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Conversaciones 2

Marcela Armengod - Daniel Calmels - Lilia Lardone - Marion Berguenfeld - Irma Verolín - Alicia Grinbank - Paulina Juszko - Alejandra Pultrone - 

 


Marcela Armengod: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

 

Marcela Armengod nació el 8 de octubre de 1955 en Rosario, ciudad en la que reside, provincia de Santa Fe, la Argentina. Es Profesora en Castellano, Literatura y Latín, egresada del Instituto Nacional Superior del Profesorado de su ciudad, en 1979. Entre otros, obtuvo el Primer Premio de Poesía “José Cibils”, del que devino la plaqueta “Poemas de agosto” (Ediciones Colmegna, 1980). Colaboró con artículos de índole docente o pedagógica y también literaria, además de críticas bibliográficas. Sus poemas han sido difundidos en las revistas “Juglaría”, “Poesía de Rosario”, “La Guacha”, “Signos”, “Amaru”, “El Centón” de la Argentina, “K’oeyu Latinoamericano” de Venezuela, “La Urpila” de Uruguay, “Marginalia” de Ecuador, en los periódicos “Rosario 12”, “La Capital”, “El Litoral”, “La Tribuna”, “La Opinión” de su provincia, etc. Fue incluida, entre otras antologías, en “Las 40. Antología de poetas santafesinas 1911-1981”, compilada por Concepción Bertone (co-edición del Ministerio de Innovación y Cultura de Santa Fe y la Universidad Nacional del Litoral, 2008). Publicó los poemarios “A la intemperie”(1983), “Agramaticalmente” (1991), “La ira del colibrí” (2000) y “Encaje”(2007). Permanecen inéditos “Poemas de cabaret”,  “Incrustaciones de obsidiana” y “Malade”.

 

          1 – Leí, y así me enteré, que tu padre (a quien dedicaste tu

“Agramaticalmente”) era médico y tu madre, instrumentadora de cirugía. Partiendo desde ellos hacia tus abuelos y luego regresando hasta el presente, Marcela, ¿qué te surge contarnos en pos de conocerte más?

 

          MA – Mi padre era médico, al modo del médico rural de John Berger, y mi madre, instrumentadora de cirugía. El consultorio de mi padre estaba en mi casa. Para entrar y salir de mi casa yo tenía que atravesar la sala de espera. Todos los días saludaba cuando salía y volvía a saludar cuando entraba. Había pacientes de todo tipo: recién operados que iban a la curación, otros, en consulta ordinaria, hablando en voz baja o en silencio, simplemente inmersos en la superficie lisa de la espera.

          Con mi hermana solíamos jugar en el sanatorio cuando mi padre visitaba enfermos, a veces corríamos por los pasillos hasta que alguien nos hacía callar. En una mirada de barrido recupero las puertas entornadas, la media luz, el medio tono de las conversaciones.

          En casa, durante las comidas se hablaba, principalmente, de la salud de los enfermos. Y más allá de los tecnicismos, el lenguaje médico está plagado de metáforas. El relato del dolor se hace sobre la precariedad de la palabra. Yo llego a la literatura por la medicina.

          Como contrapunto sonoro, el habla de mis abuelas: mi abuela paterna le hablaba en catalán a mi padre. Mi abuela materna, Anita Lehman, suiza alemana, que vivió gran parte de su vida con nosotros, solía cantar en alemán. Ella y una hermana se casaron con dos hermanos italianos, de apellido Vaccarezza (familiares del dramaturgo), y otras dos, con dos hermanos ingleses (de apellido Robins). Mi abuela y mi madre habían vivido algunos años en Italia, así que hablaban con fluidez el idioma.Todos y cada uno trazaron sus signos sonoros, la música de la infancia. Esta pluralidad, sumada a diferencias socio-económicas y culturales, desde herreros de caballos a capitanes de barco, me emplaza con absoluta naturalidad en una variedad de registros que siguen enriqueciendo mi vida de manera orgánica.

 

          2 – Docente en diversas instituciones y con diferentes responsabilidades desde fines de los ’70. Inquiero: ¿qué modificaciones introducirías en tus materias si quisieras y pudieras reformular los contenidos y los objetivos? ¿Cuáles son los aspectos que más valorás, que más te complacen de tu rol en la enseñanza?

 

          MA – Hace poco, en una entrevista para la revista “La Guacha”, me preguntaron si en algún momento había sentido una disociación entre el ejercicio docente y la práctica literaria. Y yo dije que no. Porque cuando uno es poeta lo es siempre. Y tanto dentro de la realidad áulica como de mis cargos en áreas de coordinación de literatura y extensión cultural, el eje es el mismo, necesito instalarme desde mi propia mirada poética. Tuve la posibilidad de elegir contenidos y textos. Y lo hice, sin olvidar que no se da clase para el ahora de los chicos sino para el después. Abrir una clase con la lectura de un poema o escribir una frase en el pizarrón sin marcas de obligatoriedad: una apuesta  a la impregnación azarosa de ese texto, de esa frase, la posibilidad de escuchar la resonancia en los alumnos. Los poetas siempre pensamos en términos de

condensación.

          Lo que nunca pude lograr: la propuesta de que Literatura estuviese por fuera de la currícula. Entiendo que la obligación obtura el deseo del texto.

 

 3 – Participaste en dos singulares emprendimientos: en 1992, ¡poemas en sobres de azúcar! Y en 1999 la antología “Retratos de Poetas”: fotos, textos y bibliográficas. ¿Ampliarías…?

 

          MA – La publicación de poemas en sobres de azúcar fue una idea del poeta Guillermo Ibáñez, quien dirige desde hace muchos años la Revista Internacional y Ediciones Poesía de Rosario. Se lo propuso a Domingo Bráttoli y convocó a los poetas amigos. Además de nosotros, estaban Vicky Lovell, Reynaldo Sietecase, Celia Fontán y Reynaldo Uribe. Tuvimos que firmar un contrato para renunciar a los derechos de autor. Se hizo una tirada de 1.000.000 de sobrecitos que circularon por todo el país y también por limítrofes. Aún hay gente que los conserva o que recuerda algún poema. La poesía en la calle, anónima en un punto, la belleza de la gratuidad, de lo imprevisto, un dado azucarado.

          Siete años más tarde, Guillermo propone a veintidós poetas participar de

“Retratos de poetas”: un libro con fotos, poemas y una breve bibliográfica por autor. Como él mismo aclara en el prólogo, la intención era dejar testimonio fotográfico de autores convocados por una militancia visible desde una presencia en el mapa cultural y su producción constante. El volumen, luego, se complementó con la grabación de un CD, “Voces de poetas”; los poetas éramos más o menos los mismos y fue el primer registro sonoro de las voces de poetas locales. Antecedente válido del “Salón de Lectura”, espacio virtual, que integra un cuerpo mayor, “Sonidos de Rosario”, precioso y necesario emprendimiento de Diego Colomba y Adolfo Corts.

 

          4 – Releí “Agramaticalmente”. Contemos que la edición carece de índice y no carece —sigamos con lo singular— de su singularidad: en algunas páginas van apareciendo, destacadas con negritas y mayor tamaño de letra, de a uno, versos que “deberán” ser leídos “de corrido” cuando se concluye la lectura del volumen: y en efecto, hay allí un poema: “la sirena de un barco suena / el olmo se agita en la sirena / de ese barco a Río de Janeiro / sus pequeñas hojas amorosean el aire / y la sirena del barco rumbo a Praga / tal vez ese escarabajo / en vilo sobre la rama / sueñe el corazón de la sirena / de ese barco hacia Estambul / que hincado en el viento / sonando pasa / la sirena de un barco suena / la sirena de un barco                cruza / el charco leve del silencio en el jardín”. Me encantó hallar en página par “la sirena deun barco” y en la impar siguiente la palabra “cruza”: poesía visual por la que fui sorprendido. ¿Qué nos querrías trasmitir sobre la “confección” de este poemario?

 

          MA – Fue escrito a partir de la obtención de la Beca Nacional de Creación de Poesía bienio 1988-1989, otorgada por el Fondo Nacional de las Artes. Había que presentar un proyecto de libro; en un punto esto es un poco ridículo, al menos en el caso de un poemario. No recuerdo exactamente mi planteo de libro, pero sí que ponía la exploración del lenguaje poético en el centro de la escena (supongo que es una preocupación compartida con la mayoría de los poetas) y fue lo más honesto que podía esbozar de manera anticipada a una escritura.

          El “poema visual”  al que hacés referencia es, en verdad, un poema transversal. Es un poema-barco que atraviesa el libro y se repone la lectura al final. Algunos poemas con títulos como “Poema rumbo a Praga”, “Poema a Río de Janeiro”, “Poema hacia Estambul”, funcionan como señalizadores, marcadores de una carta de navegación. En todo caso, hay un efecto que tiene que ver con un recorrido y el acento puesto más en el modo que en el destino, que, de última, es siempre Ítaca. Las otras implicancias me son completamente ajenas. No así la voluntad de forzar, en el buen sentido, un marco de representación.

          En el siguiente libro, “La ira del colibrí”, y con la misma intención, escribí un poema en la contratapa. Reconozco una insistencia en cuanto al acto de rebasar. Rebasar la poética del espacio, el trabajo con el lenguaje como un caballo desbocado pelado a latigazos. De este libro me interesa particularmente, y sería la contracara de ese poema-travesía, un poema sin título que comienza diciendo: “alengua lengua la muerte/ padre mío/ tambor negro/ hilito rojo”. Lo escribí unas horas antes de que muriese mi padre, quien estaba muy grave. Tiene algo de canto ritual, de conjuro, como sea, sigue siendo misterioso para mí.

 

          5 – Releí “Encaje”. Y también incita a compartir características de la edición: sólo textos —no en versos— en páginas pares, y en dos secciones: la primera, extensa, responde al título del poemario, y la segunda, en dos páginas, se titula “Tabla del orbe”. La ilustración de tapa es una escultura de Dante Taparelli –fotografiada por Hugo Goñi-: “Sara Bernhardt”. ¿Qué nos querrías trasmitir sobre la confección de este poemario?

 

          MA – Está dedicado a los actores. Cada libro tiene su propio ritmo respiratorio que  imprime una determinada velocidad en la escritura. Fue escrito en prosa, una forma impuesta por el brío. Es un extenso y único poema donde la escritura aparece como partitura, pero también como palabra que derrapa hacia un extravío donde la palabra finalmente se agota. Pero no solamente se trata de agotar; también hay una suerte de desvarío, de desorientación, de llevar la palabra hasta el límite de su significación, interrogarla en su propio arco de articulación sonora.

          Cierra el volumen un poema breve, “Tabla del orbe”, que da cuenta del guión teatral, donde todo comienza, que es preverbal: el acontecimiento escénico parte del cuerpo de la palabra hablada por el cuerpo del actor. Me resulta interesante el comentario de la poeta y crítica Ana María Russo acerca de “Tabla del orbe” como la “aceptación del juego para poetas o para actores con sus mortales resultados que escapan a toda clasificación del bien y el mal”. 

          El rasgo escritural vuelve a  aparecer en “Malade” (en francés significa enfermo), el que se halla en proceso de publicación y saldrá por el sello Papeles de Boulevard. Está dividido en dos partes: “Malade”, que tiene una cita propia: “Recostar la escritura como una enfermedad/ Respirar entre sangrías: hacer un humo”, y una segunda parte, “Taquigráfico”, que se abre con una cita de Siri Husvedt: “las palabras son fraudes (…) sonidos que reemplazan algo”. “Malade” retoma la subjetividad del enfermo y la enfrenta al discurso horizontal médico, pero también es “el enfermo ante la extrañeza, la alteridad de eso que en su cuerpo pone en vilo su vida (que) lo encierra en su mismidad, ese desesperado aferrarse al cuerpo ahora alterado”, según registra Sellie.

          Tanto en “Encaje” como en “Malade”, el lenguaje enloquecido y una mirada que se reconcentra en mundos cerrados.

 

          6 – Una de las personas a las que agradecés (“por creer en mí”) en“Agramaticalmente”, es el narrador y talentoso humorista gráfico rosarino Roberto Fontanarrosa (1944-2007). ¿Es posible que nos trasmitas cuál ha sido tu vínculo con él?

 

          MA - Ese libro está dedicado a Roberto Fontanarrosa y a la narradora y ensayista Angélica Gorodischer. A los dos, en los mismos términos. Para postularse a la Beca del Fondo se necesitaba ser presentada por dos escritores. Yo tenía con cada uno un vínculo diferente. Además de compartir la circulación en los mismos ámbitos ciudadanos, tenía relación con Angélica porque era muy amiga de mi madre, quienes formaban parte de un “famoso” grupo, el de “las brujas”, por lo que con ella era un vínculo más intermediado. Con “el Negro” Fontanarrosa fue distinto. Además de cruzarnos en eventos literarios y de vernos en el bar “El Cairo”, éramos vecinos, mandábamos a nuestros hijos a la misma escuela, en fin, se amplificaban las posibilidades de contacto e intercambio. No fuimos amigos más que en la apropiación amistosa que todos los que vivimos en Rosario y lo cruzábamos con frecuencia, sobre todo la gente de la cultura, hacíamos de él. Yo tuve más posibilidades de encuentro, eso es todo. Así que tanto su intervención como la de Angélica corresponden a la más absoluta generosidad.

 

          7 - ¿Qué es posible que nos adelantes respecto de “Poemas de cabaret” e“Incrustaciones de obsidiana”?

 

          MA –Fueron dos proyectos de libros que nunca se publicaron porque ninguno de los dos, después de la corrección, superó los diez poemas. Hubiese podido hacerlo si hubiera reunido todos los poemas en un volumen. Pero un libro no es una sumatoria de poemas.

 

          8 – Participaste en Encuentros y Coloquios fuera de nuestro país entre 1995 y 2002. ¿En cuáles, cómo participaste, qué te dejaron esos contextos?

 

          MA –Me invitaron a algunos y fui a muy pocos por diversas razones, fundamentalmente por cuestiones económicas. Sabemos que las invitaciones se cursan por diferentes motivos, en general amistosos y casi ninguna implica reconocimiento monetario. Figuran en mi curriculum por cuestiones marketineras relacionadas con mi trabajo y porque también representan un motivo de orgullo personal cercano a la vanidad.

De esas invitaciones recuerdo particularmente dos: una a Hungría —íbamos a viajar con Vicky Lovell— y sobrevino el corralito económico; es redundante decir que nunca llegamos. Y la otra, a un Congreso en Venezuela, organizado por la Universidad del Zulia, en Maracaibo. Llegué en el contexto de la reelección de Chávez —un hito—, había intelectuales muy importantes, como el —en ese momento— Presidente de Casa de las Américas, Luis Suardíaz, y otros, como Carlos Montemayor  o Francois Delpratt,y la entrañable figura de Salvador Garmendia. Era la única invitada de Argentina y posiblemente la única sorprendida de estar allí. Todos los escritores sabemos cómo es la circulación en los congresos, los festivales.Yo no conocía a nadie y no tenía la más remota idea de cuál podía ser la conexión. Fue la primera pregunta que formulé al llegar y Javier Meneses, quien me recibió tan amablemente, me dijo que iba a averiguar. Y vuelve con la noticia de un poema, ilustrado con un dibujo de Ricardo Carpani, que me habían publicado en la contratapa de la revista “K’oeyu”, dirigida por Joel Cazal a quien nunca había visto.A veces, las cosas son como deberían ser.

 

          9 – En una respuesta a un reportaje mencionaste que habías estado en París (“la exaltación de las consignas del Mayo Francés”) en 1968. Éste que soy yo y recién conoció París en mayo de 2014 te insta a que rememores aquello de lo que te hayas impregnado entonces, Marcela.

 

          MA –Fue un viaje de familia. Viajamos tres meses a Europa. Recorrimos mucho. Yo tenía 12 años, edad de umbral, en todos los sentidos, sostengo que es la edad de Alicia en el País de las Maravillas.Llegados a París, estalla la huelga general. Sabíamos que era un enfrentamiento al poder de turno fogoneado por obreros y estudiantes pero lejos estábamos de poder formular su proyección ni su dimensión histórica. También estaba la barrera del idioma, mi padre manejaba un olvidado francés aprendido en la escuela secundaria. Parábamos en un hotel en el Boulevard Saint Michel, a dos cuadras de la Sorbona. Imaginate. Estuvimos una semana en medio de marchas, barricadas y gases lacrimógenos. Antes de salir a la mañana, mi padre nos daba coñac en el desayuno para que no sintiésemos tanto frío. Recorríamos París a pie hasta las cinco de la tarde, en que todo cerraba. Al irme tiré un par de zapatos azules que se gastaron en cientos de cuadras. Tampoco podíamos irnos: las fronteras, el aeropuerto, estaban cerrados, no había ningún tipo de transporte. Salimos de París en una ambulancia que nos facilitó la Cruz Roja —mis padres acudieron allí, los dos eran docentes de la filial Rosario—, ynos llevó hasta Lille,donde nos subimos a un bus clandestino lleno de japoneses rumbo a Bélgica (destino que no estaba previsto). En París dejé más que un par de zapatos. Allí me ocurrió algo que yo misma no sé, aún hoy, de qué se trata. Como una sensación de frontera, física y emocional. Algo que todavía no puedo traducir.

 

          10- En la novela “El vuelo de la reina” de Tomás Eloy Martínez, esta frase: “Sabe narrar con la destreza de Victoria Ocampo y es tan insidiosa como Patricia Highsmith.” ¿A qué otras narradoras diestras y/o insidiosas nos recomendarías?

 

          MA –No son parámetros a tener en cuenta a la hora de recomendar.

 

          11 - Pasiones y entusiasmos. ¿Dirías que has ido pudiendo, en general, distinguirlos y entregarte a ellos acorde a la gravitación? ¿Tus pasiones te pertenecen o sos de tus pasiones?

 

          MA –Uno es su pasión y la pasión esun animal ciego y redundante.

 

          12 - Es de la Introducción de Sigmund Freud al libro “El presidente Thomas Woodrow Wilson – Un estudio psicológico”, cuyos autores son Freud y el novelista norteamericano William C. Bullitt (Ediciones Letra Viva, Buenos Aires, 1973), que transcribo: “Tan frecuentemente está la gran realización en compañía de la anormalidad psíquica que uno siente la tentación de creer que son inseparables. Sin embargo, contradice esta suposición el hecho de que en todos los campos de la actividad humana se pueden encontrar grandes hombres que cumplen los requisitos de la normalidad.” ¿Querrías “urdir” alguna reflexión para nosotros?

 

          MA –Estoy de acuerdo con la interdicción. A veces el traje de la locura pareciera que sienta bien, sobre todo en el campo artístico. Hay que tener cuidado. La locura sólo produce locura.

 

          13 - ¿Das a leer tus poemas a alguien en particular cuando te parecen que están “a punto”?

          MA –No.

 

          14 - ¿Podrías destacar algunos autores con los que tu poesía se hallase más intensamente relacionada?

 

          MA –Es una pregunta para un crítico y como dice Cortázar:“yo no he nacidopara lo teórico”. Sí podría acercarte en todo caso la idea de que mi poesía dialoga más con los narradores que con los poetas.

 

          15 - ¿Te interesan las biografías o autobiografías o memorias, digamos, como género literario?

 

          MA –En general no y de ninguna manera por desestimación del género.

 

          16 - ¿Hay algún escritor que admires al que evitarías conocer?

 

          MA –Es una pregunta que arrastra un desgaste a priori porque la admiración empuja, al menos, a la curiosidad. Pero puedo mencionar el caso del enorme y temerario poeta Mario Trejo a quien conocí y traté.

 

          17 - ¿Cómo es un día de tu vida? ¿Dista extraordinariamente tu transcurrir del que te imaginabas cuando eras una veinteañera?

 

          MA – Hable con ella.

 

18 - ¿Hay escritores que han sido alabados desmesuradamente?

 

          MA –El problema de la desmesura no es en sí mismo importante, sólo en la medida que produce una obliteración para con otros autores. Un caso ejemplar es Neruda, poeta faro de su generación. Una omisión ejemplar es el caso de mujeres narradoras en el boom y de hecho, del mismísimo género poético como lenguaje fenomenal.

 

19 - ¿Una obra pertenece enteramente a su autor?

 

          MA –Sí y no. No y sí.

 

          20 - ¿De qué atributo, que tengas o hubieras podido tener, jamás te jactarías?

 

          MA –Soy abismalmente intuitiva. En este grado ya no sé si es un valor o un disvalor. La percepción es una intuición más refinada, una categoría del saber que me resulta constitutiva. Consolida una fuerza que te empuja hacia adelante, una “inteligencia salvaje” como diría Katherine Mansfield. Tiene la virtud de la velocidad y de la profundidad que permite esa velocidad. En la escritura se juega en la tensión entre el vacío y cierta idea de completud. Así también es una dificultadal momento de detenerse en un campo teórico.

 

 

*

 Marcela Armengod selecciona para acompañar esta entrevista, en abril de 2015, poemas de su autoría:

 

 

 

A veces todo esplende. Sin retorno al pozo de lo oscuro. La luz la luz de la sonrisa, de la belleza enmascarada ahora para sonreír. Campana que tañe contra la cornisa de los dientes, ahora abiertos. La risa pavoneando su tul de estalactita.

Suena como brindis en la cuenca de los oídos, en la agitación de la glotis.

(El espasmo que nos habilita a sentirnos mejores de cuerpo y alma). Esa veleta que nos redime de tanto dolor de tanto dolor.

 

                                                                                                                          (fragmento de “Encaje”)

 

 

*

 

No hay noche de San Juan

esta noche de santo débil escurridizo.

Todo se precipita como un alcohol volcado

en una receta como en un santoral.

Demasiado atronador el coro el corolario

de la prescripción.

 

Aun así la muda insiste insiste

en su taquigrafía se enterca

no llegando a calcar la sílaba sobre papel de arroz.

 

Qué importa si acaso la palabra

la muertita de pocas luces.

Todo volverá a domesticarse. Como la primera vez.

 

Estirar estirar la mano la voluntad el hado

esa designación de un follaje de una espesura

Aprender de lo que no se da cita.

                                                                                                                          (fragmento de “Malade”)

 

 

*

Cómo aprovechar la costra como posibilidad

de una pequeña música antojadiza

un traspié lo que surge de pronto:

                                      una interrogación en la cura.

 

 Entonces la malade como malattia: otro estar:

 una prosperidad desprevenida del azar.

 Menos como languidez más diapasón

 

Olvidar el sonido roto de la castañuela

boca abajo en la arena

la arena volcada en un reloj de sol

la plica en la garganta.

Como en la figura trágica del juego del florete

que apunta al ojo del corazón

sin afluencia de sangre:

solamente dibujo de un levísimo cardenal.

                                                                                                                   (fragmento de “Malade”)

 

 

 

Entrevista realizada a través del correo electrónico: ciudades de Rosario y de Buenos Aires, distantes entre sí unos 300 kilómetros, Marcela Armengod —margod121@gmail.com—y Rolando Revagliatti, abril 2015.

http://www.revagliatti.com.ar/051006a.html

http://www.revagliatti.com.ar/act0611/cicloDeAquiEnMas.html

 

Daniel Calmels: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

 

 

Daniel Calmels nació el 26 de septiembre de 1950, en Sarandí, provincia de Buenos Aires, Argentina, y reside en la ciudad de Buenos Aires. Es psicomotricista, egresado de la Asociación Argentina de Psicomotricidad en 1983, y psicólogo social, egresado de la Primera Escuela Privada de Psicología Social “Dr. Enrique Pichon Rivière” en 1986. Ha sido el fundador en 1980 (y coordinador hasta 2005) del Área de Psicomotricidad en el Servicio de Psicopatología Infanto Juvenil del Hospital Escuela General San Martín. Ha dictado cursos y seminarios en numerosas instituciones de su país y del extranjero. En el género ensayo publicó a partir de 1996 los volúmenes “El Cristo rojo. Cuerpo y escritura en la obra de Jacobo Fijman” (Faja de Honor de la Sociedad Argentina de Escritores), “Espacio habitado. En la vida cotidiana y la práctica psicomotriz”, “Cuerpo y saber”, “El cuerpo en la escritura”, “El libro de los pies. Memoriales de un cuerpo fragmentado I” (Primer Premio Fondo Nacional de las Artes año 2000), “El cuerpo cuenta. La presencia del cuerpo en las versificaciones, narrativas y lecturas de crianza”, “Del sostén a la transgresión”, “La discapacidad del héroe”, “Fugas, el fin del cuerpo en los comienzos del milenio”, etc. Participó en doce libros colectivos de ensayo. Colaboró con frecuencia en las revistas “Cuadernos del Camino” (como Daniel Duguet), “Generación Abierta”, “Barataria”, “Abecedario”, “Topía”, e integrando el consejo de redacción, en “Suburbio”. En la actualidad lo hace en las revistas “Cuerpo” y “El Psicoanalítico”. Un volumen reúne su narrativa breve: “La almohada de los sueños” (Buenos Aires, 2007); y en 2011, en Madrid, aparece otro, conformado por el cuento que da título a la colección, en versión infantil, con ilustraciones de Claudia Degliuomini. Poemarios editados: “Quipus” (1981, en co-autoría con Patricio Sabsay y Héctor J. Freire), “Desnudos” (1984, en co-autoría con Héctor J. Freire), “Lo que tanto ha muerto sin dolor” (1991; Faja de Honor Leopoldo Marechal, en 1992), “El cuerpo y los sueños” (1995), “Estrellamar” (1999, prosa poética; Primer Premio Rodolfo Walsh – Derechos Humanos, otorgado por la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, Secretaría de Derechos Humanos, en 1996). En 2005 la Editorial Colihue da a conocer su antología poética personal “Marea en las manos”. Inéditos permanecen más de diez libros de ensayo de su campo profesional, además de “El derecho de crear”, ensayo sobre literatura, y el poemario “Amaramara”.

 

 

          1 – Veintisiete años tenías cuando te recibiste de Profesor Nacional de Educación Física, tras cursar en la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata. ¿Cómo fuiste llegando, Daniel, a encauzarte en dirección a ese profesorado? Y antes: ¿qué querías ser cuando eras chico y qué cuando adolescente, y qué fuiste probando sin dar con una tecla que sonara, que “te” sonara? De hecho, algo insistió, prosiguió: en los ochentas te formás en psicomotricidad y te recibís de psicólogo social.

 

          DC – Cursé en la Facultad de Humanidades desde 1972 hasta 1977, me inscribí a un mismo tiempo en Educación Física y Ciencias de la Educación, pues tenían materias correlativas y mis intereses, que no estaban tan claros, se orientaban hacia alguna tarea que implicara a la infancia, el juego, la creatividad y el cuerpo. No tenía un vínculo con el deporte competitivo, sí con la docencia; esta posición me permitía una búsqueda de una Educación Física que promoviera el trabajo en grupo y el “juego motor”, que hoy denomino “juego corporal” (sabiendo que lo motor no juega). En el profesorado escuché por primera vez una frase que me inquietó, una idea acuñada por el profesor Alejandro Amavet: “Soy el cuerpo que pretendo mío”. Fue mi primer acercamiento conceptual a la noción de cuerpo; un segundo impacto fue leer “El ser y la nada” de Jean Paul Sartre, a Gastón Bachelard en su “Poética del espacio”, cuando estaba garabateando mi libro “Espacio habitado” y también y de forma destacada (pues con ella puedo cartearme), a Sara Pain con sus escritos sobre las diferencias entre cuerpo y organismo.

 

          Ingreso a la Universidad de La Plata en una etapa de efervescencia de ideas y proyectos, con jóvenes participando de la vida política y del campo expresivo de las artes. Mi entrada a estudiar Educación Física fue una experiencia estimulante no sólo por la organización de la facultad, que reunían en algunas materias alumnos de distintas formaciones, sino porque varios compañeros se vinculaban con el arte; tal es así que uno de ellos, Caro Suñer, me invita en 1973 a la inauguración de la galería de arte “Biguá” (Vicente Forte, Leopoldo Presas, Bruno Venier) en la ciudad de San Pedro, provincia de Buenos Aires, dirigida por su padre, el escultor Pedro Suñer, compañero de la poeta Edna Pozzi. En esa ocasión conozco a Lysandro Galtier, quien al escuchar mi apellido de origen francés, me dice: “Somos parientes”, aludiendo a que “los Calmels y los Galtier viajaron desde Francia en el mismo barco”. Galtier, de la generación joven del Grupo Martin Fierro (junto con J. Fijman, Antonio Vallejo y otros), era ceramista, pintor, poeta, ensayista y traductor. La visita a su hogar - biblioteca cambió el rumbo de mi vida: en un portarretrato un pañuelo de Juana de Ibarburu firmado y dedicado, en un paragüero el bastón de Rubén Darío, sobre una pared una colorida y original carta natal firmada por Xul Solar, libros y cartas de Oliverio Girondo, Alejandra Pizarnik…

 

Cumpliendo con su deseo, después de su muerte y a pedido de sus hermanas, llevo a la Sociedad Argentina de Escritores el pañuelo de Juana de Ibarburu, el bastón de Rubén Darío, y la carta natal firmada por Xul Solar, junto con una cerámica (vasija incaica), premiada, realizada por Lysandro Galtier. En el mes de mayo de 2011, con sorpresa e indignación, me entero que en una subasta del Banco Ciudad se remata la acuarela de Xul Solar (en el folleto que se expuso en “Arteba”, en el que se anunciaba la Subasta Aniversario, se publicitó la efectividad de las ventas tomando como ejemplo, entre otros, la obra de Xul Solar, vendida en ciento sesenta mil pesos).

 

          En 1974 me conecto con la revista “Suburbio”, invitado a participar por su director, el poeta y pintor Antonio González, y publico un primer poema en un medio gráfico. Me inscribo, además, en los talleres de poesía de galería Meridiana (Rodríguez Peña 754, a metros de la avenida Córdoba y a pocas cuadras de bares emblemáticos en el sector “intelectual” de la avenida Corrientes). Cuando fui a anotarme al taller, me impactó una exposición de Marta Minujin, colorida muestra con zonas de la intimidad femenina. La poesía y la plástica convivían en el mismo espacio.

 

          En marzo de 1976 nace mi primera hija; el veinticuatro del mismo mes los comunicados del ejército argentino anuncian el comienzo de una tragedia.

 

          Este cruce de relaciones me lleva a ligarme con la Psicomotricidad. Estando en el taller de la galería Meridiana nos reunimos un día en la casa de uno de sus integrantes, Carlos Sere (al cual tuve oportunidad de seguir viendo en los últimos años y participando en la presentación de sus libros). Conversando con su mujer, Clara Srebrow, psicoanalista, pongo en mi boca las palabras de Amavet, quién había afirmado que no debería llamarse Educación Física sino Educación Psicofísica, pues lo físico no se educa; es ante esta idea que Clara me comunica que conoce a una persona que trabaja en una terapia que se llama Psicomotricidad. Disciplina que yo conocía a partir de los libros que leíamos en la carrera: varios psicomotricistas franceses tienen como formación de origen la Educación Física. Clara me facilita el contacto con Velia Botadoro, psicomotricista argentina recibida en Francia, que tenía armado un consultorio de atención de niños en terapia psicomotriz. Estudio con ella en el año ’75. En el ’76, después del golpe, abandona el país y deja a Débora Schojed a cargo de su consultorio, quien me llama para que colabore con ella en la atención de paciente varones. Es así como fui del cuerpo a la literatura y de la literatura al cuerpo.  

 

          Tu pregunta se refiere a eso que insiste, que se reitera, y creo que es el cruce de experiencias y saberes, esta ligazón entre el cuerpo y la palabra. En uno de mis libros de ensayo, “El cuerpo en la escritura”, conviven la experiencia de Antonin Artaud y el aprendizaje de la escritura, junto al modelo de la mano como origen de los números y las referencias al orden y la ley que tiene la escritura en el lenguaje cotidiano.

 

Las temáticas que implican al cuerpo resultó con el tiempo un eje de mi obra, principalmente en el ensayo, pero también en la poesía. El cuerpo al cual me refiero es aquel que no nos es dado al nacer; no se trata de un descubrimiento por parte del niño de algo que ya está dado, sino de una construcción sobre la vida orgánica, de diversas manifestaciones corporales, como son la mirada, la escucha, el contacto, la gestualidad expresiva, el rostro y sus semblantes, la voz, las praxias, la actitud postural, los sabores, la conciencia de dolor y de placer, etc. De esta manera “el cuerpo es en sus manifestaciones”. En cambio, la vida orgánica está ahí para ser vista en sus funciones, aparato por aparato, sistema por sistema. El médico “revisa” el normal ciclo de maduración esperado para cada edad. Pero he aquí que si no se construye un cuerpo de la relación, si el ojo que ve no se habilita para mirar, decae la capacidad visual hasta límites insospechados, lindantes con la ceguera. No es que el ojo mira porque ve; el ojo ve porque mira, y para mirar es imprescindible la presencia de otro dispuesto a ser mirado y a mirar. La mirada se encuentra entre la visión y la ceguera. Tiene una carga de subjetividad y una función subjetivante. Desde esta perspectiva no se trata de pensar la actitud postural como una consecuencia de la postura; el proceso es inverso, la actitud formatea la postura.

 

Mirar el cuerpo tonificado en su alegría, empecinado en estar presente; contemplar el cuerpo transformado en procura de un empeño, de un esfuerzo pasional; mirar el cuerpo erotizado, dándose a ver en la actitud que promete las caricias más excelsas; ellas y muchas más, infinitas “posiciones” que el cuerpo asume, nos dan muestras suficientes para comprender que el destino biológico encuentra en el proyecto interactivo de los cuerpos un sentido y una finalidad. Me refiero y estudio entonces el cuerpo que se construye en el vinculo con otro cuerpo, cuerpo que escapa de la medicina y la psicología, que se liga con aspectos antropológicos, sociológicos, históricos. Cuerpo que se constituye en una insignia de nuestra identidad. Se hace cuerpo a partir del vínculo con un adulto significativo que dispone su cuerpo en relación y cumple con una función corporizante.

 

          Comencé a escribir poesía a los once años, no por el estímulo de la escuela, sino por el respeto y admiración que se tenía en mi casa por el arte en general, principalmente por la literatura, la música y la plástica. Mi abuelo, inmigrante español, socialista activo, delegado fabril, tocaba la mandolina y el violín y cantaba en el coro del Centro Gallego de Avellaneda, y se quejaba con insistencia cuando Pepa, mi abuela, leía la “Radiolandia”, argumentando que era un pasquín. Después de su muerte, mi abuela, sacó una foto guardada entre los manteles y la puso sobre un marco; cuando pregunté quién era, respondió: “Evita”.

