros perforando

las paredes de agua del sonido.

 

Es la meditación del instante

hecha coágulo en la eternidad.

 

A miles de kilómetros de distancia

entre serpientes y carnavalitos

canta el arroyo y rezonga el carancho.

 

 

                                                                 

Babieca

 

Tratando de entender las propiedades

abstrusas de los carbones y los aldehídos

en plena clase, en la noche cerrada,

tu cuerpo abierto de ciervo rojo bajo la luna.

 

Nada de lirismo, me dijiste, haciéndome

                                             lugar en la cama.

 

 

 

El hacha de sílex

 

Rebajada a vitualla arqueológica

el mango rústico abraza los cantos de la piedra

y se pierde en vaguedades de estilo, la forma

en que caía sobre el lomo del animal

                        o sobre la espalda del adversario.

 

Una tipificación celosamente estudiada

hace de la bravura de antaño un visaje,

una elegía para el asombro del museo.

 

Ríos de sangre intactos aún corren

por su filo irregular, y van a secarse

                                    en el liquen de los muros.

 

De esa doctrina abrevan los hombres,

sin enjuagarse las manos, ni mirarse a la cara.

 

 

 

La esponja con vinagre

 

Forzó al límite la vanguardia

y se perdió de noche en el contraste de la salina.

 

Se impuso la penitencia del soneto

y la extravagancia del verso yámbico.

 

Lo encontraron disecado y con los ojos en el cielo.

 

 

 

Crónica de la muerte del autor

 

Podría ser un primerísimo y magistral plano de Chabrol,

porque llueve en París, y el viento golpea con fuerza

en los toldos de los cafés, mientras un hombre con

sobretodo cruza la calle con un diario bajo el sobaco

y un cigarrillo en los labios, pegado a la comisura.

Sigue otro plano en perspectiva plana y casi velada:

Una camioneta de lavandería dobla una esquina

y embiste al hombre que no ha terminado de cruzar

ni de llegar a la Sorbona, donde al parecer, se dirige.

El cuerpo acusa el impacto y queda laxo en la calle.

Estamos en la Rué des Écoles, es 25 de febrero de 1980.

Un travelling recorre de pies a cabeza al viejo canoso

que ha perdido sus zapatos y el diario del día.

De alguna extraña manera, el cigarrillo sigue pegado

a su boca, y el fino papel se empieza a teñir de rojo.

Después de amagar algo que parece una disculpa

o un gesto impávido de asombro e indignación,

el hombre que maneja la camioneta con ropa limpia,

planchada y perfumada, se aleja del círculo de curiosos

y dobla con vehemencia la esquina, dejando el rastro

de los neumáticos borrándose en la película de agua.

El hombre que maneja la camioneta es una silueta

que no sabe que acaba de atropellar a un viejo canoso

nacido Roland Barthes que habló de la muerte del autor.

El viejo canoso morirá un mes más tarde en un hospital.

Predijo la desaparición y la muerte metafórica del autor.

Encontró una mañana de frío y de manera involuntaria

el signo más concreto de su semántica y su fatalidad.

Los dos inciden en el pensamiento contemporáneo:

Uno por haberlo gestado. Otro por haberlo interrumpido.

 

 

*

 

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Olivos y Buenos Aires, distantes entre sí unos 17 kilómetros, Santiago Espel y Rolando Revagliatti, 2016.

http://www.revagliatti.com.ar/990624.html

http://www.revagliatti.com.ar/020311_trio.html

http://www.revagliatti.com.ar/020311_alba.html

http://www.revagliatti.com.ar/030326b.html

Santiago Espel con Fernando Kofman y Graciela  D. Pucci.

Roberto Cignoni: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

Roberto Cignoni nació el 25 de septiembre de 1953 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, la Argentina. Codirigió con Jorge Santiago Perednik la revista “XUL, signo viejo y nuevo”, desde 1990 a 1994. Colaboró de manera permanente, a través de poemas y artículos críticos, con las revistas “tsé-tsé” y “Tokonoma”, y de modo alternativo con las revistas “Maldoror”, “Los Rollos del Mal Muerto”, “Dimensao”, “Graffiti”,  “Último Reino”,  “El Surmenage de la Muerta” y otras. Fue incluido, por ejemplo, en las antologías “Nueva poesía argentina durante la dictadura (1976-1983)”, compilada por J. S. Perednik, 1992; “La erótica argentina (1600-1990)”, compilada por Daniel Muxica; “The XUL Reader (An Anthology of Argentine Poetry, 1980-1996)”, editada por Roof-Books, New York, Estados Unidos, 1997; “Triantología de la poesía argentina, brasileña y peruana” en la revista “Homúnculus”, 2004; “200 años de poesía argentina”, compilada por Jorge Monteleone, 2010, así como en los volúmenes “Poesía visual argentina”, con selección de Fernando García Delgado, 2006, y “Rastros de la poesía visual argentina”, con selección de Claudio Mangifesta, Hilda Paz y Juan Carlos Romero, 2014. Publicó los poemarios “Margen puro”, 1982; “Resplandores”, 1985; “28 poemas”, 1987; “Nevada y estrella”, 1992; “Ceros de la lengua”, 2001; “La tempestad”, 2012.

 

1 — No siempre residiste en nuestra ciudad.

 

          RC — Durante los treinta y cinco primeros años de mi vida lo hice entre Adrogué y Burzaco, en la zona sur del conurbano. Resido actualmente, junto a mi esposa Lilian Escobar, en el barrio de Monserrat, en el piso alto de la Barraca Vorticista, sede de Vórtice, espacio de Arte Correo y Poesía Visual dirigida por Fernando García Delgado. Estudié durante varios años la carrera de Ciencias Biológicas, en la Ciudad Universitaria. La abandoné cuando me restaban cinco materias de las veintiuna que componían la licenciatura. A partir de allí me entregué totalmente a la poesía. 

 

2 — Sigamos presentándote.

 

          RC — ¿Y qué me aparece apenas lo pienso —“autobiografiarme”— y de inmediato lo escribo? Tal vez, la inconsistencia de un alguien y de una obra a través de ciertas palabras que nunca han obedecido a una formulación íntima, sino, más bien, al juego incalculable del lenguaje reengendrándose a sí mismo, un pensar y un decir encantados por la acción de fuerzas y acontecimientos intemperantes, dichosamente desasidos a la voluntad de ese ser soberano al que solemos flamear (ilusoriamente) como "Yo".

          Insisto. Y vuelvo

 

Al revisar mi libro de imágenes

 

Nací mudo.

Las cosas de las que hablo sirven a ilusiones.

El verano, la huelga, dios y la denuncia

no tienen dominio.

Mis discursos de paz estimulan bravatas.

Mis intimaciones dan de comer al burlón.

 

¿Esparcí en una cabeza el humo de la revolución?

Ha sido apenas una fábula.

 

¿Describí la pureza del pobre, el amuleto del loco?

Practicaba, al azar, algún juego de sintaxis.

 

Qué siglo de afonía, y qué pretensiones, al rescate

de una voz, por discutir cuestiones de importancia.

 

Quiero argumentar mi causa y me estorba un vagido.

Quiero decir obscenamente y una oda al instante se me resuelve.

 

Esta misma noche pude oír, vivaz como un

remordimiento, a un juglar humanista verter

canciones en una campana de vidrio.

 

Se dice. Se enmudece. El esfuerzo por sobrevivir

en un poema impracticable.

 

 

 

3 — En la primera época (1980-1985) de “XUL”, en ese “signo viejo y nuevo” (como el verso tomado de un poema de Edgar Bayley) fuiste colaborador, y en la segunda época, entre 1990 y 1994, codirigiste la revista con quien la fundara, Jorge Santiago Perednik (1952-2011). Sos la persona justa para referirte a “XUL”. Y, demás está decirlo, para evocar a tu amigo.