 

          Mi padre tenía la colección completa de la revista “Leoplan” (más de seiscientos números, de 1934 a 1965). Cada una, principalmente en los primeros años contenían una novela o libro de cuentos, o sea, un “plan de lectura”. Con notas periodísticas colaboraban Enrique González Tuñón y Miguel Brascó. En 1953 comenzó a sumarse Rodolfo Walsh. También se recibían la revista “Life” en español y la típica “Selecciones” (del Reader's Digest), baluartes informativos de la clase media. Además guardaba los suplementos a color del diario “La Prensa” y los literarios de “La Nación”, ilustrados, entre otros, por Juan Carlos Benítez.

 

          Mi tío, Cecilio Ortiz, tenía su taller de esculturas en yeso. De visita en su casa me fascinaba con los moldes y las formas que se desprendían de ellos, de las cajas con espacios repartidos donde guardaba los ojos de vidrio y la acumulación de santos y cristos que colgaban de las paredes de su taller. Era bastante mágico para la mirada de un niño ver a su tío con el cigarrillo en la boca, amasando la pasta de yeso en el hueco del hemisferio abierto de una pelota de goma, atento a la colilla que se extendía frágil hacia el vacío.

 

          Mi padre se carteaba con el pintor Oscar Capristo, a quien me lo encontré referido, muchos años después, leyendo un texto de Enrique Pichón Rivière, mientras cursaba mis estudios en Psicología Social. Logré conocer a Capristo en sus últimos años de vida; tuve la suerte de que concurriera en 2005 a la presentación, en la Feria del Libro, de “Marea en las Manos”. Concurrió a cumplir con el hijo de un amigo, con 85 años, uno antes de su muerte.

          Comencé a estudiar Psicología Social en 1981, aún bajo la dictadura. La escuela Pichón Rivière era un ámbito de reunión y resistencia, así como también la Asociación Argentina de Psicomotricidad, que contaba con un posgrado en el que cursé mi segunda formación en Psicomotricidad.

 

 

          2 – Tantas y tantas han sido tus intervenciones en Jornadas, Congresos, Instituciones, y diversos los cursos y seminarios que has dictado durante varios lustros. Te propongo que nos des un pantallazo de cómo te fuiste impregnando de las sucesivas temáticas y ensamblando inquietudes y desarrollándolas como docente y ensayista.

 

          DC – Cuando comencé a trabajar en Psicomotricidad precisé escribir sobre las observaciones y las preguntas que me suscitaba la práctica, no como especulación teórica sino como necesidad de entender, trabajo de escritura que me ayudaba a pensar el cuerpo y la niñez más allá de la disciplina en particular. Los conceptos en los cuales se basaba la práctica psicomotriz me resultaban escasos o no generaban preguntas o respuestas a lo que ocurría en mi tarea con los niños. Tanto la neurofisiología, el psicoanálisis y la psicología genética, eran contribuciones indispensables pero habían sido concebidas para otras prácticas y básicamente respondían a otros interrogantes. Por ejemplo, el concepto de “cuerpo”, presente en muchas disciplinas, no tiene el mismo contenido, ni ocupa el mismo lugar que en la práctica psicomotriz. Algunas disciplinas para su eficacia, necesitan que el cuerpo se atenúe, que se reduzca en el campo de sus manifestaciones (mirada, gestualidad expresiva, praxias, actitud postural, contacto, acciones, etc.). En cambio, en la práctica psicomotriz el objetivo es poner a trabajar el cuerpo en sus manifestaciones, o en algunos casos los esbozos de corporeidad que se están construyendo. Asimismo el “juego corporal” es una tarea convocante que se constituye en una técnica privilegiada, pues al jugar se despliega un “relato de representación ficcional”.

 

          El trabajo con niños es movilizante, nos retrotrae a lenguajes y acciones de épocas tempranas, nos conecta con imágenes que sólo pueden ser leídas con otra imagen. En este caso escribir, pensar escribiendo, es una labor que enriquece la práctica. Los primeros escritos con formato de libro tuvieron una buena repercusión, no sólo en el ámbito de la salud mental con niños, sino principalmente en el ámbito de la educación (jardines maternales, nivel inicial, etc.). En la actualidad, diversas formaciones profesionales integraron varios de mis libros como lectura obligatoria. También debo señalar que los libros fueron y son acompañados, “presentados”, en toda conferencia y curso que dicto; ese poner el cuerpo ha beneficiado la difusión. Si bien mis primeros escritos ensayísticos contemplaban el contexto social y los cambios acaecidos, en mi último libro, “Fugas”, ensayo que comencé hace 17 años, preocupado por la injerencia de la tecnología sobre los cuerpos, la preocupación por los cambios sociales que afectan a los niños es el eje. En “Fugas” establezco un recorrido critico por los cambios en el jugar, la alimentación, las cirugías de rostro, el aceleramiento que produce el pasaje de la discontinuidad a la continuidad, el predominio de la lógica de la eficiencia por sobre la eficacia y los objetos de juego que se le ofrecen a los niños, etc. 

 

          3 – Nueve años se suceden entre la edición de tu libro sobre Jacobo Fijman, el notable poeta nacido en la actual Rumania y radicado en nuestro país desde la niñez, y tu prólogo y estudio crítico para enmarcar la aparición de su “Poesía completa” en 2005, a través de Ediciones del Dock. ¿Qué te fue pasando con Fijman en el transcurso, cómo te posicionaste para la concepción de tu iniciativa socializada en 1996 y cómo para el siguiente compromiso?

 

          DC – Esta pregunta me retrotrae a mi primera relación con la obra de Fijman, a los encuentros con Galtier. En una ocasión, sabiendo de su conocimiento sobre la literatura francesa, lo consulté por la obra de Antonin Artaud. Después de una atrapante “disertación” y de sacar de su biblioteca una primera edición de Artaud, me pregunta si había leído a Fijman, aludiendo a los puntos en común que tenían, principalmente sus pasajes o estancias por los neuropsiquiatricos (en el caso de Fijman, cuarenta y dos años internado en el Hospicio de las Mercedes, hoy Neuropsiquiatrico Borda). Él me lo presentaba como poeta y pintor. Un año después, me trasmite que encontró un paquete con dibujos de Fijman, quien se los dejaba cuando todos los meses viajaba a la SADE a retirar el dinero de una pensión (que Galtier le había gestionado). Junto con el dinero, Galtier le obsequiaba papeles, tintas, pasteles y lápices, a cambio de que en el mes siguiente le trajera algún dibujo. Saca de un cajón, entonces, un paquete envuelto en papel madera atado con hilo, me lo da y me dice que lo mire en mi casa. En mi viaje en colectivo de barrio Norte a Sarandí, me tenté y abrí el paquete. En él un conjunto de tintas, pasteles, lápices y alguna monocopia, todos ellos, en ese primer contacto, no eran más que papeles confundidos por el peso de los años, muchos sin posibilidad de recuperar, sobre todo los pasteles que no habían sido fijados.

 

          Mi primera mirada de Fijman estaba signada (e indignada) por su vida de tanto tormento.

Fue preso de un triple destino de exclusión: pobreza, reclusión y olvido. Escribí en “El Cristo Rojo”: “Jacobo Fijman dibujaba y pintaba en el loquero, es decir, intentaba saciarse de la sed en pleno desierto. Amaba el color blanco y vestía uniforme gris. ¿Fue llevado a curarse de la tristeza a la casa de la melancolía?” Es por eso que su poema “El canto del cisne”, el que leía reiteradamente, es el símbolo de su desgarro: “¿A quién llamar desde el camino / tan alto y tan desierto?”. Mi mirada estaba más puesta en su pesar que en el valor estético de su obra.

 

          Cuando escribo el estudio que prologa “Poesía completa”, realizo con el editor, Carlos Pereiro, una lectura detallada de cada uno de los poemas. Guillermo Cuneo, coleccionista, nos facilitó las tres ediciones originales y algunos poemas publicados en revistas. En esa ocasión logré abocarme a su obra literaria y pictórica. Te cuento que estoy en tratativas con una editorial en España para editar un volumen con veinte obras de Fijman en color, con una introducción sobre su obra: sería la primera vez que la obra plástica de Fijman se va a conocer a color en un libro.

 

          4 – Organizaste en un lapso de ocho años, participando en la curaduría, tres muestras de las obras plásticas de Fijman. ¿Cómo recordás cada una de esas experiencias?

 

          DC – La primera muestra que realicé, con el nombre de “Jacobo Fijman, dibujos y poemas, obras inéditas”, fue en el Centro Cultural Recoleta (Buenos Aires, julio de 1995). Tuve el apoyo de la revista “Topía”, con la que estaba en las postrimerías de publicar “El Cristo Rojo”, inaugurando la editorial de la revista. Esa muestra estuvo cruzada por una serie de inconvenientes que acompañaban, casi sistemáticamente, las actividades que se realizaban en homenajes a Fijman. En este caso, por un error, la muestra no fue incluida en los catálogos del Centro ni en la difusión; tampoco se pudo exponer su obra original, porque no contaban con seguro, sino que se tuvo que hacer fotocopia color… El único medio de prensa que cubrió la muestra fue Crónica TV.

 

          La segunda fue en Centro Médico de Mar del Plata, en 1998, con la presencia de los escritores Juan Jacobo Bajarlía y Osvaldo Picardo (quien dirigía el área cultural de la asociación). Fue una iniciativa muy bien recibida por la comunidad, tuve oportunidad de compartir esos días con Bajarlía, quien me había prologado “El Cristo Rojo” y había conocido a Fijman.

 

          La tercera muestra fue diferente: en Galería Rubbers (ciudad de Buenos Aires), abril de 2003, y con algunas obras a la venta. Fue la que tuvo más difusión y concurrencia. Se mantuvo casi un mes. Concurrieron pintores, galeristas, escritores y también una sobrina de Fijman, lo cual fue una sorpresa porque se estimaba que no tenía parientes. Tuvo un carácter de homenaje: en esa galería, en 1969 se había realizado la última actividad en la que participó Fijman: había sido un recital que organizó Vicente Zito Lema presentando la revista “Talismán”, número dedicado al poeta, quien al año siguiente falleció.

          También en el ‘96, con motivo de la presentación de “El Cristo Rojo”, en la Escuela de Pichón Rivière, organicé una muestra de treinta obras de Fijman. Acompañaron a “mirar” la muestra, el pintor Blas Castagna y el escultor Martín Blaszko. Leyeron poemas de Fijman: Héctor Freire, Edgardo Gili, Julio César Salgado y Mónica Sifrim. Presentaron el libro: Juan Jacobo Bajarlía y Roberto Ferro.

           

          5 – Y en otra experiencia estás desde 2013: dirigiendo la colección “El cuerpo propio”. ¿Objetivos de la propuesta, títulos y autores ya editados?

 

          DC – La colección, de la Editorial Biblos, se propone alojar las obras de ensayo que tienen por temática el amplio campo de lo corporal. Es una colección que no hace tanto se constituye con un cuerpo variado y polifónico. Se estrenó con mis obras, se llevan publicados nueve libros, de los cuales seis son de mi autoría. Los tres restantes: “Niñas jugando, ni tan quietas ni tan activas” de Mara Lesbegueris, un volumen sobre género que trata una materia que no fue profundizada, como es el jugar en las niñas; “Cuerpo y educación física” de Eduardo Galak y Valeria Varea, panorama del estado actual de la educación física, con un espléndido desarrollo teórico y crítico; “El gesto y la huella” de Graciela Casanova y Marc George Klein, el desarrollo de un área de expresividad fundamentado y autorizado en una intensa práctica profesional.

 

           6 – En el mismo año en que te recibís de profesor de educación física, Daniel, coordinás el taller de poesía de la Asociación Crisóforo Colombo, en la ciudad de Quilmes. Y dos años después te hacés cargo de los talleres de poesía de la Escuela Literaria del Teatro IFT. ¿Evocamos aquellas incursiones?

 

          DC – Coordiné con el poeta Chalo Agneli el taller de poesía de la Asociación Crisóforo Colombo mientras vivía en Quilmes (provincia de Buenos Aires), en un período no muy extenso. La Asociación sostenía una labor cultural interesante: organizó con la SADE zona Sur varios concursos de poesía ilustrada, y así se impulsó la ligazón de los artistas plásticos con los poetas.  

           Después, en el teatro IFT, quienes coordinábamos los talleres y constituíamos el grupo “Quipus”, efectuamos en 1980 una muestra con nuestros poemas, ilustrados, entre otros, por Adriana Leibovich, Raúl Ponce, Ernesto Pesce, Pablo Solari y Roberto Tessi. Al teatro lo había conocido realizando una entrevista a los integrantes del taller literario que coordinaba Sofía Laski –entre los que estaban Mónica Sifrim y Patricio Sabsay- para la revista “Suburbio”. Y terminé formando parte del taller. Cuando Sofía Laski se retira de la coordinación, nos propone a Sabsay y a mi ocupar su rol, lo cual aceptamos. Armamos una Escuela Literaria organizada por ciclos y géneros. En narrativa invitamos a Liliana Heker (luego se anexó Marcelo di Marco, en otro curso). En poesía los docentes eran Patricio Sabsay, Héctor Freire y yo, que los acompañé durante los primeros años. Se escribía durante el lapso de cada encuentro a partir de propuestas que abarcaban desde un trabajo en relajación al estímulo musical o fotográfico. A algunos de aquellos alumnos los seguimos viendo: al poeta Luis Bacigalupo, quien posteriormente fue editor de uno de mis libros, e Irma Verolín, que si bien tiene trayectoria en narrativa, acaba de editar un libro de poemas.

 

          7 – Conceptualizaste sobre la “diferencia y discapacidad en los relatos destinados a la infancia” en “La discapacidad del héroe”. Estoy persuadido de que no sólo a mí va a interesar que sintetices respecto de tu enfoque y consideraciones. 

 

          DC – En ese ensayo me concentro en los textos destinados a la infancia que introducen a través de sus personajes la temática de la diferencia y/o la discapacidad, procedimiento que va desde un tratamiento "naturalizado" a una inserción “moralizante”. Muchos de los libros que analizo son los que usé en mi niñez. Utilizo dos términos: diferencia y discapacidad, sabiendo de sus limitaciones pero con la idea de cubrir diversos fenómenos. Uno de ellos, la discapacidad, más ligado a la terminología oficialmente aceptada. El otro término, diferencia, más general y menos clínico, que  permite abarcar un sinnúmero de registros donde prima un exceso de singularidad. Los textos escolares, fábulas, relatos infantiles, series de televisión, cuentan con la presencia de personas con diferencias y discapacidades diversas que acompañan al personaje central de la trama, o, contrariamente a lo esperado en la vida real, es la persona con discapacidad quien encarna el personaje principal. La hipótesis de trabajo es que en el espacio textual de la fantasía, a los personajes con discapacidad se les restituye el lugar de personas que la discapacidad les roba en la vida real. El encuentro del Soldadito de Plomo (al cual le falta una pierna) con la Bailarina (también parada en un pie), le hace decir al héroe: «sin duda a la pobre le falta un pie como a mí»; esta visión fallida recupera una mirada que profundiza las semejanzas. También se hace referencia a los personajes de Pulgarcito/a (sietemesino), Sancho Panza, los Siete Enanitos (uno de ellos no hablaba), “El patito feo”, el Pato Donald, “El Flautista de Hamelin” (un niño cojo encuentra la flauta), “Pinocho”, “Heidi” (su amiga Clara en sillas de rueda), “Miguel el tonto”, “Riquete el del copete”, “Peter Pan” (siempre niño), etc., y por supuesto los partener, que siempre tienen una falta. Lo que hace posible la aceptación de un personaje en el discurso narrativo no son las características del personaje en forma aislada, sino su inclusión y caracterización en un programa narrativo, dentro del cual el personaje diferente está habilitado específicamente por sus funciones (a pesar de su inhabilidad). Modelo éste opuesto al que se toma en la vida social. Adoptando metafóricamente el modelo de la narrativa, los grupos e instituciones podrían estructurar sus programas de funcionamiento y la caracterización de sus integrantes para que en el entramado de sus funciones el diferente pueda adquirir un rol digno en el devenir de la tarea. Gran parte de mi obra se ocupa de los sucesos cotidianos, familiares, repetidos, campo de acciones que se transparentan, sin conciencia. Tal es la fuerza de la familiaridad (hermana de lo obvio), que para el lector común, los discapacitados en los cuentos infantiles, al ser integrados en un programa narrativo pasan desapercibidos, se naturalizan al punto de no ser reconocidos como discapacitados. La lectura de este libro los sitúa en descubierto, los da a ver, y los estudia como hallazgos ocultos por su visibilidad.

 

          8 – Opto por destacar dos obras tuyas: “El libro de los pies” —que he leído oportunamente— y la versión para niños de tu cuento “La almohada de los sueños”. Labores peculiares. ¿Nos hablás de ellas?

 

          DC - “El libro de los pies” forma parte de un proyecto extenso, de hace más de dos décadas. La idea era escribir un ensayo cuya temática estuviera centrada en una parte del cuerpo, memoriales del cuerpo fragmentado, como lo llamé en su momento, de tal modo que el cuerpo humano estuviera presente en el libro de los ojos, de las manos, del corazón, etc. Reuní y reúno material sobre el cuerpo, dispongo de varios archivos. Comencé con “El libro de los pies”, estimando que era el más amable en cuanto a la complejidad, pues se trataba de ahondar en la filosofía, el esoterismo, la etimología, la publicidad, el erotismo, la anatomía, los dichos populares, la poesía, la pintura...

Con mi primera obra terminada recorrí editoriales escuchando las múltiples explicaciones de porqué no se podía publicar: “no entraba en las colecciones tradicionales”, “era un libro para Europa”, “está fuera de las demandas de los lectores”. Hasta que enterado de los concursos del Fondo Nacional de las Artes para libro inédito de ensayo, me presenté y recibí el primer premio. Con el premio fui a una editorial que no había consultado, Biblos, y me abrieron las puertas.

          “La almohada de los sueños”, versión infantil, en cambio, nace a partir del interés de una artista plástica e ilustradora que es Claudia Degliuomini. Ella lee el cuento en su versión original y generosamente me propone ilustrarlo. Además de haber sido editado por Editorial Pearson, en Madrid, fue traducido a dos idiomas (inglés  y francés). Siendo yo terapeuta de niños, no había fantaseado con escribir literatura infantil. Te adelanto que aparecerá otro, esta vez en nuestro país, a través del sello Homo Sapiens.

 

          9 – En un certamen organizado por la revista “Arché”, que dirigía el poeta Pablo Montanaro, en 1992 obtuviste el Primer Premio por tu poema en tres partes titulado “Los artistas velan”. ¿Qué recordás de la elaboración de ese poema —del que imagino que te habrá demandado tiempo y versiones, hasta llegar a la definitiva—? ¿Algo del orden de la repercusión?...

 

          DC –No fue de una sola sentada: demandó varias etapas. Si bien las tres partes están claramente diferenciadas por los epígrafes, la primera se subdivide en dos: los héroes de la mitología con sus heridas y debilidades (Vulcano, Edipo, Sigfrido, Sansón, Aquiles) y los artistas con sus carencias, faltas (Rimbaud, Cervantes, Borges, Beethoven, Toulouse Lautrec, Van Gogh, Fijman, Baudelaire, Artaud, Milosz, Gérard de Nerval).

          En la segunda parte están los suicidios. Siempre me había sorprendido el ciclo de suicidios que encadenaba a Alfonsina Storni con Horacio Quiroga y Leopoldo Lugones. Galtier me decía que los zapatos de Alfonsina se encontraron en el muelle, que no entró caminando al mar; yo preferí que empujara el mar con sus pechos heridos. Quiroga creo que apeló a lo que se daba en llamar “suicidio de las sirvientas”, con cianuro, producto que se compraba en las farmacias para ciertas tareas de limpieza hogareña. Lugones, en el recreo “El Tropezón” del Tigre, se suicida llenando un vaso con whisky y veneno para hormigas, atormentado por la imposibilidad de un joven amor. El suicidio de Hemingway, aficionado a la caza, me impactó por su violencia.

 

          El premio organizado por la revista “Arché” consistía en la impresión de un tríptico, cuya tapa ilustraba un collage de Laura Dubrovsky, titulado “Obra en Construcción”, realizado especialmente. Con posterioridad, Laura trabajó plásticamente y diseñó la edición de “Estrellamar”. “Arché” hizo un tiraje considerable, lo que me permitió una profusa difusión. Uno de los llamados telefónicos más significativos que recibí fue el de Olga Orozco, quien por un lado me felicitaba y por otro “me retaba”, diciéndome que uno de los versos de mi poema apelaba a un hecho que no había ocurrido, que era falso, y que no me dejara guiar por las historias que inventaban los estudiantes de Letras. En el verso en cuestión digo refiriéndome a Pizarnik: “apoyando su boca pintada en la de una muñeca sin sonrisa”. La anécdota que circulaba, y que según Orozco era un invento de los estudiantes de Letras, era que en la cama donde se la encontró muerta a Alejandra, había una muñeca degollada y que esa muñeca tenía la boca reiteradamente pintada con lápiz de labios.

 

          Conocí a Olga a través de Galtier; ella afirmaba que él había sido el primer poeta con quien se vinculó cuando vino a residir a la Capital Federal. Años después me llamaría en un momento crucial de mi vida, cuando acontecía un hecho que parecía confirmar la mala suerte que rodeaba diferentes actos que se hacían en homenaje a Fijman. Cuando yo vivía en Sarandí, preparaba todas las noches el bolso que llevaría al día siguiente para trabajar en mi consultorio en la ciudad de Buenos Aires; en ese bolso, entre otras cosas, había puesto seis hojas tamaño oficio con los manuscritos de Jacobo Fijman: poemas creados durante su internación en el Borda. En la mitad de la noche me había despertado a causa de unos ruidos y al salir del dormitorio me esperaban dos personas armadas que desvalijaron la casa; parte de lo robado se lo llevaron en el bolso en cuestión, en cuyo fondo estaba la carpeta con los originales de Fijman, que llevaba para hacer unas fotocopias que me había pedido el escritor y editor Alberto Arias, quien preparaba un libro sobre el poeta. Si bien la preocupación por lo robado me afectaba, mi mayor desconsuelo fue perder esos originales (de los que había una copia), sabiendo que los ladrones los descartarían por no asignarles un valor. En la mañana de ese día recibo otro llamado telefónico de Olga: me contaba que había puesto en una maseta un poema de mi autoría -impreso en un cartoncito- que yo le había mandado. Con cierta inocencia le pregunté si sabía qué me había pasado. Los poemas de Fijman me los había dado Galtier, supuse que ella debería saber, compartía con su amigo los misterios del conocimiento, a pesar de que él ya había muerto. Solo me dijo: “bueno, querido, por algo te estaré llamando”.

 

          La parte más dolorosa fue la concepción de los versos finales, en los que menciono a escritores asesinados, incluidos en las listas de desaparecidos: Rodolfo Walsh, Haroldo Conti, Miguel Ángel Bustos, Paco Urondo. A Héctor Germán Oesterheld lo sumé a través del “Eternauta”, sopesando que era representativo; además, la pronunciación de su apellido podía dificultar la lectura del verso. Es uno de los poemas más largos que escribí y cuya lectura me sigue emocionando.

 

          10 – No se vos, pero yo de pibe tuve Caligrafía como materia. Y como todos, etapas con mi letra, siempre muy lejos de mi ideal. Y, si se quiere, una historia con ella: “Soy de la historia de mi letra”. Y vos, Daniel, que has investigado y producido teóricamente sobre la caligrafía, y también sobre eso que denominás “arrebato controlado”: la firma (en “El cuerpo en la escritura”), ¿cuál es tu pormenorizada reconstrucción de la historia de tu letra, y qué has reflexionado sobre los avatares evolutivos de tu firma? ¿“Tuviste historia” o “no te hiciste historia” con tu letra?: “ponele la firma”, el compromiso de la rúbrica.

 

          DC – En “Marea en las manos” trabajo poéticamente mis dificultades con la lectura y escritura: “Los dictados eran batallas/ con la cruenta seguridad de haberlas perdido/ antes de pinchar las primeras letras. / Mis hojas alteradas con tinta roja/ que se adhería a mis palabras/  dejándolas heridas de muerte”. Aunque leer me era más difícil que escribir, en la escritura mi dificultad mayor estaba en la ortografía (“recto-camino”). Durante años, ya grande, escribía omitiendo palabras, reemplazaba las que me traían dificultad, nunca ponía “vuelvo pronto”, sino “regreso pronto”, con lo cual evitaba la letra V. Esta experiencia me sirvió para interesarme por el origen de las palabras y construir familias de palabras, por ejemplo el uso de la H. Agrupaba por pares opuestos, las H del frio y del calor. Del frio: heladera, helado, hielo…..; del calor: hogar, hornalla, horno, hoguera…También me defendía argumentando que tanto Cervantes como Roberto Arlt eran disortográficos. Ponía en mi boca lo enunciado por Arlt, “yo no escribo ortografía, escribo ideas”.

 

          Guardo los cuadernos de primer grado, con lo cual puedo ser testigo de mi caligrafía. Pero mi letra siempre estuvo pendiente del instrumento con el cual escribo. Las biromes que “patinan” sobre el papel distorsionan mi letra. Las herramientas que frotan y mantienen un roce con el papel me permiten una letra aceptable.

          En cuanto a la firma, de niño me interesaba ver firmar a mi padre, lo hacía con frecuencia en su oficina: cheques, cartas y, por supuesto, los boletines. Era una firma de “arrebato controlado”, movimientos rápidos que dejaban un trazo superpuesto y concentrado. Lo más curioso era que sus firmas eran idénticas, cosa que no ocurría con mis intentos de firmar.

          Al finalizar el secundario tenía una firma más o menos afianzada, que no difiere tanto de la actual. De grande me pareció que una persona analfabeta podría firmar, no necesitaba de las letras para lograr una firma, bastaba un gesto estabilizado que dejara una marca original, una imagen gráfica que lo representara.

 

          11 - ¿Hasta dónde accede un artículo y cuándo, en plenitud, se plasma un ensayo?

 

          DC – Mantengo hace años un método de escritura ensayística. En cuanto ubico una idea alrededor de un texto (que se proyecta como artículo), y veo que puede desarrollarse, pienso un título provisorio que a veces viene acompañando la escritura desde los comienzos. Si la temática me convoca, suelo organizar títulos de capítulos y armo un archivo donde convergen ordenadamente citas sobre el tema y lo que llamo “escritos de emergencia”, ideas escritas en papelitos que luego reescribo. Los capítulos son como cajitas que se acomodan en una caja mayor, el libro.

          En el ensayo se pone a trabajar una idea y se adopta una posición frente a un fenómeno. Ese poner a trabajar una idea es a través de la escritura, que escapa a la letra del tratado o la monografía. Hay artículos que tienen una orientación ensayística, en el cual se vislumbra algo diferente, donde se destaca una escritura que se corre de lo correcto.  

           

          12 - ¿Temática y formalmente tu poemario inédito sería un ejemplo de tu obra poética? ¿O se presenta como algo inusual?

 

          DC – En “Amaramara” conviven poemas diversos, muchos de los cuales marcan una diferencia con mi producción poética. Hay textos inspirados en el cine (“Niños de cine”) que siendo inéditos se publicaron en la antología con selección y ensayo de Héctor Freire, “El cine y la poesía argentina”, donde también hay poemas tuyos. Otra sección corresponde a personajes de la ciencia y el arte: Freud, Pessoa, Mary Shelley, etc., y una sección con poemas de amor que dan título al libro. También una serie de poemas cortos en los que hablan los niños; en esa sección va, como en todos mis poemarios, un texto de un libro anterior: “En mi barrio/ Había una casa abandonada/ Y todos nos ocupábamos de ella”.

 

          13 - En la novela breve “Prisión perpetua” de Ricardo Piglia, leo: “La literatura es una forma privada de la utopía.” Y cinco párrafos después: “Escribía muy bien en esa época, dicho sea de paso, mucho mejor que ahora. Tenía una convicción absoluta y el estilo no es otra cosa que la convicción absoluta de tener un estilo.” ¿Comentarios?

 

          DC – Si la convicción es estar convencido, no creo que marquen un estilo, en todo caso lo empobrecen, porque lo que aparece como estilo es algo que escapa de la voluntad. Si se trata de convencer a partir de la seducción que ejerce todo rasgo de estilo, es otra cosa. Convicción es un término derivado de “vencer”, y en ese sentido todo estilo intenta vencer una dificultad. En “La discapacidad del héroe” dedico un apartado al tema del estilo, quizás inspirado en mis faltas ortográficas. Comencé escribiendo evitando palabras, hecho que se convirtió en mi estilo: “El estilo, tanto sea en el juego o en otros procesos creativos como es el arte,  no está dado tanto por una característica de valor convencional o por alguna condición excepcional de la persona, sino que está marcado por la dificultad, por los obstáculos que frecuente e insistentemente dejan su marca”.

 

          14 - ¿Es posible que pocos sepan hasta ahora que desde hace más de dos lustros que dibujás y pintás? Me parece que no has expuesto tus obras. ¿O lo has hecho en muestras colectivas? ¿Cómo fue el proceso de ir añadiendo este quehacer a tu vida? ¿Con quienes te formaste y por dónde rumbean tus búsquedas (y encuentros)?

 

          DC – En 1980 me vinculé con diversos artistas plásticos que ilustraron mis poemas. Ernesto Pesce, Roberto Tessi, Raúl Ponce y Pablo Solari participaron de una muestra que hicimos con el grupo Quipus. También, con los dos últimos, participé de concursos obteniendo premios. Además era común que te obsequiaran las obras, con lo cual fui armando una pequeña colección con historia. También mantengo una amistad con Blas Castagna, quien pintó un “Fijman Niño” dedicado y obsequiado cuando presenté “El Cristo Rojo”. Además prologué un libro de poemas de Laura Haimovichi, ilustrado por Adolfo Nigro, a quien conocí en las reuniones previas a la edición.

 

          Te comenté que mi tío era escultor y un amigo de mi padre, pintor, circunstancias que fueron generando en mí una atracción por las artes plásticas, aunque durante gran parte de mi vida descarté la idea de poder dibujar o pintar. Pero un día que no podía escribir ni leer, en una situación especial, comencé a garabatear sobre un papel. Al poco tiempo estaba en un curso teórico en el MALBA Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires. En uno de esos viajes al curso, en un semáforo, vendían unas linternas con forma de celular, casi de juguete, y compré una. Ese día el tema era el surrealismo, y se presentó la técnica del frotagge. Se dictaba en el cine en el que proyectaban imágenes de las obras. Cuando apagaron las luces, una de las linternas se prendió y no sabía cómo apagarla. Llegué a mi casa con las imágenes frescas de Marx Ernst, busqué rugosidades para frotar y mi primer ayudante fue la “linterna-celular”, que agotada las pilas iluminó mis papeles. Luego, advirtiendo las limitaciones del frotagge, me anoté en el curso de dibujo con modelo vivo que daba Pesce en la “Asociación Amigos del Museo Nacional de Bellas Artes”. Pesce es un excelente dibujante y también un buen maestro; tuvo toda la paciencia y no abandonó  la propuesta de dibujar sobre una extensa hoja sobre un caballete, cuando yo pedía hacerlo en papel carta para que los monstruos que dibujaba estuvieran más controlados. Al año siguiente tomé clases de pintura con Eduardo Médici (quien ilustró “Lo que tanto ha muerto sin dolor”), con el que internalicé las diferencias entre pintar y dibujar. Cuando comencé dibujaba con el pincel como si fuera un lápiz.

 

Luego trabajé también con maderas y objetos intentando armar pequeñas esculturas. En una visita a mi casa, Blas Castagna las vio y elogió, lo cual me hizo bien, porque seguí incursionando en “presentar” objetos que compro en el Parque Centenario, que van de una parte de una cerradura a una antigua jabonera, que intervengo y monto sobre una base.

          Nunca expuse, y salvo el entorno íntimo nadie conoce mis producciones, aunque con Héctor Freire, quien ha tomado clases de grabado, tenemos planeado en algún momento hacer una muestra.

 

          15 - En “Las poéticas del siglo XX” apunta Raúl Gustavo Aguirre: “Parece que fue Balzac quien dijo una vez: ‘Si yo llegara algún día a poder escribir exactamente aquello que quiero escribir, sería sin duda el más grande escritor de todos los tiempos’”. “De todos los tiempos”, Daniel, ¿a quiénes les cabría, dentro de los que has leído, la calificación de “más grandes escritores”? ¿Y por qué así los calificarías?

 

          DC – “El más grande” y “de todos los tiempos”, son declaraciones de amor. Yo lo estoy pensando con un amor más atemperado, fuera de los cánones de genialidad, perfección o reconocimiento universal; lo pienso desde mi ligazón afectiva, lo cual hace de un escritor un compañero mayor, querido, admirado, que se registra cerca de la amistad. Ellos son dos poetas, Fernando Pessoa y César Vallejo; dos narradores, Julio Cortázar en sus cuentos y Alejo Carpentier en sus novelas; dos ensayistas, Gastón Bachelard  y Roland Barthes.

 

          16 - Te oí hace pocas noches, en una entrevista por Radio Nacional, en un programa que conduce Hugo Paredero. Y anticipabas que estaba en proceso de escritura un libro que se llamará “Álbum de palabras". ¿Cuáles aloja el álbum?...

 

          DC - Es un libro inédito que aún no está cerrado, en el que las palabras se disponen en un orden alfabético, como un diccionario. La palabra álbum me sugiere un espacio disponible y vacío, en blanco, proviene de Albo del cual deriva Alba, “aurora”. También reúne un aspecto de la niñez, que se remonta a la colección de figuritas, al deseo de pasar del álbum vacío al completo. Entonces en esa obra confluyen escritos que escapan de los géneros, reflexiones que surgen a partir de una palabra o sobre las palabras, dándome un espacio para mi pasión por la etimología. Por ejemplo, pensar la palabra “catalejos”, descomponerla y encontrar en ella el término catar, que frecuentemente lo ligamos a una operación cognitiva a través del gusto, cuando es un término abierto a todos los sentidos, como le incumbe a “catar con la vista algo que está lejos”. O pensar la palabra “piropo”, que comienza remitiéndose al fuego (piro), acaso una mirada ardiente, etc.

 

*

Daniel Calmels selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

 

LOS  ARTISTAS  VELAN

 

"Esta molestia de sentir

que uno depende de su propio cuerpo"

                          Antonin Artaud

 

 

En la vida de los antiguos héroes

la herida infaltable rondaba los cuerpos.

Fue en Vulcano y en Edipo

la triste pierna desvariada.

En Sigfrido el hombro herido

para temer la palabra muerte.

En Sansón la pérdida indolora.

Y en Aquiles la ley del talón

lo convino a apaciguar su destino.

 

Pero hubo otros más cercanos

que defendieron el derecho de soñar

aún a costa de detener con el cuerpo

las oleadas feroces de tristeza:

Fue la pierna de Rimbaud

rodando en un quirófano de Marsella,

la mano de Cervantes

multiplicándose en la escritura,

Quevedo riendo de su cojera

con “una pata torcida para el mal”,

los ojos de Borges

imaginando láminas de colores pálidos,

Beethoven, con una varilla entre sus dientes,

comiéndose las vibraciones

que los oídos se negaban a tragar,

Toulouse Lautrec desde su espalda corva

viendo las narices más bellas,

y la oreja de Van Gogh

enterrada en un paño de limpiar pinceles.

 

Fijman con las sienes golpeadas

mientras grita: “Yo soy el Cristo Rojo”.

Baudelaire con la voz agónica

mientras escucha de la boca materna

un glosario de primeras letras

para una lengua antigua y herida

en la caverna húmeda de su boca,

y Antonin Artaud, cargando de fuego las palabras

hasta explotar de incomprensión.

Desde el fondo de un lujoso salón,

mientras camina al encuentro,

el joven Milosz recuerda con terror

que tiene padre y madre

e ignora de la bala que intentará olvidarlos.

                                              

 

 

 

"Si me mato no será para destruirme

sino para reconstruirme"

                                    Antonin Artaud

 

 

Hubo otros, que apuraron el destino de un solo trago:

Gérard de Nerval colgado de un farol

con los bolsillos llenos de palabras.

Hemingway, en su último aliento,

apoyando su lengua en la boca de un fusil.

Lugones tropezando en la única mesa de la pieza de un  recreo

con la boca llena de veneno para hormigas,

tan cerca de un río llamado tigre.

Y Pizarnik, envuelta en su sábana

como en una bandera,

apoyando su boca pintada

en la de una muñeca sin sonrisa.

Quiroga sobre sus cuentos y en la selva

apurando los ácidos del estómago

única defensa ante la muerte.

Y Alfonsina arrepentida en el último instante

queriendo desandar sus pasos,

empujando con su pecho el mar.

                                              

 

 

 

"De pronto la palabra adquiere

la dimensión del gesto"

                          Aldo Pellegrini

 

Otros, arrancados salvajemente de las letras

con las palabras puestas:

Haroldo llevado a un país

donde ningún árbol se llama con nombre de mujer,

y Miguel Ángel Bustos

ganándole el juicio a la razón más bella,

y Paco y Rodolfo

bajo la lluvia voraz del Eternauta

encontrando las puertas cerradas para siempre.

 

De cuerpo presente

los artistas velan,

para que el dolor se ilumine de esperanza.          

                                                                                                                                          (de “Marea en las manos”)

           

*

MARFILES  

 

Desprendimientos,

pequeños sabios de leche,

cautivos, temblorosos,

cuerpo fuera del cuerpo.

 

En la noche

la mano bajo la almohada

tocando el nudo del pañuelo.

Dura la tela encerrando al diente perdido

y la boca desafinada, tironea de la punta de la sábana.

La noche convoca a los ratones

que no sólo se comen

las lenguas de los niños mudos,

sino que mudan los dientes a su cueva

que tiene un portal como una boca.

 

Al otro día, cuando el pañuelo

deshace la mañana en un bostezo

un billete doblado que da pena

aligera el nudo del recuerdo.

                                                                                                                                         a Rocío Calmels

                                                                                                                                         (de “Marea en las manos”)

 

 

*

CATAR

 

Un niño piensa que el hombre que está tras la cámara se está escondiendo

y responde tapándose con las manos,

espera y mira entre sus dedos.

Luego, cuando el hombre se va,

anilla sus dedos como un diafragma de luz.

Un catalejo dactilar con la memoria fértil

fue su primera cámara.

                                                                                                                   (de “El cine y la poesía argentina”)

 

                       

*     

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Daniel Calmels y Rolando Revagliatti, 2015.

 

Fuente: http://actaliteraria.blogspot.com

 

http://www.revagliatti.com.ar/041025.html  

Calmels- lápiz. color.

Fijman- pastel

Calmels- lápiz

Calmels- lápiz

Fijman- pastel. 17 x11. firmado abajo a la derecha.

Fijman- lápiz

 

Fijman- pastel

Calmels- técnica mixta

Lilia Lardone: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

 

 

Lilia Lardone nació el 24 de octubre de 1941 en Córdoba, capital de la provincia homónima, en la República Argentina. Es Licenciada en Literaturas Modernas por la Universidad Nacional de Córdoba (1961). Entre 1985 y 1997 dictó cursos de capacitación docente sobre criterios de selección en libros dirigidos a chicos y jóvenes, para la Unión de Educadores de su provincia. Ha sido coordinadora de programación de ocho emisiones (1988-1995) de la Feria del Libro de Córdoba para niños y adultos, y miembro activo del Ateneo del Centro de Difusión e Investigación de la Literatura Infantil y Juvenil (CEDILIJ) entre 1991 y 1995. Tanto a nivel nacional como internacional se ha desempeñado como jurado en numerosos concursos y ha participado en Congresos y Encuentros de escritores. Desde 1988 coordina talleres de escritura y corrección. Entre otras distinciones obtuvo el Premio Taborda 2009 de Letras por su trayectoria a favor de la lectura y la escritura, otorgado por la Asociación para el Progreso de la Educación. En el género novela aparecen en 1998 la primera edición de “Puertas adentro” a través de Editorial Alfaguara; en 2006, “Esa chica”; en 2002, “Papiros”, reeditada en 2014. En 2003 se publica el volumen de cuentos “Vidas de mentira”. La primera edición de su novela para niños “Caballero negro” es de 1999 y se reeditó el año pasado. De cuentos y relatos para niños son sus obras “El nombre de José”, “Los picucos”, “Los asesinos de la calle Lafinur”, “El día de las cosas perdidas”, “Benja y las puertas”; y “La fábrica de cristal”,  más “La banda de los coleccionistas”, son títulos de sus novelas juveniles. “La niña y la gata”, poemario para niños, con ilustraciones de Claudia Legnazzi, es de 2007, y sus dos poemarios para adultos, “Pequeña Ofelia” y “diario del río”aparecieronen 2003 a través de Ediciones Argos, en su provincia. Entre 2003 y 2011 fueron editándose libros concebidos en forma conjunta con María Teresa Andruetto. Y en 2012, Editorial Sudamericana publicó “20.25. Quince mujeres hablan de Eva Perón” (con la colaboración en las entrevistas de Yaraví Durán). Su Sitio es www.lilialardone.com.ar.

 

 

1 - ¿Noticias de vida?

 

          LN – Crecí, afortunadamente, en un pueblo apartado de rutas. Infancia y adolescencia en Hernando transcurrieron entre juegos, libertad total para andar por las calles en bicicleta, y a la vez una situación de preocupante estrechez económica. En mi casa no había libros, sí pinceles porque mamá pintaba y enseñaba a pintar, y de eso vivíamos ya que papá murió cuando yo tenía cinco años. Hacia los once descubrí un día la Biblioteca Popular, un encuentro decisivo porque a partir de ahí me transformé en lectora constante y entusiasta. La pasión por los libros me llevó a Córdoba, a estudiar Letras en la Facultad de Filosofía y Humanidades en donde tuve profesores increíbles, como Enrique Luis Revol, Noé Jitrik… Pero lo académico no me tentaba, así que un poco antes de recibirme empecé a trabajar en la recién creada Radio Municipal, y más adelante me dediqué de lleno al activismo cultural para promover la difusión de la literatura y el teatro. Eso hice durante largos años. Me casé, tuve dos hijos, me separé, y en los años terribles de la dictadura aprendí a callar: resultaba muy difícil trabajar en el Departamento Letras, hacia donde apuntaban las miradas inquisidoras. Entonces, como siempre, la lectura fue mi refugio. Igual que para tanta otra gente…

 

 

2 – Hasta que un tal Reynaldo Bignone le transfiere la banda presidencial a Raúl Ricardo Alfonsín.

 

          LN –Por fin llegó la democracia, y se multiplicaron las posibilidades de hacer cosas. Elegí especializarme en Literatura para niños y jóvenes, temática que me atraía desde hacía mucho. Junto a Lucía Robledo recorrimos la provincia dando cursos para docentes sobre criterios de selección en LIJ: Literatura Infantil y Juvenil. Y a partir de 1985 coordiné talleres de escritura… Los años pasaron y me encontré –después de mis cincuenta- con los hijos crecidos e independientes: se dio la hora de escribir mis propias historias, algo que nunca hubiera imaginado como destino. Porque para mí escritores eran los otros, los que admiraba y leía… Sin lugar a dudas el estímulo determinante fue escuchar lo que escribía la gente en mis talleres, personas que sin ninguna experiencia previa de escritura lograban conmoverme… ¿Por qué no?, pensé. Y ese fue el comienzo de una vida distinta, donde no sólo la lectura es fuente de alimentación sino también la búsqueda expresiva a través de la creación.

 

 

3 - ¿Y qué fue lo inicial?

 

 LN – Con timidez, bien insegura, hice una recopilación de coplitas anónimas cordobesas, investigando en publicaciones que sólo se encontraban en bibliotecas y archivos. Se publicó como “Nunca escupas para arriba”. Después avancé en versiones personales de cuentos populares de Córdoba, bajo el título “El Cabeza Colorada”. Ahí empecé a intuir la cocina de la narrativa, cómo construir la tensión, cómo sostener un relato. Un día, en una Feria del Libro de Córdoba, escuché decir a Ricardo Piglia algo así como: “Se escribe una novela para descifrar un enigma”. Y de inmediato recordé una historia tabú de la que conocía sólo jirones, una historia de abandono que circulaba sotto voce en mi infancia, en la casa de mi abuela paterna, piamontesa. Poco a poco, borrando más de lo que escribía, empezó a tomar forma la novela “Puertas Adentro”, en la que trabajé unos tres años y que tuve la suerte de publicar en Alfaguara. Luego se me ocurrió un texto para chicos que también me llevó mucho tiempo, porque soy bastante obsesiva con la reescritura y hasta que no me conforma sigo desechando borradores. Por fin estuvo lista la novela breve “Caballero Negro” y coincidió con un concurso importante de LIJ que se hace anualmente en Colombia. La mandé por correo, sin ninguna esperanza, y gané el Primer Premio Latinoamericano Norma / Fundalectura, en Bogotá. Con ese premio sentí que la escritura me había llegado como un enorme privilegio de la edad madura.

 

 

4 - ¿Y la poesía?

 

          LN –  Leía y leo a los poetas, todos los que puedo, porque la palabra poética es condensación y desnudez y esencia. Tambiénese me parecía terreno reservado sólo para algunos, y demoré mucho en animarme a hacer mi experiencia. Pero el dolor a veces se filtra y decanta de modos inesperados: a los cinco años de la muerte de mamá necesité escribir sobre ella, sobre mí, sobre la temprana desaparición de mi padre… y poco a poco construí “Pequeña Ofelia”. Un libro breve, con imágenes que me sacudían aún por su carga de ausencias, de pérdidas, de vínculos que ya no existían. Y casi enseguida, ganada por una especie de “estado de poesía”, fui armando “diario del río”. Es un poemario que refleja, en puras minúsculas, los paseos por el río Suquía que corre cerca de mi casa.Una condensación de interrogantes, contradicciones, analogías, miradas sobre lo que ocurre entre los silencios y los rumores de la vida cotidiana...En ambos casos hubo intensa tarea de reescritura. Se los di a mi amigo Julio Castellanos, excelente poeta y editor de Ediciones Argos, y él los publicó en una bellísima cajita que contiene los dos libros, en la Colección Horizon Carré.

 

 

5 - ¿Después?

 

          LN - Como soy curiosa, traté de incursionar en otros géneros y di con el apasionante trabajo de escribir en coautoría. Así nacieron varios libros con María Teresa Andruetto, una autora excepcional, gran amiga. Las dos veníamos de una intensa labor a lo largo de años en talleres de escritura y decidimos sumar conocimientos para trasmitirlos. Escribimos “El Taller de escritura creativa (en la escuela, la biblioteca, el club)…”. Siguió “La escritura en el taller”, que se publicó en España, y también un libro de entrevistas a un autor que las dos admiramos mucho y que nos honró con su amistad, Andrés Rivera. Apareció con el título “Ribak, Reedson, Rivera: conversaciones con Andrés Rivera”.

Por ese entonces, en mi tarea como jurado en concursos, al leer incontables originales empecé a intuir que estaba surgiendo una corriente bastante fuerte de autores jóvenes. Emprendí una larga y minuciosa búsqueda por redes y contactos hasta que compilé: “Es lo que hay. Antología de la narrativa joven en Córdoba”, en la que incluí 25 autores. Más tarde,“Córdoba Cuenta. Antología de literatura para niños”.

Entretanto, seguía escribiendo ficción: para grandes, la nouvelle “Esa chica”, el volumen “Vidas de mentira y otros relatos”… Para chicos, entre otros, el poemario “La niña y la gata” en donde volví a rondar la poesía. Y los cuentos “Los asesinos de la calle Lafinur”,“Benja y las puertas”, “El nombre de José”, “Los Picucos”, más las novelas juveniles “La fábrica de cristal”, “La banda de los coleccionistas”. Nombro aparte “Papiros”, libro que me dio otra satisfacción al ser seleccionado por la Biblioteca de Munich como uno de los destacados en 2004, en lo que se llama The White Ravens.

 

 

6 – Durante un par de lapsos participaste del Plan Nacional de Lectura auspiciado por la Dirección Nacional del Libro.

 

          LN – Como dije, la promoción de actividades culturales siempre estuvo entre mis intereses más profundos. A fines de los ‘80 viajábamos con Lucía Robledo a Las Varillas, a través de la Unión de Educadores de la Provincia, para dar cursos de criterios de selección en la Biblioteca Sarmiento. En ese momento se desarrollaba en el país el primer Plan Nacional de Lectura (presidido por Hebe Clementi) y a él nos sumamos, en una experiencia que en lo personal me resultó muy enriquecedora porque la compartí con los mejores autores de libros para chicos que viajaban desde Capital Federal, como Graciela Montes, Laura Devetach, Ema Wolf. Pertenecer al Plan permitió ampliar nuestra actividad y consolidar ciertos sueños, como la creación de una Salita de Lectura para chicos en esa biblioteca. Fue la primera en su género en la provincia y la bautizaron “Cura mufas”, en homenaje a Laura Devetach. Por el mismo Plan de Lectura estuvimos en otras localidades del interior de Córdoba.

          Años más tarde hubo nuevos Planes y me invitaron a sumarme pero como autora, eso ocurrió en la primera década de este siglo: la idea era que escritores de las distintas provincias visitaran otras zonas del país y dialogaran con estudiantes, docentes... Estuve en la provincia de Buenos Aires: Cañuelas, Moreno. En Salta, en Santiago del Estero, oportunidades fascinantes de conocer distintas realidades.

 

 

          7 - ¿Y el Plan “Creando Lazos de Lectura” auspiciado por la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares?

 

          LN – Esa fue una idea diseñada por Elisa Boland en 2001, un proyecto admirable desde su concepción porque apuntaba a la capacitación de los bibliotecarios de todo el país. Como especialista participante viajé a Ushuaia y Catamarca, también trabajé en Córdoba (capital e interior). En todos lados encontré mucha avidez por descubrir tácticas y estrategias para acercar los chicos y jóvenes a las bibliotecas. Lo mejor de “Creando Lazos de Lectura” era que se disponía de una semana entera con la gente de cada lugar para inventar modos de acercamiento a los libros, en trabajo grupal activo y constructivo. Creo que fue una de las iniciativas más gratificantes en las que he participado.

 

 

       8 – Y en dos oportunidades en Encuentros realizados en sendas universidades de los Estados Unidos.

 

          LN – A Louisville viajamos varias autoras cordobesas –entre ellas, María Teresa Andruetto y Estela Smania- invitadas por la Universidad a la Conferencia Anual de Literatura. Eso fue en 1999, casien mis comienzos como escritora. Me programaron encuentros con estudiantes avanzados de español, a quienes leí cuentos y contesté sus preguntas. También fue interesante asistir a lecturas de otros autores, como la mejicana Rosa Nissán.

Lo de Michigan: en enero del 2006, uno de mis hijos estaba en Ann Arbor haciendo allí su postdoctorado y viajé para pasar con él y su familia las fiestas de fin de año.Se me ocurrióescribir antesal departamento de español de la Universidad de Michigan y una de las profesoras, Raquel González, se interesó de inmediato por mi obra y gestionó un encuentro con sus estudiantes. Resultómuy estimulante, estuvimos juntos una jornada completa donde leí, dialogamos horas sobre poesía, y hasta grabé poemas y cuentos en un modernísimo estudio. Ese encuentro está en un sitio que ellos colgaron después en Internet

( http://sitemaker.umich.edu/raquelngf05/lilia_lardone ). Pero la relación no terminó, ya que un par de años después, la profesora y un grupo de esos mismos estudiantes visitaron Córdoba (en un viaje a la Argentina al terminar sus cursos) y vinieron a mi casa, se dio una corriente cálida y reconfortante en su reconocimiento hacia mis textos.

 

 

          9 - ¿Cómo surge, cómo organizaste la tarea que te habrá demandado “20.25. Quince mujeres hablan de Eva Perón”? ¿Quiénes son las quince mujeres y cuál ha sido la repercusión de dicha iniciativa?

 

          LN – La idea surgió en conversación con una amiga (que luego sería una de las entrevistadas): cómo un acontecimiento histórico puede grabarse para siempre en distintas personas, integrado a un momento peculiar de su propia vida. Hablamos del 26 de julio de 1952, fecha imborrable. Yo tenía once años cuando murió Eva Perón y no me olvido de las lágrimas de mamá, de la conmoción en el pueblo… Después de la charla me quedé pensando que me gustaría mostrar esa Argentina de mediados del siglo XX, un país que ya no existe porque cambiaron las costumbres, cambió la vida. Y para eso nada mejor que conseguir testimonios de gente que quisiera contar lo sucedido, que iluminara de nuevo la escena. De inmediato me di cuenta de que necesitaba que la memoria emotiva impregnara las entrevistas y me permitiera reconstruir aquel país, y que por eso las entrevistadas debían ser mujeres mirando a otra mujer, esa mujer… Pedí colaboración a Yaraví Durán, licenciada en Comunicación, y fuimos eligiendo las “testigos de época” en función de ideologías y pertenencias de clase. Radicales, peronistas, contras, fanáticas, conservadoras, izquierdistas, políticas, científicas, amas de casa, maestras, habitantes de la ciudad y del campo… un mosaico de voces y pensamientos. Las entrevistas llevaron mucho tiempo, en algunos casos no fue fácil conseguir los testimonios. Si hasta hubo algunas elegidas que prefirieron no participar, increíble, a sesenta años de su muerte Evita es un tema aún candente, polémico…

Y llegó lo más difícil, tarea que emprendí sola: editar las voces respetando sus identidades, sus ritmos y silencios, su respiración, tal como si fueran personajes. Lo que quedó es lo que yo pretendía, quince piezas de un rompecabezas histórico para que los lectores lo armen al derecho y al revés, o al sesgo, a través de las contradicciones de una época muy parecida a la actual, con divisiones que separaban a familias y amigos, odios y amores… Cuando apareció el libro recibí incontables llamadas de los medios de todo el país, las críticas fueron muy positivas y rescataron la originalidad de la iniciativa, porque hasta el momento no había un libro que mostrara cómo se había vivido la muerte de Evita en el interior, ni cómo sus contemporáneas la narraban desde hoy.

 

 

          10 – Sin ser periodista, Lilia, tenés tu experiencia de haber entrevistado, al menos a dieciséis personas, una de ellas, uno de nuestros más reconocidos novelistas. Y ha ido sucediendo del modo tradicional, “viendo” al entrevistado, y no como estamos procediendo nosotros. ¿Qué te ha pasado (en general y en particular) en ese rol inquisitivo?

 

          LN – Una primera conclusión es que hay que prepararse bien para el momento. En el caso de un escritor, me parece esencial conocer a fondo su obra para que las preguntas iluminen y aporten nuevos caminos de lectura. Y en toda situación, cualquiera sea la personalidad a entrevistar, la condición básica sería mantenerse bien alerta para introducir preguntas cuando sea necesario ampliar el campo temático, y no ceñirse a pautas rígidas ni a preconceptos. Para eso, hay que aprender a escuchar las “entre líneas”.

Ni yo ni María Teresa tomábamos apuntes sino que mientras funcionaba el grabador estábamos de lleno, cara a cara, en la entrevista. Con Andrés Rivera contábamos con un conocimiento previo,acabado y exhaustivo, de toda su producción literaria. También de su persona, un respeto muy grande por su trayectoria de militante y de escritor. Por eso los encuentros fluían con naturalidad y él se veía cómodo, con ganas de responder, porque sabía que las preguntas venían precedidas de un interés genuino y responsable.

Con las quince mujeres, a quienes salvo un par de excepciones conocí el mismo día de la entrevista, me dejaba llevar por la intuición y por mis propios recuerdos de la época, tanto en lo político como en lo costumbrista. Habíamos hecho un esquemita previo, preguntas que servían de marco. Pero todo dependía de las personalidades, de los detalles que iban apareciendo y que era necesario precisar para que no se perdieran en medio de los recuerdos difusos. El grabador funcionaba, yo escuchaba y de a ratos repreguntaba, lo que a veces provocaba la aparición de nuevos pormenores. La mayoría había pasado los ochenta años y algunas tenían buena memoria, otras no, y era necesario adaptarse para rescatar lo valioso a efectos del objetivo del libro. Después, en el armado final, introduje una semblanza de cada una de ellas y de su ámbito familiar, porque las entrevistas se hacían en sus propias casas o departamentos y me parecía importante mostrar los contextos... Me gustó el trabajo, el contacto directo con personas que de otro modo no hubiera conocido y sobre todo, el acceso a opiniones tan diversas. Un aprendizaje inolvidable acerca del respeto por los otros y su pensamiento.

 

 

          11 - ¿Cuáles entrevistas que te hayan realizado recordás como más gratas y cuáles como ingratas? Y como lectora de reportajes a escritores, ¿qué entrevistados te han enriquecido más y a qué entrevistadores destacarías?

 

          LN - Siento que las entrevistas siempre son positivas, porque el solo hecho de que dispongan esfuerzos y tiempo para un encuentro conmigo vale por sí mismo. Entonces no las podría calificar de “ingratas” o “gratas”: confío en la buena intención de quien pregunta y trato de responder del modo más verdadero posible.

          Leo reportajes a escritores, los de “The Paris Review” son excepcionales en general, tanto por el profundo nivel de las preguntas como por las respuestas. Podría señalar como emblemático un reportaje de Raquel Garzón al mismo Andrés Rivera, aparecido en el diario porteño “La Nación” hace mucho tiempo, toda una muestra de que ella había leído a fondo las obras y en consecuencia sus preguntas tocaban lo esencial, eran reveladoras…

 

 

          12 – Me enteré de que ingresaste a la Facultad a los dieciséis años. ¿Cómo afrontaste esta circunstancia excepcional? Y lo pregunto, como es obvio, inteligiendo que ya portabas la distinción, habiendo concluido la escuela secundaria dos años antes de lo que es común. ¿Cómo ibas afrontando, entonces, la circunstancia excepcional de ser siempre (o casi siempre, no sé) la más joven de cada curso?

 

          LN – Fue algo casual, consecuencia de que aprendí a leer sola a los tres años y medio. Una maestra vecina, en el pueblo, le insistió a mamá que me mandara a primero inferior a los cuatro (a la Escuela Pública, por supuesto), o sea dos años antes de lo que me hubiera correspondido. Y así seguí, como algo muy natural, sin inconvenientes. Por eso terminé el secundario a los dieciséis y entré a la Facultad. Ciertamente me sentía en un ámbito extraño: había dejado mi pueblo, mis amigos, vivía en Córdoba en una pensión y el desarraigo me costó. En el primer año de Letras teníamos Introducción a la Literatura y debí leer “La náusea” de Sartre: no sé qué habré entendido de una novela tan compleja desde lo filosófico, pero aprobé bien la materia. Tal vez compensaba la falta de madurez con el entusiasmo, ¿no? Eran épocas de mucha lectura de ficción en la carrera, poca teoría (a diferencia de los planes actuales), y eso era lo que yo quería: leer, conocer autores diferentes… Me deslumbré con la literatura francesa, con Simone de Beauvoir y el mismo Sartre, luego llegó el momento de descubrir Latinoamérica con José María Arguedas, Neruda, Carpentier, Miguel Ángel Asturias, Rulfo, la novela mexicana, y de apasionarme con los norteamericanos como Faulkner, Hemingway, Herman Melville. Nunca sentí la diferencia de edad con mis compañeros, hice la carrera en cuatro años porque rendí algunas materias libres; me pesaba la responsabilidad de los gastos que implicaban mis estudios y quería terminar para trabajar cuanto antes. Tuve suerte, porque a los diecinueve, en el último año de la facultad, entré en Radio Municipal y a partir de ahí trabajé siempre.

 

 

          13 - ¿De qué escritores que admires estás persuadida que no han incidido en tu quehacer literario?

 

          LN – Ah, me parece que toda palabra leída nos penetra y da vueltas, que nuestro imaginario está cargado con las historias y las imágenes de los autores que marcaron distintas etapas de la vida. Esos recorridos van transformándose muy adentro por alquimias imposibles de detectar, por lo menos para mí. No puedo identificar una influencia u otra, y en todo caso, será tarea de la crítica.

 

 

          14 – En un tramo de nuestro diálogo, Lilia, mencionaste a Ricardo Piglia, quien en su novela “El camino de Ida” me sorprendió con esto: “Había hecho una lista de defectos en las obras maestras: ‘Los asesinos’ de Hemingway (demasiado explícito el final con el sueco); ‘Un día perfecto para el pez banana’ de Salinger (hay un cambio de punto de vista que no se justifica); ‘Señas, símbolos, signos’ de Vladimir Nabokov (el segundo llamado telefónico es redundante); ‘La forma de la espada’ de Borges (sobraba el final con la explicación de Moon).” ¿Procurarías recordar y trasmitirnos uno o más defectos que hayas detectado en “obras maestras”?

 

          LN – Cuando empiezo un libro, las primeras páginas son fundamentales. Ya no tengo tiempo para ser paciente, como cuando era joven. Ahora, si hasta la página 30 o 40 no he logrado entrar en el mundo que el autor propone, lo dejo a un lado, a la espera de otra ocasión más propicia. Si la obra sigue picando mi curiosidad de lectora a lo mejor vuelvo sobre ella más adelante y si no, la abandono. Será para otro lector, pienso, no para mí. Ahora bien, una vez superada esa barrera, ya dentro del pacto de ilusión que supone abandonarse a la voz de quien narra o a la armonía del poema, sigo y trato de disfrutar del momento único que me permite vivir otras vidas, otras historias que tienen muchas más capas de las que aparecen, con puntos de vista que jamás se me hubieran ocurrido… ¡Y buscar los defectos me arruinaría el placer! Por eso soy antes que nada lectora, no crítica.

 

 

15 - ¿Sos la Lilia Lardone que ha actuado en un cortometraje titulado “La botella” (1999), dirigido por Liliana Paolinelli?

 

          LN - Sí, soy yo, para enorme regocijo de mis nietos que me “descubrieron” hace poco cuando lo difundieron por un canal de televisión. Liliana Paolinelli es una talentosa, inteligente y sensible directora cordobesa que me sorprendió muchísimo con la invitación a integrar el elenco de “La botella”, una de las “Historias mínimas” patrocinadas por el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales en su momento. No soy actriz, apenas si asistí un par de años a un taller de teatro con otro gran director, pero de teatro: Roberto Videla. Recuerdo esas reuniones de taller como muy vitales, explosión de creatividad, fantástica la improvisación, interactuar con los otros participantes… Para cerrar la actividad, Roberto propuso que cada uno de nosotros preparáramos un “unipersonal” para mostrar al público y yo elegí una versión reducida del cuento “Hay que enseñarle a tejer al gato” de la excelente Ema Wolf. Un texto teñido de humor, maravilloso. Liliana Paolinelli filmó esa representación y meses después, me llamó para filmar “La botella”. Yo no lo podía creer, ¡si hasta me pagaban! El corto, en 35 mm, se hizo en siete días y me daba vergüenza porque los otros eran conocidos y experimentados actores y actrices… Pero a pesar de que hice gastar mucha película (no había llegado la era digital), terminamos la filmación con alegría. Todo un mundo, el del set, me encantó estar ahí.

 

 

16 - ¿Qué de vos podrías darnos a conocer si te insto a asociar con “riesgo”, “levedad”, “alianzas”, “éxito”, “paraderos”, “displacer”, “contorsiones”?

 

          LN – Asocio “riesgo” a la escritura, que es una constante toma de riesgos. Elegir una palabra y no otra, ahondar en un personaje y no en otro, decidir adónde cortar una historia, desde dónde contarla… Todos son riesgos: quien escribe se expone y muestra de sí hasta en lo que oculta.

          A “levedad” también la vinculo con el campo literario. Como decía Calvino, “la búsqueda de la levedad por oposición al peso de vivir”. Es apasionante trabajar en un texto hasta conseguir que circule el aire en medio de palabras y espacios, hasta que desaparezcan los detalles ornamentales, a la búsqueda de un despojamiento... Son deseos que me impulsan y sostienen, aunque los sé casi imposibles de lograr.

          “Alianzas” me suena a política, a pacto, a intencionalidad y cálculo; no encuentro ecos personales para esa palabra.

          “¿Éxito?”: Una categoría muy sobrevalorada en la sociedad actual, relacionada con un menosprecio por los valores reales que aprendí a respetar desde la infancia, como el trabajo, la constancia, la honestidad. Sospecho del éxito, por lo general tiene bases endebles y es efímero.

          Pensar en “paraderos” me lleva a búsquedas, pero dentro de la etiqueta policial “paradero desconocido”. O a la desolación anónima de los paraderos en las rutas.

          “Displacer” pertenece a un vocabulario específico del psicoanálisis, creo. No la uso, supongo que se refiere al desagrado en alguna situación, lo contrario a placer o placentero, pero dicho de manera técnica.

          Suena fuerte y dura, “contorsión”.

 

 

          17 - Parece que alguna vez Tomás Eloy Martínez formuló lo que él califica de una frágil pregunta –cómo era posible vivir poéticamente en un mundo violento- a Saint-John Perse, quien antes había evocado a Borges en la charla, rematando: “Ah. Cuántas veces he dicho que vivir poéticamente es lo único que cuenta”. ¿Cómo es posible vivir poéticamente, Lilia, en un mundo violento?

 

          LN – No lo sé. Es una pregunta que puede calzarle al gran Saint-John Perse pero no a mí, que no vivo “poéticamente”. Mi tiempo se reparte en diversas cuestiones que me importan casi por igual: me gusta escribir pero más me gusta leer, y postergo con gusto las horas de creación por un encuentro con mis nietos, vital y renovador. Claro que la realidad nos penetra, nos rodea, en este mismo momento que contesto las preguntas siento el desgarro por tanta gente de mi provincia que ha perdido todo por las inundaciones… Imposible aislarse, las cargas de lo que sucede actúan sobre nosotros y por cierto vivimos en un mundo violento, terrible, hostil. Yo no escribía en la época de la dictadura, pero creo que la mordaza que teníamos puesta influyó en los textos que hice mucho después. Hoy cuesta mantener la esperanza y sostener el entusiasmo. A lo mejor por eso, en los últimos años me inclino más hacia la escritura para chicos y jóvenes, porque siento que en ese campo consigo recuperar una mirada distinta. Ponerse en el lugar de los que crecen es ir hacia delante, imaginar y mantener el humor aún para escribir sobre temas difíciles.

 

 

          18 - ¿Tenés algún proyecto personal ad portas?

 

          LN – Se escribe a largo, larguísimo plazo. Hace poco terminé una novela breve y un cuento para chicos, habrá que ver si caben en alguna editorial. Trabajo en otro libro que me entusiasma pero van a pasar meses hasta que lo redondee. Y una vez terminado –si cuaja-,  los originales quedarán guardados un tiempo, y volveré sobre ellos: a veces el reposo les ha sentado bien, otras me sirve para ver con mayor claridad los problemas que aún debo resolver. Con la escritura también aprendí a ser más paciente.

 

 

Lilia Lardone selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

De “Pequeña Ofelia”

I

 

te veo

madre

a pesar de la bruma

de este día gris

 

no soy yo

no estás

 

son otros los encajes

 

 

II

 

te veo

flotar apenas               pequeña Ofelia

tu corona de nardos va marchita

 

flota

y refulge

entre blancos encajes

 

un leve rosado perturba aún tus labios

y vas a la deriva

hacia un mundo

irrenunciable

 

 

III

 

el neón

a dentelladas

borra

ahora

el color

y el dibujo de tus venas

 

desprende sueños

                           cositas casi vivas

                           esperanzas

 

esa mueca

agujero que habita tus entrañas

deja oír un rugido de pantera

que azuza mi garganta

 

 

IV

 

y la respiración

se hace crujido

de aplastados caracoles

sudores de otra edad

mojan tu frente

el pelo gris      los párpados te mojan

 

llega Israfil     

el ángel de la muerte

a sostener con suavidad tu mano

 

estás sola y uno es el reproche

 

al fin      cuánto has tardado

 

 

V

 

guardaste

un anillo

monedas de otro tiempo

la imagen de una virgen

viejos odios en fotos recortadas       

 

fragmentos de unos diarios

 

(¿entonces me seguías, madre, me seguías?)

 

 

VI

 

qué es la muerte   madre

en qué círculos vas

                                   alejándote

 

por mi aliento trepan las serpientes

los demonios anidan en mi sangre

 

madre  qué es la muerte

 

yo no quiero   

esta vez

acompañarte

 

 

VII

 

mi historia es tuya

madre

nunca más espejo de borrascas

 

sí el misterio mayor:

                       

por qué

no

me soñabas

                                              

 

*                                                                               

           

 

De “diario del río”

 

un gran pájaro negro

inmóvil

bajo el sol de la mañana

 

abre sus alas

las despliega

estira cada pluma hacia la luz

 

ignora mis pasos

mientras lo miro

 

 

*

 

los pensamientos van

atrás

el biguá

rompe el reflejo del sol sobre el río

se hunde en las aguas turbias

aparece con su presa

 

él sabe conseguir

lo que desea

 

 

*

 

ha atrapado un pez

plateado

 

a la distancia veo la lucha

 

el pez se mueve

el pico del gran pájaro negro lo aprisiona

también se mueve el pico

en otro vaivén

 

entre el desamparo del pez

y la certeza del ave

 

el latido de mi corazón

 

*

 

la creciente ha invadido los bordes

marrón

el agua cubre las piedras

menos a una

en el medio del río

 

el pájaro negro la elige

 

conoce

de tormentas

 

 

*

 

después de las heladas

las cañas

parecen lanzas de La Rendición de Breda

 

crecerán en setiembre

nuevos brotes

 

volverán los biguás  los mirlos  las calandrias

el agua subirá

y bajará

y otra vez será invierno

en este río

que no deja de correr 

 

 

 

                       

 

Del libro inédito “En tránsito”

El  Capital

                                   A N. in memoriam                 

 

 

En el Citroën rojo

la plusvalía saltaba

cuando las desnudas piedras del camino serrano

detenían tu voz.