 

          RC — La revista "XUL, signo viejo y nuevo" comenzó a aparecer en 1980. La sentencia "signo viejo y nuevo" intentaba afirmar, desde los inicios, la defensa de la tradición, pero de una tradición que era necesario transformar constantemente a fin de no ahogarla en la sedimentación de sus logros. A pesar de que la revista rechazó en todo momento, como su propio director lo expresa, ser vocero de un grupo, un movimiento o una poética, se la identificó tempranamente, bajo la comodidad y la visión homogeneizadora de alguna crítica, con un "neoconcretismo" pleno, en inequívoca referencia al movimiento de Brasil. Esto se debió, en gran medida, a que muchos de los poetas que publicaron en XUL no desestimaron los recursos fónicos y visuales en la estructura textual, hacia un aprovechamiento tanto físico como semántico de las posibilidades de la lengua. Pero junto a textos donde las señales óptica y sonora tallaban insistentemente, muchos poemas observaron apenas una mera raigambre verbal, sin vínculo alguno con la concepción ideogramática. Tal vez, si alguna preocupación común reunió a estos poetas, fue la atención por el lenguaje y la forma, que se extremó desde la ya citada distribución espacial de los signos y los desarrollos fonéticos, hasta las singulares reinvenciones de la sintaxis y el cultivo de un léxico poblado de vocablos y acentos inacostumbrados.

        Esta escritura incisiva, nunca abarcable por códigos o criterios establecidos, no cesó de poner en cuestión el orden de lo real. "Para XUL su compromiso con la realidad pasa por un compromiso con la lengua" afirmaba, en consonancia, el editorial del número cuatro. La revista propugnó además, en otros espacios, constantes reflexiones acerca de temas teórico-literarios, de la sociedad poética y de la coyuntura social en general, convirtiéndose, a través de una crítica rigurosa y a la vez arriesgada, en una fuente insalvable de polémica y apertura.

        Recordemos que las poéticas predominantes en los años 60 y 70 proponían una división teórica entre la forma y el contenido del poema, coherente de algún modo con su visión dual de la realidad: la forma era mal vista, sospechosa, y el contenido "bueno" y "atendible" sólo si coincidía con determinada posición ideológica. En la mayoría de los casos el poema era considerado un vehículo para comunicar mensajes que debían llegar masivamente a los lectores y "concientizarlos" sobre la necesidad de un cambio o revolución social; en otros, se propulsaba intencionalmente como medio para transformar ciertas nociones o ideas acerca de la realidad. Para muchos poetas que comenzaron a publicar a fines de los años 70, la idea de una visión dualística del mundo, con inclinaciones maniqueas, así como la de división forzada entre forma y contenido, con la supuesta misión del poema de convertirse en portador de un mensaje, se volvieron concepciones tan oprimentes como falsas. La complejidad de las propuestas artísticas, que comprometía al lenguaje y a la estructura del poema, no fue sino una respuesta ante una visión simplificada y facilista del mundo. Se repensó el rol del lector: ya no se lo consideró como mero receptor de mensajes y de una verdad emitida por el autor, sino, a través de su lectura y su experiencia del poema, protagonista del mismo. Concomitantemente, quedó limitado el poder del autor, inhibiéndose su autoridad para guiar o cambiar la conciencia de los otros y aun para decidir prepotentemente cuál es la verdad indiscutible del poema.

 

        Para XUL, sin embargo, tampoco se debía alentar esperanza alguna de contar con una clave, con una llave de desciframiento de las obras, alentando de este modo su carácter hermético. Precisamente nada más lejos del hermetismo que las poéticas publicadas en la revista, cuyo propósito no pasaba por fijar significados secretos y ocultarlos, impidiendo así el acceso a cualquiera, sino, al contrario, por hacer posible la significación proponiendo al lector un trabajo con los signos, un trabajo de lectura. Así la tarea de escritura no estuvo concentrada para estos poetas en convertir los poemas en depositarios de un enigma, sino en operar con los signos, con el lenguaje, considerando que los significados no están contenidos en clave dentro de los escritos, ni son instituidos por el autor, sino que deben ser construidos por el lector a partir de los textos y la lengua.

        La diversidad y extrañeza de las poéticas a que XUL daba lugar engendró la dificultad para muchos de abarcar y catalogar los poemas (es decir, de imponer alguna argucia englobadora que ocultase la incapacidad de afrontar lo que es variado, complejo, contradictorio). Para ello recurrieron a categorías ya conocidas. Como se dijo al principio, una de las más recurrentes fue la del "neoconcretismo", a la cual se sucedieron otras como como las de "neobarroco", "posmodernismo", o alguna supuesta convergencia con el formalismo ruso o el grupo Tel Quel. Ante todo, se insistió en que la revista era el vehículo de un grupo poético de vanguardia, aun cuando XUL había rechazado para sí, en una editorial, dicho concepto, la posibilidad de que en literatura alguien se halle delante de los demás, guiándolos, o bien que se pueda pensar en una historia de la poesía que progresa, de modo que las expresiones últimas sean superiores a las precedentes. Así, en XUL, las características distintivas de las vanguardias artísticas faltaron: no hubo manifiestos poéticos, ni nombre en común y ni siquiera hubo un grupo; por el contrario, se rechazó toda idea de identificación colectiva de unos con otros, de cualquier sumisión a un código poético instituido. Una común unidad entre los poetas fue el fomento de las diferencias poéticas, basado en que las escrituras son hechas por individuos diferentes y que el poema no merece estar restringido por límites o clasificaciones.

 

        Transcribo, al fin, unas palabras de mi amigo Jorge Perednik, siempre presente, el que, desde sus inicios, ofreció a la revista un impulso vital y una apertura inclaudicables, empecinando a través de su propia creación poética y de su lucidez crítica ese lugar donde la maravilla y el entusiasmo creador se abrazaron sin reparos:

"La revista XUL existió para iluminar una zona del escenario que estaba allí pero no se podía ver; fue en este aspecto una LUX, como dice su nombre leído al revés. Publicó una poética que en su momento escandalizaba y que nadie se atrevía a publicar, y a autores desconocidos que poco después serían considerados los protagonistas de su época. Confió en que la voz más interesante y potente en poesía es la que habla operando, cooperando y siendo operada desde, con, para y por el lenguaje. Descubrió a la literatura de su país un universo diferente al usual, esto es, de alguna manera lo inventó. Para encarnar un tiempo y un lugar de la poesía argentina le bastó un recurso simple: fabricar un espacio y, a partir de él, dar lugar a una parte de la poesía que no tenía lugar".

 

4 — ¿De qué modo los poetas de “XUL” afrontaron en su obra la época del terror, de la represión estatal?

 

RC — Durante casi diez años hubo en la Argentina un clima opresivo de persecución y de represión imprevisible. Los intelectuales y los artistas eran sospechosos para el régimen por su sola actividad, convirtiéndose de este modo en víctimas potenciales. Es muy difícil imaginar que una persona intelectualmente inquieta, consciente de lo que estaba pasando y sensibilizada por ello, fuera capaz de lograr que ese estado de terror no la afectase y pudiera así trasladarse sin reparos a su actividad, a las obras que engendraba. Los poetas, en el caso que nos concierne, tuvieron necesariamente que reaccionar de algún modo, dar respuestas a esas condiciones, elaborarlas hasta encontrar maneras de emprender su tratamiento sin que su denuncia se hiciera rastreable, expuesta a cualquier tipo de censura o castigo. Encontraron, pues, la posibilidad de reacción en la forma de componer y presentar las obras, aquélla en que sintaxis, espacialidades, juegos de palabras y sentidos nunca lineales ni legibles según los códigos en uso se volvían capaces de sugerir una situación tan crítica como amenazante.

Recuerdo, entre otros, el poema "Eurídice ha ido al agora" de Roberto Ferro, el que, a partir de personajes mitológicos y de una trama intervenida por juegos tipográficos y desplazamientos espaciales, muestra cómo la palabra Antígona, a medida que transcurre el texto, sufre la desaparición de varias de sus letras, dejando sólo las dos n, esas nn que evocan sin más a personas desaparecidas, vaciadas de su estamento individual y social e invariablemente prometidas a una fosa común. Estas n se incorporan aun a las palabras nnada y nnadie y juegan en un apartado con las dos n de solución final. La tragedia griega se fusiona sin más a la argentina.