Hablabas de Marx

de Rusia

de un largo viaje en tren

en medio de la nieve

de un samovar

que brindaba el té a los viajeros.

Los vaivenes del relato

acompañaban las curvas

mientras contabas lo que la sociedad

capitalista

podía hacer

con los hombres.

El polvo del camino a veces

enturbiaba

tus palabras.

También el humo de los Particulares 70.

Y entonces tosías

como para demostrar

que el paraíso

no existe.

 

 

                                                                                 

Ruidos     

 

El aceite chisporroteante/ un móvil de madreperlas en la brisa/

la zambullida/ el falso café al estallar/ la llave en la cerradura (cuando espero)/

un moscardón en la siesta de verano/

el primer soplo antes de la tormenta/ el crujido del quebracho quemándose/

una moneda rueda/ hojas secas bajo mis pies/ la bolita cae

sobre las baldosas rojas/

un taconeo en la noche/ los molinos de viento (cuando hay viento)/

el teclear de la máquina de escribir/ susurros en la cama/

sirenas/ el teléfono en la noche/

la respiración jadeante de mamá/ ladridos/ una canilla gotea/ el globo se desinfla/

la pedrea sobre el zinc/ las langostas comiéndolo todo/

un perro rascándose/una voz canta (en esa iglesia de Quito)/

la escoba barre el patio de tierra/ se quiebra el vidrio/ las campanas/

pasan silenciosas las hojas del libro en el silencio de la siesta/

un portazo/

golpes en el techo/

ahí vienen/insaciables/

los recuerdos.

 

 

 

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Córdoba y Buenos Aires, distantes entre sí unos 700 kilómetros, Lilia Lardone y Rolando Revagliatti, 2015.

www.about.me/rrevagliatti

 

Marion Berguenfeld: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

 

 

Marion Berguenfeld nació el 3 de enero de 1962 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, la Argentina. Es Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires, especializada en Literatura Latinoamericana. Es docente, periodista y editora. Ha publicado los poemarios “Las lobas” (Primer Premio de Poesía “Leonor de Córdoba”, en la colección “Daniel Levi” de Ediciones Asociación Cultural Andrómina, España, 2002), “Bruta piedad” (Ediciones del Mono Armado, Buenos Aires, 2004), “Forense. Estación fantasma” (Editorial Piso 12, Buenos Aires, 2007) y “Estrip” (Primer Premio VI Concurso Nacional “Macedonio Fernández” de Poesía, Ediciones Codic, Lomas de Zamora, provincia de Buenos Aires, 2009). Obtuvo además, entre otros, el Primer Premio “Cuentolopos” 2000 de Literatura Infantil y el Primer Premio “aBrace” de Cuento Breve Latinoamericano 2001, en Uruguay. Ejerce la crítica literaria y fue co-conductora del programa radial “Tierra de Poesía”. Integra el Grupo Travesías Poéticas y es co-fundadora de www.ibuk.com.ar. Poemas, cuentos y obras de teatro para niños han sido antologados en varios países. Fue incluida en “Traversées Poétiques. Poètes argentins d’aujourd’hui”, Editorial L’Harmattan, París, Francia, 2011.

 

1 – En “Estrip” asentás el nombre de tu padre, Enrique Berguenfeld, quien además de haber sido poeta fue músico y promotor cultural. Vayamos hacia él, a tu infancia, a tu juventud.

 

          MB – ¿Mi infancia y mi juventud? ¡Fueron caóticas, extrañas! Vengo de una familia de empresarios y comerciantes. A papá le gustaba escribir pero estudió Ciencias Económicas —un par de años— y terminó haciendo bastante dinero en los ‘60. Como su pasión era la música y la vida doméstica lo aburría mucho, el mismo día que yo nací abrió un bar que se llamaba “Reno” en Corrientes y Gurruchaga, donde se realizaban encuentros musicales de jazz, tango, blues… En los ‘70 se enamoró, se fue a vivir a Brasil con una secretaria adolescente y fundó dos fábricas. Mejor dicho, las fundió, porque no supo sostener la riqueza. Corrían los ‘80 cuando creó un grupo mítico, Raíces de América, que apadrinó Mercedes Sosa. Todavía existe y mantiene seguidores en todo Brasil. El propósito era que los brasileños conociesen la música del resto de América. Después trabajó en un mega Centro Cultural, El Memorial de América Latina. Él era director del área musical o algo así y durante décadas llevó al Memorial a los más grandes: Pablo Milanés, Rubén Rada, Peteco Carabajal, León Gieco, Los Olimareños, Silvio Rodríguez, Hugo Fattoruso, Anacrusa, Susana Rinaldi… ¡a los mejores de la época! Su casa era conocida como “lo de Enrique Bergen, el de San Pablo”. Allí, en ocasiones, se alojaron los Quilapayún, Fágner, los Parra, en su cocina comió empanadas e improvisó Chico Buarque. Cuando yo iba a Brasil estaba en ese ambiente, entre músicos, ensayos y giras. A veces, llevada desde acá en el micro que trasladaba a toda una orquesta. Pero la poesía había aparecido en mí mucho antes, cuando todavía no sabía escribir. Siempre tenía canciones en la cabeza. Era una lectora voraz y desordenada. Una nena solitaria, tímida, dolorosamente sensible. Carne de poeta, supongo.

 

2 – No hace tanto, en 2008 y en 2010, firmando, al menos en las tapas, con el nombre “Kirón”, Editorial Emecé-Planeta te publicó los volúmenes “Astroguía del sexo y del amor” y “Almas gemelas”. Hablemos de tu inclinación y de tu formación en astrología, y de lo que te ha deparado como autora.

 

          MB – La astrología me llegó vía el periodismo. Yo me fui de mi casa muy chica, a los diecisiete, tenía que trabajar y lo único que me gustaba era escribir. Así que respondía a toda oferta de trabajo que incluyese redactar algo. Redacté cursos de autoayuda por correo, posters, tarjetas postales, notas, publicidades, folletos, guías y una vez, un curso de astrología para cargar en computadora porque no existía nada de eso en castellano. Me contrató un ingeniero que era astrólogo (creo que vivía en un barco la mayor parte del año). Me daba libros con información astrológica seria y soporífera. Yo tenía que resumirlo y convertirlo en un texto entretenido. Eso fue a mediados de los ‘80. En los ‘90 me tomaron en una editorial de publicaciones femeninas. Era para escribir en “Emanuelle”, una revista que había sido bastante revolucionaria en lo suyo. Pero a la semana exacta me pusieron a dirigir una revista nueva que se llamaba “Agenda Astrológica”. Yo no sabía nada de astrología, estudiaba Letras, escribía poesía, había terminado periodismo…, no me lo tomé muy en serio. Pero contrataron a una astróloga española que era lingüista y a un astrólogo brasileño que era médico y sabían un montón. Se pusieron a explicarme. Me apasioné. La astrología me alucinó. Después estudié formalmente, pero ese primer contacto fue toda una revelación. Y empecé de casualidad a trabajar en “La Nación” como astróloga, y un día una editora de Emecé, Mercedes Güiraldes, me llamó y así nacieron mis libros, los me llevaron a la radio y a la tele. Digamos que pude saborear el gustito de la popularidad, o al menos de la masividad. Algo que los poetas anhelamos pero nunca tendremos. La poesía no es de consumo masivo como la astrología. Nadie te paga por eso. Y en eso reside tal vez su pureza, su encanto.

 

3 - ¿Folletines en el siglo XXI?: sí, sos la autora de dos, “Hermanos de sangre” y “Pasión gitana”, ambos traducidos al portugués.

 

          MB – Fueron libros por encargo. Tal vez el mejor trabajo que tuve: escribir novelas de amor y que me paguen. Fue una iniciativa que duró muy poquito en la Editorial Perfil, se llamaba Colección Primavera. Una amiga y colega, Gabi Ramos, me convocó junto con otras dos o tres periodistas que podían con el desafío. Novelitas entre románticas y eróticas, estilo las “Cincuenta sombras de Grey”. Fue bueno mientras duró.

 

4 – ¿Se representó, fue editada “El plato de morcillas”, tu obra de teatro para niños? ¿Has escrito otras, para niños o adultos?

 

          MB –  Ese proyecto también vino de la mano del periodismo y de otra colega y amiga, Claudia Wright. Dirigía un manual escolar de quinto grado y no tenía obra de teatro para incluir en el capítulo de género dramático. Me llamó y me dijo “es para vos”. Lo hice, la publicaron y ya no recuerdo cómo llego a Uruguay. La representaron tres veces creo, un elenco de chicos. Siempre me atrajo lo infantil. Publiqué cuentos, poesía, canciones, cosas sueltas. Eso sí, estudié mucho sobre literatura de chicos porque me interesa jugar con el discurso. Y si bien me fascina el lenguaje teatral… no es lo mío. Me pasa como con la prosa. Inicié varios proyectos de novela que nunca superaron el segundo capítulo. Y algunos cuentos que “no dan” para libro. Podría escribir guiones de cine, teatro o tele en equipo, en eso sería eficiente, estoy segura. Pero la poesía es mi lenguaje madre.

 

5 – ¿Qué otras revistas has dirigido? En la actualidad, ¿en qué medios te desempeñás?

 

          MB – Estuve básicamente en revistas de autoayuda y de salud. Las tres en las que trabajé más tiempo como directora fueron “Predicciones”, “Sano y Natural” y “Agenda Astrológica”. Dirigí de chica la parte periodística de una agenda educativa y una revista de coleccionismo que se llamaba “Coleccionista”. Escribir, escribí en muchas. Trabajé en “Clarín”, en una sección que se llamaba Arte y Antigüedades, en la revista de dicho diario, en “Lea, revista de libros y cultura”... Pero hace unos años dejé de gitanear, estoy como hace veinte en la revista de “La Nación”, a veces en “Cosmopolitan” y escribo libros.

 

6 – Otra de tus aristas es la de docente de Castellano y Literatura en Bachilleratos Populares.

 

          MB – Yo empecé a militar muy chica en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Ingresé con doce recién cumplidos porque empecé la primaria a los cinco —me falsificaron el documento para hacerme entrar antes—. Me deslumbró ese clima de Universidad. Yo venía de un colegio privado inglés que detestaba. En primer año fui una estudiante modelo pero en segundo, a los trece, cambié. Empecé a leer a Marx y a Freud al mismo tiempo, estaba en todas las protestas, llegaba tarde a casa, me rateaba. El golpe militar me mató la adolescencia. Desaparecieron amigos. Entre ellos Malena Gallardo, la más joven del Colegio. Tenía quince años. Milité durante todo el Proceso. Pero cuando subió Alfonsín dejé eso atrás. Estuve con una especie de largo estrés postraumático. Cuando conocí a Ramón, mi marido, que es delegado y un luchador de alma, empecé despacito a salir del letargo. Claro que no tengo la fuerza de entonces. Pero en el Bachillerato estoy con compañeros y compañeras más jóvenes que sí tienen toda esa frescura, esa determinación. Lo mismo que mi hija Lena, que tiene dieciséis, y va a las marchas, está en las tomas, se apasiona… Como la literatura es lo mío, trato de militar desde ahí. Desde la educación. Popular porque enseñamos a trabajadores. Gente que está desprotegida frente a un sistema social que los excluye. Es como la película “Matrix”. Primero tenés que despertarte y descubrir que te vendieron una ilusión. Recién después, cuando entiendas que el sistema te narcotiza para chuparte la sangre, tal vez puedas liberarte… un poquito. Me encanta enseñar literatura pero no como algo vacío sino como herramienta de liberación. Porque eso es el arte, una ventana, una puerta, un caballo que te lleva lejos.

 

7 – Asentamos ya el enlace que conduce a la biblioteca de poesía virtual, pública y gratuita que fundaste con el poeta Ramón Fanelli. 

 

          MB – Esa es tal vez otra apuesta ideológica fuerte. Descubrimos que en Argentina no existe ninguna biblioteca de poesía. Yo hice un curso de bibliotecas comunitarias y cuando íbamos con el grupo de visita a la Biblioteca Nacional, a la del Maestro, a la del Congreso…, siempre buscaba al menos un sector enteramente dedicado a la poesía, pero… nada. No había ¿Qué va a ser de nuestra generación de poetas si no se conserva su obra?, nos preguntábamos. Libros sublimes con tiradas mínimas que nadie podía ya encontrar. Pensamos en armar una biblioteca en casa pero no teníamos espacio. Entonces empezó a crecer la idea de un espacio virtual. Ramón entiende muchísimo de tecnología, de lenguaje digital, tiene su www.paginadepoesia.com.ar con miles y miles de contactos. Eso facilitó el camino. Diseñamos el proyecto entre los dos. Fuimos pidiendo los libros, la autorización de los autores o de sus herederos. Hicimos como cincuenta libros igualitos a los de papel y lo lanzamos al ciberespacio. Esos libros están vivos. En un año lo visitaron seis mil personas. Es como militar de poeta. Llevar al mundo lo mejor de un lenguaje que es revolucionario de por sí. Por ahora nuestro plan es seguir incorporando títulos. Estamos preparando, por ejemplo, la poesía completa de Walter Adet (1931-1992), el gran poeta salteño. Y los que ya están son todos maravillosos, especiales. Difundir la obra de otros me resulta tan importante como escribir lo mío. Porque fíjate qué perverso es el sistema: tira a la basura a nuestros mejores artistas, los silencia, los ignora, a la vez que produce toneladas y toneladas de discurso basura. Hay que dar vuelta la ecuación, difundir lo mejor de la producción humana, hacer de la poesía un antídoto, de eso se trata.

 

8 - ¿Tenés por allí un libro que estás preparando, al que calificaste el año pasado como “raro” y que se titularía “Umbra”?

 

          MB – Raro en mi producción. De algún modo cuenta una historia. Y tiene un aire de película de misterio. Pero no puedo decir mucho más porque me falta distancia con mi propia producción, es demasiado reciente...

 

9 – “Las lobas” apareció firmado por Karina Marión Berguenfeld. Pero ya en “Bruta piedad” (el título es un hallazgo, una piedra preciosa, opino) no sólo “voló” tu primer nombre sino que con él se fue la tilde de Marión (que inclusive suprimió Jorge Ariel Madrazo en su epílogo en la contratapa). Marión, a un septuagenario como yo le resuena sobre todo por ser el título de un tango —letra y música— del prestigioso Luis Rubinstein. Verifiqué que es de origen hebreo y variante de María, la elegida de Dios, y el nombre de una isla deshabitada que pertenece a Sudáfrica. ¿Qué te fue pasando con tus nombres, cómo te fuiste acercando a tus dos decisiones, Marion sin tilde?

 

          MB – En eso mi historia es bastante inusual. Como periodista, a veces, debí usar  seudónimos y siempre jugué con mis verdaderos nombres. Por ejemplo, en “Clarín” redacté notas durante varios años en una sección que se llamaba "Arte y Antigüedades" y como no estaba “en blanco” me intimaron a usar un seudónimo, y elegí Karina Kurz, porque Kurz es el apellido de mamá. Cuando empecé a publicar horóscopos en “La Nación” tenía un contrato de exclusividad con otra editorial, así que elegí Kirón, por Karina Marión, y además porque es un nombre de mucho peso en astrología. En otra ocasión me encargaron las novelitas de amor que firmé como Marion McKena. En cuanto a dejar de ser Karina y pasar a ser Marion... Karina es el nombre que me eligió mamá y Marion, mi segundo nombre, lo eligió papá. Como el poeta era él... Y además Karina Marion es muy largo. El acento no sé bien cuándo ni por qué se perdió.

 

10 – Comparto con vos y nuestros lectores unas líneas de un mismo párrafo de la novela “El corazón de las tinieblas” de Joseph Conrad, la que confieso, estoy leyendo por primera vez: “Hay un toque de muerte, un sabor de mortalidad en las mentiras, que es exactamente lo que más odio y detesto en el mundo. Me hace sentirme desdichado y enfermo, como si hubiera tragado algo podrido.” Y luego: “Tengo la sensación del sueño, esa mezcla de absurdo, sorpresa y aturdimiento en un temblor de rebelión agónica, esa sensación de ser capturado por lo increíble, que constituye la esencia de los sueños…” Las mentiras y los sueños. ¿Qué te pasa a vos con ellos, qué te ha ido pasando con ellos —autora del poema “Sueños de loba”— desde aquella etapa de dos países, dos músicas, dos lenguas?

 

          MB – Yo vivo como dormida, volada, en un cierto estado de irrealidad que me suele angustiar. La vida diurna me resulta espesa, como una telaraña muy pesada que me rodea, haga lo que haga. Por eso me gusta nadar y dormir, me siento más liviana. La mentira es algo que me asusta. Yo suelo ser bastante brutal con eso de la franqueza, aunque a esta altura de mi vida aprendí a callarme, a no decir, a omitir más que mentir. Pero la mentira ajena me aterra porque no siempre la reconozco y sufrí enormemente pequeños y grandes engaños. La mentira me ha herido de muerte, llevo sus cicatrices.

 

11 – Acabo de referirme al extraordinario novelista nacido en Ucrania en 1857, al que tantos reverenciamos. ¿Las poéticas de qué narradores preferís?

 

         MB – Las del boom latinoamericano, el realismo mágico de García Márquez, de Alejo Carpentier, de Miguel Ángel Asturias, de Juan Rulfo, de Julio Cortázar, de Jorge Amado. Ellos me hablan en mi idioma.

 

12 - ¿Qué importancia le atribuís a los premios literarios en tu… carrera?

 

          MB – Me dieron ánimo para leer en público, algo a lo que le tenía terror; y a seguir escribiendo.

 

13 - Como dijo William James, el hermano del gran Henri James: “Un gran número de personas piensan que están pensando, cuando no hacen más que reordenar sus prejuicios.” ¿Compartirías con nosotros alguna sentencia o algo así, que te parezca fenomenal por lo contundente?

 

          MB – No se me ocurre ninguna ahora mismo, pero esa cita de James me parece buenísima: pensar es romper con las ideas preconcebidas, con modos de vida pret a porter.

 

14 - ¿Cuál sería tu “mayor secreto mejor guardado”, como para de un plumazo, Marion, compartirlo con millones —o acaso, sólo miles— de lectores…?

 

          MB – No tengo ninguno pero podría compartir una idea: no existe el control, no controlamos nada, hay que dejarse ir...

 

15 - ¿Solés estar en desacuerdo con vos misma?

 

          MB - Soy muy contra. Me encanta tratar de mirar las dos caras de la moneda al mismo tiempo.

 

 

Marion Berguenfeld selecciona seis poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

 

novicia

 

soy la menor del asilo

por eso duermo atada

y me ensucio los pies

tengo múltiples madres

que van muriendo en línea

a medida que rezo

 

soy la gata

que entierra en el jardín

los trapos que se roba

 

(para no dejar huella

las anunciadas

me arrancaron las uñas)

 

vendadas

mis manos alzarán

un reino paralelo al del convento.

                                                                                          (Inédito)

 

 

 

Cara de ángel

 

Lo mató el calor dijo la hembrita

ya sin abanicar al verdugo.


Sola en el mundo en la noche

baila

agradece al verano

que lo cocinó en sus arterias.


De calor.


Un vegetal azul

carnoso

dulcemente podrido.


Sangre con sangre

el suelo terracota de la casa.


Huérfana baila de sorpresa

de miedo

fuerte lo toca

para que el fantasma salga pronto.


Juega con su muerto la hembrita

pone barro

piedra

hormigas que coman

coman

como ella tantas noches.

 

Ahora que nadie nos ve.

                                                                                 (de “Forense. Estación fantasma”)

 

 

marilyn blues


fui creada para el asedio y la maravilla

tengo una carne tan dulce

que ni siquiera se puede morder

porque ni bien me besan

soy azúcar

alcohol

un plañido que no se consuela


para el asedio me hicieron una noche de llena

y demasiado pronto

me pusieron al frío del amanecer

presa en la torre alta de un cuerpo

descontrolado

supe los milagros del amor apenas por reflejo

 

he dormido con armadura

desde el inicio de mis días activos

pude con los cachorros que me crecieron

y el arte de jugar

pero sola permanecí, guardada, intacta

de una pureza que ni yo misma comprendo


nadie dejó marca en esta arena ondeada

donde sigo descalza

y te llamo

y estoy.

                                                                                     (de “Estrip”)

 

 

 

arsénico

 

¿mirar o que te miren?

preguntó

 

litros de ron cubano

recostado en mi alfombra

 

cargó la magnum

 

tu nena mala dije

y puse jazz

 

quedó seco

los ojos como platos

a mitad del estrip.

                                                         (de “Estrip”)

 

 

Caronte


Pido para mi muerte un esclavo de azul.


Él me llevará por la huesería

a brazadas de oso el río espeso

alejará las calaveras

que muerden los pies del recién caído.


Un hombre.


Nadará por mí.

No se atreverán con su durísima carne

las tortugas lentas de los islotes.


Transitar los castigos

las gracias de esta vida.

Tanta materia agitada.


Lo pido azul hecho de río.


Que por los peligros de la muerte

me lleve me deje dormir.

                                                                                     (de “Forense. Estación fantasma”)

 

 

 

la novia de los veleros

 

las viudas han bajado al mar

se van los barcos

no llevan velo

pero el pueblo es piadoso

 

llegaron juntas y de a una se irán

abandonando en el muelle

a la viuda novicia

la novia de los veleros

 

de ella naceré

de ella y de un varón que vendía corales

y tenía en la nuca un ojo místico

 

seré su niña viuda

con redes y anzuelos jugaré

con la rueda del temporal

porque he nacido extraña

igual a tantas huérfanas de marino

 

sal en la sangre

 

después me encerrarán

harán muñecas de tela

dulces que no probaré

 

mientras dure la fiebre

y yo camine sonámbula

hacia los barcos.

                                                                        (Inédito)

 

 

 

*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la Argentina, Marion Berguenfeld y Rolando Revagliatti, mayo 2015.

www.about.me/rrevagliatti

 

Marion Berguenfeld lee el poema "Desnuda en la tienda" de María Teresa Andruetto durante la presentación de la antología de poetas argentinos "Travesías poéticas" edición bilingüe (español-francés) coordinada por Nicole Barrièree (Francia) y José Muchnik (Argentina)

                       Irma Verolín: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

 

Irma Verolín nació el 8 de diciembre de 1953 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, la Argentina. Estudió Letras en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y en grupos de estudio particulares. Entre otros, obtuvo el Primer Premio Municipal “Eduardo Mallea” (por su novela inédita “La mujer invisible”), el Primer Premio Internacional “Horacio Silvestre Quiroga”, el Primer Premio Internacional de Puerto Rico Fundación Luis Palés Matos. Ha sido traducida al inglés y al alemán. Es autora de ensayos literarios y de artículos concernientes a su condición de Maestra de Magnified Healing y de Reiki. Ha publicado los libros de cuentos “Hay una nena que gira” (Premio Fondo Nacional de las Artes 1987), “La escalera en el patio gris” (Primer Premio de Encuentro de Escritores Patagónicos), “Una luz que encandila” (Premio Ciudad de El Colorado, provincia de Formosa, 2010) y “Una foto de Einstein tocando el violín” (Primer Premio IX Concurso Nacional “Macedonio Fernández”); las novelas “El puño del tiempo” (Premio Emecé 1993-1994) y “El camino de los viajeros” (Primer Premio Internacional de Novela Mercosur, Ediciones UNL, 2012); el poemario “De madrugada” (Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2014). Es también autora de literatura infanto-juvenil: “La gata sobre el teclado”, “La lluvia sobre el mundo”, “La fantástica familia Fursatti”, “El misterio del loro”, “El ferretero del tornillo perdido”, etc. Por su libro“Los días” (inédito en proceso de edición )obtuvo el Primer Premio de Poesía de la Fundación Victoria Ocampo  “Horacio Armani”  2014). Su quehacer ha sido incluido en antologías nacionales (citamos “Mi madre sobre todo”, compilada por Marta Ortiz y Gloria Lenardón, Editorial Fundación Ross, 2010) y extranjeras. Administra http://www.suryalotoreiki.blogspot.com/ y http://espiraldesaraswati.blogspot.com/

 

 

1 - ¿Marcamos un perfil?

 

          IV - Con respecto a mi vida yo diría que está caracterizada por cambios abruptos. Y en esos cambios están los viajes, los traslados. Apenas nazco mi padre me lleva a Rosario donde reside la familia paterna con la excusa de bautizarme. A partir de entonces volveré muchas veces a Rosario. Cuando se produce la epidemia de poliomielitis mi madre me deja con mi abuela y ahí aprendo a caminar. Luego mi padre, que era militar, es castigado por Perón. Cosa curiosa, mi padre no era para nada antiperonista, ni siquiera quería ser militar, pero siguió el mandato de mi abuelo y creo que eso lo mató a los 38 años, el sometimiento. Él decía que un militar no tenía que estar al servicio de la política y los políticos, se declaraba en contra de los golpes de estado; lo que ocurrió durante el peronismo fue que se opuso a que los soldados cantaran la marcha peronista en vez del himno nacional. El castigo terminó siendo lo mejor que le sucedió, porque en su exilio interno en Tartagal, provincia de Salta, trabajó con los indios chiriguanos y allí logró aplicar su sentido del servicio. Mi padre no tenía una visión muy vanguardista de la política, simplemente pertenecía a la vieja escuela sanmartiniana, privilegiaba la decencia, y veía que los oficiales hacían negociados, que vivían por encima de su sueldo y eso no lo podía admitir. De entre los chicos, éramos los más sencillamente vestidos. Tampoco él provenía  de una familia patricia; pudo estudiar en el Colegio Militar porque fue becado, mi abuelo no podía costear todos los gastos. Era ridículo que pensara que los militares no hicieran golpes de estado porque en realidad siempre estuvieron al servicio de la clase dominante. Eso mi padre no lo veía, pero sí la corrupción, por lo que decidió irse del ejército. Y se compró una camioneta para traer mercadería desde la provincia de Mendoza. Pero se enfermó y murió. Recuerdo que nos llevaba a mi hermano menor y a mí a las villas a jugar con los chicos los domingos, creo que esto le quedó de su trabajo con los indios. Algo había en él porque quería que tuviéramos una conciencia distinta a la del medio que nos rodeaba. Se opuso a que asistiéramos a una escuela religiosa, no era creyente, así que mi hermano y yo fuimos a la escuela pública. Siendo muy niña estuve en Tartagal con los indios. Lo sé porque hay fotos. Mi padre no tenía conciencia política pero sí sensibilidad social, no podía durar en el ejército y, de haber vivido, hubiera formado parte del grupo opositor al llamado Proceso de Reorganización Nacional. Murió cuando yo tenía ocho años, en 1962. Tres años antes había muerto mi madre. Me crié con tres hermanos más, dos de ellos adolescentes, hijos del primer matrimonio de mi madre viuda. Cuando mi madre enferma de cáncer, nos reparten a todos los hermanos. Yo voy con mis abuelos paternos y con mi tío, hermano de mi padre, entonces soltero, que luego fue actor [Leopoldo Verona, 1931-1994], un actor conocido del elenco estable del Teatro Municipal General San Martín, y que durante el Proceso fue secretario en la Asociación Argentina de Actores, estuvo en la lista negra, sufrió persecuciones, militó  de joven en el partido comunista y después adhirió a la propuesta de Raúl Alfonsín. Allí con mis abuelos empiezo el preescolar y vivo de espaldas a lo que sucede. Cuando vuelvo a la casa, mi madre ya no está, mis hermanos mayores tampoco. Se recompone la familia con mi padre, mi hermanito menor, y vienen mis abuelos y mi tío a vivir en la casa. No vuelvo a  tener verdadero contacto con mis hermanos mayores hasta pasados mis veinte años. Nos habían informado que estaban muertos. A escondidas vi a mi hermana a los trece años. Y a los quince. Lo que marcó un hecho importante es el contacto con mi tío actor, quien se pone de novio con la actriz Dora Prince [1930-2015] y ellos me llevan al teatro, son amigos de María Elena Walsh, la tana Rinaldi, Alfredo Alcón, y entonces en ese barrio, que no era un barrio elegante sino un barrio de tango, yo descubro la literatura pero a través de sus voces. Vienen a ensayar algunos actores que luego conformarían el grupo Stivel, entre ellos recuerdo a Alicia Berdaxagar con el negro Carlos Carela. Un mundo se abre para mí, mi tía me pide que le tome la letra que está estudiando para una obra que va a estrenar. Así, sin querer, comienzo a leer a los ocho años a Ibsen, Chejov, García Lorca. Vivo en un barrio modesto con sentido de pertenencia, con vecinos que son como parientes, pero viajo al centro de la mano de mis tíos al teatro San Martín, al Cervantes, a los más importantes teatros donde ellos trabajaban. Fallecieron hace muy poco: fue muy duro para mí.

 

          Lo otro que marca mi vida es salir del colegio de monjas donde hice el secundario por iniciativa de  mi abuela para ir a Filosofía y Letras a principios de los setenta, ese viaje como en la película argentina “Mirta, de Liniers a Estambul” [dirigida por Jorge Coscia y Guillermo Saura], en el colectivo 109. Transité los setenta a pleno, política y culturalmente. Después, ya sabemos. Vivo sola y ya me perfilo como una mujer sola, pero a los 29 años conozco en Jujuy, durante unas vacaciones, a un “médico de frontera” que vive en la provincia de Misiones, en el límite con el Brasil y me voy con él. Ése ha sido para mí el gran viaje. Escribí después en los noventa la novela “El camino de los viajeros”, que relata  una parte de esa experiencia y que me hizo ganar quince mil dólares con un premio que me ayudó a mudarme de casa. Ahí me conecto con los indios guaraníes. No me voy a olvidar nunca lo que sentí la primera vez que fuimos desde el pueblito perdido en el que vivíamos a la aldea guaraní (un proyecto subvencionado por los alemanes). Oscar, mi pareja, se convirtió en el médico que debió aprender a hacer medicina alopática escuchando su tradición en sanación. Podía prescribir un antibiótico según el caso pero respetaba su práctica de medicina ancestral. Ahora debo decir que en secreto le daba las pastillas anticonceptivas a la esposa del Paí. Participé a la mañana y al atardecer en el saludo al sol. Pocas veces la energía fue tan intensa en su manera de transmutarse. Bueno, lo fue con Sai Baba y en ciertas ceremonias en las que participé. Pero aquí se le sumaba la energía medioambiental de la naturaleza en aquel espacio no contaminado por la civilización. Como se dieron cuenta de que yo los quería mucho me bautizaron con un nombre en su lengua: Pará Reté Mirí. Oscar obtiene una beca para estudiar sanitarismo y viajamos a la ciudad de Córdoba. Allí residimos un año. Ese año fue decisivo, dejé la poesía y me convertí en narradora, participé en el grupo Homero Manzi, que intentaba entroncar la llamada alta cultura con la cultura popular. Hice un taller de narrativa todo el año en la Sociedad Argentina de Escritores. Me separo de Oscar y vuelvo a Buenos Aires. Mi contacto con Misiones continúa. Viajo también a Corrientes y a Santa Fe, provincias que me mantuvieron ligada con el litoral. Cuando publico mi primer libro viajo a presentarlo a Santa Fe. Como en Buenos Aires, es Libertad Demitrópulos la que se ocupa de eso, así que viajamos ella, Joaquín Giannuzzi y yo. Atesoro ese recuerdo. Después viene mi quiebre a los treinta y cinco años, debo recuperarme y así llega casi milagrosamente el viaje a la India. Me hice vegetariana primero y fue tan natural, desde chica había rechazado comer carne. Desde 1990 que no como carne y eso ayuda mucho en la meditación. Todo es antes y después de ese viaje a la India. 

 

2 – Otro mundo.

 

          IV - Y sí, yo tengo otro mundo que he ido enlazando con lo literario hasta cierto punto, pero que de algún modo siguió un camino paralelo sin ensartarse completamente. Debido a que desarrollo una práctica privada, personal, fuera de mis artículos sobre calidad de vida, no hay material visible. Justamente hace un momento, hablando con el poeta Luis Bacigalupo, decíamos de lo intransferible de estas experiencias interiores. Qué otra cosa más que fotos, mis diplomas de maestra en Reiki o Magnified Healing o de todos los otros cursos que hice puedo dar como testimonio palpable. Trasmitirlo, ahora, me sirve como espejo a mí, escribir siempre crea espejos que nos resultan útiles. 

 

          Me acuerdo que en un reportaje que me hizo la poeta Susana Villalba para el diario “La Prensa”, yo le hablé de esta búsqueda y ella me dijo: “En tu literatura no se ve lo espiritual.” Y es cierto, en la narrativa yo no lo expreso ni siquiera como un ángulo de mirada. Sospecho que debe estar subyacente. En los años que escribí para chicos y publiqué bastante y en editoriales importantes e incluso gané dinero, pensé que la literatura infantil me iba a permitir transmitir el sistema de valores humanos del hinduismo. Algo hice, en la actualidad publico poco y nada para chicos. Obtuve una primera mención en un concurso de ensayo en ALIJA (Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de la Argentina) sobre literatura infantil, basado en este esquema. No sé si ahora con la poesía lograré que estos mundos se enlacen más. En realidad, estos dos mundos son por un lado la literatura, la palabra escrita en sus distintas variantes, por supuesto, y por otro la búsqueda de comprensión sobre la vida que se podría llamar “espiritual”, pero ese es ya un término antiguo, mejor es llamarlo “autoconocimiento”, incluye los últimos  hallazgos científicos, roza la filosofía pero abarca otras zonas, como las de la autosanación.Situarlo en la frontera de lo espiritual, o sea arrinconarlo fuera del espacio del mundo, es también una antigüedad, porque los avances en física nos demuestran que aquello que las religiones tradicionales codificaron con el objeto de darle elementos a la gente para vivir más allá de lo rudimentario, tiene hoy su explicación en la ciencia, por lo que la humanidad va hacia la unificación de las religiones, en tanto sistemas operativos de las distintas culturas, para comprender eso no tan visible pero existente. Ahora, que ciertas religiones hayan utilizado su saber para dominar a la gente y obtener poder mundano es otra cuestión que no invalida la verdad de lo que sostenían. Este camino que yo emprendí no es precisamente un camino religioso, aunque “religión” significa “religar”, unir lo que está separado. En Occidente, la manera de entender el mundo siempre se ha basado en la división, la separación, la lucha. Yo encontré una mirada nueva desde la visión hinduista que no es una religión sino una cosmovisión, de allí que Gandhi pudiera aplicar todo ese conocimiento para vencer al imperio más grande de su tiempo: el inglés; por eso asocio a Gandhi con el Che Guevara, la fuerza de la propia convicción por encima del poder económico demuestra que hay algo más fuerte que lo material. Estando en La Habana, en el Museo de la Revolución, en el año 2000, me sorprendí escuchando un discurso que en primera instancia me pareció que lo estaba dando Gandhi; pensé: “Tradujeron a Gandhi”. Luego miré: salía de un televisor. Era el Che. Su concepto del hombre nuevo no está nada distante del pensamiento de Gandhi. Fui hilando y trabajando este pensamiento integrador entre Oriente y Occidente y aplicándolo a mi necesidad de comprender lo que me ocurría como persona. El siglo XXI, como ya lo estamos percibiendo, es el de integración de lo diverso, de lo diferente, las nuevas leyes en nuestro país dan cuenta de eso. Ya no se trata de escoger esto en vez de aquello, sino de combinar cosas que parecían insolubles, ¿no? Cuando en los ochenta Nacha Guevara regresó del exilio planteando algo parecido, fui una de las primeras que equivocadamentela acusó de burguesa. Claro, yo basaba mi esquema en la visión marxista y en el psicoanálisis, pertenezco a la llamada generación psicobolche. Pero luego la vida me planteó una gran escisión, y de estar abocada a la literatura empecé a interesarme en todo esto. Llegué incluso a pensar en abandonar la literatura, cosa que finalmente hice entre los años 2001 y 2009; fueron años de lectura, profundización, y de servicio. Me llevó un tiempo comprender que trabajar el camino interior no está reñido con una visión política. Se ve claro, por ejemplo, en la cuestión del eco sistema y la actitud de Estados Unidos, que siempre es perversa. Pequeños grupos de personas que estaban en un camino de búsqueda interior en Estados Unidos comenzaron a no trabajar tanto, con lo que dejó de responder al modelo requerido de ser un consumidor, romperse el alma como un burro y enfermarse para comprar cosas con el objeto de que el sistema se perpetúe. La suma de conductas como estas redunda en un cuestionamiento social. Lo individual es social, afecta la totalidad. No es fácil compartir esta experiencia. Comencé con la meditación que es una práctica muy común en la India y que consiste en superar la dualidad de la mente; cuando se la efectúa con constancia se aprende a detectar interiormente aquello que está oculto. El trabajo sobre la mente es el gran aporte de la India al mundo, lo vienen estudiando desde hace milenios. Una mente escindida es una mente manejable desde afuera. Me contaron amigos que fueron presos políticos, que era común en la cárcel que viniera un guardia y les diera una orden, y luego pasaba otro o el mismo y les daba la orden contraria. Es la táctica del policía bueno y el policía malo: eso debilita a la persona porque la aleja de su sentido de unidad, así se convierte en manipulable. Lo que Gandhi hacía con los ayunos y las meditaciones era conectarse con la voluntad colectiva desde adentro. Los guaraníes que conocí en Misiones tienen sus rituales y lo hacen a través del sonido. Por eso no atentan contra la naturaleza, porque su sentido de unidad viene de una práctica profunda y cotidiana. En una época aprendí calendario maya y ese aprendizaje fue revelador para mí. Los mayas consideraban que el tiempo es arte y no dinero, como dicen los yanquis, su concepto del tiempo estaba ligado al de la autotranformación como personas. Conectarse con el ser interno es una tarea como cualquier otra. Requiere trabajo diario, ejercitación, voluntad, soportar perderse en el error y volver a intentarlo.

 

           Como ya dije, esta búsqueda mía comenzó cuando yo tenía treinta y cinco años, tuve un quiebre muy profundo a nivel de salud y debí encarar un nuevo programa de vida. Lo que más me costaba era la idea de Dios. Pero claro, no era el Dios patriarcal y represor sino un poder superior; convivir con esa idea del poder superior fue un trabajo arduo, un poder superior, por ejemplo, es la climatología, la influencia de los astros o el tránsito de la ciudad. Es curioso, porque mi madre  murió cuando tenía treinta y cinco años, y desde una visión freudiana se puede opinar mucho al respecto. Siempre estamos haciendo espejo con las figuras paterna y materna. De algún modo yo morí —o una parte mía— y cambié, como se dice comúnmente ahora, el paradigma o sistema de valores. Pero esto no implica dejar de pensar políticamente el mundo, se puede ser antimperialista y hacer prácticas de meditación u otras de armonización interna. Esa división entre lo espiritual y lo material ya  es arcaica, porque lo cuántico nos demuestra que la onda (sonido, por ejemplo) se convierte en partícula (materia) y viceversa, de manera que lo menos tangible o espiritual es una continuidad de este mundo cotidiano. Para la visión hindú, Dios es materia y energía a la vez. La idea de la divinidad no está separada de la creación, en este sentido la naturaleza es divina, y en eso tiene puntos en común con la visión de los pueblos originarios de América. El escritor Adolfo Colombres antes de que yo comenzara esta búsqueda solía bromear con que yo era medio guaranítica. Y con respecto a este “antes”, podría decir que desde chica había vivido experiencias que no tenían explicación y que fueron sepultadas por la visión de la ideología. Lo cierto es que luego de una serie de sueños anticipatorios voy a la India y allí estoy tres meses en un ashram. La experiencia fue absolutamente transformadora. Dejé el psicoanálisis y comencé a ahondar en esta línea a través de lecturas y prácticas. En el ashram en el que estuve se abordan los procesos interiores tomando al mundo circundante como una expresión de la propia conciencia, como una materialización o plasmación de nuestro mundo. En realidad los humanos seguimos la ley de los planetas y estrellas del cosmos, tenemos nuestra propia fuerza de gravedad y atraemos o repelemos según nuestro estado vibracional. La vibración afecta a los átomos y altera la forma en que los electrones giran alrededor del núcleo. Todo está hecho de átomos y cambia constantemente. Es el estado de nuestra mente la que modifica la amplitud de onda de las vibraciones. Así que trabajar la mente es decisivo. Volviendo al ashram de la India, se puede afirmar que el trabajo en el ashram no era muy diferente a una sesión con el psicólogo. Se comprende que es así su forma de funcionamiento. En vez de la palabra del psicólogo como interpretación que permite contrastar, se toma la respuesta del afuera a modo de interpretación. Lo sorprendente era ver lo que le ocurría a los otros también.

 

          Cuando volví de la India viajé con asiduidad a San Marcos Sierra, en nuestra provincia de Córdoba, donde hay un centro energético de la tierra muy importante. Y en cada viaje advertí transformaciones interiores. Luego comienzo a practicar Reiki, que es una técnica de armonización energética de origen japonés. Fui haciendo los distintos niveles; lo significativo es que entre nivel y nivel estuve siete años trabajando. Actualmente soy maestra de Reiki y he iniciado a varias personas. Pero no me dedico a eso. Mediante esta técnica de sanación, que parte de una visión chamánica en Japón que también se entronca con la cosmovisión de nuestros pueblos originarios, es posible desatar nudos, abrir caminos, dispersar sombras. Durante veinte años hice sanaciones a través del Reiki que me modificaron muchísimo. Pero ahora suspendí, tengo la sensación de que esa etapa se ha cumplido. Trabajando con la energía de otras personas, incluidos mis abuelos que murieron tan ancianos, se comprende al otro sin palabras, se capta a la otra persona en lo profundo; esta experiencia es, por supuesto, intransferible. Suele suceder frecuentemente que luego de una sesión de Reiki se descubra que tanto el receptor de Reiki como el canal, en este caso yo, han  visualizado las mismas imágenes. Así  se puede experimentar que no existe separación entre una persona y otra, como no hay separación entre nosotros y la naturaleza. En las sesiones de Reiki se siente profundamente la compasión que es una clave para cambiar el mundo.

 

          A lo largo de estos años, desde 1989, fui pasando por distintas etapas. Lo último que comencé a practicar fue el canto védico en idioma sánscrito. Se entonan grupalmente plegarias que tienen miles de años de ser transmitidas oralmente, la vibración del sonido, como ya dije, modifica  la onda vibratoria que describen los electrones que giran dentro de cada átomo y que componen las células. Es impresionante lo que puede aprenderse trabajando con el sonido. También está el conocimiento teórico. En realidad este camino se divide en cinco partes o cinco opciones posibles, es el llamado Sanatana Dharma: una es el Hatha Yoga, que es la más conocida en Occidente, el Karma Yoga, el Raja Yoga y Jñana Yoga, además del Bhakti Yoga. El más difundido en Occidente es el Hatha Yoga, que emplea el cuerpo como vehículo para el conocimiento. El Karma Yoga es el de la Madre Teresa, una militancia, una acción concreta en el mundo para transformar el mundo transformándose internamente como procesos simultáneos, y tampoco es inocuo aunque lo haya practicado una monja flaquita que apenas podía sostener una vela. El Jñana Yoga es un camino a través de lectura de los textos sagrados, el Raja Yoga está ligado a la meditación y el Bhakti a la adoración de esa perspectiva superior y trabaja con imágenes representativas y con sonidos. Es sencillo corroborar la correspondencia entre el hinduismo y los pueblos originarios de América en la  manera en que utilizan las imágenes de animales como representaciones de fuerzas o energías. Sería largo y complicado explicar  de qué forma las palabras son puertas de conexión con otros planos, con otras dimensiones según esta cosmovisión.

 

          El Reiki ha sido un servicio porque nunca cobré un peso en veinte años. Ni siquiera cuando iniciaba, que se cobra mucho, y no lo hice por una cuestión personal. Una sesión de Reiki me lleva dos horas como mínimo, incluyo piedras o gemas, se transmuta mucho la energía. Hay que hacer una limpieza energética de la habitación también. Esto sólo se puede comprender a través de la vivencia. Esa es la cuestión de este camino de aprendizaje, que racionalizarlo no sirve de nada. Actualmente estoy trabajando con una línea terapéutica creada por Bert Hellinger llamado “Constelaciones Familiares”, que se vincula por un lado con la memoria celular y por otro con los aportes del biólogo Rupert Sheldrake. Para continuar hablando de estos temas reconozco que hay  tantas aristas y ramificaciones en esto que no sé qué escoger. Quizá habría que hablar del ego y de los valores humanos. Los valores humanos se apoyan en cinco elementos, del cual derivan un montón de valores subsidiarios de estos. Son Verdad. Rectitud. Paz, Amor y No Violencia. En sánscrito, Sathya, Dharma, Shanti, Prema y Ahimsa. Este último fue de lo que partió Gandhi para crear el sistema que le permitió alcanzar la independencia de la India: el Satyagraha. Parece anecdótico, pero cuando se profundiza es tan clarificador. De la verdad se desprende el valor de la coherencia y de ahí lo fundamental: no mentir, no transgredir la ley social, tener unidad como persona. El tema del ego es muy vasto. En realidad en Occidente se asocia la persona con la personalidad y se ha hecho un culto de eso desde el Renacimiento. Para mí cambió el concepto de persona, la persona importa por sus valores, por su capacidad de autosuperación y de ayudar al otro a mejorar el mundo. La conciencia del mundo resulta de la suma de conciencias individuales. La idea es trabajar desde adentro hacia fuera. Reconocerse como persona para reconocer al otro. Y el servicio es fundamental. Actualmente prevalece la identificación de la persona con su rol social, con aquello que hace para ganarse el sustento, pero eso no es la persona, en la era moderna la estirpe o prosapia fue reemplazada por el dinero, ahora existen también formas equivalentes a la prosapia y el dinero como el prestigio, pero también es una falsa identidad. Competir es una tontería; Gandhi decía: “Competencia es violencia”, todo  el sistema gandhiano se basaba en la no violencia, que ha sido mal traducido en Occidente como “resistencia pasiva”. No hay nada pasivo en este modo de operar, lo que pasa  es que para Occidente la acción está asociada con el cuerpo. Cuando volví de la India dije que tuve que irme a la India porque en América masacraron a los pueblos originarios, este saber estaba aquí cuando llegaron los españoles. Y todavía sigue estando. Afortunadamente en Latinoamérica estamos  siendo testigos de una revalorización de los chamanes que se integran a esta búsqueda. Cuando algo tiene verdad se expresa en otro paradigma o en otra cultura de la misma forma.

 

3 - ¿Así que solés “hacer apuntes cuando leo un libro de ficción, generalmente con lápiz en la primera página en blanco”?, descubro recorriendo tu blog literario. ¿Solés hacer apuntes cuando leés libros de otros géneros? ¿Qué te llevó a elegir “Espiral de Saraswati” para nombrar ese blog?

 

          IV – Tengo algo parecido a la fiebre de grabar, dejar testimonio, en realidad lo escribo todo, me escribo constantemente. La falta de memoria o mi natural dispersión me inducen también a eso. Pero fundamentalmente busco darle forma a lo que se me escapa. Antes llenaba fichas, de esas de cartón con letra manuscrita (tengo una sobre el “Curso General de Lingüística” de Ferdinand de Saussure guardada) y todavía lo hago, aunque prefiero abrir words en la PC. Para preparar una reseña o ensayo, esas anotaciones en lápizrealizadas con apuro en las páginas de los libros que leo, cercanas a la experiencia de lectura, son la base de lo que resultará después. Leo siempre desde el lugar del escritor, del creador, traduciendo el impacto primario de la lectura en mí, a partir de esa impronta surge la mirada y de la mirada la reflexión. El camino es siempre desde lo sensitivo. En cuanto al nombre de mi blog debo decir que necesitaba algo que me representara en lo profundo. Saraswati es la consorte del Dios Brahma, el creador en la trilogía hindú y simboliza la fuerza, el empuje de lo que comienza, Vishnú es el conservador y Shiva el destructor, sus respectivas consortes expresan energías equivalentes (para marcar una coincidencia en la trilogía maya aparecen representaciones que indican inicio, punto medio de mantenimiento y desenlace para todos los procesos vitales). Ninguna cosa que hacemos o hace la naturaleza escapa al movimiento de estas energías representadas, según las culturas, por imágenes diferentes. Saraswati es la protectora de las artes. Es posible que mucha  gente crea que esta  denominación  responda a la línea propia de la postmodernidad que escoge nombres que parecen no significar, como esos graffiti sin sentido en las paredes de la ciudad, que intentan ocupar el lugar de las consignas políticas. Puede ser considerado de las dos maneras, pero para mí Saraswati tiene un profundo significado, como se puede inferir de todo lo que dije antes. Tuve que agregarle “espiral” porque ya existía el nombre, y elegí la palabra “espiral” porque es la tendencia del movimiento propio de la energía, desde un cuerpo vivo hasta las galaxias, el movimiento es siempre espiralado.

 

 

          4 – Impulsada y coordinada por Mabel Pagano y con prólogo de María Rosa Lojo, integrás con otras veinticinco autoras argentinas, la antología de cuentos “Mujeres con pelotas” (Ediciones del Dragón, 2010). ¿Cómo ha sido y es tu vínculo con el fútbol (y por extensión, con otros deportes)? ¿Cuáles has practicado?

 

          IV – Has hecho una pregunta que me da vergüenza responder. No soy buena haciendo deportes ni tampoco bailando. Salvo la chacarera, nada me sale bien. Durante algunos años me esforcé con el Hatha Yoga, pero no fue el camino que elegí. Ando en bicicleta y camino mucho, pero los deportes no son mi fuerte y me aburre soberanamente verlos por televisión. Mi pobre abuelo insistió en que me hiciera socia de un club en mi adolescencia. Y al final lo único que hice en el dichoso club fue un curso de danzas folklóricas argentinas. El fútbol para mí es un lenguaje extranjero. No me gusta nada que se vincule a él, no es algo que pueda comprender, salvo la necesidad humana de agruparse para compartir una pasión, el encauzamiento de la energía grupal sí lo entiendo. Por ese motivo, cuando Mabel Pagano me convocó para participar en la antología, recurrí como los actores a la memoria emotiva. Mi abuelo paterno, que fue mi papá por adopción, jugó al fútbol en los años veinte, en Rosario; nos contaba anécdotas muy divertidas y me basé en el discurso de mi abuela para construir el cuento, que terminó siendo un relato bastante jocoso.

 

          5 – Concurriste al menos a cuatro talleres de poesía bastante antes de volcarte a la narrativa. ¿Cómo y con quiénes fue ese transcurrir?

 

          IV – Sí, tuve la fortuna de conocer a Marcos Silber a fines de los setenta a través de un grupo de teatro. Me acuerdo muy bien la noche en que fuimos a una cena en la casa de una señora que era amiga de su mujer, la mamá de Ramiro Silber, psicóloga. En esa cena estaban también el pintor Michi Aparicio y su mujer, Irene Saderman, la hija del famoso fotógrafo Anatole Saderman, quienes además eran amigos de mis tíos, pero yo no los había conocido personalmente hasta aquel día. Más tarde trabé amistad con ellos y participé de su escuela en San Isidro: “El Taller de la Ribera”, coordinando talleres literarios. En ese grupo estaba también el cineasta Gerardo Vallejo —vecino de Irene y Michi—: su esposa coordinaba el taller de teatro. Le di mis poemas a Marcos y él fue muy generoso. Luego participé en su taller en “La Casona”. Poco después integré los grupos coordinados por Daniel Calmels y Héctor Freire. Fue una experiencia valiosísima porque estábamos en el momento más duro de la dictadura, y poder reunirnos y trabajar significó un refugio muy importante. Luego continué en el Teatro IFT: allí estaban también Marcelo Di Marco, con quien hice un curso, y Gustavo Geirola, que dio dos años taller. Por aquella época hice muchos cursos: con Santiago Kovadloff, Nicolás Rosa, Jorge Panesi, por citar algunos. Antes y después de irme a vivir a Misiones, fui tallerista de los grupos de Liliana Lukin, a quien considero mi maestra referencial por varias razones, entre ellas porque trabajé con ella muchos años; si bien yo me definí por la narrativa, en su taller, donde el concepto amplio de escritura lograba que se abordaran varios géneros sin entrar en conflicto, pude trabajar la poesía paralelamente. Recuerdo que desde Misiones Lukin y yo nos carteábamos y ella solía decirme: “Ahí tenés una novela.” Y luego aquellas cartas se convirtieron en novela, como ella propuso.

 

          6 – Durante 2014 coordinaste con Inés Legarreta un Ciclo de Encuentros de Narrativa en una institución: APA Artistas Premiados Argentinos “Alfonsina Storni”. ¿Cómo se generó la propuesta? ¿Qué autores participaron?

 

          IV – Con Inés veníamos diciendo que íbamos a hacer algo juntas. La idea era reunir textos nuestros y leerlos en público. Pero terminamos concretando los encuentros de narrativa. El ciclo no concluyó en realidad. Este año retomamos, pero a partir de la segunda parte del año, porque quedamos un tanto extenuadas las dos. Nos exigimos demasiado. Debido a la falta de experiencia realizamos a principios de año un cronograma y comprometimos a los autores. Claro, somos serias, entonces nos leíamos durante ese mes la obra completa de los dos invitados. Cuando nos dimos cuenta, la situación nos superó y, como no queríamos hacer diferencias, seguimos con el mismo nivel de exigencia y el mismo rigor para que los próximos escritores y escritoras no se sintieran menos considerados que los otros. El material está grabado y tenemos la intención de hacer un libro con él. Comenzamos con María Granata, un verdadero lujo. Luego continuamos con Liliana Díaz Mindurry y  Carlos Antognazzi, Jorge Paolantonio y Luisa Peluffo. Invitamos a Hernán Ronsino junto con Esther Cross, pero ese mes Esther no pudo venir por razones de fuerza mayor (vamos a entrevistarla en el futuro). El mes siguiente les correspondió la entrevista a  Marta Ortiz y Beatriz Isoldi. Intentamos que no todos los convocados residieran en Buenos Aires, así es que en varias ocasiones los escritores se costearon el viaje desde sus provincias, no todas cercanas, por cierto. El último fue Ricardo Mariño, que debía  hacer dupla con Germán Cáceres, que lamentablemente no pudo venir, por eso Mariño fue entrevistado solo. Y cerramos con una lectura muy  jugosa en la que estuvieron Enrique Solinas, Laura Nicastro, Marily Canoso, Dolly Basch, Silvia Miguens, Liliana Allami, Susana Aguad y Ana María Torres. Lo que motivó la creación de este ciclo fue aportar nuestro servicio a Artistas Premiados Argentinos, que es una institución estupenda que nuclea a escritores, pintores, músicos y actores que han obtenido el Primer Premio Municipal y que defiende nuestros derechos, en especial lucha para que estos premios continúen convocándose y de esta forma haya más beneficiados. La Comisión Directiva es sumamente transparente y merece todo nuestro apoyo. Ahora que Inés Legarreta y yo estamos escribiendo poesía, creo que vamos a rebautizar al ciclo “Literatura en APA”, para incluir  la poesía.

 

7 – Tenés abierto un canal en YouTube. ¿Cuál es, cuál seguirá siendo la orientación del canal, “la programación”?

 

          IV – El canal surgió simplemente por agrupación de material. No existe planificación desde mí, van surgiendo eventos a los que voy, en parte, por solidaridad, otro poco por interés en difundir, subo algo. También he subido poemas míos o entrevistas que me han hecho. Supongo que seguiré sumando más material siguiendo el mismo carácter aleatorio. Eso sí, me he comprado una nueva máquina y espero filmar, mi idea es registrar en video los encuentros de APA. Veremos cómo resulta. Esto es nuevo para mí, soy un poco atrevida, no tengo demasiados conocimientos, voy avanzando a medida que voy aprendiendo.

 

          8 – Complementando un reportaje que te hicieran para el diario “El Litoral”, quedó allí esta reflexión tuya: “¿Qué narrador hay en mis relatos?: Una mirada infantil con cierta agudeza adulta.” ¿A toda tu narrativa? ¿Qué, de tu obra, quedaría excluida de esa aseveración?

 

          IV – Es muy interesante tu pregunta. Yo separaría mis cuentos de las novelas que escribí. ¿Por qué? Pues porque al ir escribiendo las novelas, he tenido una actitud deliberada, quise desarrollar distintas líneas desde la perspectiva del narrador específicamente, hubo un planteo y una intención previos. En los cuentos fue surgiendo de otra manera el texto, tal vez en función no digo de la historia o el asunto sino de la atmósfera o las distintas maneras de abordar el género que me  plantea un desafío en tanto debe responder a ciertos requerimientos pero necesita que se los transgreda. Si bien no podemos eludir a Poe, tampoco es legítimo hoy por hoy seguir un esquema tan rígido. Para mí esa búsqueda típica de transformación estética que buscamos los escritores de libro en libro no se vincula con ir cambiando el tema, yo diría todo lo contrario, no es la temática lo que marca una evolución sino el empleo de los procedimientos, en este caso narrativos. Implícitamente la ley del mercado editorial parece decirnos que repitamos el esquema narrativo que es el de la novela decimonónica o realista y que en esa misma caja cambiemos los temas. Yo he hecho exactamente lo contrario: profundicé en ciertos temas recurrentes e intenté cambiar la manera de abordarlos.

 

          En la novela primera que se publicó bajo el título “El puño del tiempo”, me propuse trabajar un narrador que combinaba lo grotesco, lo absurdo con el lirismo. Fue como un gran contrapunto y no sé si fue comprendida por mucha gente esa propuesta. En esta novela el discurso es metonímico, hay detallismo y mucho humor, humor negro, ácido, como quiera llamárselo, pero humor al fin. En la segunda novela, que se publicó con el título de “El camino de los viajeros”, escogí un narrador que ya se hacía cargo de la historia, que no buceada, que no merodeaba, es un narrador abarcador, la novela tiene algo de operístico y el humor está prácticamente ausente. Tiene el sello de la tragedia griega. Y el discurso es metafórico. Se nota en la voz de ese narrador el intento por sintetizar, en “El puño del tiempo” el narrador desgrana de principio a fin. Mi tercera novela, que ganó el Primer Premio Municipal “Eduardo Mallea”, “La mujer invisible”, surgió en realidad de un requerimiento: me dieron la beca del Fondo Nacional de las Artes a la producción artística y la tuve que escribir dentro de un plazo. En esa novela busqué vincularme más a la tradición y, si bien me interesé en la  construcción de una atmósfera, lo que me importó más fue elaborar la trama, la intriga, el ritmo de la historia. Es más bien convencional. Ha salido finalista ya en dos concursos: “Honorarte”, que nunca se expidió y “Clarín”, el año pasado. Pero aún espera un editor. La novela siguiente que escribí es muy rara aún para mí, primero porque el personaje central, el que cuenta la historia es un hombre y mayor que yo; intenté desarrollar una historia en más de doscientas páginas, reduciendo el concepto de lenguaje, simplificándolo, lo que para mí es arduo porque soy más bien frondosa a la hora de narrar, tiendo a expandir. Ahora me doy cuenta de que esa novela me expulsó de la narrativa, que un germen de huida de la narración ya estaba en mí porque escogí lo extenso pero introduje una limitación muy grande. Y en ese tironeo me moví. El eje de tensión en este caso está dado entre esos dos polos: lenguaje acotado en una prolongada extensión. No sé si la novela es eficaz, sigo en la nebulosa. No por nada después de esa novela comencé a escribir poesía. Lo que sí creo que hay en todos mis relatos, e incluso en ciertos giros del sujeto de la enunciación de mis poemas, es una voz empapada de dosis de jocosidad, que juega con una relativa mirada irónica combinada a su vez con lo trágico del sentido de la vida. Para mí esa tensión entre lo dual del enfoqueestá presente de manera constante. Y también descubro que hay un rasgo infantil en la manera de mirar, quizá de asombro. Ricardo Piglia me dijo que mi primer libro está caracterizado por la perplejidad del narrador. Álvaro Abós, después de leer “El puño del tiempo” me habló del estupor del narrador, el rasgo infantil está allí, creo suponer. Y ahora me viene a la memoria que Marta Braier me comentó que en mis textos encontraba la ingenuidad patética de Felisberto Hernández. Siento que mi poesía arrastra esa mirada, el mismo doblez entre lo ingenuo y lo agudo o ingenioso.

 

          9 – Por el diario “El Territorio” de la provincia de Misiones, me entero que alguna vez se produjo un Encuentro de Escultores y Escritores, y que vos participaste. ¿Cómo se desarrolló y qué produjo ese encuentro?

 

          IV – Fue un encuentro muy divertido. Se realizó en una localidad cercana a Iguazú y participaron escritores de Paraguay, Brasil y Argentina. Escribí un conjunto de cuentos que compone un libro inédito, que terminé hace poco, donde incluyo un relato que a mí me parece bastante desopilante basado en esa experiencia. Me encantó volver a Misiones. Fui en avión pero volví en micro, lo que constituyó una ventaja: ese viaje de regreso me permitió escribir las primeras páginas de mi segunda novela, al conectarme nuevamente con el paisaje misionero encontré la forma de plantear esa novela que venía rondándome sin que hubiese podido expresarla. El paisaje fue el disparador primordial. Yo sabía quepara contar la historia era preciso resolver primero el punto de vista del narrador con respecto al paisaje del monte, que es tan particular y que no podía ser tratado de convencionalmente.

 

          Puedo decir que ese encuentro de escultores y escritores fue enriquecedor. Cuando dos artes se cruzan como en este caso la escultura y la literatura, la estimulación se torna poderosa. Lo que más tengo presente es lo divertido que resultó todo aquello. Me reencontré con escritoras y escritores conocidos, como Olga Zamboni, que no dejó de contar chistes sobre polacos que nos hicieron reír muchísimo. Por otra parte, la propuesta oficial surgida desde el sector cultural de la provincia pretendía ser protocolar, de hecho lo fue; sin embargo nos devoraban los mosquitos porque escribíamos “in situ”, los escultores hacían mucho ruido y eso no nos ayudaba a concentrarnos, vinieron los alumnos de la escuela y hasta el intendente, fue muy alocado. El encuentro terminó con un acto fervoroso donde se plantaron árboles con el fin de sustituir los que fueron hachados para convertirse en esculturas. Creo que mezclar tan íntimamente naturaleza y cultura significó un gran desafío. No había hotel en esa zona, parábamos en la casa de gente del lugar. Fue intenso e inusual.

 

 

          10 – Alicia Genovese concluye su comentario crítico a “El puño del tiempo” (Cultura y Nación, “Clarín”, 17.1.94) con estas dos frases: “El de Verolín es un humor filoso, cruel incluso, pero que no llega al cinismo, como si no necesitase demoler la realidad sino simplemente entrar en ella, en todo caso descalabrándola desde un costado ridículo. Una forma de usar el humor que recuerda a otras narradoras argentinas, como Angélica Gorodischer, Hebe Uhart o Alicia Steimberg.”  Y en el reportaje que te hiciera Susana Villalba para el diario “La Prensa”, en 1994, declaraste que solías releer a Libertad Demitropoulos, Marguerite Yourcenar, Clarice Lispector. ¿Qué otras narradoras (y narradores) te atraen?

 

          IV – Me gusta la prosa de escritores más jóvenes, como Patricia Suárez y Hernán Ronzino. Leo frecuentemente a escritoras con las que comparto momentos de vida; no puedo dejar de citar a Liliana Allami, que es una excelente cuentista, y a Inés Legarreta, que viene escribiendo una prosa muy cercana a la lírica; las nada convencionales novelas de María Teresa Andruetto también son insoslayables, o los relatos de la rosarina Marta Ortiz. Hay escritores, como las dos últimas escritoras nombradas, que tampoco residen en Buenos Aires y son estupendos: el correntino José Gabriel Ceballos, que ha ganado varios premios en España, finalista del premio Herralde, o el santafesino Carlos Antognazzi. Entre mis últimos descubrimientos se encuentran Claire Keegan, Alice Munro y Lorrie Moore, y ya tengo preparados unos cuantos volúmenes de Irène Nemirovsky para comenzar a leer. En estos años descubrí a Jean Rhys, la autora de “El anchomar de los sargazos”, me leí todos los libros que conseguí de ella. Incluso me  interesa la prosa más llana de una escritora italiana como Susana Tamaro, valoro su sencillez. Ahora debo confesar que en los años en que me retiré de la literatura no leí  absolutamente nada de ficción literaria: leí textos de Stephen Hawking, de Fritjof Capra, sobre hinduismo, Reiki, física cuántica y temas aledaños. Al regresar procuré ponerme al día con muchos autores y autoras y aún lo sigo intentando. En este momento estoy abocada a la lectura de poesía.

 

          11 – Si es que sólo consta en la edición del 21.8.1994 del diario “La Nación” y no en la Red, ¿nos brindarías un relevamiento de las variantes de título que fue teniendo tu novela “El puño del tiempo” y por qué no lograbas que cabalmente los que fueron surgiendo abarcaran el núcleo, la esencia de la historia? (Transcribo de un reciente mail privado: “Tardo tanto en publicar que los libros van cambiando de títulos.”)

 

IV – Esa novela no encontraba título, yo le pedía a la gente que me sugiriera, estaba trabada. La presenté en Emecé bajo el título de “Celeste gris” una primera vez que no ganó; aludía al color de la bandera nacional envejecida. Salió finalista de Planeta un año más tarde con un título horrendo: “La casa del patio con baldosas grises”.

 

Cuando pensaba en el título, daba vueltas alrededor de la idea de casa, ya que en mis relatos el espacio es fundamental, sea la casa, el barrio, el monte, tengo la impresión de que el espacio no sólo ordena el mundo de los personajes sino que decide el punto de vista del relato. Me acuerdo que se la mandé por encomienda a Patricia Severín a Reconquista, en la provincia de Santa Fe, donde ella vivía entonces (un borrador de la novela cuando ésta estaba en proceso de edición, con el título de “La casa grande”). Patricia me dijo que ese título no encajaba. Fue la gente de la editorial Emecé la que le puso el título final con la que llegó al público. Por lo general los títulos o me surgen de entrada o me dan un trabajo inmenso, como en este caso. Es algo misterioso, se trata de bautizar a la criatura, nada menos, de darle una identidad. El nombre en esencial para la persona y para el libro. En una experiencia de interiorización y autoconocimiento que hice hace unos cuantos años llamada Rebirthing, me conecté, a través de una técnica en respiración, con el momento de mi nacimiento, y cuando deciden qué nombre ponerme sentí una alegría difícil de explicar, más que alegría fue felicidad. Sospecho que el título de un libro surge de la relación emocional que entablamos con el texto. Por ejemplo, en poesía no se me está planteando ninguna dificultad, no tengo dudas; aunque me lo cuestionen al título, yo siento que es el apropiado. Casi todos mis títulos en poesía  —porque hay editado un libro pero otro viene en camino, y tengo nuevos proyectos e incluso otro poemario más ya terminado— están asociados a la noción de tiempo: “De madrugada”, “Los días”, “Invierno”.

 

12 - ¿Hay algo que te haya costado muchísimo “quitarte de la cabeza”? ¿Se podría contar…?

 

IV – Yo diría que no es exactamente la experiencia de la muerte que viví en mi infancia sino la disolución de una familia de seis miembros que, en un abrir y cerrar de ojos, quedó reducida a dos personas, mi hermano menor y yo. Eso produjo un quiebre interno en mí que ha afectado mi manera de sentir la vida y de darle contornos  definidos a mi presente.

 

13 - ¿Cuál era el ambiente literario en Misiones en el momento en que te radicaste en esa provincia?

 

          IV –Esta pregunta me causa gracia porque yo no me relacioné con nadie del ambiente cultural en Misiones, ya que vivía aislada en una casita rodeada de otras pocas casitas de madera, prácticamente en el borde del monte misionero. Lo único que veía eran hacheros, camiones con madera, araucarias, coatíes, tierra colorada, hombres con los dedos cortados que trabajaban en el aserradero y gente muy, muy pobre. Mis grandes aventuras se reducían a ir en la camioneta destartalada de Salud Rural a los puestos sanitarios en lo más profundo de la selva subtropical. En aquel momento, en esa zona, según un estudio que había hecho mi pareja, era de un sesenta por ciento de desnutrición infantil. Fue al instalarnos en Córdoba cuando establecí un verdadero intercambio intelectual. Posteriormente, con mi  primer libro publicado, aproximadamente cinco años después de haber abandonado la provincia, a instancias de un movimiento de mujeres escritoras presidido por Libertad Demitrópulos, inicié una  relación literaria con los escritores y escritoras misioneros, entre ellos con Olga Zamboni, profesora universitaria, poeta, traductora y narradora. Lo enriquecedor de la experiencia de  haber vivido en el monte misionero fue principalmente para mi vida personal. Me parece que el primer gran impacto en mi conciencia fue conocer a aquella gente e involucrarme con su cotidianeidad. Durante las siestas misioneras, que eran largas, agobiantes  y pesadas, se escuchaban las palmadas en la puerta de la casa, y no siempre eran enfermos que venían a buscar al doctor, eran por lo general los chicos de la zona que venían a pedir salame y pan. Y hielo, también querían hielo. Me llamaban “patroncita”, lo que, por supuesto, me producía una gran incomodidad.