Recuerdo también, entre otros, los poemas de Jorge Lépore, escritos muchos de ellos de modo oblicuo o en irregulares franjas blancas sobre fondo negro, poemas que parecen alumbrar una esquizolengua tramada de perturbadores neologismos, articulaciones crispadas, espacios vacíos y asociaciones incontinentes de vocablos, números, tipografías cambiantes, mayúsculas que invaden el seno de muchas palabras y signos de puntuación en funciones y posiciones arbitrarias. La pronunciación de esas frases alimenta un jadeo angustiante, una voz a veces trabada y otras arrojada como una corriente furiosa, una suerte de idiolecto irreprimible que se resiste a toda comunicación, al fin, ese estado de la lengua incapaz de incorporarse a la función social, propio del quiebre y la descomposición que sufre un individuo (y la colectividad misma) ante la incidencia de un acontecimiento traumático, encendido por factores violentos y disgregantes.

 

Otros poemas relacionados con situaciones críticas de la época que vienen hoy a mi memoria son el referido a las Madres de Plaza de Mayo, del mismo Roberto Ferro, el poema "El Malvino" de Nahuel Santana, el poema "Los diez mil ausentes" de Osvaldo Aguirre, etc.

Ésta fue, pues, la estrategia de muchos poetas en la época de la dictadura: escribir sobre lo que no se podía hablar en formas en que no era habitual ni esperable hablar, formas a las que los censores se mostraban incapaces de acceder y por ello de someter a represalias. Como dijo Jorge Perednik, esos poetas caminaron al filo del abismo, realizaron una poesía de los límites porque no podían hacer otra cosa, ni caer en el abismo (morir a manos de la represión) ni aceptar la seguridad de tierra firme, aquello que implicaba renunciar a su gesto íntimo o bien prometerse a cualquier forma de complacencia poética.

 

5 — “Paralengua, la ohtra poesía” es a donde te entregaste.

 

          RC — Paralengua fue un espacio concebido originalmente para la expresión de la poesía fonética y visual, pero que progresivamente amplió su actividad a la poesía computacional, por medios electrónicos, por lenguajes matemáticos y de las ciencias naturales, en videopoemas y en lenguaje multimedia. La actividad experimental del grupo (cuyos ensayos y poemas programáticos fueron difundidos en publicaciones de nuestro país, Uruguay, Colombia, Estados Unidos, Brasil, España y Portugal) alcanzó su cima en 1996, con el Primer Congreso de Poesía Experimental de Buenos Aires, realizado en el Centro Cultural Recoleta, con invitados de España, Brasil, Puerto Rico y Uruguay. Se realizaron performances, mesas de debate y una amplia exposición de poesía visual argentina y extranjera. La coordinación de Paralengua la realizamos Carlos Estévez, Fabio Doctorovich y yo. Participaron artistas notables por su entrega y singularidad, a lo que se agrega el rigor estético que supieron asistir a cada una de sus presentaciones. María Lilian Escobar, Ricardo Rojas Ayrala, Alonso Barros Peña, María Chemes, Jorge Perednik, Liliana Lago, Andrea Gagliardi, Roberto Scheines, Gustavo Cazenave, Myrna Le Coeur, el grupo de colegio secundario La Pieza, los actores de teatro de Emeterio Cerro y otros poetas de intervenciones algo más esporádicas sostuvieron durante diez años (1989-1998) la vigencia de Paralengua, otorgándole una luminosa heterogeneidad y una proyección impensada.

          Producir una amplitud reconstitutiva de las cosas y los hechos por medios inacostumbrados: ésta fue la labor que nos encomendamos con Paralengua, decididos a asistir la palabra poética fuera de los márgenes del libro y las tentativas lecturas. Nos propusimos trabajar los pliegues de la arquitectura verbal a través de todas las posibilidades del espacio, la fonética, el humor, la música y las sagas multimedias, enalteciendo las posibilidades orgánicas del lenguaje y proyectando las palabras a esa suerte de sortilegio por el cual se funden las cosas y los seres.

          En las décadas del 80 y 90 (y aun en la época actual) la poesía no había emergido en los ámbitos cotidianos más que con lecturas bienintencionadas, aquellas que cargaban con los modos de una interpretación, un vocablo y un silencio cuya naturaleza original era propiamente escrita y acordada al universo de la página. Contra este efecto traslaticio, por el cual las voces y los cuerpos debían corresponder a un carácter alumbrado por otros medios, Paralengua se dispuso a explorar el paisaje de los elementos y los símbolos en el propio plano de su puesta en escena.

          Procuró así redescubrir las suertes de la vocalización y de la mecánica respiratoria en los poemas orales, alentar los efectos de posición, de tramado y de forma en los poemas visivos, emprender el humor por los propios arrestos paródicos y juegos tonales del discurso, celebrar los destellos y las alucinaciones reveladoras en los diálogos que ninguna referencia podía alcanzar, conceder, al fin, las líneas diversas y conciliables del espectro poético en los engarces imprevistos entre las distintas artes.

 

          La poesía pudo recuperar sus aires de pantomima, de danza, de iridiscencia desencajada, alejándose de las tribulaciones intelectuales por una dramatización de las emisiones nerviosas y sensitivas del hombre, haciendo aflorar al mismo tiempo un cuerpo significante y un pensamiento palpable. La vida no dejó de insistir desde ese lábil y enigmático sitio no tocado por los significados o las formulaciones, y fue en su misma gratuidad que la acción de un sentimiento en escena apareció como infinitamente más expansivo que un sentimiento evocado. Todo se proyectó a desarrollar esa especie de física primigenia que se oculta en el seno del lenguaje, del cual nuestra civilización no ha podido convocar más que su vertiente de divulgación y nutrimento lógico.

 

          Paralengua quiso así servirse del lenguaje de una manera excepcional, restituyéndole sus posibilidades de estremecimiento y encanto; quiso extenderlo y repartirlo activamente en el espacio, tomar sus entonaciones de una manera concreta y absoluta para devolverles el poder de desgarrar y manifestar realmente algo; quiso al fin volverlo contra sus inquietudes utilitarias, contra sus costumbres de criatura acorralada, desencadenándolo para que resonase en la sensibilidad entera a través de sus calidades vibratorias y sus trances energéticos.

          Como en toda operación mágica, la palabra se dispuso a ejercer la acción y la acción a arreciar una palabra.

 

6 — Has coordinado junto a tu esposa, Lilian Escobar, numerosos talleres y cursos desde fines de los 80; entre ellos se cuentan los de poesía general, poesía contemporánea, haiku, haiku experimental, y poesía visual y concreta (por lo que sé, desarrollados en la Casa de Cultura Latinoamericana "La Joaquina" de Adrogué, en centros culturales como el "San Martín" y el "Ricardo Rojas" de la ciudad de Buenos Aires, en el Jardín Japonés, en la Casa de la Poesía, etc.). Me interesaría saber cómo se ha desplegado esta labor docente, cuáles han sido los cauces, las modalidades, los criterios fundamentales que han guiado tu tarea como coordinador.

 

RC —En los talleres, Rolando, nos propusimos partir de una indigencia común: ninguna escuela, tendencia o teoría debía ser esgrimida para encuadrar los poemas y colocarlos como operación de algún postulado básico. La movilización no hubo de emprenderse desde un dado principio hacia un lugar nominado que actuase como corolario del mismo, más bien se irradió sin camino elegido, sorprendiéndose en atajos y contramarchas, desviaciones y campos suspensos. Ellos se encargaron de tender y al mismo tiempo poner en duda las proyecciones teóricas que en cada caso pudiesen emerger. Los poemas se ofrecieron así a una inteligencia iletrada, provocadora, capaz de crear a cada paso las leyes de su juego, libre de trazos sustanciales o marcas registradas.

 

Junto a Lilian, cuya participación resultó invalorable, nos guardamos muy bien de promover algún saber acumulado, de incentivar un tono rector o de ofrecer presupuestos de garantía para alguna plena lectura. En todo caso, nuestra función fue la de realimentar y componer las distintas observaciones, encomendándonos a la combinación productiva entre las diversas líneas, sin elevar o despreciar a priori a ninguna, o, más bien, dejando que cada una alcanzase a revelar, en el mero desplegarse, su potencia o su fragilidad, su jerarquía o su estrechez, sin el aval de agregados o explicaciones ajenas.

 

Los poemas hubieron de ser contemplados desde perspectivas disímiles: formal, sociológica, histórica, filosófica. Los talleristas se consintieron en cualquier caso protagonistas en el comentario de los mismos. De esta forma pudieron afirmar y desarrollar los caracteres del gusto personal y aprovechar la diversidad de acotaciones y de incidencias que se ponían de manifiesto, mientras se desplegaban ágiles para detectar y abrir cauces a las marcas de su propia escritura. Nuestra tarea, cuando fuimos requeridos, consistió en explayar nociones de versificación, de prosodia, de retórica, en dar acceso a caracteres y problemáticas de tendencias contemporáneas y tradicionales, hasta promover, en alguna reunión, el diálogo con poetas invitados.

 

Habitualmente se hizo hincapié en que la palabra del comentario o de la crítica se arraiga en un discurso otro, se resuelve siempre ajena a la palabra plenificadora del poema, y que sólo la mismísima lectura anima a la obra, donde leer es negarse a doblar el poema fuera de otra voz que no sea la voz misma de su cuerpo. Sin embargo, consideramos conveniente poner en práctica aquel pensamiento especulativo, transitarlo en su intento de precisión, quedar inmersos en sus argumentaciones y debates, hasta que todos sus resellos y lógicas, incapaces de aprehender desde fuera la vida en aliento del poema, cayesen demolidos por su propia gravedad. Sólo entonces, en tanto lo que se dice acerca de la obra se hubiese mostrado como una empresa de imposible superposición e intercanjeabilidad con aquella palabra absoluta, podía flamearse su superación, y entregarse sin puentes analógicos o mediaciones inteligibles a la luz palpable del poema.

 

De todos los prejuicios que hubo que enfrentar, el autor como dueño del sentido de la obra fue uno de los más arduos. En un mundo "beneficiado" con el derecho de propiedad y asegurado fenoménicamente con la ley de causa y efecto, el yo no se siente sino como depósito originario del pensamiento, al que pretende volcar en la página y empeñar en un tramado precioso de símbolos. Dar cuenta del artificio de esta figura divina, erigida en centro ordenador y soporte ontológico de las imágenes, se constituyó en uno de los motivos a tratar con especial atención, procurando evitar todo discurso patriarcal sobre  los poemas, discurso teñido frecuentemente de alusiones a una historia personal, de referencias a la intencionalidad del decir, de justificaciones al desliz voluntario o involuntario de las palabras.

 

El poema quedó de este modo libre de ser sujeto a una naturaleza extraña a su propio acontecer, y el llamado autor, no comprometido ya efectiva o simbólicamente con él, pudo participar de la reflexión en forma abierta, desinteresada, no constreñido al rol de poseedor y protector de la obra.

En los talleres se intentó funcionar —dura lucha— sin juicios de valor. La existencia de éstos implica la reducción del poema a una medida o patrón que nos coloca de hecho fuera del mismo, tratando de asimilar su red singular a un carácter consignado. La comparación no es posible donde no amanece la Ley que dirige la atención y homogeniza los textos; la aprobación o la corrección quedan desvariadas allí donde no es contemplado un texto ideal que actúe como modelizador.

Al no esperarse un juicio de valor, los vedetismos o vanidades, los temores o titubeos, eran desalentados rápidamente. Nosotros, como coordinadores, quedábamos exceptuados de cualquier tarea judicial, y el grupo mismo, sin la presión de un veredicto acerca de los textos, podía manifestarse en los canales de una vital fluidez y diversión.

 

Los talleres nunca estuvieron sujetos a condiciones programáticas rigurosas. El cambio sobre la marcha, debido a las necesidades surgentes de trabajo, a la correspondencia con las inquietudes provisorias de los asistentes, a la satisfacción de ciertas actividades deseadas, se convirtió en una de sus características esenciales. Bajo estas consideraciones, toda propuesta integral de trabajo por parte de los asistentes, y sin la intervención primaria de los coordinadores, fue, desde el vamos, bien recibida. Previa aceptación del grupo, pudo activarse su desarrollo y ser nutrida en su avance, favoreciéndose de esta forma una fuga posible a la monotonía y un despertar a las expectativas latentes.

Intentamos entre todos, al fin y al cabo, una práctica vital: crear y crearnos en la camaradería de la diferencia, en la reflexión nunca enemistada a las fuentes de gracia.

 

7 — Compilaste, junto a Fernando Gioia, “Romance del vértigo perfecto” de Jacobo Fijman. ¿Qué textos conforman el volumen editado por Descierto en 2012?

 

          RC — Los textos que conforman el libro "Romance del vértigo perfecto", de Jacobo Fijman, fueron adquiridos pacientemente por Fernando Gioia, responsable de la editorial "Descierto", durante aproximadamente dos años, a medida que conseguía el dinero para comprarlos a su poseedor —un particular que nunca reveló de dónde procedían los originales ni el modo en que los había adquirido. "Romance del vértigo perfecto" incluye poemas datados entre 1957 y 1959, algunos facsimilares de los textos y varios dibujos a carbonilla de Fijman. Muchas de las hojas en los que aparecen los poemas llevan el logos del Ministerio de Asistencia Social y Salud Pública. Su título es arbitrario —corresponde a uno de sus poemas— así como es arbitraria la conjunción de los textos en un volumen que nunca se propuso como tal. Sin embargo, la dicha y el deslumbre que provocó el descubrimiento de dichas composiciones nos impulsó a Fernando y a mí a su reunión en el libro que hoy se conoce. Nos concedimos para ello, abiertamente, la licencia de presentarlo como un conjunto singular y hasta ese momento inédito.

          Alcancé a escribir en su prólogo:

"Estas composiciones, como otras cada tanto encontradas de Fijman, dejan vislumbrar una cantidad indefinible de poemas, los que tal vez nunca se hallen y se libren a nuestra experiencia. Por ellos se entrevé esa laboriosa constancia decidida a no dejar decaer a lo abierto en su insistente llamar hacia aquí, a su convocatoria en la palabra, como tampoco en su expansivo llamar hacia allá, a la lejanía y a la ausencia que enseñan lo privativo de su ser, nunca conferible ni dominable."

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

          "Poema por poema, con aquellos editados en libros y aquellos otros publicados en revistas, con los regalados a algún amigo y los abandonados en cualquier estante, con aquellos que alguien decidió mostrar y aquellos azarosamente encontrados, y también con los que fueron destruidos y con los que permanecen aún inhallables, Jacobo Fijman se sostuvo en el canto y la gracia ininterrumpidos. Coincidía, sin saberlo, con la visión de otro gran poeta, J. L. Ortiz, cuando afirmaba que la tarea que más importa es la del éxtasis, la cual resulta estrictamente íntima y se consume en la misma ocurrencia, mientras que otra labor mucho menos relevante la constituye la del archivista, la cual no es más que el ocuparse de que los demás reciban los resultados de aquella primera tarea, el dejar para el mundo la estela o el rastro de ese éxtasis."

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

          "Sus poemas diseminados, muchos tal vez para siempre perdidos, muestran que la labor poética no tiene por fin flamear la magnificencia de un Poeta o enseñar el prodigio de sus producciones, sino que más bien se alienta en mantenerlo permeable y preparado para un escuchar sin reservas y un dejar venir a lo atribuido. En esta constante, profunda atención al suceder y al pronunciarse de la imagen poética se cuida al lenguaje como fuente pura, aquella que ya permite un inicio renovado y un abastecer sin condiciones. Así la palabra no se enrarece en pos de lo dicho, asumiendo a éste como algo definitivo, y se asiste en cambio como un libre emprender en torno a lo inapresable que acontece."