 

14 - ¿Qué leés con aprensión? ¿Qué leés entre líneas? ¿Qué leés infructuosamente o sin convicción?

 

          IV – Maravillosa tu pregunta. Yo leo mucho la vida, no sólo los libros. Siendo una niña me interesaban los tonos de las conversaciones además de las palabras, la forma en la que la gente contaba sus anécdotas. Tuve la dicha de que mi abuela fuera dueña de una peluquería en el barrio de Caballito cuando yo tenía cinco, seis, siete años. Ese fue el lugar de las grandes historias; las mujeres iban allí a confesarse, no sólo a cortarse y teñirse el pelo. Estoy casi segura de que escuchando aprendí a leer entre líneas y claro está, en mi barrio, Floresta, se contaban historias sabrosas sobre la gente que vivía allí o sobre los que se habían ido del barrio como si el barrio fuera una patria o un reino. Irse del barrio era poco menos que una traición a la propia identidad o un abandono de la familia. Y por supuesto, las voces teatrales de mis tíos recitando a los autores clásicos. Así que a leer entre líneas lo aprendí de la vida, porque se leían también los rostros, no sólo la voz desnuda. Volviendo a lo literario, he leído con aprensión literatura, libros muchas veces escritos por hombres que quieren seguir la moda, las últimas tendencias del mercado editorial, las exigencias que surgen desde las universidades como canon, textos en los que, a pesar de lo cultivado, se nota el esfuerzo por agradar y posicionarse. Lo que leo sin convicción es la narrativa excesivamente llana que está sólo en función de la historia; por más bien articulada que esté me aburre y en esta imposición con respecto al género contribuyó considerablemente el menemismo y la llegada al país de las megaeditoriales que se devoraron a las más pequeñas o medianas que, desde que tengo uso de razón, con la publicación de autores genuinos, han propiciado el sostenimiento de la tradición literaria nacional. Como consecuencia de esto fuimos testigos de la entronización de la novela del siglo XIX como modelo universalizado. El realismo finisecular expresaba una determinada visión del mundo, sabemos que las formas artísticas encuentran correspondencias con los procesos históricos en algún sentido, aunque más no sea tangencialmente, pero hoy vivimos y sentimos diferente. Es posible que esa cuestión de escribir “para que la megaeditorial me publique” haya causado impacto entre nosotros, los escritores. Hoy por hoy buscar una manera de expresar, “de decir” el mundo, supone también una manera de relacionarse con los grandes poderes. La narrativa ha sido muy cascoteada. No sé si es por ese motivo que me siento tan impulsada a  seguir profundizando en la poesía. Supongo que sí.

 

 

15 - Ezra Pound sentenció: “La piedra de toque de un arte es su precisión. Y ‘escribir bien’ es tener un control perfecto”. Y así opinó: “En cuanto a la poesía del siglo veinte, así la quiero: austera, directa, libre de babosa emoción.” Te invito, Irma, a derivar desde este Pound hacia donde te lleve.

 

          IV – Hay algo en esta cita  que me lleva a pensar en “dar en el blanco”, trabajar la palabra desde el centro de una misma en tanto persona. Entiendo, desde ya, que esa afirmación de Pound se refiere a su propuesta poética con respecto a su propia tradición literaria y a la necesidad de crear postulados a seguir; aquí se trata de que yo lo vincule a mi quehacer, lo voy a intentar: La palabra escrita es una cosa seria, es un objeto denso que no soporta fácilmente el intercambio, y yo me enfrento a él con respeto y con absoluta reverencia. Pero a veces me distraigo y entonces, como diría mi abuela, “piso el palito” y la palabra me traiciona; por lo general pago muy caro el precio de mi distracción. Para llegar a esa perfección de la que habla Pound es necesario un compromiso muy grande con la labor de escribir textos que adquieran la forma que sea, relatos o poemas, pero que fulguran en la dimensión más lejana a lo pedestre. Mis años de trabajo en este oficio me llevan a pensar que la relación que establecemos con las palabras, como nuestro objeto primordial de trabajo, es la que determina el resultado. Y el  peculiar vínculo que establecemos con las palabras tiene que ver con el que forjamos con respecto a la vida en general y con una parte interna de nosotros mismos en tanto personas. Reverenciar, tomar con respeto lo que está vivo, no manipularlo desconsideradamente es la  premisa y eso nace de una cosmovisión. A la clásica disyuntiva que enfrenta la vida y el arte, creo haberle encontrado una respuesta. Escribir y vivir son caminos paralelos. Puliéndonos interiormente como personas vamos encontrando los recursos para pulir nuestros textos. En caso de aprender a pulir los textos solamente, se puede alcanzar una obra relativamente perfecta, pero fría, alejada de la intensidad que, al menos, yo busco; aspiro a acercarme lo más posible a que el texto sea una revelación de los sentidos de la existencia. Obviamente se trata de ser fiel al trazado de ese camino; yo lo hago y, como no podía ser de otra manera, de tanto en tanto me equivoco, a veces me salgo de la línea, pero si se tiene claro el itinerario, no hay error que sea demasiado irreparable. En el arte lo mismo que en la vida la clave está en encontrar la sintonización precisa, algo parecido a afinar una guitarra, afinar las propias emociones, lograr que las palabras encarnen esa misma resonancia.

 

 

            Irma Verolín selecciona seis poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

DOMINGO

 

Estuve toda la tarde del domingo

acompañada por mi poeta suicida: un libro

de tapas duras

con una flor intensa en la portada.

Blancos tramos de luz se habían filtrado

por las hendijas estrechas

de las cortinas de madera que

fracturaron los versos

renglón a renglón.

Toda la tarde respiré sus palabras 

embriagantes

sus voces que traspasaron como luces

un puñado de décadas. La veo

escribiendo, su espalda encorvada

frente a la máquina portátil.

Las letras suenan como disparos

en un juego de niños,

las letras hacen repercutir su voracidad

sobre la mesa y llegan

hasta mí, hoy

domingo,

día caliente de sol

propicio para cruzar más límites, idiomas

otras franjas

más hondas e invisibles.

La muerte jugó la última carta en este asunto,

un movimiento de  naipes

como letras clavadas en la tabla de madera,

otro rango en el parafraseo de los golpeteos:

invariablemente se trata de cruzar

alguna clase de espacio.

Y aquí estamos las dos,

a pesar del calor y de sus fluctuaciones, la luz

en esta parte del mundo

se comporta de un modo esperable,

fluye

se enlaza en su vaivén

arquea las palabras

las corta en más pedazos

las multiplica

aún en este verano de piernas abiertas

y toldos desteñidos en despavoridas azoteas.

La sigo viendo a mi poeta

con su espalda encorvada, 

ella

que convirtió a su máquina de escribir

en un diapasón 

me mira sin asombro

desde otro domingo

lejos  

me mira

enclaustrada

con sus inabarcables ojos.

                                                                                                                                             (de “Los días”, en proceso de edición)

 

 

*

 

Un atlas de descomunal tamaño con la cubierta de cuero

y pomposas letras doradas en filoso altorrelieve

contorneando el planeta,

dentro del círculo del mundo

debajo del título puede leerse:

1950 - año del Libertador General San Martín.

Papá abre el atlas:

sonidos de manoplas avanzando por una playa mojada

en el ir y venir de las hojas

zarandeados perfiles de mares y territorios,

el dedo de papá

decidido

robusto

indica un derrotero que se burla de las dimensiones del mundo

y avanza.

Mi hermanito rubio y mi hermano mayor

se acercan

miran

se están asomando a un pozo ciego

y lo que hay para ver los cautiva

irremediablemente.

Los tres contemplan la mentira de las proporciones

el mundo entero al alcance de la mano,

a papá sólo le interesa mostrarles la cordillera de los Andes

su dedo

es el general San Martín atravesándola.

Los héroes hacen esa clase de cosas, explica papá

los ojos de mis hermanos se deslumbran

un héroe desplegado sobre la mesa del comedor

en nuestra propia casa

a media mañana

así como así

y nosotros en camiseta y sin escarapela.

                                                                                                                                       (De “De madrugada”)

 

 

*

 

Un despliegue de cartas españolas

sobre la superficie tambaleante de la colcha

que cubre el cuerpo de mi madre

movedizo

increíblemente movedizo dentro de su enfermedad,

ese vasto sitio donde todo confluye: nuestras conversaciones

el miedo

las manos de los médicos

las de mi madre que dicen ay.

Montones de cartas resguardan ese cuerpo

ahora

y quieren abrigarlo

mamá las ha echado alzando su brazo con brusquedad

—revoltijo en el aire cara y ceca sin pronunciación—

para dar un salto hacia el futuro,

ese otro lugar que no existirá para ella

aunque las cartas vaticinen fabulados prodigios

lunas fosforescentes en la ventana quieta

luces para repartir como caramelitos en un cumpleaños.

Todos aquí

nos asomamos al futuro de mamá

estirando el cuello hacia la colcha

que ya no soporta el colorido de las barajas

ni el temblor rudimentario de su cuerpo.

Está hecho de nácar su cuerpo

deshecho su cuerpo

lábil entre las sábanas

que apenas recuerdan sus perfiles

las líneas

las rugosidades,

ese cuerpo que se adelgaza en una precipitación

que no conoce límites.

Grande es el sitio que la espera apenas su cuerpo logre olvidar

cada una de las cosas que hoy la alimentan y cobijan,

nácar como piedra o interior de caracola

nácar los diminutos botones de su camisón.

                                                                                                                                                                  (De “De madrugada”)

 

*

 

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, la Argentina, Irma Verolín y Rolando Revagliatti, 2015.

 

www.about.me/rrevagliatti

 

Alicia Grinbank: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

Alicia Grinbank nació el 20 de noviembre de 1949 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, la Argentina. Egresó en 1993 en la especialización Literatura, por la Alianza Francesa de Buenos Aires. Entre otros, obtuvo en el género poesía el Primer Premio del Concurso Literario “Olga Orozco” (con prosa poética) en 2002 y el Primer Premio del Concurso Literario “Alberto Luis Ponzo” en el mismo año, organizados ambos por la Universidad de Morón, así como el Primer Premio en el Concurso “Carlos Alberto Débole” por su libro “Curanto” en 1993; Tercer Premio en el Concurso de Poesía “Leopoldo Marechal” organizado por el Museo Saavedra en 2000, mientras que en el género cuento recibió el Primer Premio en el Certamen “Discurso Abierto” en 2005; además, el Segundo Premio en  el Cuarto Certamen Literario Programas Médicos en 2006, el Primer Premio de Cuento de la Editorial Torremozas, España, en 2011 y el Segundo Premio del Concurso Victoria Ocampo en 2013. Coordina talleres de orientación en la escritura y cursos de lectura desde 1987, en forma privada y en instituciones de su ciudad y del conurbano bonaerense.

Como profesora de francés enseña y traduce. Poemas y artículos suyos aparecieron, por ejemplo, en el suplemento cultural del periódico porteño “La Razón”, en la revista “Uno Mismo” de la ciudad de Buenos Aires, en el periódico marplatense “La Capital”. Incursionó en la co-coordinación de un Café Literario en 2007: “Mirá Lo Que Quedó”, junto a Alfredo Palacio, Alberto Boco y Rolando Revagliatti. Fue invitada a participar de la Antología Oral de la Poesía Argentina en 1996; asimismo fue incluida en las antologías “Poetasargentinos de hoy” (editada por la Fundación Argentina para la Poesía, con selección de Julio Bepré y Adalberto Polti, 1991), “Por la senda del reencuentro chileno-argentino” (editada por el Centro Cultural Chileno “Gabriela Mistral”, 2005), “Testimonios del presente” (Editorial La Luna Que, 2008), “Memorias del vino – Poemas elegidos” (en Uruguay, 2007), “Travesías poéticas – Poetas argentinos de hoy” (edición bilingüe español–francés, Editorial L’Harmattan, 2011), “Antología de poesía argentina 18 poetas” (Alción Editora – Reflet des Lettres, 2012), etc. Publicó los poemarios “Bruma y verdor” (1987), “Curanto” (1992), “La balsa de la medusa” (2002), “Noche cerrada” (2006) y “Pulmón de manzana” (2011); y en co-autoría con Manuel Bendersky: “Alguien que amo rodea mi cintura” (poemas cubanos, 1993).

 

1 – Y un día naciste…

 

AG – Sí, en el barrio de Floresta, cuando los niños jugábamos en la calle. Mi padre era un pequeño industrial que cuando podía zafar de su trabajo se sumergía en la lectura —gran lector el viejo—: tal vez ahí empezó todo para mí como escritora. Mi madre —gran laburante la vieja—, atendiendo sus cuatro hijos y “sacando las papas del fuego” cuando a mi padre los vaivenes financieros le naufragaron su economía. Después vivimos en el barrio de Flores, a una cuadra de la Basílica que frecuentaba la familia Bergoglio, y fue en esa adolescencia que aparecieron los primeros textos literarios; en el colegio secundario destacaba en Literatura, Castellano, en las materias humanísticas e idiomas, pero era pésima en Matemáticas y Física. Amé el idioma francés desde chica y comencé a estudiarlo a los catorce años; la cultura francesa me fascinaba y, ya adulta, completé ocho años de estudios en la Alianza, los últimos vinculados a la civilización y a la literatura (Marcel Proust, Gustave Flaubert, Jacques Prévert…). Me casé muy joven, así que anduve a los tumbos procurando entender de qué se trataba el matrimonio, cuando yo, en realidad, estaba más para seguir estudiando. A mis veinte años nació mi hijo Alejo, y un lustro después mi hija, Lucía (ellos dos y mis cinco nietos son los mejores premios de la vida).

 

2 – Y un día escribiste.

 

AG – La literatura parecía no tener cabida en la cotidianeidad de una muchachita judía “bien casada”. A mis veinticinco años comenzó la gran crisis (la lucha ha sido mucha): la literatura estaba esperándome y yo no acudía: no me alcanzaban mis lecturas solitarias ni mis poemas sueltos: algo “allá afuera” precisaba ser explorado por mí. Y ahí me conecté con muy buenos maestros: Mario Morales, Syria Poletti, Santiago Kovadloff, Humberto Costantini. Me orientaron tanto en poesía como en narrativa. A los pocos años ya coordinaba talleres y me involucraba en la vida literaria de Buenos Aires, concurriendo, participando en lecturas públicas y en presentaciones. Continué mis estudios especializándome en literatura francesa. Fui docente en literatura y en idioma francés de alumnos secundarios y, más tarde, los talleres que coordinaba crecieron en número y en diversidad, cuando organicé grupos de taller de escritura y de lectura en cuento y novela, actividad que continúo. Además de los grupos privados, de las correcciones de libros o ensayos de profesionales de diversas disciplinas y de traducciones que realizo, tengo a mi cargo desde hace varios años un taller de lectura y análisis: “Degustando Cuentos”, en un espacio cultural del barrio Villa Urquiza.

 

3 – No has publicado todavía tu narrativa breve.

 

AG – No, pero va a suceder este año. Vengo más imbuida con mis cuentos (los que siempre escribí pero sin “atenderlos”). La narradora me sitúa en otro lugar como escritora. La poesía fue una inconsciente necesidad, casi autobiográfica (desde luego, no ignoro que cualquier palabra escrita es ineludiblemente autobiográfica). Concebir historias “ajenas” es una labor más rigurosa: el contacto objetivado con los personajes y argumentos no es lo mismo que el trabajo poético que, en general, proviene de cimbronazos, miedos, desdichas y anhelos de la propia vida del poeta. (Partiendo de “Curanto” yo ya estaba narrando en cada poema.)

 

4 – ¿Y si nos trasmitís las características de tus historias, si la microficción te convoca, si prevés alguna nouvelle…?

 

AG – Puedo adelantar que el libro de cuentos se titulará “El lento crecer de la marea”, título a su vez de uno de los textos del volumen, el que estará dividido en dos apartados. El primero de ellos reúne historias vinculadas al mar: ese eje temático responde a que el mar es uno de mis paisajes más amados; siempre —desde que era una niña— con mis padres, hermanos, tíos y primos veraneábamos en la costa; luego, adulta —casada y con hijos— y hasta ahora, el mar fue un lugar revisitado. El segundo apartado del libro consta de cuentos urbanos… o suburbanos, pero es nuestra ciudad su escenario. Mis cuentos son, en su mayoría, realistas, y diría que ese modo es el que más me satisface a la hora de escribir y de leer; aunque me rindo ante los “encantamientos” de la literatura fantástica de Cortázar. Con respecto a la microficción, hace poco tiempo —a propósito de un concurso— he escrito unos relatos que no debían superar las 100 palabras, y en el transcurso de mi vida literaria hubo algunos breves o muy breves. Por otro lado, tengo en mente algo más novelístico —algunas páginas comenzadas ya— sobre historias de mujeres y hombres en desdichas y desencuentros amorosos.  

 

5 – No nos vemos, me parece, desde 2008. Nunca te vi bailar, pero recuerdo que habías incorporado la música tanguera a tu vida.

 

AG – Y persisto: voy a las “milongas” a bailar y ahí —mientras dura el embrujo— soy una Malena, una Margot, una Esthercita, una Madame Ivonne. La tríada francés-literatura-tango me atraviesa. Este poema mío que transcribo, tal vez exprese mejor que yo lo que siento en ese escenario:

 

TANGO BRUJO

 

Ese que vive en el suburbio

que usa mal los verbos y gasta cursilería en el chamuyo

ése que ciñe el talle en la milonga rea 

en el loco giro desde el alma

o en el  fangal del dos por cuatro

ése… te cabeceó a vos, morocha:

la sabia   la ilustrada    la que dice Macbeth de memoria.

Ahora su abrazo apaga la luz de tus páginas urdidas

te hace china cruel     percanta

dulce muchachita perfumada.

 

Y si después el salón se desnuda de sombras y siluetas…

¿qué importa… qué importa del después?

 

Y para completarla, Rolando, también estudio canto con una excelente profesional y cantante de tango. Fijate qué curioso: hace poco tiempo intenté "estudiar" con ella un bolero ("Nosotros", precisamente) y si bien no es difícil, me costó interpretarlo, me sentí mucho menos "suelta" que cantando tangos: ese género me es más familiar, me hallo más identificada con él; seguramente esto obedece a que mi padre, que era un amante de Gardel, nos cantaba sus tangos a  mis hermanos y a mí...: tuvo mucho peso esa impronta.

 

6 – Descubro ahora que cuando vos naciste, Alicia, yo vivía en Floresta. Y que después viviste en Flores: yo vivo en Flores, a tres cuadras de la histórica Basílica. Sigamos con nuestra ciudad: seguí vos con nuestra ciudad, vos, que como yo, somos especímenes tan porteños, tan de este puerto, tan tangueros. ¿En qué otros barrios residiste y qué te fue pasando con la Reina del Plata?

 

AG – Cuando me casé, dejé Flores —el barrio donde pasé mi adolescencia— y me fui a vivir a Villa Crespo; después me alejé de lo urbano y viví con mi familia en Olivos durante 16 años: allí conocí el frescor de los jardines, la quietud de sus calles y amé ese lugar. Pero Buenos Aires “tiraba” y la circunstancia de mi divorcio me trajo otra vez para la urbe: Belgrano, Núñez, fueron los barrios que me vieron andar por esos tiempos;  también residí en Bariloche, aproximadamente un año; aunque bello su paisaje por donde se lo mire, nunca llegó a borrar la huella de mi ciudad natal. Hoy vivo muy complacida a media cuadra de la estación Colegiales y, si bien en todos mis libros  aparece el aura de la Reina del Plata nombrando sus lugares, su río, sus noches, sus tangos, “Pulmón de Manzana”—el más reciente—  tiene a éste, mi barrio, como centralidad poética. 

 

7–El 20 de junio de 2007, en el segmento “La Canción de Rolando”, dentro de nuestro “Mirá Lo Que Quedó”, recitamos algunos poemas de “Palabras” de Jacques Prévert (1900-1977): vos, Alicia, en francés, y yo, tus versiones al castellano. ¿A qué otros autores has traducido? Y hasta donde me consta, has traducido al francés poemas de los argentinos Gustavo Tisocco y Juan García Gayo.

 

AG - A los que nombraste, agrego la traducción al francés del libro “La cacería”, del poeta santafesino César Bisso, dos poemas del libro “Filamentos” de Alfredo Palacio, y mis propios poemas de “Pulmón de Manzana” incluidos en la antología “Travesías poéticas”. Aunque el tiempo no me sobra demasiado —entre los talleres que coordino, mi rica vida familiar y mi propia escritura—voy a hacerme un huequito para uno de mis tantos proyectos para el 2015: traducir del francés algunos cuentos de Guy de Maupassant.

 

8 – Juan García Gayo (1932-2013): un poeta que valoramos. ¿Cómo lo recordás vos, que has leído textos suyos en la presentación del Grupo Travesías Poéticas en la Alianza Francesa central? ¿Qué características tuvo aquella presentación, quiénes intervinieron, cuándo sucedió?

 

AG – A Juan lo recuerdo con afecto no sólo por su condición humana sino también por su poesía, que me impacta desde su audacia y originalidad: se mete con lo cotidiano, con el absurdo, cuenta historias desopilantes mientras escribe poesía; no obstante, detrás de esos rasgos que desacralizan el  poema ofreciéndose al lector como materia viva, hay una gran ternura y un sentido dolor por lo cruel e injusto de este mundo.   

La ocasión a la que te referís sucedió en 2009 en la Alianza Francesa central de Buenos Aires donde se concretó —a través de video conferencia— un proyecto de intercambio entre un grupo de poetas franceses y un grupo argentino. Los coordinadores en Buenos Aires fuimos José Emilio Tallarico, Luis Raúl Calvo, Ramón Fanelli y yo; en Francia —Paris más precisamente—, Nicole Barrière, Philippe Tancelin, José Muchnik. Se homenajeó al poeta argentino Roberto Juarroz y al poeta francés René Char y se conocieron en traducción simultánea poemas del argentino invitado —Juan García Gayo de nuestro lado, y de Claude Ber, del lado francés—. A mí me tocó el honor de traducir los poemas de Juan. Fue un hermoso acto. Tuvo, además, la música en vivo del bandoneón de Enrique Patet sobre el escenario del auditorio de la Alianza. Merced a la editorial L’Harmattan se publicó el volumen bilingüe con textos de quienes conformamos “Travesías Poéticas” y de otros poetas como, por ejemplo, Irene Gruss, Michou Pourtalé, María Teresa Andruetto…, por nombrar solo algunos.

 

9 – Gayo, además, presentó tu último libro en la Biblioteca Nacional. ¿Cómo fue?: sigamos recordándolo

 

AG – Nos embarcamos en una suerte de reportaje-conversación que rondó temas como el quehacer poético, mi trayectoria, el sentido de mi elección literaria, mi manera de construir el poema, la articulación entre forma y contenido, etc. Tener a Juan como interlocutor, más que como disertante o crítico, me satisfizo ampliamente: realzó la presentación del libro y, asimismo, permitió al público estar ante un poeta de fuste quien, a través de sus preguntas, ponía de relieve conceptos artísticos y filosóficos.  

 

10 – “Ver Prévert”: así se tituló la semblanza poética que ofreciste en 2004 en la Alliance Française del barrio de Belgrano. “Ver”, no sólo leer Prévert. ¿Qué ves, qué viste hace una década y mucho antes, qué sugerís que vean quienes todavía no se arrimaron a su obra?

 

AG – La elección de ese poeta como homenajeado provino del impacto que me produjo la lectura —allá en mi adolescencia— de su libro “Paroles”. Todavía tengo a ese librito en edición bilingüe (traducido por Juan José Ceselli), descabalado el pobre en mi biblioteca pero refulgiendo con su ternura, su profundidad y aguda mirada crítica sobre el mundo…: poemas inolvidables como “Desayuno”, “Arenas movedizas”, “Pater Noster”;  y sobre todo el titulado “Paris at night”, donde el yo poético recorre a la mujer amada a la luz de encender consecutivamente tres fósforos cerca de ella y luego sumergirse ambos amantes en la completa oscuridad  para estrecharse. Cuando presenté aquel espectáculo, “Ver Prévert”,  jugué con las sonoridades del verbo ver y el apellido Prévert, pero además quería mostrarlo, que vieran a ese grande. Fue, además, un hombre muy ligado al cine como guionista y ambientador. Poetas como él, el mismo García Gayo, o Joaquín Giannuzzi nos revelan y develan una otra poesía: sin altisonancias ni floreos: partiendo de lo nimio, lo rutinario, lo doméstico, alientan emoción y pensamiento.      

 

11 –Y pasemos a otro escritor francés: René Daumal (1908-1944), quien discernió: “La materia prima de la emoción poética es un caos cenestésico. Una mezcla confusa de emociones diversas es en principio dolorosamente sentida en el cuerpo, como un hormigueo de vidas múltiples que tratan de escapar. Es por lo común ese penoso sentimiento el que fuerza al poeta a tomar la pluma, ya sea que lo experimente como una vaga e imperiosa necesidad de exteriorizarse, o de una manera menos grosera.” Tanto en “Curanto” como en “La balsa de la medusa” preceden los respectivos poemarios unas líneas tuyas que no percibo distantes de lo que acabo de encomillar.

 

AG – Tienes verdad, Rolando: esos fueron mis primeros libros donde necesité tal vez una humilde Ars Poética. El Curanto, esa comida típica chilena cocinada lentamente en un hoyo en la tierra, me evocó la labor poética: el alimento crudo —la materia prima que va largando sus jugos en el corazón del poeta hasta que un día se anuncia y da a luz lo soterrado—. La Balsa de la Medusa, un famoso cuadro de Théodore Géricault: náufragos en medio de la tempestad, como nosotros casi hundiéndonos en la desesperación hasta que sobreviene la escritura —madero para aferrarse, luz de rescate—. Las palabras de Daumal —“un hormigueo de vidas múltiples”— me recuerdan a un concepto del francés Michel Houllebeq que distingue a la rumia como una de las fases en la creación poética.  

 

12 - ¿Qué relación existe entre obra y experiencia poética? ¿Son inseparables?

 

AG – Tendríamos que hablar de dos momentos fundamentales: el primero nace de la captación —consciente o no— de un elemento, escena, situación o palabra que desencadena la necesidad de verter en poesía lo visto u oído; germina adentro de uno, recomponiéndose una y mil veces hasta que aflora en la escritura: tal proceso conformaría a grandes rasgos la experiencia poética. El segundo momento ocurre  cuando se decide “poner manos a la obra”; esto implica corrección, estilización de ese material primigenio; aplicarle objetividad, renunciar a aquello que no favorece al texto. En mis talleres de escritura procuro transmitir la idea de que si se trae un texto para considerar, debemos tratarlo como un objeto más que como un sujeto; esto no desprecia la humanidad de quien lo ha procreado, ni la emoción de ese autor —siempre hay que tenerla presente—, pero si tiende a ser obra, no mera catarsis…, afinemos la mirada, “afilemos” la pluma… Cortázar bien lo dice:“…cualquiera que vea un borrador mío puede comprobarlo: muy pocos agregados y enormes supresiones…” Puede uno conformarse con la primera instancia epifánica de captación inicial seguida de su explosivo desmadre escritural; pero si decide constituir una obra con ese material, su labor será entonces más racional, “terrenal” y distante.

 

13 - Es a partir de un diálogo con Joaquín Giannuzzi que mantuvo el poeta Guillermo Saavedra, que me permito preguntarte: ¿Has contemplado palabras y te has emocionado con ellas sin conocer sus significados y tras preservarlas de la servidumbre del sentido, has intentado concebir un poema?

 

AG – Me sucedió eso, por ejemplo cuando descubrí la palabra clámide, de la cual desconocía su significado (es una túnica romana, supe después); me pareció tan hermosa, tan flor, tan pura, que la usé como seudónimo al enviar a un concurso. Y otras veces ocurrió casi lo contrario en dos sentidos: conocer el significado de una palabra, encontrarla antipoética —casi desagradable por sus connotaciones— y necesitar sin embargo incluirla en un poema; a saber: uno de mi libro “Noche cerrada” se anima con el vocablo esófago: “espero que el tiempo y la hiel recorran su largo esófago / y calme/ calme el ardor/ la nostalgia de tu cuerpo”. En el prólogo de su libro “Temblor del cielo”, Vicente Huidobro dice: “…la poesía es el vocablo libre de todo prejuicio…”.

 

14 - Así concluye la novela “Un comunista en calzoncillos” de la argentina Claudia Piñeiro: “La vida es una sucesión de actos miserables interrumpidos por unos pocos y pequeños actos heroicos, y es en el promedio de todos ellos donde logramos sentirnos dignos. Donde queremos que al menos un testigo nos sepa dignos. Aunque no lo seamos.” Y esto afirmó el filósofo español José Ortega y Gasset (1883-1995): “La vida es una serie de colisiones con el futuro; no es una suma de lo que hemos sido, sino de lo que anhelamos ser.” Y para vos, Alicia, ¿qué es la vida?...

 

AG – Hoy, y destaco especialmente el momento, ya que el criterio sobre la vida va cambiando con los años, hoy siento que la vida es no anclarse en esos flash-back del pasado que retorna, que no sean ancla para vivir el presente; no quiero para mí esos versos del  tango “Naranjo en Flor”: “toda mi vida es el ayer que me detiene en el pasado”. A través del psicoanálisis exploré mi pasado y comprendí las causas de los desaciertos, de las repeticiones, supe de dónde provenían ciertos infortunios; con todo ese bagaje—mi libro interior leído y releído— pienso menos y hago más. Tal vez eso sea la vida para mí: deseo con acción, sueño con realización. Otro poeta asiste mi pensamiento en este sentido: Eliseo Diego establece en un poema para su hija:“estar es lo único que importa”. Y otra idea que estuve alimentando en estos últimos tiempos: que el arte no sea para mí sólo esa cosa exterior que me conmueve a través de alguna de sus expresiones —libros, cine, pintura—, sino cultivarlo en cada uno de mis actos, de mis relaciones: comprender la importancia de lo que tengo y de quienes están a mi lado, valorar el instante. Lejos estoy de ofrecer mi experiencia como dogma, porque soy muy consciente de que las condiciones de cada vida son harto diferentes entre sí, el azar —y solo el azar—me hizo nacer “bajo  techo”, con comida e instrucción para poder pensar posteriormente sobre la vida y además “escribirla”.

 

15 - En ocasiones he visto en revistas, primeras versiones de poemas y segundas y definitivas versiones  —Borges, seguro—, lo cual permite asomarse “a la cocina” del autor. También he visto que en “Roña criolla” de Ricardo Zelarayán (Libros de Tierra Firme, Buenos Aires, 1991), éste incorpora al corpus cuatro poemas y sus segundas versiones, y un poema con sus segunda y tercera versiones. ¿Te ha sucedido que aspirando a pulir un poema, concluyeras con que la segunda versión obtenida te resultara, en realidad, tan válida como la primera? ¿Has procedido alguna vez como Zelarayán o estuviste tentada de dar a conocer dos versiones de un poema?...

 

AG –Mirá, yo soy lenta, muy, tanto en la rumia como en la confección de un poema o cuento. Y cuando sale a la luz ya está: puedo retocar mínimas cosas o adecuar según la conveniencia. Un caso: expresiones en algunos poemas que no serían entendibles a la hora de mandar a un concurso en el exterior; ahí sí meto mano y adapto el verso o la palabra. Con los cuentos este trabajo es mayor y a veces imposible, porque hay un espíritu en lo que narro que difícilmente se pueda alterar mucho. Te doy un ejemplo para ambos géneros: un poema mío comienza así: “Cuando yo era chica …” y al enviarlo al exterior preferí “Cuando yo era niña…”; tengo un cuento muy porteño donde el personaje tanguero utiliza frases como ésta: “…y de a poquito, como un duque,  me la levanté”; es cierto que si se quiere se puede traducir, pero la gracia de esa frase tan nuestra es irreproducible. Por eso hay cuentos como el antedicho, que directamente no envío a concurso fuera de nuestro país. Es probable que si alguna vez hago una antología de mi propia poesía modificaré mínimamente algunas cosas, aunque no creo que muestre las distintas versiones ya que —reitero— no habrá cambios sustanciales.  

 

Alicia Grinbank selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

La mujer de Lot

 

Más vale—se dijo—

ser estatua de sal

que errar sin sabor en la boca.

Más vale—se dijo—

que mis pequeños ojos se impresionen

y salgan de sus cuencas y echen a volar

gritar por un instante

encenderme   cantar

perder mi nombre para siempre

(¡que se lo lleve Lot como trofeo!)

 

Más vale—se dijo—

la boca abierta del misterio

lo que no me ordenó Dios

lo que está por verse

lo que no conozco.               

                                                                                           de “Curanto”

 

 

Las que No

 

Infladas por el viento

las camisas del hombre

aletean

su colorida vacuidad.

No son esposas a la espera

de la ensombrecida bestia de oficina

esposas humeantes de hijos

esposas sociales de brocato en Navidad.

Las camisas del hombre secándose en la soga

saborean ya     a cada lengüetazo de sol

el olor del hombre    la piel del hombre.

Sin preguntas

como alegres cortesanas.

                                                                                                de “La balsa de la medusa”

 

 

Sangre y Orina

 

Alineados sobre la fría mesada

el frasco ambarino y el tubito rubí

irán al desguace microscópico.

Días después mi confiable clínico

leerá en el hermetismo cifrado del papel

y yo beberé sus vaticinios

con la ávida sed de la ignorancia.

 

Pero él ignora también:

reduce mi angustia a un color “ligeramente turbio”

ve brillantes hematíes en un campo

donde es noche cerrada.

Ciego a mis heridas dice “cristales no se observan”

Densidad:    ¿cómo medir lo insondable?

Espacios abisales de células muertas

y recuerdos en flor.

 

Perdido él en mi niebla

perdida yo en su niebla:

no hay valores de referencia.        

                                                                                          de “Noche cerrada”

 

 

Escena Final

 

Está enojado el hombre, iracundo, digamos.

Y es lógico, ella lo ha crispado hasta la puteada.

Sacó de él lo que tanto calló y perdonó y contuvo.

Ahora es un hombre solo en la calle del dolor, 

desfilan taxis vacíos    parejitas  abrazadas

y el hombre vuelve a su casa.

Abre las ventanas y de ella arroja las cartas,

alguna chalina perfumada.

Luego pega el grito.  Se deja caer por ese tragaluz infame:

rebota en el patio de planta baja entre condones y verduras

desnucado   feliz

por la noticia que ella recibirá a la mañana.