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .  . . . . . . . .

"Hermanar la poeticidad del día que se ofrece, encomendarse al avance de los poemas sin premeditar su destino, dejar que ellos se constituyan en una manera de vivir, no como lo inusual o lo extraordinario de una vida, sino como la afirmación de la propia cotidianeidad atravesada por la maravilla del encuentro, por el celebratorio esplendor de lo sagrado: tal vez fuera simplemente esto lo que Jacobo Fijman no hubiese querido que olvidásemos al recibir, en lo desprevenido de un hallazgo, el fulgor de unas imágenes y su cielo instantáneo."

 

8 — 1999: Ciclo de Poesía y Prosa Breve “Nicolás Olivari”: allí te descubrí encarnando al “Oráculo”.

 

          RC — El Oráculo lo inició Gustavo Cazenave, vestido con capucha y toga negra, en el Bar “Brown” de Adrogué. Él daba en contestar por escrito, a través de imágenes poéticas y sobre pequeños cuadraditos de papel, las consultas de las personas. Le propuse entonces realizarlo entre los dos, pero de manera oral, en lugares reservados y para un solo consultante, de modo que la soledad y el silencio empeñasen la escucha plena de la palabra y su vacío iluminador. Así lo hicimos y así siguió prodigándose, con eventuales presentaciones ante un público general. Gustavo encarnó a Viento (de negro) y yo a Desierto (de rojo). Casi siempre actuamos conjuntamente, pero en algunas oportunidades, cuando las circunstancias así lo requirieron, lo hicimos de modo individual.

 

          Escribí, hace algún tiempo, estas palabras en torno al Oráculo Poético:

"Viento y Desierto, la escena de dos desenrostrados cuyas voces se cuidan mucho de convertirse en palabra clave o palabra reclamo, a la que sencillamente bastaría invocar para concebir abierta la brecha donde fluyese, por un celo de reflexividad, cierto sentido uno, permitiendo escapar del enigma y su intensificación perpetua.

          Desierto y Viento, tan fracturados como fundidos, agentes ellos mismos de la erosión y la calcinación, parecen hermanarse por los restos de un lenguaje otro, a la vez desaparecido y nunca pronunciado, cuya restauración no pudiéramos intentar a menos de reintroducirlos en el mundo o exaltarlos hasta un sobremundo del cual, en su soledad clandestina de ideal, no pueden ser más que la inestable interrupción, la invisible ocultación.

          Sus palabras se asisten en esa Ausencia del espíritu que arrecia desde ninguna fuente hacia ningún destino. Palabras que ciertamente no forman sistema, y que, en lo abrupto que encantan, al modo de un nombre propio que a nada designa, se arrojan fuera de toda significación asible, sin que este arrojarse constituya, a su vez, significación alguna, dejando una entreluz corrediza que no ilumina Mundo ni Trasmundo, ni siquiera a aquel extra-sentido cuyo límite ya no se sueña descubierto.

          Lo que sus frases tienen de incompleto e insuficiente, obra de decepción o deriva incalculable, es el indicio de que, ni unificables ni consistentes, dejan espaciarse señales con las cuales el pensamiento, al declinar y declinarse, figura el avance furtivo que en el remolino de la fascinación se esparce y se prolonga, siempre dispuesto a dejarse labrar por la razón infatigable y la aparición inaudita, en vez de seguir siendo el habla caída, apartada en la ideología o la creencia, el absurdo sin misterio incapaz de fructificar potencia alguna.

          Hay casi siempre la respuesta a la pregunta: la respuesta que cierra la pregunta y que deja en pie el soberano poder de preguntar, pues garantiza la pertinencia de este acto en la confianza de un cumplimiento; hay la respuesta que intensifica la pregunta, la hace durar y no la apacigua, sino que, en contra de ello, le presta un nuevo lustre, la aguza; hay la respuesta interrogativa, que aureola el celo de un preguntar con el vicio de otro interrogante; hay, por último, en la distancia de lo absoluto, la respuesta que es ausencia de respuesta, indebitable desde la interrogación que ha creído producirla, respuesta con la que no sabemos qué hacer y a la que no convendrá, a su vez, interrogación alguna, ya que sólo puede recibirla la amistad que la da.

          Cuando la respuesta es la ausencia de respuesta, la pregunta a su vez se torna ausencia de pregunta, pregunta mortificada, y el lenguaje sencillamente sucede, vuelve a un ahora que nunca ha hablado, ahora de cualquier habla, de los mundos asumidos a su propio emerger. Respuesta que no es ya sino el despedazamiento de lo que nunca ha preexistido (real o idealmente) como conjunto, de lo que tampoco podrá juntarse en alguna presencia de porvenir, respuesta que se sostiene como fuerza del desaparecer; lenguaje que se reabsorbe o arrullo de un infinito fatal, ya que el infinito es el fin de todo decir conforme.

          Antes de que aparezca, no es esperada; cuando aparece, deja de ser reconocida: porque no está allí, verdad que ya ha desvirtuado la palabra estar, cumpliéndose mientras no ha comenzado; nunca florecido en sonido.

          Lenguaje que no puede trasuntarse sino en el despliegue incoercible del pensamiento, pues desanuda sin atención interrogantes y problemas, certezas y errores, índices e insignias. Lo que sabe, sin relación con la verdad, es que su vigilia no permite despertar ni soñar, que impulsa al pensamiento a prescindir de sí mismo, perseverado hacia un borde donde no cesa de derramarse, en el intercambio incesante del vivir sin vida con el morir sin muerte, allí donde ninguna espera o aquiescencia pone fin a la dilación infinita. Como si la velada nos dejase, leve, pasivamente, arrojados al viento del desierto."

 

9 — ¿Cómo explicar de qué se trata a aquellos que no tengan representación del paralenguaje?

 

          RC — Generalmente se define al paralenguaje como el conjunto de modos y formas de manifestar que acompañan a las estructuras verbales, y que las remarcan, las desplazan, las inhiben o incluso las contradicen. Dichas cualidades físicas del significante lingüístico, o, de otro modo, esos aspectos no semánticos del lenguaje con los cuales se transmite el significado expresivo, son observados según varios planos: el oral (tono y volumen de la voz, ritmo, articulaciones, resonancias, intervalos); el escrito (tipografía, distribución espacial de los símbolos, usos de los signos de puntuación, introducción de íconos y de símbolos pertenecientes a lenguajes no verbales) y el corporal (posiciones del cuerpo, movimientos, gestos, caracterizadores vocales como la risa, el llanto, el bostezo, el suspiro, etc.).

 

Cuando, allá por 1989, pensamos en el nombre Paralengua, no conocíamos el concepto de paralenguaje. A pesar de ello, las formas expresivas estudiadas bajo tal denominación se habrían de convertir, con el tiempo, en el hábitat de los poetas del grupo, en aquellos vectores que no cesaron de estimular su acción.

Sin embargo, Rolando, nos animaban una visión y una práctica absolutamente alejadas de esa idea conferida de paralenguaje, la que aún sostenía, por un lado, la presencia de un mensaje verbal, y por el otro, la forma en que éste se expresaba y que contribuía tan sólo a reforzarlo o a intensificarlo, mientras lo asociaba a una particular emoción (aun, a veces, a atenuarlo o a mostrarlo irónicamente como extraño a sí mismo). Esta visión dualística quedaba recusada por nuestra idea del poema como un macrosigno totalizante, una presencia o matriz funcional sin clivaje alguno, extraña a evidenciar, por una parte, una significación, y por la otra, ciertos modos asociados que tendrían por función ampliar sus posibilidades. Para nosotros el poema no dejaba de constituir (lo que seguimos sosteniendo) una unidad indisociable, un todo significante que no puede ser sometido a ninguna operación analítica, a una intervención capaz de escindirlo en planos o estados pasibles de ser congelados para su caracterización y estudio.

 

          Un poema es siempre un algo inexplicable e intraducible por otras palabras que no sean las del propio poema, y el supuesto contenido o asunto resulta inseparable de su expresión. No hay pues, escisión alguna entre el qué decir y el cómo decir, o, de otro modo, entre lenguaje y paralenguaje, forma y contenido, mensaje y expresión. El poema se constituye sin más su propio modo de advenir, la manera en que sus signos se asocian; su promisión resulta de las radiaciones de sentido que esa singular configuración abastece. La única forma de acceder a él es abandonarnos enteros al fluir de sus apariciones, penetrar sin amparos en el juego de sus elementos; volvernos, al fin, el poema mismo, sin la distancia que los puentes lógicos y racionales intentan imponer.

 

Al pensar el nombre Paralengua, Rolando, quisimos, lejos de la idea instaurada de paralenguaje, mostrar la posibilidad de una lengua paralela, no institucionalizada, en aquel momento y aún hoy marginal u ocluida. Una lengua que se ofreciese no sólo a modos inexplorados del lenguaje cotidiano (siempre constreñido por el código de la lengua) sino también a formas, canales y soportes alternativos respecto a aquéllos con que solía insistir la institución poética, condicionada por estructuras aceptadas y legitimadas de aparición, siempre refractaria a aceptar otros medios de incidencia que no fueran los tensados por la costumbre y el registro familiar.

Aquellas palabras que acompañaban al nombre Paralengua (la ohtra poesía) intentaban dar cuenta de ello: la otredad con respecto a las poéticas en boga, asumiendo la práctica de la poesía por fuera del libro impreso, no para su invalidación o reemplazo, sino porque el libro impreso conlleva, como todo soporte, sus límites, y por su propia constitución se halla imposibilitado para trabajar con dinámicas vocales, gestuales, videadas, escénicas. La h de la ohtra poesía alumbraba la otredad en el seno mismo de la palabra otra (la letra que no se pronuncia y que da cuenta de la indecibilidad o misterio último de la creación, aquello que posibilita la diferencia), al tiempo que conforma, desde un principio, el oh del asombro y del encuentro que anonada.

 

10 — ¿Qué suele sucederle al público, en general, cuando se desarrollan las performances? ¿Cuál era o es “el fuerte” de cada uno de los integrantes de Paralengua?

 

          RC — Durante las performances de muchos poetas que participaron del ciclo el público no dejó de sentirse absorbido, vuelto uno con la acción que se llevaba a cabo y que arrobaba desde un juego a veces vibrante y conmovedor y otras tantas ascético y suspensivo. El transporte que las personas habían alcanzado a través de estas performances, extrañándose bajo su sino encantatorio de las tribulaciones y las estrecheces de la vida cotidiana, se revelaba en una dicha franca, contagiosa, sin contención. Esta dicha se hacía manifiesta una vez concluido el espectáculo, y solía conducir a un diálogo abrazante entre hombres y mujeres que en principio no se conocían, pero que habían sido arrojados a una hermandad eventual desde aquel gesto tan enérgico como comunicante.

 

          Éstos son algunos de los performers (y el arte que aún prodigan) a los que debemos agradecer aquella donación:

María Lilian Escobar parte de idiomas o dialectos originales (náhuatl, mapuche, guaraní, guaycurú, quechua), a los cuales combina a veces en una suerte de esperanto indígena, produciendo particulares juegos sintácticos y sonoridades inauditas. Luego realiza una partitura fonética de estas composiciones, con el objeto de activarlas vocalmente sobre un escenario. Allí se promete a una suerte de ceremonia ritual, en la que, a partir de su trabajo fónico, hace intervenir objetos, máscaras, velas, inciensos, vestimentas e instrumentos percusivos. Toda su acción, bañada en un hondo misticismo, se proyecta a disolver las fronteras entre hombre y naturaleza, entre sujeto y objeto, accediendo a esa energía donde la comunión resulta posible.

 

Los poemas de Carlos Estévez expanden sus marcas materiales hacia un plano decididamente acústico-oral, promoviendo una optimización sensible de los significados, e introduciendo, en las modulaciones vocales infinitamente variadas de los signos y las puntuaciones, ese admirable drama en que la inteligencia se confía a la precisa emisión de un sonido o un ademán. Carlos se revela como uno de los más extraordinarios poetas orales de la Argentina. Ha editado cuatro CD y un libro (transcripción del primero) en el que la escritura de cada poema funciona como partitura para su manifestación vocal.

 

Ricardo Rojas Ayrala emplea en sus textos, sin propuestas limitantes, las más diversas posibilidades de escritura y tramado, y presenta perfomances poéticas espectaculares a partir de ellos. El aspecto festivo-lúdico de sus poemas se evidencia en la alternancia de blancos y negros, en la discordante tipografía de las letras o palabras, en la interposición de trazos, figuras y dibujos, en la presencia sugestiva de frisos o guardas verbales, y se transporta a la escena a través de voces, movimientos y gestos a veces carnavalescos y excitados y otras pausados y disimulados de su absurdo, pero siempre magnetizantes y asistidos de un humor extraordinario. Incorpora asimismo en estas acciones objetos sencillos, instrumentos musicales y un habla asistida de modismos gauchescos o giros indigenistas, haciendo palpitar con gozo el decir telúrico, sin lamento alguno por el avance civilizatorio ni reclamo ingente de reivindicación.

 

Andrea Gagliardi utiliza objetos, muñecos, pequeños elementos fabricados por el hombre o extraídos de la naturaleza, y con ellos monta cierta escena y la dota de una vida intensa, moviendo, articulando, desplazando, superponiendo de diversos modos aquellos objetos, mientras pronuncia un relato o un poema que complementa esas acciones sin describirlas ni explicarlas. Toda la magia reside en la conjunción de palabra, imagen y movimiento que el espectador debe saber atender y componer en su imaginación.

 

María Chemes, a partir de elementos mínimos (un cuchillo, una piedra) realiza perfomances de alta dramaticidad, exigiendo a su cuerpo y a su voz para el transporte de un gesto tan conmovedor como insistente. Introduce frecuentemente en sus vocalizaciones breves momentos de canto lírico, descubriendo las posibilidades de un diálogo singular entre el acto, la palabra hablada, el objeto y la entonación musical.

Myrna Le Coeur (María Alonso) produce dramatizaciones exasperantes mientras dice un texto o un poema (muchas veces clásico) y realiza alguna labor cotidiana que se extrema hasta la crispación o el paroxismo. La convergencia de un texto reconocido y generalmente sacralizado y una acción doméstica embargada por la desesperación resulta sencillamente sobrecogedor.

 

Fabio Doctorovich trabaja a partir de textos interactivos, donde se inscriben ciertas señales e indicaciones que deben ser promovidas y cumplimentadas por los espectadores. El poema se activa así a partir de la libre interpretación que el público hace de aquellas consignas, desplegándose como una suerte de juego conjunto o teatro colectivo capaz de alcanzar, en su clímax, estados de alucinación y locura.

 

Entre otros performers notables recuerdo especialmente al grupo de colegio secundario "La Pieza" (Federico y Marisol Misenta, Mariano Pensotti y Gastón Pérsico) en los que música, poema, gestualidad y ciertos elementos como máscaras y atuendos extrañísimos incitaban a una escena tan sugerente como enigmática, no exenta de aliento existencial; y a los extraordinarios actores de Emeterio Cerro: Robertino Di, Baby Pereira Gez y Roberto López, cuya interpretación de ciertos fragmentos pertenecientes a obras teatrales de Emeterio no cesaron de causar conmoción y arrojar al espectador a los umbrales del delirio o el éxtasis.

 

11 — www.larosaysupeste.blogspot.com.ar  se ha llamado el blog que mantuviste durante tres años (2011-2013). ¿De cuáles sos “seguidor”?