                                                                                                                                        (Inédito) 

 

 

*

Entrevista realizada a través del correo electrónico: En la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Alicia Grinbank y Rolando Revagliatti, 2015.

http://www.revagliatti.com.ar/011003.html

http://www.revagliatti.com.ar/030428.html

http://www.revagliatti.com.ar/030428_grin.html

José Emilio Tallarico lee el poema "Tanguito" de Alicia Grinbank durante la presentación de la antología de poetas argentinos "Travesías poéticas" edición bilingüe (español-francés) coordinada por Nicole Barrière (Francia) y José Muchnik (Argentina). 

 

Paulina Juszko: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

 

Paulina Juszko nació el 18 de febrero de 1938 en La Plata, capital de la provincia de Buenos Aires, y reside en Villa Elisa, localidad del aglomerado urbano Gran La Plata, Argentina. Cursó los profesorados de Letras y de Francés en la Universidad Nacional de La Plata, sin completarlos. Se desempeñó en tareas docentes: asistente social (Dirección de Psicología y Asistencia Social Escolar), profesora de francés (Alianza Francesa de La Plata) y traductora. Colaboró en diarios y revistas de su provincia, ha sido incluida en antologías e incursionó en radio como columnista o co-conduciendo en varios programas. En francés y en castellano dictó conferencias y participó como ponente en Encuentros y Jornadas de Escritores. Coordinó talleres y mesas de debates, integró jurados en diversos concursos y ha sido traducida al italiano y al ruso. En 2006 recibió el Premio Virtud a la Ética, el Trabajo y la Solidaridad (Ministerio de Desarrollo Social de la Nación – Fundación “Principios”) y en 2009, en ocasión del Día Internacional de la Mujer, la distinción Mujer Destacada de Villa Elisa (Delegación Municipal). Publicó dos poemarios: “Poemas del Yo dios” (1957) y “Chant posmoderne” (1990, en francés); tres novelas: “Te quiero solamente pa bailar la cumbia” (Ediciones de La Flor, 1995), “Esplendores y miserias de Villa Teo” (Ediciones Simurg, 1999; Tercer Premio de Novela 1998 del Fondo Nacional de las Artes) y “El año del bicho bolita” (Editorial Dunken, 2008); un volumen de ensayo: “El humor de las argentinas” (Editorial Biblos, 2000); y una obra de carácter testimonial: “Vivir en Villa Elisa” (Libros de la Talita Dorada, 2005; declarada de interés cultural por la Municipalidad de La Plata).

 

1 – Ciudades rioplatenses, las tuyas.

 

          PJ – Así es: infancia en Berisso, juventud en La Plata y madurez en Villa Elisa. Soy hija de inmigrantes procedentes de la aldea de Zuchowicze (en la actual Bielorús). Fallecieron poco después de llegar a Berisso. “Mis orígenes se remontan a la sal: saladeros de don Juan Berisso y lágrimas. La sal conserva, saboriza, alivia y desinflama; pero también corroe, esteriliza y mata. Lágrimas de desarraigo de nuestros padres, lágrimas que aumentaron la salinidad del mar para convertirse en nostalgia al desembarcar. Disueltas en el río de orilla fangosa y llena de cangrejales… Fue cuando empezó a manar, dulce y salobre a la vez, el silencioso canto del trabajo.” En un texto titulado “Beribel” —que se publicó en la revista de la Asociación de Entidades Extranjeras en ocasión de la 23ª Fiesta Provincial del Inmigrante (octubre/2000)— yo comparaba a Berisso con la torre de Babel: “También fue un intento de tocar el cielo con las manos. También fue abatido al cerrar los frigoríficos Swift y Armour. Pero ellos sobrevivieron, agarrados con uñas y dientes a las ruinas. Habían aprendido a entenderse pese a la multiplicidad de lenguas. Eso y una extraña pertinacia, aunada a un extraño amor, les permitió reconstruir y reconstruirse. Entonces Él —que es versátil—  los premió con nietos que hablaron todos el mismo idioma.”

          En cuanto al lugar donde ahora habito, mi “petite patrie” de adopción, alguna vez lo describí así:

 

“Villa Elisa agreste, desprolija, barrosa. Te salvan

tanto cielo magrittiano                       

tantos trinos

tanto susurrar de frondas

tantos zumbidos en el aire de verano

tanta frescura de brisa en la piel recalentada

tantos perfumes en las noches quietas

tanta densidad de silencio en las mañanas.”

 

          La Plata, esa ciudad geométrica, nunca me inspiró un sentimiento profundo. A Berisso de chica lo odiaba porque me parecía feo, a Villa Elisa aprendí a quererla con el tiempo, pero La Plata me parece una ciudad muy “careta”. Aunque se me identifica sobre todo como escritora platense.

          Me considero un producto de esa inmigración que no consiguió hacerse la América y ni siquiera vivió lo suficiente para contarlo, una self made woman en todo sentido —material y espiritual—, y un exponente acabado de la decadencia finisecular.

 

2 - ¿Pecados, virtudes, adoraciones, odios…?

 

          PJ - De los pecados capitales los tengo todos menos dos (les dejo la inquietud de adivinar cuáles me faltan). Me adornan pocas virtudes: lucidez, amor por la justicia, generosidad, valentía, fidelidad, perfeccionismo, puntualidad; en cambio, los defectos pululan en mí: soy colérica, gruñona, peleadora, impertinente, brusca, altanera, ambiciosa, eternamente insatisfecha… Alguien dijo (creo que fue Balzac) que el peor de todos los defectos es no tener ninguno.

          Amo la belleza, la inteligencia, el humor, la elegancia, los viajes, las piscinas, la siesta, la lectura, los jardines, el buen vino, los perros… Adoro a mis mascotas, las dos perras Bubú y Nana y el gato Kuro. Odio la reiteración, los koinós topos, la parlalpedo, el lenguaje altisonante, el sentimentalismo barato, la moralina, la mentira, las películas de acción, el fútbol… Cultivo numerosas manías, como repetir hasta el cansancio alguna palabreja o nombre que se me ocurre al despertar o dar vuelta las galletitas para que presenten todas el anverso.

 

          Soy un ser esencialmente solitario, pero no me disgusta socializar de cuando en cuando y alguna vez escribí al respecto: “A veces me canso de mi vida de loba y me pongo la piel de cordera para asistir a sus ágapes. Al principio sus balidos me resultan interesantes, armoniosos y tan correctos, nunca una nota más alta que la otra: las bondades del corral, los premios obtenidos en las exposiciones, la calidad de ciertas pasturas, las delicias ovinas del amor, de la procreación… Escucho pacientemente, pero no puedo balar. Mi desasosiego crece, me pregunto qué pasaría si de pronto lanzara un aullido, uno solo, largo y desesperado. Si abriera una boca llena de dientes carniceros para aullar mi soledad, mi rabia, mi dolor. Las imagino desertando la mesa, huyendo despavoridas, en desorden, con balidos horrorizados pero literarios al fin, siempre con altura, con elegancia. Con ese savoir faire que una loba sin manada nunca podrá tener.”

 

          Descreo del amor de pareja, donde siempre hay uno que quiere fagocitar al otro. Suscribo a lo que piensa Susan Sontag: es una ficción esencial, una danza más del ego solitario. Sólo tocamos “la envoltura de un ser cuyo interior accede al infinito” (Proust, “La prisionera”). Amé a varios hombres —evidentemente nadie escapa a la ley natural—, pero si hago el balance, hubo más pena que gloria. Mi matrimonio con un pintor duró muy poco. Priorizo actualmente otros sentimientos que me parecen más humanos: la solidaridad, la estima, la amistad. El amor es exclusivo, totalitario, exigente, lleva a excesos que después lamentamos. Y es volátil porque no se basa en la estima.

 

          No quise tener hijos porque, como dice un personaje de Balzac, “no aprecio lo suficiente la existencia para hacerle ese triste presente a un semejante” (“El cura de pueblo”). Soy atea y tengo una visión pesimista de la naturaleza humana; otro escritor francés que cultivaba el más negro pesimismo, Anatole France, aceptaba que pudieran existir en algún mundo desconocido seres más malvados que los humanos, pero eso le resultaba prácticamente inconcebible.

 

          El momento más decisivo de mi vida fue aquel en que contemplé  —teniendo siete u ocho años— la tapa del “Billiken” donde una niña miraba la misma tapa: la noción del infinito, como un siniestro alfanje, me abrió la cabeza en dos; todo perdió brillo, mi cielo se nubló para siempre. Esto se agravó más tarde con la pérdida de la fe religiosa. Soy una marginal que no logró salir de la edad de los porqués y sabe que no hay ninguna respuesta.

 

          Desde muy pequeña me fascinó la palabra escrita; comprender cómo se unen las letras para formar palabras fue un deslumbramiento, la adquisición de la lectoescritura un segundo nacimiento, el más importante. Desde entonces soy lectora compulsiva. Una de las cosas que contribuyeron a abrirme la cabeza fue un cuento cuyo título se me olvidó (¿“La princesa de los gansos”?) y donde una joven —por motivos que tampoco recuerdo— usaba una horrible máscara; un día, creyéndose sola, se la quita y, en lugar del rostro de la “zafia lugareña”, aparece el de una bellísima dama. Más allá de lo insólito que podía resultar ya a mi edad el hecho de afearse voluntariamente —sobre todo tratándose de una mujer— lo que quedó grabado en mi mente con caracteres indelebles fue la expresión “zafia lugareña”, que superaba mi vocabulario infantil y tuve que buscar en el diccionario. Esas dos palabras fueron mi llave de ingreso al mundo de la literatura. ¿Así que las cosas podían decirse de distinta manera y había formas mejores que otras…? Porque comparando “tosca campesina” y “zafia lugareña” no cabía la menor duda: me quedaba con la última. No hubiese sabido explicarlo, sonaba más lindo, algo así como los versos. ¿Intuía ya que la literatura es un modo de existencia, que el lenguaje no se limita a reproducir el mundo, sino que puede producirlo?

 

          Soy una gozadora nata. Una gozadora amargada, carente de muchos de los placeres a los que aspiró y aspira. De naturaleza indolente y condenada a una vida de laboriosidad, actualmente puteo contra el menor esfuerzo físico, tiendo cada vez más a la catatonia. Me resulta intolerable la obligación, la presión para hacer algo, aun viniendo de mí misma. No hay lujo comparable al del tiempo que se pierde: hacer un paro total de actividades cotidianas para vagar sin un propósito definido por la casa o el jardín, enderezando un cuadro aquí, cortando una flor seca o una rama desangelada allá, viendo si brotaron las semillas, jugando con las perras…¡qué delicia! Ese tiempo que no empleo en nada preciso, que se me va en pavadas, es en fin de cuentas el mejor empleado, el más rendidor, ya que me brinda más felicidad. ¿Necesito la mente vacante, un estado vecino de la animalidad, para rozar por instantes la beatitud?

 

          No puedo comprender a los viejos fanáticos del laburo; por lo general es una tapadera, una manera de escapar del vacío interior, una forma de desperdigarse. Y si realmente amamos nuestro trabajo durante muchos años, ¿no llega un momento en que debemos descansar, recogernos, sumergirnos en nosotros mismos buceando en busca de ese yo profundo del que hablaba Proust?

 

3 – Proust.

 

          PJ  - Es uno de mis favoritos, me gusta su estilo, sus parrafadas laberínticas, incluso su côté cholulo. “En busca del tiempo perdido”, su obra cumbre, no es una reivindicación de la memoria, sino una lucha denodada contra el tiempo y un intento de hacer universales las experiencias personales. La memoria nos pinta un cuadro convencional del pasado, mientras que ciertos incidentes reencontrados, ciertas sensaciones pasadas (el sonido de una campanilla, el gusto de una madalena, un desnivel del pavimento…) nos permiten comprender la verdadera esencia de los hechos, personajes y circunstancias que los originaron, y acceder a las causas profundas analizando lo que tienen de idéntico ambas situaciones —la pasada y la presente—, fusión que implica una abolición del tiempo transcurrido: son instantes de eternidad que se le arrancan al devenir. Adhiero a su concepción del arte, “que va más allá de la nada en que se diluyen el amor y los placeres”. El amor propio, las pasiones, la inteligencia y el hábito nos ocultan el verdadero sentido de las cosas poniéndoles nombres (las “nomenclaturas”) y fines prácticos para conformar lo que falsamente llamamos vida; el arte debe trabajar en sentido contrario: vuelta a lo profundo, rescate de lo desconocido en nosotros mismos.

 

4 – Hace algunas décadas el vocablo “escritura” no se usaba tanto, ¿no?

 

          PJ - Una falsa modestia hace que hoy en día se prefiera el término “escritura” a “literatura”, como si este último nos quedara grande a los escritores actuales o fuese demasiado solemne. Yo escribo cartas, e-mails, listas de supermercado… pero si se trata de un cuento o una novela hago literatura, que podrá ser buena, regular o mala. La literatura es un arte y un oficio, y debe ser llamada por su nombre. A nadie se le ocurre que carpintería y ebanistería son sinónimos. A la frase hay que pulirla, trabajarla como se trabaja la madera. “Vuelvan sobre la obra diez veces, si es necesario”, aconsejaba el viejo Boileau en el siglo XVII. La mejor ficción desmerece con un estilo “escuela secundaria”, desprolijo, lleno de cacofonías, pleonasmos y distorsiones gramaticales y sintácticas. Flaubert acostumbraba gritar sus frases para ver si sonaban bien; creo que exageraba en cuanto al volumen, pero sí, es muy importante el oído y también el sentido común. Es lícito emplear neologismos, localismos, vulgarismos, lunfardo, puteadas (de hecho, yo lo hago a menudo), siempre y cuando la obra lo requiera. Pero, ¿a qué viene utilizar el galicismo “pasticería” cuando existe “pastelería” en nuestro idioma (a menos que sea un francés el que habla) o inventar términos como “separatidad”, “verderol” y “enterratorio”, malsonantes y desangelados? Otra cosa es crearse un lenguaje propio, como Xul Solar o Héctor A. Murena. Sólo tolero la reiteración en las guardas geométricas (como ésas que nos hacían inventar las monjas para las carátulas de cada mes en los cuadernos cuadriculados de matemáticas o ésas que adornan los libros antiguos), en la poesía y como recurso humorístico. Fuera de lo cual la encuentro abominable en cualquier tipo de textos (filosóficos, literarios, ensayísticos o de divulgación científica) y también en las conferencias. Si una noción fue bien expresada, es inútil repetirla. La tautología me genera una muy mala opinión respecto de su autor: o se olvida de lo que ha dicho y en este caso debe dudarse del buen funcionamiento de su mente; o desconfía del cociente intelectual del lector/oyente, lo que resulta ofensivo para éste; o quiere llenar páginas/tiempo a como dé lugar. Igualmente odiosas son las repeticiones de palabras (pleonasmos)  —y aquí me refiero exclusivamente al lenguaje escrito— porque atentan contra la eufonía y la elegancia de la frase, y dan un estilo desprolijo. En estas cuestiones me confieso decimonónica como Stephen Vizinczey.

 

5 - ¿Y tu escribir?

 

          PJ - Nunca me fuerzo a escribir. No me angustio si no tengo ganas de hacerlo, no veo por qué un escritor deba escribir constantemente. Es como si el carpintero viviera con el martillo en la mano. A veces no hay trabajo, y con nosotros es igual: a veces no tenemos nada que decir y entonces lo mejor es callarse. Temporaria o definitivamente.

No quisiera ser como ese personaje de Bernard Shaw que decía “Nunca soy tan elocuente como cuando no tengo nada que decir”.

 

6 - ¿Lo más real?

 

          PJ - Mis momentos más reales los viví en el mundo de la literatura. Siempre me sorprendió el empeño de la gente por ubicarte en eso que llaman “realidad”: “Pisá la tierra – Sé realista.” ¿Era más gratificante eso que la ficción o la fantasía? De ninguna manera. Antes de leerlo, ya pensaba como Proust que la verdadera vida, la vida por fin descubierta y  dilucidada —la única que vale la pena— está en la literatura. Ingmar Bergman dudaba que hubiera en la vida más realidad que en sus obras. Y no decía nuestro Macedonio [Fernández] que “los estados de vigilia son, en su mayor porción, más débiles y menos emocionantes que los del sueño […] el cotidiano vivir es en su casi totalidad lánguido y débil, inimportante”? Yo comprendía —aunque confusamente al principio— que había nacido para “espectadora”, para dar testimonio, que no servía para vivir esa realidad de los demás: un desdoblamiento inconsciente, esa impersonalidad apasionada que, según Romain Rolland, es propia de los artistas, impidió que me implicara seriamente en las acciones que exige la realidad. Luego, por supuesto, tuve que fingir que la asumía y desarrollar diversas actividades para ganarme el sustento. “Tomé el pliegue” —como dicen los franceses— pero no pensaba más que en desplancharme y siempre tuve la sensación de estar jugando a ser un adulto. Encontré en “Los Thibault”, novela del escritor francés Roger Martin du Gard un párrafo que tiene que ver con esto último: “Cada uno de nosotros, sin otra finalidad que el juego (por más lindos pretextos que se dé), dispone según su capricho, según sus capacidades, los elementos que le proporciona la existencia, los cubos multicolores que encuentra a su alrededor al nacer… ¿Y tiene realmente mucha importancia si logra construir más o menos bien su obelisco o su pirámide?”. 

          En este sentido, alcanzar la edad de la jubilación significó una resurrección: poder volver a “mi mundo”, reintegrarme a mi verdadera personalidad después de tantos años de dispersión esquizoide; como la protagonista de “La araña” de Clarice Lispector, yo “no había llegado a ningún punto, disuelta viviendo”. Fue lo que para otros la iluminación religiosa: en determinado momento de la vida todo se soluciona, encuentra su sitio, aparece el verdadero sentido. Reconcentrarme, pensar en serio o divagar… y escribir. Agarrarme a la cola del tiempo. Acariciarle las orejas sedosas a mi perra murmurándole “¿lita nonó la sunata?”, mientras dejo vagar perezosamente la mirada entre las paredes de un foso de verdura. Ningún espacio blanco en una planilla espera ominosamente mi firma, entrada y salida. Ningún jefe que no logró cagar esa mañana piensa hacerlo sobre mi desprevenida humanidad. Soy mi directora, mi patrona, mi reina.

 

7 - ¿Concepción de la literatura?...

 

          PJ - En literatura también hay modas (o tendencias, como quiera llamárselas). No le lleves a un editor una simple narración con pies y cabeza, por interesante que sea, porque no te dará ni cinco de bola. Hoy la moda es, entre otras cosas, insertar en una novela pesadas disquisiciones sobre temas científicos o filosóficos. Umberto Eco declara que el lector no ama la facilidad, que hay que proponerle la ficción a la manera de un teorema. Yo me pregunto de qué tipo de lector habla; evidentemente de una élite supersofisticada…; y también si no será por esto que la gente lee cada vez menos. Por mi parte, si mi propósito es informarme sobre un tema determinado, no recurro a una novela, busco el texto adecuado y me dispongo a hacer un esfuerzo intelectual —si es necesario— por pesada que me resulte la cosa. Pero si abro una novela, quiero que me deleite, me atrape, me entretenga, me conmueva, me haga reír y hasta pensar un poco también, pero sin ese esfuerzo que requiere el aprendizaje. Trato de escribir libros así y, por lo que dice la mayoría de mis lectores, lo estoy logrando.

          Me interesa la fama porque es la única manera de luchar contra la muerte y justamente porque es “puro cuento”, para ser consecuente (hasta el final) con mis ideas; el dinero sólo en cuanto evita angustias bajunas y degradantes, y procura placeres que se consideran suntuarios, pero son indispensables para el hombre actual, tremendamente sofisticado. 

 

8 - ¿Temas?

 

          PJ - Me atrae  lo que piensan y sienten las mujeres, de las más simples a las más complicadas. Los varones son generalmente de una pieza, monotemáticos, y por eso resultan tan aburridas las narraciones o filmes cuyos personajes son exclusivamente varones. Lo que le pone sal a las historias es la sutileza, el retorcimiento, la indefinición y, a menudo, la superficialidad del alma femenina, ya sea que habite en mujeres o en homosexuales. Mil veces más interesante que los pensamientos de un guapo o un malevo me parece lo que se le cruza por la cabeza a una mujer mientras lava los platos o pela papas. La mujer es mucho más sofisticada que el varón; no en balde las novelistas tienen tanto éxito en esta época. Se podría decir que la mujer todavía posee un alma, mientras que al varón sólo le queda cerebro. ¿Nos habrá durado más (el alma) porque adquirimos mucho más tarde el derecho a tenerla?

 

9 - ¿Rememorarías un viaje a Francia con el que fuiste premiada? ¿Hubo otros?

 

          PJ – Había obtenido el mejor promedio del país en el examen final de mis estudios en la Alianza Francesa. Me reportó el “Brevet d’aptitude à l’enseignement du francais hors de France” otorgado por la Alianza Francesa de París, y el “Certificat d’études pratiques de prononciation francaise” del Instituto de Fonética de la Sorbona.

Fue mi primer viaje a Europa, en transatlántico —todavía los había—, quince  días en el océano, una experiencia inolvidable. Luego viajé varias veces más, en avión por supuesto. Pero durante esa travesía inaugural me hice amiga de una pareja de jóvenes homosexuales —un  francés y un brasileño— que me invitaron a recorrer con ellos la Costa Azul: quedé deslumbrada.

          Con París no fue un amor a primera vista; de entrada me dio la impresión de una prostituta que se vende al mejor postor, por la cantidad de extranjeros que la transitaban ya en ese entonces. Tuve que recorrerla en subte y a pie, conocerla en profundidad, hacerme de amigos franceses en sucesivos viajes para llegar a amarla. Actualmente es mi preferida entre las ciudades que conozco, tiene un charme particular, que le confiere en gran parte el Sena, el más bello de los ríos en mi concepto, el más inspirador, con su manso fluir, sus péniches y la perspectiva de sus puentes…

 

          Durante mi primera estadía en París, que fue larga: seis meses, viví en el Pabellón Argentino de la Ciudad Universitaria; en ese entonces residía también allí el pianista Miguel Ángel Estrella, y tuve ocasión de conocer el taller del pintor Antonio Seguí en los suburbios de la ciudad, pues era amigo de mi ex marido, Nelson Blanco, quien también estaba en París por haber ganado el premio Braque de pintura. Otros amigos pintores, los Morales, me hicieron conocer Normandía, en el noroeste de Francia.

Como tengo mi costado superficial y me gustan las pilchas, poco después de llegar a París me fui a las Galeries Lafayette y me gasté casi toda la plata que había llevado (que no era mucha). Este despilfarro me obligó a buscar un trabajito para seguir subsistiendo y así fue como me relacioné con dos familias francesas, cuyos niños cuidaba una vez por semana. Uno de estos chicos, un rubito cara de ángel de unos seis años, era muy particular: me tocaba el culo cuando salíamos de paseo, se metía debajo de mi pulóver y me acariciaba sensualmente la espalda, me pedía que me quedara a dormir en su cama para poder tocarme toda y hasta me propuso matrimonio…; yo no me animaba a decirle nada a su madre por temor a perder el trabajo. Esa gente me apreciaba mucho y me escribió durante años. Son anécdotas graciosas, como cuando tuve que cambiarle por primera vez el pañal a Guillaume, un bebé de seis meses, y no sabía cómo se hace; y no eran los pañales de ahora, entonces se usaban alfileres de gancho, era más complicada la cosa.

          Me gusta viajar para aprender; pero no sólo me interesan los museos, los monumentos, la arquitectura, los paisajes, soy curiosa de otras formas de vida: quiero saber qué comen, cómo se visten, qué leen, qué deportes practican…

 

 10 – En el “Petit Théâtre” de la Alianza Francesa de La Plata has dirigido piezas teatrales. ¿En qué lapso? ¿Cómo surgió la propuesta?

 

          PJ – Sí, hicimos obras de Georges Feydeau, Alfred Jarry, Boris Vian, Eugène Ionesco, entre otros autores; también espectáculos de café concert, teatralización de fábulas de La Fontaine y textos de La Bruyère (clásicos del siglo XVII), siempre en francés. Yo hice las puestas en escena y dirigí el grupo de alumnos y ex alumnos de la institución entre 1970 y 1992. Pero ya antes había actuado en ese teatro vocacional, que ya no existe. Fue por iniciativa propia que formé un grupo y empecé a dirigir, y siempre lo hice ad honorem. Presentábamos una obra cada año. Los ensayos significaban un gran esfuerzo para todos, porque sólo podían hacerse después de las veintidós horas y también los domingos, debido a las diversas actividades que desarrollábamos. Era muy difícil reunir a los actores, sobre todo cuando la obra tenía muchos personajes; yo me enojaba cuando faltaban, era una directora muy exigente, pero sólo gracias a una férrea disciplina esta actividad pudo prolongarse durante tantos años. Aclaro que en ese entonces yo tenía dos trabajos, así que los días de ensayo volvía a mi casa a las dos-tres de la mañana ¡en micro! Y también debía ocuparme de conseguir gente de buena voluntad para la iluminación, el sonido, el decorado…; a cuántos amigos molesté pidiéndoles muebles prestados… Pero era muy gratificante y el sacrificio había valido la pena cuando la obra se daba y todo salía bien. ¡Qué tiempos aquellos! Ahora me parece imposible haber hecho tanto por amor al arte.

 

11 – Ya que integraste la redacción de la revista de humor platense “La Gastada” durante un par de años —1996-1997—, podrías describírnosla y contarnos qué es el “humor platense”.

 

          PJ – “La Gastada” fue una revista del Grupo B.A. Comics, promovida por la Facultad de Bellas Artes de la UNLP. Yo me integré al staff poco después de su creación y colaboré en ella hasta su desaparición por motivos económicos, como sucede con la mayoría de las revistas. La dirigía el dibujante Carlos Pinto y colaboraban, entre otros, Raúl Fortín, Ricardo Blota, Leo Bolzicco, Eduardo Lemos, Fabricio Frizorger, Diego Aballay… Ahí conocí a los humoristas Andrés Vendramín (André) y Leandro Devecchi, que fueron luego, conmigo, co-autores de “Criadero de cocodrilos”, sátira de la actualidad política y social argentina de fines del siglo XX y comienzos del XXI, con ilustraciones humorísticas.

          La revista se autodefinía como “humor platense de exportación”; el acotamiento “platense” se refería tanto a la procedencia de la gran mayoría de sus colaboradores como a la naturaleza local de muchos temas abordados. Yo surtía una sección feminista, otra de postales de la Argentina y una columna de perlas negras (absurdos generados por el mal uso del idioma en los medios). Algunos títulos de mis notas: “¿Lo manyás al hombre light?”, “De guapos, malevos y otras (malas) yerbas”, “Discriminaciones lingüísticas”, “¡No nos pisen la víbora, muchachos!”, “Histeriqueando”, “Cuentos clásicos para niñas feministas”… Yo era la única mujer en la revista y se me trataba con toda naturalidad, como un compañero más. Disfruté mucho esta experiencia.

 

 12 – Al menos una vez vi y lo escuché recitando —en 2001, en un Ciclo que yo conducía— al poeta platense Mariano García Izquierdo (1935-2006). Y vos fuiste columnista de su audición semanal “El Firulete”, en una FM de Berisso. ¿Cómo lo recordás a él y a su poética?

 

          PJ – Buen poeta y buen amigo. Recuerdo la frondosa glicina y su pequeño cuarto de trabajo en la casa de City Bell. Recuerdo su entusiasta colaboración con diversos emprendimientos del Centro Cultural “Difusión” de Berisso: el libro “Escritos y escritores de Berisso” (2000), la revista mensual “Dando la nota” y la radio. En 1999 tuve el placer de presentar un libro de Mariano: “Dulce Babushka”, poéticas postales de su infancia berissense; cito algo de lo que dije en esa ocasión: “¿Es Mariano el pibito que llora al comprender que no vivirá con ellos el constructor de su casa, que le hacía ver animalitos en los desechos de madera? ¿el que descubre las diferencias entre nenas y nenes a través del alambrado que lo separa de su vecinita rubia? ¿el que fuma zarzaparrilla en un bote? ¿el enamorado de Paulina Singerman? ¿el que se sueña abuelitas eslavas? ¿el que asiste a los dramas de esa bizarra y heterogénea humanidad que encontró su caldo de cultivo en la atmósfera del Berisso de los años 40? Todos son Mariano y Mariano es todos.” ¿Y qué mejor manera de recordarlo que a través de sus versos?:

 

 

No monta en el viento

ni lo desparrama la lluvia.

 

No lo deslizó la mansedumbre del río

ni lo puede prestar un sueño.

                                                                                             (de “El amor que no se dio”)

 

 

13 – Un grupo de teatro comunitario, asesorado por vos, llevó a escena “Arturo Seguí a la Elisa”, inspirado en tu libro “Vivir en Villa Elisa”. ¿Cómo resultó?

 

          PJ – Fue solamente un sketch que se representó en un Encuentro de Teatros Comunitarios, en la explanada del Teatro del Bosque de La Plata (2008). El grupo se deshizo poco después, debido a las dificultades para reunir un elenco estable y a la falta de un local propio. Esta iniciativa no suscitó en Villa Elisa el mismo entusiasmo que en City Bell, donde se formó un grupo numeroso, “La Caterva”, que aún sigue actuando.

 

14 – Fue en una reciente charla telefónica, Paulina, que mencionaste que tenías unas cuántas obras inéditas.

 

          PJ – ¿Te paso los títulos…?: “Rabelesiana” (adaptación teatral de la obra de Rabelais); “Escuela de verdugos” y “Osteolipomaquia” (dramaturgia);“Concierto de masturbanda”, “Sagrada sangre” (Mención 1997 del Fondo Nacional de las Artes), “Eternos laureles” (novelas); “Por una cabeza” (novela policial); “Al gran pueblo argentino ¡salud! (jubilados-desocupados abstenerse)” (notas de humor de los ’90); “La cocina del humor” (ensayo sobre los procedimientos del humor literario); “Del vagar breve”(poemario); y en coautoría el que antes te conté, “Criadero de cocodrilos”. ¿No te parece tremendamente frustrante tener tantos inéditos? O soy una escritora muy mala —ya que ninguna editorial me da bola— o en este país pasó algo con el negocio editorial después del año 2000. Tengo que optar por la segunda posibilidad para salvaguardar mi autoestima: los grandes grupos editoriales que quedan se manejan como empresas que sólo publican autores de venta segura.

          Hace años, en una entrevista para la revista “La Maga”, me pidieron una opinión sobre la regionalización de la literatura y contesté que habrá una verdadera literatura bonaerense (o mendocina, o patagónica, o…) cuando en estos sitios se den las posibilidades de publicar, y no sólo a cuenta de autor. ¿Y hasta qué punto no es ingenuo soñar con esa regionalización, cuando prácticamente todo el negocio editorial de Buenos Aires está en manos de capitales extranjeros?

 

15 – Busqué y encontré en mi biblioteca un ensayo tuyo —publicado en el nº 3, 2005/2006, de la Revista “El Espiniyo”— titulado “Poesía y Humor”. Es probable que te cuentes entre los escritores argentinos que más ha investigado sobre el humor en la literatura.

 

          PJ – Como soy muy propensa a utilizar en mis escritos la ironía, el sarcasmo y el humor negro, y considero que el humor es catártico, me puse a investigar sobre el tema. El primer resultado fue mi ensayo “El humor de las argentinas”, donde hablo de las mujeres que colaboraron en diarios y revistas argentinos haciendo humor gráfico y escrito; el segundo, otro ensayo (aún inédito): “La cocina del humor”, donde analizo los procedimientos del humor literario (con ejemplos desde Aristófanes hasta Roberto Fontanarrosa) y los diversos tipos de humor según  la temática (negro, blanco, rojo, amarillo) y según el país (judío, inglés, argentino). Este último trabajo, que podría resultar muy útil en los talleres de escritura con humor que se pusieron de moda recientemente, no despertó sin embargo el interés de ningún editor. 

 

16 – Varios títulos de las conferencias que has realizado en los últimos cinco lustros me entusiasman, pero voy a elegir uno, el de la que me agradaría estar leyendo ya mismo: “¿Por qué las heroínas de novela son casi siempre jóvenes?” Paulina: ¿Por qué las heroínas de novela son casi siempre jóvenes?...

 

          PJ – Te resumo aquí mi planteo. Desde tiempos inmemoriales la mujer es representada como un instrumento erótico y reproductor, y el varón como generador de pensamiento y acción. Para que resulte atractivo, el argumento de una novela o un culebrón no puede dejar de lado el ingrediente erótico y este pathos está encaminado a la reproducción de la especie. ¿Y por dónde entra Eros? En primera instancia por los ojos. En el reino animal la naturaleza engalana generalmente a los machos para lograr su fin, mientras que entre los humanos resultó favorecida la hembra. Y es en la juventud cuando ésta encarna plenamente los cánones de belleza que rigen desde el comienzo de los siglos, kilito más o menos. Pasada la edad de la pasión, la mujer pierde todo glamour, tanto en la literatura como en la vida real, y de los roles de protagonista desciende a los de reparto; con la madurez adquiere una cualidad de transparencia que suele acentuarse hasta la invisibilidad.

 

          Es cierto que en la segunda mitad del siglo XX, gracias a la cirugía y a múltiples tratamientos, la juventud se prolongó, con todos sus atributos. A nadie se le ocurriría hoy llamar “ancianas” a Nacha Guevara, Moria Casán y tantas otras. Pero en el siglo XIX se era una mujer madura a los treinta años; en la novela “Ella y él” de George Sand, la protagonista femenina, Teresa, se lamenta cuando es requerida de amores: “Es muy tarde para buscar lo que huye de mí. Tengo treinta años”; y todavía en 1949, fecha de publicación de “1984” de George Orwell (que entre tantas cosas que predijo, no supo anticipar los desfasajes que se produjeron entre las etapas de la vida) encontramos: “Cuando la vi a plena luz resultó una verdadera vieja. Por lo menos tenía cincuenta años”. Esta exigencia de juventud y belleza es válida sobre todo para el sexo femenino, pues basta con mirar cualquier telenovela para constatar que los varones —aunque sean panzones y calvos, aunque tengan pelos en la nariz, pies planos y más legañas que perro callejero— siguen conquistando hermosas pendejas y se dan el lujo de engañar no sólo a su legítima, sino también a su amante. En “Cándido” de Voltaire (s. XVIII), Cunegonda va envejeciendo mientras que el protagonista no parece sufrir los ultrajes del tiempo, y el autor presenta como un rasgo de generosidad por su parte el tomar por esposa a una Cunegonda vieja y fea, que perdió por eso todo derecho a ser amada.

 

          Algunos escritores del siglo XX, como Mario Vargas Llosa (en “Doña Julia y el escribidor”, “Elogio de la madrastra”, “Los cuadernos de don Rigoberto”), ensalzaron los atractivos de la mujer madura. Gabriel García Márquez escribió —realismo mágico mediante— una historia de amor y sexo entre gerontes: “El amor en los tiempos del cólera”. En “Viajes con mi tía” Graham Greene nos presenta a la desprejuiciada septuagenaria Augusta. Y también me pongo como ejemplo con mi novela “El año del bicho bolita”, protagonizada por mujeres de la llamada “tercera edad”.