 

          RC — El blog surgió como un intento de que ciertos poemas vieran la luz ante mis dificultades económicas para publicar. Hay un momento en que las obras ejercen sobre uno una cierta presión o empuje reclamando mundo, apertura y tránsito de mundo, encuentro amoroso o intempestivo de mundo.

La pantalla electrónica se presentó eventualmente como un medio para ello, pero, no seducido por el ámbito o espacio formal que ofrecía, y con ya más de 40 poemas en el sitio, decidí provisoriamente desprenderme de ella, para, tal vez, reencontrarla con intervalos en algún futuro mediato.

 

Lo que extraño es, ante todo, la presencia de las revistas de papel, aquéllas que se sentían como una continuidad de mis manos y de mi cuerpo, abiertas a una percepción no sólo visual sino también táctil, capaces de acompañarme en bares y medios de transporte, yéndose y devolviéndose ante el murmullo de la calle, entre los ruidos y las voces del fragor cotidiano, ofreciendo a la poesía como un claro revelador o una emergencia mágica en medio de los poderes opresivos y las lógicas reedituables del mundo. Las revistas me abrieron a los horizontes de la existencia, confrontaron al mundo instituido en el propio lugar de su puesta en escena, me permitieron acceder a lenguajes y pensamientos que no se clausuraban en un saber o una verdad, más poderosos que las imposiciones y los infelices acuerdos que pululaban alrededor, aquéllos que se volvían tan insignificantes como irrisorios ante la sola presencia del hecho poético. Pude plasmar, de algún modo, mi afecto por las publicaciones de poesía en un poema escrito especialmente para la revista “Plebella”: "Yemas en lo abierto".

En cuanto a los blogs que sigo hay dos fundamentales: "quepodriaponeraquí", a cargo de Reynaldo Jiménez, y "revistaexperimenta", promovido por Claudio Koremblit y Eduardo del Estal. Ellos no hacen más que resguardar lo abierto. Insisten en el llamado a transitar el misterio del mundo y de sus presencias, el de no permitir que sean capturados por algún legitimado saber o ideología triunfante; empecinan la responsabilidad de iluminar un universo donde las apariciones no puedan ser amortiguadas ni las opciones del pensar veladas; comprenden cabalmente la exigencia de asumir la pulsión de lo enigmático como juego de las cosas y afirmación de la diferencia. En ellos se encuentra la más preciosa donación: la libertad para el acontecer de los signos, el espacio jocundo para que nada ni nadie se erija como propietario de lo real y el pensamiento pueda imprimir sin obstáculos su vocación desalienante.

 

12 — Hasta donde sé, Roberto, uno de tus libros inéditos se titula “La matemática como poema”.

 

          RC — Parto, en las composiciones matemático-poéticas, de demostraciones y teoremas provenientes de las ciencias fisicoquímicas, matemáticas y naturales, aquellos que, sin alterar su estructura fundamental ni renunciar a sus secuencias lógicas, alcanzan aperturas de orden ético, social o estético. El arte y la ciencia dejan de enfrentarse, de competir por una verdad más ejemplar o una provisión más amplia o efectiva. En encantada hermandad para algunos, en revulsivo encuentro para otros, confunden sus límites y ya no mantienen protocolos de validación específica: por un lado, la mera intuición "propia" de la creación artística, atravesada por imágenes inéditas que desvirtúan toda noción, se asiste ahora por cierta trama reflexiva y causal de los símbolos; por el otro, el "necesario" deductivismo de las matemáticas y las ciencias se amplía por apariciones arbitrarias, aptas para intervenir en la secuencia lineal y alumbrar cierta promisión imprevisible.

 

          De esta manera, en el espacio poematemático, cualquier punto puede conectar con cualquier otro. Eslabones semióticos de todas las naturalezas se articulan según formas de codificación muy diversas: eslabones biológicos, aritméticos, políticos, éticos, artísticos, mitológicos, ponen en juego no sólo regímenes de signos heterogéneos sino también estatutos y perspectivas de mundo diferentes. Un sistema de este tipo se constituye como un cruce que no cesa de articular actos extremadamente variados, numéricos y lingüísticos, pero también perceptivos, emocionales, cogitativos. No hay universalidad del saber ni lógica acordada del lenguaje, sino una concurrencia iridiscente de dialectos, de códigos particulares, de genealogías desencontradas a algún tronco común.

 

          La matemática poética no cede así al discurso concentracionario y unificador del teocentrismo, ni al de las ideologías que compiten entre sí con el único objeto de vender la verdad más creíble o salvadora. Se trata en ella de dejar aparecer mundo y cosas sin otra pretensión que alumbrar su verdad provisoria en el juego de lenguaje y de sentido en que se muestran. El poematema no busca más allá de los hechos, pues sabe que es en su propio presentarse que los trazos y los signos configuran su intención testimonial. De este modo su gesto, en tanto poetizar, pone de manifiesto la verdad como aparecer resguardada en el lenguaje. Decir que cualquier presencia se legaliza en su aparecer significa que no es justificada en una esencia o fundamento ajeno sino en el albergue del propio universo simbólico en que se dona, aludiéndose como metáfora de sí misma y no de una supuesta realidad objetiva preexistente al lenguaje. El poematema no se retiene así en la realidad tal como ella se encuentra definida o inculcada, más bien abre el juego y deja en libertad a los entes sin intentar nuevas determinaciones. Se encomienda celebradamente como apertura y no se promete a enunciar una tesis positiva sobre la verdad o la realidad de las cosas.

 

          Al fin, podríamos decir que el tránsito por el poematema no hace otra cosa que volver inconcebible la idea de una sola y misma realidad. En el entrecruzarse y contaminarse de las múltiples imágenes, interpretaciones y construcciones de mundo, cualquier intento de identificación es asaltado en lo inmediato por un extrañamiento; la presencia de este y aquel sistema de valores, de este y aquel discurso, terminan por ofrecer una aguda conciencia de lo eventual, lo fortuito y lo limitado de tales sistemas y discursos. La realidad de cosas y de mundo ya no se muestra como el arraigo de un en sí, sino que se neutraliza y se silencia en el resonar de las múltiples fabulaciones y construcciones de sentido, cuyos fundamentos o principios ordenadores no pueden compatibilizarse hacia imponer algún dominio o supremacía. Aquello que se presenta ya no es unívoco, cierto o tranquilizador, pone en suspenso la obviedad de la existencia y desencanta cualquier saber mitificado o indudable verdad, saber y verdad colocados ahora en crisis y expuestos a la incertidumbre.

 

13  — ¿Tu visión de la poesía, de lo que encontrás en torno a su palabra y aliento?

 

          RC  — La poesía:  (                                                      )

 

De multitud a multitud, sobre las marcas de la oquedad, cruzan persignadamente los nombres testigos; una vez desde siempre, bajo la pretensión de Mundo, entre los desiertos y las ciegas hondonadas.

 

          Refugiado en un callo de cabezas, como si aún no se doliese, zumba el pensamiento; símbolo por símbolo persiste en saquearse, también un mensaje de criptas, ante la prometida Luz.

 

          ¿Y el poema? ¡Qué condiciones! El poema nunca ha llegado; donde se lo espera, siempre un paso siguiente, deja vacía la marcha, expulsa un tiempo que no es del instante.

 

          Quisiéramos alguna claridad, una claridad de necios, quisiéramos que hablase en nuestro nombre, que se ocupase en pie de nuestra causa. Extrañamente nos complace: lo hace sin veladuras ni índices, sobre el filo de nuestro evadido ignorar, lo hace, paradójicamente, con el diseminante aliento que olvida nuestro nombre y nuestra causa.

          Extrañamente nos complace, y no comprendemos.

 

          El poema termina por ser él mismo, aun todo, cuando coloca delante de sí el vacío de la obra. Tanto precede a la obra, tanto evita ser recorrido a través de la obra, tanto despoja cualquier conversación con el autor de la obra y sus intereses, con el ávido lector y sus interpretaciones, que la conversación vuelve a producirse, en este punto y desde siempre, con la sola poesía.

 

          Alrededor del poema todos nos habíamos reunido: los de olores de santidad y los de la canción mensajera, los de materia del demonio y los del merodeo furtivo, los de la duradera conciencia y los de los siglos llorados; el poema habla con todo ello, habla francamente, pero habla a su suerte sin suturas, en la lejanía intransitable, como un murmullo vago entre la palabra que centellea y la evanescencia de lo indecible, entre el celo imperioso del vocablo y el exclusivo y definitorio estar más allá de la poesía.

 

          Agotados en su intemperie, pedimos una detención, una martilleante certeza entre tanto salto pensativo, pedimos la convocadora campanada detrás del llamado del sacerdote. Pero, al pasar revista a las imágenes, al tratar de medir una confianza en lo aparecido, nada contesta, o más bien, contesta la nada, para que una inconsistencia se transforme enseguida en el inesperado, indescontable apoyo, del cual no sabríamos obtener, bajo el celo de la ansiedad, el calor del más alto y crucial aprendizaje.

 

          —El poema, efectivamente, una voz salvada Nadie.

          Liberado del nosotros prepotente, ¿no nos libera aun donde ya no podemos corearnos en sus formas, asentar nuestras claridades, donde, por un golpe de atroz enmudecimiento, en el momento en el cual nos alcanzamos a nuestra extrañeza por la insignificancia, nos deja fuera de nuestros terrores y promesas, nos asiste por la pura ajenidad en que ya no tememos ni nos esperanzamos, nosotros, otrosnos, también por la misma palabra que ha girado su dirección?

 

          Y para nuestro asombro, o tal vez para nuestra desilusión, después de tantas revoluciones y rebeldías, después del ingenuo sueño de la Luz y de las viejas enfermedades del Hombre Nuevo, ¿no es acaso la poesía la única resistencia que permanece en pie, ella, que no recusa nada, inexpugnable bajo el vigor tranquilo de un silencio que el propio lenguaje desoculta? La resistencia, hermanas y hermanos, a extraerse en una Verdad, la resistencia, o la ética, ante todos los ritos y creencias del pesado Libro de la Representación, resistencia que se vuelve encuentro con el que ya no se posee ni es poseído, donado ahora en su alteridad a la más expansiva alteridad del perpetuo comienzo.

 

          El poema, después de todo, un conocimiento en la dimensión de su ausencia. Una palabra —también nosotros— asistida por el suspenso hasta no deducir nada. Y paradójicamente, en la entrega a ese avance que no constituye Figura alguna, la jerarquía, o inalabable moral, del poeta, por la que el mundo se abre a la decisión de sí y la concupiscencia humana ya no propone ni critica.

¿Cómo fertiliza la tierra devastada por las Verdades, y cómo los dioses, sin razón ni necesidad, donan su licencia a las cosas? ¿Cómo una comunidad de atracciones se despliega, y nada es consumado en la ilusión de un centro? ¿Cómo lo insuficiente abre la riqueza, y cómo proyecta lo inalcanzable serenamente más lejos?

Nadie lo sabe.

 

          Poesía— una gracia original, donde nada está visto o formulado, un principio que sólo puede continuarse en principio; una fidelidad, entonces, por las que las palabras-cosas dialogan con sus fuentes sombrías, y por la que conservan una memoria que no es del tiempo, sino de lo que se conoce y sueña en una visión primicial.

          Así arribamos, sin hogar para habitar ni plan por proseguir, a lo no separado de la imposible palabra. A ella, jamás encaminado, nos ha conducido el poema, siempre más allá de él y en ningún Dios. Nosotros, por dondequiera extraviados, nos concedemos aún, entre el sentido moribundo y los indominables juegos, la pura, sibilinamente exacta, señal de vida: un signo de paréntesis, legible en su interior de infinito blanco.

 

 

Roberto Cignoni selecciona poemas inéditos de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

 

Niño, ¡escúdate!

la cesárea de mundo a tu nacimiento

deslizó dolor a la boca

que te besa, un silencio

vigilante mientras dormías

se hizo escoria bajo el tambor de voces.

Orea los minutos. Disculpa

al que serás.

Voluble se volvió el corazón

al roturar un libro de sentencias

y una palabra, colocada de lado,

condujo mundo por los espectros del tiempo.

Niño, ¡respírate!

nadie sigue el rayo de tus ojos

hacia la más secreta noche

cuando el claro de luna reúne

vacío y follaje, y la insignificante criatura

canta a coro con tu nombre. Disculpa

al que serás.

Avanza por nunca.

 

 

*         

 

 

Broté

en lo más íntimo de una palabra y forma.

Escuché a lo que prometía estrellas, lejos

y lejos de los cielos.

A lo que sonreía muerte en hospicios de Dios.

 

 

 

Nadie me supo.

A través de una ausencia tuve que pasar.

Para que una palabra, donde el amor se hace señas, 

pasase también

extraña y libre a los duelos del aliento.

 

 

 

Cien veces vacié el lugar,

vacié la palabra;

nos propinamos mutuamente blancura y serenidad.

Radiantes

se habitaron las cosas, las sosegadas

de todos los pensamientos. ¡Tanto

lindaron los abismos con la luz del mundo!

 

 

 

Nuestra vida,

nuestra muerte, pero ¿qué

remontan ellas

hasta honrar la palabra?

 

 

*         

 

 

Sitios —misterio

en la linde— nos

hospedan, cada cual

con su oro, cada

 

cual con su ruta,

tanto, lo

infranqueable, alza aún

un desamparo, el fin

 

nos ve, el

simiente.

 

Siquiera

este alrededor, este

encontrar

oreado en polvo, siquiera

una piedrita

resonante entre pasos.

 

De

aquí a aquí

vence, presión de luz,

la irreversible

libertad.

 

 

 

*         

 

En torno a la inexistencia

hay también un aura,

un puro consumirse delicadamente abierto,

que en tanto nos volvemos a la muerte

resplandece para nuestra inocencia

y abre en el espacio

una línea pura.

 

Este privilegio del final

y este dejar encendido que no son

todavía y tal vez por siempre, nuestra vocación

pues llevamos delante de nuestras narices

el anzuelo de cualquier vida

y a la muerte sin pudor la instrumentamos

para el desvío eterno y el escarpe de Dios.

 

En ti y en mí

por la vida orgullosa y la muerte clara

sigue hablando lo que no es,

sigue hablando —y por la palabra invaginada

se vuelve palpable como puro abismo

y así

somos cumplidos en la irrealidad y el abandono

igual que la hierba y el animal, que al pasar

cuidan el Sí sin ilusión.

 

 

*         

 

 

Aún me hablas en la desaparición

me dices menos que las cosas, aún

labras por nosotros en el no de nosotros

el margen de lo real y su álbea transparencia.

 

Esta nada que nos da la iniciativa

para volver a comenzar en su infinito de imágenes

donde los espacios se alcanzan por la vastedad del gesto

y los sueños prematuramente oprimidos

persisten en el claro que se abre hasta acoger.

 

Ustedes, que ante la estrella más visible

quisieron retener la realidad en un símbolo

aplastaron los ojos de un lenguaje extraño

hasta que pudieran las cosas ser claras y vuestras.

 

Pero nuestro nombre

¿acaso no consiste en llegar a ser inconcebible?

¡Nombre! ¡Inconcebible! —Claros resultan entonces

la fuente y el cántaro, la tierra y el surco,

que se hermanan al ausente por su poder de inocencia.

 

Perdidos

encuentran nuestros ojos, en la infancia original

la luz del día servida al día

en que un juego de fuerzas y de música

desprevenidamente emprende

el espacio total, y el mundo no hace más

que hablarse a sí

sin que tú o yo podamos interrumpirlo.

 

*         

 

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Roberto Cignoni y Rolando Revagliatti, 2016.

 

http://www.revagliatti.com.ar/990708_ciculo.html

http://www.revagliatti.com.ar/991928_escoba.html

http://www.revagliatti.com.ar/991215.html

http://www.revagliatti.com.ar/990708.html

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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