 

          El cine y el teatro parecen más abiertos al protagonismo de las maduras y las ancianas. Pero es evidente que para superar los estereotipos milenarios debe producirse un cambio radical en la escala de valores. Cuando esto ocurra el protagonismo avuncular no se asentará en la maldad (las brujas de los cuentos), o en el vicio (la Celestina), o en la extravagancia (la tía Augusta), sino fundamentalmente en la calidad de ser pensante. Simone de Beauvoir, Marguerite Duras, Hannah Arendt en la última etapa de sus vidas constituyen el mejor ejemplo: ésas son las verdaderas heroínas de la novela del siglo XX.

 

17 – Es porque no recuerdo que se hubiese promovido alguna vez un Certamen de Autobiografías, que enterándome de que resultaste finalista en uno que se denominó “Ricardo Jones Berwyn”, en la ciudad de Gaiman, provincia de Chubut, en 2010, me intereso por saber de él.

 

          PJ - Participé con un trabajo titulado “Flashes”. Creo que la idea original de este certamen fue estimular la narración y difusión de historias de vida de los inmigrantes galeses de esa zona, a fin de preservar su memoria; pero está abierto sin restricciones a participantes de cualquier provincia y nacionalidad.

 

18 – Primero: confieso que pocos caligramas lograron atraerme. Segundo: ¿exagero si afirmo que a vos te fascinan?...

 

          PJ – Decir que me fascinan es un poco exagerado. Me encantan porque aúnan poesía y plástica, y componerlos tiene mucho de juego, es divertido. Este gusto me lo contagió Guillaume Apollinaire con  su poema “La colombe poignardée et le jet d’eau” (= “La paloma apuñalada y el chorro de agua”). Pero sólo de vez en cuando me inspiro para escribir un caligrama.

 

 

Paulina Juszko selecciona poemas inéditos de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

 

                                                       Lo quiero igual que usted me quiso a mí, de a trozos.

                                                                         Dante Bertini, “Salvajes mimosas”

 

Frase que define el amor humano.

Y yo aquí,

una mañana en que tantas cosas se despiden

discretamente,

sin alharacas,

en un rincón que destila

la mansedumbre del otoño incipiente.

 

Olas de amor fragmentado me depositaron aquí.

Último puerto.

Finis orbis.

Contemplo.

Recojo migajas de violentos festines.

¿Es poco?

¿Es mucho?

No lo sé.

Pero intenso, luminoso y cálido.

Intensidad que no desequilibra.

Luz que no enceguece.

Calor que no consume.

 

 

 

                                                                 Mimado

                                                                 hostigado

                                             pulido en recovecos y excrecencias

                                                             tigre en acecho

                                                        fiera insidiosa irritable

                                          presta a retobarse en cualquier momento

                                                            a mostrar las uñas

                                                           a decir basta no sigo

                                                           a devorar al domador

                                           explorado en superficie cotidianamente

                                                          —nada más extraño—

                                                          imprevisible / aterrador

                                                    (aterrador por lo imprevisible)

                                      incensado en spasgimnasiosquirófanospasarelas

                                        glorificado en himnos de genuflexa sumisión

                                                     tirano gozosamente aceptado.

 

         ¡Oh Dios mío / y tan poco mío!                         no me abandones no me abandones

                                                      sé sutil pero resistente

          pluma de acero                                                                                ora pro nobis

              robot exento de colesterol                                                        ora pro nobis

                         rolex ultrasincronizado                                               ora pro nobis

                                 Barbie deportiva y tersa                            ora pro nobis

                                                                       ¡Bello-bello-bello

                                                           es el Señor de nuestros tiempos!

 

 

 

                                                                                     OJO

 

Paaaatina sobre las superficies o deja pátina

guante de cirugía aislando

elástico de honda creando espacio

cobija / destierra

achica / agranda

revela / esconde

Ver sin mirar se puede pero ¿mirar sin ver?

escudriñar

hasta el hueso y más adentro

hasta el tuétano y más adentro

hasta lo invisible

despellejar / descarnar / arañar esqueleto

y más adentro

 

 

 

*

Prendidos como garrapatas a nuestro cachito de planeta

que yira y yira

en el universo yirante

                                                          nosotros

los de probeta

                        los de laboratorio

                                                      los  no deseados

                                                                                  los mal amados

los que no sabemos resolver el acertijo original

los que caminamos el desierto sin más agua que nuestras lágrimas

aferrados con uñas y dientes

a lo irrisorio

                    a la mínima consistencia

cabalgando micrones con ínfulas de posesión

haciendo cada mañana le tour du propriétaire

                                                                              y la cuenta de nuestros bienes.

 

*

 

Hay entonces un país donde la rosa es inmortal

donde no se asiste cada día al asesinato de la belleza

donde abrimos los ojos sin un lamento

donde no hay que restallar el látigo para que los objetos

     hagan su número cotidiano esperando la ocasión

     de saltarnos a la garganta

donde las horas se funden entre los dientes

donde ya no se necesita la rastrera esperanza.

Ese país existe

quiero creerlo.

 

 

 

Entrevista realizada a través del correo electrónico: en las ciudades de Villa Elisa y Buenos Aires, distantes entre sí unos 45 kilómetros, Paulina Juszko y Rolando Revagliatti, 1 de julio 2015.

 

www.revagliatti.com.ar

 

Paulina Juszko lee un poema. (2011)

gentileza Gustavo Tissoco.

Alejandra Pultrone: sus respuestas y poemas

 

Entrevista realizada por Rolando Revagliatti

 

Alejandra Pultrone nació el 24 de marzo de 1964 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, República Argentina. Es profesora en Letras por la Universidad de Morón. Desde 1997 y hasta 2009, de modo ininterrumpido, realizó estudios de psicoanálisis. De entre las antologías nacionales y extranjeras en las que ha sido incluida, destacamos “Animales distintos: Muestra de poetas argentinos, españoles y mexicanos nacidos en los sesentas” (Ediciones Arlequín, ciudad de México, 2008). Fue directora de “Stevenson” (1992-1997), librería especializada en poesía, y asistente de dirección de la revista-libro de literatura “Sr. Neón”, desde sus inicios (nº 1, julio 1992) hasta su edición final (nº 10, diciembre 1995). Co-dirigió el sello editorial de poesía “Libros del Empedrado” (1994-2004). En soporte papel publicó los poemarios “La cuerda del silencio” (1991) y “Hopper” (1995). Este último cuenta con segunda edición en formato caja-libro (2005). En formato caja-libro apareció en 1997 un tercero: “Ciudad demolida”, el cual tiene, lo mismo que “Hopper”, edición electrónica (por Nostromo Editores, en 2006 el primero de los citados, y en 2003 el segundo). Un cuarto poemario, “Restos de poda”, fue editado electrónicamente en 2004 por la revista española “Teína”. Inéditos permanecen “Seca palabra” (2005) y “Aflicción” (2013).

 

1 - ¿Despuntar de recorridos desde la palabra y la escritura?

 

AP – Mi primer encuentro con la literatura fue desde la voz de mis padres: mi madre fue la de la narración, quien me leía mis “cuentitos” españoles ilustrados por Juan Ferrándiz—esos que se vendían en los kioscos de diarios y revistas— y las historietas de La Pequeña Lulú. Mi padre fue la voz de la invención: me narraba historias donde todas las princesas llevaban mi nombre. El mío pertenece al de una princesa inglesa admirada por mi madre por su elegancia, inocente ideal para una niña criada entre hermano y primos varones. Un deseo que ella dio a luz junto conmigo, según instala la novela familiar, ya que iba a llamarme Nora. Mi educación y formación espiritual fue católica apostólica romana desde el inicio, a diferencia de la de mi hermano, quien recibió su educación primaria en la escuela pública y laica y sólo en la adolescencia prosiguió en una escuela católica.  Entonces mi infancia estuvo atravesada por hagiografías para niños y catequesis post Concilio Vaticano II, novelas de la colección Robin Hood, las de Luisa Alcott y Juana Spiry, historietas de Disney editadas en México, las revistas “Billiken” y “Anteojito”. Y las historias de vida de heroínas románticas como Santa Teresita de Lisieux y Bernardette Soubirous, “una mezcla milagrosa”, como dice el tango… Alrededor de los siete años mi prima mayor había encontrado un ejemplar de “La amada inmóvil” de Amado Nervo y quedé cautivada por esa aventura de amor trunco. De una antología de poemas de mi padre recuerdo también un poema tristísimo de Evaristo Carriego, “La silla que ya nadie ocupa”, referido a la orfandad materna. Apenas concluida mi primera clase de Castellano en primer año, me acerqué con la timidez que me caracteriza a la profesora para preguntarle dónde iba a poder, al finalizar el colegio secundario, estudiar lo que ella enseñaba. Me respondió con una sonrisa asombrada, enumerando posibilidades futuras: algo de un destino se selló allí. Comienzo a escribir poemas a los dieciséis.

 

2 – Y llegamos a tu despedida del colegio secundario.

 

AP – Sí, cuando la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires estaba desmantelada, en las postrimerías de la dictadura y retorno a la democracia. Gracias al entusiasmo de una prima política—quien fue una guía excepcional en la adolescencia y orientó mis lecturas—egresada y docente de la Universidad de Morón, accedo a una formación privilegiada para esos últimos  años de censura y represión: algunos de mis profesores fueron Noemí Ulla, Susana Zanetti, Graciela Gliemmo, Celina Manzoni, Miguel Wiñazki, Susana Santos, Alba Correa Escandell, Alicia Parodi, Graciela Susana Puente. En 1985 Octavio Paz llega a nuestra ciudad y asisto a su lectura de poemas, la que me produjo un cambio radical en el modo de concebir la escritura poética.

 

3 - El escritor valenciano Rubén Andrés Arribas, en 2002, te hizo un reportaje —que sigue en la Red, puesto que poniendo tu nombre y apellido en un Buscador volví a dar con él—: considerabas experimental a tu primer libro. ¿Qué —con qué— experimentabas?... Y algo más, un comentario: el texto que introduce en ese corpus se titula “El cuadro”. Lo que, si se quiere, “anticipa” a “Hopper”.

 

          AP – Experimentaba con el lenguaje poético, era la búsqueda incipiente de mi propia voz. Ese libro inicial está compuesto por poemas escritos con un fervor juvenil, es el testimonio de mis primeras lecturas y encuentro con poetas “capitales”: Alejandra Pizarnik,  Silvia Plath, Miguel Hernández, García Lorca y tantos otros. Por supuesto, los poetas del ámbito literario argentino de los ochenta. Conocí en el Centro Cultural General San Martín a Jorge Santiago Perednik, quien dictaba dos cursos que fueron muy importantes para mí, uno dedicado a Octavio Paz y otro a Héctor A. Murena. Así me acerqué a la revista literaria “Xul” que él dirigía. Yo estaba en mis primeros años de formación académica y portaba una posición de rebeldía, con cierto exceso de crítica a lo que veía como enciclopédico. Perednik me ofreció otro modo de cuestionar los textos, otra imagen de escritor. Le estaré siempre agradecida.

Está también el cruce no sólo con la pintura, sino con el rock nacional: hay poemas dedicados a Federico Moura, por ejemplo. Fui una joven que disfrutó mucho de la música de su tiempo. Mi hermano tenía una banda de rock en su adolescencia y los ensayos eran en nuestra casa, así que en mi infancia los sonidos del llamado “rock progresivo” sonaban diariamente, desde muy chica escuché a  Almendra, Pappo, Arco Iris, Aquelarre…Con una compañera de facultad, hoy psicoanalista, María Laura Rodríguez Mormandi, realizamos un trabajo crítico de las letras de toda la discografía de Virus, la banda musical de Moura, que no llegamos a editar. En “La cuerda del silencio” hay un pasaje por ahí. Y claro, por la pintura, es cierto, hay una anticipación. “El cuadro” es mi primer intento de captura de la experiencia estética de contemplación de una pintura: Magritte y “La condición humana”. Fue un pintor que me acompañó en esos años.

Ya que hablamos de anticipación, en “La cuerda del silencio” también hay una referencia al psicoanálisis, un texto dedicado a mi primera analista. Son los dos grandes encuentros “fundacionales”: poesía y psicoanálisis.

 

4 – Edward Hopper (1882-1967), en algún lugar dijo o escribió lo que vos instalás antecediendo tus textos a partir de su obra: “Mi deseo era pintar la luz del sol sobre una pared”. Alejandra Silvia Pultrone: ¿Cuál es tu deseo?...(¿¡!?)

 

AP – ¡Qué pregunta difícil, Rolando! Si apuntás hacia el deseo de escribir, diría que contra viento y marea se sostenga, que pueda abrirse camino como siempre lo hizo, con más o menos esfuerzo, según las instancias de la vida. Hace poco pensaba que si tuviese que ubicar una constante en mi existencia, sería la escritura. Y la lectura. Otros deseos fueron oscilaciones, estuvieron encendidos un tiempo y se apagaron. La escritura es una llama débil o fuerte, siempre encendida.

Escribo un diario desde los doce años, que fue transformándose; es una escritura- collage que alberga todos mis intereses, una miscelánea manuscrita atravesada de fotos, recortes, notas bibliográficas, poesía, pequeñas narraciones cotidianas. Hace un tiempo comencé la tarea de extracción de los poemas que se encuentran allí: son “los poemas escondidos en los cuadernos”.

 

5 – ¡Oh!, y tu época de artesana (en mi casa lucen algunos trabajos tuyos): en madera, en cerámica. Estudiaste dibujo y pintura artística. ¿Qué te fue pasando durante aquel lapso de aprendizaje primero y de labor después? No creo que hayas abandonado por completo.

 

          AP – La artesanía me permitió atreverme a crear en un espacio desconocido. En mi familia, la artesana, la que pintaba era mi madre… Es una época que recuerdo con alegría y cariño; el taller de artesanías es, en general, un ámbito femenino, donde se crea y se cuenta; las mujeres volcamos allí bastante de la vida cotidiana, los afectos, los hijos, los nietos. Me reunió con historias muy distintas a la mía, aprendí, disfruté. Y pude compartir la actividad con mi madre: fue muy valioso desde ahí. El estudio de pintura artística lo sostuve durante unos años, invocando la frase arltiana, lo poco que realicé, fue con “prepotencia de trabajo”. No tengo con la pintura, lo que suele llamarse “mano”, don natural, todo lo que pude conseguir allí, fue desde el esfuerzo. Y a veces, un impedimento para seguir: tenía ideas pero me faltaban recursos técnicos y eso me desalentaba un poco. Trabajé con óleo y acuarela. Me atraen especialmente los  motivos marinos. En la actualidad no estoy pintando, pero sé que voy a retomar la actividad.

 

6 – Y has tenido tu etapa como directora de “Stevenson”, el que además de ser un espacio bello de librería (y editorial, en el primer piso), lo fue de Ciclos de Poesía. Y hasta compartiste la responsabilidad de dirigir una colección donde entre otros poetas editaron a Carmen Bruna, Eduardo D’Anna, Patricia Coto, Alberto Luis Ponzo, María Barrientos, Santiago Bao y Alejandro Schmidt. ¿Qué rememoramos? Y sin olvidarnos de “Sr. Neón”.

 

AP –“Stevenson” fue un proyecto ambicioso: especializada en poesía cuando comenzaban a instalarse en Buenos Aires las grandes cadenas, donde la librería dejaba de ser un espacio de encuentro y referencia y el librero, un lector avezado. Intentamos resistir pero desde el punto de vista de la comercialización de los libros, era imposible competir: o nos resignábamos a vender otro tipo de material o cerrábamos, y bueno, tomamos la determinación de cerrarla. Aún hoy hay gente que la recuerda, con su luz de neón azul atravesando el frente negro, las paredes de ladrillo, los muebles rojos, el secreter que oficiaba de caja… Convivían  lo nuevo y lo antiguo.

          “Poesía en Stevenson”, que presentábamos los sábados, ofreció un despliegue de voces, sin pertenencia a grupos o estilos, y eso me parece hoy una marca interesante, cuando veo las fotos que sacó nuestro querido amigo en común, el poeta y fotógrafo Daniel Grad. No siempre ocurre, a veces se invita a leer a los amigos, a los que simplemente nos gustan o se parecen a nosotros en el modo de escribir. No hicimos eso, apostamos a la diversidad.

          Idéntico criterio sostuvimos con la editorial “Libros del Empedrado”: pluralismo. Fue una colección cuidada, en el sentido de no forzar publicaciones; se trataba de estar atentos a un reconocimiento: distinguir un poemario que pudiese ser incluido. Que haya títulos de Alberto Luis Ponzo y Carmen Bruna, entre tantos otros, me gratifica. Me preguntás qué rememoramos, y en ese plural nos incluimos porque vos fuiste parte de esa historia, publicaste en la editorial e integrabas la redacción de Neón, como la llamábamos. Años de amistad  y poesía. Hace poco, en el programa de radio “Luna Enlozada” (de la Asociación de Poetas Argentinos), cuando me preguntaron qué extrañaba de aquella época, respondí que el primer contacto con cada “manuscrito”, la sorpresa de ese encuentro. Es una instancia inefable, saber que una está entre los primeros lectores de un libro. Lo hago extensivo a un poema, o cualquier texto que alguien escribe como literatura. Procuro manejarme con precaución y respeto cuando sucede. Sé por experiencia personal lo que significa convocar a otro para que nos lea. Lo excepcional de esa tarea que, sin embargo, se me presentaba cotidiana, hoy la evoco con nostalgia. Hay cosas que sólo es posible sopesarlas en su  acertada dimensión, con el paso del tiempo.

 

Realizamos tres “Antologías del Empedrado” durante los años 1996, 1997 y 1999, en las que se sumaron numerosos poetas y cuyas presentaciones disfrutamos en Stevenson, con música de jazz, y lecturas. Algunos de los escritores que participaron en ellas, fueron Liliana Aguilar, Wenceslao Maldonado, Silvia Mazar, D.R. Mourelle, Anahí Lazzaroni, Diego Muzzio, Susana Szwarc, Rolando Revagliatti, Melina Brufman, Eduardo Mileo, Norma Mazzei, Carlos Paz, Daniela Bogado.

 

“Sr. Neón” surgió del proyecto editorial del que formaba parte. Con su formato libro, ilustraciones, tapas color, dibujos de los niños de la familia y fundamentalmente, un humor, como suele decirse, irreverente. Allí sí, participábamos de un modo descontracturado, se comentaban  libros, se publicaban poemas, cuentos y artículos, había espacio para difundir otras iniciativas literarias. Eran características unas viñetas enmarcadas donde se contaban anécdotas, situaciones a veces hilarantes que nos ocurrían, como recibir cartas dirigidas al Sr. Stevenson… Fue lo más lejano a una revista literaria convencional, por eso algunos lectores no sabían en qué lugar ubicarla, y hasta les resultaba incómoda. Nunca exenta de ironía, crítica y propuestas. Si uno se detiene en alguno de sus números, topa con la inquietud a los escritores sobre qué es escribir, en un intento de abrir el interrogante desde lo personal a lo colectivo, por ejemplo. O la propuesta concreta de canje de libros de poesía, donde se les instaba a los escritores a que trajeran cinco ejemplares de sus libros y se llevaran cinco de otros autores, en un claro intento de intercambio y circulación de ediciones en un ámbito propicio para su visibilidad. Neón fue acompañando el trabajo editorial y de la librería y de los escritores que participaban.

 

7 – Es mientras ya “Stevenson”, en aquellos años de exterminador neoliberalismo, cerraba sus puertas, cuando comenzás tu formación en psicoanálisis. ¿Por qué andariveles, Alejandra?

 

AP –A mediados de los ochenta comencé un análisis de orientación lacaniana, una experiencia que significó un giro copernicano para la joven mujer que yo era y que se extendió muchos años. Ya a fines de los noventa, por invitación de la que era mi analista, asistí a un seminario sobre el seminario “Aun” de Jacques Lacan, y a partir de allí se abrió una época fecunda de estudio en distintas instituciones, que duró más de una década y que propició nuevos modos de acercamiento a la  poesía.

 

8 –Además de aspirar a que me cuentes porqué desestimaron la edición del ensayo sobre Virus, y retornando a “Hopper”, qué discernís, casi cuatro lustros después, respecto del vínculo entre palabra y poesía, entre poesía e imagen, e incluso instalándonos en “Ciudad demolida”, mirada tuya sobre una determinada ciudad, sobre la fantasmática de una incontenida-incontenible demolición (y sus-y-tus fotografías).

 

AP – Fue un ensayo de juventud, teníamos veinticinco años. El proyecto no fue desestimado, surgieron otros y como suele decirse, se durmió. Llegó a leerlo uno de los integrantes de Virus, pero ciertas circunstancias (viajes, trabajo) nos fueron alejando de la posibilidad de una edición. Es cierto, actualmente hay muchas propuestas electrónicas, pero el libro pertenece a otro momento, quizás con una revisión adecuada, hoy podría encontrar su lugar.

 

“Hopper” fue para mí el ingreso a un nuevo estilo de aprehender lo poético. Hasta ese momento, la imagen no había tenido tanta presencia en mis poemas. Yo iba de la palabra a la poesía, hacía esa torsión del lenguaje, por decirlo de un modo “a lo Lacan”. En muchos de mis primeros poemas resuenan otras voces: las de la infancia, las de las mujeres de mi familia, una memoria evocada casi con melancolía. Hay, inicialmente, un yo lírico muy apalabrado. El encuentro con la obra pictórica de Hopper fue abrir la palabra a lo que la mirada recogía, entonces la búsqueda fue totalmente diferente. Transformar en palabra poética esa conmoción de la mirada. Me encontré con el cuadro “Nighthawks” en un bar de la ciudad de Mar del Plata, donde pasé los veranos por más de cuarenta años… Fue como suele decirse, un amor a primera vista. Esos personajes, al borde de la noche, noctámbulos de una ciudad dormida, acodados en la barra de un bar…A partir de esa primera visión, lo que vino después, fue seguir mirando sus pinturas y escribir. Es un poemario diseñado, con un criterio de “doble” traducción: por un lado, entre los títulos originales en inglés, y su versión en español y por otro, de la pintura al poema. Como decía en esa entrevista de Rubén Arribas que mencionás, es un libro que redunda todo el tiempo. Resultaron muy interesantes los comentarios de aquellos que leyeron el libro y me los transmitieron: en general, provocó ir hacia el encuentro de las pinturas, es decir, propició una reunión.

También me sentí identificada con la estética despojada de la paleta de Hopper. Siempre se dice que sus cuadros representan la soledad urbana. Ciudades pujantes que, sin embargo, albergan almas solitarias. Él era un hombre metódico que también veraneaba siempre en un mismo lugar —Cape Cod—, escenario de muchas de sus pinturas. Su obra es de una gran intensidad poética. Necesité hacer ese pasaje, traer esas imágenes a este lugar del lenguaje. Claro, que mirar es también una operación de la lengua. Hace poco estuvo en cartel en Buenos Aires la obra teatral “Red” de John Logan. Recrea desde la ficción el encuentro del artista plástico Mark Rothko con su joven asistente. Transcurre  en su estudio. Una de sus mejores escenas es cuando ambos gritan simultáneamente en el medio de una discusión qué es el rojo para cada uno. Podríamos decir que son sólo palabras: el amanecer, la sangre que brota de las venas, Papá Noel, ¡Satanás! Una tras otra, arrojadas para obtener la esencia de un color.

 

A mí me conmueve que para algunas pocas personas, Hopper primero fue el nombre de un libro, que hayan ido desde el poema a la pintura, en ese planteo inverso de encuentro poético que va de la letra al pincel, por decirlo de algún modo.

 

En “Ciudad demolida” el trabajo fue distinto: es un poemario concebido a partir de viejas fotos. La imagen es un punto de partida de cada poema, pero —como bien decís— se interpone lo fantasmático, te diría que ocupa el centro. Cuando me encontré con esas fotografías, también en un verano marplatense, lo que me impresionó fue que en la ciudad en la que yo habitualmente comenzaba cada año de mi vida desde la infancia, había otra, escondida desde la oscuridad que toda demolición impone. Lo más impactante es que fue  esplendorosa —arquitectónicamente hablando—y arrasada para dar paso a una construcción desordenada. Y sin embargo, persiste. Hay rastros, en las calles, objetos diseminados en los museos. Su historia alberga muchos datos curiosos, por ejemplo, la araña del comedor del majestuoso Hotel Bristol, sigue alumbrando en la Catedral de la ciudad. La que amó Alfonsina Storni. Existe una hermosa foto suya conservada donde se la puede ver caminando por la vieja rambla de madera. Entonces, la imagen aquí fue un acercamiento para poder desplegar poéticamente algunos fragmentos de esas escenas perdidas. Ese fue mi objetivo estético.

 

9 - ¿Nos quedan por allí unos “Restos de poda”? Y los otros dos poemarios. ¿Qué abordan, o rodean, o atraviesan? Completemos: ¿por dónde te está buscando la poesía?

 

AP –  Sí… “Restos de poda” es un poemario introspectivo, un regreso a la intimidad de la letra: la pura evocación desde la palabra poética de una memoria ligada a las emociones. Trabajé con esos recuerdos de infancia que tienen una insistencia en mi historia. Tuve una niñez rodeada de mujeres y el libro intenta dar permanencia a algunas de sus voces.

 

“Seca palabra” reúne dos series de poemas muy diferentes: una, con una impronta también más intimista, femenina. La otra surgida, nuevamente, a partir de  una  pintura: “La Dama de Shalott” de  John William Waterhouse y su entrecruzamiento con el poema de Alfred Tennyson.

 

          En la actualidad estoy trabajando un poemario surgido como desprendimiento del diario que escribí durante los dos años posteriores a la muerte de  mi padre. Poemas, prosa poética que oscila entre la elegía y el duelo. Su título es “Aflicción”.

 

10 – Acaso fue en 2012 cuando me sorprendiste obsequiándome por mi cumpleaños, un magnífico volumen de 570 páginas: “Cartas a los Jonquières” de Julio Cortázar (esto es: cartas de Julio Cortázar al poeta y pintor Eduardo Jonquières y a su esposa María, entre 1950 y 1983). Fue después de devorármelo que te lo presté. ¿Qué te pareció? Y como sé de tu interés por lo epistolar, confesional, testimonial, te invito a que nos trasmitas cuáles libros recordás más y cuáles autores recomendarías a nuestros lectores.

 

AP – Como bien sabés, me gusta muchísimo el género epistolar. Las cartas de Cortázar a sus amigos los Jonquières me resultaron un muestrario muy valioso, especialmente de los primeros años en París, el aporte de esos detalles cotidianos que un amigo le acerca a otro que está lejos y que sostienen el lazo a pesar de la distancia. Hablás de “devorártelo”: así es, este “Cortázar epistolar” resulta también un narrador extraordinario.

Otro libro del género que recomendaría y que me llegó directo de tu biblioteca, es “Aquí y ahora”, la correspondencia que mantuvieron mi siempre ponderado Paul Auster y J.M. Coetzee: es un intercambio distinto porque son las cartas de dos escritores afamados y profesionales que deciden escribirse después de haberse conocido personalmente.

Y otra correspondencia que disfruté muchísimo fue la que mantuvieron Victoria Ocampo y el escritor y monje trapense Thomas Merton, titulada “Fragmentos de un regalo”, que también contiene sus artículos y reseñas publicados en la revista “Sur”. Una amistad de la que nada sabía. Admiro profundamente a Victoria Ocampo desde mi adolescencia, y hace unos años comencé una lectura de los escritos de T. Merton quese extendió mucho tiempo. Descubrir que eran amigos y que había un testimonio de esa amistad me dio una gran alegría.

          Ahora estoy leyendo la correspondencia de Alejandra Pizarnik, recientemente editada.

 

11 - Imagino que pocos deben saber que alguna vez, Adolfo Bioy Casares, expresó en una charla pública en Uruguay: “Finalizo las correcciones cuando no encuentro algo que me hace tropezar o que me da un sobresalto en la página que he escrito. Cuando ya no hay rimas, cuando no me sale toda en octosílabos o endecasílabos. Cuando las palabras que terminan con ese no son seguidas de otra que tiene ese. La ese es una serpiente en el jardín del poeta. (…) Bueno, cuando las cacofonías no están demasiado presentes, cuando he dicho lo que tenía que decir. (…) Hay que leer buenos escritores y tratar de no leer malos escritores. Cuando uno lee un mal escritor piensa que puede escribir igual que ese mal escritor. Cuando uno lee un buen escritor uno ve –equivocadamente- que puede escribir igual, y eso estimula.” En tu caso, Alejandra, finalizás las correcciones cuando… Y lo que quieras añadir respecto de los buenos y los malos escritores.

 

AP – Coincido plenamente con lo expresado por Adolfo Bioy Casares: una corrección termina cuando se llega a cierta extenuación de la lectura. Cuando ya no se advierten obstáculos. Pero la mirada cambia, y a veces, basta con volver a leer un texto después de un tiempo más o menos prolongado para encontrarlos de nuevo. Corregir es leer en estado de alerta. J.L.Borges consideraba la publicación como un freno a esa “lectura del tropiezo”, por llamarla de algún modo.

El buen escritor es ante todo un buen lector, el que puede hacer uso de una competencia de lectura (al modo de Umberto Eco) que le permita un trabajo sin ingenuidades con respecto a su obra. No hay camino allanado para el que escribe bien. 

 

Para mí, el mal escritor es el escritor ingenuo. El enamorado de sus propias palabras, el que sucumbe a ellas como al canto de las sirenas: el que “no se amarra”.

 

12 – Más de una vez rememoré que lo que “me conquistó” de vos en el ámbito grupal de estudio donde nos conocimos, en la tercera o cuarta reunión, fue cuando descubrí que no obstante tu juventud, estabas interiorizada del cine argentino anterior al tecnicolor, el de Luis César Amadori, Mario Sóffici, Mecha Ortiz, Zully Moreno y sus “teléfonos blancos”, María Duval, “La pequeña señora de Pérez”, “Dios se lo pague”, Luis Sandrini, los guionistas Ulises Petit de Murat y Homero Manzi, Beatriz Taibo, “Mateo” y Enrique Santos Discépolo y Luis Arata, el primer Alfredo Alcón con Tita Merello… Quede para el final, Alejandra, tu opinión sobre el cine argentino que hayas alcanzado a ver en los últimos… ¿quince años?...

 

          AP – (risas) Sí, ¡recuerdo tus preguntas y tu asombro frente a mis respuestas! El cine y el teatro nacional me gustaron desde chica. Conservo los programas de muchas de las obras teatrales y películas que vi en mi adolescencia.

 

Mi opinión es que he visto muy buenas películas argentinas en ese período de tiempo que citás: además de los films de los  reconocidos directores como Juan José Campanella, Pablo Trapero, Adrián Caetano, el tempranamente desaparecido Fabián Bielinsky, hubo un grupo interesante de “ópera prima” de calidad. “Plan B”, de Marco Berger, es una que destacaría. O “XXY” de Lucía Puenzo. Y películas intimistas, pequeñas historias, muy bien contadas; pienso en “Un amor “de Paula Hernández o en las películas de Daniel Burman, como “El abrazo partido” .

 

13 – Desde este año estás participando en el Taller de Poesía de APOA en el Hospital de Salud Mental “Doctor Braulio Moyano”, en el sector de Terapia a Corto Plazo. Te he escuchado y visto en http://apoaenelmoyano.blogspot.com. ¿Te explayarías sobre tu compromiso allí?

 

AP –  Daniel Grad coordina el “Taller de Poesía en el Hospital Moyano” desde hace más de siete años. Generosamente abre el espacio para que otros poetas —o gente relacionada con la expresión artística— podamos compartir la tarea de acercar la poesía a personas que están atravesando una situación límite de padecimiento psíquico.Pronto se cumplirá mi primer año de acompañamiento: ha sido una experiencia  enriquecedora en todo sentido. Poder pensar los alcances de la palabra poética en los momentos en que nuestra palabra, la que nos habita, no alcanza para sostenernos. Muchas veces con Daniel hemos reflexionado sobre la permanencia de esos efectos luminosos que la poesía brinda en la mayor parte de los encuentros. ¿Perdurarán? ¿Dejarán huella? Lo importante es que el taller ofrezca otro modo de “dejarse hablar” y abra la posibilidad a una escritura creativa, que a veces es compartida con los terapeutas y la familia, dando lugar a las pacientes a mostrarse en otra producción. Estamos organizando para 2015 el “taller después del hospital”, con encuentros mensuales con quienes hayan participado y quieran continuar con la tarea de leer y escribir.

 

 

Alejandra Pultrone selecciona poemas de su autoría para acompañar esta entrevista:

 

Infancia

 

La historieta que se mira y no se lee

harina, agua: el alimento de los juegos

la plaza se levanta

adentro

el sol  sobre los cuentos españoles

las mujercitas se casan con los ocho primos

el pez naranja se diluye en una imagen

voces

que recorren silencios infantiles

avanza, corre el sueño como un gato.

                                                                                            (de “La cuerda del silencio”)

 

 

Nigthhawks

 

con un solo golpe de neón

se bebieron la ciudad entera

 

un hombre una mujer un hombre

 

newyorkers

y los añicos del vaso

junto a los sueños

                                                                                                  (de “Hopper”)

 

 

Bañistas de 1904

 

Los niños marineros

revisten la playa

donde no hay piel

para zozobrar

 

la imagen de este rostro

invadido

por la infancia

no cede

 

juegos de arena

encuentros del azar

 

vuelvo por un par

de ojos

un aviso de retorno

que asegure

 

pero las olas se desatan

borrando

                                                                       (de “Ciudad demolida”)

 

 

Carmen

 

Murió en 1929

a los veintinueve

la enfermedad

de las chicas de Flores

la consumió

dar vueltas

a la plaza

rechazar

al único pretendiente

                                                                               (De “Restos de poda”)

 

 

*

 

Voló la telaraña y flotó lejos;

El espejo se rajó de parte a parte,

-la maldición ha caído sobre mí-exclamó

la dama de Shalott.

                                        Alfred Tennyson

 

 

La dama

es dragón

 

una advertencia

en lirio y terciopelo

 

espejo rojo

estandarte empañado

de lado a lado

 

cuando

la mirada

desvía

su rumbo

cierto

preciso

 

su destino

sin barca

ni orillas

dibujadas

                                               (De “Seca palabra”)

 

Entrevista realizada a través del correo electrónico: Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Alejandra Pultrone y Rolando Revagliatti.

*

http://www.revagliatti.com.ar/990617.html

http://www.revagliatti.com.ar/030331.html

Alejandra Pultrone dialoga con Daniel Grad. Solo audio. 2014

Magritte: Condición humana II

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